[1] «Una montaña de cadáveres: carta abierta a Alan García», El Comercio, Lima, 23 de junio de 1986; reproducida en Contra viento y marea, III (Barcelona: Seix Barral, 1990), pp. 389-393.

[2] En 1988, el déficit de las empresas públicas alcanzó en el Perú la suma de dos mil quinientos millones de dólares, equivalente a todas las divisas que habían ingresado ese año por exportaciones.

[3] Conferencia Anual de Ejecutivos.

[4] Contra viento y marea, III, pp. 417-420.

[5] Lima, 24 de agosto de 1987.

[6] El 8 de julio de 1992, en un acto en el cuartel Rafael Hoyos Rubio, del Rímac, en el que todos los jefes del Ejército peruano respaldaron el golpe de Estado del 5 de abril.

[7] Que demostraría una vez más, ya octogenario, a partir del 5 de abril de 1992, luego del autogolpe de Alberto Fujimori, saliendo a combatir a la dictadura con resolución.

[8] Véase «Sangre y mugre de Uchuraccay», en Contra viento y marea, III, pp. 85-226.

[9] Reproducida en Álvaro Vargas Llosa, El diablo en campaña (Madrid: El País/Aguilar, 1991), pp. 154-157.

[10] André Coyné, César Moro (Lima: Torres Aguirre, 1956).

[11] «En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú sólo se cuecen habas.»

[12] A diferencia de los cuatro primeros, cuya lealtad no tengo cómo agradecer, apenas perdimos las elecciones esta última se apresuró a sacar un lujoso pasquín, cuya meta, en el corto tiempo que la desafección de los lectores le permitió vivir, fue servir de tribuna a los renegados del Movimiento Libertad.

[13] «La revolución silenciosa», en Hernando de Soto, El otro sendero (Lima: Editorial El Barranco, 1986), pp. XVII-XXIX; reproducido en Contra viento y marea, III, pp. 333-348.

[14] Véase como ejemplo de estos malabares el artículo en The Wall Street Journal, del 20 de abril de 1990, de David Asman, un periodista sorprendido en su buena fe, atribuyendo a De Soto la autoría del Encuentro por la Libertad del 21 de agosto.

[15] El porcentaje de la segunda vuelta electoral para el departamento de Piura fue de 56,6 por ciento (253.785 votos) para Cambio 90 y de 32,5 % (145.714 votos) para el Frente Democrático.

[16] En 1960 el Perú ocupaba el octavo lugar en América Latina; al terminar el gobierno de Alan García había descendido al decimocuarto.

[17] La producción agropecuaria per cápita del Perú era, en la década de los sesenta, la segunda de América Latina; en 1990, la penúltima, sólo superior a la de Haití.

[18] De las veinte mil muertes causadas por el terror hasta mediados de 1990, el 90 por ciento eran campesinos, los más pobres entre los pobres del Perú.

[19] El apra es especialista en ese género de operaciones: la víspera del lanzamiento de mi candidatura, el 3 de junio de 1989, voces anónimas avisaron que había una bomba en el avión que me llevaba a Arequipa. Luego del desalojo de emergencia, lejos del local del aeropuerto donde me esperaba la gente, se registró la nave y no se encontró nada.

[20] Antes de este viaje, me había entrevistado con otros jefes de Estado o de gobierno, tres de ellos europeos -el canciller alemán, Helmut Kohl, en julio de 1988; la primera ministra británica, Margaret Thatcher, en mayo de 1989; el presidente del gobierno español, Felipe González, en julio de 1989- y tres latinoamericanos: los presidentes de Costa Rica, Óscar Arias, el 22 de octubre de 1988; de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, en abril de 1989, y de Uruguay, Julio María Sanguinetti, el 15 de junio de 1989. Y lo haría después, con el presidente brasileño Collor de Mello, el 20 de febrero de 1990. En la publicidad de la campaña utilizamos fotos y películas de estos encuentros para inventarme una imagen de estadista.

[21] En julio de 1991, cuando el escándalo internacional del BCCI, el fiscal de Nueva York, Robert Morgentau, acusó al gobierno de Alan García de haber hecho perder al Perú cien millones de dólares, al ordenar que el Perú no interviniese en la operación de recompra de sus catorce aviones por un país del Medio Oriente, dando a entender que todo ello implicaba una operación escabrosa.

[22] Recuerdo haber tenido en Londres, con el escritor Shiva Naipaul, que acababa de regresar de allí, una discusión sobre Singapur. Según él, ese progreso, la rápida modernización, eran un crimen cultural contra los singapurenses, quienes estaban por ello «perdiendo su alma». ¿Eran más auténticos antes, cuando vivían rodeados de pantanos, cocodrilos y mosquitos, que ahora que viven entre rascacielos? Más pintorescos, sin duda, pero estoy seguro de que todos ellos -todos los habitantes del Tercer Mundo- estarían dispuestos a renunciar a ser pintorescos a cambio de tener trabajo y vivir con un mínimo de seguridad y decencia.

[23] Datos del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

[24] Oiga, Lima, 11 de febrero de 1985.

[25] Escrita en el destierro, entre 1929 y 1930, y publicada en varios números del Mercurio Peruano. La primera edición en libro se hizo en París, en 1930, con una segunda parte sobre el oncenio de Leguía.

[26] Jorge Basadre, Pablo Macera, Conversaciones de Historia (Lima: Mosca Azul, 1974).

[27] Y, en honor a la verdad, hay que reconocer que mantendría esta actitud hasta que la dictadura de Velasco expropió La Prensa y la prostituyó convirtiéndola en un órgano del régimen. Pedro Beltrán pasaría sus últimos años en el exilio, hasta su muerte en 1979.

[28] Aunque, en su última actuación pública, como ministro de Relaciones Exteriores, en la reunión de cancilleres, de Costa Rica, en 1960, votó contra la condena de Cuba, desobedeciendo instrucciones del gobierno de Prado, por lo que se vio obligado a renunciar. Murió poco después.

[29] «La fobia de un novelista». , Lima, 6 de abril de 1987.

[30] Incluyo entre ellos a Carlos Delgado, el civil de mayor influencia durante los años de Velasco y quien escribió la mayor parte de los discursos que éste leyó. Ex dirigente aprista y ex secretario de Haya de la Torre, el sociólogo y politólogo Carlos Delgado renunció al APRA cuando este partido pactó con el odriísmo durante el primer gobierno de Belaunde Terry. Apoyó la revolución militar y contribuyó en mucho a darle una cobertura ideológica, al mismo tiempo que impulsó buena parte de las reformas económicas -la comunidad industrial, la reforma agraria, los controles y subsidios, etcétera-, muchas de las cuales eran calcadas de lo que había sido el programa de gobierno del partido aprista. Carlos Delgado creía en esa «tercera posición» y su apoyo a la dictadura estuvo inspirado en esta ilusión: que el Ejército podía ser el instrumento para instaurar en el Perú el socialismo democrático que él defendía. En el Sinamos (Sistema de Apoyo a la Movilización Social), Carlos Delgado reunió en torno suyo a un grupo de intelectuales -Carlos Franco, Héctor Béjar, Helan Jaworski, Jaime Llosa, etcétera- que compartían su tesis y que, con tan buenas intenciones como la suya, la mayoría de ellos, colaboraron activamente con el régimen en las nacionalizaciones y la extensión del intervencionismo estatal en la economía y la vida social. Pero las críticas que merecen por ello deben ser, sobre todo en el caso de Carlos Delgado, acompañadas de una aclaración: su buena fe no podía ser puesta en duda ni tampoco la coherencia y transparencia con la que actuó. Por eso siempre me pareció respetable y pude discrepar con él -y discutir mucho- sin que se rompiera nuestra amistad. De otro lado, me consta que Carlos Delgado hizo cuanto pudo para impedir, con la influencia que tenía, el copamiento por los comunistas y sus próximos de las instituciones del régimen y que usó aquélla, también, para amortiguar en lo posible los atropellos. Cuando la revista Caretas fue cerrada y su director, Enrique Zileri, se hallaba perseguido, él me consiguió una entrevista con el general Velasco (la única que le pedí) y me apoyó cuando yo protesté por esa clausura y persecución y lo exhorté a que las levantara.

[31] Suplemento Unicornio, Lima, 25 de octubre de 1987, p. 5.

[32] Reproducidos en Contra viento y marea, II (Barcelona: Seix Barral, 1990), pp. 143-155.

[33] Véase mi crónica al respecto, «La revolución y los desmanes», Caretas, Lima, 6 de marzo de 1975; reproducida en Contra viento y marea, I (Barcelona: Seix Barral, 1990), pp. 311-316.

[34] Desde entonces, el personaje ha enriquecido su prontuario con nuevas hazañas. En 1990 dirigió un pasquín simpatizante del movimiento terrorista mrta, Ayllu, en el que atacaba con ferocidad a su ex empleador, Alan García, y presentaba documentos sensacionales sobre sus fechorías en el poder. Ahora (setiembre de 1992) dirige La Nación , diario al servicio de la dictadura instalada por Alberto Fujimori desde el 5 de abril.

[35] Estos dos últimos, para desconsuelo de quienes los teníamos como ejemplo de periodistas democráticos, pasarían desde el 5 de abril de 1992 a defender de manera militante el golpe de Estado del ingeniero Fujimori, que destruyó la democracia peruana.

[36] Muy rezagados quedaron Henry Pease, de Izquierda Unida, con 11,54 por ciento; la candidata aprista Mercedes Cabanillas, con 11,53 por ciento, y el candidato de Acuerdo Socialista, Enrique Bernales, que apenas alcanzó un 2,16 por ciento.

[37] «The Consultant», Granta, n.° 36, Londres, verano de 1991, pp. 87-95.

[38] Acción para el cambio: El programa de gobierno del Frente Democrático (Lima, diciembre, 1989).

[39] Lima, 9 de agosto de 1989, p. 3.

[40] La entrevista a Ghersi apareció en El Diario (Finanzas-Economía-Comercio) de Santiago, el 4 de agosto de 1989, y en ella se habla en general de la reducción de la burocracia pero no se menciona cifra alguna.

[41] Expreso, Lima, 10 de agosto de 1989, p. 4.

[42] Ojo, Lima, 22 de diciembre de 1989.

[43] Véanse las declaraciones de Ricardo Amiel en La República y en La Crónica el 6 de agosto de 1989, y la de Javier Alva Orlandini en El Nacional el 30 de noviembre de 1989.

[44] El informe de Chirinos Soto fue reproducido en El Comercio, Lima, 23 de enero de 1990.

[45] Oiga, Lima, 12 de agosto de 1991.

[46] «Definitivamente el discurso de Vargas Llosa impresionó en el CADE, pero más de uno ya tiembla.» Caretas, 4 de diciembre de 1989.

[47] Su caso no fue el único. De los quince senadores y diputados de Libertad, cuatro desertaron el Movimiento, alegando diferentes pretextos, en el primer año y medio del nuevo gobierno: los senadores Raúl Ferrero y Beatriz Merino y los diputados Luis Delgado Aparicio y Mario Roggero. Pero, a diferencia de los tres primeros, que mantuvieron luego de su alejamiento una actitud discreta y hasta amistosa con Libertad, Roggero se dedicó a atacarlo en comunicados y declaraciones públicas. Respondía así a la generosa decisión de la Comisión Política que, en vez de separarlo del Movimiento Libertad, por su ausencia en aquella votación en el Congreso, se contentó con una suave amonestación. Meses después, renunciaría también el diputado Rafael Rey, luego de ser criticado por los dirigentes libertarios a raíz de sus gestos y declaraciones a favor de la dictadura instalada por Fujimori el 5 de abril de 1992, a la que sirve desde entonces.

[48] Caretas, Lima, 10 de enero de 1990.

[49] Caretas, Lima, 15 de enero de 1990.

[50] Ley 15792, de 14 de diciembre de 1965.

[51] En marzo, una encuesta de la cpi me daba el 43 por ciento a nivel nacional, contra 14,5 por ciento de Alva Castro, 11,5 por ciento de Barrantes y 6,8 por ciento de Pease.

[52] Fiel a estas ideas, el general Salinas Sedó, ya en el retiro, intentó un movimiento constitucionalista para restaurar la democracia en el Perú, el 13 de noviembre de 1992, luego de siete meses del golpe autoritario del 5 de abril. Pero fracasó y él y el grupo de oficiales que lo apoyó se encuentran, ahora que corrijo las pruebas de este libro, en la cárcel.

[53] Civiles y militares en el Perú de la libertad. Exposición hecha ante los oficiales del Ejército, la Marina y la Aviación del Perú, en el caem (Centro de Altos Estudios Militares), el 26 de febrero de 1990. Lima, 1990.

[54] El país que vendrá. Discurso de clausura del certamen «La revolución de la libertad», pronunciado el 9 de marzo de 1990. Lima, Perú, 1990.

[55] Luego del autogolpe del 5 de abril de 1992, la rivalidad del alcalde Belmont con el flamante dictador se trocaría en apasionado idilio.

[56] Había ocurrido, en las elecciones de 1985, en las que Alan García obtuvo poco menos del 50 por ciento sobre Alfonso Barrantes, quien quedó segundo. Por lo tanto hubiera debido haber una segunda vuelta electoral, que se evitó, por desistimiento del candidato de Izquierda Unida.

[57] Escribí sobre ella la primera vez en un artículo en la revista Cultura Peruana (Lima: setiembre de 1958) -«Crónica de un viaje a la selva»-, luego, en la conferencia Historia secreta de una novela (Barcelona: Tusquets Editores, 1971) y en el cap. IV de mi novela El hablador (Barcelona: Seix Barral, 1987) además de innumerables reportajes y artículos.

[58] A partir del 5 de abril de 1992, Chirinos Soto se armaría de razones constitucionales para justificar el golpe de Estado del ingeniero Fujimori y atacarnos a quienes lo condenamos. A mí me acusa ahora de ¡marxista!

[59] El personaje visitó también a Álvaro, quien, como Patricia, aceptó someterse a la imposición de manos y ha dejado un testimonio del episodio en El diablo en campaña, pp. 180-181.

[60] Véase la vívida descripción que hace de este proceso José María Arguedas, en su novela postuma El zorro de arriba y el zorro de abajo (Buenos Aires: Editorial Losada, 1971).

[61] Diario Expreso, Lima, 28 de mayo de 1990.

[62] Mensaje en televisión al pueblo peruano del 30 de mayo de 1990.

[63] Entre paréntesis, hay que decir que los diputados y senadores evangélicos tuvieron en su efímera gestión parlamentaria un comportamiento discreto y respetuoso para con la Iglesia Católica. Y cuando Fujimori, a los veinte meses de su mandato, clausuró el Congreso y se proclamó dictador, casi todos ellos, empezando por el segundo vicepresidente, Carlos García, condenaron lo ocurrido e hicieron causa común con la resistencia democrática al golpe de Estado.

[64] El diputado Olivera, líder del FIM (Frente Independiente Moralizador), no formaba parte del Frente Democrático ni apoyó mi candidatura.

[65] El diablo en campaña, pp. 195-204.

[66] «Una visita a Lurigancho», en Contra viento y marea, II (Barcelona: Seix Barral, 1983).

[67] Friedrich Hayek, Law, Legislation and Liberty (London: vol. 1, 1979), p. 107.

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