La mañana anterior llamé a Drew Kaplan antes de partir hacia Brooklyn. Su secretaria me dijo que estaba reunido y que me llamaría más tarde. Le dije que yo lo llamaría y eso fue lo que hice cuarenta minutos después, al salir del metro en Sunset Park. Entonces resultó que había salido a almorzar. Le dije a su secretaria que lo volvería a llamar.
Aquella tarde conseguí reunirme con una mujer que era amiga de la novia de Ángel Herrera. Tenía unos rasgos indígenas muy marcados y un rostro lleno de acné. Dijo que era una pena que Herrera tuviera que ir a la cárcel, pero que probablemente eso era mejor para su amiga, porque Herrera nunca se casaría con ella, ni siquiera viviría con ella, porque él consideraba que seguía casado con esa mujer que vivía en Puerto Rico.
– Y su mujer quiere el divorcio, pero él no lo acepta -dijo-. Así que mi amiga quiere quedarse embarazada, pero él ni la deja embarazada ni quiere casarse. No sé por qué quiere estar con él. Así que mejor para ella que lo encierren. Mejor para todos.
Volví a llamar a Kaplan desde una cabina y por fin pude hablar con él. Saqué mi libreta y le di la información que tenía. En mi opinión, no había nada interesante, excepto el hecho de que Cruz ya hubiera estado arrestado por homicidio, algo que, por otro lado, él ya debería haber sabido, como se apresuró a señalar.
– Esto no es la clase de información que se le pide a un detective privado. Y es cierto que eso no se puede presentar ante el tribunal, pero le podemos sacar algún provecho. Puede que te hayas ganado el sueldo con ese pequeño dato. Y con esto no intento desanimarte a que sigas indagando.
Pero cuando colgué el teléfono, no me sentía con muchas ganas de seguir investigando. Fui al Fiordo y me tomé unas copas, pero entonces un chaval larguirucho con una enorme mata de pelo rubio y un bigote rubio a lo Zapata entró e intentó convencerme para que echara una partida con él a la máquina de bolos. No me apetecía, ni tampoco al resto de los que estaban en el bar, así que acabó jugando él solo y fingiendo una borrachera de lo más escandalosa; supongo que lo hizo con la intención de hacernos creer que si nos animábamos a jugar contra él podríamos sacarle mucho dinero. El escándalo que estaba montado me obligó a salir de allí y acabé caminando en dirección a la casa de Tommy en Colonial Road.
La llave que me dio abrió la puerta delantera. Entré, esperaba encontrarme parcialmente la escena con la que se había topado el descubridor del cuerpo de Margaret Tillary, pero por supuesto, todo se había limpiado y ordenado después de que los del laboratorio y el fotógrafo hubieran terminado su labor.
Entré en las habitaciones del primer piso y encontré la puerta lateral que daba a un pasillo por el que se accedía a la cocina. Caminé por la cocina y por el comedor, intentando ponerme en la piel de Cruz y de Herrera mientras se movieron por las habitaciones de aquella casa vacía.
Pero con la diferencia de que entonces no había estado vacía. Margaret Tillary había estado arriba, en su dormitorio. ¿Haciendo qué? ¿Durmiendo? ¿Viendo la televisión?
Subí las escaleras. Algunos tablones del suelo crujieron bajo mis pies. ¿Lo habían hecho también la noche del robo? ¿Los había oído Peg Tillary y se había levantado? A lo mejor se había pensado que sería Tommy y había salido de la cama para recibirlo. O a lo mejor sabía que se trataba de otra persona. Algunas personas reconocen las pisadas tanto que las de un intruso pueden despertarles del sueño al no resultarles familiares.
La habían matado en su dormitorio. ¿Habían subido las escaleras, abierto la puerta y se habían encontrado allí a una mujer encogida de miedo antes de apuñalarla? O a lo mejor ella había abierto la puerta de la habitación esperando encontrarse detrás a Tommy, o tal vez no; tal vez la había abierto sin pararse a pensar, decidida a enfrentarse al ladrón, indignada por la invasión a su hogar y como si esa misma indignación pudiera servirle como arma.
Después habría visto el cuchillo en la mano del ladrón y había vuelto a entrar en la habitación caminando hacia atrás, quizá había intentado cerrar la puerta, pero él habría entrado tras ella, y a lo mejor ella gritó y él la agarró para hacerla callar y…
Seguía viendo a Anita huyendo de un cuchillo; seguía viendo esa escena representada en nuestro dormitorio en Syosset.
Qué estúpido.
Me dirigí a las cómodas. Abrí los cajones y los cerré. La de ella era larga y baja. La de él era una cómoda alta, del mismo estilo de la Provenza a juego con la cama, la mesilla de noche y el tocador con espejo. Abrí y cerré los cajones de la cómoda de Tommy. Se había dejado mucha ropa allí, pero seguro que tenía mucha más que sí se habría llevado.
Abrí la puerta del armario. Ella podía haberse escondido allí dentro, aunque no parecía un lugar demasiado cómodo. Estaba lleno, la balda estaba cargada de cajas de zapatos y la barra llena de perchas con ropa. Él debía de haberse llevado algunos trajes y chaquetas, pero la ropa que se había dejado allí era mucho más de la que yo tenía.
Había botes de perfume sobre el tocador. Destapé uno y lo olí. Tenía aroma a lirios del valle.
Estuve en la habitación un buen rato. Hay gente que percibe cosas mediante el tacto y que se dedica a tocar cosas del escenario del crimen. Y, tal vez, en realidad todos somos capaces de percibirlo, pero hay unos que pueden interpretar exactamente qué les está comunicando el objeto en cuestión. No tuve la impresión de recibir ningún tipo de vibración; ni de la habitación, ni de la ropa, ni de los muebles. El olfato es el sentido que está más directamente relacionado con la memoria, pero lo único que me recordó su perfume fue que una tía mía olía a ese mismo aroma floral.
No sé qué pensé que estaba haciendo allí.
En la habitación había un televisor. Lo encendí y lo apagué. Tal vez ella lo había estado viendo y por eso no había oído al ladrón hasta que él abrió la puerta de su dormitorio. Pero, en ese caso, ¿no habría él oído la televisión? ¿Por qué habría entrado en la habitación si sabía que había alguien dentro cuando perfectamente podría haber robado sin que lo descubrieran?
Por supuesto, cabe la posibilidad de que tuviera una violación en mente. Pero en la autopsia no se habían encontrado signos de violación, aunque eso difícilmente demostraba que no se hubiera producido un intento. A lo mejor él había sentido placer sexual al cometer el asesinato, a lo mejor le había excitado ese acto de violencia, a lo mejor…
Tommy había dormido en esa habitación, había vivido con la mujer que olía a lirios del valle. Lo conocía de los bares, lo conocía por llevar una chica del brazo y una copa en la mano. Y también conocía su risa, esa que retumbaba por las paredes. Pero no lo conocía como la persona que había dormido en una habitación como esa, que había vivido en una casa como esa.
Entré y salí de las otras habitaciones del segundo piso. En lo que se suponía que era el salón de esa planta había fotos en marcos de plata agrupadas sobre un fonógrafo hecho de madera de caoba. Había fotografías de la boda con Tommy vestido de esmoquin y la novia de blanco con su ramo de flores blancas y rosas. En la foto, Tommy aparecía delgado e increíblemente joven. Llevaba el pelo rapado, lo cual resultaba demasiado extravagante para el año 75 y chocaba con la vestimenta tan formal.
Margaret Tillary (que, a lo mejor, aún era Margaret Wayland cuando se tomó esa foto), había sido una mujer alta y de rasgos duros. La miré e intenté imaginarla con más edad. Probablemente habría engordado con el paso de los años. A la mayoría de la gente le pasaba.
El resto de las fotos eran principalmente de gente que no reconocía. Familiares, supongo. No vi ninguna del hijo del que Tommy me había hablado.
Una puerta daba al armario de la ropa blanca. Otra, al cuarto de baño. Y una tercera a las escaleras que llevaban al tercer piso. Allí arriba había una habitación con una ventana que ofrecía una buena vista del parque. Acerqué un sillón cuyo asiento y respaldo estaban bordados y observé el tráfico de Colonial Road y un partido de béisbol que se estaba jugando en el parque.
Me imaginé a la tía sentada donde estaba yo, contemplando el mundo a través de su ventana. Si había oído su nombre, no lo recordaba, y cuando pensé en ella la imagen que me vino a la cabeza fue la de la típica tía mayor: una mezcla de las caras femeninas que había visto abajo, en las fotografías, con rasgos de algunas de mis tías. Ella estaba muerta, esa tía sin nombre y con un físico creado por mi imaginación. Su sobrina también lo estaba y, en no mucho tiempo, la casa se vendería y otra gente viviría en ella.
Y sería un gran trabajo eliminar las huellas de la ocupación de los Tillary. La habitación y el baño de la tía ocupaban un tercio de la tercera planta; el resto era un enorme espacio abierto utilizado como almacén, con baúles y cajas de cartón colocados bajo el tejado a dos aguas junto con muebles que ya no servían. Algunos estaban tapados con telas. Otros no. Todo estaba ligeramente cubierto por una capa de polvo; polvo que se podía oler en el aire.
Volví a la habitación de la tía. Sus ropas seguían en la cómoda y en el armario y sus artículos de tocador en el armario del baño. Como no necesitaban la habitación, lo más fácil debió de ser dejarlo todo como estaba.
Me pregunté qué habría sacado Herrera. Así fue como entró por primera vez en la casa, llevándose algunos trastos después de la muerte de la tía.
Me volví a sentar en el sillón. Podía oler el polvo de la habitación que servía como trastero y el aroma de las ropas de la señora mayor, pero aún tenía metido en la nariz el aroma a lirios del valle y ese aroma predominaba por encima de todos los demás. Me empezó a resultar empalagoso y deseé que se desvaneciera. Me parecía estar oliendo el recuerdo del aroma más que el aroma en sí mismo.
En el parque de enfrente, dos niños jugaban con un tercero que corría entre ambos intentado atrapar el balón de rayas que se estaban pasando. Me incliné hacia delante y apoyé los codos sobre el radiador para observarlos más detenidamente. Pero me cansé del juego antes que ellos. Dejé el sillón de cara a la ventana, salí y bajé las escaleras.
Estaba en el salón, preguntándome qué tendría Tommy para beber y dónde lo guardaría, cuando alguien se aclaró la garganta unos metros detrás de mí.
Me quedé helado.