CAPÍTULO 40

La cena tuvo lugar en Mayfair en la casa de Lord Timothy Powell y su amante Merry Raeburn, una popular joven actriz de Drury Lane que una vez había fijado sus esperanzas en demandar a Gabriel como su protector. A pesar de que otros hombres más viejos y más ricos la habían perseguido, había estado encaprichada con él durante más de un año, demasiado tiempo para una aspirante a cortesana. Al parecer el Duque de Wellington se había declarado a sí mismo como su pretendiente. Varios folletos exhibidos en las ventanas de una imprenta de Londres hicieron alusión a una relación de buena fe. Merry negó esas acusaciones, al igual que el duque. Ahora se había conformado con Timothy, quien no era ni tan hermoso ni tan excitante como Gabriel Boscastle. No obstante, él había luchado dos duelos por su honor y se movía en los círculos aventureros.

Ahora que Gabriel, para incredulidad de todos, se casaba con una dama que parecía tener pocos intereses en los juegos amorosos de la sociedad, las oportunidades de Merry para seducirlo parecían muy débiles. Consiguió, sin embargo, atraparlo en el pasillo durante unos pocos momentos en su camino hacia las escaleras que conducían a la sala de juegos.

– Merry. -Parecía incómodamente divertido de estar a solas con ella-. Justo voy a reunirme con Timothy -dijo, sin aceptación en sus ojos que alguna vez habían estado en el borde de una aventura amorosa-. Esta es una espléndida fiesta, probablemente mi última como soltero. Yo…

Era tan cortés, tan formal en contraste al granuja que ella había conocido en primer lugar, que Merry supo que lo había perdido como potencial protector. Sin embargo, su orgullo no le permitía soltar totalmente el gancho. Se consoló a sí misma con la posibilidad de que sus instintos varoniles hubieran sido dañados en Waterloo. ¿Por qué un libertino se adhería ahora a las normas que previamente había alardeado? Ella creía estar a la altura de su deseabilidad sexual. Había rechazado varias ofertas antes de que Timothy le presentara un generoso contrato para ser su protector. Ella había dicho que Gabriel era insuperable en la cama. Lo deseaba, aunque sólo fuera una vez. Él era delicioso, un peligro que las mujeres adoraban.

– ¿Estás enamorado, Gabriel? -le preguntó suavemente, la posibilidad tan intrigante para ella como tan poco probable de que ella experimentara alguna vez ese tipo de aflicción. Una cortesana exitosa no se atrevía a pensar en semejantes términos, incluso si ocasionalmente caía en el error de encariñarse por uno de sus admiradores. Si Gabriel de verdad se había enamorado de esa dama de pueblo, Merry y sus cohortes tendrían que preguntarse cómo había sucedido, y cómo habían perdido la oportunidad de capturar su esquivo corazón. Ninguna de ella lo había considerado como un potencial marido.

Se colocó a sí misma directamente en su camino. Por si él tuviera la más mínima intención de apartarse. Merry estaba ofreciéndole cada incentivo. Era delgada, apenas veintiún años, una joven culta una belleza rubio platino que vivía para complacer.

– Nunca imaginé que perderíamos tu compañía -añadió con un enfurruñado suspiro-. ¿Tienes que casarte con ella? -preguntó, como si que él hubiera fecundado a la hermana de un conde explicara la repentina ceremonia.

Él sonrió.

– Sí, estoy enamorado, y tengo que casarme con ella, aunque por ninguna otra razón más que porque no puedo vislumbrar mi vida sin ella. ¿Esto ha satisfecho tu curiosidad?

La resultó imposible admitir su franqueza.

– En verdad, Gabriel, confieso que mi curiosidad es más despecho que satisfacción. Nunca soñé que estabas dispuesto a tener una relación permanente.

Él sonrió mirándola a la cara.

– No lo estaba. De hecho, puede que haya estado encerrado en una picota toda mi vida, esperándola para liberarme.

Ella arrugó su nariz.

– Que horroroso sentimiento. Espero que no te vuelvas poético con nosotros después de casarte. Eras un invitado más provocativo como jugador.

– Hablando de lo cual, estoy en mi camino a la sala de juegos. ¿Quieres acompañarme? Estoy seguro de que Timothy está extrañándote.

– Ve tú mismo. No deseo oler a cigarrillos para el resto de la noche.

Él se giró. No había ningún criado en el pasillo para guiar las correrías de los invitados.

– Es a la izquierda, ¿verdad?

– Sí -dijo ella distraídamente cuando una voz la llamó desde la parte inferior de las escaleras-. La tercera habitación al fondo… frente a mi dormitorio, no es que estés interesado. La puerta está abierta. Siempre está abierta para ti.

Sonrió mientras ella se marchaba enfadada, mirando una vez hacia atrás para darle una esperanzadora mirada. -Habríamos tenido un affaire hermoso, Gabriel. Nunca sabrás lo que te has perdido.

Él sacudió su cabeza y siguió caminando por el pasillo, echando una mirada divertida a la habitación espléndidamente decorada de Merry.

La colcha de raso ámbar había sido puesta para la noche. Vino y copas colocadas sobre una bandeja junto con un plato de desmenuzable queso blanco, galletas y pasteles de crema de frambuesa.

Y no lo tentó en absoluto.

Cuando se giró de nuevo al pasillo, escuchó la débil rotura de un cristal, seguido por unos amortiguados pasos. ¿Había tenido Merry un admirador secreto al acecho? ¿Uno que se había enojado, o uno que no había estado invitado en absoluto? Contó el número de invitados con quienes había cenado. Cinco se habían ido con Timothy a jugar a las cartas. Los otros habían permanecido escaleras abajo.

Atravesó la puerta.

La ventana que daba al callejón trasero estaba abierta, una brisa fresca fruncía las cortinas. Sintió una punzada de alerta en su nuca. Un pequeño tarro de cosmético yacía roto en el suelo de madera. ¿Una ráfaga de viento lo tiró del tocador? Inverosímil, considerando la distancia.

Cruzó el cuarto y bajó la mirada al callejón de abajo. Había otra casa en la esquina que era utilizada como una casa de juegos. Podía ver un puñado de hombres bien vestidos jugando en el balcón, aristócratas quienes podían permitirse perder y que perdían a menudo.

Se giró de la ventana y vio la figura enmascarada de un hombre de pie en la puerta del armario ropero, mirándole.

Pero el entretenimiento de la noche no había sido un baile de máscaras.

– ¿Está usted perdido, señor? -el hombre le preguntó con aire de autoridad.

Gabriel caminó alrededor de una silla. Algo en esa profundamente resonante voz revolvió un nebuloso recuerdo. ¿Era uno de los Boscastles interpretando un ardid en su última noche de excesos de soltero?

Reprimió una sonrisa. Merecía ser atrapado después de todas las perversas tácticas que había utilizado con sus primos, particularmente con Drake y Devon, quienes habían sido invitados a la fiesta de esta noche pero no habían presentado su comparecencia. Si no miraba detrás de él, probablemente terminaría en un carro de nabos rodando por Picadilly o en cualquier otra fiesta atendido por cada mujer y compañeros de juegos que tuvieran rencor contra él.

El pensamiento de aguantar otra fiesta lo volvió impaciente por ver a Alethea. Sus amigos reirían si supieran que él prefería jugar al whist con ella que al faro con un príncipe extranjero quien no se estremecería si él ganaba o renunciaba a una fortuna.

Pero él parecería una mala presa si al menos no fingiera estar de acuerdo con sus bromas, aunque todavía no podía determinar la identidad de este enmascarado caballero-bromista. ¿Y toda esa conversación con Merry… había sido parte de un elaborado esquema para atraerlo a esta habitación?

Sólo podía imaginar las humillantes consecuencias si hubiera sucumbido a su oferta. Era la clase de sucio truco que hubiera jugado él mismo.

Se relajó, mirando fijamente al otro hombre.

¿Era su primo Devon Boscastle, cuya corta etapa de vida como salteador de caminos que demandaba besos de sus víctimas femeninas le había traído una breve pero embarazosa celebridad? Entrecerró los ojos.

Devon no.

Este hombre tenía unos hombros ligeramente más anchos y una graciosa aura sobre él, como si estuviera burlándose de Gabriel para identificarlo. Quizá necesitaba oírlo hablar otra vez.

– ¿Está usted perdido, señor? -Gabriel preguntó, acercándose más.

– No -el extraño contestó con regocijo-. No pero como todo el mundo cree que lo estoy, agradecería si usted no los ilumina. Supongo que puedo contar con usted.

Gabriel buscó en su cerebro para situar esa voz.

– ¿Es usted parte de una broma que se me gastó?

– Puede que lo haya sido alguna vez -el hombre respondió con una irónica sonrisa.

– ¿Entonces eres un Boscastle?

– Sí. Y tú vas a casarte pronto, según tengo entendido.

– ¿Estás invitado a la boda? -Gabriel preguntó con indiferencia, intentando bajar la guardia del hombre para que así continuara hablando. Su máscara y la capa con capucha le hacían difícil poner una cara a esa actitud vagamente familiar.

– ¡Ay! no voy a poder asistir.

– ¿Vienes a jugar a las cartas, sin embargo? -Gabriel preguntó con curiosidad.

– En realidad no, estaba a punto de salir.

– ¿A través de la ventana de la habitación de su anfitrión y anfitriona? Eso no demuestra muy buenas maneras.

– No estoy seguro de que la Srta. Raeburn haya respetado los buenos modelas ella misma. O así he oído.

Gabriel asintió con la cabeza como si estuviera dentro de una conspiración.

– ¿En qué me estoy metiendo esta noche? No tienes que derramar el bol entero de sopa. Haré lo mejor para actuar como el chico retardado de la familia.

Una suave pisada retumbó fuera de la habitación. El hombre de la máscara miró hacia arriba bruscamente.

– No me reconoces, ¿verdad?

Una sospecha se levantó en la mente de Gabriel. No era uno de sus primos.

– ¿Dominic?-supuso-. ¿El marido de Chloe?

Ante la breve vacilación del hombre, ese recuerdo oculto se movió dentro de la mente de Gabriel de nuevo.

– ¿Eres parte de una broma? -le preguntó directamente-. Si es así más vale que termines con esto. Tomaré mi destino como un hombre.

El sibilante susurro de la seda detrás de la puerta podría haber sido desapercibido para hombres menos acostumbrados a robar a través de las sombras. Cuando eso sucedió ambos se giraron a mirar al unísono hacia la interrupción. El instinto inicial de Gabriel fue escapar. Pero entonces se recordó a sí mismo que por primera vez en una década, no había hecho nada que le exigiera huir u ocultar su presencia.

Era el invitado de honor en esta casa esta noche. La presencia del hombre junto a él todavía no había sido clarificada. Quizá no era un bromista después de todo. Quizá Merry tenía una inclinación por los enmascarados caballeros furtivos en su dormitorio. Ella tenía un apetito lujurioso, y de repente él comprendió lo torpe que sería explicar que estaba haciendo él allí dentro.

No tenía ningún deseo en absoluto de ser atrapado otra vez por Merry, o aún peor por otro invitado, quien comprensiblemente asumiría que Gabriel no estaba haciendo nada bueno. Iba a casarse en poco días. Alethea nunca creería que él era inocente. ¿Y quién la culparía?

– Pienso que debería irme- dijo con precipitación.

– Supongo que la señora está buscándote. Francamente, has sido invitado por ella. -Volvió la mirada al huésped enmascarado, quien se había lanzado furtivamente al vestidor-. Espera un minuto -murmuró-. No te atrevas a dejarme solo con la mujer que se ha tomado toda la molestia de invitarte a su cama.

Los hombros cubiertos del hombre se sacudieron por la risa.

– ¿Su cama? -Trabó la puerta del vestidor y se giró para abrir el marco de la ventana, que daba a un callejón repleto de pequeños carruajes, coches de alquiler y carros-. ¿Puedo pedirte un favor?

Gabriel dio unos pocos pasos acercándose, resoplando con regocijo. ¿Cómo demonios había terminado en este rollo?

– ¿Vas a saltar?

– Sí, lo haré. He disfrutado charlando contigo, pero me temo que tendremos que continuar nuestra conversación en otro momento. -El cerrojo crujió cuando fue manipulado por una palanca o la llave maestra. Gabriel miró a su alrededor y sólo entonces se dio cuenta de que dos de los cajones del armario chapeado no habían sido empujados hacia atrás correctamente en su sitio.

– Eres un ladrón -dijo con repugnancia-. No eres ningún amante ni eres parte de ninguna conspiración Boscastle.

El hombre rió de nuevo, apoyándose en el marco de la ventana.

– Quizá no la conspiración que tú pensabas. Es bueno verte de nuevo. Lamento no poder asistir a tu boda. Tu novia es muy bonita, según recuerdo. Sucede que lo has hecho bien por ti mismo.

Gabriel arrancó la daga de su bota.

– Y sucede que no suelo ser condenadamente cordial con un ladrón de casas.

– Tú, Gabriel… ¿en el lado de la rectitud moral? Me gustaría poder quedarme y descubrir como le sucedió eso al duro pequeño hermano que recuerdo con tanto cariño. Creo que estoy orgulloso de ti. Un día tendrás que explicarme como llegaste a esto.

– Hermano… tú. ¡Tú!

La puerta se abrió y una morena, también enmascarada y vestida con un elaborado traje estilo isabelino, se deslizó gradualmente por la habitación.

– ¿Dónde estás, demonio? -susurró ella en voz baja-. He estado buscándote toda la noche.

– No suena muy amistosa para ser una socia -Gabriel dijo irónicamente, inclinándose contra la pared.

– No me delates.

– El infierno que no lo haré. ¿Por qué debo ayudarte? Ni una maldita vez hiciste nada por mí.

– Te devolveré el favor. -Los dientes blancos del hombre destellaron con una mueca familiar, y Gabriel bajó su cuchillo.

– Tú bastardo. Eres el pícaro de Mayfair por el que me han estado echando la culpa.

– Encantador el verte, también, Gabriel.

Y la encapuchada figura se deslizó por una cuerda que había sido asegurada al travesaño, colgó durante dos segundos en el aire, después aterrizó en cuclillas sobre un carro lleno de heno.

Otro hombre emergió del callejón y saltó al carro para conducir un par de ponis moteados. Gabriel maldijo y miró a las sombras de la noche envolviéndolos hasta que sintió la inconfundible boca de una pistola clavarse en sus costillas.

– Gira lentamente con tus manos levantadas. Juro que te dispararé si saltas de otra ventana esta noche. ¿Cómo has cambiado tus ropas tan rápido?

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