Miraron todos a Diana, y fue Nate quien dijo:
– Si creemos que Missy le fue arrebatada a tu familia, Diana, me parece que tu padre sería la última persona de la que podríamos sospechar que hubiera eliminado pruebas como ésa. No podían saber quién se había llevado a su hija, y mucho menos dónde estaba, o la habrían recuperado.
– Eso es cierto. Pero supongamos que mi padre sólo lo descubrió después de que Missy fuera asesinada.
– ¿Cómo? -Nate movió la cabeza de un lado a otro-. Cullen asegura que nunca supo de quién era hija Missy en realidad, así que, aunque su declaración no hubiera sido eliminada al principio de la investigación, nadie más habría sido informado de su muerte. Y, como Quentin ha hecho notar más de una vez, hubo muy poca cobertura mediática. Aunque la noticia hubiera trascendido fuera de esta zona, en la prensa no apareció ninguna fotografía que tus padres pudieran reconocer.
Diana temía parecer paranoica respecto a todo aquello, pero Quentin se empeñaba en decirle que confiara en sí misma, en sus sentimientos y en sus intuiciones, y eso era lo que intentaba hacer.
Ignoraba quién había asesinado a Missy, pero estaba absolutamente convencida de que su padre había intervenido en la investigación subsiguiente, y de que era responsable de la eliminación de datos y pruebas.
No era de extrañar que, durante tanto tiempo, Quentin hubiera tenido dificultades para seguir el rastro que conducía al asesino de Missy.
Manteniendo una voz firme, dijo:
– No sé cómo ocurrió. Pero hay algo que sí sé. -Miró a Quentin-. Cuando hablé con mi padre por teléfono, cuando le dije dónde estaba, se alteró. Estaba sorprendido, inquieto, quizás incluso asustado. Porque yo estaba aquí, en El Refugio. Eso fue lo que le puso nervioso. Y ¿por qué iba a estar nervioso, si no hubiera aquí algo que no quiere que yo descubra?
– Secretos -dijo Quentin-. Tu padre conocía, como mínimo, la existencia de El Refugio. ¿Alguna vez se ha alojado aquí?
– Podemos consultar los archivos -respondió Stephanie.
Pero Diana negaba con la cabeza.
– Mi padre odia los hoteles como éste, siempre los ha odiado. Cuando viaja, sólo se aloja en sitios de dos tipos: o en un hotel del centro de la ciudad, en la suite del ático, o en casas o apartamentos que alquila por tiempo indefinido. Alojarse en un sitio como El Refugio, a kilómetros de distancia de todas partes, rodeado de montañas y hermosas vistas, sería su idea del infierno.
Quentin aceptó aquello con un gesto de asentimiento.
– De todos modos, El Refugio es muy conocido, así que es fácil que haya oído hablar de él. Pero, como tú dices, se alteró mucho cuando supo que estabas aquí, y tiene que haber un motivo para ello. -Arrugó el entrecejo-. Cullen dijo que había oído de pasada lo suficiente como para saber que la hija de Laura había muerto y que Laura había secuestrado a Missy. Mi pregunta es: ¿con quién estaba hablando Laura cuando Cullen oyó por casualidad esa conversación?
Nate hizo una mueca.
– Sí, te interrumpí, ¿verdad? Lo siento.
– No importa. Por cómo se cerró en banda después de contarnos lo de su declaración, tengo la sensación de que Cullen nos ha dicho todo lo que estaba dispuesto a decirnos, y de que no conseguiríamos sacarle nada más aunque siguiéramos interrogándole. Al menos, esta noche.
– Me pregunto si oyó esa conversación antes o después de que Missy fuera asesinada -dijo Diana-. No lo dijo.
– ¿Importa eso? -preguntó Stephanie.
– Podría ser -respondió Quentin-. Si Laura estaba trastornada hasta el punto de que fue capaz de secuestrar a la hija de otras personas para criarla como si fuera suya, el asesinato de Missy muy bien pudo desquiciarla aún más. En ese estado, podría haberle contado a cualquiera la verdad acerca del origen de Missy.
– ¿Tú no recuerdas cómo reaccionó Laura después del asesinato? -preguntó Nate.
– No, francamente. Entonces había un médico aquí, en la plantilla del hotel, y tengo el vago recuerdo de que la mantuvo sedada, al menos durante el entierro. Nosotros nos fuimos un par de semanas después. Recuerdo que vi a Laura en el entierro, pero no después.
Diana dijo con cierta indecisión:
– Había guardado el secreto del secuestro de Missy mucho tiempo, durante años. Para mí tiene más sentido que hablara de ello sólo después del asesinato de Missy.
Nate estaba haciendo una anotación en la libretita negra que llevaba consigo.
– Se lo preguntaré a Cullen. Decididamente, quiero volver a hablar con ese tipo.
Stephanie se sentó en el brazo de un sillón y dijo:
– Lo que me pone los pelos de punta es eso de que lleve flores a la tumba de Missy. ¿No es la clase de cosa que haría un asesino?
– Es posible -dijo Quentin-. Pero no en este caso, creo. Además, lo que dijo sobre su coartada era cierto. Él no pudo matar a Missy.
Nate le miró.
– Por cierto, iba a preguntarte por esa corazonada tuya. Parecía salida de la nada. Que yo recuerde, nunca antes te habías interesado por la tumba de Missy.
– Lo sé. Una vocecita me dijo que ahora era el momento. Y he aprendido a hacerle caso a esa vocecita. -Quentin meneó la cabeza-. Fue cuando nos dijiste que otra camarera había identificado a Cullen como el hombre al que había visto hablando con Ellie Weeks. Hasta ese momento, Cullen me había interesado solamente porque estuvo aquí ese verano, hace veinticinco años. Y porque encontramos esa trampilla en su cuarto de arreos.
– ¿Y sigues creyendo que todo esto está relacionado?
Quentin asintió sin vacilar.
Nate dijo con acritud:
– Bueno, esté relacionado o no, este asesinato no va a quedar sin resolver. -Miró su reloj-. Mierda. Es más de medianoche. Autoricé el levantamiento del cadáver cuando Sally y Ryan acabaron de inspeccionar el lugar del crimen; ya estará en el depósito. El doctor dijo que haría una inspección preliminar, pero quiero que la autopsia se haga en el laboratorio de criminología del estado.
– Y apuesto a que tienen trabajo atrasado -dijo Quentin.
– No será rápido -repuso Nate-, pero sí minucioso. Y eso es lo que quiero. Entre tanto, tenemos las pruebas forenses que haya encontrado mi equipo y un montón de preguntas, espero.
– Sí -dijo Quentin-. Preguntas tenemos a montones.
– Capitán, ¿se da usted cuenta de que tengo que levantarme dentro de unas horas? -La voz de la gobernanta era gélida.
Nate no se arredró.
– Una de sus camareras fue brutalmente asesinada no hace ni veinticuatro horas, señora Kincaid. Yo pensaba que querría usted contribuir en lo posible a descubrir a su asesino.
Tan poco impresionada por el tono del capitán como éste por el suyo, la señora Kincaid replicó:
– Por la mañana habrá tiempo de sobra para sus preguntas. Aquí nadie va a huir.
– Aun así, estoy seguro de que no le importará responder a un par de cuestiones esta misma noche. -Nate dejó premeditadamente su libreta sobre la inmaculada tabla de la isleta del centro de la enorme cocina y fue pasando las hojas hasta encontrar las anotaciones que había hecho poco antes.
De pie al otro lado de la isleta, la señora Kincaid cruzó los brazos sobre su amplio pecho y esperó. No había sugerido que fueran a otra habitación, ni había intentado que se acomodaran en aquélla.
– ¿Y bien?
Nate no permitió que le apremiara y se negó a admitir, siquiera para sí mismo, que, por alguna razón, la espaciosa y vacía cocina le parecía muy fría y un tanto siniestra, especialmente a aquellas horas de la noche. Comprobó sus notas y dijo a continuación:
– Informó usted a la señorita Boyd de que creía que Ellie Weeks se traía algo entre manos, ¿no es así?
– Sí.
– ¿Qué era lo que sospechaba?
– Yo no sé leer el pensamiento, capitán. Pero llevo el tiempo suficiente trabajando con chicas jóvenes como para saber cuándo están tramando algo, y Ellie estaba tramando algo.
– Entonces, ¿la estaba usted vigilando?
– La vigilaba de cerca, naturalmente.
– ¿Hizo Ellie alguna cosa en particular que le hiciera sospechar que le ocurría algo?
– La vi merodear por el despacho de la señorita Boyd. Y por su trabajo no tenía nada que hacer en esa zona.
– Puede que simplemente pasara por allí de camino a otra parte del hotel.
– Eso fue lo que ella me dijo.
– ¿Y usted no la creyó?
– Sé cuándo me mienten.
Nate se preguntó si era así, pero no la interrogó al respecto.
– ¿Qué más?
– Para empezar, cada vez que podía se escabullía y salía al porche donde la gente sale a fumar.
– ¿Y eso era sospechoso?
– Ella no fumaba.
– Entonces, ¿qué cree usted que hacía allí?
– Seguramente llamar por el móvil. A las camareras no se les permite llevar esos chismes cuando están de servicio, pero algunas los llevan a escondidas. Para llamar a sus novios.
– Eso parece bastante inofensivo -comentó Nate mientras anotaba que debía buscar ese teléfono móvil.
– Ellie no tenía novio. -La señora Kincaid esbozó una fina sonrisa-. Aquí, por lo menos.
– ¿Qué quiere decir?
– Quiero decir que quizá fuera lo bastante estúpida como para liarse con alguno de nuestros huéspedes. Lo cual está prohibido, naturalmente. La habrían despedido en cuanto yo hubiera encontrado pruebas.
– ¿Para eso la vigilaba? ¿Para encontrar pruebas?
– Se habría traicionado tarde o temprano. Todas lo hacen.
Nate arrugó el ceño.
– ¿Han tenido antes problemas de ese tipo? ¿Camareras que se lían con clientes?
– Bueno, los hombres son siempre hombres, ¿no le parece, capitán?
Pensando en el doble rasero de siempre, Nate dijo:
– Entonces, ¿por qué culpar a las camareras?
– Porque no se las paga para que… entretengan a los huéspedes. El Refugio no es esa clase de sitio. -La señora Kincaid se envaró aún más-. Ya le he dicho cuándo fue la última vez que vi a Ellie y lo que le dije. Si tiene más preguntas, capitán, estoy segura de que podrá hacerlas por la mañana. Yo me voy a la cama.
Nate no intentó detenerla. Se quedó mirándola un momento mientras ella se alejaba, paseó luego la mirada por la cocina impecable y escrupulosamente esterilizada, y por alguna razón que no acertó a explicarse sintió un escalofrío.
Sin embargo, no pudo evitar preguntarse si el fantasma de una camarera asesinada no estaría intentando atraer su atención.
– Bobadas -murmuró, pero lo hizo sin mucha energía. Sin ninguna energía en absoluto.
– No era muy corpulenta, ¿verdad?
Quentin se volvió un poco para ver mejor a Diana, sentada al otro lado del sofá. Estaba echada hacia delante, con los codos sobre las rodillas y la mirada fija en la cercana chimenea apagada.
El salón estaba vacío, salvo por ellos dos, y aunque era casi la una de la mañana, ninguno había sugerido que dieran el día por terminado.
– ¿Te refieres a Ellie?
Diana asintió con un gesto, todavía sin mirarle.
– No era nada corpulenta. Y no podía tener más de… ¿cuántos? ¿Veintidós? ¿Veintitrés años?
– Más o menos.
– No hablamos mucho de ella. Me refiero a que estaba allí tendida, muerta. Asesinada. A unos metros de nosotros. Y apenas hablamos de ella.
– Todos estábamos pensando en ella. Ya lo sabes.
– Supongo que sí.
Quentin respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente.
– Sin cierto distanciamiento, los policías no podrían hacer su trabajo. Al menos, no por mucho tiempo.
– Pero ¿cuál es mi excusa?
– No es una excusa, Diana, es como son las cosas. La muerte está siempre a nuestro alrededor. Todos aprendemos a tratar con ella de la mejor manera posible, a veces simplemente momento a momento. Pero tú sabes mejor que nadie que no es un final. O, al menos, no un final absoluto.
Ella volvió la cabeza y lo miró arrugando el ceño.
– No lo había pensado… pero eso debería hacerme sentir de manera distinta respecto a la muerte, ¿no crees? El saber que hay una forma de existencia más allá de ella. La certeza de que… no dejamos simplemente de funcionar.
– Quizá sientas de manera distinta algún día.
– ¿Pero hoy no?
Quentin vaciló.
– Han pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Seguramente ni siquiera has empezado a asimilarlo todo.
– ¿Tú sí?
La pregunta sorprendió a Quentin al principio; después, no tanto.
– Quieres saber por qué no te he preguntado ningún detalle sobre Missy.
– Has pasado tantos años pensando en ella… Trabajando para resolver su asesinato… Repasando los hechos una y otra vez… Ha sido una obsesión para ti.
– Sí, lo ha sido.
– Así que, sí, supongo que me sorprende que no me hayas preguntado más por ella.
– ¿Qué podría preguntarte? ¿Si tenía el mismo aspecto? Sé que sí. ¿Si es feliz? Sé que no lo es. ¿Si me ayudará a resolver su asesinato? Estoy seguro de que no lo hará.
– Dijo… que no me ayudaría saber quién la había matado. Que no te ayudaría a ti. No sé qué quería decir. Lo siento.
– No importa.
Diana movió la cabeza de un lado a otro.
– Sí, sí que importa. Porque ahora tú estás aquí. Y Missy está aquí. No muy lejos, en cierto modo, estando yo aquí también. Casi tan cerca como para tocarla. Yo la toqué. Toqué su mano, y estaba… sorprendentemente caliente. Y luego abrí los ojos y era tu mano la que estaba tocando.
Quentin no dijo nada. Sólo la miró.
– Estamos conectados, ¿no es cierto? Los tres. Yo estoy unida a Missy por un lazo de sangre y tú estás unido a nosotras por lo que pasó hace veinticinco años.
– Es un poco más complicado que eso -dijo él finalmente.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– Porque nosotros estamos vivos y Missy está muerta.
Diana le dio vueltas a aquello.
– No lo entiendo.
– Sé que no. Ésa es otra cosa que no has tenido tiempo, ni ánimos, para asimilar.
Ella volvió a fruncir el ceño.
– ¿Hay algo entre nosotros? ¿Entre tú y yo?
– ¿Tú qué crees? No… ¿qué sientes?
Una leve risa escapó de Diana.
– Me siento… en carne viva. Abrumada. Tan pronto estoy aturdida como increíblemente consciente de todo lo que me rodea. Me siento muy asustada. Y ansiosa. Y confundida. Pero no en el tiempo gris. ¿No es extraño? En el tiempo gris, estoy tranquila y segura de mí misma. Es como ponerse unos vaqueros muy cómodos que hubiera llevado tanto tiempo que casi formaran parte de mí.
Quentin asintió con la cabeza.
– Eso ocurre cuando estás en sintonía, conectada con tus facultades. Cuando estás centrada, equilibrada. Completa.
– ¿Y cuando estoy aquí? ¿En el mundo cotidiano de los vivos? ¿Por qué aquí no puedo centrarme? ¿Por qué no puedo ser equilibrada y completa?
– Puedes serlo. Y lo serás. Pero hace falta tiempo, Diana. Ya podrías haber aprendido a hacerlo, pero con las drogas y las terapias te robaron ese tiempo. Tienes… muchas cosas en las que ponerte al día.
– Conscientemente.
Quentin asintió de nuevo.
– Es obvio que tu subconsciente lleva años aprendiendo. Puede que toda tu vida. En sueños. Y durante esas pérdidas de conciencia.
– Yo pensaba que cuando soñaba o perdía la conciencia estaba… fuera de control -murmuró ella, a medias para sí misma-. Pero entonces era cuando más me dominaba, ¿no es cierto?
Quentin presintió un peligro en aquella pregunta, aunque no habría podido decir por qué.
– Puede ser. Hasta cierto punto. Pero, con un don como el tuyo, ése no es tu estado natural, Diana.
– ¿No lo es?
– No, claro que no. Nosotros existimos en… el mundo cotidiano de los vivos. Física y emocionalmente, éste es nuestro lugar. El mundo que captamos cuando usamos nuestras facultades es un lugar al que vamos de visita, no el lugar donde habitamos.
Ella le miró como si quisiera hacerle otra pregunta, pero dijo:
– Supongo que tienes razón.
Quentin se sintió de nuevo inquieto sin saber por qué. La vocecilla que a veces oía guardaba silencio y, sin embargo, tenía la sensación de que algo se había torcido, incluso de que algo iba mal.
– ¿Estás bien? -preguntó.
– Estoy cansada. -Ella sonrió levemente-. Ha sido… un día muy largo.
– Sí. Mira, hasta que sepamos qué está pasando aquí, me sentiría mejor si no pasaras la noche en tu cabaña. ¿Por qué no te acuestas en mi cama y yo duermo en el sofá del cuarto de estar?
Ella no protestó exactamente, pero dijo:
– Nate tiene agentes patrullando por los terrenos del hotel.
– Lo sé. Pero aun así.
– Hay muchas habitaciones vacías aquí, en el edificio principal.
Él repitió con firmeza:
– Lo sé.
Diana se quedó mirándole un momento. Después asintió con una inclinación de cabeza.
– De acuerdo. Gracias.
Hasta unos minutos después, cuando estaban en la suite de Quentin y se disponía a cerrar la puerta del dormitorio, no volvió sobre un tema que habían tocado poco antes.
– Hay algo entre nosotros.
En ese momento, había una puerta entre ellos. Una puerta que ella estaba a punto de cerrar.
Quentin se quedó allí, mirándola, deseando decir más de lo que sabía que debía decir.
Ahora no. Aún no. Diana había pasado por muchas cosas, y sus palabras revelaban que estaba demasiado confusa y desconcertada como para poder enfrentarse a algo más en ese momento.
De modo que Quentin se limitó a decir:
– Siempre ha habido algo entre nosotros, Diana. Intenta dormir un poco.
Al principio, ella pareció dispuesta a cuestionar su respuesta, pero por fin asintió con un gesto y murmuró:
– Buenas noches. -Y cerró la puerta.
Diana no sabía si funcionaría. Pese al control que a veces lograba ejercer mientras se hallaba en el tiempo gris, el hecho era que, hasta donde ella sabía, nunca había iniciado por propia voluntad aquel… proceso. Siempre había sido llamada (convocada, en realidad) por uno o más guías. Arrastrada desde el sueño o hacia una de aquellas temibles pérdidas de conciencia, sin que nadie le pidiera siquiera permiso.
O, como en el caso más reciente, arrastrada por aquella voz que oía en su cabeza y que ahora creía que probablemente había sido siempre la de Missy.
Lo cual significaba que ignoraba cómo crear o abrir una puerta hacia aquel mundo por sus propios medios y sin que nadie la llamara.
Pero tenía que intentarlo. Porque, entre los incontables acertijos y las dudas que le había deparado aquel día, una pregunta se destacaba del resto, torturándola.
Tenía, al menos, que intentar encontrar la respuesta.
Quentin no lo aprobaría, estaba segura de ello. Sabía, además, que su posible desaprobación era digna de tenerse en cuenta, por la simple razón de que él tenía, al menos a nivel consciente, mucha más experiencia que ella en asuntos parapsicológicos y muy probablemente sabía cuándo no debía propiciarse una experiencia paranormal.
Por eso no le había dicho que iba a intentarlo.
Se puso cómoda en la cama de Quentin, tumbándose sobre las mantas apartadas y apoyándose en una almohada. Después apagó todas las luces, excepto la lámpara de la mesilla de noche, para que la habitación permaneciera suavemente iluminada.
Mientras cerraba los ojos e intentaba relajarse, tenía presente la insidiosa idea de que intentar aquello estando tan cerca en el tiempo y en el espacio de un brutal asesinato no era posiblemente lo más sensato que podía hacer.
Pero eso tampoco la detuvo.
Como no sabía qué otra cosa hacer, respiró acompasadamente, con calma, y se concentró en intentar relajar el cuerpo. En quedar inerme. Un músculo cada vez, miembro a miembro. Luego, cuando se sintió tan relajada como probablemente podía estar, intentó visualizar una puerta. Para su sorpresa, le fue muy fácil hacerlo, y enseguida la puerta se materializó ante el ojo de su mente como si estuviera justo frente a ella.
Y vio con creciente inquietud que era verde.
Vaciló, pero al final su necesidad de encontrar la respuesta a la pregunta que la torturaba fue más fuerte, incluso, que su instinto de conservación. Alargó el brazo y asió el pomo de la puerta. Le sorprendió el hecho de sentirlo como si fuera real, y lo hizo girar.
Abrió la puerta y penetró a través de ella en el tiempo gris. Un largo corredor se extendía ante ella, frío y gris y prácticamente desprovisto de rasgos distintivos.
Diana dudó de nuevo. Sujetando todavía la puerta abierta, se volvió a medias para mirar a través de ella. Vio, envuelta en un halo fantasmal, la habitación de Quentin, la lámpara sobre la mesilla de noche, que refulgía cálidamente, las mantas apartadas y las almohadas apiladas sobre la cama.
La cama vacía.
– Estoy aquí -se oyó murmurar con voz hueca, como le sucedía siempre en el tiempo gris-. Estoy aquí físicamente.
No había contado con eso.
– Esto no es buena idea.
Sobresaltada, se volvió rápidamente hacia el corredor y el pomo de la puerta se deslizó de su mano. De pronto se halló frente a Becca, la niña que la había conducido a los establos.
– Se supone que no debes estar aquí, todavía no -le dijo Becca.
Diana miró hacia atrás y vio que la puerta verde se cerraba tras ella.
– Mientras recuerde dónde está esta puerta, puedo volver -dijo.
Becca meneó la cabeza.
– Aquí las cosas no funcionan así. La puerta no estará en el mismo sitio. El sitio no estará en el mismo lugar.
– No estoy de humor para acertijos, Becca.
La niña exhaló un suspiro.
– No es un acertijo, es como son las cosas. Lo recordarás, si piensas en ello. Tú hiciste la puerta, así que llévala contigo. Algo así.
– Entonces, podré encontrarla si necesito irme deprisa, ¿no?
– Eso espero.
Diana intentó fingir ante sí misma que el leve temblor que sentía se debía únicamente al frío que hacía siempre en el tiempo gris y no a la evidente vacilación de la chiquilla.
– ¿Dónde está Missy? -le preguntó a Becca.
La niña ladeó la cabeza como si escuchara un sonido distante.
– No deberías estar aquí, de veras, Diana. Matar a Ellie fue sólo el principio. Ahora ya sabe lo tuyo. Y te quiere.
– ¿Por qué? -preguntó Diana con toda la firmeza de que fue capaz.
– Porque estás descubriendo los secretos. Encontraste el esqueleto de Jeremy. Encontraste la trampilla y las cuevas. Descubriste la foto en la que salíais Missy y tú juntas.
– Pero eso sólo son… piezas del rompecabezas.
– Y ahora ya las tienes casi todas. Esta vez podrás ayudarnos a detenerlo. -Su certeza se tambaleó-. Creo.
Aquello no tranquilizó mucho a Diana.
– Mira, Becca, tengo que hablar con Missy.
– Missy ya no está aquí.