Capítulo 30

Volví a poner el seguro de la pistola y me abroché el cinturón de seguridad. Phillip se desplomó en mitad del asiento, con las largas piernas extendidas a los lados del cambio de marchas. Tenía los ojos cerrados.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Willie.

Buena pregunta. Quería irme a casa a dormir, pero…

– Phillip necesita que le curen la cara.

– ¿Quieres llevarlo a un hospital?

– No es nada -dijo Phillip en voz baja. La voz le sonaba rara.

– Pero si estás hecho una piltrafa -dije.

Abrió los ojos y se volvió para poder mirarme. La sangre le resbalaba por el cuello, un reguero húmedo y oscuro que brillaba a la luz de las farolas.

– Tú acabaste mucho peor anoche -dijo.

Aparté la vista y miré por la ventana. No sabía qué decir.

– Ya estoy bien.

– Yo también me pondré bien.

Volví a mirarlo. Tenía los ojos fijos en mí. Por más que lo intentaba, no lograba descifrar su expresión.

– ¿Qué piensas, Phillip?

Volvió la cabeza para mirar al frente. Su cara era una silueta envuelta en sombras.

– Que me he enfrentado al ama. Lo he conseguido. ¡Lo he conseguido! -Su tono ganaba en fuerza y pasión a ojos vistas. Transmitía un orgullo feroz.

– Has sido muy valiente -dije.

– Sí, ¿verdad?

– Sí -convine con una sonrisa.

– Disculpad la interrupción -dijo Willie-, pero ¿adonde llevo este trasto?

– Déjame en el Placeres Prohibidos -dijo Phillip.

– Deberías ir al médico.

– Allí se ocuparán.

– ¿Estás seguro?

Asintió, hizo una mueca de dolor y se volvió para mirarme.

– Querías saber quién me daba las órdenes. Era Nikolaos. Y tenías razón: el primer día me encargó que te sedujera. -Sonrió, pero la sonrisa no resultaba muy convincente con tanta sangre-. Supongo que no era adecuado para la misión.

– Phillip… -dije.

– No te preocupes. No te equivocabas conmigo: estoy enfermo. No me extraña que no me desees.

Miré a Willie. Se concentraba en conducir como si le fuera la vida en ello. Hay que joderse, era más listo muerto que vivo. Suspiré, tratando de pensar qué decir.

– Phillip… El beso, antes de que… me mordieras… -Dioses, ¿cómo se lo decía?-. Me gustó.

– ¿Lo dices en serio? -Me lanzó una breve mirada y apartó la vista.

– Sí.

Un silencio incómodo se apoderó del coche. No se oía nada, salvo el roce de las ruedas contra el asfalto. Sólo había destellos de luces en la noche y la distancia que impone la oscuridad.

– Enfrentarte a Nikolaos esta noche ha sido lo más valeroso que haya visto nunca -dije-… y también lo más estúpido. -Soltó una risa entrecortada, de sorpresa-. Que no se repita. No me gustaría cargar con tu muerte.

– Ha sido decisión mía -dijo.

– Pero no te me vuelvas a hacer el héroe, ¿vale?

– Si muriera, ¿lo sentirías? -preguntó mirándome.

– Sí.

– Supongo que algo es algo.

¿Qué quería que dijera? ¿Esperaba que le confesara amor eterno o alguna tontería por el estilo? ¿Deseo eterno, a lo mejor? Tanto lo uno como lo otro habría sido mentira. ¿Qué quería de mí? Estuve a punto de preguntárselo, pero me corté. Me faltaron ovarios.

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