—Bueno, bueno —dijo Sour Billy Tipton—. Viene derecho a nosotros, ¿qué le parece tanta amabilidad por su parte?
—¿Estás seguro de que es Marsh, Billy? —le preguntó Damon Julian.
—Mire usted mismo —dijo Sour Billy, tendiéndole el catalejo—. Allí, en la cabina del piloto de ese armatoste. No hay otro tipo tan gordo y lleno de verrugas. Me alegro de haberme preguntado por qué permanecía tanto tiempo detrás de nosotros.
Julian bajó el catalejo.
—Sí —asintió, con una sonrisa—. ¿Qué podríamos hacer sin ti, Billy? —Sin embargo, la sonrisa desapareció al instante—. Pero, Billy, tú me aseguraste que el capitán había muerto cuando cayó al río. Seguro que te acuerdas, ¿no, Billy?
Sour Billy le miró con cautela.
—Esta vez nos aseguraremos bien, señor Julian.
—¡Ah! —suspiró este—. Sí. Usted, piloto, cuando pase, quiero que nos quede a dos palmos del costado, ¿entendido, piloto?
Joshua York apartó la mirada del río un instante, sin aflojar la presión de su mano sobre la gran rueda del timón, negra y plateada. Sus fríos ojos grises se cruzaron con los de Julian a través de la oscuridad de la cabina, y bajó la mirada inmediatamente.
—Pasaremos rozándolos —contestó con voz inexpresiva.
En el sofá, tras la estufa, Karl Framm se estiró débilmente, se irguió y se levantó para acercarse a Julian, contemplando el río con ojos legañosos y medio muertos. Se movió lentamente, tropezando como un borracho o un débil anciano. Al verle, era difícil creer los problemas que había creado al principio, pensó Billy. Sin embargo, Damon Julian había tratado adecuadamente a Framm. El día que regresó al vapor con su excelente buen humor, sin darse cuenta de lo mucho que habían cambiado las cosas, el larguirucho piloto había estado ufanándose una vez más de que tenía tres mujeres, y Julian le había escuchado. A Julian le había divertido mucho saberlo.
—Ya que a las otras no las volverá a ver —le diría más tarde Julian a Framm—, tendrá también tres mujeres a bordo del barco. Después de todo, un piloto tiene sus privilegios…
Ahora, Cynthia, Valerie y Cara se ocupaban de él por turno, con cuidado de no beber demasiado de una vez, pero sí con regularidad. Al ser el único piloto con licencia, no podían dejarle morir, aunque fuera York quien se ocupara del timón casi siempre. Framm ya no era alto y poderoso, ni tampoco problemático. Apenas hablaba, arrastraba los pies al andar y tenía marcas y llagas por todos sus escuálidos brazos, así como una mirada enfebrecida en los ojos.
Con un ligero parpadeo al ver acercarse el achaparrado vapor de palas en popa, Framm pareció animarse un poco. Incluso sonrió.
—Se acerca —murmuró—, puede apostar a que se acercará más.
Julian le miró.
—¿Qué quiere decir, señor Framm?
—Nada —contestó éste—, salvo que viene directo a embestirle —sonrió otra vez—. Apuesto a que el viejo capitán Marsh tiene ese pequeño barco lleno hasta los topes de explosivos. Es un viejo truco del río.
Julian volvió de inmediato la mirada al río. El otro vapor se dirigía directamente hacia el Sueño del Fevre, vomitando fuego y humo como si nada.
—Miente —dijo Sour Billy—, siempre miente.
—Mire a qué velocidad se aproxima —siguió Framm. Era cierto. Con la corriente a favor y las palas a toda potencia, el pequeño vapor se les echaba encima como el mismo demonio.
—El señor Framm tiene razón —intervino Joshua York, al tiempo que giraba la enorme rueda, mano sobre mano, con una suave y rápida agilidad. El Sueño del Fevre desvió la proa bruscamente hacia babor. Un instante después, el otro barco se desvió en el sentido contrario, escapando de ellos a toda velocidad. Desde el Sueño del Fevre pudo leerse su nombre, en letras cuadradas y descoloridas: Eli Reynolds.
—¡Era un maldito truco! —gritó Sour Billy—. ¡Los ha dejado pasar!
—No habían explosivos —dijo Julian con un tono helado—. Joshua, acércanos a ellos.
York empezó a girar el timón de inmediato, pero era demasiado tarde; el barco de Marsh había aprovechado la oportunidad y se lanzaba adelante a sorprendente velocidad, con el vapor resoplando por sus válvulas de seguridad en forma de altos penachos blancos. El Sueño del Fevre respondió enseguida, poniendo en línea su proa, pero el Eli Reynolds ya quedaba a treinta metros a babor y los superaba claramente, río abajo, salvado de la encerrona. Mientras se alejaba, surgió del barco de Marsh un disparo cuyo ruido pudo oírse claramente incluso por encima del atronador rugido de los motores del Sueño del Fevre y del ruido de sus palas, pero no produjo daño alguno.
Damon Julian se volvió hacia Joshua York, ignorando la sonrisa de Billy.
—Te vas a encargar de alcanzarlos, Joshua, o haré que Sour Billy eche tus botellas al río, y padecerás la sed igual que nosotros, ¿me has comprendido?
—Sí —contestó York. Mandó que detuvieran las dos ruedas, movió la de babor adelante poco a poco, mientras la de estribor lo hacía marcha atrás. El Sueño del Fevre empezó a avanzar otra vez, ayudado por la corriente. El Eli Reynolds se alejaba veloz delante de él, con un salvaje batir de la rueda de popa, mientras de su chimenea salían chispas y llamas.
—Bien —dijo Damon Julian. Se volvió hacia Sour Billy—: Billy, me voy a mi camarote.
Julian pasaba mucho tiempo en el camarote, sentado, sólo en la oscuridad sin siquiera una vela, tomando coñac y con la mirada perdida en la nada. Cada vez le estaba dejando más el mando de la nave a Billy, igual que le había dejado llevar la plantación mientras él permanecía sentado en la oscura y polvorienta biblioteca.
—Tú quédate aquí —continuó—, y cuida de que nuestro piloto haga lo que le he dicho. Cuando cojamos a ese barco, tráeme al capitán Marsh.
—¿Y qué hay de los demás?—preguntó Billy, dubitativo.
—Estoy seguro de que ya pensarás en algo —dijo Julian sonriendo.
Cuando se hubo ido, Sour Billy volvió su atención al río. El Eli Reynolds había avanzado un buen trecho mientras el Sueño del Fevre completaba su maniobra y estaba ya a unos centenares de metros, pero era evidente que esa ventaja no le iba a durar mucho. El Sueño del Fevre se lanzaba hacia adelante como no lo había hecho en meses, con ambos ruedas a toda velocidad, los hornos rugiendo y las cubiertas temblando bajo el inmenso empuje de los motores. La distancia entre los barcos parecía disminuir a ojos vista. El Sueño del Fevre estaba prácticamente comiéndose el río. Marsh estaría visitando a Julian en apenas unos minutos. Sour Billy Tipton esperaba el momento con ansiedad, con auténtico placer.
Y entonces, Joshua York disminuyó la velocidad de la rueda de estribor y empezó a dar vuelta al timón.
—¡Eh! —protestó Billy—. ¡Está dejando que se aleje! ¿Qué está haciendo?—se llevó la mano a la espalda y sacó el cuchillo, blandiéndolo contra la espalda de York—. ¿Qué está haciendo?
—Sortear un obstáculo, señor Tipton —contestó fríamente Joshua.
—Vuelva inmediatamente al rumbo. Marsh no ha sorteado nada, y se aleja otra vez.
York ignoró la orden y Billy se irritó aún más.
—Vuelva, le digo.
—Hace un momento hemos pasado una cañada con un árbol cruzado en la bocana. Esa es la señal. En esta señal, tengo que desviarme. Si sigo recto, pierdo las aguas profundas y embarrancamos. Justo delante hay un gran peñasco sumergido, demasiado profundo para que se vea su rastro sobre el agua, pero no lo suficiente como para que no pueda desgarrarnos el casco. ¿No es cierto, señor Framm?
—No hubiera podido decirlo mejor.
Sour Billy los miró con aire suspicaz.
—No les creo —dijo—. Marsh no se ha desviado, y tampoco ha chocado con nada, al menos que yo haya visto —hizo brillar el cuchillo—. No dejaré que lo pierda —añadió.
El Eli Reynolds ya había puesto otros trescientos metros entre él y el Sueño del Fevre. Ahora empezaba a desviarse un poco a estribor.
—Vaya marinero —dijo Karl Framm con tono asqueado, refiriéndose a Billy—. Mire, ese barco que perseguimos es pequeño y no tiene apenas calado. Después de una buena lluvia, podría cruzar incluso media ciudad de Nueva Orleans sin enterarse siquiera de que ha dejado el río.
—Abner no es estúpido —añadió Joshua York—, y su piloto tampoco. Sabían que el peñasco estaba a demasiada profundidad para afectarles, a pesar del estado del río. Pasaron por encima de él con al esperanza de que nos lanzáramos tras ellos y naufragáramos. Por lo menos, nos hubiéramos quedado detenidos hasta el amanecer. ¿Lo ha entendido ahora, señor Tipton?
Sour Billy frunció el ceño y se sintió de repente como un estúpido. Apartó el cuchillo y Framm se echó a reír al verle. No fue más que una risa sofocada, pero lo suficiente para que Billy la oyera.
—Cierre el pico o llamo a las señoras —masculló Billy. Ahora le tocó a él echarse a reír.
El Eli Reynolds se había alejado un poco, pero todavía se olía en el aire su humareda y se alcanzaban a ver sus luces mortecinas a través de los árboles, al doblar los recodos. Sour Billy contemplaba las luces en silencio.
—¿Por qué le preocupa tanto que Marsh escape? —le preguntó tranquilamente York—. ¿Qué le ha hecho para que quiera hacerle daño, señor Tipton?
—No me gustan las verrugas —contestó con frialdad Billy—. Y Julian quiere atraparlo. Yo hago siempre lo que Julian desea.
—¿Qué podría hacer él sin ti?—continuó Joshua. A Sour Billy no le gustó el tono en que lo dijo, pero antes de que pudiera protestar Joshua York continuaba—: Te está utilizando, Billy. Sin ti, no sería nada. Tú piensas por él, actúas por él, lo proteges durante el día. Tú lo conviertes en lo que es.
—Sí —contestó Billy, orgulloso. Sabía lo importante que era, y le gustaba. En el barco aún era mejor. Tanto los negros que había comprado como la basura blanca que había contratado le tenían un miedo terrible, le llamaban “señor Tipton” y corrían a hacer lo que les ordenaba, sin siquiera tener que levantarles la voz. Al principio, algunos de los blancos se habían mostrado un poco rebeldes, hasta que Sour Billy le había abierto a uno el vientre y lo había hecho meter en un horno. Después de aquello, los demás se habían mostrado realmente respetuosos. Los negros no eran problema en absoluto, excepto en los muelles, cuando Billy los hacía encadenar a las esposas que tenía instaladas en la cubierta principal para impedir que escaparan. Aquello era mejor que ser capataz en una plantación. Los capataces eran basura blanca y todo el mundo los trataba con desconsideración. En cambio, en el río, el primer oficial de un barco era un hombre con posición, un oficial, alguien a quien se debía tener respeto.
—La promesa que Julian le ha hecho es falsa —continuó York—. Nunca será uno de nosotros Sour Billy. Pertenecemos a razas diferentes. Nuestra anatomía, nuestra carne, incluso nuestra sangre es distinta, Julian no puede transformarle a usted, por mucho que diga.
—Debe pensar que soy estúpido —le contestó Billy—. No necesito creer a Julian. Oigo lo que se dice, y sé que los vampiros pueden hacer a otros como ellos. Usted, York, era como yo hace un tiempo, diga lo que diga. Sólo que usted es débil y yo no. ¿Tiene miedo?
Tenía que ser aquello, pensaba Billy. York deseaba verle traicionar a Julian para que así Julian no lo convirtiera en uno de ellos, pues una vez lo fuera, sería más fuerte que York, quizá más incluso que Julian.
—Le doy miedo, Joshua, ¿no es verdad? Usted cree que es una maravilla, pero espere sólo a que Julian me haga uno de ustedes, y haré que se arrastre ante mí. Me pregunto cómo debe saber esa sangre suya. Julian lo sabe, ¿no es cierto?
York no dijo nada, pero Sour Billy sabía que le había dado en un punto doloroso. Damon Julian había probado la sangre de Joshua York una docena de veces desde aquella primera noche a bordo del Sueño del Fevre. De hecho, no había bebido de nadie más, “porque eres tan hermoso, querido Joshua”, solía decir con su pálida sonrisa, mientras le tendía el vaso a York para que lo llenara. Parecía que le divertía ver a Joshua sometido a él.
—Se está riendo de ti continuamente —dijo York al cabo de un rato—. Cada día y cada noche. Se ríe de ti y te desprecia. Piensa que eres repulsivo y ridículo, por muy útil que le resultes. Para él no eres sino un animal, y no dudará en arrojarte a un lado como tantos otros trastos cuando encuentre un animal más fuerte que le sirva. Se burlará de ti, pero para entonces estarás tan corrupto y tan podrido que aún le creerás, aún te arrastrarás ante él.
—Yo no me arrastro ante nadie —dijo Billy—. ¡Cállate y tráteme de usted! ¡Julian no me miente!
—Entonces, pregúntale cuándo piensa convertirte en vampiro. Pregúntale cómo piensa realizar el milagro, cómo hará pálida tu piel y cómo enseñará a tus ojos a ver en la oscuridad. Pregúntale a Julian si de veras crees que no miente. Y escucha, señor Tipton, escucha el tono de burla que tiene en la voz cuando habla contigo.
Sour Billy Tipton estaba furioso. Se sentía a punto de sacar la navaja y hundirla en la amplia espalda de Joshua York, pero sabía que éste se limitaría a volverse, y que a Julian tampoco le gustaría mucho.
—Muy bien —dijo—. Quizá se lo pregunte. El es más viejo que usted York, y conoce cosas que usted no conoce. Quizá vaya a preguntarle ahora mismo.
Karl Framm emitió una risilla y hasta York retiró la vista de la rueda del timón para sonreír burlonamente.
—¿A qué esperas entonces? —dijo—. Pregúntale.
Sour Billy bajó a la cubierta a preguntar. Damon Julian se había instalado en el camarote del capitán que había sido el de Joshua York. Billy llamó educadamente a la puerta.
—Sí, Billy —le llegó la tranquila respuesta. Abrió la puerta y entró. La sala estaba a oscuras, pero notó a Julian sentado a pocos palmos de él, en la oscuridad—. ¿Hemos cogido ya al capitán Marsh?
—Todavía no —contestó Billy—, pero pronto caerá, señor Julian.
—Bien, entonces, ¿por qué estás aquí, Billy? Te dije que te quedaras con Joshua.
—Tenía que preguntarle una cosa, señor —dijo Sour Billy, y repitió todo lo que le había dicho York. Cuando hubo terminado, el camarote quedó muy silencioso.
—Pobre Billy —dijo por último Julian—. ¿Todavía tienes dudas después de tanto tiempo? Si dudas, nunca llegarás a completar el cambio, Billy. Esta es la razón de que Joshua esté tan atormentado. Sus dudas le han dejado a medio camino, mitad amo y mitad ganado. ¿Comprendes? Has de tener paciencia.
—Quiero empezar —insistió Sour Billy—. Ya llevo muchos años aguardando, señor Julian. Ahora tenemos este vapor, y las cosas van mejor que antes. Quiero ser uno de ustedes. Usted me lo prometió.
—En efecto —dijo Damon Julian en tono de burla—. De acuerdo entonces, Billy, vamos a empezar, ¿te parece? Me has servido muy bien y, si tanto insistentes, no puedo negarme, ¿verdad? Eres tan listo que no querría perderte.
Sour Billy apenas podía creer lo que escuchaba.
—¿Quiere decir que va a hacerlo? —dijo, mientras pensaba para sí que Joshua York se iba a arrepentir mucho del tono que había utilizado.
—Claro, Billy. Te hice una promesa…
—¿Cuándo lo hará?
—El cambio no puede hacerse en una sola noche. Llevará tiempo transformarte, Billy. Llevará años.
—¿Años? —repitió Billy con desánimo. No esperaba tener que aguardar años. Según lo que había oído, no costaba tanto.
—Me temo que sí. Igual que pasaste lentamente de muchacho a hombre, también tienes que pasar ahora poco a poco de esclavo a amo. Nosotros te alimentaremos bien, Billy, y con la sangre conseguirás poder, belleza y velocidad. Beberás la vida y ésta fluirá por tus venas hasta que hayas renacido en la noche. Es un proceso que no puede hacerse con rapidez, pero en el que es posible conseguir los objetivos, como te he prometido. Tendrás la vida eterna, el dominio y la belleza, y la sed roja te llenará. Pronto comenzaremos.
—¿Cuándo?
—Para empezar, debes beber, Billy. Y para eso necesitamos una víctima —se echó a reír—. El capitán Marsh —dijo de repente—. El bastará para ti, Billy. Cuando capturemos el barco, tráele ante mí, como te he dicho que hicieras. Sano y salvo. Yo no le tocaré. Será tuyo, Billy. Lo dejaremos tado aquí, en el gran salón, y tú beberás de él noche tras noche. Un hombre de su tamaño debe tener dentro un montón de sangre. Te durará mucho tiempo, Billy, y te hará avanzar un buen trecho en el cambio. Sí, empezarás por el capitán Marsh, en cuanto sea tuyo. Captúralos, Billy. Hazlo por mí, y por ti mismo…