VI

Mercedes llegó antes y pidió un cóctel de frutas. Se entretuvo adivinando intimidades. En un rincón, a salvo de la escasa luz, una pareja de edades desparejas hablaba por encima de la mesa con las cabezas tan juntas que no dejaban lugar a dudas. Tenían las manos enlazadas y la mirada fija en los ojos del otro. Y sonreían, todo el tiempo sonreían con un dejo de idiotez.

– Estos son nuevitos -calculó y buscó cualquier distracción que la salvara de caer en el abismo de la envidia.

El mozo trajo el cóctel. Mercedes agradeció sin mirarlo, pero apenas se retiró lo observó con atención.

– Buen culo -pensó. La divertía descubrirse calibrando las curvas masculinas.

Diana la sorprendió desde atrás.

– ¿Qué mirabas?

Intercambiaron un beso de costado para no estropear el maquillaje. Se evaluaron con la velocidad que da el entrenamiento de la eterna competencia. En el fondo de aquella primera reacción superficial, sin embargo, había cariño.

– Muy mona, Diana. Ese pañuelo te queda… -juntó los dedos de una mano y se besó las yemas como un cocinero italiano dando el visto bueno a la pasta.

– Igualmente, señora. Usted también se ha venido muy linda.

– ¿Qué tomás?

– Otro como el tuyo.

– ¿Pedimos algo para acompañar?

– Livianito. Estoy cuidándome. Te robo de lo que pidas.

– Mucha dieta, mucha pinta. ¿En qué andás?

– ¿Yo? ¿Por qué?

– Porque hacía años que no te veía cuidarte.

– Ya era hora, ¿no?

– ¡Por supuesto! Me parece genial, pero a tu amiga, ¿no vas a contarle?

Diana sonrió con picardía. Se ajustó un aro.

– Gaby te manda cariños.

Mercedes frunció la boca para manifestar que entendía aquella evasiva.

– ¿Cómo la encontraste?

– Un poco más gordita, enigmática.

– ¿Y eso?

– Fue un regreso a lo loco, como todo lo de ella. No me preocupé demasiado, al principio. Vos sabés que es una atolondrada. Hablamos bastante y me contó cosas que…

Mercedes se puso en actitud de escucha, como quien está a punto de asistir a la mayor de las revelaciones, pero Diana, en lugar de sentir hospitalidad en la atención de la otra, previó la cuota de morbo que hay en toda inquietud por una historia ajena.

– Nada importante, pero me gustaría verla más contenta.

– ¿Se queda? -insistió Mercedes.

– Dice que hace un trámite y se vuelve. Aunque, vos la conoces, en un tris cambia de idea.

– ¿Y la beca?

– Ah, eso marcha bien. Ha hecho buenos contactos. Parece que hay una posibilidad de que viaje a Estados Unidos. La quieren en una Universidad de Arizona. Lógico. Es joven, inteligente…

– Soltera, sin hijos -completó Mercedes con la suspicacia de quien entiende más allá de las palabras. Observó el efecto que esta apreciación produjo en su amiga.

Diana se refugió en la contemplación de la pareja que se prodigaba arrumacos en el rincón oscuro. Él le torneaba el pelo y le decía algo que ella respondía con un pie por debajo de la mesa. Sonreían, bobalicones, y el mundo se pulverizaba afuera. Mercedes los miró y ambas compartieron por unos segundos la deleitosa indiscreción de meterse en un mundo al que no habían sido convidadas.

– Lindo.

– ¡Pff! Por lo que les va a durar -dijo Mercedes con todo el desprecio que rescató de su sensibilidad lastimada-. No tengo que decirte cómo funciona esto, ¿no? Al principio, puras mieles. Pero después llega un momento en que… -volvió a mirarlos; esta vez, con pena- esa luz se apaga.

– Parece que sí -contestó Diana, aunque hubiera querido decir otra cosa-. ¿Cómo va Lucio?

– Divino. Divino inútil, al santo botón.

– ¡Mercedes! ¡No hables así!

Mercedes sintió el llamado de atención y torció la conversación de la mejor forma posible, que es hablando de otros.

– Bueno, pero me contabas de Gabriela.

– ¿Sabes qué pensaba? Le vendría bien conocer a un hombre. ¡Ojo! No hablo de relaciones formales, pero un tipo cama afuera, que la haga sentir bien… -mientras hablaba, Diana volaba hasta su amante cibernético.

Mercedes aprovechó la distracción para estudiarla y confirmar sus sospechas. De pronto, abrió desmesuradamente los ojos y casi gritó:

– ¡Bruno! ¿Te acordás de Bruno?

Diana puso cara de no entender, pero Mercedes ya se deshacía en explicaciones como si hubiera estado tramando aquello por años.

– Es un amoroso, buena gente. No es un dios que digamos, no, pero… -midió las palabras- tampoco está mal.

– Lo conozco de nombre, nada más. Pero, sos una chiflada.

– Y, ¿por qué no?

– Porque esas cosas no se fuerzan.

– Pero si no vamos a meterle a tu hermana en la cama. Lo único que vamos a hacer es presentarlos. Pensá. ¿Cuántas probabilidades hay de que se conozcan? Cero. O sea, nosotras les torcemos un poco el destino, los cruzamos, ¿se entiende? Y después, si enganchan o no, Dios dirá.

Ahora Diana estaba seria y seguía con atención a su amiga.

– Pero Bruno es casado, ¿no?

– Era, nena, era. Divorciándose y con un bajón de novela.

– No, Mercedes, ni lo sueñes. Gaby no necesita ser paño de lágrimas.

– ¿De qué hablas? La depre es porque los trámites del divorcio están enloqueciéndolo, nada más. Por otra parte, haberse librado de la mujer fue lo mejor que hizo. El drama no viene por ahí. Hace tiempo que anda a los tumbos; ha salido con varias, pero no cuaja. Lo sé porque Lucio es muy amigo. Él dice que lo que pasa es que Bruno es un tipo fino y está harto de que lo quieran cazar. Gaby me parece ideal. Sobre todo, si tiene planes de volver a Lima.

– ¿Y qué ganaríamos con presentarlos, si después se van a separar?

– ¡Ay, Diana! ¡Por favor! Con ese criterio nadie debería conocerse. Que la pasen bien por un tiempo. Da igual si es un mes o diez años. Ningún amor es eterno -la miró con estudiado recelo-. Decime, ¿cuánto darías por unos días de felicidad?


De: Granuja

Para: Diana

Enviado: miércoles 16 de julio de 2003, 16:32

Asunto: un poema


Diana querida, no soy bueno para escribir poesia, pero hoy estuve hojeando un libro y encontre algo que me hizo pensar en vos. Es de Idea Vilariño, a ver si te gusta:


“Donde el sueño cumplido

y donde el loco amor

que todos

o que algunos

siempre

tras la serena mascara

pedimos de rodillas”


Ojala no te haya parecido cursi de mi parte. A mi me encanto. Mas tarde te escribo, linda. Haceme una sonrisita, dale.

G.


De: Diana

Para: Granuja

Enviado: miércoles, 16 de julio de 2003, 16:55

Asunto: No sé…


…si alguien me mandó un poema alguna vez. No me acuerdo y eso me pone triste. Porque alguien tendría que haberlo hecho, ¿no? Todo el mundo recibe un poema al menos una vez en la vida. O debería.

¿Qué puedo decirle? Tengo miedo de escribir una pavada. ¿Cursi, dice usted? Es lo más lindo que he recibido en años. El último regalo que me hicieron fue una lavadora. ¿Cómo va a parecerme cursi este poema?

Me gustaría saber escribir para devolverle la ternura, pero soy un poco torpe redactando, aunque en la escuela me iba bien. Pero era más fácil porque siempre había cosas lindas para escribir. Y si no tenía nada para contar, inventaba, pero, ahora, no tengo ganas de inventarme ninguna felicidad.

Tiene razón: siempre he ido tras el amor de rodillas.

Diana

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