Capítulo 13

Fui al laboratorio de histología y le pedí a Denis que me facilitase los archivos de los casos 25906-93 y 26704-94. A continuación despejé la mesa derecha de la zona de operaciones para colocar mi carpeta de pinza y mi bolígrafo. Saqué dos tubos de vinilo polisiloxano y los coloqué ordenadamente junto con una pequeña espátula, un bloc de papel y un calibrador digital de precisión matemática.

Denis depositó dos cajas de cartón en un extremo de la mesa, una grande y otra pequeña, selladas y cuidadosamente etiquetadas. Levanté la tapa de la mayor, escogí fragmentos del esqueleto de Isabelle Gagnon y los extendí sobre la parte derecha de la mesa.

A continuación abrí la caja más pequeña. Aunque el cadáver de Chantale Trottier había sido entregado a sus familiares para que lo enterrasen, se habían conservado segmentos óseos como pruebas, procedimiento habitual en casos de homicidio que implican lesiones o mutilaciones del esqueleto.

Retiré dieciséis bolsas cerradas con cremallera y las deposité a mi izquierda; todas ellas estaban marcadas e indicaban la parte y lado del cuerpo a que correspondían: mano derecha; muñeca izquierda; rodillas derecha e izquierda; vértebras cervicales; vértebras torácicas y lumbares. Vacié cada bolsa y dispuse su contenido en orden anatómico. Los dos segmentos del fémur quedaron situados junto a sus porciones correspondientes de tibia y peroné para formar las articulaciones de las rodillas. Cada muñeca estaba representada por quince centímetros de radio y cubito. Los extremos de los huesos aserrados durante la autopsia aparecían claramente dentados: no se confundirían con los efectuados por el asesino.

Me acerqué el equipo de mezclas, abrí uno de los tubos y extendí una brillante cinta azul de material de impresión dental en la hoja superior y, junto a ella, otra cinta blanca del segundo tubo. Escogí un hueso del brazo de Trottier, lo coloqué delante de mí y cogí la espátula. Sin pérdida de tiempo mezclé el catalizador azul y la base blanca y amasé y revolví ambos ingredientes hasta formar una pasta homogénea. Recogí la sustancia en una jeringa de plástico y la extraje como la decoración de un pastel para cubrir la superficie de la articulación.

Deposité el primer hueso sobre la mesa, limpié la espátula y la jeringa, rompí la hoja utilizada y reinicié el proceso con otro hueso. A medida que cada molde se endurecía, lo retiraba, lo marcaba con el número del caso, su localización anatómica, lado y fecha y lo colocaba junto al hueso en el que había sido formado. Repetí el procedimiento hasta que junto a cada uno de los huesos que tenía delante de mí se encontró un molde azul elástico. Invertí dos horas en todo ello.

Seguidamente recurrí al microscopio. Adapté la ampliación y ajusté la luz de fibra óptica de modo que enfocara a través de la placa de visión. Con el fémur derecho de Isabelle Gagnon inicié un examen meticuloso de cada una de las pequeñas muescas y arañazos que acababa de moldear.

Las señales de los cortes parecían de dos clases. Cada hueso del brazo presentaba una serie de puntos bajos como zanjas que se extendían de modo paralelo a las superficies de la articulación. Los costados de las marcas eran lisos y descendían en declive hasta la base en ángulos de noventa grados. La mayoría de las incisiones tenían menos de seis milímetros de longitud y un promedio de centésimas de milímetro a lo ancho. Los huesos largos estaban rodeados de surcos similares.

Aparecían otras señales en forma de uve, más angostas, y que carecían de los costados angulares y la profundidad de las zanjas. Los cortes en forma de uve se extendían paralelos a los surcos de los extremos de los huesos largos, pero eran únicos en las cuencas de las caderas y en las vértebras.

Hice un diagrama con la posición de cada marca y registré su longitud, anchura y, en el caso de las zanjas, la profundidad. A continuación observé cada surco y su molde correspondiente desde arriba y en sección transversal. Los moldes me permitieron distinguir rasgos diminutos no fácilmente detectables al observarlos de modo directo en los huecos. Diminutos baches, incisiones y rasguños se extendían por las paredes y los fondos, y aparecían como negativos tridimensionales. Era como observar un mapa en relieve: las islas, terrazas y sinclinales de cada surco aparecían reproducidos en plástico azul brillante.

Los miembros habían sido separados en las articulaciones de modo que los huesos largos quedaran intactos. Con una excepción: las partes inferiores de los brazos habían sido cercenadas por encima de las muñecas. Al volver a examinar los extremos divididos en dos del radio y del cubito y advertir la presencia y posición de espolones aislados, analicé la superficie en sección transversal de cada corte. Cuando acabé con Gagnon repetí todo el proceso con Trottier.

En un momento determinado Denis me preguntó si podía guardar algo bajo llave, a lo que asentí sin apenas prestarle atención. No reparé en el silencio que reinaba en el laboratorio.

– ¿Qué hace aquí todavía?

La vértebra que retiraba del microscopio estuvo a punto de caérseme de las manos.

– ¡Por Dios! ¡No me haga esto!

– No sea susceptible. He visto la luz y decidí comprobar si Denis hacía horas extras cortando algo para entretenerse.

– ¿Qué hora es?

Recogí las restantes vértebras cervicales y las guardé en su bolsa.

Andrew Ryan consultó su reloj.

– Las seis menos veinte -respondió.

Metí las bolsas en la caja de cartón más pequeña y la tapé.

– ¿Ha encontrado algo útil?

– Sí.

Una vez cerrada la caja recogí los huesos pélvicos de Isabelle Gagnon.

– Claudel no concede gran importancia a esa cuestión de los cortes -comentó.

Era exactamente lo peor que podía haber dicho. Deposité mi carga en la caja mayor.

– Piensa que una sierra es una sierra -añadió.

Dejé ambos omóplatos en la caja y recogí los huesos del brazo.

– ¿Qué opina usted? -pregunté.

– ¡No sé qué decir, mierda!

– Usted, que es aficionado al bricolaje, ¿qué sabe de las sierras? -inquirí sin interrumpir mi tarea.

– Que cortan cosas.

– Bien. ¿Qué clase de cosas?

– Madera, arbustos, metal. -Tras una pausa añadió-: Huesos.

– ¿Cómo?

– ¿Cómo?

– Sí, ¿cómo?

Meditó unos momentos.

– Con dientes. El dentado va hacia adelante y hacia atrás y atraviesa el material.

– ¿Y qué me dice de las sierras radiales?

– Pues que cortan en redondo.

– ¿Rebanan el material o lo van reduciendo?

– ¿Qué quiere decir?

– ¿Están los dientes afilados en el borde o son lisos? ¿Cortan los objetos o los reducen de manera progresiva?

– ¡Ah!

– ¿Y cuándo lo cortan? ¿En el avance o en el retroceso?

– ¿Qué quiere decir?

– Usted dice que los dientes van hacia adelante y hacia atrás. ¿Cortan cuando retroceden o cuando avanzan? ¿En el impulso de avance o de retroceso?

– ¡Ah!

– ¿Están destinadas para cortar en la veta o al través?

– ¿Tiene eso alguna importancia?

– ¿Cuán separados se hallan los dientes? ¿Lo están de manera regular? ¿Cuántos hay en cada hoja? ¿Qué aspecto tienen? ¿Forman ángulo hacia adelante o hacia atrás? ¿Son puntiagudos o de borde cuadriculado? ¿Cómo están colocados en relación con el plano de la hoja? ¿Qué clase de…?

– De acuerdo, de acuerdo. Comprendo. Bien, hábleme de sierras.

Mientras hablábamos deposité los últimos restos de Isabelle Gagnon en la caja y la cerré.

– Debe de haber centenares de clases de sierras: tronzadoras, de corte longitudinal, podaderas, alternativas, caladoras, de cocinero, Ryoba, Gigli o de barra y de hueso. Y me refiero sólo a las manuales. Algunas funcionan impulsadas por energía humana, y otras, mediante gas o electricidad. Otras se mueven mediante acción recíproca o continua; unas, adelante y atrás; otras, con hoja rotatoria. Las sierran están destinadas para cortar diferentes tipos de materiales y efectuar distintas acciones en su proceso. Incluso si nos atenemos a las manuales, de lo que se trata en este caso, varían en cuanto a dimensiones y tamaño de la hoja y a espaciamiento y disposición del dentado.

Lo miré para comprobar si me seguía: en efecto, fijaba en mí sus azules ojos.

– Lo cual significa que las sierras producen incisiones características en materiales como el hueso. Los surcos resultantes son de diferente anchura y muestran ciertas pautas en sus paredes y fondos.

– ¿De modo que se podría especificar la sierra que cortó determinado hueso?

– No. Pero sí determinarse cuál sería la más probable.

El hombre asimiló la información.

– ¿Cómo sabe que se trata de una sierra manual?

– Las sierras eléctricas, que no dependen de la energía humana, suelen dejar cortes más constantes. Las muescas y las estrías tienen una pauta más homogénea. En cuanto a la dirección del corte, también es más uniforme: no se advierten múltiples giros como en las sierras manuales. -Tras meditar unos instantes, proseguí-: Y, puesto que no se exige gran energía física, suelen producirse muchos inicios en falso y más profundos. Por otra parte, como el instrumento es más pesado, o a veces porque la persona que trabaja imprime mucha presión al objeto que debe cortarse, las sierras eléctricas suelen dejar espolones cuando por fin cede la materia.

– ¿Y si manejara la sierra una persona muy fuerte?

– Acertada observación. La pericia y la fortaleza individuales son factores que hay que tener en cuenta. Pero las sierras eléctricas suelen dejar muescas al comienzo del corte puesto que la hoja ya se mueve al establecer contacto. Las mellas que se advierten en la salida también quedan más marcadas con esta clase de herramientas.

Hice una nueva pausa, pero en esta ocasión aguardó a que yo prosiguiera.

– Como las sierras eléctricas suelen transmitir mayor energía dejan asimismo una especie de pulido en la superficie del corte, lo que no suele suceder con las manuales.

Aspiré profundamente. Él aguardó para asegurarse de que ya había concluido.

– ¿Qué es un falso inicio?

– Cuando la hoja entra por vez primera en contacto con el hueso forma una especie de zanja o hendidura que produce bordes en la superficie de inicio del corte. A medida que la sierra avanza y profundiza, los bordes iniciales se convierten en paredes y la hendidura se transforma en un suelo definido, como si fuese una zanja. Si la hoja salta o se retira antes de atravesar todo su recorrido, la hendidura formada se conoce como un falso inicio. Un falso inicio contiene toda clase de información. Su anchura queda determinada por la anchura de la hoja de la sierra y de su dentado. Un falso inicio tendrá asimismo una configuración característica en sección transversal, y el dentado de la hoja acaso deje señales en sus paredes.

– ¿Y si la sierra atraviesa totalmente el hueso?

– Si el corte avanza por completo hasta el final, aún puede llegar a distinguirse parcialmente un espolón en el fondo de la hendidura. Se trata de una esquirla que queda en el borde del hueso por donde finalmente se rompe. Asimismo, en la superficie de corte pueden aparecer las huellas individuales de los dientes.

Saqué de nuevo a la luz el radio de la Gagnon, busqué un falso inicio en el espolón y proyecté el rayo de fibra óptica sobre él.

– Fíjese, aquí está.

Se inclinó y aplicó los ojos en la pieza ocular mientras ajustaba el botón de enfoque.

– Sí, lo veo.

– Observe el fondo de la hendidura. ¿Qué es lo que ve?

– Parece lleno de bultos.

– Exactamente. Esos bultos son islas óseas. Significa que los dientes de la hoja estaban situados en ángulos alternos. Esa disposición de dentado provoca un fenómeno conocido como deriva de hoja.

Levantó la cabeza del microscopio y me miró de modo inexpresivo. El ocular le había dejado circunferencias en torno a los ojos y tenía el aspecto de un nadador con gafas submarinas.

– Cuando el primer diente se clava en el hueso trata de alinearse con el plano de la hoja. Busca la línea central que sigue la hoja en su longitud. Al hincarse el siguiente diente trata de hacer lo mismo, pero se fija en dirección opuesta y la hoja se reajusta. Esto sucede a medida que cada diente entra en acción, por lo que las fuerzas que actúan en la hoja cambian de modo constante. De resultas de ello aparecen en la hendidura esa clase de derivas hacia adelante y hacia atrás. Cuanto más se fija el dentado, más se ve obligada la hoja a desviarse. Un dentado muy amplio provoca tanta deriva en su avance que deja material en el centro de la hendidura: islas óseas, bultos.

– Por las que se adivina cómo se torcían los dientes.

– En realidad se aprecia algo más que eso. Puesto que cada cambio de dirección de un diente lo provoca la introducción de otro, la distancia entre esos cambios de dirección permite conocer la distancia existente entre el dentado. Y, como las islas representan los puntos más amplios de deriva del hueso, la distancia de isla a isla es igual a la que separa dos dientes. Permítame mostrarle algo más.

Retiré el radio e inserté el cubito para que se iluminara la superficie de corte en el extremo de la muñeca y a continuación me aparté del microscopio.

– ¿Advierte esas líneas onduladas de la superficie?

– Sí, parece una tabla de lavar curvada.

– Eso se denomina armonía. La deriva de la hoja deja esos picos y valles en la pared del corte al igual que las islas óseas del fondo. Los picos e islas corresponden a los puntos más amplios de la deriva; los valles y fases estrechas del suelo a los puntos de deriva en que la hoja está más próxima a la línea del centro.

– ¿De modo que se pueden medir los picos y valles como las islas?

– Exactamente.

– ¿Cómo es que no veo nada más lejos de la hendidura?

– La deriva suele producirse principalmente al comienzo o al final de un corte, cuando la hoja está libre, no incrustada en el hueso.

– Tiene sentido.

Alzó la mirada: volvía a presentar las señales en torno a los ojos.

– ¿Podría adivinar algo acerca de la dirección? -inquirió.

– ¿Del golpe de la hoja o de su avance?

– ¿Qué diferencia hay?

– La dirección del golpe depende de si la hoja corta hacia adelante o hacia atrás. La mayoría de las sierras occidentales están designadas para cortar en su impulso; otras, las japonesas, al retirarlas. Algunas pueden cortar de ambos modos. El avance tiene que ver con la dirección en que se mueve la hoja a través del hueso.

– ¿Podría establecer la diferencia?

– Sí.

– ¿Qué tenemos entonces? -preguntó mientras se frotaba los ojos y trataba de mirarme al mismo tiempo.

Tardé unos momentos en responder, me masajeé la zona lumbar y cogí mi carpeta de pinza en la que hojeé mis notas para escoger los puntos más destacados.

– Los huesos de Isabelle Gagnon muestran algunos falsos comienzos. Las hendiduras miden poco más de un milímetro de ancho y presentan fondos que, en la mayoría de los casos, tienen algunos declives. La armonía está presente así como islas óseas, ambas mensurables. -Hojeé una página-. También se advierten algunas mellas de salida.

Aguardó a que prosiguiera. Al ver que no lo hacía, me preguntó:

– ¿Qué significa todo eso?

– Creo que nos encontramos con una sierra manual de dentado alterno, probablemente de unos cuatro dientes por centímetro, es decir, con una separación entre los dientes de dos milímetros y medio. El dentado es en bisel y la sierra corta hacia adelante.

– Comprendo.

– La deriva de la hoja es extrema y aparecen muchas mellas de salida, pero la hoja parece cortar de modo eficaz y limpiamente el material. Creo que debe de tratarse de un instrumento diseñado como una gran sierra alternativa. Las islas significan que el dentado tiene que ser muy ancho, para evitar ribetes.

– ¿A qué nos conduce esto?

Estaba casi segura de saber qué había producido los cortes, pero aún no estaba dispuesta a compartir mis pensamientos.

– Deseo consultar con alguien antes de llegar a una conclusión.

– ¿Algo más?

Volví a la primera página de mis notas y resumí las observaciones que había hecho.

– Los falsos comienzos se encuentran en las superficies anteriores de los huesos largos; las esquirlas aparecen en las caras posteriores. Eso significa que el cuerpo probablemente estaba tendido de espaldas cuando fue mutilado. Los brazos fueron separados en los hombros, las manos cortadas, las piernas amputadas en las caderas y las rodillas cercenadas en las articulaciones. La cabeza la separaron a nivel de la quinta vértebra cervical. En cuanto al tórax, se le practicó un corte vertical que profundizó hasta la columna vertebral.

– El tipo era un verdadero prodigio con la sierra -comentó Ryan.

– Es más complicado que eso.

– ¿Más complicado?

– También utilizó una navaja.

Ajusté el cubito y volví a enfocarlo.

– Eche otra mirada.

Se inclinó sobre el microscopio y no pude menos que reparar en que tenía un trasero bonito y apretado. «¡Por Dios, Brennan!, ¿en qué estarías pensando?»

– No es necesario apretarse tanto contra el ocular.

Se relajó un poco y cambió de posición.

– ¿Distingue las hendiduras de que hemos hablado?

– Sí.

– Bien, ahora fíjese en la izquierda y encontrará un tajo estrecho.

Permaneció en silencio unos momentos y ajustó el enfoque.

– Más bien parece una cuña. No es cuadrado ni tan ancho.

– Cierto: ha sido producido por un cuchillo.

Se levantó, de nuevo con sus gafas submarinas.

– Las marcas del cuchillo siguen una pauta diferente. Muchas de ellas son paralelas a los falsos inicios de la sierra; otras, incluso las cruzan. Asimismo son las únicas que he visto en la articulación de la cadera y en las vértebras.

– ¿Y a qué lo atribuye?

– Algunas marcas de cuchillo se encuentran sobre las marcas de la sierra y otras están debajo, de modo que probablemente el arma intervino antes y después de la sierra. Creo que el asesino cortó la carne con el cuchillo, separó las articulaciones con la sierra y concluyó con el cuchillo, tal vez para cortar los músculos o tendones que aún mantuvieran unidos los huesos. Salvo en el caso de las muñecas, atacó directamente a las articulaciones. Por la razón que fuera sólo aserró las manos por encima de las muñecas y pasó seguidamente a los huesos inferiores del brazo.

El hombre asintió.

– Decapitó a Isabelle Gagnon y le abrió el pecho valiéndose tan sólo del cuchillo. No aparecen señales de sierra en ninguna vértebra.

Guardamos silencio unos momentos mientras reflexionábamos en ello. Esperaba que asumiera todo aquello antes de dejar caer la bomba.

– También examiné a la Trottier.

Fijó en los míos sus brillantes ojos azules. Su enjuto rostro estaba tenso, estirado, como si se preparara a asimilar lo que me disponía a decirle.

– Es idéntico.

Tragó saliva y aspiró profundamente. Luego me habló con voz muy queda.

– Ese tipo debe de tener gas freón en las venas.

Ryan se apartó del mostrador al tiempo que el conserje asomaba la cabeza por la puerta. Nos volvimos a mirarlo y, ante nuestras sombrías expresiones, el hombre se marchó rápidamente. Ryan fijó de nuevo sus ojos en los míos y relajó los músculos de las mandíbulas.

– Transmítaselo todo a Claudel: ya tiene la comprobación.

– Antes debo comprobar un par de cosas más. Luego abordaré al capitán Amable.

Se marchó sin despedirse y yo concluí de recoger los huesos. Dejé las cajas en la mesa y salí del laboratorio. Cuando pasaba por la zona principal de recepción reparé en el reloj que estaba sobre los ascensores: eran las seis y media. En la calle comenzaban a parpadear las luces ante la llegada del crepúsculo. De nuevo estaba yo sola y el equipo de limpieza. Sabía que era demasiado tarde para llevar a cabo ninguna de las dos últimas cosas que me proponía, pero decidí intentarlo de todos modos.

Pasé ante mi propio despacho y por el pasillo hasta la última puerta de la derecha. En una plaquita se leía «Informática» y debajo aparecía claramente impreso el nombre de Lucie Dumont.

Había tardado mucho en conseguirse pero por fin estaban conectados el LML y el LSJ. En otoño del 93 se había logrado una completa informatización y se suministraban continuamente datos al sistema. Podían localizarse los casos corrientes, y los informes de todas las divisiones se hallaban coordinados en archivos originales. Los casos de años precedentes se incorporaban gradualmente a la base de datos. L'Expertise Judiciaire había entrado estrepitosamente en la era del ordenador, y Lucie Dumont se encontraba al frente de todo ello.

La puerta estaba cerrada. Llamé aun a sabiendas de que no habría respuesta. A las seis y media de la tarde hasta Lucie Dumont se había marchado.

Regresé cansinamente a mi despacho, y en mi directorio como miembro de la Academia Norteamericana de Ciencias Forenses encontré el nombre que estaba buscando. Consulté el reloj en rápido cálculo. Allí serían sólo las cinco menos veinte. ¿O las seis menos veinte? No estaba segura del meridiano en que se encontraba Oklahoma.

– ¡Diablos! -exclamé mientras marcaba el prefijo y el número locales.

Cuando me respondieron pregunté por Aarón Calvert. Con acento nasal y amistoso me informaron que hablaba con el servicio nocturno pero que gustosamente le transmitirían el mensaje. Dejé mi nombre y número telefónico y colgué sin saber todavía a qué hora había efectuado la llamada.

Aquello no marchaba bien. Permanecí unos instantes inmóvil lamentando no haber reaccionado antes. Descolgué de nuevo el teléfono y marqué el número de Gabby sin obtener respuesta. Al parecer ni siquiera su contestador se hallaba en funcionamiento. Intenté localizarla en su despacho de la universidad. El timbre sonó varias veces sin que nadie atendiera mi llamada: me disponía a colgar cuando llegó una voz a mis oídos. En efecto, eran las oficinas del departamento; no, no la habían visto. Asimismo llevaba varios días sin recoger su correspondencia. No, no era insólito puesto que estábamos en verano. Les di las gracias y colgué.

– Eliminado -dije hablando al vacío.

No había encontrado a Lucy, a Aarón ni a Gabby. «¡Dios, Gabby!, ¿dónde te encuentras?» No quería pensar en ello.

Di unos golpecitos en el bloc con el bolígrafo.

– Alta y afuera.

Seguí dando golpecitos.

– Cuarta y larga -añadí haciendo caso omiso de la metáfora.

Tiré el bolígrafo en el aire y le hice dar la vuelta.

– Doble falta.

Lo cogí y volví a tirarlo.

– Falta personal.

Otro lanzamiento.

– Hay que cambiar a otra estrategia.

Cogida. Lanzamiento.

– Hora de mantenerse firme y defender la posición.

Cogí el bolígrafo y lo retuve. Mantenerse firme. Miré el bolígrafo. Eso era: defender la posición.

– De acuerdo -exclamé.

Empujé hacia atrás mi silla y recogí el bolso.

– Trata de batear desde el lado contrario.

Me eché el bolso al hombro y apagué la luz.

– ¡Te acordarás de mí, Claudel!

Загрузка...