Todo esto sucedió hace mucho tiempo.
Era el verano del 75 y en mi memoria lo guardo como un año en el que no sucedió nada demasiado importante. Nixon había dimitido un año antes y en el siguiente se producirían la convención y las campañas, las olimpiadas y el bicentenario.
Mientras, Ford estuvo en la Casa Blanca y su presencia resultó curiosamente reconfortante, por no decir terriblemente convincente. Un tipo llamado Abe Beame estuvo en Gracie Mansion, [6] aunque jamás me dio la sensación de que él se creyera realmente alcalde de Nueva York, al igual que no creo que Gerry Ford se creyera mucho que era el presidente de los Estados Unidos de América.
Se dio un momento en el que Ford se negó a ayudar a la ciudad a superar una crisis económica, y el News plasmó en uno de sus titulares: «Ford le ha dicho a Nueva York: ¡Vete al infierno!».
Recuerdo aquel titular, pero no recuerdo si apareció antes, durante o después de ese verano. Leí ese titular. Casi siempre leía el News, lo compraba bien temprano en el camino de vuelta a mi hotel o le echaba un vistazo más tarde durante el desayuno. También leía el Times y en alguna ocasión podía leer el Post por la tarde. Nunca le prestaba demasiada atención a las noticias internacionales ni a los asuntos políticos, ni a nada aparte de los deportes y el crimen, pero al menos me mantenía parcialmente informado de lo que ocurría en el mundo. Y resulta gracioso cómo todo eso se ha esfumado.
¿Qué recuerdo? Bueno, tres meses después del asalto al Morrissey's, Cincinnati se impuso a los Red Sox en una serie de siete juegos. Recuerdo eso y también recuerdo el home run de Fisk en el juego número seis y a Pete Rose dejándose la piel como si el destino de la humanidad dependiera de sus lanzamientos. Ninguno de los equipos de Nueva York llegó a las finales, pero aparte de eso, no podría contaros cómo les fue y eso que sé que fui a ver seis partidos. Llevé a mis hijos al estadio Shea un par de veces y también fui con mis amigos. El estadio de los Yankees estaba siendo remodelado ese año, y los Mets y los Yankees jugaban en el Shea. Billie Keegan y yo estábamos viendo jugar a los Yankees y recuerdo que se detuvo el partido porque unos idiotas estaban tirando basura al campo.
¿Estaba ese año Reggie Jackson con los Yankees? En el 73 todavía jugaba en Oakland para Charlie Finley. Recuerdo que los Mets perdieron. Pero, ¿cuándo lo compró Steinbrenner para los Yankees?
¿Qué más…? ¿Boxeo?
¿Luchó Ali aquel verano? Vi el segundo combate contra Norton por circuito cerrado, aquel en el que Ali salió del cuadrilátero con la mandíbula rota, pero eso fue por lo menos un año antes, ¿no? Y después había visto a Ali muy de cerca, al estar junto al cuadrilátero en el Garden. Earnie Shavers había luchado contra Jimmy Ellis y lo había noqueado en el primer asalto. ¡Por Dios santo! Recuerdo el puñetazo que acabó con Ellis, recuerdo la expresión de la cara de su esposa que estaba sentada a dos filas de mí, pero no recuerdo cuándo sucedió.
En el 75 no fue, de eso estoy seguro. Ese verano debí de ir a los combates, pero me pregunto a quién vi.
De todos modos, ¿importa eso? Yo creo que no. Si importara, podría ir a la biblioteca y echarle un vistazo a los archivos del Times o a un almanaque de aquel año. Sin embargo, sí recuerdo todo lo que necesito recordar.
Skip Devoe y Tommy Tillary. Cuando pienso en el verano del 75, son sus caras lo que veo.
¿Eran amigos míos?
Lo eran, pero hay que matizar. Eran amigos del bar. Rara vez los veía (o veía a alguien en aquellos días) en un lugar que no fuera un bar lleno de extraños que se reunían para beber alcohol. Por supuesto, por entonces, yo todavía bebía y me encontraba en un punto en el que el alcohol me ayudaba (o eso parecía) más de lo que me perjudicaba.
Un par de años antes, todo mi mundo se había estrechado hasta quedar reducido a unas cuantas calles al sur y al este de Columbus Circle. Había dejado mi matrimonio después de doce años de casado y de dos hijos, y me había mudado de Syosset, en Long Island, a mi hotel, que estaba en la Cincuenta y Siete Oeste entre la Octava y la Novena Avenida. Había dejado el Departamento de Policía de Nueva York prácticamente a la vez, después de haberle dedicado casi los mismos años. Me mantuve, y mandaba cheques a Syosset con irregularidad, haciendo trabajos para la gente. No era un detective privado; los detectives privados tienen licencia, rellenan informes y presentan la declaración de la renta. Lo que yo hacía eran favores por los que me pagaban. Con eso se pagaba mi alquiler, siempre había dinero para bebida y, en alguna ocasión, podía enviar un cheque a Anita y a los chicos.
Como ya he dicho, mi mundo había encogido y se limitaba a la habitación en la que dormía y a los bares donde me pasaba la mayor parte de las horas en las que estaba despierto. Iba al Morrissey's, pero tampoco demasiado. La mayoría de las veces me iba a dormir sobre la una o las dos, en ocasiones me quedaba hasta que los bares cerraban y muy de vez en cuando me pasaba por un after hours y remataba la noche.
Iba al Miss Kitty's, el bar de Skip Devoe. En la misma calle en la que estaba mi hotel también estaba el Polly's Cage, con su papel de pared rojo que parecía sacado de un burdel, y su grupo de bebedores que acudían allí al salir del trabajo y que empezaba a dispersarse sobre las diez o diez y media. Y también estaba el McGovern's, un garito soso y estrecho, iluminado con unas simples bombillas y frecuentado por clientes que no decían ni una palabra. Me pasaba por allí para tomarme una rápida después de una noche movidita y cuando el camarero me servía la copa, la mano le temblaba la mitad de las veces.
En esa misma calle había dos restaurantes franceses, uno junto al otro. Uno de ellos, el Mont-St-Michel solía estar más bien vacío. Llevé allí a varias mujeres a cenar durante varios años y me pasaba solo de vez en cuando para tomar algo en el bar. El establecimiento de la puerta de al lado gozaba de buena reputación y funcionaba mejor, pero creo que nunca llegué a entrar.
Había un sitio en la Décima Avenida llamado Slate. Por allí paraban muchos policías del distrito de Midtown North y de la Escuela John Jay, y yo iba cuando mi humor me permitía juntarme con esa clase de clientela. Allí ponían buenos bistecs y el ambiente era agradable. Había un Martin's Bar en el cruce de Broadway con la Sesenta. Las copas eran baratas, y la ternera y el jamón en conserva que servían estaban buenos. Tenían una pantalla grande de televisión en color encima de la barra y no era un mal sitio para ver algún que otro partido.
Al otro lado del Lincoln Centre estaba el O'Neals Baloon. Una antigua ley que seguía vigente en aquel año prohibía llamarle saloon a un local y los dueños no lo sabían cuando encargaron el letrero, así que lo solucionaron cambiando la primera letra. Había entrado algunas tardes, pero por la noche el ambiente era demasiado moderno para mi gusto. También estaba el Antares and Spiro's, un griego, en la esquina de la Novena con la Cincuenta y Siete. La verdad es que no era la clase de sitio que a mí me gusta; demasiados tíos con bigotes espesos bebiendo ouzo, pero todas las noches pasaba por delante al volver a casa y en alguna ocasión me paré a tomarme la última.
En la esquina de la Octava con la Cincuenta y Siete había un quiosco de periódicos que estaba abierto toda la noche. Solía comprar el periódico allí, a menos que se lo comprara a la vagabunda que los vendía a gritos delante del 400 Deli. Los compraba por quince centavos cada uno en el quiosco (creo que ese año todos costaban quince centavos, o tal vez el News costaba veinte) y los vendía por el mismo precio, lo cual era un modo bastante complicado de ganarse la vida. Algunas veces le daba un dólar y le decía que se quedara con el cambio. Se llamaba Mary Alice Redfield, pero eso no lo supe hasta unos años después, cuando alguien la mató a puñaladas.
Había una cafetería llamada Red Flame y luego estaba el 400 Deli. Había un par de puestos de pizza y un sitio que vendía palitos de queso al que nunca volvía nadie después de haberlos probado una vez.
Había un italiano llamado Ralph's, un par de restaurantes chinos y un tailandés que volvía loco a Skip Devoe. Y también estaba el Joel Farrell's en la calle Cincuenta y Ocho; acababan de abrir el invierno anterior. Y había… ¡Joder! ¡Había muchos bares!
Pero por encima de todos ellos estaba el Armstrong's.
¡Jesús! Podía decirse que yo vivía allí. Tenía mi habitación para dormir, y tenía bares y restaurantes adonde ir, pero durante algunos años el Jimmy Armstrong's fue como mi hogar. Si alguien me buscaba, sabía que primero tenía que mirar allí y, en muchas ocasiones, llamaban al Armstrong's incluso antes de llamarme al hotel. Abría sobre las once, con un chaval filipino llamado Dennos. Billie Keegan llegaba sobre las siete y cerraba a las dos, a las tres o a las cuatro, dependiendo de la clientela y de cómo se encontrara él. Eso era lo que ocurría durante la semana, pero los fines de semana los camareros eran otros y el personal se renovaba con bastante frecuencia.
Las camareras entraban y salían. Les salían trabajos como actrices, rompían con sus novios o se echaban novios nuevos; se mudaban a Los Angeles o regresaban a su hogar en Sioux Falls; discutían con el chico dominicano de la cocina, las despedían por robar o simplemente se marchaban sin decir más o por haberse quedado embarazadas. Jimmy no estuvo mucho por allí ese verano. Creo que fue el año en que estaba buscando una tierra para comprar en Carolina del Norte.
¿Qué puedo deciros sobre ese sitio? Una larga barra a tu derecha según entrabas y mesas a tu izquierda. Manteles a cuadros azules. Paredes revestidas de madera oscura. Cuadros y anuncios de revistas antiguas enmarcados. De la pared del fondo colgaba la cabeza de un ciervo, que desentonaba claramente con el resto de la decoración. Mi mesa favorita estaba justo debajo de aquella cosa, así que, de ese modo, me ahorraba tener que verla.
La clientela era variopinta. Médicos y enfermeras del hospital Roosevelt que se encontraba en la calle de enfrente. Profesores y alumnos de la Universidad de Fordham. Gente de los estudios de televisión: la CBS estaba a una calle y la ABC a un rato caminando. También lo frecuentaba la gente que vivía o que tenía comercios en el vecindario. Una pareja de músicos que interpretaba música clásica, un escritor, dos hermanos libaneses que acababan de abrir una zapatería…
No había muchos jóvenes. Cuando me mudé al barrio, el Armstrong's tenía una máquina de discos con una bonita selección de jazz y de country, pero Jimmy la quitó enseguida y la sustituyó por un equipo de estéreo en el que ponía cintas de música clásica. Eso evitaba que entraran los chavales, para alegría de las camareras que los odiaban porque se quedaban hasta tarde, consumían poco y rara vez dejaban propina. Además, esa música ambiental propiciaba un consumo moderado de alcohol.
Que era para lo que yo iba allí. Quería beber, pero sin llegar a emborracharme, exceptuando alguna que otra ocasión. Normalmente mezclaba burbon con café para luego, al final de la noche, acabar bebiendo directamente alcohol. Podía leer el periódico allí y tomarme una hamburguesa o una buena comida, y conversar mucho o poco, según me apeteciera. No siempre estaba allí metido día y noche, pero era raro el día en que no me pasara al menos una vez y luego había días en los que llegaba después de que Dennos hubiera acabado de abrir y me marchaba cuando Billie estaba a punto de cerrar. En algún sitio tenía que estar.
Amigos del bar.
Conocí a Tommy Tillary en el Armstrong's. Era uno de los habituales; iba unas tres o cuatro noches a la semana. No recuerdo la primera vez que me fijé en él, pero era difícil estar en la misma habitación que él sin notar su presencia. Era enorme y tenía un tono de voz potente. No era un tipo escandaloso, pero después de unas cuantas copas, su voz llenaba el bar.
Su rostro evidenciaba la mucha ternera que comía y el mucho Chivas Regal que bebía. Debía de tener unos 45. Tenía papada, y las mejillas hinchadas y cubiertas de venitas rotas.
Nunca supe por qué lo llamaban Tommy el Implacable. A lo mejor Skip tenía razón y el apodo se empleaba en tono irónico. Lo llamaban Tommy Teléfono porque se dedicaba a vender inversiones por teléfono desde una agencia de bolsa fraudulenta situada en la zona de Wall Street. Sé que en ese campo laboral la gente cambia mucho de trabajo. La capacidad de sacar dinero a extraños por teléfono es todo un don y aquellos que lo poseen pueden permitirse el lujo de cambiar de jefe a su antojo.
Aquel verano, Tommy estaba trabajando para una empresa llamada Tannahill & Company y vendía sociedades limitadas en inmobiliarias. Imagino que tenía beneficios fiscales, además de la posibilidad de llevarse comisiones. De esto me enteré por casualidad porque Tommy nunca nos contaba nada al respecto, ni a mí ni a nadie del bar. Yo estaba allí una vez en la que un tocólogo residente del Roosevelt intentó preguntarle qué podía ofrecerle. Tommy se lo quitó de encima con un chiste:
– No, lo digo en serio -insistió el doctor-. Por fin estoy ganando dinero y ya tengo que empezar a pensar en esas cosas.
Tommy se encogió de hombros.
– ¿Tienes tarjeta de contacto?
El médico no la tenía.
– Entonces, escribe tu número aquí y la hora a la que se te puede localizar. Si quieres oír el discursito de un vendedor, te llamaré y te haré una buena demostración. Pero he de advertirte que por teléfono soy irresistible.
Unas semanas después se encontraron y el doctor se quejó de que Tommy no lo había llamado.
– ¡Vaya! Pues mira que tenía intención de llamarte… -dijo Tommy-. Así que ahora mismo lo que voy a hacer es apuntármelo en una nota para que no se me olvide.
Digamos que era una compañía aceptable. Contaba chistes sobre dialectos y lo hacía bastante bien. Me partía de risa. Supongo que algunos eran ofensivos, pero no llegaban a ser crueles. Cuando me apetecía recordar mis días en la policía, era un buen oyente y si la historia que le contaba era divertida, su risa se oía por encima de las demás.
Era demasiado chillón y tal vez demasiado risueño. Hablaba mucho y podía sacarte de tus casillas. Como ya he dicho, se pasaba por el Armstrong's unas tres o cuatro noches a la semana y la mitad de las veces ella estaba con él. Carolyn Cheatham; Carolyn, de Carolina. Hablaba con un suave acento sureño que, al igual que le ocurre a ciertas hierbas culinarias, se volvía más fuerte con el aderezo del alcohol. Algunas veces entraba cogida de su brazo. Otras veces él llegaba primero y la esperaba allí. Ella vivía en el barrio y trabajaba con Tommy en la misma oficina y me imaginé… contando con que me molestara en pensar en ello… que ese romance había hecho que Tommy conociera el Armstrong's.
Tommy seguía los deportes. Apostaba con un corredor de apuestas, casi siempre a los partidos de béisbol y a veces a los caballos, y siempre que ganaba te lo decía. Tal vez era demasiado simpático, demasiado agradable y en ocasiones podías ver una frialdad en sus ojos que la amabilidad de su voz no dejaba traslucir. Sus ojos eran pequeños y resultaban fríos y la expresión de su boca denotaba tranquilidad.
Con todo esto ya podéis imaginaros por qué era tan bueno por teléfono.
El nombre de pila de Skip Devoe era Arthur, pero Bobby Ruslander era la única persona a la que había oído llamarlo así. Bobby podía permitirse esa libertad. Eran amigos desde cuarto curso, crecieron en la misma calle en Jackson Heights. A Skip lo habían bautizado con el nombre de Arthur Júnior y el apodo se lo habían puesto poco después.
«Porque solía saltarse [7] las clases todo el rato», decía Bobby, aunque Skip tenía otra explicación.
«Yo tenía un tío que estuvo en la Marina y eso lo marcó mucho», me contó Skip una vez. «Era el hermano de mi madre. Me compró un traje y unas botas de marinero. Yo tenía una flota de juguete y él siempre me llamaba Skipper. [8]
Aunque podía haber sido peor. Había un niño en nuestra clase a quien todo el mundo lo llamaba Gusano. No me preguntes por qué. Imagínate que todavía lo llamen así y que cuando esté en la cama con su mujer ella le diga: "Oh, Gusanito, cariño, un poco más"».
Tenía 34 ó 35 años, era más o menos de mi misma estatura, pero él era delgado y musculoso. Se le marcaban las venas en los antebrazos y en las palmas de las manos. Tenía los huesos de la cara marcados y los pómulos bien esculpidos. Su nariz era aguileña y tenía unos penetrantes ojos azules que, según la luz, podían llegar a parecer un poco verdes. Todo eso, combinado con una clara seguridad en sí mismo y una gran facilidad para resultarle atractivo a las mujeres, le permitía, sin ningún tipo de problemas, volver a casa con una chica siempre que quisiera. Pero vivía solo, no le duraban mucho sus relaciones y parecía preferir la compañía de otros hombres. Había estado casado o había vivido con alguien, pero había roto con esa persona unos años atrás y no parecía muy dispuesto a volver a tener una relación seria con nadie.
A Tommy Tillary lo llamaban Tommy, el Implacable, y a lo mejor, por el modo en que se comportaba, por ese tono de voz tan grave, podía parecer un tipo duro. Skip Devoe, sin embargo, sí que era un tipo duro, aunque no lo pareciera a simple vista.
Había estado en las fuerzas armadas, aunque no en la marina, como podríais haber pensado teniendo en cuenta la influencia de su tío. Había estado en las Fuerzas Especiales, en los Boinas Verdes. Se alistó nada más salir del instituto y lo enviaron al sudeste asiático durante el mandato de Kennedy. Salió a finales de los sesenta, se matriculó en la universidad, pero la dejó y fue entonces cuando comenzó a trabajar detrás de la barra en un bar de ligues del Upper East Side. Después de unos años, John Kasabian y él juntaron sus ahorros, alquilaron un local en el que antes había habido una ferretería, se gastaron lo que tenían en remodelarlo y lo abrieron con el nombre de Miss Kitty's.
En ocasiones lo veía en su propio bar, pero normalmente nos veíamos en el Armstrong's, por donde se pasaba cuando no estaba trabajando. Era una compañía bastante agradable; se podía estar con él y no había muchas cosas que lo sacaran de sus casillas.
Sin embargo, había algo en él… No sé, creo que podría ser el hecho de que parecía saberlo todo, poder hacerlo todo, y reaccionar y saber actuar ante cualquier situación. Tal vez había adquirido esa habilidad llevando una boina verde en Vietnam o, tal vez, yo lo daba por hecho porque sabía que había estado allí.
Yo ya había visto esa cualidad, sobre todo en los criminales. He conocido a muchos atracadores que la tenían, tipos que asaltaban bancos y robaban coches blindados. Y también había un conductor de una empresa de mudanzas que la poseía. Lo conocí después de que hubiera vuelto de un viaje desde la costa un día antes de lo previsto. Encontró a su mujer en la cama con un amante y los mató a los dos valiéndose únicamente de sus manos.