Plumas desde mil li de distancia

La anciana recordaba un cisne que comprara hacía muchos años en Shanghai por una suma ridícula. Aquella ave, se jactó en su momento el vendedor del mercado, fue en otro tiempo un pato que estiró el cuello con la esperanza de convertirse en ganso, ¡y míralo ahora! Es demasiado hermoso para comerlo.

Luego la mujer y el cisne navegaron a través de un océano que tenía muchos li [1] de extensión, estirando sus cuellos hacia Estados Unidos. Durante la travesía, ella arrullaba al cisne diciéndole: «En América tendré una hija igual que yo, pero allí nadie dirá que su valía se mide por la sonoridad del eructo de su marido, allí nadie la mirará con desprecio, porque la obligaré a hablar sólo en un perfecto inglés norteamericano. iY allí estará demasiado saciada para tragar ninguna pena! Sabrá lo que quiero decir porque le regalaré este cisne… un animalito que llegó a ser más de lo que se esperaba de él».

Pero cuando llegó al nuevo país, los funcionarios de inmigración le arrebataron el cisne; y ella se quedó agitando los brazos y con una sola pluma del ave como recuerdo. Luego tuvo que rellenar tantos formularios que olvidó por qué había ido allí y lo que dejó atrás.

La mujer había envejecido y tenía una hija que creció hablando sólo inglés y tragando más Coca-Cola que penas. Desde hacía mucho tiempo la mujer quería darle a su hija la única pluma de cisne y decirle: «Ahora tal vez parezca que esta pluma no vale nada, pero viene de lejos y trae consigo todas mis buenas intenciones».

Y aguardó, un año tras otro, hasta el día en que pudiera decirle eso a su hija en un perfecto inglés norteamericano.

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