Las ventanas del Morrissey's estaban tintadas. La explosión fue lo suficientemente fuerte y se produjo lo suficientemente cerca como para hacerlas vibrar. Hizo que las conversaciones se cortaran a media frase, petrificó a un camarero que avanzaba con paso enérgico y lo convirtió en una estatua con una bandeja de bebidas sobre su hombro y un pie en el aire. El gran bullicio se desvaneció como el polvo y por un largo momento la sala se quedó en absoluto silencio, como si estuviera mostrando sus respetos.
Alguien dijo: «Por Dios santo» y mucha gente soltó la respiración que había estado conteniendo. En nuestra mesa, Bobby Ruslander sacó un cigarrillo y dijo:
– Ha sonado igual que una bomba.
Skip Devoe dijo:
– Ha sido un petardo.
– ¿Eso es todo?
– Es suficiente. Pon la misma cantidad de explosivo, cúbrelo de metal, en lugar de papel, y ya tienes un arma en vez de un juguete. Enciende uno de esos y, como te olvides de apartarte a tiempo, ya puedes ir aprendiendo a desenvolverte solo con una mano.
– Pues ha sonado como si fuera algo más que un petardo -insistió Bobby-. Como si fuera dinamita o una granada o algo así. ¡Joder! Ha sonado como si estuviéramos en la tercera guerra mundial.
– Aquí mi amigo, el actor -dijo Skip afectuosamente-. ¿No os encanta este tío? Sobreviviendo en las trincheras, precipitándose por colinas azotadas por el viento, caminando con dificultad por el fango. Bobby Ruslander, veterano marcado por la batalla en miles de campañas.
– Querrás decir «marcado por la botella» -dijo alguien.
– Jodido actor -dijo Skip alargando la mano para alborotar el pelo de Bobby-. «¡Escucha! Oigo el estruendo del cañón». ¿Te sabes ese chiste?
– Yo te conté ese chiste.
– «¡Escucha! Oigo el estruendo del cañón». ¿Cuándo habéis oído un disparo lanzado con saña? La última vez que hubo una guerra, Bobby trajo una nota de su loquero: «Querido Tío Sam, por favor disculpa la ausencia de Bobby, pero es que las balas lo hacen enloquecer».
– Eso fue idea de mi viejo -dijo Bobby.
– Pero tú intentaste quitársela. «Dame una pistola», le dijiste. «Quiero servir a mi país.»
Bobby se rió. Con un brazo rodeaba a su chica y con el otro levantaba su copa.
– Lo único que he dicho es que a mí me ha sonado como si fuera dinamita -dijo.
Skip sacudió la cabeza.
– La dinamita es distinta. Las explosiones tienen distintos sonidos. El de la dinamita es más fuerte y más seco que el de un petardo. Suena como un tono bemol. En cambio, el de la granada no tiene nada que ver; suena como un acorde.
– «El acorde perdido», [1] dijo alguien. Y otra persona añadió: «Escuchad, esto sí que es poesía».
– Iba a llamar a mi garito Horseshoes & Hand Grenades -dijo Skip-. Ya sabéis lo que dice el refrán. [2]
– Es un buen nombre -dijo Billie Keegan.
– Mi socio lo odiaba -continuó Skip-. El cabrón de Kasabian decía que no era nombre para un bar, que sonaba como el nombre de una tienda pija, como esas del Soho donde venden juguetes para los niños de escuelas privadas. Pero a mí me sigue gustando cómo suena. Horseshoes and Hand Grenades.
– Horseshit and Hand Jobs [3] -dijo alguien.
– Tal vez Kasabian tenía razón si al final todos iban a acabar llamándolo así -le dijo a Bobby-. Si te interesan los diferentes sonidos que hacen, deberías oír un mortero. Que Kasabian te hable del mortero un día. Es una historia alucinante.
– Le diré que me la cuente.
– Horseshoes & Hand Grenades -dijo Skip-. Así es como deberíamos haber llamado al bar.
Pero, en lugar de eso, su socio y él lo habían llamado Miss Kitty's. La mayoría de la gente dio por hecho que el nombre lo habían sacado de Gunsmoke, [4] pero en realidad se habían inspirado en un prostíbulo de Saigón. Donde yo solía tomar copas era en Jimmy Armstrong's, en la Novena Avenida, entre la Cincuenta y Siete, y la Cincuenta y Ocho. Miss Kitty's estaba en la Novena, justo debajo de la Cincuenta y Seis, y era un poco más grande y bullicioso de lo que a mí me gustaba. Los fines de semana no pasaba por allí, pero las noches de diario, cuando había menos gente y menos ruido, no era un mal sitio para pasar un rato.
Había estado allí aquella noche. Primero había ido al Armstrong's y sobre las dos y media solo quedábamos cuatro: Billie Keegan detrás de la barra, yo y un par de enfermeras que se iban bien cargaditas de Black Russians. Billie echó el cierre, las enfermeras se marcharon tambaleándose y nosotros dos nos fuimos al Miss Kitty's. Un poco antes de las cuatro, apareció Skip y luego unos cuantos nos marchamos al Morrissey's.
El Morrissey's no cerraba hasta las nueve o las diez de la mañana. La hora legal de cierre para los bares de Nueva York es a las cuatro, una hora antes los sábados, pero el Morrissey's era un establecimiento ilegal y por lo tanto no estaba atado a esa clase de regulaciones. Una escalera lo separaba del nivel del suelo y estaba situado en una casa de cuatro plantas en la calle Cincuenta y Uno, entre la Onceava Avenida y la Doceava. Aproximadamente un tercio de las casas de la calle estaban abandonadas, tenían las ventanas rotas o tapadas con tablas y algunas de sus entradas estaban tapiadas con cemento.
Los hermanos Morrissey tenían su propio edificio. No les podía haber costado mucho. Vivían en las dos plantas de arriba, le tenían alquilada la planta baja a un grupo de teatro irlandés de aficionados y vendían cerveza y güisqui a altas horas de la madrugada en la segunda planta. Habían eliminado todos los tabiques internos para conseguir un espacio abierto. Habían quitado el papel de una de las paredes hasta dejar el ladrillo al descubierto. Habían lijado, pulido y barnizado los amplios suelos de pino, habían instalado una iluminación tenue y habían decorado las paredes con algunos pósteres enmarcados de las aerolíneas irlandesas Aer Lingus y con una copia de la proclamación de la República de Irlanda de Pearse, de 1916 («Irlandeses e irlandesas: en el nombre de Dios y de las generaciones muertas…»). Había una pequeña barra en una de las paredes, y veinte o treinta mesas cuadradas de madera maciza.
Juntamos dos mesas y nos sentamos. Skip Devoe estaba allí, y Billie Keegan, el camarero del Armstrong's. También Bobby Ruslander y la novia que había elegido esa noche, una pelirroja con ojos somnolientos llamada Helen. Además, había un tipo llamado Eddie Grillo, que se ocupaba del bar en un restaurante italiano en el West Forties y otro llamado Vince, que trabajaba como técnico de sonido, o algo parecido, en la CBS.
Yo estaba bebiendo burbon y debía de ser Jack Daniel's o Early Times, ya que esas eran las únicas marcas que servían los Morrissey También servían tres o cuatro marcas de güisqui, Canadian Club, y una marca de ginebra y otra de vodka. Dos clases de cerveza, Bud y Heineken. Una de coñac y un par de marcas de licores extraños. Supongo que una sería Kahlúa porque ese año mucha gente bebía Black Russians. Tres marcas de güisqui irlandés, Bushmill's, Jameson y una llamada Power's, por la que los hermanos Morrissey tenían debilidad, aunque nadie más parecía pedirla. Podríais haber pensado que venderían cerveza irlandesa, Guinness, por lo menos, pero Tim Pat Morrissey me había dicho una vez que no le gustaba la Guinness embotellada, que era horrible, que le gustaba únicamente la cerveza negra y que la bebía solo al otro lado del Atlántico.
Los Morrissey eran corpulentos, con frentes anchas y despejadas y barbas cobrizas. Vestían pantalones negros, zapatos de cuero, también negros, abrillantados, camisas blancas con las mangas remangadas hasta el codo y llevaban delantales blancos de carnicero que los cubrían hasta las rodillas. El camarero, un joven delgado y bien afeitado, vestía la misma indumentaria, pero en él parecía más un disfraz. Imagino que sería primo de ellos. Debía de tener alguna clase de parentesco, si trabajaba allí.
Abrían siete días a la semana, desde aproximadamente las dos de la madrugada hasta las nueve o las diez. Cobraban tres dólares por copa, un precio más elevado que en el resto de los bares, pero comparado con la mayoría de los after hours, la bebida que servían era buena. La cerveza costaba dos dólares. Mezclaban la mayoría de las bebidas más comunes, pero no era sitio para pedirse un pousse-café.
No creo que la policía les hubiera dado un toque nunca. Aunque no se anunciaban con ningún letrero de luces de neón, ese lugar no era el secreto mejor guardado del vecindario. La pasma sabía que estaba allí y aquella noche en particular vi a un par de patrulleros de Midtown North y a un detective que había conocido años atrás en Brooklyn. Había dos hombres negros en el bar y los reconocí; a uno lo había visto en muchos combates de boxeo y su compañero era un senador del Estado. Estoy seguro de que los hermanos Morrissey pagaban dinero para poder mantener su local abierto, pero más allá del dinero que pagaban, tenían una fuerte conexión con la policía local.
No aguaban la bebida y las copas que servían estaban bien cargadas. ¿Qué más se les podía pedir?
Fuera, estalló otro petardo. Parecía estar a dos calles y no detuvo ninguna conversación. En nuestra mesa, el tipo de la CBS se quejaba de que se estuvieran adelantando a la fecha.
– El Cuatro de Julio no es hasta el viernes, ¿no? Hoy ¿qué es? ¿Uno de julio?
– Dos, desde hace dos horas.
– Entonces quedan dos días. ¿A qué viene tanta prisa?
– Se compran esos jodidos fuegos artificiales y no pueden esperar -dijo Bobby Ruslander-. ¿Y sabéis quienes son los peores? Los chinos. Estuve un tiempo con una chica que vivía en Chinatown. Podías conseguir velas romanas, cohetes, cualquier cosa y a cualquier hora del día.
– Mi socio quería llamar al garito Little Saigon -dijo Skip-. Yo le dije: «John, por el amor de Dios, la gente se va a pensar que es un restaurante chino, se nos va a llenar el bar de familias de Rego Park pidiendo un plato de moo goo gai pan». Él me dijo que qué coño tenía que ver China con Saigón. Yo le dije: «John, sabes que eso ya lo sé, pero cuando se trata de gente de Rego Park, para ellos todos los asiáticos son iguales y para ellos todo lo chino significa moo goo gai pan».
Billie dijo:
– ¿Y la gente de Park Slope? [5]
– ¿Y la gente de Park Slope? -Skip frunció el ceño, mientras pensaba en ello-. La gente de Park Slope… ¡Que los jodan!
Helen, la novia de Bobby Ruslander, dijo muy seria que ella tenía una tía que vivía en Park Slope. Skip la miró. Yo Cogí mi vaso. Estaba vacío y miré a mi alrededor en busca del camarero imberbe o de uno de los hermanos.
Por eso justo estaba mirando hacia la puerta cuando se abrió de golpe. Dio al hermano que vigilaba la puerta y lo hizo caer sobre una mesa. Las bebidas se cayeron y una silla se volcó.
Dos hombres irrumpieron en el bar. Uno medía alrededor de un metro setenta y cinco y el otro algo menos. Ambos eran delgados. Ambos llevaban vaqueros azules y zapatillas deportivas. El más alto llevaba una chaqueta de béisbol y el otro un cortavientos de nailon azul. Ambos se habían puesto gorras y se habían atado unos pañuelos color rojo sangre alrededor de la cabeza de manera que sus mejillas y sus bocas quedaran ocultas.
Cada uno tenía un arma en la mano. Uno llevaba un revólver de cañón corto y el otro un fusil automático. Este último lo alzó y pegó dos disparos al techo. Y no sonaron ni como un petardo ni como una granada de mano.
Entraron y se largaron a toda prisa. Uno se metió detrás de la barra y salió con la caja de puros García y Vega donde Tim Pat guardaba las propinas. Había un tarro de cristal encima de la barra con una nota escrita a mano en la que se pedían aportaciones para las familias de miembros del IRA encarcelados en Irlanda del Norte. Sacó los billetes, pero dejó dentro las monedas.
Mientras lo hacía, el más alto apuntaba a los Morrissey con el fusil y los obligaba a vaciarse los bolsillos. Cogió el dinero suelto que llevaban en las carteras y un rollo de billetes de Tim Pat. El hombre más bajo dejó la caja de puros un momento y fue hacia la parte trasera del local, donde arrancó un póster enmarcado de los acantilados de Moher que ocultaba un armario cerrado con llave. Disparó a la cerradura y sacó una caja fuerte de metal, se la colocó bajo el brazo, sin detenerse a abrirla, volvió para coger la caja de puros y salió por la puerta.
Su amigo siguió apuntando a los Morrissey hasta que él estuvo fuera del edificio. El arma apuntaba al pecho de Tim Pat y por un momento pensé que iba a disparar. Su arma era el fusil automático, él había sido el que había disparado al techo y si disparaba a Tim Pat seguro que no fallaría.
Pero yo no podía hacer nada.
Pasó todo. El hombre armado respiró por la boca y al hacerlo infló el pañuelo que le cubría el rostro. Caminó hacia atrás en dirección a la puerta y bajó corriendo las escaleras.
Nadie se movió.
Entonces Tim Pat le susurró algo a uno de sus hermanos, al que había estado vigilando la puerta. El hermano asintió y fue hacia el armario desvalijado. Lo cerró y volvió a colgar el póster de los acantilados de Moher.
Tim Pat le dijo algo a su hermano y se aclaró la garganta antes de decir:
– Caballeros -dijo y se atusó la barba con su enorme mano derecha-. Caballeros, ruego un momento para explicaros lo que acabáis de presenciar. Dos buenos amigos nuestros han venido a pedirnos prestados un par de dólares que nosotros les hemos dado con mucho gusto. Ninguno de nosotros los hemos reconocido ni nos hemos fijado en su aspecto y estoy seguro de que ninguno de los que estáis aquí los reconocería si, por la gracia de Dios, volviéramos a verlos. -Se frotó su ancha frente con los dedos antes de volver a atusarse la barba-. Caballeros -volvió a decir-, nos honraríais a mis hermanos y a mí si compartierais vuestra siguiente copa con nosotros.
Y los Morrissey sirvieron una ronda por cuenta de la casa. Yo tomé burbon. Billie Keegan, tomó Jameson, güisqui para Skip, brandi para Bobby y un güisqui sour para su ligue. El tipo de la CBS se tomó una cerveza, Eddie, el camarero, un brandi. Bebidas para todos: para los polis, para los políticos negros, para un montón de camareros, bármanes y gente aficionada a la vida nocturna. Nadie se levantó y se marchó. No, cuando la casa había invitado a una ronda. No, cuando había un par de tíos fuera armados y enmascarados.
El primo bien afeitado y dos de los hermanos sirvieron las copas. Tim Pat se quedó a un lado, con su inexpresivo rostro y sus brazos cruzados por encima de su delantal blanco. Después de que todos quedaran servidos, uno de sus hermanos le susurró algo a Tim Pat y le enseñó el tarro de cristal, que ya no contenía más que unas cuantas monedas. El rostro de Tim Pat se ensombreció.
– Caballeros -dijo y la sala se quedó en silencio-. Caballeros, se nos ha robado dinero; un dinero recolectado para Norad, para ayudar a las desgraciadas esposas e hijos de los prisioneros políticos en el Norte. La pérdida es nuestra y solo nuestra; mía y de mis hermanos, y por ello no volveremos a mencionar esto. Pero en el Norte, sin dinero para comer… -Se detuvo para tomar aire y prosiguió-: pasaremos el tarro y que Dios bendiga a todo aquel que quiera colaborar.
Yo me quedé una media hora más. Me tomé la copa a la que nos invitó Tim Pat y otra más. Billie y Skip se marcharon cuando me fui yo. Bobby y su chica iban a quedarse un rato más. Vince ya se había marchado y Eddie se había unido a otra mesa y estaba intentando ligarse a una chica alta que trabajaba de camarera en el O'Neals.
Ya estaba amaneciendo, las calles estaban vacías, sin movimiento y en silencio. Skip dijo:
– Bueno, pues al final han recogido unos cuantos dólares. No creo que Frank y Jesse se llevaran muchos del tarro y encima la gente ha soltado una buena pasta para volver a llenarlo.
– ¿Frank y Jesse?
– Sí, joder, esos de los pañuelos. Frank y Jesse James. Se llevaron billetes de dos y de cinco y la gente ha metido billetes de diez y de veinte, así que las pobres esposas y los hijitos del Norte han salido bien parados.
Billie dijo:
– ¿Qué calculáis que han perdido los Morrissey?
– No sé. Esa caja fuerte podía haber contenido un montón de pólizas de seguros y fotografías de su santa madre. Eso sí que sería una sorpresa, ¿eh? Pero apuesto a que se llevaron lo suficiente como para mandar un montón de pistolas a sus colegas de Derry y Belfast.
– ¿Crees que los ladrones eran del IRA?
– ¡Joder! -dijo y tiró el cigarrillo a una alcantarilla-. Creo que los Morrissey son del IRA. Creo que ahí es donde va a parar su dinero. Me imagino que…
– ¡Eh, tíos! ¡Esperad!
Nos giramos. Un hombre llamado Tommy Tillary nos estaba haciendo señas con la mano desde la entrada del bar de los Morrissey. Era un tipo grueso, con carrillos colganderos, un torso enorme y una barriga igual de grande. Llevaba una bléiser fina color burdeos, pantalones blancos y corbata. Casi siempre llevaba corbata.
La mujer que estaba con él era baja y delgada, con el pelo castaño claro con reflejos rojizos. Llevaba unos vaqueros desgastados y ajustados y una camisa rosa con las mangas enrolladas. Parecía estar muy cansada y algo borracha.
El dijo:
– ¿Eh, chicos, conocéis a Carolyn? Claro que sí.
Todos la saludamos y él añadió:
– Tengo el coche ahí aparcado. Hay sitio de sobra para todos. Os llevo.
– Hace una mañana agradable -dijo Billie-. Creo que prefiero caminar, Tommy.
– ¿Sí?
– Así nos despejamos y se nos pasa un poco la borrachera -dijo Skip-. Ya vale por hoy, nos vamos a la cama.
– ¿Estáis seguros? No tengo ningún problema en llevaros a casa.
Y de eso estábamos seguros.
– Bueno, de todos modos, ¿os importa acompañarnos al coche? Lo de antes nos ha puesto un poco nerviosos.
– Claro, Tom.
– Qué mañana tan agradable, ¿verdad? Hoy va a hacer calor, pero ahora mismo es perfecta. Creí que iba a disparar a ese tal Tim Pat. ¿Os fijasteis en su cara?
– Hubo un momento -dijo Billie- en el que podría haber pasado cualquier cosa.
– Yo pensaba que iba a haber un tiroteo. Hasta estaba buscando a ver debajo de qué mesa me podía esconder. ¡Qué mierda de mesas! Son enanas. No hay mucho para ponerte a cubierto.
– No.
– Y yo con lo grande que soy sería una diana fácil. ¿Qué estás fumando, Skip? ¿Camel? Déjame que pruebe uno, si no te importa. Yo fumo cigarrillos con filtro y a estas horas ya no me saben a nada. Gracias. ¿Estaba yo imaginándomelo o había una pareja de polis en el bar?
– Había algunos.
– Tienen que llevar arma estén o no de servicio, ¿no?
Me había preguntado a mí y le respondí que había una normativa que lo marcaba.
– ¿Crees que alguno habría intentado hacer algo?
– ¿Te refieres a haber disparado a los atracadores?
– Algo de eso.
– Disparando en un sitio tan abarrotado, lo único que se consigue es que mucha gente acabe muerta.
– Sí. Supongo que se corría el riesgo de que las balas rebotaran.
– ¿Por qué dices eso?
Él me miró, sorprendido por el tono de mi voz.
– Pues por las paredes de ladrillo, supongo. Incluso cuando disparó al techo de zinc, pudieron haber rebotado las balas, ¿no?
– Supongo -dije. Un taxi con la luz que indicaba que estaba fuera de servicio pasó por delante de nosotros con un pasajero en el asiento del copiloto-. Esté o no de servicio, un poli no haría nada de eso en una situación así, a menos que otro empezara el tiroteo. Había dos que seguro que estaban preparados, con las pistolas agarradas. Si ese tío hubiera disparado a Tim Pat, probablemente se habría marchado intentando esquivar las balas. Eso, contando con que ninguno hubiera acertado y lo hubiera dado.
– Y contando con que hubieran estado lo suficientemente sobrios como para ver con claridad -añadió Skip.
– Claro -dijo Tommy-. Matt, ¿no evitaste tú un atraco en un bar hace un par de años? Alguien estaba contándolo.
– Aquello fue un poco diferente -dije-. Ya habían matado al barman de un disparo antes de que yo actuase. Y yo no disparé dentro del bar, salí corriendo tras ellos.
Me quedé pensando en ello y me perdí lo que siguió en la conversación. Cuando volví de mi momento de ausencia, Tommy estaba diciendo que estaba seguro de que en aquel momento lo iban a atracar a él.
– Había mucha gente hoy en ese bar -dijo-. Trabajadores del turno de noche, gente que acababa de cerrar sus locales y que llevaba dinero encima. ¿No pensasteis que iban a pasarnos la gorra?
– Supongo que llevaban prisa.
– Yo solo llevaba encima unos cien, pero preferiría no tener que dárselos a un tío con un pañuelo en la cara. Te quedas tan aliviado después de que no te hayan robado a ti que no te importa que te pasen el tarro para eso de… ¿cómo era?… ¿Norad? Les he dado veinte dólares a las viudas y a los huérfanos sin pensármelo dos veces.
– Todo estaba preparado -sugirió Billie Keegan-. Los tíos de los pañuelos son amigos de la familia. Hacen lo mismo cada dos semanas o así para aumentar las recaudaciones de Norad.
– ¡Jesús! -dijo Tommy riéndose de la idea sugerida por Bobbie-. Ahí está mi coche. Es el Riv. Hay espacio de sobra para todos. ¿Seguro que no queréis cambiar de idea y dejar que os lleve a casa?
Todos nos decidimos por volver caminando. Su coche era un Buick Riviera granate con el interior en cuero blanco. Esperó a que subiera Carolyn, rodeó el coche y abrió su puerta con llave a la vez que hacía una mueca de disgusto porque Carolyn no se había molestado en estirarse para abrirle la puerta desde dentro.
Cuando se alejaron en el coche, Billie dijo:
– Han estado en el Armstrong's hasta la una o una y media. No esperaba volver a encontrarlos esta noche. Espero que no vuelva conduciendo hasta Brooklyn.
– ¿Viven allí?
– Él vive allí -le dijo a Skip-. Ella es de este barrio. Él está casado. ¿Es que no lleva anillo?
– Nunca me he fijado.
– Carolyn, de Carolina -dijo Billie-. Así es como la presenta. Estaba borrachísima, ¿no os parece? Cuando se marchó antes, creía que iba a llevarla a casa… Y bueno, pensándolo bien, supongo que lo hizo. La primera vez que los hemos visto ella llevaba un vestido, ¿no, Matt?
– No me acuerdo.
– Yo juraría que sí. Y si no era un vestido, era ropa de oficina, pero seguro que no eran vaqueros ni una camiseta como los que llevaba ahora. Seguro que la llevó a casa, se la tiró, les entró sed y, como a esa hora todas las tiendas estaban cerradas, se fueron a Morrissey's. ¿Qué te parece, Matt? ¿Tengo madera de detective?
– Se te da bien.
– Él se volvió a poner la misma ropa, pero ella se cambió. Ahora la pregunta es, ¿se irá a casa con su mujer o dormirá en la de Carolyn y mañana aparecerá en la oficina con la misma ropa que ayer? De todos modos, ¿a nosotros qué más nos da?
– Eso mismo iba a preguntar yo ahora -dijo Skip.
– Sí. A propósito, yo también me hice la misma pregunta que él: ¿por qué no han atracado a los clientes? Seguro que había un montón de tíos con varios cientos de dólares encima y por lo menos dos que llevaran más todavía.
– No les merecía la pena.
– Estamos hablando de miles de dólares.
– Lo sé -dijo Skip-. Pero si quieres hacerlo bien, tienes que pasarte otros veinte minutos en un bar lleno de borrachos y ¡Dios sabe cuántos de ellos van armados! Apuesto a que en total habría quince pistolas en el bar.
– ¿Lo dices en serio?
– Es más, creo que estoy calculando por lo bajo. Para empezar, teníamos a tres o cuatro policías. También a Eddie Grillo, justo en nuestra mesa.
– ¿Eddie lleva una pipa?
– Eddie se junta con algunos matones, por no hablar del dueño del bar en el que trabaja. Había un tipo llamado Check, no lo conozco bien, pero sé que trabaja en el Polly's Cage…
– Ya sé de quién hablas. Va por ahí con una pistola en el bolsillo.
– O eso o es que se pasa el día empalmado. Creedme, hay un montón de tíos que van armados. Si le dices a todo un bar que saque las carteras, algunos te sacarán la pistola. Mientras que entran y salen, ¿cuánto tiempo pasa? ¿Cinco minutos? No creo que pasaran más de cinco minutos desde que la puerta se abrió de golpe y dispararon al techo, hasta que salieron y Tim Pat se quedó allí de pie de brazos cruzados y con cara de pocos amigos.
– Tienes razón.
– Y además, lo que hubieran sacado de las carteras de los clientes no habría sido más que calderilla.
– ¿Crees que la caja fuerte tenía tanto dinero? ¿Cuánto crees que había?
Skip se encogió de hombros.
– Veinte de los grandes.
– ¿En serio?
– Veinte mil dólares, cincuenta mil…
– Dinero del IRA, eso es lo que dijiste antes.
– Bueno, ¿en qué otra cosa crees que lo emplean, Bill? No sé cuánto se sacan con el bar, pero hacen negocio siete días a la semana y, ¿dónde están los gastos de infraestructura? Seguro que consiguieron el edificio porque salió a subasta, y viven ahí, así que no tienen que pagar alquiler. Además, imagino que no justifican ningún ingreso ni pagan impuestos. Se sacarán diez o veinte mil dólares a la semana y ¿en qué crees que se lo gastan?
– Tienen que untarle la mano a algunos para que no les cierren el bar -añadí.
– Eso y también contribuciones políticas. Y no conducen buenos coches ni salen a gastarse el dinero en los bares de otros. No me imagino a Tim Pat comprando esmeraldas para alguna jovencita, ni a sus hermanos esnifando cocaína por sus narices irlandesas.
– Arriba esa nariz irlandesa -dijo Billie Keegan.
– Me gustó el discurso de Tim Pat y que nos invitara a una ronda. Por lo que sé, es la primera vez que los Morrissey han servido una ronda por cuenta de la casa.
– ¡Putos irlandeses! -dijo Billie.
– ¡Joder, Keegan! Estás borracho otra vez.
– Tienes razón. Qué Dios los bendiga a todos.
– ¿Tú qué opinas, Matt? ¿Reconoció Tim Pat a Frank y a Jesse?
Pensé antes de responder.
– No lo sé. Pareció querer decir: «No os metáis en esto. Nosotros nos encargamos.» A lo mejor es algún asunto político.
– Los demócratas reformistas están detrás de esto -dijo Billie.
– A lo mejor los protestantes -sugirió Skip.
– Qué curioso -siguió Billie-. No parecían protestantes.
– O a lo mejor son de alguna otra facción del IRA. Hay distintas facciones, ¿no?
– Claro que rara vez te encuentras con protestantes que lleven pañuelos en la cara. Normalmente los meten en el bolsillo de arriba de las chaquetas… -dijo -¡Por Dios, Keegan!
– Jodidos protestantes -dijo Billie.
– No, ¡jodido Billie Keegan! -exclamó Skip-. Matt, más nos vale llevar a este gilipollas a su casa.
– ¡Y jodidas pistolas! -añadió Billie de repente-. Sales a tomarte una copita antes de irte a la cama y te ves rodeado de unas putas pistolas. ¿Tú llevas pistola, Matt?
– Yo no, Billie.
– ¿De verdad? -me puso una mano en el hombro para sostenerse-. Pero tú eres un poli.
– Ya no.
– Ahora eres poli privado. Incluso el guardia de seguridad de una librería que te pide que le enseñes tu maletín al entrar lleva un arma.
– Pero esas suelen llevarlas solamente para impresionar.
– ¿Quieres decir que no me dispararán si salgo de la tienda con la última edición de La letra escarlata? Deberías decírmelo antes de que vaya y la pague. Entonces, ¿de verdad no vas armado?
– Otra ilusión rota, ¿eh? -dijo Skip.
– ¿Y tu amigo el actor? -le preguntó Billie-. ¿Es el pequeño Bobby un pistolero?
– ¿Quién? ¿Ruslander?
– Te dispararía por la espalda -dijo Billie.
– Si Ruslander llevara una pistola -dijo Skip-, sería una sacada de algún decorado. Dispararía balas de fogueo.
– Te dispararía por la espalda -insistió Billie-. Como ese… ¿cómo se llama?… Bobby el Niño.
– Querrás decir Billy el Niño.
– ¿Y quién eres tú para decirme lo que quiero decir! ¿Entonces?
– ¿Entonces, qué?
– ¡Que si lleva una pipa, por Dios santo! ¿No estábamos hablando de eso?
– ¡Joder, Keegan! No me preguntes de qué estábamos hablando.
– Así que no estabas prestando atención, ¿eh? ¡Diiosss!
Billie Keegan vivía en una torre de apartamentos en la Cincuenta y Seis cerca de la Octava. Se fue poniendo derecho a medida que nos acercábamos a su edificio de tal modo que cuando saludó al portero parecía estar sobrio. «Matt, Skip. Nos vemos», fue lo que dijo.
– Keegan es majo -me dijo Skip.
– Es un buen hombre.
– Aunque no estaba tan borracho como parecía. Se estaba divirtiendo.
– Seguro.
– ¿Sabes? En el Miss Kitty's guardamos una pistola detrás de la barra. Me atracaron una vez, en el bar donde trabajaba antes de que John y yo nos hiciéramos socios. Estaba en la Segunda Avenida en los Eighties. Entró un tipo blanco, me puso una pistola en la cara y se llevó el dinero de la caja registradora. También robó a los clientes. En ese momento había solamente cinco o seis personas, pero se llevó las carteras de todos. Creo que también los relojes, si no recuerdo mal. Un atraco de primera clase.
– Eso parece.
– En todo el tiempo que estuve haciendo de héroe en Nam… malditas Fuerzas Especiales… jamás tuve que ver delante de mis ojos el otro lado de una pistola. No sentí nada mientras me estaba ocurriendo, pero después me puse furioso, ¿me entiendes? Me invadió la cólera. Salí, compré un arma y desde entonces ha estado conmigo siempre que estoy trabajando. En ese garito y ahora, en el Miss Kitty's.
Aún sigo pensando que deberíamos haberlo llamado Horseshoes & Hand Grenades.
– ¿Tienes licencia?
– ¿De armas? -Negó con la cabeza-. No la tengo registrada. Cuando trabajas en un bar, no tienes muchos problemas para saber dónde comprar un arma. Pasé dos días preguntando y al tercero ya era cien dólares más pobre. Nos han robado una vez desde que abrimos. John estaba trabajando, dejó la pistola donde estaba y entregó todo lo que teníamos en la caja. El atracador no robó a los clientes. John dijo que parecía un yonqui, dijo que ni siquiera pensó en la pistola hasta que el chico salió por la puerta. A lo mejor fue así, o a lo mejor lo pensó y luego prefirió no sacarla. Probablemente yo habría hecho lo mismo… o tal vez no. Nunca se sabe hasta que te ves en la situación, ¿no crees?
– Sí.
– ¿De verdad que no has llevado una pipa desde que dejaste la poli? Dicen que cuando ya estás acostumbrado a llevarla, luego te sientes desnudo sin ella.
– Yo no. Yo me sentí como si me hubiera liberado de una carga.
– «Oh, Señor, voy a liberarme de mi carga.» ¿No?
– Sí. Algo parecido.
– Ya. A propósito, antes no pretendió nada. Al decir eso de las balas que podían haber rebotado.
– ¿Eh? Ah, hablas de Tommy.
– De Tommy Tillary, el Implacable. Es un poco gilipollas, pero no es mal tipo. Llamarlo «Tommy, el Implacable» es como llamar «chiquitín» a un tipo enorme. Estoy seguro de que no lo dijo en serio.
– Sí, seguro que tienes razón.
– Tommy, el Implacable. Lo llaman de algún otro modo…
– Teléfono Tommy.
– O Tommy Teléfono, sí. Se dedica a la venta telefónica. No pensé que los hombres maduritos hicieran eso. Creí que lo hacían amas de casa y que se ganaban 35 centavos a la hora por intentar colarte algo.
– Pues parece que es un negocio muy lucrativo.
– Y tanto. Ya has visto el coche. Todos lo hemos visto. Lo que no hemos visto es que la chica le abriera la puerta, pero el coche sí que lo hemos visto. Matt, ¿te apetece subir y tomarte la última por hoy? Tengo güisqui, burbon y supongo que algo de comida en la nevera.
– Creo que me voy a ir a casa, Skip. Pero gracias.
– No te culpo. -Le dio una calada a su cigarro. Él vivía en el Parc Vendôme, al otro lado de la calle de mi hotel. Tiró el cigarrillo al suelo, nos dimos la mano y, como a una manzana de donde nos encontrábamos, se oyeron seis disparos.
– Por Dios -dijo él-. ¿Eso han sido disparos o media docena de fuegos artificiales? ¿Sabes que puede ser?
– No.
– Yo tampoco. Supongo que fuegos artificiales, teniendo en cuenta la fecha en la que estamos. O los Morrissey que se hayan encontrado con Frank y con Jesse o ¡yo qué sé! Hoy es día dos, ¿verdad? ¿Dos de julio?
– Creo que sí.
– Menudo verano nos espera -dijo.