Capítulo 17

Cuando al día siguiente aparecí soñolienta, me encontré con Amelia y Octavia sentadas en la cocina. Amelia había agotado todo el café, pero había limpiado la cafetera y en cuestión de minutos tuve a punto mi tan necesitada taza. Amelia y su mentora mantenían una discreta conversación mientras yo farfullaba de un lado a otro sirviéndome unos cereales, añadiéndoles un poco de azúcar y vertiendo la leche por encima. Me encorvé sobre el tazón porque no quería derramar leche sobre mi camiseta de tirantes. Y, por cierto, empezaba a hacer demasiado frío como para andar por casa con camiseta de tirantes. Me puse una chaqueta barata hecha con tela de chándal y así pude acabar mi café y mis cereales a gusto.

– ¿Qué os lleváis entre manos vosotras dos? -pregunté, indicando con ello que ya estaba preparada para interactuar con el resto del mundo.

– Amelia me ha contado tu problema -dijo Octavia-. Y me comunicado también tu amable oferta.

¿Qué oferta?

Asentí con sensatez, como si supiera de qué me hablaba.

– No tienes ni idea de lo feliz que me hace poder irme de casa de mi sobrina -dijo ansiosa la mujer de más edad-. Janesha tiene tres pequeños, incluyendo uno que justo está empezando a caminar, y un novio que entra y sale. Duermo en el sofá del salón y cuando los niños se despiertan por la mañana, entran y ponen los dibujos. Aunque yo esté todavía durmiendo. Es su casa, claro está, y llevo ya semanas allí, de modo que han perdido la noción de que soy una invitada.

Comprendí que Octavia dormiría a partir de ahora en la habitación que había delante de la mía o en la que quedaba libre arriba. Prefería que fuese en la de arriba.

– Y ahora que soy mayor, necesito tener un lavabo más cerca. -Me miró con ese menosprecio irónico que muestra la gente cuando admite el paso del tiempo-. De modo que abajo me iría de perlas, sobre todo si tengo en cuenta la artritis de mis pobres rodillas. ¿Te he comentado ya que el apartamento de Janesha está en un piso alto?

– No -dije casi sin mover la boca. Jesús, qué deprisa había ido todo.

– Y ahora vayamos con tu problema. No practico la magia negra ni nada por el estilo, pero necesitas alejar de tu vida a estas dos mujeres, tanto a la enviada de la señorita Pelt como a ella misma.

Moví vigorosamente la cabeza en sentido afirmativo.

– De modo que hemos tramado un plan -dijo Amelia, incapaz de mantenerse callada por más tiempo.

– Soy toda oídos -dije, y me serví una segunda taza de café. La necesitaba.

– La manera más sencilla de librarse de Tanya, naturalmente, es contarle a tu amigo Calvin Norris lo que está haciendo -dijo Octavia.

Me quedé mirándola boquiabierta.

– Probablemente, esta solución daría como resultado que a Tanya le pasasen cosas bastante malas -dije.

– ¿No es eso lo que quieres? -La apariencia inocente de Octavia era realmente maliciosa.

– Bueno, sí, pero no quiero que muera. No quiero que le suceda nada que no pueda superar. Simplemente quiero que se marche y no regrese jamás.

– Que se marche y no regrese jamás suena a bastante definitivo -apuntó Amelia.

También me lo sonaba a mí.

– Lo diré con otras palabras. Quiero que viva su vida, pero lejos de mí -dije-. ¿Queda así bastante claro? -No pretendía ser cortante, sino simplemente expresar de forma correcta lo que pretendía.

– Sí, señorita. Creo que eso lo hemos comprendido -dijo Octavia empleando un tono gélido.

– No quiero que haya malos entendidos -dije-. Hay mucho en juego. Me parece que a Calvin le gusta Tanya. Por otro lado, estoy segura de que Calvin podría espantarla con total efectividad.

– ¿Lo suficiente como para que se fuese para siempre?

– Tendrías que demostrar que dices la verdad -dijo Amelia-. En cuanto a que quiere sabotearte.

– ¿Qué habéis pensado? -pregunté.

– Muy bien, te contaremos lo que hemos pensado -dijo Amelia, y me expuso a continuación la Fase Uno, algo que podría haber pensado por mí misma. La ayuda de las brujas, sin embargo, serviría para que el plan funcionase sobre ruedas.

Llamé a Calvin y le pedí que se pasase por mi casa a la hora de comer, cuando tuviera tiempo. Se quedó sorprendido al oírme, pero accedió a mi petición.

Y más sorprendido se quedó cuando entró en la cocina y encontró allí a Amelia y Octavia. Calvin, el líder de los hombres pantera que vivían en la pequeña comunidad de Hotshot, había coincidido ya varias veces con Amelia, pero no conocía a Octavia. La respetó de inmediato porque al instante reconoció su poder. Un detalle que fue de gran ayuda.

Calvin tendría unos cuarenta y cinco años, era fuerte y robusto, seguro de sí mismo. Empezaba a mostrar canas, pero caminaba erguido como si se hubiera tragado un palo y poseía un carácter calmado que impresionaba a todo el mundo. Estuvo durante un tiempo interesado por mí, y me dolía no haber podido sentir lo mismo. Era un buen hombre.

– ¿Qué sucede, Sookie? -dijo después de rechazar la oferta de unas galletas, un té o una Coca-Cola.

Respiré hondo.

– No me gusta ir contando chismes de la gente, Calvin, pero tenemos un problema -dije.

– Tanya -replicó de inmediato.

– Sí -dije, sin molestarme en esconder lo aliviada que me sentía.

– Es muy astuta -dijo, y no me gustó nada sentir cierto tono de admiración en su voz.

– Es una espía -dijo Amelia. Amelia iba directa al grano.

– ¿De quién? -Calvin ladeó la cabeza hacia un lado, sin estar sorprendido pero con curiosidad.

Le conté una versión resumida de la historia, una historia que estaba tremendamente harta de repetir. Pero Calvin necesitaba saber que tenía un gran problema con los Pelt, que Sandra me perseguiría hasta la tumba, que Tanya era pesada como un tábano.

Calvin estiró las piernas mientras escuchaba, con los brazos cruzados sobre su pecho. Llevaba unos pantalones vaqueros nuevos y una camisa de cuadros. Olía a árboles recién cortados.

– ¿Quieres lanzarle un hechizo? -le preguntó a Amelia cuando yo terminé con mi explicación.

– Queremos -dije-. Pero necesitamos que la traigas aquí.

– ¿Cuál sería el efecto? ¿Le haría algún daño?

– Perdería el interés por hacerle daño a Sookie y a su familia. Ya no querría seguir obedeciendo a Sandra Pelt. No le haría ningún daño físico.

– ¿Le supondría un cambio mental?

– No -dijo Octavia-. Pero no es un hechizo tan seguro como el que la llevaría a no querer venir por aquí nunca más. Si le practicásemos este último, se iría de aquí y no querría volver jamás.

Calvin reflexionó sobre el tema.

– Esa chica me gusta -dijo-. Está llena de vitalidad. Pero me preocupan los problemas que está causando entre Jason y Crystal y he estado pensando en qué pasos dar para que Crystal deje de gastar como una loca. Me imagino que el tema está bien claro.

– ¿Te gusta? -pregunté. Quería todas las cartas sobre la mesa.

– Eso he dicho.

– No, me refiero a si te «gusta».

– Bueno…, nos lo pasamos bien los dos de vez en cuando.

– No quieres que se vaya -dije-. Quieres intentar la otra alternativa.

– Es más o menos eso. Tienes razón: no puede quedarse y seguir tal como es. O cambia su forma de ser, o se marcha. -No parecía muy satisfecho con la idea-. ¿Trabajas hoy, Sookie?

Miré el calendario de la pared.

– No, es mi día libre. -Iba a tener dos días libres seguidos.

– Iré a buscarla y la traeré aquí esta noche. ¿Tendrán las señoras tiempo suficiente para prepararlo todo?

Las dos brujas se miraron y se consultaron en silencio.

– Sí, será suficiente -dijo Octavia.

– Llegaremos hacia las siete -dijo Calvin.

El asunto iba inesperadamente sobre ruedas.

– Gracias, Calvin -dije-. Has sido de gran ayuda.

– Si funciona, mataremos varios pájaros de un solo tiro -dijo Calvin-. Ahora bien, si no funciona, claro está, estas dos señoras dejarán de estar en mi lista de personas favoritas. -Su voz sonó completamente prosaica.

Las dos brujas no quedaron muy satisfechas.

Calvin vio entonces a Bob, que acababa de entrar en la estancia.

– Hola, hermano -le dijo Calvin al gato. Miró a Amelia con ojos entrecerrados-. Me parece que no siempre te salen bien los trucos.

Amelia dio la impresión de sentirse culpable y ofendida al mismo tiempo.

– Éste funcionará -dijo entre dientes-. Ya verás.

– Eso espero.

Pasé el resto del día dedicada a la colada, repasándome las uñas, cambiando las sábanas…, todas esas tareas que reservas para cuando tienes tu día libre. Pasé por la biblioteca para cambiar mis libros y no sucedió absolutamente nada. Estaba de guardia una de la ayudantes a tiempo parcial de Barbara Beck, lo que me vino muy bien. No me apetecía recordar otra vez el horror del ataque, como me sucedería a buen seguro durante mucho tiempo cada vez que me encontrara con Barbara. Me di cuenta de que la mancha había desaparecido del suelo de la biblioteca.

Después fui al supermercado. No hubo ataques de hombres lobo, ni aparecieron vampiros. Nadie intentó matarme a mí ni a ningún conocido mío. No aparecieron nuevos parientes secretos y absolutamente nadie intentó involucrarme en sus problemas, maritales o del tipo que fuese.

Cuando llegué a casa, podría decirse que todo apestaba a normalidad.

Me tocaba cocinar y decidí hacer unas costillas de cerdo. Cuando preparo mi mezcla favorita para empanar lo hago en grandes cantidades, de modo que dejé las costillas en remojo con leche y luego las rebocé con la mezcla para que estuvieran listas para introducir en el horno. También dejé hechas unas manzanas rellenas con pasas, canela y mantequilla, que puse en el horno, y a continuación aliñé unas judías verdes de lata, un poco de maíz también de lata y lo puse a calentar a fuego lento. Al cabo de un rato, abrí el horno para poner la carne. Pensé en preparar también unas galletas, pero me pareció que ya teníamos suficientes calorías en marcha.

Mientras yo cocinaba, las brujas estaban en la sala de estar preparando sus cosas. Me dio la impresión de que se lo pasaban en grande. Oía la voz de Octavia, que me recordaba la de una maestra. De vez en cuando, Amelia le formulaba una pregunta.

Mientras cocinaba, siempre solía murmurar para mis adentros. Confiaba en que el hechizo funcionase y me sentía agradecida con las brujas por mostrarse tan solícitas y querer ayudarme. Pero me sentía un poco dejada de lado en el ámbito doméstico. La breve mención que le había hecho a Amelia diciéndole que Octavia podía quedarse con nosotras por una temporada había sido algo provocado por el calor del momento. (Estaba segura de que a partir de ahora vigilaría mejor mis conversaciones con mi compañera de casa). Octavia no había mencionado si se quedaría en mi casa por un fin de semana, un mes o por un periodo de tiempo indefinido. Y eso me daba miedo.

Me imaginaba que podría haber acorralado a Amelia y decirle: «No me has preguntado si Octavia podía quedarse justo ahora en este momento, y estamos en mi casa». Pero tenía una habitación libre y Octavia necesitaba un lugar donde hospedarse. Era un poco tarde para descubrir que no me sentía del todo feliz al tener una tercera persona en la casa…, una tercera persona a la que apenas conocía.

Tal vez pudiera encontrarle un trabajo a Octavia, pues unos ingresos regulares le permitirían ser independiente y marcharse de aquí. Me pregunté sobre el estado de su casa en Nueva Orleans. Me imaginé que estaría inhabitable. Pese a todo el poder que tenía, supuse que ni siquiera Octavia podía deshacer el daño que el huracán había ocasionado. Después de sus referencias a las escaleras y a su cada vez mayor necesidad de ir al baño, revisé su edad al alza, pero seguía sin parecerme mayor de…, digamos, sesenta y tres años. Era prácticamente una polluela, hoy en día.

A las seis llamé a Amelia y Octavia para que vinieran a la mesa. Estaba todo preparado y había servido té helado, pero les dejé que se sirvieran ellas mismas su plato directamente de la bandeja del horno. No es elegante, pero así me ahorraba platos.

Comimos sin hablar mucho. Las tres estábamos pensando en la velada que teníamos por delante. Por mucho que me desagradara, me sentía un poco preocupada por Tanya.

Me parecía graciosa la idea de alterar a una persona, pero la verdad era que necesitaba quitarme a Tanya de encima y de mi vida, y también de la vida de los que me rodeaban. O necesitaba que adoptara una actitud distinta respecto a lo que estaba haciendo en Bon Temps. No veía otra salida. Según mi nueva manera práctica de ver la vida, me di cuenta de que tenía que elegir entre vivir mi vida con la interferencia de Tanya o hacerlo con una Tanya distinta, y que no había comparación entre ambas posibilidades.

Retiré los platos. Normalmente, cuando una de nosotras cocinaba, la otra se ocupaba de los platos, pero mis dos compañeras tenían que seguir preparando su magia. Me parecía bien, prefería seguir ocupada.

A las siete y cinco oímos cómo la gravilla del camino de acceso cedía aplastada bajo el peso de las ruedas de un vehículo.

Cuando le habíamos pedido que Tanya estuviera aquí a las siete, no me había imaginado que la traería como un paquete.

Calvin llegó cargando con Tanya por encima del hombro. Tanya era delgada, pero no un peso pluma. Calvin estaba definitivamente en forma, respiraba sin dificultad y no había derramado ni una gota de sudor. Tanya estaba atada de pies y manos, pero vi que Calvin había puesto un pañuelo debajo de la cuerda para que no le rozase. Y (gracias a Dios) iba amordazada, aunque con un alegre pañuelo de cuello de color rojo. Si, el líder de los hombres pantera sentía algo por Tanya.

Naturalmente, ella estaba hecha una fiera, se retorcía, trataba de escabullirse y lanzaba miradas furiosas. Intentó arrearle un puntapié a Calvin y él le respondió con un bofetón en el trasero.

– Para ya ahora mismo -dijo, aunque no especialmente enfadado-. Has hecho mal y ahora te toca tomar tu medicina.

Entró por la puerta y dejó caer a Tanya sobre el sofá.

Las brujas habían dibujado algo con tiza en el suelo de la sala de estar, un detalle que no me había gustado mucho. Amelia me había asegurado de que lo limpiaría todo y, teniendo en cuenta que era una limpiadora de primera, le permití continuar.

Había varias montañas de cosas (la verdad es que no me apetecía mirar con mucho detalle) dispuestas en diversos recipientes. Octavia prendió fuego al contenido de uno de ellos y lo acercó a Tanya. Agitó la mano para que el humo fuera hacia Tanya. Di un paso atrás y Calvin, que se había quedado detrás del sofá y sujetaba a Tanya por los hombros, volvió la cabeza. Tanya contuvo la respiración todo el tiempo que le fue posible.

Se relajó en cuanto inhaló aquel humo.

– Tiene que sentarse allí -dijo Octavia señalando una zona rodeada de símbolos pintados con tiza. Calvin dejó caer a Tanya sobre una silla de respaldo recto situada justo en medio de dicha zona. Gracias al misterioso humo, Tanya permaneció quieta.

Octavia empezó a cantar en un idioma desconocido para mí. Amelia siempre pronunciaba sus hechizos en latín, o en una forma primitiva del mismo (es lo que me había explicado), pero me daba la sensación de que Octavia era más diversa. Hablaba en algo que sonaba completamente distinto.

La idea de aquel ritual me había puesto nerviosa, pero resultó ser bastante aburrido si no participabas en él. Tenía ganas de abrir las ventanas para que desapareciese de la casa el olor de aquella humareda y me alegré de que Amelia hubiese pensado en desconectar con antelación los detectores de humo. Era evidente que Tanya sentía alguna cosa, aunque no estaba muy segura de que fuese la eliminación del influjo que los Pelt tenían sobre ella.

– Tanya Grisson -dijo Octavia-, arranca las raíces del mal de tu alma y aléjate de la influencia de aquellos dispuestos a utilizarte con malos fines. -Octavia realizó diversos gestos por encima de Tanya mientras sujetaba un objeto curioso que recordaba terriblemente a un hueso humano envuelto en hojas de parra. Intenté no preguntarme de dónde habría sacado aquello.

Tanya gritó debajo de su mordaza y su espalda se arqueó de manera alarmante. A continuación se relajó.

Amelia le indicó con un gesto a Calvin que desatara el pañuelo rojo que daba a Tanya el aspecto de un bandido. Después retiró otro pañuelo, blanco en esta ocasión, que Tanya tenía en la boca. La verdad es que había sido secuestrada con cariño y con mimo.

– ¡No puedo creer que estés haciéndome esto! -chilló Tanya en el instante en que su boca empezó a hablar-. ¡No puedo creer que me hayas secuestrado como un cavernícola, estúpido! -De haber tenido ella las manos libres, Calvin se habría llevado un buen guantazo-. ¿Y qué demonios pasa con este humo? ¿Pretendes incendiar la casa, Sookie? Y tú, mujer, ¿puedes sacarme esta porquería de la cara? -Tanya golpeó con sus manos atadas el hueso envuelto en hojas de parra.

– Me llamo Octavia Fant.

– Estupendo, Octavia Fant. ¡Desátame estas cuerdas!

Octavia y Amelia intercambiaron miradas.

Tanya recurrió a mí.

– ¡Sookie, diles a estas locas que me suelten! ¡Calvin, estaba medio interesada en ti antes de que me atases y me trajeras aquí! ¿Qué te creías que estabas haciendo?

– Salvarte la vida -dijo Calvin-. Y ahora no saldrás corriendo, ¿verdad? Tenemos que charlar un poco.

– De acuerdo -dijo lentamente Tanya cuando se dio cuenta (oí sus pensamientos) de que la cosa iba en serio-. ¿Qué es todo esto?

– Sandra Pelt -dije.

– Sí, conozco a Sandra. ¿Qué le pasa?

– ¿Qué relación tienes con ella? -preguntó Amelia.

– ¿Por qué te interesa, Amy? -contraatacó Tanya.

– Amelia -dije para corregirla. Me senté en la butaca delante de Tanya-. Y eres tú quién debe responder a la pregunta.

Tanya me lanzó una mirada penetrante (tenía un buen repertorio) y dijo:

– Tenía una prima que fue adoptada por los Pelt y Sandra era la hermana de mi prima adoptada.

– ¿Tienes una amistad muy estrecha con Sandra? -pregunté.

– No, no especialmente. Hace tiempo que no la veo.

– ¿No has hecho ningún trato con ella últimamente?

– No, Sandra y yo no nos vemos mucho.

– ¿Qué opinas de ella? -preguntó Octavia.

– Opino que es una mala zorra con dos caras. Pero, en cierto sentido, la admiro -dijo Tanya-. Cuando Sandra quiere algo, lo persigue hasta conseguirlo. -Se encogió de hombros-. Es tal vez demasiado extremista para mi gusto.

– De modo que si te dijera que le destrozaras la vida a alguien, ¿no lo harías? -Octavia miraba fijamente a Tanya.

– Tengo cosas mejores que hacer -dijo Tanya-. Si quiere hacerlo, que sea ella quien se dedique a destrozar la vida a la gente.

– ¿No entrarías en ese juego?

– No -dijo Tanya. Era sincera, lo leía. De hecho, nuestro interrogatorio empezaba a ponerle nerviosa-. ¿Le he hecho algo malo a alguien?

– Me parece que no lo has entendido muy bien -dijo Calvin-. Estas buenas señoras han intervenido. Amelia y la señorita Octavia son…, son mujeres sabias. Y ya conoces a Sookie.

– Sí, conozco a Sookie. -Tanya me lanzó una mirada avinagrada-. No quiere ser mi amiga, por mucho que yo me esfuerce.

«Sí, no te quería muy cerca por si acaso me clavabas una puñalada por la espalda», pensé, pero no dije nada.

– Tanya, últimamente has ido mucho de compras con mi cuñada -dije.

Tanya estalló en carcajadas.

– ¿Un exceso de terapia de compras para la recién casada embarazada? -dijo. Pero al instante se quedó perpleja-. Sí, mi talonario me dice que hemos frecuentado demasiado el centro comercial de Monroe. ¿De dónde saco el dinero? La verdad es que ni siquiera me gusta mucho ir de compras. ¿Por qué lo hago?

– Ya no vas a hacerlo más -dijo Calvin.

– ¡No me digas lo que tengo que hacer, Calvin Norris! -le espetó Tanya-. No iré de compras porque yo no quiero ir de compras, no porque tú me digas que no debo hacerlo.

Calvin parecía aliviado.

Amelia y Octavia, también.

Todos asentimos a la vez. Esta era la Tanya de verdad, de acuerdo. Y daba la impresión de haber dejado de ser en gran parte la ayuda destructiva de Sandra Pelt. No sabía si Sandra le había lanzado algún tipo de hechizo o si simplemente le había ofrecido a Tanya una gran cantidad de dinero y la había convencido de que la muerte de Debbie era culpa mía, pero lo que era evidente era que las brujas habían salido airosas en su empeño de eliminar del carácter de Tanya la parte nociva de Sandra.

Me sentía extrañamente desinflada después de lo fácil (fácil para mí, quiero decir) que había sido extirpar la espina que tenía clavada. Me descubrí deseando poder abducir también a Sandra Pelt para reprogramarla. No creía que ella fuera tan fácil de reconvertir. Los miembros de la familia Pelt debían de tener una grave patología.

Las brujas se sentían felices. Calvin estaba satisfecho. Yo me sentía aliviada. Calvin le dijo a Tanya que enseguida regresarían juntos a Hotshot. Ella, algo perpleja, salió por la puerta con mucha más dignidad que con la que había entrado. No comprendía por qué había venido a mi casa y aparentemente no recordaba lo que las brujas habían hecho. Pero no se la veía molesta ante tanta confusión.

El mejor de todos los mundos posibles.

Tal vez ahora que la influencia perniciosa de Tanya había desaparecido, Jason y Crystal podrían solucionar sus problemas. Al fin y al cabo, Crystal deseaba sinceramente casarse con Jason y se había alegrado de estar de nuevo embarazada. No entendía por qué actualmente no se sentía feliz.

Podía incorporarla a la larga lista de personas a las que no llegaba a entender.

Mientras las brujas aireaban la sala de estar abriendo las ventanas (aunque era una noche muy fría, quería que desapareciese del todo aquel olor a hierbas), me acosté en la cama con un libro. Pero no disponía de la concentración necesaria para leer. Al final decidí que estaría mejor fuera de casa, me puse una sudadera con capucha y le dije a Amelia que salía un rato. Me senté en una de las sillas de madera que Amelia y yo habíamos comprado en la liquidación de final de verano de Wal-Mart y volví a admirar lo bien que quedaba con la mesa a juego y su parasol. Me recordé que, de cara al invierno, tendría que guardar el parasol y tapar con algo los muebles. Me recosté en mi asiento y dejé vagar mis pensamientos.

Estaba a gusto fuera, oliendo a árboles y a tierra, escuchando la enigmática llamada del chotacabras en el bosque. La luz de seguridad me hacía sentirme cómoda, aunque sabía que no era más que una ilusión. La luz simplemente te permite ver con más claridad lo que pueda acercarse.

Bill emergió de la arboleda del bosque y se aproximó en silencio al jardín. Tomó asiento en una de las sillas.

Pasamos un rato sin decir nada. No sentí la oleada de angustia que había notado los últimos meses cada vez que lo veía. Su presencia apenas perturbaba la noche otoñal, formaba parte de ella.

– Selah se ha ido a vivir a Little Rock -dijo.

– ¿Cómo es eso?

– Ha empezado a trabajar para una empresa importante -dijo-. Es lo que siempre quiso. Están especializados en propiedades de vampiros.

– ¿Está enganchada a los vampiros?

– Eso parece. Pero no es asunto mío.

– ¿Así que no fuiste tú el primero para ella? -Tal vez lo pregunté con cierta amargura. Él había sido el primero para mí, en todos los sentidos.

– No -respondió, y se volvió hacia mí. Estaba radiantemente pálido-. No -confirmó-. Yo no fui el primero. Y siempre supe que lo que le atraía era el vampiro que hay en mí, y no mi persona.

Comprendí a la perfección lo que quería decir. Cuando me enteré de que le habían ordenado congraciarse conmigo, intuí que lo que le había llamado la atención era la telépata que había en mí, y no mi persona.

– Lo que viene, va -dije.

– Nunca la quise -dijo-. O muy poco. -Se encogió de hombros-. Ha habido muchas como ella.

– No estoy muy segura de cómo crees que voy a sentirme con todo esto.

– Te estoy diciendo la verdad. Sólo ha habido una como tú. -Y entonces se levantó y se adentró de nuevo en el bosque, al paso lento de un humano, dejando que le viera marcharse.

Me daba la impresión de que Bill estaba llevando a cabo una especie de campaña sigilosa para recuperar mi respeto. Me pregunté si soñaba en que pudiera volver a amarle algún día. Aún sentía dolor cuando pensaba en la noche en que me enteré de la verdad. Me imaginé que mi respeto estaría en los límites de lo que él podía esperar recuperar. ¿Confianza? ¿Amor? No lo veía muy posible.

Me quedé sentada fuera unos minutos más, pensando en la velada que acababa de vivir. Un agente enemigo menos. La enemiga lejos. Entonces pensé en la investigación policial sobre la gente desaparecida en Shreveport, lobos todos ellos. Me pregunté cuándo lo dejarían correr.

Estaba segura de que tarde o temprano volvería a verme involucrada en los asuntos políticos de los hombres lobo; los supervivientes serían absorbidos para restablecer el orden en su casa.

Esperaba que Alcide estuviese disfrutando su oportunidad de ser líder y me pregunté si habría conseguido engendrar un pequeño hombre lobo de pura sangre la noche del golpe de estado. Me pregunté quién se ocuparía de los hijos de los Furnan.

Y siguiendo con mis especulaciones, me pregunté dónde establecería Felipe de Castro sus cuarteles generales en Luisiana, o si se quedaría en Las Vegas. Me pregunté si alguien le habría contado a Bubba que Luisiana estaba bajo un nuevo régimen y me pregunté si algún día volvería a verlo. Tenía una de las caras más famosas del mundo, pero su cabeza estaba gravemente confusa por haber sido creado en el último segundo por un vampiro que trabajaba en la morgue de Memphis. Bubba no había resistido muy bien el Katrina; se había visto separado de los demás vampiros de Nueva Orleans y había tenido que subsistir a base de ratas y otros animalitos (gatos abandonados, me imaginaba) hasta que una noche fue rescatado por un equipo de salvamento integrado por vampiros de Baton Rouge. Lo último que sabía de él era que había sido enviado fuera del estado para descansar y recuperarse. A lo mejor había acabado en Las Vegas. Cuando estaba vivo, siempre le había ido muy bien allí.

De pronto me di cuenta de que me había quedado rígida después de llevar tanto rato sentada fuera y de que la noche era cada vez más fría. La sudadera resultaba insuficiente. Era hora de entrar y acostarse. El resto de la casa estaba oscura y me imaginé que Octavia y Amelia estarían agotadas después del trabajo que habían realizado.

Me levanté de la silla, cerré el parasol y abrí la puerta del cobertizo. Apoyé el parasol contra el banco donde un hombre a quien siempre había considerado mi abuelo se dedicaba a hacer sus arreglos. Cerré la puerta del cobertizo con la sensación de que en su interior encerraba el verano.

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