Capítulo 14

Las escaleras desembocaban en una habitación cuadrada que tenía una bombilla colgada del techo. Nunca habría pensado que una luz eléctrica mortecina pudiera ser tan hermosa, pero aquella lo era. Indicaba que dejábamos atrás la cámara de los horrores subterránea y nos acercábamos al mundo real. Y yo estaba lista para irme a casa.

En la habitación de piedra había dos puertas: una enfrente y otra a la derecha. De la de delante surgía música, música de circo alta y estridente. La puerta se abrió; el sonido bullía a nuestro alrededor. Se vislumbraban colores vivos y centenares de personas congregadas. En un letrero ponía CASA DE LA RISA; era una especie de feria dentro de un edificio. Sabía dónde estaba: en el Circo de los Malditos.

Los vampiros más poderosos de la ciudad dormían bajo el Circo. Bueno era saberlo.

La puerta se empezó a cerrar, atenuando la música y el resplandor de los carteles. Vi los ojos de una adolescente que intentaba descubrir qué había al otro lado del umbral, pero la puerta se cerró.

Había un hombre apoyado en la puerta. Era alto y delgado, y vestía como un antiguo jugador de los casinos flotantes del Misisipí: chaqueta escarlata, cuello y pechera de encaje, y pantalón y botas negros. Un sombrero de ala ancha le ocultaba parte del rostro, que llevaba cubierto con un antifaz dorado; sólo se le veían la boca y la barbilla. Me miró fijamente con sus ojos oscuros.

Se pasó la lengua por los labios y los dientes: colmillos de vampiro. ¿Por qué no me sorprendía?

– Tenía miedo de que te fueras antes de verte, Ejecutora. -Tenía acento sureño. Winter se interpuso entre nosotros. El vampiro se rió con una risa parecida a un ladrido-. El musculitos cree que puede protegerte. ¿Quieres que lo haga pedazos para demostrarle que se equivoca?

– No será necesario -dije. Zachary se situó detrás de mí.

– ¿Reconoces mi voz? -me preguntó el vampiro. Hice un gesto de negación-. Han pasado dos años. Hasta que empezó todo esto, ignoraba que fueras la Ejecutora. Creía que habías muerto.

– ¿Por qué no vamos al grano? ¿Quién eres y qué quieres?

– Siempre tan ansiosa, tan impaciente, tan humana… -Levantó las manos, enguantadas, y se quitó el sombrero. Un cabello corto de color caoba enmarcó el antifaz dorado.


– Por favor, no empieces -dijo Zachary-. El ama me ha ordenado que la lleve hasta el coche sana y salva.

– No pienso tocarle un pelo… esta noche. -Los guantes retiraron el antifaz. Tenía el lado izquierdo de la cara lleno de huellas y cicatrices, como fundido. Sólo le quedaba entero y sano un ojo marrón, que se movía en un círculo de tejido cicatricial. Las quemaduras de ácido tienen ese aspecto. Sólo que no había sido ácido: había sido agua bendita.

Recordé cómo me había tenido aprisionada con el cuerpo contra el suelo, cómo me destrozó el brazo a mordiscos mientras yo hacía lo posible por mantenerlo alejado de mi cuello. El chasquido nítido del hueso cuando lo atravesó con los dientes. Mis gritos. Cómo me sujetó la cabeza hacia atrás y se dispuso a morder. Mi impotencia. No me acertó en el cuello; no llegué a saber por qué. Me hundió los dientes en la clavícula y la rompió. Me lamió la sangre, como un gato un plato de leche. Yo estaba tumbada bajo su peso y oía cómo me lamía la sangre. Aún no me dolían las fracturas, por la impresión. Empezaba a no sentir el dolor, a no sentir el miedo… Empezaba a morir.

Moví la mano derecha por la hierba y me topé con algo liso: cristal. Un frasco de agua bendita que había caído de mi bolso cuando lo vaciaron los siervos semihumanos. El vampiro no me miraba: tenía la cara sumergida en la herida. Exploraba con la lengua el agujero que me había hecho. Sus dientes rechinaron contra el hueso, y yo grité.

Se rió en mi hombro: se reía mientras me mataba. Abrí el frasco y se lo vacié en la cara. La carne hirvió. La piel se le abrió y burbujeó. Se arrodilló encima de mí- mientras se apretaba la cara y aullaba de dolor.

Creía que había quedado atrapado en aquella casa cuando se incendió. Había querido que muriera; deseé su muerte. Y había intentado olvidarlo, arrinconar el recuerdo en el fondo de mi mente. Pero allí estaba de nuevo: mi pesadilla favorita hecha realidad.

– Qué, ¿no gritas de terror? ¿No tiemblas de miedo? Me decepcionas, Ejecutora. ¿Acaso no admiras tu propia obra?

– Te di por muerto -dije con voz ahogada.

– Ya ves que no. Y ahora yo también sé que estás viva. Qué delicia.

Sonrió, y los músculos de su mejilla cubierta de cicatrices tiraron de la sonrisa hacia un lado, convirtiéndola en una mueca. Ni siquiera a los vampiros se les curan todas las heridas.

– Una eternidad, Ejecutora, una eternidad con esto. -Se acarició las cicatrices con una mano enguantada.

– ¿Qué quieres?

– Sé valiente, muchachita; sé todo lo valiente que quieras. Pero puedo sentir tu miedo. Quiero ver las cicatrices que te hice, ver que me recuerdas, como yo a ti.

– Te recuerdo.

– Las cicatrices, chica, enséñame las cicatrices.

– Si te enseño las cicatrices…, luego, ¿qué?

– Luego te vas a casa o adonde quieras. El ama ha dado órdenes terminantes de que no se te haga daño hasta que termines el trabajo que te hemos encargado.

– ¿Y después?

– Después te buscaré. -Sonrió haciendo gala de una dentadura reluciente-. Y me vengaré por esto. -Se tocó la cara-. Vamos, pequeña, no seas tímida. Ya te he visto y he probado tu sangre. Enséñame las cicatrices y el musculitos aquí presente no tendrá que morir para demostrar lo fuerte que es.

Miré a Winter. Tenía los enormes puños cruzados sobre el pecho. La espalda casi le vibraba de tensión por la inminencia del combate, pero el vampiro tenía razón: moriría en el intento. Me subí la manga rota. Un montón de cicatrices me decoraba la parte interior del codo; de allí partían cicatrices más pequeñas, que se entrecruzaban y fluían por todo el brazo como el delta de un río. La quemadura en forma de cruz ocupaba el único espacio libre de la parte interior de mi antebrazo.

– Me extraña que hayas podido volver a usar el brazo, tal como te lo dejé.

– La rehabilitación hace maravillas.

– Para mí no hay rehabilitación que valga.

– No -dije. El primer botón de la blusa me había saltado. Me desabroché otro y aparté la ropa para mostrarle la clavícula: estaba surcada por cicatrices que realzaban las líneas del hueso. Quedaban muy resultonas cuando iba en bañador.

– Bien -dijo el vampiro-. Hueles a sudor frío, muchachita. Me encanta saber que mi recuerdo te atormenta tanto como a mí el tuyo.

– Hay una diferencia.

– ¿Y en qué consiste?

– Tú intentabas matarme. Yo me defendía.

– ¿Y a qué habías venido a nuestra casa? A clavarnos una estaca en el corazón. Viniste a matarnos. Nosotros no salimos a buscarte.

– Pero habíais salido a buscar a veintitrés personas. Os estabais pasando, y había que deteneros.

– ¿Quién te nombró Dios? ¿Quién te dio permiso para ser juez y verdugo?

Suspiré profundamente y conseguí no temblar. Un punto para mí.

– La policía.

– ¡Bah! -Escupió en el suelo. Un chico fino-. Haz lo que tengas que hacer, chica, que después arreglaremos cuentas.

– ¿Ya me puedo ir?

– Por supuesto. Esta noche estás a salvo porque lo ha dicho el ama, ero ya cambiarán las cosas.

– Por la puerta lateral -dijo Zachary. Caminó casi de espaldas para no perder de vista al vampiro mientras nos alejábamos. Winter se quedó tras, para cubrirnos las espaldas. Animalito.

Zachary abrió la puerta. Hacía una noche cálida y pegajosa. El viento estival me abofeteó la cara, húmedo, denso y… maravilloso.

– Recuerda el nombre de Valentine -gritó el vampiro-. ¡Oirás hablar de mí!

Zachary y yo cruzamos la puerta, que se cerró a nuestro paso. No había picaporte en el exterior ni ninguna otra forma de abrirla. El billete era sólo de ida; qué gozada. Echamos a andar.

– ¿Tienes una pistola con balas de plata? -preguntó.

– Sí.

– Yo en tu lugar empezaría a llevarla.

– Las balas de plata no pueden matarlo.

– Ya. Pero, lo mantendrán a raya.

– Eso sí.

Anduvimos un rato en silencio. Parecía como si la cálida noche de verano nos estudiara con curiosidad entre sus manos pegajosas.

– Lo que necesito es una escopeta.

– ¿Vas a cargar con una escopeta todo el día? -preguntó mirándome.

– Si es de cañones recortados, me cabrá debajo de un abrigo.

– ¿En pleno verano de Missouri? Te vas a morir de calor. Ya puestos, ¿por qué no una ametralladora o un lanzallamas?

– Las ametralladoras tienen un ángulo de dispersión demasiado amplio, y le podría dar a algún inocente. Y los lanzallamas abultan demasiado y montan unos cristos que no veas.

Me puso una mano en el hombro para detenerme.

– ¿Alguna vez has usado lanzallamas contra un vampiro?

– No, pero lo he visto usar.

– Dios mío. -Miró al vacío un instante y añadió-: ¿Funcionó?

– De maravilla, pero era un poco bestia y quemó también toda la casa. Demasiado aparatoso.

– Me imagino. -Echamos a andar de nuevo-. Debes de odiar a los vampiros.

– No los odio.

– ¿Y por qué los matas, entonces'?

– Porque es mi trabajo y se me da bien.

Doblamos una esquina y vi el aparcamiento donde había dejado el coche. Tenía la impresión de haberlo aparcado hacía días, pero según el reloj sólo habían pasado unas horas. Era un poco como el desfase horario, pero en lugar de cruzar meridianos, uno se cruza con gente y pasan cosas. Demasiados acontecimientos traumáticos y la noción del tiempo se va a la mierda. Y me habían pasado demasiadas cosas en demasiado poco tiempo.

– Seré tu contacto durante el día. Si necesitas algo o quieres enviar un mensaje, aquí tienes mi número. -Me puso una caja de cerillas en la mano.

La miré. Ponía CIRCO DE LOS MALDITOS en letras rojo sangre sobre fondo negro brillante. Me la metí en el bolsillo.

Tenía la pistola en el maletero. Me la puse en la pistolera del sobaco; me daba igual no tener una chaqueta para taparla. Llevar una pistola a la vista llama la atención, sí, pero la gente no da la vara. A veces, incluso se echa a correr y abre paso. Para las persecuciones es ideal.

Zachary esperó a que estuviera sentada en el coche y se apoyó en la puerta abierta.

– No puede ser sólo un trabajo, Anita. Tiene que haber algo más.

Puse el coche en marcha y levanté la vista hacia sus ojos claros.

– Les tengo miedo. Destruir lo que se teme es muy natural.

– La mayoría de la gente se pasa la vida evitando lo que teme. Tú en cambio lo persigues; es una locura.

En eso tenía razón. Cerré la puerta y lo dejé en la calurosa oscuridad. Pero mi trabajo consistía en resucitar muertos y matar no muertos. Eso hacía y eso era. Si empezaba a cuestionarme los motivos, dejaría de matar vampiros. Así de fácil.

Aquella noche no me cuestionaba nada; todavía era cazadora de vampiros. Seguía siendo lo que me llamaban: era la Ejecutora.

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