CAPÍTULO 42

Gabriel había deslizado la navaja dentro de su manga, permitiéndole a la dama del vestidor que se aproximara a él, antes de volverse divertido y capturarle la mano en la suya.

– Estuviste cerca, amor. Más que una charla es sólo por invitación. Y no creo que nos hayamos conocido como se debe.

Ella retorció su muñeca hacia atrás con fuerza, como si esperase que él se esforzara para retenerla. Cuando no lo hizo, entrecerró los ojos tras el antifaz que usaba. ¿Ella y su hermano desaparecido habían concurrido a un baile de máscaras juntos con el propósito de irrumpir en otra casa de Mayfair?

¿Eran socios en las aventuras criminales? Prestó atención para escuchar el estrépito del carro en la calle. Todo lo que escuchó fue una retahíla de palabrotas muy poco femeninas que se referían a su linaje.

– No eres él -susurró exasperada.

– ¿Quién no soy? -preguntó esperando que lo iluminara acerca de los últimos diez o más años de la vida de su hermano, Sebastián.

Ella se movió hacia la ventana ignorando la pregunta. Gabriel no la siguió, sino que se quedó examinando la pistola que le había confiscado. Tal vez necesitaba identificar al otro hombre, por supuesto, pero tenía curiosidad de lo que sabía de su hermano. Le podía haber dicho que Sebastián había sido un gran maestro de las huidas desde que supo cabalgar.

Lo miró acusadoramente.

– Lo dejaste irse. ¿Tienes idea de quién es?

Tenía más que una noción.

– No sé quién eres , ni por qué querías dispararle.

– No lo hice, en realidad.

– ¿Entonces por qué…?

– Probablemente es mejor que nunca lo descubras. -Volvió a entrecerrar los ojos tras la máscara. El pelo se le estaba escapando por los bordes de la capucha-. Te pareces asombrosamente a él.

– ¿Sí? Bueno, no puedo discutir o discrepar, sólo lo vi con el disfraz. -Hizo una pausa-. ¿Te importaría decirme por qué estáis vestidos así?

– Fuimos a un baile de máscaras -dijo lentamente-. Nuestro anfitrión nos mandó en busca de un tesoro.

– Ah. ¿E irrumpieron dentro de esta casa en lugar de simplemente golpear a la puerta, y pedir ayuda a su dueño?

– No, exactamente. No estábamos robando nada. Las reglas del juego son mantener nuestras identidades secretas.

– ¿Y entonces, por qué tu compañero se escapó de ti?

– Estamos compitiendo. Me temo que no te puedo dar más respuestas.

– Le vas a tener que responder a las autoridades.

Gabriel miró el mueble alto contra la pared del vestidor, y de repente notó una carta doblada que había quedado agarrada entre los bordes disparejos de dos cajones parcialmente abiertos.

Cambió levemente de posición para bloquear la vista. Cuando ella miró directamente ahí, se dio cuenta de que no se trataba de una búsqueda ordinaria del tesoro. Y La mascarada no tenía nada de inocente.

Notó lo tensa que estaba. Pensó usarlo para extraer más información, pero súbitamente ya no estaban solos.

Otra persona había entrado a la habitación, una mujer, que llamó juguetonamente,

– ¿Gabriel, eres tu esperándome? ¿En mi dormitorio? Vaya, querido malvado, ¿qué te hizo cambiar de idea?

Merry, Dios Santo. La miró a través del filo de la puerta del vestidor e hizo una mueca. Nadie en el mundo creería que no estaba ahí por una cita a escondidas. Nadie creería que había pillado a dos extraños haciendo no sabía qué, y que uno de ellos había sido su hermano.

Y la otra…

Volvió la cabeza. La compañera de su hermano había desaparecido, así no más, sigilosa como un gato. Maldijo en voz baja y fue a la ventana. La vio bajar una cuerda y aterrizar ágilmente sobre sus pies, sus engorrosas faldas inflándose.

– ¿Qué está pasando aquí? -exigió un hombre en el fondo.

Retrocedió desde la ventana. Merry estaba ahora detrás de él, hablando excitadamente a su anfitrión, Timothy. Gabriel la miró, aliviado al comprobar que no había hecho nada estúpido, como empezar a quitarse la ropa, mientras estaba distraído.

Llevó a Timothy al vestidor.

– Cuando iba a la sala de juego, escuché un ruido y vi a un hombre que andaba furtivamente por aquí. Lo noté sospechoso y lo seguí. Acaba de escapar. Mira.

Timothy y Merry se agolparon a su alrededor, y los tres vieron la cuerda que caía a la calle.

Timothy levantó la vista a Gabriel, agradecido.

– Nos podrían haber asesinados a todos mientras tomábamos brandy, si no hubiese sido por ti, Boscastle.

– Gabriel -Merry dijo con voz astuta-. Hay rumores que tú has estado hurtando en los cajones de las damas de Mayfair, estos últimos meses.

Gabriel sonrió.

– Es una invención encantadora. Estoy comprometido, alma y corazón, con una hermosa dama. No tengo ningún interés en robar los cajones de ninguna otra dama.

– No ese tipo de cajones -dijo Timothy socarrón-. El villano en cuestión ha estado saqueando a través…

Los tres se volvieron al unísono y se quedaron mirando la carta que se asomaba entre los cajones de Merry.

– Mi correspondencia privada -exclamó horrorizada-. Si alguien publica esas…

– Tu precio subirá en el mercado y no seré capaz de mantenerte -dijo Timothy sobre su hombro.

– ¿Eres tú, realmente, el hombre que las autoridades están buscando? -le preguntó subrepticiamente, empujando la carta al cajón.

Timothy bufó.

– Por supuesto que no. Sin embargo, me pregunto, Gabriel, si pudiste mirar bien a ese intruso para que puedas ayudar a los detectives a identificarlo. Cuida a Merry por mí, mientras voy a buscar un lacayo para que pida ayuda.

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