Capítulo XIV

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El inspector Bland estaba sentado en la estación de policía de Helmmouth. El superintendente Baldwin, un hombre alto, de aspecto animoso, se sentaba al otro lado de la mesa. En la mesa, entre los dos hombres, había un bulto negro, empapado. El inspector Bland lo tocó con el dedo con cuidado.

—No hay duda de que es un sombrero —dijo—. Estoy seguro, aunque no creo que pudiera jurarlo. Parece que le gustaba esa forma. Eso me dijo la doncella. Tenía varios de ésos. Uno rosa pálido y otro amoratado, pero ayer llevaba el negro. Sí, ése es. ¿Y lo sacaron ustedes del río? Eso parece indicar que estábamos en lo cierto.

—No hay seguridad todavía —dijo Baldwin—. Después de todo —añadió— cualquiera pudo tirar el sombrero al río.

—Sí —dijo Bland—. Pudieron tirarlo desde la caseta de los botes o desde un yate.

—El yate está perfectamente vigilado —dijo Baldwin—. Si está allí, viva o muerta, allí sigue.

—¿No ha bajado él a tierra hoy?

—Hasta ahora no. Está a bordo. Ha estado sentado fuera, en una silla extensible, fumando un cigarro.

El inspector Bland echó una ojeada al reloj.

—Ya casi es la hora de subir a bordo —dijo.

—¿Cree usted qué la encontrará? —preguntó Baldwin.

—No lo aseguraría —dijo Bland—. Barrunto que es un tipo muy listo.

Se hundió por un momento en sus pensamientos y volvió a tocar el sombrero. Luego dijo:

—¿Y respecto al cadáver, caso de que lo haya? ¿Tiene usted alguna idea sobre ello?

—Sí —dijo Baldwin—. Hablé con Otterwin esta mañana. Es un guardacostas jubilado. Siempre le consulto en todo lo relacionado con mareas, y corrientes. A la hora en que esa señora fue a parar al río, suponiendo que fuera a parar al río, la marea estaba baja. Como hay luna llena, subiría rápidamente. Opina que el cadáver sería arrastrado por el mar y la corriente lo llevaría hacia la costa de Cornualles. No puede saberse con seguridad el lugar donde aparecería el cadáver, ni siquiera que apareciera en ningún sitio. Hemos tenido aquí dos ahogados cuyos cadáveres no han sido recuperados. Además, se destrozan contra las rocas junto a Start Point. Por otra parte, podría aparecer cualquier día.

—Si no aparece, habrá dificultades —dijo el inspector Bland.

—¿Está usted firmemente convencido de que fue a parar al río?

—No se me ocurre otra cosa —dijo el inspector Bland con expresión sombría—. Hemos vigilado los autobuses y los trolebuses. Este lugar es un callejón sin salida. Iba vestida de un modo muy llamativo y no se llevó con ella otros vestidos. Conque yo diría que no salió de Nasse. Su cadáver está o bien en el mar o escondido en algún lugar de la finca. Lo que necesito ahora —continuó apesadumbrado— es el motivo. Y el cadáver, por supuesto —dijo como recordando de pronto—. No puedo llegar a ninguna parte sin el cadáver.

—¿Y de la otra chica?

—Vio el otro asesinato... o vio algo. Llegaremos a los hechos al final. Pero no va a ser tarea fácil.

Baldwin, por su parte, miró el reloj.

—Es hora de irnos —dijo.

Los dos policías fueron recibidos a bordo del Espérance con toda la encantadora cortesía de De Sousa. Les ofreció algo de beber, ofrecimiento que ellos rechazaron, y a continuación se mostró amablemente interesado por sus actividades.

—¿Han adelantado ustedes en su investigación de la muerte de esa chica?

—Estamos progresando bastante —le dijo el inspector Bland.

El superintendente tomó las riendas y expresó con mucha delicadeza el objeto de su visita.

—¿Les gustaría registrar el Espérance? —a De Sousa no pareció enfadarle, sino más bien divertirle la idea—. ¿Pero por qué? ¿Creen ustedes que tengo escondido al asesino o que el asesino soy yo mismo?

—Es necesario, señor De Sousa; estoy seguro de que lo comprenderá usted así. La autorización de registro...

De Sousa alzó las manos.

—Pero si estoy deseando colaborar con ustedes... ¡si no deseo otra cosa! Vamos a tratar esto entre amigos. Tienen ustedes libertad absoluta para registrar todo lo que quieran en mi barco. Ah, ¿a lo mejor creen ustedes que tengo aquí a mi prima lady Stubbs? ¿Creen que se ha escapado de lado de su marido y ha venido a refugiarse aquí? Pero registren, caballeros, registren por favor.

Pusieron manos a la obra. El registro fue muy concienzudo. Por último, esforzándose en ocultar su desilusión, los dos policías se despidieron del señor De Sousa.

—¿No han encontrado ustedes nada? ¡Qué desilusión! Pero ya se lo dije a ustedes.. Tomarán algo, ¿no?

Les acompañó hasta el bote, que les esperaba al costado del Espérance.

—¿Y yo? —preguntó—, ¿puedo marcharme? Comprenderán que esto resulta un poco aburrido. Hace buen tiempo y me gustaría mucho continuar hasta Plymouth.

—Le agradeceríamos mucho, señor, que permaneciera usted aquí para la encuesta, qué es mañana, por si el «coroner» quisiera preguntarle algo.

—Naturalmente. Quiero ayudar en todo lo que pueda. Pero, ¿y después?

—Después, señor —dijo el superintendente Baldwin con el rostro impasible—, está usted en libertad, naturalmente, de ir a donde guste.

Lo último que vieron, mientras la lancha se alejaba del yate, fue el rostro sonriente de De Sousa, que les miraba desde arriba.

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