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Interrumpiendo la escena, Hoskins entró en la habitación.

Dijo, disculpándose:

—La andaba buscando, señora.

—Buenas tardes, Hoskins —la señora Folliat recobró su equilibrio habitual, y fue de nuevo la dueña de Nasse House—. ¿Quería usted algo?

—El inspector le envía sus respetos y desearía hablar unas palabras con usted. Si está en condiciones, naturalmente —se apresuró a añadir, observando, como Hércules Poirot, los efectos de la impresión recibida.

—Claro que estoy en condiciones.

La señora Folliat se puso en pie y salió de la habitación detrás de Hoskins.

Poirot, que se había levantado, cortésmente, se volvió a sentar y se quedó mirando al techo, desconcertado y con el ceño fruncido.

El inspector se levantó cuando entró la señora Folliat y el policía le apartó la silla para que pudiera sentarse.

—Siento molestarla, señora Folliat —dijo Bland—; pero me figuro que conocerá usted a todo el mundo de los alrededores y creo que podrá usted ayudarnos.

La señora Folliat sonrió débilmente.

—Sí, supongo que conozco a todo el mundo de por aquí. ¿Qué quiere usted saber, inspector?

—¿Conocía usted a los Tucker? ¿A la familia y a la chica?

—Sí, mucho; han sido siempre colonos nuestros. La señora Tucker era la más joven de muchos hermanos. Su hermano mayor fue jardinero mayor nuestro. Se casó con Alfred Tucker, un labrador..., bastante tonto, pero muy agradable. La señora Tucker tiene muy mal carácter. Buena ama de casa, eso sí, y muy limpia, pero Tucker no puede pasar nunca más allá de la cocina con sus botas sucias puestas. Todas esas cosas. A sus hijos les regaña mucho. La mayoría de ellos se han casado y están trabajando. Sólo quedaban en casa esta pobre chica, Marlene, y tres niños pequeños, dos niños y una niña, que todavía van a la escuela.

—Y ahora, señora Folliat, conociendo a la familia como usted la conoce, ¿se le ocurre algún motivo para que Marlene haya sido asesinada esta tarde?

—No, ninguno. Es completamente... completamente increíble, no sé si me entiende, inspector. No andaba con ningún chico ni nada por el estilo, por lo menos no lo creo. En cualquier caso, no he oído nada.

—¿Y la gente que ha intervenido en esta Persecución del Asesino? ¿Puede decirme usted algo?

—A la señora Oliver no la conocía. Es completamente distinta a la idea que yo tengo de una escritora de novelas policíacas. Está muy disgustada, pobrecilla, con lo que ha ocurrido... Naturalmente.

—¿Y de los demás concurrentes, el capitán Warburton, por ejemplo?

—No veo la razón para que asesinara a Marlene Tucker, si es eso lo que quiere usted saber —dijo la señora Folliat con calma—. No me gusta mucho. Es un hombre taimado, pero supongo que los agentes políticos tienen que estar al tanto de todos los trucos de la política. Desde luego, es un hombre muy activo y ha trabajado mucho para organizar la fiesta. Pero, en cualquier caso, no creo que hubiera podido matar a la chica, porque estuvo toda la tarde en el césped.

El inspector asintió con un enérgico movimiento de cabeza.

—¿Y los Legge? ¿Qué sabe usted de ellos?

—Parecen un matrimonio muy agradable. Él tiene un carácter un poco... difícil, diría yo. No sé gran cosa de él. Ella era una Castairs, antes de su matrimonio, y conozco mucho a unos parientes suyos. Alquilaron Mill Cottage, por dos meses, y espero que hayan disfrutado de sus vacaciones. Nos hemos hecho todos muy buenos amigos.

—Tengo entendido que es una señora muy atractiva y elegante.

—Sí, muy atractiva.

—¿Cree usted que sir George puede haber sentido en algún momento esa atracción?

La señora Folliat pareció sorprenderse mucho.

—No, no; estoy segura de que no hay nada de eso. Sir George está materialmente absorbido por sus negocios y quiere mucho a su mujer. No es un conquistador.

—¿Y tampoco cree usted que haya habido nada entre lady Stubbs y el señor Legge?

De nuevo la señora Folliat negó con un movimiento de cabeza.

—No; decididamente, no.

El inspector insistió:

—¿No sabe usted que haya habido un disgusto de ninguna clase entre sir George y su esposa?

—Estoy segura de que no lo ha habido —afirmó la señora Folliat con énfasis—. Lo hubiera sabido.

—Entonces, ¿no será por alguna desavenencia con su marido por lo qué lady Stubbs se ha marchado?

—No, no. —y añadió en tono ligero—: Creo que la muy tonta no quería encontrarse con ese primo suyo. Alguna fobia infantil. Y se escapó, igual que haría una niña.

—Ésa es su opinión. ¿Nada más?

—No. Espero que aparezca muy pronto. Y avergonzada de sí misma. —y añadió, sin gran interés—: Por cierto, ¿qué se ha hecho de ese primo? ¿Sigue en estos momentos en la casa?

—Creo que ha vuelto a su yate.

—Y el yate está en Helmmouth, ¿no?

—Sí, en Helmmouth.

—Ya —dijo la señora Folliat—. Bien, es un fastidio que Hattie se porte de ese modo tan infantil. Sin embargo, si su primo piensa quedarse uno o dos días más, podremos convencerla de que se porte como es debido.

El inspector comprendió que se trataba de una pregunta, pero no contestó a ella.

—Probablemente —dijo— estará usted pensando que todo esto se aparta del asunto. Pero creo que comprenderá usted, señora Folliat, que nuestro campo de acción es muy amplio. La señorita Brewis, por ejemplo. ¿Qué opina usted de la señorita Brewis?

—Es una secretaria excelente. Más que una secretaria. Hace prácticamente las veces de ama de llaves. En realidad, no sé qué iba a hacer sin ella.

—¿Era secretaria de sir George Stubbs antes de su matrimonio?

—Creo que sí. No estoy completamente segura. La he conocido cuando vino por aquí con ellos.

—No le tiene mucha simpatía a lady Stubbs, ¿verdad?

—No —dijo la señora Folliat—. Me temo que no. Estas secretarias eficientes no suelen querer a las mujeres de sus jefes, no sé si me entiende. Puede que sea natural.

—¿Fue usted o fue lady Stubbs la que pidió a la señorita Brewis que le llevara a la chica de la caseta unos pasteles y un refresco?

La señora Folliat pareció sorprendida.

—Recuerdo que la señorita Brewis cogió unos pasteles y varias cosas y dijo que se los iba a llevar a Marlene. No sabía que nadie en particular le hubiera dicho que lo hiciera, o se encargara de eso. Desde luego yo no fui.

—Ya. Dice usted que estuvo en la tienda donde se servía el té desde las cuatro en adelante. Creo que la señora Legge estaba también en la tienda a esa hora, tomando el té.

—¿La señora Legge? No, no creo. Por lo menos, no recuerdo haberla visto. En realidad, estoy completamente segura de que no estaba. Había venido mucha gente en el autobús de Torquay y recuerdo que eché una ojeada a la tienda y pensé que debían ser todos veraneantes; apenas vi ninguna cara conocida. Seguramente la señora Legge fue más tarde a tomar el té.

—Bueno —dijo el inspector— no importa. —y añadió suavemente—: Bien. Creo que esto es todo. Gracias, señora Folliat; ha sido usted muy amable. Sólo nos queda confiar en que lady Stubbs volverá pronto.

—Yo también confío en ello —dijo la señora Folliat—. Nuestra querida Hattie no ha pensado en nuestra ansiedad.

Hablaba con vivacidad, pero su animación no era muy natural.

—Estoy segura —añadió la señora Folliat— de que está bien. Perfectamente.

En aquel momento se abrió la puerta y entró una atractiva joven pelirroja y pecosa.

—He oído decir que había preguntado por mí... —dijo.

—Ésta es la señora Legge, inspector —dijo la señora Folliat—. Sally, querida, ¿te has enterado de la desgracia tan horrible que ha ocurrido aquí hoy?

—¡Ah, si! Espantoso, ¿verdad? —dijo la señora Legge.

Suspiró, agotada, y se hundió en la butaca, mientras la señora Folliat salía de la habitación.

—Siento muchísimo todo esto —dijo—. Parece increíble. Siento no poder ayudarle en nada. He estado leyendo las rayas de la mano durante toda la tarde, de modo que no he podido ver nada de lo que ocurría.

—Lo sé, señora Legge. Pero tenemos que hacer a todo el mundo las mismas preguntas rutinarias. Por ejemplo, ¿dónde estaba usted entre las cuatro y cuarto y las cinco?

—Fui a tomar el té a las cuatro.

—¿En la tienda del té?

—Sí.

—Había mucha gente, según creo.

—Sí, una barbaridad.

—¿Vio usted a alguien conocido?

—Sí, algunas personas mayores. Nadie con quien me hable. ¡Dios mío, cómo deseaba el té! Como le digo, eso era a las cuatro. Volví a mi tienda a las cuatro y media y continué con mi tarea. ¡Y Dios sabe lo que les estaría prometiendo al final a aquellas mujeres! Varios millonarios, una carrera triunfal en Hollywood... ¡cualquiera sabe! Los viajes por mar y las rubias peligrosas resultaban ya demasiado sosos.

—¿Qué ocurrió durante la media hora en que estuvo usted ausente... quiero decir, suponiendo que hubiera alguien que quisiera que le predijera el porvenir?

—Ah, colgué un letrero en la tienda: «De vuelta a las cuatro y media.»

El inspector hizo una anotación en su cuaderno.

—¿Cuándo vio usted a lady Stubbs por última vez?

—¿A Hattie? No sé. No andaba lejos cuando salía de la tienda para ir a tomar el té, pero no hablé con ella. No recuerdo haberla visto después. Alguien acaba de decirme que ha desaparecido, ¿es cierto?

—Sí, lo es.

—Ah bueno—dijo Sally alegremente—; está un poquito tocaba del seso, ¿sabe? Me figuro que el asesinato la asustó.

—Bien, muchas gracias, señora Legge.

La señora Legge aceptó sin tardanza la despedida. Al salir, se cruzó en la puerta con Hércules Poirot.

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