Los miembros de la expedición habían escuchado con un interés y un asombro crecientes la lectura de la carta de Trujánov. Cuando Kashtánov terminó reinaron unos instantes de silencio.
Todos reflexionaban en lo que acababan de escuchar, procurando ver en ello la explicación de los hechos y los fenómenos extraños observados en los últimos días.
— Ahora empiezo a ver las cosas claras — dijo Borovói con un suspiro de alivio-. Comprendo este sol en el cenit, el calor, el mamut, el rinoceronte, estas brumas eternas y las jugarretas de la brújula. Lo único que no logro explicarme todavía bien son las fantasías del barómetro:
— Es cierto. Casi todo se comprende ahora — confirmó Kashtánov-. Pienso que la bajada al orificio del globo terrestre comenzó al pasar el puerto de la cordillera Russki. La barrera de hielo constituye sin duda el borde extremo, pasado el cual nos hemos encontrado ya dentro de la depresión y nos hemos dirigido entonces hacia el Sur como nos lo indicaba la brújula, aunque sin cambiar de dirección. Luego hemos trepado a una meseta de hielos, hemos descendido la vertiente opuesta, llegando a la tundra junto a la extremidad de los hielos que forman las nieves invernales empujadas por el viento hasta la cavidad. El mamut, el rinoceronte y el toro prehistórico han sobrevivido aquí gracias a la temperatura moderada propicia para ellos y a la ausencia del hombre, su exterminador…
— Es cierto — aprobó Gromeko-. No hemos hecho más que descender a esta cavidad y hemos matado ya a tres de sus habitantes.
— Ese sol que vamos en el cenit debe ser el verdadero núcleo del globo terrestre, todavía en estado de incandescencia, que proporciona luz y calor a la superficie interior de la corteza, compacta y enteramente endurecida, de la que hasta hoy sólo conocíamos la superficie exterior. Ahora, gracias a la expedición Trujánov, podemos conocer, aunque sólo sea parcialmente, esta superficie interior que nos prepara sin duda muchos descubrimientos interesantes e inesperados, puesto que desde los primeros pasos hemos encontrado ya representantes de la flora y la fauna desaparecidos hace ya tiempo de la superficie exterior.
— Tendríamos que bautizar este país recién descubierto si no queremos estar siempre repitiendo «superficie interior». Porque esto no es ya la Tierra de Nansen — declaró Makshéiev.
— Claro, es demasiado vasto y está separado de la Tierra de Nansen por la barrera de hielos. Qué nombre le daríamos? — preguntó Gromeko.
— En este país siempre es de día. El astro disimulado en el centro de nuestro planeta parece corresponder a la idea que los pueblos antiguos tenían del dios del fuego escondido bajo tierra. Yo llamaría al astro Plutón* y, a la región, Plutonia — propuso Káshtánov.
También se inventaron otros nombres pero, después de una breve discusión, todos coincidieron en que Plutonia era el más adecuado.
— Ahora, una cuestión importante: ¿Nos conformamos con haber penetrado en la cavidad y haber explorado un trozo de Plutonia? ¿Volvemos alEstrella Polarpara comunicar a Trujánov la brillante confirmación de sus hipótesis? ¿O bien intentamos adentrarnos más en el país de la luz eterna?
Le contestaron varias exclamaciones:
— ¡Claro que vamos a continuar avanzando! ¡Hay que continuar avanzando mientras tengamos fuerzas y medios para ello? ¡Nos queda mucho tiempo todavía!
— También yo opino lo mismo — declaró Kashtánov-. Ahora bien, ¿cómo organizamos la exploración ulterior de Plutonia?
— Yo pienso — dijo Borovói— que cuanto más nos alejemos de las nieves y los hielos, que son resultado de la penetración del frío y de las precipitaciones de la parte exterior de la tierra, más subirá la temperatura. Los trineos, los esquís y los perros nos serán una carga inútil y debemos dejarlos aquí.
— A los perros no se los puede dejar solos. O sea, debemos seguir él consejo de Trujánov y separarnos. Dos de nosotros quedarán aquí porque para uno sería demasiado duro permanecer mucho tiempo en una soledad absoluta. Los dos que se queden con los perros, los trineos, los esquís y el material superfluo esperarán llevando a cabo observaciones en la tundra y al borde de los hielos. Si los demás no regresan para una fecha determinada, se volverán en un trineo llevando alEstrella Polarel informe de nuestros descubrimientos y servirán de guías a una nueva expedición enviada en busca del grupo desaparecido y encargada de proseguir la exploración de Plutonia.
— ¿Y cómo se las arreglan los «desaparecidos» para cruzar los hielos si llegan sólo un poco más tarde de la fecha fijada? — preguntó Makshéiev.
— Se les dejan dos trineos, esquís y un depósito de víveres aquí para el caso a que usted alude. Habrán de pasarse sin perros y tirar ellos mismos de los trineos, cosa no muy difícil, ya que los depósitos de víveres escalonados en el camino permiten reducir al mínimo la carga de los trineos.
Todos convinieron en que aquel plan era el más acertado, pero nadie quería quedarse en la tundra, en el umbral, como quien dice, de un país misterioso. Había que decidir quiénes eran, de los miembros de la expedición, los más necesarios para el viajé al interior. Ante todo, el zoólogo, el botánico y el geólogo, para quienes había poco que hacer en la tundra. De manera que Kashtánov, Pápochkin y Gromeko debían partir. Por otra parte, Igolkin, el único miembro de la expedición que formaba parte de ella sin fines científicos y cuyo cometido principal era cuidar de los perros, debía, naturalmente, quedarse en la tundra. Así pues, la elección quedaba sólo entre Borovói y Makshéiev.
Como cada uno cedía generosamente al otro su derecho a participar en la expedición, hubo que sortear. Borovói sacó el papelito que decía «quedarse» y Makshéiev el que decía «marchar».
Se discutió largamente la organización del grupo que iba a explorar el interior de Plutonia. Había que optar por un medio de transporte y, en consecuencia, decidir el bagaje que iba a llevarse. Incluso renunciando a las conservas con la idea de que la caza proporcionaría el alimento indispensable, los exploradores habrían de llevar cada uno una carga bastante pesada y, desde luego, era inútil contar con la existencia de senderos practicables.
— ¿Y si nos llevásemos unos cuantos perros para cargarles la impedimenta a lomos? Claro que los pobres animales no están acostumbrados a ello y, además, les molesta este clima tibio — dijo Gromeko.
— El proyecto es peco práctico — declaró Makshéiev-. Corremos el riesgo de perder estos animales, absolutamente indispensables para el regreso por los hielos. Yo propongo utilizar una fuerza mucho más poderosa y dócil que, además de cargar con nuestro bagaje, nos lleve también a nosotros.
— ¿Qué fuerza es ésa? — preguntaron los demás.
— La fuerza del agua. El río profundo que hemos encontrado hoy sin poder atravesarlo corre hacia el Sur, que es hacia donde nosotros debemos encaminarnos. En la impedimenta vienen dos pequeñas lanchas desmontables que debían servirnos para atravesar los espacios de agua libre durante nuestro viaje por los hielos. Como no las hemos necesitado hasta ahora, nos habíamos olvidado de ellas. Cada una puede llevar a dos personas. Nos montaremos en ellas. Llegados a la región forestal, haremos una balsa si las lanchas van demasiado cargadas y así navegaremos mientras nos lo permita el río.
— ¡Excelente idea! — exclamó Kashtánov.
— Es fácil y cómodo. No hay más que dejarse llevar, inspeccionando los alrededores y tomando notas — se entusiasmaba Pápochkin.
— Pero la tupida vegetación que cubre sin duda las orillas nos limitará el horizonte, de manera que navegaremos por un pasillo verde sin ver nada — observó Gromeko.
— ¿Y quién nos impide detenernos, salir a la orilla y hacer excursiones donde nos parezca interesante o necesario? Y también pasaremos la noche en la orilla — explicó Makshéiev.
— Y podremos hacer esas excursiones después de haber descansado, sin llevar una carga pesada. Nos sentiremos mucho más libres — dijo Pápochkin.
Kashtánov añadió:
— Las lanchas y la balsa nos permitirán recoger colecciones mucho más amplias. Porque no había de ser muy fácil llevar a la espalda esa carga, cada día mayor — observó Kashtánov.
— En fin, las lanchas nos pondrán al abrigo de los animales y los reptiles que vivan en los bosques y los pantanos. ¿Quién sabe las sorpresas que nos reserva todavía este misterioso país a cuyo interior nos dirigimos? — declaró Gromeko.
— En una palabra — concluyó Kashtánov —, que el consejo es excelente y se merece usted nuestra gratitud. Por eso propongo dar su nombre al río por el que vamos a navegar. Y ahora les invito a meterse en los sacos de dormir, o mejor dicho, a acostarse encima, porque la temperatura lo permite. Mañana haremos una excursión al sitio donde está el mamut y traeremos sobre los trineos la piel, los colmillos y una provisión de carne.
— ¿No habíamos dicho que trasladaríamos el campamento a aquel sitio? — recordó Pápochkin.
— No me parece muy conveniente. El río por donde vamos a navegar corre en dirección contraria y no creo razonable alejarse de él. Además, esta colina donde nos hemos instalado ofrece muchas ventajas: el suelo está seco, se ve desde lejos, se encuentra a una distancia suficiente del bosque habitado por fieras, se halla bastante cerca de los hielos y expuesta a los vientos, cosa muy importante para los perros cuando aumente el calor. Desde esta altura se puede divisar fácilmente a cualquier enemigo que se acerque.
— Sin contar que es muy cómoda para las observaciones meteorológicas y demás — añadió Borovói. Vamos a instalar en ella una verdadera estación y espero que mis barómetros se decidan a indicar las variaciones de la presión atmosférica
* Los griegos antiguos llamaban Plutón al dios del mundo subterráneo