Agradecimientos

Una reverencia para Anastasia Luettecke, una perfeccionista que me aportó todo el latín de Octavia. Y gracias a Murv Sellars por actuar de intermediaría. Como siempre, tengo una gran deuda y quiero mostrar todo mi agradecimiento hacia Toni L. P. Kelner y Dana Cameron por sus valiosos comentarios y por su precioso tiempo. Mi única e incomparable acolita, Debi Murray, me ayudó con sus conocimientos enciclopédicos del universo de Sookie. El grupo de entusiastas lectores conocido con el nombre de «Charlaine's Charlatans» me dio moral y apoyo (moral), y espero que este libro les sirva a modo de recompensa.


Si esto fuera El señor de los anillos y yo tuviera un elegante acento británico como Cate Blanchett, podría contarte los antecedentes de los acontecimientos de aquel otoño en un tono auténtico de suspense. Y te morirías de ganas de escuchar el resto.

Pero lo que sucedió en mi pequeño rincón del noroeste de Luisiana no fue una historia épica. La guerra de vampiros fue algo más al estilo de un golpe de estado en un pequeño país y la guerra de los cambiantes fue una especie de trifulca fronteriza. Incluso en los anales de la América sobrenatural -que imagino deben de existir por alguna parte-, no fueron más que capítulos menores…, siempre y cuando uno no estuviera implicado en los golpes de estado y en las trifulcas.

Porque, en ese caso, pasaban a ser condenadamente importantes.

Y todo fue por culpa del Katrina, el desastre que no hizo más que dejar a su paso dolor, desgracias y cambios permanentes.

Antes del huracán Katrina, Luisiana poseía una próspera comunidad de vampiros. De hecho, la población de vampiros de Nueva Orleans había aumentado, convirtiendo la ciudad en un lugar al que se debía acudir si uno quería ver vampiros; algo que hacían muchos norteamericanos. Los clubes de jazz de los no muertos, donde actuaban músicos a los que nadie había visto tocar en público desde hacía décadas, eran un gancho increíble. Clubes de striptease de vampiros, vampiros clarividentes, actos sexuales vampíricos…; lugares secretos y no tan secretos donde poder ser mordido y tener un orgasmo allí mismo: en el sur de Luisiana había de todo.

Pero en la parte norte del estado no había tantas cosas. Yo vivo en esa zona, en una pequeña ciudad llamada Bon Temps. Pero incluso allí, donde los vampiros son relativamente escasos, los no muertos estaban realizando importantes avances económicos y sociales.

En conjunto, los negocios de vampiros en el estado del Pelícano marchaban viento en popa. Pero entonces llegó la muerte del rey de Arkansas mientras su esposa, la reina de Luisiana, se divertía con él poco después de su boda. Y como el cadáver se desintegró y todos los testigos -excepto yo- eran seres sobrenaturales, la ley humana lo pasó por alto. Pero los demás vampiros prestaron atención al caso y la reina, Sophie-Anne Leclerq, se encontró en una posición legal muy insegura. Entonces llegó el Katrina, que asoló las bases económicas del imperio de Sophie-Anne. Y encima, cuando la reina empezaba a recuperarse de todos estos desastres, se produjo otro. Sophie-Anne y algunos de sus más fieles seguidores -entre los que estaba yo, Sookie Stackhouse, telépata y humana- nos vimos sorprendidos por una terrible explosión en Rhodes que produjo la destrucción del hotel para vampiros llamado Pyramid of Gizeh. Una facción disidente de la Hermandad del Sol reclamó la autoría del atentado y, pese a que los líderes de esa «iglesia» contraria a los vampiros censuraron el odioso crimen, todo el mundo sabía que a la Hermandad le traía sin cuidado el destino de los que habían resultado gravemente heridos por la explosión y mucho menos el de los vampiros muertos (ahora ya muertos del todo) o el de los humanos que trabajaban para ellos.

Sophie-Anne había perdido las piernas, a varios miembros de su séquito y a su compañero del alma. Su abogado medio diablo, el señor Cataliades, le había salvado la vida. Pero su recuperación iba a ser muy lenta y se encontraba en una situación de enorme vulnerabilidad.

¿Qué papel desempeñaba yo en todo esto?

Había ayudado a salvar vidas después del derrumbamiento de la pirámide y me aterraba pensar que me encontraba en el radar de gente que podía quererme a su servicio y utilizar mis dotes telepáticos para satisfacer sus objetivos. Había objetivos buenos, y no me importaría echar una mano de vez en cuando a los servicios de rescate, pero quería seguir viviendo mi vida. Había sobrevivido; como también lo había hecho mi novio, Quinn, y los vampiros que más me importaban. En lo referente a los problemas de Sophie-Anne, las consecuencias políticas del atentado y el hecho de que grupos sobrenaturales estuvieran dando vueltas al debilitado estado de Luisiana como hienas en torno a una gacela moribunda…, había decidido no pensar en ello.

Tenía otras cosas en la cabeza, asuntos personales. No estoy acostumbrada a pensar mucho más allá de mañana; es mi única excusa. Pero no sólo no estaba pensando en la situación de los vampiros, sino que tampoco me di cuenta de otra circunstancia sobrenatural sobre la que no había reflexionado y que resultó ser crucial para mi futuro.

Cerca de Bon Temps, en Shreveport, hay una manada de licántropos cuyas filas están repletas de hombres y mujeres de la base aérea de Barksdale. El año pasado, la manada de lobos había quedado claramente dividida en dos facciones. Y yo había aprendido en Historia de América lo que había dicho Abraham Lincoln, citando la Biblia, sobre casas divididas.

Suponer que esas dos situaciones se solucionarían solas, no prever que su resolución acabaría implicándome…, la verdad, había sido una cuestión de ceguera incomprensible. Pero soy telépata, no vidente. Para mí, la mente de los vampiros es un relajante espacio en blanco. Leer la mente de los hombres lobo es complicado, aunque no imposible. Es la única excusa que me libra de no haberme dado cuenta de los problemas que se estaban gestando a mi alrededor.

¿Y qué era lo que mantenía mi cabeza tan ocupada? Pues las bodas… y mi novio, que estaba en paradero desconocido.

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