CAPÍTULO 36

Se apresuró a bajar la escalera central, el decoro era la última cosa en su mente. Bueno, no su decoro, por lo menos. La alianza de Alethea con Audrey Watson seguía siendo un misterio a desentrañar. Pero como Audrey había señalado, había vivido al filo de la buena sociedad durante más tiempo del que podía recordar.

Jugador. Canalla. Endeudado hasta los ojos un día, con los bolsillos repletos de dinero el próximo. Su padrastro le había golpeado en la cabeza, gritándole cuán sin valor era en su oído tantas veces, que era parcialmente sordo de un lado y sospechaba que había sacrificado algunas funciones cerebrales del otro.

Sin embargo, había sobrevivido. Con la fuerza de voluntad de su padre Boscastle y la obstinación de la sangre francesa de su madre, se las había arreglado para convertirse en un buen oficial de caballería, un maldito inmejorable jugador, y parte inherente de la infame rama familiar de Londres.

Y Alethea no lo había desterrado de su vida, un bendito milagro teniendo en cuenta que ella lo había visto en sus peores momentos, y no había renunciado a él, por razones que él nunca imaginaría. Él la amaba. ¿Qué hombre en su sano juicio no lo haría? ¿Qué vio en él? Era desconfiado, engañoso, impulsivo, y estaba lleno de cicatrices por encima de todo.

Sólo sabía que cuando fue derribado, se levantó, tambaleándose a menudo, demasiado entumecido o tonto para hacer otra cosa. El día de su muerte sería el día en que no podría levantar su aguerrido cuerpo de la tierra. La vida asaltándolo. La asaltaría, él mismo, de nuevo. Nunca había tenido aspiraciones de ser un héroe, excepto tal vez en lo que se refiere a Alethea, y si ella pensaba que era valiente, bien, había hecho un trabajo condenadamente bueno al engañarla, eso era todo.

Bajó las escaleras para llegar al vestíbulo de la planta baja, mirando a un escenario que había recurrido a él en lo que podría llamarse su vida anterior. Las cortesanas presentes contaban con una belleza refinada, sus habilidades eran legendarias en Londres. Reconoció un miembro prominente de la Oficina de Guerra, un secretario de la Compañía East India, un vizconde que se había hecho un nombre conociéndose como pintor de retratos. Oyó que le llamaban, se quedó atrás vacilando hasta que una figura oscuramente vestida se delató a sí misma desde el aparador, levantando una copa de brandy en reconocimiento.

– Es pasada la medianoche, Cenicienta. Tengo que regresar a la casa como un hombre casado.

Él y Drake caminaron juntos en un amigable silencio hacia la puerta, el rígido mayordomo de la señora Watson hizo una reverencia y chasqueó los dedos huesudos en el aire. Dos hombres a pie aparecieron portando antorchas para iluminar el camino de los hombres hacia el transporte que esperaba.

– ¿Hay algo que pueda hacer para que su viaje de regreso a casa sea más cómodo, Lord Drake… Sir Gabriel? -les preguntó, tan exacto como un reloj Continental.

Drake pasó junto a él.

– Estamos bien para la noche. Si me permite darle…

Gabriel miró a los huéspedes recién llegados, que merodeaban en el escalón más bajo de la casa, y su mirada de inmediato se endureció con desprecio. Se detuvo mientras Drake continuaba hacia el carro.

El hombre de la capa de rayas de leopardo lo miró con una sonrisa de reconocimiento.

– Ah, Sir Gabriel, veo que nos encontramos de nuevo… aunque en casa de otra prostituta.

Drake giró en el pavimento, su hermoso rostro oscureciéndose.

– Le ruego me disculpe, señor. ¿Se está dirigiendo a mi primo?

El sutil cambio en la postura de Drake debió haber transmitido un mensaje. En el momento en que sus hermanos Heath y Devon Boscastle se habían unido a él en la acera, su cochero y los dos lacayos dieron un paso atrás. Gabriel miró a los bastones de aspecto siniestro que sus primos sostenían, y luego sacudió la cabeza con firmeza.

Esta era su lucha.

– Lord Hazlett -dijo con voz fría-, había esperado realmente que usted y yo nos encontráramos otra vez. Hay algo sin terminar entre nosotros.

Guy quedó junto a él a la luz de las velas del vestíbulo del serrallo. Tenía el rostro cruel de un hombre privilegiado, acostumbrado a usar a otros, un hombre que verdaderamente creía que tenía derecho a hacer lo que quisiera. Ahora, estando de pie delante de Sir Gabriel Boscastle y sus primos, parecía asumir que compartirían sus puntos de vista degradantes sobre la mujer, y el mundo, en general.

– Gabriel -dijo con una sonrisa condescendiente-, somos caballeros que comparten las mismas debilidades. Faltaría a mi deber si no te confiara que Alethea Claridge no es mejor que las chicas de la casa de la señora Watson.

Gabriel vio a Devon dar un paso hacia adelante como para protegerlo. Hizo un gesto repentino, y su primo se quedó atrás.

– ¿Qué me estás diciendo, Hazlett?-le preguntó en voz baja.

Guy miró a su alrededor como si se acabara de dar cuenta de que él y Gabriel no estaban solos.

– ¿Estás embrujado, mi amigo? No lo estés. Mi hermano estaba dispuesto a casarse con ella, él ya la domó para ti. Estoy seguro de que apreciarás no tener que iniciar a otra virgen. Entiendo que ella dio batalla al principio.

Si Guy dijo cualquier otra cosa, Gabriel no pudo escucharlo por el rugido de la sangre en su cabeza. Dio un paso atrás, sus puños apretados. Sintió a alguien, Drake o Devon, poniendo una mano sobre su brazo, tratando de detenerlo. Pero no sería detenido. Entendía que sólo tenían la intención de luchar por él. Pero él había pasado su vida luchando sus propias batallas.

La verdad era que nunca había luchado por nada tan importante para él, excepto tal vez por su madre. No había sentido mucho esta pasión incluso en Waterloo.

Golpeó a Guy directamente debajo de la barbilla y oyó el satisfactorio crujido de los huesos. Podría haberse roto sus propios nudillos, pero no podía sentir nada. El gemido de dolor de Guy indicó que había sufrido al menos una fractura de la articulación de la mandíbula, lo que debería mantenerle la boca cerrada durante un mes o dos.

– Vamos, Gabriel -dijo Drake amablemente por encima del hombro-. No es nada agradable cometer asesinato justo antes de tu propia boda. Espera una semana o dos.

Gabriel se enderezó con la intención de exigir que el cabrón de su primo se fuera y se metiera en sus propios asuntos cuando Guy se levantó de un salto y le dio un puñetazo en el ojo.

Gabriel vio luces estallar detrás de su párpado derecho mientras se tambaleaba contra la dura estructura de Drake, sólo para ser empujado de nuevo hacia Guy murmurando un incentivo de Drake.

– Dale una buena en los huesos por mí. Eso fue un golpe sucio, golpear a un hombre cuando gira la cabeza. Si yo estuviera en tu lugar…

Esas palabras de aliento se afianzaron en la fértil tierra de la ira enconada de Gabriel. Entumecido por el punzante dolor de su ojo, ignorando la carne ensangrentada que colgaba de sus nudillos, golpeó a Guy otra vez. Y otra vez. Atacó hasta cuándo Hazlett finalmente se tambaleó hacia atrás y se desplomó en las escaleras, sin hacer ningún intento de levantarse.

Le había tomado un momento a Gabriel darse cuenta de lo que Guy había dicho. Ahora, una insinuación aún más oscura se propagó por su mente como una sombra. Él ya la domó para ti. Los hombres hacían chistes verdes sobre el sexo todo el tiempo. Los hermanos compartían secretos acerca de sus conquistas, exagerando sus proezas para superar al otro. La mitad del tiempo los comentarios eran sólo gilipolleces y fanfarronadas inflamadas para aumentar la propia idea de la hombría.

Pero las burlas de Guy habían insinuado crueldad y violación. Y ahora, de repente, Gabriel entendía, o creyó que lo hacía, por qué Alethea vaciló al mencionar el nombre de Jeremy. Por qué ella había acusado a Gabriel de volver demasiado tarde.

Hazme olvidar, Gabriel.

¿Olvidar qué? Oh, Dios.

No había estado allí para protegerla. Ella había sido degradada tan profundamente que no lo pudo admitir ante nadie. Que idiota era, no lo había hecho más fácil para ella ser honesta acerca de su humillación. Lo había manejado todo mal, sin consideración ni honor.

No era demasiado tarde, sin embargo. Él y Alethea podría estar rotos en partes, pero se pertenecían el uno al otro, y siempre lo serían. Juntos harían un ser completo.

Ahora comprendía que la había herido con sus celosas acusaciones hoy en vez de comprender lo que ella y Audrey no decían. Se tragó el sabor amargo en la parte posterior de su garganta. Él la había dejado con una imagen de sí mismo que no era mejor que la del bastardo que la había herido.

– Gabriel. Gabriel. -Una voz masculina, a continuación un par de manos firmes sobre sus hombros, penetraron su desconcertada furia-. Vamos, entra al coche. Has hecho tu demostración más elocuente. Mírame, primo. ¿Cuántos dedos sostengo?

Se dio la vuelta, sin detenerse a considerar a quien asaltaba, reaccionando por puro reflejo. Un brazo musculoso bloqueo el golpe que tenía la intención de lanzar. Él se echó hacia atrás, recuperó el equilibrio, y se encontró mirando el dedo índice de su primo Devon meneando debajo de su nariz.

– Te has dado un buen golpe en la cabeza, Gabriel. ¿Cuántos dedos sostengo?

Gabriel golpeó con fuerza la mano de su primo con un resoplido de burla.

– No me puedes engañar. No es un dedo eso que estás ondeando en mi cara. Es tu vara, esa cosa escuálida que tienes. Me daría vergüenza mostrarla en público.

Devon se echó a reír.

– No hay necesidad de rebajarse a insultos personales. Vámonos.

– Pero no he terminado.

Devon miró más allá de él a la figura encapuchada tendida aturdidamente en los escalones de la entrada de Audrey.

Un par de lacayos ya estaban listos para sacar a Guy fuera de la vista de los transeúntes. No complacería a los clientes de clase alta tener que caminar alrededor de ese espectáculo ofensivo.

El ayudante del mayordomo salió de la casa, echó una mirada de reconocimiento a los Boscastles, y luego dijo a los criados:

– Llevad a esta persona al montón de basura. La señora Watson no quiere que sea admitido en su casa ni que ensucie su entrada. Tenemos una reputación que mantener.

Gabriel se volvió hacia los tres hombres reunidos en un semicírculo a su alrededor. Él sonrió con tristeza. Nadie había estado nunca de modo tan decisivo para él antes, con la excepción de Alethea Claridge. Había llegado a pensar que no merecía tal lealtad.

Infierno, que había trabajado suficientemente duro para demostrar lo mal que estaba, y ahora tenía que hacer la elección final… ¿podrían las personas que lo amaban tener justificativos para creer que era un buen hombre, o demostraría que era tan inútil como su padrastro había afirmado?

Heath le puso la mano en el hombro.

– Estamos volviendo a la fiesta. ¿Vienes?

– ¿Fiesta?

– El cumpleaños de Grayson -dijo Drake, apoyándose en la portezuela del coche-. ¿Te acuerdas… el jaleo privado para la familia y amigos cercanos después de que todo el mundo se va?

Gabriel sonrió con cansancio.

– Agradezco la invitación, y en cualquier otro momento me habría sentido honrado de celebrar la edad avanzada de Grayson.

– ¿Pero? -dijo Devon, sonriendo como si no tuviera ningún interés-. ¿Otro juego de cartas?

Gabriel negó con la cabeza.

– No. Tengo que ir a casa.

Drake se apartó de la puerta del carruaje.

– ¿A una casa vacía? -le preguntó con ironía.

Gabriel no respondió. No tenía sentido intentar mentirle a sus primos, hombres que habían pecado como lo había hecho él, pero habían cambiado sus caminos. Ellos podían ver a través de él, y se sentía bien no pretender por una vez que no a él no le importaba. Estaba enamorado, a punto de embarcarse en el mayor juego de azar que nunca había jugado.

– Me voy a casa, a Helbourne -dijo.

Heath asintió con la cabeza.

– Bueno, déjanos en casa de Grayson de camino. Haremos un brindis por ti en la mesa.

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