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Ojo que se le marca la Star bajo la americana, camarada, que la gente se asusta y con razón, luego ustedes se quejan si les llaman matones, le diré. Yo, Antoñito Faneca, para servir a Dios y a usted, pero nadie me llama por el nombre, antes me decían el hijo de la «Preñada» y luego el «Aventis». No el mentiras, sino el aventis, es otra cosa, usted de eso no entiende, camarada imperial, y no se extrañe: la política no le deja tiempo para nada, siempre por esas calles gastando zapatos y tachando nombres en su lista del cobro de cuotas, ya le veo, ya, siempre sirviendo a la patria amanecida, reclutando voluntarios para campamentos juveniles y recaudando impuestos en bares y tiendas, persiguiendo a los acaparadores y a los revendedores y denunciando la prostitución ilegal, un sacrificado, un ex cautivo, sí señor, un héroe que dio un ojo por la causa, le diré, pero el parche negro qué bien le queda, parece usted el almirante Nelson en Lady Hamilton, ¿no la ha visto?, pues no se la pierda aunque sea inglesa. Que no me guaseo, en serio, ya sé que usted hubiese preferido un ojo de cristal pero son muy caros, esperemos que un día le recompensen sus muchos y callados servicios, y a lo que iba: así me llamaban pero luego empezaron con eso de Sarnita, mire mis manos y mi cabeza rapada, señor, mire qué miseria, en casa somos muy pobres: un tísico, el abuelo cojo y con el tifus, una hermana puta y un hermano seminarista. Quedó atontado de las bombas y lo mandaron al seminario, allí al menos come caliente cada día. Charnegos, sí, pero honrados, de la provincia de Córdoba pero vinimos a Cataluña antes de la guerra, a un pueblo con una giralda, mi padre se hizo alcohólico y luego aquí en Barcelona siguió mamando y así hasta que ha cascado, usted le conocía, dicen que era un soplón de la bofia pero no era más que un hombre que no tuvo suerte en la vida. Y mi madre viuda y fregando suelos, precisamente ahora iba a verla, los lunes y los viernes se hace el cine Rovira y a veces le dan entradas gratis… Pues me he parado un momento para ver cómo se quema este carro de la basura, cuánta gente en los balcones, mire las llamas qué altas y qué humo más negro, llegan al balcón del segundo piso y menos mal que esta calle Verdi es bastante ancha, mire, ya desengancharon el caballo y le echan cubos de agua, vaya incendio, señor alcalde, alguien que tiró una colilla al carro, seguro, algún gitano o un pobre de pedir, cualquiera sabe. Apártese que saltan chispas y vaya pestucio echa este humo negro, se nota que hoy la gente come mierda. Últimamente hay bastantes incendios en el barrio, aunque pequeñitos, éste es el mayor que he visto; el otro día alguien tiró un misto encendido en la tintorería de la calle Martí y a punto estuvo de haber una explosión terrible que habría arrasado toda la manzana, eso dicen, debe tratarse de un maniático…

¿Yo qué voy a saber?, le diré, yo voy al cine a ver si le han dado entradas a mi madre y de paso me hago las tabernas por si vendo alguna postalita. No son pornográficas, sólo en colores, mire, a cinco céntimos la media docena y estas de purpurina y en relieve a diez, la docena por quince, a elegir, son bonitas para llevar en la cartera o para clavarlas con chinchetas en la pared. También tengo de la colección Los Salvadores de España, Mola, Varela, Yagüe, Queipo, todos, y vea esta del Fundador qué fermi: si la mira fijamente mucho rato y luego levanta la vista, verá la cara en el techo, lo dice aquí en las instrucciones. Y tengo un bloc de fotografías donde el Caudillo está saludando con el brazo en alto, fíjese, se hacen correr las hojas muy de prisa, así resbalando con el dedo, y se produce una película en movimiento con el brazo que sube y baja saludando, mire qué bonito como recuerdo. ¿Le interesa una Parker auténtica?, el cucurucho es de oro, una ganga, precio de amigo o mejor déme usted lo que quiera, hoy tengo un buen día, va, se la regalo, camarada, acéptela como prueba de mi amistad y mi respeto. Pregunte, le diré, pregunte si quiere, yo no tengo nada que ocultar. ¿Una chavala en el dispensario con quemaduras en las uñas y marcas de cinturón en la espalda?, yo no sé nada. ¿Torturas, la Gota de Agua, la Campana Infernal, la Bota Malaya, el Péndulo de la Muerte…? Usted ha visto Los Tambores de Fu-Manchú, camarada, esto sólo se ve en el cine y aun así es mentira, son dobles, le diré, nosotros somos de verdad y sólo vamos a Las Ánimas a estudiar catecismo y que nos den merienda, a veces a ensayar la función, pregunte al señorito Conrado que es nuestro guía y protector. ¿Que lo va pregonando esa catequista gorda, que dice que nos vio? Pero si es una retrasada mental, camarada, si de pequeñita tuvo una embolia, ¿que no sabe usted que no tiene mucho pesquis, pobrecilla, y que es una solterona amargada que anda por ahí diciendo que todo el mundo la quiere violar?

¿Trinxes, salvajes, degenerados nosotros, camarada imperial? ¿La peste del Guinardó, incontrolados, sin colegio, merecedores del Asilo Durán y del látigo, golfos sin entrañas y con navaja? Regístreme, señor, ni un cortaplumas llevo, le diré. ¿Que sembramos el terror en el barrio, que marcamos a las chavalas, las torturamos y les hacemos marranadas? Mire, si algunas vecinas se han quejado sepa usted que no es por eso, es por las guerras de piedras y el jugar con pólvora, balas y botes de carburo. Hemos roto algún cristal sin querer y hasta alguna señora puede haber recibido una pedrada que no era para ella, no lo niego, pero eso de azotar a las niñas con el cinturón, nada, y nadie puede decir que nos ha visto, eso dicen pero son calumnias inventadas por los finolis de Los Luises y los Hermanos, mariquitas que no nos pueden ver del miedo que nos tienen… ¿Que todos somos de la misma ralea, nosotros amigos de esos litris? Ni hablar, camarada, nunca podremos ser amigos, nosotros jugamos con pólvora y ellos con gusanitos de seda. ¿Pinzas de tender la ropa en los pezones de las chicas, un boniato crudo por, que las quemamos los pelitos del?, pero qué cosas, camarada, le diré, en qué país vivimos, fíjese si habrá hecho daño la guerra y el comer tantas farinetas que la gente anda con diarrea cerebral y viendo chekas en todas partes. Qué desgracia, qué vergüenza.

¿El trapero, dice usted, Java buscando a una meuca y cobrando sus buenos duros por denunciarla, y que ya sabe dónde está pero no lo dice para seguir cobrando? No es exactamente eso, señor. ¿Te marcaré, Ramona, aunque te escondas bajo tierra en el último rincón del mundo te encontraré y te marcaré, eso dicen que prometió Java solemnemente en el refugio con la mano sobre la calavera, y que esa catequista nos oyó secundarle en el juramento? Pues mentira y gorda, vaya, ni que fuéramos chulos del barrio chino. Yo no sé nada de furcias rojas ni azules, camarada, yo soy flecha. Pero en secreto, que no me gusta presumir, hoy día todo el mundo presume y hasta pintan las arañas en las esquinas los domingos a pleno sol para que todo el mundo los vea, los fanfarrones, pero a mí me gusta hacerlo de noche con los luceros porque el Fundador merece otro estilo, ¿verdad, camarada? Yo soy así, le diré, igualmente prefiero ir siempre a misa primera por no fanfarronear, y comulgo cada primer miércoles de mes, nada del viernes, te salvas lo mismo y es menos fachendoso, y además mi tío es de Abastos y portante del santocristo de Las Ánimas… ¡Palabra, no me achuche, no me pegue que soy hijo de viuda! Y ahora por qué me empuja, adonde me lleva, por qué me hostia si yo nunca toqué a esas niñas, por favor no sea abusón, que las chicas de la Casa de Familia nos están mirando, qué dirán si me pega, mire a la Fueguiña en primera fila de la terraza para no perder detalle, no se le escapa ningún incendio, ay, no me atice en la calabaza que me salta el azufre y después madre me riñe…

Está bien, sí, claro que la he visto, le diré si tanto le interesa, pero solamente una vez y de lejos, no necesita venir marcando con la Star para que cante: no lo que usted se imagina, porque en realidad Java la estuvo buscando por otro motivo que nadie sabe, camarada, le diré una cosa que yo sólo sé. Nunca lo adivinaría, frío frío, no me guaseo de un ex combatiente mutilado como usted, faltaría más, caliente caliente, por ahí: no hay nadie escondido en la trapería, el hermano de Java dicen que ha muerto en Francia, Era de esos del POUM que escaparon por pelos de una escabechina durante la guerra. Y ahí va esa cosa que yo sólo sé pero agárrese bien, camarada, no se me caiga de la sorpresa: ¿sabe usted de verdad por qué Java ha estado removiendo cielo y tierra para encontrar a una furcia?, no por encargo de nadie, no, no porque la buena de la señora Galán quiera regenerar a su antigua criada o porque su hijo esté interesado en vengarse de algo en lo que ella estuvo implicada, dicen, no, todo eso no es más que la fachada del asunto, pero ¿qué hay detrás de esa fachada?, hoy todo son rumores y embustes sobre denuncias y revanchas y hasta fusilamientos cada nuevo amanecer en la playa, dicen, patrañas inventadas por los rojos que aún quedan, camarada, ya sabe, diarrea cerebral de los que rabian impotentes porque lo perdieron todo en la guerra, la dignidad, la verdad, las agallas, el entendimiento y hasta la memoria verdadera perdieron. No, le diré: la buscaba para llevársela a su hermano cuando aún estaba aquí, señor, para que ella le hiciera compañía de vez en cuando en aquel escondrijo negro, ¿entiende?, no es fácil encontrar una fulana dispuesta a trabajar en esas condiciones y de hecho a Java le daba lo mismo que fuera ésta u otra cualquiera, pero su hermano se había encaprichado de Ramona y tenía que ser Ramona, ¿vale? Y ahora escuche con atención y no me interrumpa, no soy un bocazas, tenga un poco de paciencia, le diré, ¿vale?

Aquellas noticias que se iban convirtiendo en pajaritas de papel día tras día y noche tras noche, amontonadas en la trapería, fue lo primero que me extrañó. Luego, en sucesivas tardes invernales tan iguales y grises que se confundían en el recuerdo, cuando el frío invitaba a sumergirse en la montaña de papeles calientes de sucesos, cuando nuestras aventis nos hacían creer que la trapería era el ombligo del mundo, entonces, por encima del rumor de la lluvia y de la llamada lejana de la sirena de un buque, oíamos el paciente raspar de una lima, pasos sobre cáscaras de almendras, pasos repetidos e iguales, de enjaulado, una tos tabacosa y terriblemente solitaria, y, si estaba ella, susurros y jadeos y su risa nerviosa, de pronto, como un látigo. ¿Cómo pueden trabajar en esas condiciones y con alegría, cómo puede una puta acostarse con tanto cadáver? Está bien, dejemos eso. ¿Estuvo alguna vez en la trapería, usted?, le diré, y puede que diga sí, incluso es posible que tiempo atrás la hubiese registrado: porque también usted, cumpliendo órdenes, la está buscando, pero hágame el favor de atar cabos, le diré, todo el mundo anda tras ella por diversos motivos, pero usted reflexione, camarada, ate cabos y verá: parece un complot, a que sí.

Aquellas paredes desconchadas por la humedad y con restos de mujeres semidesnudas y republicanas, tiras de papel rasgado y con chinchetas oxidadas y fragmentos de muslos de Margarita Carvajal o Laura Pinillos arrancados de revistas, con futbolistas y boxeadores retirados o muertos desde el techo hasta el suelo, detrás de las pilas de papeles y trapos, aquella acumulación desesperada y juvenil de ídolos en pleno esfuerzo y chicas guapas en maillot, una exuberante alegría de vivir fragmentada y dispersa en las paredes como una memoria estrellada en caótica expansión, es todo cuanto nos legó aquel hombre al desaparecer con su pecho dicen que tatuado y sus ojos al parecer azules. Y no hay forma de borrar este ayer ilusionado, los recortes se adhieren al muro como una piel. Ni subiéndose a una silla ha conseguido la abuela arañar las imágenes más altas, casi bajo el techo, ni con el cuchillo atado a la caña de la escoba, raspando el yeso hasta tocar el ladrillo: tendrían que derribar la casa y sepultar con ella los sótanos y ni aun así lograrían destruir esta pobre memoria personal que seguiría flotando entre el polvo nauseabundo del derribo, entre las ruinas, la desolación y la muerte del gato y las ratas aplastadas en su huida, los despojos de una conciencia acorralada, la injustificable masacre sobre la que se asentaría el glorioso alzamiento del futuro edificio, camarada.

Y entre aquellas imágenes todavía a salvo de las uñas del miedo había una que nos obsesionaba, una foto hecha después de tomar al asalto una propiedad privada, con personajes desenfocados, amarillos, en actitudes remotas: milicianos de borrosa sonrisa famélica, con sus monos azules y sus fusiles y alpargatas, recostados en colchonetas, y él casi irreconocible, señalado con una cruz de tinta sobre la cabeza, con las cuencas de los ojos y las mejillas devoradas por una tiniebla, sin afeitar y despeinado, espatarrado como un gandul en el sofá de tela listada y con flecos, empuñando una pistola y con el gorro ladeado chulescamente. Sonriéndose burlón en medio del lujo, vengativo, una expresión como si fuera a escupir sobre algo: la gran alfombra que reproduce un cuadro famoso, la araña de cristal con cegadores cuellos de cisne o las cortinas color miel, le da lo mismo porque odia por igual todo eso que no es suyo y que no podrá serlo jamás. Un palacio, tal parece, convertido en campamento de gitanos: una sucia camisa cuelga del biombo anacarado, un par de calcetines harapientos se secan en las alas de un ángel de mármol y un pañuelo rojo en el alto respaldo historiado de una silla. Allí se ven, sobre la alfombra, en revuelto amontonamiento, los grandes cuadros al óleo y los dorados marcos y cornucopias, tallas de madera policromada y vajillas de plata, el botín que la patrulla tenía que llevarse pero que al final no se llevó, dicho por la abuela: en el último momento llegó un tal Nin, el jefe de patrulla, y dijo dejadlo todo como está, servirá de cebo para pescar a alguien que me interesa. Es una foto desdibujada, roída por la humedad, en la que las sombras ganan terreno a la luz día tras día y lanzan a las fosas nasales un olor a misterio y a ultratumba. Es el palacio del obispo saqueado, dice siempre Amén, al mirarla encaramado en lo alto de la pila de periódicos; el piso de la viuda en la calle Mallorca, dice el Tetas; no, el histórico Palacete de la Moncloa, afirma Mingo, y nunca nos ponemos de acuerdo, camarada, pero es lo mismo: una foto de compañerismo revolucionario, un recuerdo de la juventud impulsiva y libertaria, eso es todo, señor, a fin de cuentas él no era más que un pobre miliciano que cumplía órdenes. Dicho por Java con palabras o gestos de la abuela: que un día del mes de junio del treinta y siete, cuando la escabechina de los pañuelos rojos estaba en marcha, su hermano desapareció del mapa y ahí quedó la foto y esa hoja del calendario acumulando polvo, y que la abuela no ha querido arrancar.

Una mañana temprano Martín y el Tetas cazaron un gato y lo ahorcaron en la portería del campo de fútbol del Martinense, yo llegué cuando lo despellejaban y propuse llevarlo a la abuela Javaloyes: le sale de bueno con cebolla y papas tostaditas, parece conejo si le pone unas hojitas de laurel, ánimo, abuela, que hoy nos vamos a chupar los dedos, le dije. La vieja nunca se ríe ni suele hacernos caso ni mucho menos oírnos, pero ese día nos dijo por señas que la comida sería mañana domingo a la una. Martín y el Tetas no pudieron ir pero yo sí, toda la mañana estuve en mi parada de tebeos de la plaza del Norte y a la una me acerqué a la trapería, no estaba Java y el gato había desaparecido; sólo quedaban los huesos muy peladitos en dos platos con restos de papas que la abuela vaciaba en el cajón de la basura. Abuela, ¿se lo han zampado usted y Java solitos, sin esperarme?, que le digo, y pareció sorprendida, no me esperaba tan pronto. Qué mala jugada, abuela, yo no me merecía esto, ni la cola me habéis dejado. Entonces me fijé en el tenedor manchado de carmín, y también en el vaso, soy muy observador, camarada, no dije nada pero de pronto se me hizo todo claro: aquellas sortijas de hueso que Java vendía y las pequeñas limas de joyero que Mingo le traía del taller, tantos crucigramas y tantas pajaritas de papel por los rincones, el crujido de la mecedora y el tararí de la radio en las puntuales horas del diario hablado…

Gruñendo y con peor malauva que de costumbre, la abuela trajinaba en la cocina y al final me echó a la calle casi a patadas al tiempo que deslizaba una mandarina en mi bolsillo, la pobre. Esa tarde estuve en la Parroquia jugando al ping-pong después del catecismo y al salir ya de noche me dejé caer de nuevo por la trapería. Iba rumiando toda clase de soluciones al misterio, camarada, y recuerdo que me perdí. A mí me pasa una cosa rara, señor: conozco bien la ciudad pero en el barrio a veces me pierdo, confundo las calles. Por fin, al doblar la esquina del campo del Europa, vi el taxi parado ante la puerta y pensé que era la viuda con el alférez; pero en seguida vi a Java saltando del taxi para meterse rápido en la trapería. El taxi tenía la puerta abierta y ni siquiera paró el motor. Ella estaba preparada porque apareció en el acto y Java la ayudó a subir, fue la única vez que la vi en persona, camarada. No sabría decirle qué cara tiene, no pude fijarme; unos pelajos rubios y una boina, una gabardina gris, un bolso de larga correa colgando al hombro y una pierna con katiuska metiéndose velozmente en el coche. Java cerró la puerta y se quedó un rato allí viendo al taxi alejarse. Escondido en un portal, yo dejé pasar unos minutos y después entré a verle: Java estaba arrimando a la pared las pilas de diarios y revistas. Qué hay, dijo sorprendido al verme, y yo bromeando: ¿sabían que comían gato, legañoso, se lo ha dicho la abuela, o creían de verdad que era conejo? Pero contestó con una evasiva, el puta: cómo quieres que la abuela diga nada si es muda, animal, y yo: por señas, hombre. Y nos echamos a reír. Sabes andar solo por el mundo, Sarnita, me dijo, pero en el barrio te pierdes y en esta trapería ves visiones.

Así que era por eso, le diré, por eso la persiguió hasta encontrarla, ya le había traído otras pero ésa es la que más le gustaba, ¿qué tiene de raro?, imagínese lo que debe ser meses y años encerrado a oscuras y solo, ¿cuánto tiempo puede aguantar un rojo sin chingar, camarada, y perdone la expresión? Se veían pues para eso, a veces compartían un potaje de lentejas y un plátano, y luego fornicaban, señor, fornicaban.

Sus largas piernas forradas con medias negras se prolongaban más allá de las ligas, magníficas y escandalosas. En una época en la que escaseaban los grandes idilios y las pasiones devastadoras, porque lo primero era sobrevivir, él supo colocar a su puta sifilítica en el centro de sus sueños, de sus pesadillas y sus delirios de libertad: ella será su espía y su aventurera, su rubia platino, su mujer fatal, su triste marmota, su meuca barata y todo lo que podía permitirle una imaginación extraviada y resentida, insomne. No se acostaba jamás porque ya no conseguía dormir, tenía el colchón listado de rojo y blanco pero no lo usaba, se reclinaba en la mecedora y estaba horas meciéndose, golpeando el suelo con la punta herrada del bastón, reclamando la presencia de una nueva furcia siempre con la esperanza de que fuese ella o al menos se le pareciese un poco, ordenando que satisficieran sus urgentes necesidades, nuevas posturas, nuevos masajes en las piernas deformadas por la inmovilidad, etcétera. Su vida era una vida contemplada en un retrovisor que se aleja, que se hunde en la noche, despegada de él, como si no fuera la suya. Parece que se conocían de mucho antes, le diré que dicen, que él y otros milicianos ya la habían tratado cuando estaban de permiso y hasta quizá fueron novios, ésa tuvo muchos, a los quince años empezó a putear bajo la manta de un patrullero, dicen. Así que ya lo tiene usted aclarado: una vez al mes Java le traía a una furcia, no, no creo que ella le cobrara nada, ya le digo: era una cosa más bien romántica. Sí que es extraño, sí, ya no quedan putas así, tan generosas, ¡ay, por la salud de mi madre se lo juro, camarada imperial, es la pura verdad; ay, que me hace saltar las pupas de la closca!

Está bien, espere, sé más cosas pero conste que le he dicho la verdad. ¿Cómo si no pueden explicarse las visitas a la trapería que hacía la dueña del bar Continental, esa zorra que trafica con meucas? Pero hay más. Por si no me cree voy a contarle otra versión del asunto, otra historia del escondido y la raspa perseguida, un rumor que circula por ahí y que coincide con mi historia verdadera en casi todo y además trae lo de la cicatriz. ¿Sabía usted que tiene una cicatriz en el pecho izquierdo, camarada, sobre el corazón? ¿Sabe usted cómo y quién se la hizo? Pues dicen que su tío, cuando aún era jefe de patrulla, le concedió un día permiso para ir al frente a visitar a su novio, y que decidió aprovechar el viaje de la chica para hacer llegar un mensaje secreto muy importante, un trocito de microfilm. Ante el temor de que ella cayera en manos del enemigo hizo que un médico le cosiera la película bajo la piel, unos dicen que en el hombro muy cerca de la nuca y otros en el pecho izquierdo, esto no ha podido saberse de seguro pero es igual, ya verá, porque ella nunca pudo entregar el mensaje a Durruti, que dicen que por eso lo asesinaron. Cuando llegó al frente, su novio había muerto y los nacionales habían reconquistado Fuendetodos, avanzaban ustedes arrolladores y salvadores y ella no pudo conectar con otra persona para entregar el documento, esta persona dicen que era el hermano de Java con el cual "Ramona ya había follado en vida del novio, así que sola y asustada regresó a Barcelona pero tardó un año en ver a su tío, y cuando quisieron extraerle el trocito de película ya no lo encontraron. Le abrieron las carnes pero el celuloide había estado todo este tiempo viajando por su cuerpo bajo la piel, deslizándose sin hacer daño ni ruido hacia nadie podía saber dónde, y hasta le dijeron: quizá cerca del corazón y si es así vas lista, un día te lo pincha y adiós, al cementerio. Igual que lo del alférez Conrado, camarada, usted le conoce bien: también dentro de su cuerpo la metralla viaja, ya le ha paralizado las piernas y le ha torcido el espinazo y poco a poco le va destruyendo las células y los tejidos, pobrecillo héroe, el tiempo trabaja contra él y lo devorará en poco más de treinta años, qué tragedia para un vencedor del bolchevismo ir pudriéndose día tras día en su trono de ruedas, y bajo palio, qué putada, no somos nada.

Así que por fin un día Java encontró a la criada convertida en una cualquiera. El escondido preparaba su escapada a Francia en un buque de carga y había decidido llevarse aquel documento, nunca es tarde y puede serme útil, pensó, y fue ese día que vimos a la abuela tirando a la basura algodón y gasas manchadas de sangre, toda ella oliendo a alcohol: le quitaron el celuloide del hombro o del pecho, eso no se sabe de cierto; y debió ser allí mismo, en el cuartito tapiado, al abrazarle él tocaría casualmente con los dedos el bultito bajo la piel y decidió abrir cuanto antes, así le quedó una nueva cicatriz. Eso dicen pero yo no acabo de creerme la historia, camarada, yo creo que sólo buscaba compañía y acostarse con ella y que el trocito de celuloide sigue debajo de su piel, en alguna parte de su magreado cuerpo de fulana, quizás ha corrido tanto que ya está en su pierna o en el otro pecho, vaya usted a saber, puede que esté dando vueltas en su cintura y siga así eternamente. Siempre que la imagino trabajando debajo de algún tío, veo manos y manos recorriendo su blanca piel y palpándola despacio en busca del bultito, la costura, la señal, como si todos sus folladores fuesen espías o polis o falangistas, porque vamos a ver, ¿tanta importancia tiene esta furcia que todo el mundo anda tras ella?, le diré, todo esto parece un complot remoto e incomprensible, señor, una venganza viejísima cuyos motivos todos los complotados ya olvidaron.

En fin, que el marinero decidió un día abandonar su escondrijo, dicen, y embarcó para Marsella y fue a morir a Argeles en un campo de concentración, ahora se ha sabido: un atracón de garbanzos y de harina cruda, el pobre, vio unos sacos de reparto y no se pudo contener de hambre que llevaba, a puñados se lo zampó y allí mismo cayó con el estómago perforado. No, señor, no es de mentir que se me caen los dientes, ya no soy ningún crío; es por falta de cal, es de debilidad y del vino que mi padre llevaba en las venas. Pero mire, tengo un diente de plata que nunca se me caerá. Y si me hostia como al Tetas, pues espere, le diré, hombre, encima que le regalo una Parker auténtica, si averiguo algo más prometo decírselo, yo siempre estoy alerta. ¡Ay! déjeme ir con mi madre que me está esperando, juro que me portaré bien y no haré cochinadas con las niñas, lo juro, señor, adiós, le diré, vaya mierda de pluma que te llevas, desgraciado, que eres un lacayo de la cruzada y así se te pudra el ojo de cristal si es que algún día te lo conceden por los servicios prestados, que lo dudo, tuerto de mierda y en fin, camarada, sólo una cosa quería pedirle antes de irme: ¿me deja ver la Star, empuñarla un momentito? Pam pam, quién tuviera una igual.

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