Al día siguiente me levanté muy tarde. Dormí como un tronco. No soñé. Ni me agité en la cama, ni me moví. Ni siquiera me levanté a hacer un pipí. Cuando me desperté, era casi mediodía, de modo que fue una suerte que no tuviera que ir al Merlotte's hasta última hora de la tarde.
Oí voces en la sala de estar. Era el inconveniente de compartir la casa. Cuando te levantabas siempre había alguien y, a veces, esa persona tenía compañía. Por otro lado, Amelia me preparaba siempre un café muy bueno cuando se levantaba antes que yo. La perspectiva consiguió sacarme de la cama.
Tenía que vestirme, pues había visita; además, la otra voz era masculina. Me acicalé rápidamente en el baño y me quité el camisón. Me puse un sujetador, una camiseta y unos pantalones de algodón. Correcto. Fui derecha a la cocina y descubrí que Amelia había preparado una cafetera grande. Y que me había servido ya una taza. Estupendo. Cogí el café y puse un par de rebanadas de pan en la tostadora. Oí cerrarse la puerta del porche trasero y, sorprendida, me volví y vi que se trataba de Tyrese Marley que entraba cargado con un montón de leña.
– ¿Dónde guardas la leña dentro de casa? -me preguntó.
– Tengo un estante junto a la chimenea de la sala de estar. -Había estado partiendo la leña que Jason había cortado y almacenado en el cobertizo la primavera anterior-. Muy amable por tu parte -dije, vacilando-. ¿Has tomado café? ¿Te apetece una tostada? O… -Miré el reloj-. ¿Qué tal un sándwich de jamón o de pastel de carne?
– Buena idea -dijo, caminando por el pasillo como si la leña no pesara más que una pluma.
De manera que el invitado que estaba en la sala era Copley Carmichael. No tenía ni idea de qué hacía el padre de Amelia en casa. Preparé un par de bocadillos, un vaso de agua y puse dos tipos de patatas fritas junto al plato para que Marley eligiese lo que más le apeteciera. Me senté entonces en la mesa y finalmente bebí mi café y me comí mi tostada. Aún me quedaba mermelada de ciruela de mi abuela para untar, e intentaba no ponerme melancólica cada vez que la utilizaba. No tenía sentido tirar a la basura una mermelada tan sabrosa como aquélla. Mi abuela, a buen seguro, habría pensado exactamente eso.
Marley reapareció y tomó asiento delante de mí sin mostrar el mínimo indicio de incomodidad. Me relajé.
– Gracias por el trabajo -dije, después de que empezara él a comer.
– No tengo nada más que hacer mientras habla con Amelia -dijo Marley-. Además, si ella sigue aquí en invierno, su padre se alegrará de que pueda tener un buen fuego. ¿Quién te cortó toda esa leña sin partirla después?
– Mi hermano -respondí.
– Pues vaya -dijo Marley, y se puso a comer en serio.
Terminé mis tostadas, me serví una segunda taza de café y le pregunté a Marley si necesitaba alguna cosa.
– Estoy bien, gracias -dijo, y abrió la bolsa de patatas fritas con sabor barbacoa.
Me excusé para ir a ducharme. El día estaba más fresco y saqué una camiseta de manga larga de un cajón que llevaba meses sin abrir. Hacía el tiempo típico de Halloween. Ya tendría que haber comprado una calabaza y algunos caramelos…, aunque tampoco es que vinieran por aquí muchos niños a pedírmelos. Por primera vez en muchos días, me sentía normal; es decir, cómodamente feliz conmigo misma y con mi mundo. Había mucho que lamentar, y lo haría, pero ya no tenía la sensación de andar por ahí esperando que en cualquier momento me partieran la cara.
Pero, naturalmente, en el momento en que pensé en eso, empecé a preocuparme por cosas malas. Me di cuenta de que no tenía noticias de los vampiros de Shreveport, y a continuación me pregunté por qué pensaba o creía que tendría que haber recibido noticias de ellos. El periodo de adaptación de un régimen a otro estaría lleno de tensión y negociaciones, y lo mejor era dejarlos tranquilos. Tampoco había sabido nada de los hombres lobo de Shreveport. Y eso era bueno, teniendo en cuenta que la investigación sobre la desaparición de toda aquella gente seguía en marcha.
Y la ruptura con mi novio significaba (en teoría) que estaba libre y sin compromiso. Me maquillé los ojos como un gesto a favor de mi nueva libertad. Y lo rematé con un poco de lápiz de labios. En realidad, resultaba difícil sentirse aventurera. La verdad es que no deseaba estar libre y sin compromiso.
Amelia llamó a la puerta de mi habitación cuando estaba terminando de hacer la cama.
– Pasa -dije, doblando el camisón y guardándolo en el cajón-. ¿Qué sucede?
– Mi padre quiere pedirte un favor -dijo.
Noté que mi expresión se tornaba sombría. Naturalmente, algo debía de querer Copley para desplazarse desde Nueva Orleans para hablar con su hija. Y me imaginaba lo que era.
– Continúa -dije, cruzando los brazos sobre mi pecho.
– ¡Oh, Sookie, tu lenguaje corporal ya me está diciendo que no!
– Ignora mi lenguaje corporal y di lo que tengas que decir.
Suspiró exageradamente para indicarme lo reacia que era a meterme en los asuntos de su padre. Pero adiviné que se había sentido de lo más satisfecha cuando su padre le pidió ayuda.
– Como le conté lo del golpe de estado de los vampiros de Las Vegas, quiere restablecer su vínculo empresarial con éstos. Quiere una reunión de presentación. Confía en que tú puedas…, eh, interferir por él.
– Ni siquiera conozco a Felipe de Castro.
– Ya lo sé, pero conoces a ese tal Victor. Y me da la impresión de que tiene ganas de escalar.
– Tú lo conoces tan bien como yo -le indiqué.
– Tal vez, pero lo que importa aquí es que él sabe quién eres tú y yo soy simplemente una mujer más entre las presentes -dijo Amelia, y comprendí adonde quería llegar…, aunque no me gustaba nada esa idea-. Quiero decir que él sabe quién soy, quién es mi padre, pero en quien en realidad se fijó fue en ti.
– Oh, Amelia -gimoteé, y por un momento me sentí como si estuviera arreándole un puntapié.
– Sé que no va a gustarte, pero me ha dicho que está dispuesto a pagarte una especie de tarifa por ayudarle -murmuró Amelia, notablemente incómoda.
Sacudí las manos delante de mí para ahuyentar aquella idea. No pensaba permitir que el padre de mi amiga me pagara por realizar una llamada telefónica o lo que quiera que tuviera que hacer. En aquel mismo momento me di cuenta de que había decidido hacer aquello por el bien de Amelia.
Entramos en la sala de estar para hablar directamente con Copley.
Me saludó con mucho más entusiasmo del que había mostrado en su primera visita. Me clavó la mirada, como queriendo decir «A partir de ahora te presto toda mi atención». Lo miré con escepticismo. Y, como no era tonto, lo captó de inmediato.
– Siento mucho, señorita Stackhouse, aparecer de nuevo por aquí tan poco tiempo después de mi primera visita -dijo, consciente de su comportamiento inadecuado-. Pero la situación en Nueva Orleans es desesperada. Estamos intentando reconstruir la ciudad para volver a crear empleo. Es un contacto muy importante para mí, y tengo a mucha gente empleada.
Punto número uno: no creía que Copley Carmichael tuviera una necesidad apremiante de encontrar nuevos negocios, incluso sin los contratos de reconstrucción de las propiedades de los vampiros. Punto número dos: ni por un momento se me ocurrió pensar que su única motivación fuera la mejoría de la maltrecha ciudad; aunque, después de leer sus pensamientos durante un momento, me dispuse a admitir que sí tenía algo de relación con sus urgencias.
Además, Marley me había partido la leña para el invierno y la había metido en casa. Eso contaba para mí más que cualquier otro aliciente basado en emociones.
– Llamaré esta noche a Fangtasia -dije-. A ver qué me dicen. Pero ése es el límite de mi implicación.
– Sookie, estoy en deuda contigo -dijo-. ¿Qué puedo hacer por ti?
– Ya lo ha hecho su chófer -respondí-. Si pudiera acabar de partirme esa madera de roble, me haría un favor inmenso. -No soy muy buena partiendo leña, y lo sé porque lo he intentado. Al cabo de tres o cuatro troncos, estoy destrozada.
– ¿Ha estado haciendo eso? -A Copley le salía muy bien lo de mostrarse sorprendido. No estaba segura de si lo decía de verdad o no-. Una gran iniciativa por parte de Marley.
Amelia sonreía e intentaba que su padre no se diera cuenta de ello.
– De acuerdo, todo arreglado entonces -dijo rápidamente-. ¿Te preparo un sándwich o una sopa, papá? Tenemos patatas fritas o ensalada de patata.
– Me parece bien -dijo, pues estaba aún intentando jugar a ser amigos.
– Marley y yo ya hemos comido -dije, sin darle importancia, y añadí-: Tengo que irme corriendo a la ciudad, Amelia. ¿Necesitas alguna cosa?
– Unos sellos -dijo-. ¿Pasarás por correos?
Me encogí de hombros.
– Me pilla de camino. Adiós, señor Carmichael.
– Llámame Cope, por favor, Sookie.
Sabía que iba a decir exactamente eso. Y que a continuación intentaría mostrarse galante. Y, efectivamente, me sonrió con una mezcla perfecta de admiración y respeto.
Cogí el bolso y me dirigí a la puerta trasera de la casa. Marley seguía trabajando en mangas de camisa con el montón de madera. Confiaba en que hubiera sido idea suya. Y también en que consiguiera un aumento de sueldo.
En realidad no tenía nada que hacer en la ciudad. Pero quería evitar más conversaciones con el padre de Amelia. Pasé por el supermercado y compré más servilletas de papel, pan y atún y también fui a Sonic y me compré un helado de Oreo. Era una mala chica, no me cabe la menor duda. Estaba sentada en el coche, dando buena cuenta de mi batido, cuando divisé a una pareja interesante sentada a un par de coches de distancia del mío. No me habían visto, pues Tanya y Arlene estaban enfrascadas en su conversación. Estaban las dos sentadas en el Mustang de Tanya. Arlene llevaba el pelo recién teñido, rojo encendido de la raíz a las puntas y recogido con un pasador. Mi antigua amiga tenía puesta una camiseta con estampado de leopardo; era lo único que podía ver de su conjunto. Tanya llevaba una blusa verde lima muy bonita y un jersey marrón oscuro. Y escuchaba con atención.
Traté de creer que estaban hablando sobre cualquier cosa que no fuera yo. Me refiero a que no me apetecía ponerme paranoide. Pero cuando ves a tu ex compañera de trabajo hablando con tu reconocida enemiga, tienes como mínimo que considerar la posibilidad de que algo relacionado contigo salga a relucir de un modo poco halagüeño.
Lo que me importaba no era tanto el hecho de que yo no le cayera bien. Llevo toda la vida siendo consciente de que no gusto a mucha gente. Sé exactamente por qué y cuánto no les gusto. Y resulta desagradable, como muy bien puedes suponer. No, lo que me preocupaba más era que me daba la impresión de que Arlene y Tanya estaban pasando al terreno de querer hacerme algo malo de verdad.
Me pregunté si sería capaz de descubrir alguna cosa. Si me acercaba a ellas, se percatarían a buen seguro de mi presencia; pero no sabía si desde donde me encontraba llegaría a «oírlas». Me agaché, como si estuviera jugueteando con el reproductor de CD del coche, y me concentré en ellas. Intenté mentalmente evitar o pasar por encima de la gente que estaba en los coches cercanos, una tarea bastante complicada.
Finalmente, el modelo de Arlene, que me resultaba familiar, me ayudó a localizarlas. La primera impresión fue placentera. Arlene estaba pasándoselo en grande, pues disfrutaba de la completa atención de un público relativamente nuevo y podía hablar de las convicciones de su nuevo novio en cuanto a la necesidad de matar a todos los vampiros y tal vez también a quienes colaboraban con ellos. Arlene no tenía convicciones fuertes propias, pero se adaptaba perfectamente a las de los demás si le encajaban desde un punto de vista emocional.
Cuando vi que Tanya tuvo un momento de exasperación especialmente potente, me concentré en su modelo cerebral. Entré. Continué en mi posición medio escondida, moviendo la mano de vez en cuando entre los CD de la pequeña guantera del coche, tratando de captar todo lo posible.
Tanya seguía en la nómina de los Pelt; de Sandra Pelt, concretamente. Y poco a poco empecé a comprender que Tanya había sido enviada aquí para hacer todo lo posible para convertirme en una desdichada.
Sandra Pelt era hermana de Debbie Pelt, a quien yo había matado de un tiro en la cocina de mi casa. (Después de que ella intentara matarme. Varias veces. Quiero dejarlo claro).
Maldita sea. Estaba hasta la coronilla del tema de Debbie Pelt. Me había amargado la vida. Era tan maliciosa y vengativa como su hermana pequeña, Sandra. Yo había sufrido mucho por su muerte, me había sentido culpable, había tenido remordimientos, me había sentido como si llevara marcada en la frente una C enorme, la C de «Caín». Matar a un vampiro es terrible, pero el cadáver desaparece y es como si lo hubieran borrado de la Tierra. Pero matar a otro ser humano te cambia para siempre.
Así es como debería ser.
Pero también es posible hartarse de ese sentimiento, cansarse de esa carga que pesa sobre tu cogote emocional. Y yo me había hartado y cansado de Debbie Pelt. Entonces su hermana y sus padres habían empezado a hacerme sufrir, había habido un secuestro de por medio. Se habían cambiado las tornas y las había tenido en mi poder. A cambio de que los soltara, habían accedido a dejarme tranquila. Sandra había prometido mantenerse alejada de mí hasta la muerte de sus padres. Cabía preguntarse si el matrimonio Pelt seguiría aún entre los vivos.
Puse el coche en marcha e inicié el camino de regreso a Bon Temps, saludando con un ademán de cabeza a las caras conocidas que ocupaban prácticamente todos los vehículos con los que me cruzaba. No tenía ni idea de qué hacer. Me detuve en el aparcamiento de la ciudad y salí del coche. Empecé a caminar, con las manos hundidas en los bolsillos. Tenía la cabeza hecha un lío.
Recordé la noche en que le confesé a mi primer amante, Bill, que mi tío abuelo había abusado de mí siendo yo una niña. Bill se tomó tan a pecho la historia que lo dispuso todo para que alguien se pasara por casa de mi tío abuelo. Mira por dónde, resultó que murió como consecuencia de una caída por las escaleras. Me puse hecha una fiera con Bill por haberse ocupado de mi pasado. Pero no puedo negar que la muerte de mi tío abuelo me resultó satisfactoria. Y aquella profunda sensación de alivio me hizo sentir cómplice del asesinato.
Cuando intentaba encontrar supervivientes entre los escombros del hotel Pyramid of Gizeh, descubrí a gente viva, entre ellos a un vampiro que quería tenerme bajo su control para el beneficio de la reina. Andre había resultado terriblemente herido, pero habría logrado sobrevivir si un mal herido Quinn no se hubiese abalanzado sobre él hasta acabar con su vida. Yo había seguido adelante sin detener a Quinn ni salvar a Andre, y aquello me había convertido en bastante más culpable de la muerte de Andre que de la de mi tío abuelo.
Atravesé el aparcamiento vacío dando puntapiés a las hojas caídas que se interponían en mi camino. Me descubrí batallando contra una tentación repugnante. Bastaba con decir una palabra a cualquiera de los muchos miembros de la comunidad de seres sobrenaturales para que Tanya muriese en el acto. O podía decantarme por el origen de todo el tema y hacer eliminar a Sandra. Y, una vez más… su desaparición de este mundo sería un verdadero alivio.
Pero no podía hacerlo.
Aunque tampoco podía vivir con Tanya pisándome los talones. Había hecho todo lo posible para echar a perder la ya frágil relación entre mi hermano y su esposa. Y eso estaba muy mal.
Finalmente creí encontrar a la persona adecuada con quien consultar mi problema. Y vivía conmigo, perfecto.
Cuando llegué a casa, el padre de Amelia y su amable chófer se habían marchado ya. Amelia estaba en la cocina, lavando los platos.
– Amelia -dije, y Amelia dio un brinco-. Lo siento -me disculpé-. Tendría que haber hecho más ruido al entrar.
– Creí que venía porque mi padre y yo empezábamos a entendernos un poco mejor -confesó-. Pero no me parece que se deba a eso. Simplemente me necesita para que haga algo por él de vez en cuando.
– Bueno, al menos nos han partido la leña.
Rió un poquito y se secó las manos.
– Me da la impresión de que tienes algo importante que decirme.
– Quiero dejar las cosas claras antes de contarte una larga historia. Estoy haciéndole un favor a tu padre, pero en realidad esto lo hago por ti -dije-. Llamaré a Fangtasia por lo de tu padre pase lo que pase porque tú eres mi compañera de casa y eso te hará feliz. De modo que caso cerrado. Ahora, voy a contarte una cosa terrible que hice en su día.
Amelia se sentó en la mesa y yo me instalé justo delante de ella, igual que Marley y yo habíamos hecho antes.
– Suena interesante -dijo-. Estoy lista. Suéltalo.
Se lo conté todo a Amelia: lo de Debbie Pelt, Alcide, Sandra Pelt y sus padres, su promesa de que Sandra nunca volvería a molestarme mientras ellos siguieran con vida. Lo que me hicieron y cómo me sentí. Lo de Tanya Grisson, espía, chivata y saboteadora del matrimonio de mi hermano.
– Caramba -dijo Amelia cuando hube terminado. Se quedó un minuto reflexionando-. Está bien, ante todo se trata de comprobar lo del señor y la señora Pelt. -Utilizamos el ordenador que había traído del apartamento de Hadley en Nueva Orleans. Necesitamos sólo cinco minutos para descubrir que Gordon y Barbara Pelt habían fallecido hacía dos semanas, cuando salieron por la izquierda de una gasolinera y chocaron de frente contra un tractor.
Nos miramos, arrugando la nariz.
– Vaya -dijo Amelia-. Un mal comienzo.
– Me pregunto si esperaría a que estuvieran bajo tierra antes de activar su «plan de muerte contra la irritante Sookie» -dije.
– Esa bruja no va a ceder. ¿Estás segura de que Debbie Pelt era adoptada? Porque esta actitud tan vengativa parece ser cosa de familia.
– Debían de estar muy unidas -dije-. De hecho, tengo la impresión de que Debbie era más una hermana para Sandra que una hija para sus padres.
Amelia movió la cabeza pensativa.
– Lo veo todo un poco patológico -dijo-. Veamos, pensemos qué puedo hacer yo. No practico la magia mortal. Y has dicho que no deseas la muerte de Tanya y Sandra, de modo que te tomo la palabra.
– Bien -dije brevemente-. Ah, y estoy dispuesta a pagar por todo esto, naturalmente.
– Vete a paseo -dijo Amelia-. Estuviste dispuesta a aceptarme cuando necesité salir de la ciudad. Llevas todo este tiempo aguantándome.
– Me pagas un alquiler -apunté.
– Sí, que cubre simplemente mis gastos fijos en la casa. Y tienes que aguantarme, y no protestas por mi situación con Bob. Créeme, me alegro de verdad de poder hacer esto por ti. Simplemente tengo que pensar en qué hacer en realidad. ¿Te importa si lo consulto con Octavia?
– No, en absoluto -dije, tratando de no demostrar que me sentía aliviada ante la idea de que la bruja de más edad aportara su experiencia-. Te has dado cuenta, ¿verdad?…, de que no sabía ya qué hacer, de que empezaba a faltarle el dinero…
– Sí -dijo Amelia-. Y no sé cómo darle un poco sin ofenderla. Ésta me parece una buena manera de poder hacerlo. Tengo entendido que vive en un rincón del salón de la casa de una sobrina. Me contó eso, más o menos, y no se me ocurre cómo ayudarla al respecto.
– Pensaré en ello -le prometí-. Si de verdad, de verdad, necesita marcharse de casa de su sobrina, podría instalarse por una breve temporada en el dormitorio que aún me queda libre. -No era una oferta que me satisficiera mucho, pero la vieja bruja me daba lástima. Se había distraído con la pequeña excursión hasta el apartamento de la pobre María Estrella, que había acabado siendo un espectáculo fantasmagórico.
– Intentaremos encontrar una solución a largo plazo -dijo Amelia-. Voy a llamarla.
– Muy bien. Hazme saber qué habéis decidido. Tengo que prepararme para ir a trabajar.
Entre mi casa y el Merlotte's no había muchas casas, pero todas ellas tenían fantasmas colgados de los árboles, calabazas de plástico en el jardín y un par de ellas de verdad en el porche. Los Prescott habían colocado sobre el césped una gavilla de maíz, una bala de heno y varias calabazas y calabacines decorativos dispuestos con mucha gracia. Tomé mentalmente nota de comentarle a Lorinda Prescott, cuando volviera a encontrarme con ella en Wal-Mart o en la oficina de correos, lo precioso que le había quedado el jardín.
Cuando llegué a mi trabajo ya había oscurecido. Busqué el teléfono móvil para llamar a Fangtasia antes de entrar.
– Fangtasia, el bar con mordisco. Ven al mejor bar de vampiros de Shreveport, donde los no muertos toman sus copas cada noche -respondió una grabación-. Para horarios del bar, pulsa «uno». Para programar una fiesta privada, pulsa «dos». Para hablar con un humano vivo o un vampiro muerto, pulsa «tres». Y ten en cuenta lo siguiente: aquí no se toleran las llamadas de bromistas. Te encontraremos.
Estaba segura de que era la voz de Pam. Sonaba notablemente monótona. Pulsé el «tres».
– Fangtasia, donde todos tus sueños no muertos se hacen realidad -dijo una colmillera-. Te habla Elvira. ¿Con quién quieres que te ponga?
Elvira, vaya honor.
– Soy Sookie Stackhouse. Tengo que hablar con Eric -dije.
– ¿Podría ayudarte Clancy? -preguntó Elvira.
– No.
Elvira se quedó confundida.
– El amo está muy ocupado -dijo, como si a una humana como yo le costara mucho comprenderlo.
Era evidente que Elvira era una novata. O tal vez yo estuviera mostrándome excesivamente arrogante. Me había irritado esta «Elvira».
– Mira -dije, tratando de sonar agradable-. O me pones con Eric en menos de dos minutos, o creo que no va a estar muy contento contigo.
– Bien -dijo Elvira-. No es necesario que te pongas como una bruja por esto.
– Evidentemente que me pongo.
– Te dejo en espera -dijo de mala gana Elvira. Miré de reojo la entrada de empleados del bar. Tenía que darme prisa.
Clic.
– Eric al habla -dijo-. ¿Se trata de mi antigua amante?
De acuerdo, incluso eso hacía que todo mi interior retumbara y se estremeciera de excitación.
– Sí, sí, sí -dije, orgullosa de que mi voz sonara imperturbable-. Escúchame, Eric, por lo que más quieras. Hoy he tenido una visita de un pez gordo de Nueva Orleans llamado Copley Carmichael. Estaba relacionado con Sophie-Anne por un asunto sobre la reconstrucción de sus cuarteles generales. Pretende establecer una relación con el nuevo régimen. -Respiré hondo-. ¿Estás bien? -pregunté, negando en una única y lastimera pregunta toda la indiferencia que había cultivado hasta el momento.
– Sí -respondió, con un tono de voz intensamente personal-. Sí, voy…, voy superándolo. Hemos tenido mucha, mucha suerte de estar en posición de… Tuvimos mucha suerte.
Solté el aire muy lentamente para que él no se diera cuenta. Aunque, naturalmente, se percató de todos modos. No puedo decir que hubiera estado en ascuas preguntándome qué tal les iban las cosas a los vampiros, aunque tampoco es que hubiera estado muy tranquila.
– Sí, muy bien -dije rápidamente-. Volviendo a lo de Copley. ¿Hay alguien que pudiera contactar con él por el tema de la reconstrucción?
– ¿Está ese hombre por la zona?
– No lo sé. Estuvo aquí esta mañana. Puedo preguntar.
– La vampiro con la que estoy trabajando en estos momentos sería probablemente la mujer adecuada para este tipo de asuntos. Podrían quedar en tu bar o aquí, en Fangtasia.
– De acuerdo. Estoy segura de que cualquiera de los dos sitios será adecuado para él.
– Hazme saber qué decide. Tendrá que llamar antes aquí para concertar la reunión. Dile que pregunte por Sandy.
Me eché a reír.
– ¿Sandy?
– Sí-dijo, lo bastante serio como para que a mí se me pasase la risa al instante-. Esa mujer no tiene nada de gracioso, Sookie.
– Está bien, está bien, lo capto. Déjame que llame a su hija, ella le llamará, él llamará a Fangtasia, estará todo arreglado y le habré hecho el favor.
– ¿Se trata del padre de Amelia?
– Sí. Es un imbécil -dije-. Pero es su padre, y me imagino que conoce bien el negocio de la construcción.
– Estuvimos sentados delante del fuego y hablé contigo sobre tu vida -dijo.
De acuerdo, saliéndose por la tangente…
– Eh… Sí, lo hicimos.
– Recuerdo la ducha juntos.
– Sí, también hicimos eso.
– Hicimos muchas cosas.
– Ah…, sí. Tienes razón.
– De hecho, si no tuviera tantas cosas que hacer aquí en Shreveport, me sentiría tentado a visitarte para recordarte lo mucho que te gustaban esas cosas.
– Si la memoria no me engaña -dije cortante-, también a ti te gustaban.
– Oh, sí, claro.
– Eric, tengo que irme, de verdad. Tengo que entrar a trabajar. -O a arder de manera espontánea, lo que quiera que sucediese primero.
– Adiós. -Incluso era capaz de conseguir que esa palabra sonara sexy.
– Adiós. -Yo no lo conseguí.
Tardé un segundo en volver a recomponer mis ideas. Recordaba cosas que había intentado olvidar con todas mis fuerzas. Los días que Eric había pasado conmigo -las noches, mejor dicho- habían sido de mucho hablar y mucho sexo. Y había sido maravilloso. La compañía. El sexo. Las risas. El sexo. Las conversaciones. El…, bien.
De repente, lo de servir cervezas me parecía de lo más soso.
Pero era el empleo que tenía y le debía a Sam presentarme en mi puesto y trabajar. Me arrastré hacia el interior, guardé el bolso y saludé a Sam con un ademán de cabeza mientras le daba unos golpecitos a Holly en el hombro para avisarle de que ya estaba allí para sustituirla. Nos intercambiábamos los turnos para variar un poco de vez en cuando, porque lo necesitáramos, pero principalmente porque por la noche las propinas eran más elevadas. Holly se alegró de verme porque aquella noche tenía una cita con Hoyt. Iban al cine y a ceñar a Shreveport. Había contratado a una chica para que hiciese de canguro de Cody. Me lo iba contando todo al mismo tiempo que yo obtenía la información de su feliz cerebro y tuve que esforzarme para no confundirme. Era una prueba más de hasta qué punto me había trastornado mi conversación con Eric.
Estuve muy ocupada durante la primera media hora, asegurándome de que todo el mundo se encontraba debidamente servido, con su comida y su bebida. Después, aproveché un momento para llamar a Amelia y comunicarle el mensaje de Eric, y me dijo que llamaría a su padre en cuanto colgase.
– Gracias, Sook -dijo-. Eres una compañera estupenda.
Confiaba en que siguiese pensando lo mismo cuando ella y Octavia concibieran una solución mágica para mi problema con Tanya.
Aquella noche, Claudine apareció por el Merlotte's y su entrada aceleró las pulsaciones masculinas. Iba vestida con una blusa de seda de color verde, pantalones negros y botas negras de tacón. Calculé que con los tacones mediría más de un metro ochenta. Me sorprendió ver a su hermano gemelo, Claude, aparecer tras ella. Las pulsaciones de la clientela femenina se aceleraron entonces hasta alcanzar la velocidad de propagación de un incendio forestal. Claude, cuyo pelo era tan negro como el de Claudine, aunque no tan largo, estaba tan cachas como los modelos de los anuncios de Calvin Klein. Llevaba la versión masculina del modelito de Claudine y se había recogido el pelo con una cinta de cuero. Calzaba además unas botas muy de «tío». Gracias a su trabajo como stripper en un club de Monroe, Claude sabía cómo sonreír a las mujeres, aunque éstas no le interesaran en lo más mínimo. Retiro lo dicho. Le interesaba el dinero que llevaban en el bolso.
Los gemelos nunca habían venido juntos al bar; de hecho, no recordaba haber visto nunca a Claude poner los pies en el Merlotte's. Él se movía por otros locales, tenía sus propios lugares donde echar la caña.
Naturalmente, me acerqué a saludarlos y Claudine me abrazó efusivamente. Sorprendentemente, Claude siguió su ejemplo. Supuse que lo hacía de cara al público, que estaba integrado básicamente por toda la clientela del bar. Incluso Sam sonreía; juntos, los gemelos hada resultaban fascinantes.
Nos quedamos al lado de la barra, yo situada entre los dos, y ambos rodeándome con un brazo. Escuché los cerebros de mi alrededor iluminarse con fantasías, algunas de las cuales me sorprendieron incluso a mí, y eso que he visto las cosas más extrañas que nadie pueda imaginar. Sí, soy capaz de verlo todo en tecnicolor.
– Te traemos recuerdos de nuestro abuelo -dijo Claude. Su voz era tan bajita y acuosa que estaba segura de que nadie más pudo oírle. Sam posiblemente sí, pero siempre era de lo más discreto.
– Se pregunta por qué no lo llamaste -dijo Claudine-, sobre todo teniendo en cuenta lo que sucedió la otra noche, en Shreveport.
– Bueno, eso ya se acabó -dije, sorprendida-. ¿Por qué molestarle con algo que ya había salido bien? Vosotros estabais allí. Pero sí traté de llamarlo anteayer.
– Sonó sólo una vez -murmuró Claudine.
– Sí, cierta persona me rompió el teléfono y no pude completar la llamada. Me dijo que no lo hiciera, que iniciaría una guerra con ello. Pero sobreviví también a aquello. De modo que todo acabó bien.
– Tienes que hablar con Niall, contarle toda la historia -dijo Claudine. Sonrió a Catfish Hennessy, que estaba en la otra punta del local; el hombre dejó caer la jarra de cerveza sobre la mesa con tanta fuerza que la tumbó-. Ahora que Niall se ha dado a conocer, quiere que confíes en él.
– ¿Por qué no puede coger el teléfono como todo el mundo?
– Porque no pasa todo su tiempo en este mundo -respondió Claude-. Aún existen lugares exclusivos para los nuestros.
– Lugares muy pequeños -dijo con melancolía Claudine-. Pero muy especiales.
Me alegraba tener un pariente, como también lo hacía siempre al ver a Claudine, que era literalmente mi salvavidas. Pero estar con los dos gemelos juntos resultaba un poco agobiante, abrumador…, y al tenerlos tan cerca de mí, aplastada casi entre ellos (incluso Sam lo había visto), notaba que el olor de su sudor, ese olor que los hacía tan embriagadores para los vampiros, estaba asfixiando mi pobre nariz.
– Mira -dijo Claude, muy divertido-. Creo que tenemos compañía.
Arlene estaba acercándose y miraba a Claude como si hubiera divisado un plato lleno de carne a la barbacoa y aros de cebolla.
– ¿Quién es tu amigo, Sookie?
– Te presento a Claude -dije-. Es un primo lejano mío.
– Pues bien, encantada de conocerte, Claude -dijo Arlene.
Vaya jeta, teniendo en cuenta lo que sentía hacia mí últimamente y cómo me trataba desde que había empezado a asistir a las reuniones de la Hermandad del Sol.
Claude se mostró completamente indiferente. Se limitó a asentir.
Arlene esperaba más y después de un momento de silencio, fingió oír que le llamaba algún cliente de sus mesas.
– ¡Voy a buscar una jarra! -dijo animadamente, y desapareció. La vi inclinarse sobre una mesa y hablar muy seria con una pareja de tipos que no me sonaban de nada.
– Siempre me encanta veros a los dos, pero estoy trabajando -dije-. ¿Habíais venido simplemente a decirme que mi…, que Niall quiere saber por qué el teléfono sonó una vez y colgué?
– Y por qué no volviste a llamar para explicarte -dijo Claudine. Se inclinó para darme un beso en la mejilla-. Llámalo, por favor, esta noche cuando salgas de trabajar.
– De acuerdo -dije-. Pero sigo pensando que me habría gustado que me hubiese llamado él para preguntármelo. -Los mensajeros estaban muy bien, pero el teléfono era más rápido. Y me gustaría escuchar su voz. Si tan preocupado estaba por mi seguridad, e independientemente de dónde se hallara, no le costaba nada regresar un momento a este mundo para llamarme.
Podía haberlo hecho, pensé.
No sabía, por supuesto, lo que implicaba ser un príncipe de las hadas. Lo anotaría bajo el encabezamiento «Problemas a los que sé que jamás me enfrentaré».
Después de una nueva ronda de besos y abrazos, los gemelos salieron del bar y muchos ojos deseosos los siguieron en su avance hacia la puerta.
– ¡Vaya, Sookie, tienes amigos estupendos! -gritó Catfish Hennessy, y se produjo una oleada general de conformidad.
– He visto a ese tipo en un club de Monroe. ¿No se dedica al striptease? -dijo una enfermera llamada Debi Murray que trabajaba en un hospital de la cercana ciudad de Clarice. Estaba sentada con dos enfermeras más.
– Sí -dije-. Y además es el propietario del club.
– Buen aspecto y un buen botín -dijo una de las otras enfermeras. Se llamaba Beverly algo-. La próxima noche de las mujeres iré a verlo con mi hija. Acaba de romper con un auténtico perdedor.
– Bien… -Me planteé la posibilidad de explicar que Claude no se mostraría interesado por la hija de nadie, pero después decidí que no era un asunto de mi incumbencia-. Que os lo paséis bien -dije en cambio.
Como había perdido el tiempo con mis casi primos, tuve que apresurarme para satisfacer a todo el mundo. Y la clientela, pese a no haber disfrutado de mi atención durante la visita, se había entretenido con los gemelos, por lo que nadie estaba muy mosqueado.
Copley Carmichael apareció en el bar cuando estaba a punto de acabar mi turno.
Tenía un aspecto curioso, allí solo. Me imaginé que Marley estaría esperándolo en el coche.
Con su precioso traje y su caro corte de pelo, la verdad es que no encajaba mucho en aquel lugar, pero había que reconocérselo: se comportaba como si se pasase la vida en lugares como el Merlotte's. Me encontraba en aquel momento al lado de Sam, que estaba preparando un bourbon con Coca-Cola para una de mis mesas. Le expliqué quién era el desconocido.
Serví la copa y con un ademán de cabeza le indiqué al señor Carmichael una mesa vacía. Enseguida captó la indirecta y se instaló en ella.
– ¡Hola! ¿Le apetece tomar algo, señor Carmichael? -dije.
– Un whisky escocés single malt -dijo-. Me va bien cualquiera. He quedado aquí con alguien, Sookie, gracias por la llamada. Basta con que la próxima vez que necesites cualquier cosa me lo hagas saber y haré todo lo posible para hacerlo realidad.
– No es necesario, señor Carmichael.
– Llámame Cope, por favor.
– Hmmm. De acuerdo, voy a prepararle el whisky.
Yo no distinguía un single malt de un agujero en el suelo, pero Sam sí, naturalmente, y me entregó una copa reluciente con una buena dosis de whisky. Sirvo licores, pero apenas los pruebo. La mayoría de gente de por aquí bebe lo más evidente: cerveza, bourbon con Coca-Cola, gin-tonic y Jack Daniel's.
Deposité la copa junto con una servilleta en la mesa del señor Carmichael y regresé luego con un pequeño recipiente en el que había una mezcla de frutos secos.
Le dejé entonces solo, pues tenía más gente a la que atender. Pero seguí controlándolo. Me di cuenta de que Sam vigilaba también al padre de Amelia. Todos los demás, sin embargo, estaban demasiado enfrascados en sus conversaciones y sus bebidas como para prestarle excesiva atención al desconocido, que no era para nada tan interesante como Claude y Claudine.
En un momento en que no miraba, llegó una vampira y se sentó con Cope. No creo que nadie más que yo supiera de quién se trataba. Era una vampira realmente reciente, con lo cual quiero decir que había muerto en los últimos cincuenta años, y tenía el pelo prematuramente canoso y cortado con una discreta melena hasta la altura de la barbilla. Era menuda, en torno al metro cincuenta y cinco, curvilínea y firme allí donde debía serlo. Llevaba unas gafitas con montura plateada que eran pura afectación, pues nunca había conocido a ningún vampiro cuya visión no fuera absolutamente perfecta y, de hecho, más aguda que la de cualquier ser humano.
– ¿Le sirvo algo de sangre? -pregunté.
Sus ojos eran como un láser. En cuanto pasaba a prestarte atención, lo lamentabas.
– Tú eres Sookie -dijo.
No vi la necesidad de corroborar aquello de lo que tan segura estaba. Me quedé a la espera.
– Una copa de TrueBlood, por favor -dijo-. Caliente. Y me gustaría conocer a tu jefe, si pudieses ir a buscarlo.
Era más seca que una pasa. Pero ella era la clienta y yo la camarera. De modo que le calenté una TrueBlood y le dije a Sam que requerían su presencia.
– Voy en un minuto -dijo, pues estaba preparándole una bandeja llena de copas a Arlene.
Asentí y le serví la sangre a la vampira.
– Gracias -dijo educadamente-. Soy Sandy Sechrest, la nueva representante del rey de Luisiana en esta zona.
No tenía ni idea de dónde se había criado Sandy, pero había sido en Estados Unidos y no en el sur.
– Encantada de conocerla -dije, aunque sin ningún entusiasmo.
¿Representante en la zona? ¿No era una de las muchas funciones de los sheriffs? ¿Qué significaría aquello para Eric?
Sam se acercó a la mesa en aquel momento y me marché, pues no quería parecer curiosa. Además, probablemente después podría captarlo del cerebro de Sam si él decidía no contarme lo que quería la nueva vampira. Sam sabía bloquear sus pensamientos, pero para hacerlo necesitaba esforzarse mucho.
Los tres entablaron una conversación que se prolongó un par de minutos y luego Sam se excusó para volver a ponerse detrás de la barra.
De vez en cuando, miré de reojo a la vampira y al magnate para ver si necesitaban alguna cosa más, pero ninguno de los dos indicó que tuviera más sed. Estaban hablando muy serios y los dos mantenían una cara de póquer. La situación no me importaba lo suficiente como para tratar de descubrir los pensamientos del señor Carmichael y, naturalmente, Sandy Sechrest era completa oscuridad para mí.
El resto de la noche transcurrió con normalidad. Ni siquiera me di cuenta del momento en que se marcharon la nueva representante del rey y el señor Carmichael. Llegó entonces la hora de cerrar y de preparar mis mesas para cuando Terry Bellefleur llegara a limpiar por la mañana. Cuando miré a mi alrededor, todo el mundo se había ido excepto Sam y yo.
– ¿Has acabado ya? -me preguntó Sam.
– Sí -le respondí, después de echar un último vistazo.
– ¿Tienes un minuto?
Yo siempre tenía un minuto para Sam.