CAPÍTULO 44

Alethea se deleitó en compañía de las damas Boscastles. Le habían servido sopa de berros, salchichas, higos rellenos y pastelillos franceses, así como trozos sabrosos de los cotilleos de la ciudad.

Cómo había echado de menos la compañía de otras mujeres, aunque este no se tratara de un grupo ordinario de mujeres. Nunca había oído una conversación tan franca entre los miembros de su propio sexo.

Jane, la marquesa de pelo color miel, que había encantado el ambiente con su aplomo inimitable, había pedido su mejor champagne para celebrar la incorporación de una nueva aliada contra los bien amados hombres de la familia. Chloe Boscastle, o más bien Lady Stratfield, le había ofrecido generosamente, su vestido de novia a Alethea, advirtiéndole que podría quedarle un poco corto.

– No me importa -había dicho Alethea, un poco apresurada, aunque por suerte, nadie pareció darse cuenta.

No tenía ningunas ganas de explicar su reticencia de situarse en al altar al lado de Gabriel, llevando el vestido de novia que Jeremy le había escogido de una revista francesa de moda. Se habría sentido más como un sudario, que la hermosa creación barroca con perlas que era. Había tenido la tentación de quemarlo. Ahora suponía que donarlo a una organización de caridad sería un gesto menos derrochador y ciertamente no tan dramático.

– No espero que alguno de los hermanos de Gabriel asista a la boda -dijo Charlotte Boscastle, levantado la vista del cuaderno donde estaba tomando notas.

Jane volvió la cabeza.

– ¿Gabriel tiene hermanos?

– Tres -murmuró Alethea mordisqueando otro higo.

– ¿Por qué nadie me lo mencionó? -Jane frunció el ceño irritada-. ¿Cómo voy a invitarlos a los asuntos de la familia e incluirlos en las festividades, si no estoy al tanto de su existencia? Es realmente imperdonable por su parte. Grayson debería habérmelo dicho ya que Gabriel no se tomó la molestia.

Alethea se revolvió en su silla. Como su futura esposa, supuso que tenía que defenderlo, bueno, ella no podía defender a sus hermanos.

– Se fueron de casa cuando eran muy jóvenes, y no creo que Gabriel haya mantenido el contacto con ellos desde entonces. Tengo entendido que se escribe con su madre, pero sólo de vez en cuando.

– Cielos -dijo Jane, sus ojos centellearon con un fuego que eclipsaron a los diamantes que brillaban en su cuello-. ¿Gabriel tiene una madre, y no va a ser una invitada en su boda?

Alethea sonrió. Recordaba a la madre de Gabriel como una mujer vital, una joven medio francesa cuya esencia parecía animar las funciones del pueblo. Hasta que había perdido a su marido, Joshua Boscastle, había mantenido a sus hermosos hijos bajo control.

– Creo que actualmente está viviendo en Francia.

– He oído que se va a convertir en la esposa de un acaudalado duque francés -dijo Charlotte sin pensar-. Todo lo que sé de su enamorado es que perdió a toda su familia durante la época del Terror.

– Creo que es cierto -dijo Alethea-, aunque Gabriel no había revelado esto con tantas palabras. Él nunca habla de su familia. Por su silencio, uno podría asumir que para él ya no existían.

– Bueno, a mí me hubiese gustado que alguien de mi familia me hubiese informado -dijo Jane molesta-. Aún así, espero que como madre se sienta aliviada de que su hijo haya encontrado una pareja como Alethea. ¿Dónde está Gabriel, Alethea? Tengo algunas instrucciones del ministro para la ceremonia.

Alethea dejó la copa de champagne con un tintineo agudo.

– Esa es una pregunta que hay que contestar sinceramente. Sólo te puedo asegurar que si en estos momentos está haciendo alguna trastada, será la última. Helbourne Hall está literalmente cayéndose mientras hablamos. Sus obligaciones como terrateniente lo mantendrán ocupado por mucho tiempo. -Así como sus deberes conyugales. Alethea tenía una buena idea de cómo ocuparía su tiempo junto con Gabriel durante las frías noches de otoño.

Jane frunció los labios.

– Ya entiendo.

– Esperemos que él también lo haga -agregó Alethea, vagamente consciente de que tres vasos de champagne y un novio ausente no provocaban su buen humor, a pesar de que le hacía aflojar la lengua a un grado alarmante. Si no se contenía, terminaría confesando más de lo que a cualquiera le gustaría oír.

– Yo no me preocuparía por Gabriel esta noche -dijo Charlotte con voz conocedora-. Drake y Devon prometieron hacerle compañía hasta la boda. Por lo que, supongo, quisieron decir que lo mantendrían alejado de cualquier bribonada.

– Ya tiene un ojo morado -dijo Alethea antes de que pudiera detenerse-. Si se ha metido en alguna travesura, simplemente para demostrar que es capaz una última vez, entonces, bueno será la última vez. Eso es todo lo que tengo que decir sobre el tema.

– Puedes decir más, si quieres -la animó Chloe-. Me encanta el escándalo.

Alethea hizo una pausa.

– Hay murciélagos en Helbourne Hall.

Chloe jadeó.

– ¿Murciélagos? ¿De verdad?

– Sí -suspiró Alethea-. Murciélagos y malos sirvientes.

Chloe se sentó en el sofá.

– Yo me casé con un fantasma. Desafío Boscastle. Ahora te toca a ti, Julia.

Los ojos grises de Julia se iluminaron.

– Yo le disparé a Heath antes de casarnos, porque lo confundí con un zorro rabioso.

– Eso no es nada comparado con la viñeta que dibujaste de él -murmuró Chloe traviesa.

– Eres la siguiente Jane.

Jane sonrió contrita.

– Me enamoré de Grayson en medio de mi boda con otro hombre.

Chloe le hizo un gesto a Aletea. -Tu turno.

Alethea vaciló.

– Me enamoré de Gabriel cuando estaba en la tabla de castigo.

– Dios mío -exclamó Jane-. Espero que hubieras sido capaz de soltarlo.

– ¿Y tú, Charlotte? -Chloe preguntó con una sonrisa burlona.

– Nunca he estado enamorada -dijo Charlotte alzando la vista-. Y probablemente nunca me casaré.

– No si sigues todo el tiempo con la nariz metida en un libro y permaneces como directora del colegio de niñas -dijo Chloe sin rodeos.

– Su turno llegará un día -dijo Jane con un gesto contundente que ni siquiera el destino hubiese impugnado.

Chloe se levantó del sofá.

– Hay alguien en la puerta. Probablemente mis diabólicos hermanos.

Alethea volvió la cabeza.

– ¿Y viene el diablo de mi novio entre ellos?

Chloe se apartó de las ventanas con un suave suspiro.

– Sí, pero está con… -Alethea y las otras damas fueron hasta ella-. ¿Otra mujer?

Chloe negó con la cabeza.

– No. Viene con nuestro doctor y me temo que está herido.

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