Los viajeros desembarcaron para descansar en una vasta isla, casi toda ella de carácter estepario; sólo las márgenes estaban bordeadas en algunos sitios de arbustos y juncos. Montaron la tienda en el extremo septentrional de la isla, desde donde se veía el río, dividido en dos brazos de lo menos cien metros de ancho cada uno.
Después de la cena rompieron la calma unos ruidos que llegaban desde la margen opuesta del río: largos gritos que recordaban el rumor de una multitud humana y a veces eran cubiertos por ladridos entrecortados y aullidos.
De la espesura desembocó, rompiendo los juncos y apianando los arbustos, un pequeño rebaño de cuadrúpedos con pelaje rojizo salpicado de blanco, que se lanzaron al agua y nadaron hacia la isla. Tras ellos salió una jauría de animales abigarrados. Entre aullidos y ladridos, también se metieron en el agua, tratando de dar alcance a uno de los primeros que, sin duda extenuado, se que daba atrás.
A los pocos minutos, los animales perseguidos llegaron a la isla y desfilaron al galope cerca de la tienda. Parecían caballos, aunque no tenían apenas crines.
El último también logró llegar a la orilla antes que los carniceros, pero trepó difícilmente la cuesta y, arriba, fué rodeada por sus perseguidores, que aullaban y ladraban. Reuniendo sus últimas fuerzas, coceaba y mordía; sin embargo, aquella lucha desigual con una docena de enemigos no podía durar mucho. Los carniceros evitaban las golpes, pero, no rompían al cerco, esperando a que estuviera completamente agotado.
Intervinieron los hombres: tres disparos hechos contra la jauría abatieran a dos animales y pusieron en fuga a los demás. Pero la víctima, extenuada, no, podía ya gozar de su inesperada salvación. Agonizaba cuando los viajeros se aproximaron. Tenía en el cuello una enorme herida, abierta probablemente por los dientes de un carnicero en el primer ataque al rebaño y causa de la debilidad de la víctima, que había ido desangrándose en la carrera.
El examen de los carniceros muertos demostró a los cazadores que pertenecían.a la clase de los mamíferos primitivos.
Tenían el tamaño de un lobo de Siberia, aunque su cuerpo, así coma el rabo larga y fino, recordaban más bien el género de los félidos. El pelaje era, en el lomo y los flancos, de color parda con hayas transversales amarillas y también amarillo en el vientre. Las dientes, casi todos iguales, tenían aspecto de colmillos.
La víctima de los carniceros sólo merecía,con grandes reservas, el nombre de caballo Del tamaño de un asno fuerte, aunque más gracioso, tenía unas patas finas terminadas en cascas de cuatro dedos y no de uno como los caballos de verdad. Además, tres se hallaban en estado embrionario y sólo el del centro tenía el desarrollo normal.
Al examinar aquel extraño Caballo, Kashtánov y Pápochkin llegaron a la conclusión de que se hallaban cante un caballo primitivo, antepasado de los caballos contemporáneos y más semejante a un guanaco de América.
Al día siguiente continuó la región esteparia, verdadera sabana o pradera de alta hierba, con sotos y grupos de arbustos y árboles en las márgenes del río apacible y de las numerosas islas. En una de las islas más grandes los viajeros vieron un rebaño de titanoterios, animales intermedios del hipopótamo y el rinoceronte.
Los viajeros quisieron atracar un poco más abajo, entre unos matorrales, para deslizarse hasta los titanoterios y apoderarse de uno de ellos, pero se encontraron con un animal más curioso todavía, representante de los más antiguos paquidermos: un rinoceronte de cuatro cuernos que bebía con las patas de delante metidas en el río. Cuando la balsa se acercó a él, levantó su cabeza monstruosa y abrió una boca enorme como si quisiera, tragarse a visitantes importunos o, por lo menas; escupirles. De la mandíbula superior salían dos largos, colmillos amarillentos; entre los ojos se alzaban dos cuernos pequeñas divergentes y detrás de las orejas asomaban dos cuernos más, romos, parecidos a muñones.
Pero mientras los exploradores atracaron y cruzaron. sin ruido la espesura par a fotografiarlo, Raquel interesante animal había abandonado ya la margen y se alejaba trotando pesadamente. Kashtánov y Pápochkin le siguieron esperando que se detendría y entonces vieron en un clara vecina a un animal gigantesco que arrancaban las hojas de un árbol enorme a una altura de cinco metros. Por la silueta y el color de la piel parecía un elefante cuyo lomo se alzara a cuatro metros del suelo, pero la cabeza y el cuello larga se diferenciaban mucho de los de un elefante: la cabeza, pequeña comparada a la masa del cuerpo, recordaba la cabeza de un tapir con el labio superior alargado que servía al animal pana arrancar rápidamente las hojas por ramilletes.
— ¡qué monstruo! — murmuró Pápochkin-. Tiene cuerpo de paquidermo, cuello de caballo, cabeza de tapir y hábitos de jirafa.
— Pienso — observó Kashtánov— que hemos tenido la suerte de ver a un ejemplar raro del orden de los rinocerontes sin cuernos, cuyos restos se han descubierto recientemente en el Beluchistán, por lo cual este coloso — el mayor de los mamíferos terrestres— he recibido el nombre de beluchisterío. Vivió a finales del oligóceno o principios del mioceno.
— ¡Es efectivamente un coloso! — dijo el zoólogo admirado-. Me parece que podría pasar por debajo de su vientre sin inclinarme y doblando únicamente un poco la cabeza.
— Si se colocara junto a él a un rinoceronte indio adulto tampoco le llegaría con el lomo más arriba del vientre y podría pesar por cría suya.
— Es una lástima que no podamos colocarnos junto a él al retratarlo para la comparación — dijo Pápachkin manipulando el aparato-. Aunque parece un animal inofensivo, yo no me atrevería a acercarme: sin querer le puede a uno partir los huesos de una patada.
— Fotografíe usted el árbol sal misma tiempo que el animal, y después determinamos la altura del primero.
Los observadores aguardaron a que el beluchisterio se apartase un paco para calcular por medio de una brújula con alidada la altura del árbol. Luego midieron las huellas de las patas del animal que, comparadas a su talla, no eran muy grandes.
Al finalizar aquella jornada advirtieron en la orilla de una gran isla a una pareja de corifodones, grandes paquidermos que, por la forma del cuerpo, se asemejaban al titanoterio.
Al divisar la balsa, el macho levantó la cabeza y abrió unas fauces enormes en cada una de cuyas mandíbulas apuntaban dos colmillos bastante largos y agudos.
No fué posible desembarcar en la isla para la caza porque, poco más abajo, un carnicero grande estaba devorando alguna presa junto a la orilla. Al ver las embarcaciones se incorporó con un rugido feroz.
Tenía el cuerpo muy grande sobre unas patas cortas y bastante finas, el hocico alargada como el de un galgo y, por el tamaño, alcanzaba las dimensiones de un tigre grande. Los viajeros no se decidieron.a acercarse a él.
O sea, que aquel día no lograron cazar a ninguno de estas animales desconocidos.
Al día siguiente en las márgenes del río y en las orillas vieron caballos, titanoterios, rinocerontes de cuatro cuernos, antílopes, creodonos carniceros y otros animales. El aspecto general de la fauna, según Kashtánov, la ha— remontar sal terciario inferior.
Después del: almuerzo, los exploradores desembarca— para realizar una excursión al interior de la estepa a fin de ver el carácter que tenía lejos del río.
Cerca de uno de los lagos encontraron a un animalque llamó particularmente su atención. Igual que los demás herbívoros pacía tranquilamente la hierba jugosa.
Esta circunstancia tranquilizó a los cazadores, que habían empuñado ya sus escopetas, cuando, sal atravesar los arbustos para llegar a la orilla del lago, descubrieron de pronto aquel monstruo. Incluso General, ya acostumbrada a los animales extraordinarios, y que distinguía a la perfección las carniceros de las herbívoros, manifestó un gran susto y buscó auxilio, gruñendo, junto a las piernas de Makshéiev.
— Es un rinoceronte de tamaño colosal — murmuró Makshéiev, deteniéndose entre la maleza para no asustar al monstruo o irritarle.
Sin embargo, únicamente el pequeño cuerno que le crecía sobre el arranque de la nariz podía hacerle confundir a primera vista con un rinoceronte. Un par de grandes astas, largas y dirigidas hacia adelante, le daban semejanza con ciertos toros. En la demás, se distinguía tanto de los unos coma de las otros. El tamaño de la cabeza era desproporcionadamente grande comparado al cuerpo, alcanzando casi dos metros de largo. La parte trasera del cráneo se ensanchaba en una especie de abanico, que se hubiera podido confundir con unas enormes orejas separadas, pera que en realidad era sólo un adorno o una protección de lea mitad superior del cuello. Este abanico, recubierto de escamas pequeñas y bordeado de puntas cortantes, debía aumentar el peso, ya de por sí enorme, de la cabeza, y no dejaba al animal que la levantara. Las patas de delante eran mucho más cortas que las de detrás, de manera que el animal se movía levantando mucho la grupa. Cuando tenía la cabeza y las patas ocultas por le hierba hacía pensar en un montículo de casi cinco metros de altura. Su cuerpo macizo, recubierto de placas redondas más grandes en el lama y los flancos y menudas en la grupa, las patas y el vientre, terminaba en un rabo corto pero grueso que servía de apoyo.a la parte posterior del cuerpo. Desde el extremo del hocico, terminado en un pico aguda, hasta el nacimiento del rabo el animal tendría unas ocho metros.
— ¡Qué monstruo, pero qué monstruo! — murmuraba Gromeko contemplando, igual que sus compañeras, aquel animal extraordinario que avanzaba lentamente como una colina a lo largo de la orilla del lago, devorando la hierba y los arbustos.
— ¿Qué será? — preguntó Pápochkin.
— Debe ser un triceratops, de la especie de los dinosaurios — contestó Kashtánov —, a las que pertenecieron diferentes reptiles gigantes.
— Pero es un reptil? ¿Acaso ha habido reptiles astados? — preguntó Makshéiev.
— El grupo de los dinosaurios ofrece formas muy variadas de reptiles grandes y pequeños, tanta carniceros como herbívoros, que vivieron entre el triásico y el cretáceo.
— ¡De manera que nos encontramos ya en el triásico! — exclamó Pápochkin-. Y cuanto más avancemos río abajo más monstruos de éstos hemos de encontrar.
— Sólo pido que sean tan inofensivos como éste — observó Gromeko-. Porque no debe tener ninguna gracia encontrarse con un animal carnicero de estas dimensiones. Nos haría pedazos antes.de que tuviésemos tiempo de disparar.
— Los animales grandes suelen ser torpotes — objetó Kashtánov-. A mi entender el tigre macairodo es más peligroso que estos gigantes.
— Habría que hacerle levantar la cabeza — dijo Pápochkin-. O hacerle salir a un sitio más despejado. Le he hecho ya das fotografías, pero en ninguna se ve el hocico ni las patas.
— ¿Y si le disparamos un tiro? — propuso Makshéiev;
— No, porque huirá asustado a se lanzará sobre nosotros. Me parece que ni con una bala explosiva se le podría abatir fácilmente.
— ¡Vamos a azuzarle a General!
Costó mucho trabajo convencer al perro, que gruñía tembloroso, de que atacase.al monstruo. Por fin corrió a él con ladridos feroces aunque deteniéndose a prudente distancia. El efecto del ataque del perro fué absolutemente inesperado. El monstruo se tiró al lago levantando enormes surtidores de,agua, y desapareció entre el cieno removido.
Todas estallaron en carcajadas al ver.aquella fuga vergonzosa. Muy orgulloso de su victoria, General corrió
a la orilla y se puso a ladrar frenéticamente contra las aguas turbias, en leas que se formaban grandes círculos. A los pocos minutos aparecieron en el centro del lago las astas y el cuello del saurio que asomaba para respirar. Pápochkin tenía el aparato fotográfico preparado, pero hubo de limitarse a fotografiar la cabeza porque, al ver en la orilla a sus extrañes perseguidores, el animal volvió a sumergirse en cuanto respiró.
En otro lago General hizo salir de entre las malezas a toda una bandada de extrañas,aves. Alcanzaban el tamaño de un cisne muy grande, pero tenían el cuerpo más largo, el cuello más corto y un pico alargado y puntiagudo provisto de pequeños dientes cortantes. Nadaban y se zambullían muy bien para alcanzar las peces. Los viajeros lograron abatir uno.
Después de haberlo examinado, Kashtánov dijo que debía ser un hesperornis, ave dentada del cretáceo que, por la estructura del cuerpo, se asimilaba a los pingüinos contemporáneos. Las alas, en estado embrionario, se disimulaban por entero en un plumaje de aspecto piloso.