Miré el calendario con «La palabra del día» mientras esperaba que mi plancha para alisar el pelo se calentara. «Epiceno». Caramba.
Como no sabía a qué restaurante iríamos, ni tampoco con quién me iba a encontrar, elegí la opción con la que me sentía más cómoda y me puse una camiseta azul de seda que Amelia decía que le quedaba grande y unos pantalones negros de vestir con zapatos de tacón negros. No suelo llevar muchas joyas, de modo que me decanté por una cadena de oro y unos pendientes discretos, también de oro. Había tenido una dura jornada de trabajo, pero sentía demasiada curiosidad por la velada que tenía por delante como para estar cansada.
Eric llegó puntual y sentí (oh, sorpresa) una oleada de placer en cuanto le vi. No creo que fuera del todo debido al vínculo de sangre que existía entre nosotros. Creo que cualquier mujer heterosexual notaría algo parecido al ver a Eric. Era un hombre alto y en su tiempo debió de ser un gigante. Estaba hecho para blandir una espada con la que acallar a sus enemigos. El cabello dorado de Eric caía como la melena de un león desde una frente despejada. No tenía nada de epiceno, tampoco nada etéreamente bello. Era todo masculinidad.
Eric se inclinó para darme un beso en la mejilla. Me sentía cómoda y a salvo. Este era el efecto que él tenía sobre mí ahora que habíamos intercambiado nuestra sangre más de tres veces. No la habíamos compartido por placer, sino por necesidad (al menos eso era lo que yo creía), pero el precio que había que pagar por ello era elevado. Ahora estábamos unidos y cuando lo tenía cerca de mí me sentía absurdamente feliz. Intentaba disfrutar de la sensación, pero ser consciente de que aquello no era del todo natural me complicaba las cosas.
Eric había venido en su Corvette y al verlo me alegré de haberme decidido por los pantalones. Entrar y salir de un coche así con discreción puede ser un procedimiento complicado cuando una lleva falda. De camino a Shreveport le conté cosas intrascendentes y me di cuenta de que Eric permanecía excepcionalmente en silencio. Intenté interrogarle acerca de Jonathan, el misterioso vampiro de la boda, pero Eric dijo:
– Hablaremos de eso después. No has vuelto a verlo, ¿verdad?
– No -respondí-. ¿Debería haberlo hecho?
Eric negó con la cabeza. Se produjo entonces una incómoda pausa. Por su forma de sujetar el volante, estaba segura de que estaba armándose de valor para decir algo que no quería decir.
– Me alegro por tu bien de que Andre no sobreviviera al atentado.
El hijo más querido de la reina, Andre, había muerto en el atentado de Rhodes. Pero no había muerto a causa de la explosión. Quinn y yo habíamos sido los autores del hecho: la causa de su fallecimiento había sido un gran pedazo de madera que Quinn le había hundido en el corazón mientras el vampiro yacía indefenso. Quinn había matado a Andre por mi bien, porque sabía que Andre tenía unos planes para mí que con sólo pensar en ellos me hacían tiritar de miedo.
– Estoy segura de que la reina debe de echarlo de menos -dije con cautela.
Eric me lanzó una mirada.
– La reina está muy afligida -dijo-. Y su curación le llevará aún muchos meses. Lo que iba a decir es… -Su voz se cortó.
Aquello no era muy típico de Eric.
– ¿Qué? -pregunté.
– Que me salvaste la vida -dijo. Me volví para observarlo, pero él seguía mirando al frente-. Me salvaste la vida, y también la de Pam.
Me agité incómoda en mi asiento.
– Sí, bueno… -La Señorita Locuaz. El silencio se prolongó hasta que me di cuenta de que tenía que decir algo más-. Tenemos un vínculo de sangre.
Eric se quedó sin responder durante un buen rato.
– No fue principalmente por eso por lo que viniste a despertarme el día que el hotel voló por los aires -dijo-. Pero no hablemos más de ello por ahora. Tienes una velada importante por delante.
«Sí, jefe», dije con mi lengua afilada, aunque sólo para mis adentros.
Estábamos en una parte de Shreveport que no me resultaba muy familiar. Quedaba lejos de la zona de compras, que conocía bastante bien. Nos encontrábamos en un barrio de casas grandes y jardines cuidados. Las tiendas eran pequeñas y caras…, lo que llaman «boutiques». Nos adentramos entre un grupo de comercios de ese estilo. Estaban dispuestos en forma de L y el restaurante, detrás de ellos. Se llamaba Les Deux Poissons. Había unos ocho coches aparcados delante, cada uno de ellos por el valor de mis ingresos anuales. Bajé la vista para observar mi vestimenta, y de pronto me sentí incómoda.
– No te preocupes, estás preciosa -dijo Eric en voz baja. Se inclinó para desabrochar mi cinturón de seguridad (me quedé asombrada) y cuando se enderezó volvió a besarme, esta vez en la boca. Sus brillantes ojos azules destacaban sobre el blanco de su cara. Parecía tener en la punta de la lengua toda una historia. Pero entonces la engulló y salió del coche, lo rodeó y me abrió la puerta. ¿Y si no era yo la única que se sentía así por nuestro vínculo de sangre?
Por su tensión me di cuenta de que estaba a punto de vivir un acontecimiento importante y empecé a tener miedo. Comenzamos a caminar hacia el restaurante y Eric me cogió la mano, acariciándome distraídamente la palma con el pulgar. Me sorprendió descubrir que existía una línea directa que conectaba la palma de mi mano con la…, con la mujer atrevida que llevaba dentro.
Entramos en el vestíbulo, donde había una pequeña fuente y una mampara que impedía ver a los comensales. La mujer que estaba detrás del podio de la entrada era muy guapa y de raza negra, con el pelo cortado al uno. Llevaba un vestido drapeado de color naranja y marrón y los tacones más altos que había visto en mi vida. La miré con atención, observé el diseño de su cerebro y descubrí que era humana. Le lanzó una luminosa sonrisa a Eric y tuvo el suficiente sentido común para ofrecerme también a mí otra.
– ¿Serán dos? -dijo.
– Hemos quedado con alguien -dijo Eric.
– Oh, el caballero…
– Sí.
– Por aquí, por favor. -Después de sustituir su sonrisa por una mirada casi de envidia, se giró y caminó elegantemente hacia las mesas. Eric me indicó con un gesto que la siguiera. El interior estaba bastante oscuro y sobre las mesas, cubiertas con manteles blancos como la nieve y servilletas sofisticadamente dobladas, había velas.
Yo tenía los ojos clavados en la espalda de la recepcionista, de modo que cuando de repente se detuvo, no entendí de inmediato que lo había hecho en la mesa en que debíamos sentarnos. Se hizo a un lado. Sentado delante de mí estaba aquel hombre tan encantador al que había visto en la boda dos noches antes.
La recepcionista dio media vuelta sobre sus altísimos tacones, tocó el respaldo de la silla situada a la derecha del hombre para indicar que yo debía sentarme allí y nos dijo que enseguida llegaría nuestro camarero. El hombre se levantó para retirarme la silla. Miré de reojo a Eric, que movió afirmativamente la cabeza.
Me situé delante de la silla y el hombre la empujó hacia delante en el momento justo.
Eric no se sentó. Deseaba que me explicase lo que estaba ocurriendo, pero no dijo nada. De hecho, casi parecía triste.
El atractivo hombre me miró directamente.
– Hija -dijo, para llamar mi atención. Entonces se echó hacia atrás su largo pelo dorado. Ninguno de los demás comensales estaba en posición de ver lo que me mostraba.
Tenía las orejas puntiagudas. Era un hada.
Conocía a dos hadas más. Pero evitaban a los vampiros por encima de todo, ya que el olor a hada era tan embriagador para un vampiro como el olor de la miel lo es para un oso. Según me había comentado un no muerto especialmente dotado con el sentido del olfato, yo poseía algo de sangre de hada.
– Muy bien -dije, para darle a entender que había tomado nota de sus orejas.
– Sookie, te presento a Niall Brigant -dijo Eric. Pronunció el nombre como «Nye-all»-. Hablará contigo durante la cena. Yo estaré fuera por si me necesitas. -Inclinó rígidamente la cabeza en dirección al hada y se marchó.
Vi a Eric irse y me volví, ansiosa. Entonces sentí una mano sobre la mía y me encontré mirando a los ojos de aquel hombre.
– Como ha dicho, me llamo Niall. -Su voz era clara, asexuada, resonante. Tenía los ojos verdes, del verde más profundo imaginable. Bajo la luz trémula de la vela, el color apenas tenía importancia, era su profundidad lo que llamaba la atención. Sentía su mano sobre la mía ligera como una pluma, pero muy caliente.
– ¿Quién es usted? -pregunté, y no le pedía precisamente que me repitiera su nombre.
– Soy tu bisabuelo -dijo Niall Brigant.
– Oh, mierda -dije, y me tapé la boca con la mano-. Lo siento, yo sólo… -Negué con la cabeza-. ¿Mi bisabuelo? -dije, probando qué tal sentaba la palabra. Niall Brigant hizo una delicada mueca. En un hombre normal, el gesto habría resultado afeminado, pero no en Niall.
Los niños de por aquí llaman a sus abuelos «Papaw». Me encantaría ver cómo reaccionaría a eso. Aquella idea me ayudó a recuperar un poco el sentido.
– Explíquese, por favor -dije muy educadamente. Llegó entonces el camarero para preguntarnos qué queríamos beber y recitar las especialidades del día. Niall pidió una botella de vino y le dijo que tomaríamos salmón. No me consultó para nada. Autoritario.
El joven asintió con energía.
– Una elección estupenda -dijo. Era un hombre lobo y aunque habría esperado que sintiese cierta curiosidad por Niall (quien, al fin y al cabo, era un ser sobrenatural que no abundaba), parecía estar mucho más interesado en mí. Lo atribuí a la juventud del camarero y a mis tetas.
Y he de decir una cosa extraña acerca de conocer a mi autoproclamado pariente: en ningún momento dudé de su sinceridad. Era mi bisabuelo y saber aquello encajó a la perfección, como una pieza de rompecabezas.
– Te lo contaré todo -dijo Niall. Muy lentamente, telegrafiándome su intención, se inclinó para darme un beso en la mejilla. Su boca y sus ojos se arrugaron cuando los músculos faciales se movieron para articular el beso. Pero la fina telaraña de arrugas no menguó en absoluto su belleza; era como la seda antigua o como la pintura resquebrajada de un gran maestro.
Era una noche para recibir besos.
– Cuando era joven, hará unos quinientos o seiscientos años, solía deambular entre los humanos -dijo Niall-. Y de vez en cuando, como todo hombre, veía alguna mujer humana a la que encontraba atractiva.
Miré a mi alrededor para no estar fijándome en él todo el rato y me percaté de algo extraño: nadie nos miraba, excepto el camarero. Ni siquiera una mirada casual hacia nosotros. Y los cerebros humanos presentes ni siquiera habían registrado nuestra presencia. Mi bisabuelo hizo una pausa mientras yo observaba nuestro alrededor y continuó hablando cuando yo hube terminado de evaluar la situación.
– Un día vi una mujer en el bosque, se llamaba Einin. Me tomó por un ángel. -Se quedó un instante en silencio-. Era deliciosa -dijo-. Vital, feliz y sencilla. -Niall tenía la mirada fija en mi cara. Me pregunté si yo le recordaría a Einin, por sencilla-. Yo era lo bastante joven como para enamorarme locamente de ella, lo bastante joven como para ignorar el final inevitable de nuestra relación cuando ella envejeciera y yo no lo hiciera. Pero Einin se quedó embarazada, lo cual fue una sorpresa. Einin dio a luz gemelos, algo bastante habitual entre las hadas. Einin y los dos niños sobrevivieron al parto, lo cual no solía ser siempre así en aquellos tiempos. A su hijo mayor lo llamó Fintan. Y al segundo lo llamó Dermot.
El camarero nos trajo el vino y me despertó del hechizo que la voz de Niall ejercía sobre mí. Era como estar sentada junto a un fuego en el bosque escuchando una antigua leyenda. Y de golpe, ¡pam! Estábamos en un restaurante moderno en Shreveport, Luisiana, rodeados de gente que no tenía ni idea de lo que sucedía. Levanté automáticamente mi copa y probé el vino. Me consideré con derecho a hacerlo.
– Fintan, el medio hada, era tu abuelo paterno, Sookie -dijo Niall.
– No. Sé perfectamente quién era mi abuelo. -Me temblaba un poco la voz, me di cuenta, aunque seguí hablando en voz baja-. Mi abuelo era Mitchell Stackhouse, que se casó con Adele Hale. Mi padre era Corbett Hale Stackhouse, y él y mi madre murieron como consecuencia de una inundación repentina que tuvo lugar cuando yo era pequeña. Me crió mi abuela Adele. -Aunque recordaba al vampiro de Misisipi que me había dicho que en mis venas corrían rastros de sangre de hada, y realmente creía que el hombre que tenía delante era mi bisabuelo, no conseguía casar con todo aquello la imagen que hasta ahora había tenido de mi familia.
– ¿Cómo era tu abuela? -preguntó Niall.
– Me crió sin tener por qué hacerlo -dije-. Nos acogió a mí y a mi hermano Jason en su casa y se esforzó mucho en sacarnos adelante. Lo aprendimos todo de ella. Nos quería. Ella tuvo dos hijos y los enterró a ambos y, pese a que aquello debió de estar a punto de matarla, siguió siendo fuerte por nosotros.
– De joven era muy bella -dijo Niall. Sus ojos verdes se posaron en mi rostro, como si intentara encontrar en su nieta algún rastro de aquella belleza.
– Me lo imagino -dije, aunque no muy segura. No es muy normal pensar en la belleza de tu abuela, al menos en el mundo normal.
– La vi después de que Fintan la dejara embarazada -dijo Niall-. Era encantadora. Su marido le había dicho que no podría darle hijos. Que había tenido paperas en el momento más inadecuado. Es una enfermedad, ¿verdad? -Asentí-. Conoció a Fintan un día mientras estaba sacudiendo una alfombra en el tendedero, detrás de la casa donde vives ahora. Él le pidió un vaso de agua. Se enamoró en el acto. Ella deseaba tanto tener hijos, que él le prometió que se los daría.
– Ha mencionado antes que las hadas y los humanos no solían tener descendencia al aparearse.
– Pero Fintan era sólo hada a medias. Y ya sabía que podría darle un hijo a una mujer. -Niall hizo una mueca-. La primera mujer a la que amó murió en el parto, pero tu abuela y su hijo corrieron mejor suerte y luego, dos años después, tuvo otra hija de Fintan.
– Sería que él la violó -dije, esperando casi que así fuera. Mi abuela era la mujer más fiel que he conocido. No me la imaginaba engañando a nadie para nada, sobre todo después de haber prometido ante Dios serle fiel a mi abuelo.
– No, no lo hizo. Ella quería hijos, aunque no quería serle infiel a su esposo. A Fintan no le importaban los sentimientos de los demás, y la deseaba desesperadamente -dijo Niall-. Pero nunca fue violento. Nunca la habría violado. Pero mi hijo podía convencer a una mujer para que hiciese cualquier cosa, incluso algo que fuera en contra de su moral… Y si ella era muy bella, también lo era él.
Intenté ver en la abuela a la que yo conocí la mujer que debió de ser. Y no pude.
– ¿Cómo era tu padre, mi nieto? -preguntó Niall.
– Un hombre muy guapo -dije-. Y muy trabajador. Fue un buen padre.
Niall sonrió.
– ¿Qué sentía tu madre por él?
La pregunta cortó en seco los cálidos recuerdos que tenía de mi padre.
– Ella… se desvivía totalmente por él. -Tal vez a expensas de sus hijos.
– ¿Estaba obsesionada? -El tono de voz de Niall no era crítico, sino seguro, como si conociese ya mi respuesta.
– Era realmente posesiva -admití-. Aunque yo sólo tenía siete años cuando murieron, ya me daba cuenta de eso. Supongo que me imaginaba que era normal. Ella quería prestarle a él toda su atención. A veces, Jason y yo nos interponíamos. Y recuerdo que también era terriblemente celosa. -Intenté que sonase gracioso, como si los tremendos celos que mi madre sentía fueran una peculiaridad encantadora.
– Era la parte de hada de él lo que la vinculaba con tanta fuerza -dijo Niall-. Hay humanos que responden así. Ella veía lo sobrenatural de él y la tenía fascinada. Dime, ¿era buena madre?
– Lo intentaba -musité.
Lo había intentado. Mi madre sabía ser buena madre en teoría. Sabía cómo actuaba una buena madre con sus hijos. Lo hacía todo como es debido pero sin convicción. Sin embargo, su verdadero amor era para mi padre, que estaba perplejo ante la intensidad de su pasión. Así lo veo ahora, como adulta. De pequeña, me sentía confusa y herida.
El hombre lobo pelirrojo nos trajo la ensalada y la dejó en la mesa. Deseaba preguntarnos si queríamos alguna cosa más, pero estaba demasiado asustado. Había captado la atmósfera especial de la mesa.
– ¿Por qué ha decidido ahora venir a verme? -pregunté-. ¿Cuánto tiempo hace que conoce mi existencia? -Deposité la servilleta en mi regazo y cogí el tenedor. Tenía que empezar a comer. Siempre me inculcaron que la comida no debe desperdiciarse. Mi abuela. La que había mantenido relaciones sexuales con un hombre que era medio hada (que había aparecido en el jardín como un perro extraviado). Las suficientes relaciones sexuales durante el periodo de tiempo suficiente como para darle dos hijos.
– Conozco la existencia de tu familia desde hace sesenta años, más o menos. Pero mi hijo Fintan me prohibió veros. -Se puso un trozo de tomate en la boca con delicadeza, lo mantuvo allí, reflexionó sobre él y lo masticó. Comía igual que comería yo si estuviese en un restaurante indio o nicaragüense.
– ¿Qué fue lo que cambió? -dije, pero lo averigüé sola-. Su hijo ha muerto.
– Sí -dijo, y dejó el tenedor sobre la mesa-. Fintan ha muerto. Al fin y al cabo, era medio humano. Vivió setecientos años.
¿Se suponía que tenía que opinar sobre esto? Me sentía aturdida, como si Niall me hubiera inyectado procaína en mi centro emocional. Seguramente debería preguntar cómo había muerto mi…, mi abuelo, pero no tenía valor suficiente para hacerlo.
– De modo que decidió venir a contarme esto… ¿Por qué? -Me sentía orgullosa de aparentar tanta calma.
– Soy viejo, incluso para los míos. Me apetecía conocerte. No puedo pagar las culpas por cómo es tu vida debido a la herencia que te aportó Fintan. Pero intentaré hacerte la vida un poco más fácil, si me lo permites.
– ¿Puede hacer que desaparezca mi telepatía? -pregunté. Me recorrió un rayo de esperanza, mezclado con miedo, claro está.
– Estás preguntándome si puedo liberarte de algo que está en la fibra de tu ser -dijo Niall-. No, no puedo hacerlo.
Me derrumbé en mi asiento.
– Pensé que debía preguntárselo -dije, reprimiendo las lágrimas-. ¿Tengo tres deseos, o eso sólo es para los genios?
Niall me miró muy serio.
– Mejor que nunca te encuentres con un genio -dijo-. Y no soy un personaje gracioso. Soy un príncipe.
– Lo siento -dije-. Me está costando un poco enfrentarme a todo esto…, bisabuelo. -No recordaba a mis bisabuelos humanos. Mis abuelos (sí, de acuerdo, ya sé que uno de ellos no era en realidad mi abuelo) no tenían en absoluto el aspecto de aquella bella criatura, ni actuaban como él. El abuelo Stackhouse murió dieciséis años atrás, y los padres de mi madre habían muerto antes de que yo alcanzara la adolescencia. Pero había conocido a mi abuela Adele mucho mejor que a cualquiera de los demás, de hecho, mucho mejor que a mis verdaderos padres.
– Una pregunta -dije-. ¿Cómo es que Eric ha venido a buscarme para traerme aquí? Al fin y al cabo, usted es un hada. Los vampiros se vuelven locos cuando huelen a hada.
De hecho, la mayoría de los vampiros perdía su autocontrol si estaba cerca de un hada. Sólo un vampiro muy disciplinado podía comportarse como es debido teniendo un hada al alcance de su olfato. A mi hada madrina, Claudine, le aterrorizaba estar cerca de un chupasangre.
– Puedo anular mi olor -dijo Niall-. Pueden verme, pero no olerme. Es una magia muy práctica. Como habrás podido observar, puedo hacer que los humanos ni siquiera se percaten de mi presencia.
Tal como me dijo aquello, me hizo intuir que no sólo era muy viejo y muy poderoso, sino que además era muy orgulloso.
– ¿Fue usted quién me envió a Claudine? -dije.
– Sí, y espero que te haya sido de utilidad. Sólo la gente que tiene sangre de hada puede mantener esa relación con un hada. Sabía que la necesitabas.
– Oh, sí, me salvó la vida -dije-. Ha sido maravillosa. -Incluso me había llevado de compras-. ¿Son todas las hadas tan agradables como Claudine, o tan bellas como su hermano?
Claude, stripper masculino y ahora empresario emprendedor, era guapísimo, aunque tenía la personalidad de un nabo engreído.
– Los humanos nos encuentran a todos muy bellos, aunque haya hadas que pueden resultar realmente desagradables.
Muy bien, ahora venía la parte mala. Tenía la fuerte sensación de que descubrir que tenía un bisabuelo que era un hada de pura sangre era una buena noticia, desde el punto de vista de Niall, pero que este asunto no iba a ser del todo una perita en dulce. Ahora llegaba la parte de las malas noticias.
– Han pasado muchos años sin que te encontrara -dijo Niall-, en parte porque éste era el deseo de Fintan.
– ¿Y él me vigilaba? -Casi sentía calor en el corazón de imaginármelo.
– Mi hijo estaba arrepentido de haber condenado a dos hijos a esta existencia medio sí, medio no que él había vivido como hada aunque no fuera realmente un hada. Me temo que los de nuestra raza no se portaron bien con él. -Mi bisabuelo tenía la mirada fija al frente-. Hice todo lo posible por defenderlo, pero no fue suficiente. Fintan descubrió además que no era lo bastante humano como para pasar por tal; sólo podía parecerlo durante un breve tiempo.
– ¿Normalmente no es así? -pregunté con mucha curiosidad.
– No. -Y sólo por una décima de segundo, vi una luz casi cegadora y a Niall en medio de ella, bello y perfecto. No es de extrañar que Einin creyera que era un ángel.
– Claudine me contó que está tratando de ascender en la escala -dije-. ¿Qué significa eso? -No sabía muy bien qué decir. Me sentía apabullada con tanta información y me esforzaba para mantenerme emocionalmente en pie, aunque creo que con escaso éxito.
– No debería haberte contado eso -dijo Niall. Mantuvo un debate interno de un par de segundos antes de continuar-. Los cambiantes son humanos con una variación genética, los vampiros son humanos muertos transformados en otra cosa, pero lo único que tenemos las hadas en común con los humanos es nuestra forma básica. Existen muchos tipos de hadas: desde los seres grotescos, como los duendes, hasta los más bellos, como nosotros. -Y eso lo dijo con total naturalidad.
– ¿Existen los ángeles?
– Los ángeles son una forma más, una forma que ha experimentado una transformación casi completa, física y moral. Convertirse en ángel puede llevar cientos de años.
Pobre Claudine.
– Pero basta ya de todo esto -dijo Niall-. Quiero saber cosas de ti. Mi hijo me mantuvo apartado de tu padre y de tu tío, y luego de sus hijos. Su muerte llegó demasiado tarde para que me diera tiempo a conocer a tu prima Hadley. Pero ahora puedo verte y tocarte. -Lo que, por cierto, Niall estaba haciendo de una manera que no era exactamente humana: cuando su mano no cogía la mía, estaba posada sobre mi hombro o en mi espalda. No es precisamente que los humanos nos relacionemos así, pero no me molestaba. No al menos como cabría imaginar, pues ya me había dado cuenta de que a Claudine también le gustaba mucho el contacto físico. Y teniendo en cuenta que con las hadas no podía establecer vibraciones telepáticas, a mí me resultaba tolerable. Con un ser humano normal, habría recibido un bombardeo de pensamientos, pues el contacto físico aumentaba mi sensibilidad telepática.
– ¿Tuvo Fintan más hijos o nietos? -pregunté. Estaría bien tener más familia.
– De eso ya hablaremos más adelante -dijo Niall, lo que supuso de inmediato una señal de alerta-. Ahora que me conoces un poco -dijo-, cuéntame, por favor, qué puedo hacer por ti.
– ¿Por qué debería hacer algo por mí? -pregunté. Ya habíamos tenido la conversación del genio. No pensaba volver a ello.
– Adivino que tu vida ha sido dura. Ahora que puedo verte, permíteme que te ayude de alguna manera.
– Me envió a Claudine. Ha sido una gran ayuda -repetí. Sin el apoyo de mi sexto sentido, me costaba comprender el conjunto emocional y mental de mi bisabuelo. ¿Lloraba la muerte de su hijo? ¿Cómo había sido en realidad la relación entre ellos? ¿Pensaría Fintan que estaba haciendo una buena obra manteniendo a su padre alejado de los Stackhouse durante todos aquellos años? ¿Sería malo Niall o tendría malas intenciones con respecto a mí? De haberlo querido, podría haberme hecho cualquier cosa terrible desde lejos sin tomarse la molestia de conocerme y pagar una cena cara.
– No quiere explicar nada más, ¿verdad?
Niall negó con la cabeza, haciendo que su pelo, hebras de oro y plata de una exquisitez increíble, le rozara los hombros.
Tuve entonces una idea.
– ¿Podría encontrar a mi novio? -pregunté esperanzada.
– ¿Tienes un hombre? ¿Además del vampiro?
– Eric no es mi hombre, pero como he tomado su sangre unas cuantas veces, y él ha tomado la mía…
– Por eso te he abordado a través de él. Tienes un vínculo con él.
– Sí.
– Conozco a Eric Northman desde hace mucho tiempo. Pensé que vendrías si él te lo pedía. ¿Hice mal?
Su pregunta me tomó por sorpresa.
– No, señor -respondí-. No creo que hubiera venido de no haberme advertido él que todo iría bien. Y él no me habría traído de no haber confiado en usted… No creo, al menos.
– ¿Quieres que lo mate? ¿Que acabe con ese vínculo?
– ¡No! -dije, excitada pero en sentido negativo-. ¡No!
Algunos comensales se volvieron por primera vez hacia nosotros al oír mi agitación a pesar de la influencia para que «no miraran» que ejercía sobre ellos mi bisabuelo.
– Cuéntame de tu otro novio -dijo Niall, y comió un poco más de su salmón-. ¿Quién es y cuándo desapareció?
– Es Quinn, el hombre tigre -dije-. No sé nada de él desde la explosión de Rhodes. Resultó herido, pero lo vi aquel mismo día.
– Sí, he oído hablar sobre el atentado del Pyramid -dijo Niall-. ¿Estabas allí?
Se lo conté, y mi recién descubierto bisabuelo me escuchó con una refrescante ausencia de crítica. No se mostró ni horrorizado ni atónito, ni sintió lástima por mí. Me gustó aquello.
Aproveché mientras iba hablando para reagrupar mis emociones.
– ¿Sabe qué? -dije cuando se produjo una pausa natural-. No busque a Quinn. Él sabe de sobra dónde estoy y tiene mi número de teléfono. Aparecerá cuando intuya que puede hacerlo, me imagino. O no.
– Pero eso me deja sin nada que hacer a modo de regalo para ti -dijo mi bisabuelo.
– Dejémoslo para más adelante -dije con una sonrisa-. Ya se presentará cualquier cosa. ¿Puedo…, puedo hablar sobre usted? ¿A mis amigos? -pregunté-. No, supongo que no. -No me imaginaba contándole a mi amiga Tara que tenía un nuevo bisabuelo que era un hada. Amelia quizá lo entendería un poco más.
– Quiero que nuestra relación se mantenga en secreto -dijo él-. Me alegro mucho de haberte encontrado por fin y quiero conocerte mejor. -Me acarició la mejilla-. Pero tengo enemigos poderosos y no quiero que se les ocurra hacerte daño para herirme a mí.
Moví afirmativamente la cabeza. Lo comprendía. Pero resultaba un poco desalentador tener un nuevo pariente y tener prohibido hablar de él. La mano de Niall abandonó mi mejilla para posarse de nuevo sobre mi mano.
– ¿Y Jason? -pregunté-. ¿Piensa hablar también con él?
– Jason -dijo, expresando disgusto en su rostro-. No sé por qué, pero esa chispa especial le pasó de largo. Sé que está hecho del mismo material que tú, pero mi sangre sólo se ha puesto de manifiesto en él en su capacidad para atraer amantes, algo que, al fin y al cabo, no es muy recomendable. Ni comprendería ni valoraría nuestra relación.
Mi bisabuelo dijo aquello con un tono algo altanero. Me dispuse a salir en defensa de Jason, pero cerré la boca. En secreto, tenía que admitir que, con toda probabilidad, Niall tenía razón. Jason le pediría un montón de cosas y se iría de la lengua.
– ¿Lo veré a menudo? -pregunté entonces, tratando de no parecer indiferente. Era consciente de que me expresaba con torpeza, pero no sabía aún cómo enmarcar aquella nueva y extraña relación.
– Intentaré visitarte con la frecuencia con la que lo haría cualquier otro pariente -dijo.
Traté de imaginármelo. ¿Niall y yo comiendo en el Palacio de la Hamburguesa? ¿Compartiendo el banco en la iglesia algún domingo? Me parecía que no.
– Me da la sensación de que hay muchas cosas que no me cuenta -dije sin rodeos.
– Así tendremos de qué hablar la próxima vez -dijo, y me guiñó uno de sus ojos verde mar. De acuerdo, eso no me lo esperaba. Me dio su tarjeta, lo que también me sorprendió. En ella decía simplemente «Niall Brigant» y aparecía un número de teléfono-. Puedes llamarme a este número en cualquier momento. Siempre responderá alguien.
– Gracias -dije-. Me imagino que conoce también mi número. -Asintió. Supuse que iba a marcharse ya, pero se hizo el remolón. Parecía tan reacio a irse como yo-. Y bien -dije, y tosí para aclararme la garganta-. ¿A qué se dedica todo el día? -No sé cómo explicar lo extraño y fantástico que me resultaba estar en compañía de un familiar. Yo sólo tenía a Jason, y no era lo que puede decirse un hermano de aquellos a los que se lo explicas todo. Sabía que podía contar con él en caso de apuro, pero ¿salir juntos? Eso no iba a suceder nunca.
Mi bisabuelo respondió a mi pregunta, pero cuando posteriormente traté de recordar su respuesta, no conseguí nada concreto. Supongo que es debido a su magia de príncipe de las hadas. Me contó que era copropietario de un par de bancos, de una empresa que fabricaba mobiliario para jardín y -y eso me pareció extraño- de otra dedicada a la medicina experimental.
Lo miré dubitativa.
– Medicamentos para humanos -dije, para asegurarme de que lo había entendido correctamente.
– Sí. En su mayoría -replicó-. Pero algunos de los científicos que trabajan allí crean cosas especiales para nosotros.
– Para las hadas.
Asintió, acompañando el movimiento de su cara con ese pelo tan fino como la barba de maíz.
– Hoy en día hay mucho hierro -dijo-. No sé si te has dado cuenta de que somos muy sensibles al hierro. Y aunque siempre llevamos guantes, podrían resultar demasiado llamativos en el mundo actual. -Miré la mano derecha que tenía posada sobre la mía. La retiré y acaricié su piel. Resultaba curiosamente suave.
– Es como un guante invisible -dije.
– Exactamente. -Asintió-. Una de sus fórmulas. Pero ya basta de hablar de mí.
«Justo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante», pensé. Pero noté que mi bisabuelo aún no tenía la confianza necesaria en mí como para revelarme todos sus secretos.
Niall me preguntó sobre mi trabajo y sobre mi rutina diaria, como haría cualquier bisabuelo de verdad. Aunque me di cuenta de que no le gustaba mucho la idea de que su bisnieta trabajara, que lo hiciera en un bar no pareció molestarle especialmente. Como ya he dicho, era complicado leer a Niall. Sus pensamientos eran exclusivamente suyos, pero sí advertí que de vez en cuando dejaba alguna cosa sin decir.
Acabamos por fin de cenar y miré el reloj. Me quedé asombrada al ver que habían pasado muchas horas. Tenía que irme. Me tocaba trabajar al día siguiente. Me disculpé, le agradecí a mi bisabuelo la cena (me daban aún escalofríos al pensar en él en esos términos) y, dubitativa, me incliné para darle un beso en la mejilla igual que él había hecho previamente. Me pareció que contenía la respiración al recibir mi beso. Su piel era cálida y lustrosa al contacto. Pese a su aspecto humano, el tacto no lo era en absoluto.
Se levantó para despedirse de mí pero se quedó en la mesa… para pagar la cuenta, me imaginé. Salí sin advertir por dónde pasaba. Eric me esperaba en el aparcamiento. Mientras lo hacía, se había tomado un TrueBlood y había estado leyendo en el coche, aparcado bajo una farola.
Me sentía agotada.
No me di cuenta de hasta qué punto me había destrozado los nervios la cena con Niall hasta que me alejé de su presencia. Pese a que había pasado toda la cena sentada en una silla cómoda, estaba cansada como si hubiéramos estado hablando mientras corríamos.
Niall había logrado ocultarle a Eric el olor a hada, pero por el movimiento de sus aletas de la nariz comprendí que yo estaba impregnada de aquel aroma tan embriagador. Eric cerró los ojos extasiado y hasta se relamió. Me sentía como un costillar al alcance de un perro hambriento.
– Basta ya -dije. No estaba de humor.
Eric se controló con un enorme esfuerzo.
– Cuando hueles así-dijo-, lo único que quiero es follarte y morderte y restregarme contra ti.
Una explicación bastante clara, y no voy a decir que por un segundo (dividido entre lujuria y miedo) no me imaginara tal actividad. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.
– Para el carro -dije-. ¿Qué sabes sobre las hadas? Aparte de lo de su olor.
Eric me miró ya más tranquilo.
– Tanto masculinas como femeninas, resultan encantadoras. Son increíblemente duras y feroces. No son inmortales, pero viven mucho tiempo a menos que algo les suceda. Se les puede matar con hierro, por ejemplo. Hay otras formas de matarlas, pero es complicado. Suelen ser reservadas. Les gustan los climas templados. No sé qué comen ni qué beben cuando están solas. Prueban la comida de otras culturas; he visto incluso cómo un hada probaba sangre. Se tienen en más alta estima de la que deberían. Si dan su palabra, la cumplen. -Se detuvo un momento a pensar-. Tienen distintos hechizos. No todas pueden hacer las mismas cosas. Y son muy mágicas. Su esencia es ésa. No tienen dioses, excepto su propia raza, por lo que a menudo se las confunde con dioses. De hecho, las hay que incluso han adoptado los atributos de una deidad.
Me quedé mirándolo.
– ¿A qué te refieres?
– No me refiero a que sean sagradas -dijo Eric-. Me refiero a que las hadas que habitan en los bosques se identifican de tal manera con el bosque que hacerle daño al uno es herir al otro. Por eso su número ha disminuido tanto. Evidentemente, los vampiros no podemos meternos con las políticas de las hadas ni con sus problemas de supervivencia, ya que somos peligrosos para ellas… por el simple hecho de que nos resultan embriagadoras.
Nunca se me había ocurrido preguntarle a Claudine detalles de este tipo. Para empezar, no parecía gustarle mucho hablar sobre las hadas y siempre que aparecía, era en el momento en que yo andaba metida en problemas y, por lo tanto, obsesionada en mí misma. Por otro lado, hasta aquel momento yo me había imaginado que en el mundo habría tan sólo un puñado de hadas, pero Eric estaba contándome que en su día fueron tan numerosas como los vampiros, aunque la raza de las hadas estuviera ahora en decadencia.
En contraste, los vampiros -al menos en Estados Unidos- estaban en auge. En el Congreso había tres proyectos de ley en marcha relacionados con la inmigración de vampiros. Estados Unidos (junto con Canadá, Japón, Noruega, Suecia, Inglaterra y Alemania) había respondido a la Gran Revelación con una calma relativa.
La noche de aquella cuidadosamente orquestada presentación en sociedad, vampiros de todo el mundo habían aparecido en persona en la televisión y la radio, dependiendo de cuál fuera el medio de comunicación más adecuado en cada caso, para decirle a la población humana: «¡Hola! Existimos. ¡Pero no queremos matar a nadie! La nueva sangre sintética japonesa satisface todas nuestras necesidades alimenticias».
Los seis años transcurridos desde entonces habían sido una gran curva de aprendizaje.
Y esta noche sumaba una cantidad importante a mi reserva de conocimientos sobre el mundo sobrenatural.
– De modo que los vampiros tenéis la sartén por el mango -dije.
– No estamos en guerra -replicó Eric-. Llevamos siglos sin estar en guerra.
– ¿Quieres decir con esto que en el pasado las hadas y los vampiros se enfrentaron? ¿Que hubo batallas encarnizadas?
– Sí -respondió Eric-. Y si volviéramos a ello, el primero al que aniquilaría sería Niall.
– ¿Por qué?
– Es muy poderoso en el mundo de las hadas. Es muy mágico. Si su deseo de acogerte bajo su ala es sincero, considérate tanto afortunada como desgraciada. -Eric puso el coche en marcha y abandonamos el aparcamiento. No había visto salir a Niall del restaurante. A lo mejor había decidido esfumarse por arte de magia del comedor. Confiaba en que antes hubiese pagado la cuenta.
– Me imagino que debería pedirte que te explicaras -dije. Pero tenía la sensación de que no me apetecía conocer la respuesta.
– En su día, en Estados Unidos había miles de hadas -dijo Eric-. Ahora sólo son cientos. Pero los que quedan de su raza son supervivientes muy fuertes. Y no todos son amigos de los amigos del príncipe.
– Justo lo que necesitaba: otro grupo de seres sobrenaturales que no está de mi lado -murmuré.
Continuamos en silencio, avanzando por la carretera interestatal que conducía hacia el este y llevaba a Bon Temps. Eric estaba pensativo. Y yo también tenía mucho a lo que darle vueltas.
Descubrí que, en general, me sentía cautelosamente feliz. Estaba bien eso de que de repente te apareciese un bisabuelo. Niall parecía realmente ansioso por establecer una relación conmigo. Yo tenía aún un montón de preguntas que formularle, aunque podían esperar hasta conocernos mejor.
El Corvette de Eric podía ir condenadamente rápido y, en aquellos momentos, advertí que él no respetaba en absoluto los límites de velocidad. No me sorprendió, pues, ver que nos hacían luces desde atrás. Lo que me asombró fue que el coche de la poli llegara a alcanzar a Eric.
– Vaya -dije, y Eric maldijo en un idioma que seguramente llevaba siglos sin hablarse. Pero hoy en día, incluso el sheriff de la Zona Cinco estaba obligado a obedecer las leyes humanas o, como mínimo, a simular que lo hacía. Eric se detuvo.
– ¿Qué te esperabas con una matrícula personalizada con las letras CHPSGR de «chupasangre»? -le pregunté, disfrutando en secreto de aquel momento. Vi la forma oscura del policía saliendo del coche que acababa de detenerse detrás de nosotros y se acercaba con algo en la mano… ¿una libreta?, ¿una linterna?
Lo miré con más atención. Mi oído interno recibió una masa confusa de agresividad y miedo.
– ¡Un hombre lobo! Algo va mal -dije, y la mano de Eric me empujó hacia el suelo, lo que podría haberme servido de cobijo si el coche no hubiera sido un Corvette.
Y entonces, el policía se acercó a la ventanilla e intentó dispararme.