Capítulo 13

Martes, 30 de enero

Cuarenta minutos más tarde, Anna se hallaba acurrucada en su sofá, castañeteando los dientes, con las manos fuertemente cerradas en torno a una taza de infusión de hierbas. Dalton estaba sentado junto a ella y Bill permanecía en pie detrás de ambos, con gesto serio. En el dormitorio se oía a Malone y a otro par de agentes, acompañados de un equipo de especialistas que habían llegado poco antes para recoger posibles pruebas.

Cuando el inspector regresó por fin, seguido de los otros dos agentes, Anna lo miró a los ojos y sintió una súbita calma. La sensación de que, estando Malone cerca, nada malo podía ocurrirle. Asimismo, sintió deseos de correr hacia él para refugiarse entre sus brazos.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó él acuclillándose delante de Anna.

Ella asintió con la cabeza.

– Bien -Malone señaló a los otros agentes-. Agnew y Davis van a preguntar por la zona, para ver si alguien vio u oyó algo.

Anna asintió de nuevo, bajando la mirada hacia las manos de él. Tenía unas manos grandes y bonitas. Masculinas. Ágiles.

– ¿Anna?

Ella volvió a mirarlo a los ojos, ruborizándose.

– Disculpa. ¿Qué decías?

– Entró en el apartamento por el balcón. Creo que saltó el muro del patio y escaló la pared hasta el balcón. Luego rompió un panel de cristal de las puertaventanas e introdujo la mano para descorrer el cerrojo. Tengo que hacerte unas cuantas preguntas. ¿Te ves capaz de responderlas?

– Sí. Creo que sí.

– Bien.

Malone se sacó la libreta del bolsillo.

– Empecemos por el principio. Dime todo lo que recuerdes. Cualquier detalle, por irrelevante que parezca.

Anna asintió y empezó a hablar con voz entrecortada. Contó cómo se había despertado asustada y cómo luego, mientras intentaba calmarse, se dio cuenta de que las puertaventanas estaban abiertas.

– Entonces eché a correr hacia la puerta -la voz empezó a temblarle-. Me agarró y me arrastró hasta… hasta la…

Malone la ayudó, viendo que era incapaz de concluir la frase.

– ¿Hasta la cama, Anna?

– Sí.

Dalton la atrajo hacia sí y Bill le colocó las manos sobre los hombros. Ella emitió un trémulo suspiro e intentó continuar, pero comprendió que no podía. Las palabras se le agolpaban dolorosamente en la garganta mientras los sucesos de aquella noche relampagueaban en su cerebro, como escenas de una película de terror.

– Anna -murmuró Malone con voz suave pero firme-. Mírame a mí. Sólo a mí. Ahora estás a salvo. Y yo procuraré que sigas estándolo. Pero tienes que ayudarme. Respira hondo y háblame.

Anna por fin recuperó la voz. Sin retirar los ojos de los de Malone, contó cómo aquel hombre le había arrancado la ropa y cómo ella había gritado al comprender que pensaba violarla.

– ¿Le viste la cara?

– Llevaba una máscara. Una de esas caretas de carnaval. Pero le vi los ojos. Eran de color naranja.

Malone arrugó la frente.

– ¿Naranja?

– Sé que parece una locura, pero es cierto -Anna abrió la boca para contarle el resto, pero luego la cerró, apretando los temblorosos labios.

Lista o no, allá voy.

No había pronunciado aquellas palabras en veintitrés años, desde que tuvo que declarar ante los agentes del FBI cuando era una niñita traumatizada.

– Sigue, Anna. Cuéntamelo todo.

– Era Kurt, Quentin. Era él.

Dalton le apretó la mano.

– Oh, Anna… cariño…

– ¡Era él! Lo sé por su voz… por lo que me…

– ¿Disculpa un momento, inspector?

Con expresión frustrada, Malone se giró hacia la puerta del dormitorio, donde aguardaba el equipo de especialistas.

– Ya hemos acabado. Si no necesita nada más, volveremos al laboratorio.

– Muy bien. Llámenme por la mañana -cuando los especialistas hubieron salido del apartamento, Malone se volvió de nuevo hacia Anna-. Demos un salto en el tiempo -dijo consultando las notas de su libreta-. ¿Gritaste y tu agresor salió huyendo? ¿Hacia el balcón? -al ver que ella asentía, prosiguió-: Luego corriste hacia la puerta del apartamento y, al abrir, te encontraste con Dalton. ¿Correcto?

Antes de que Anna pudiera responder, Dalton intervino.

– Me disponía a sacar a Judy y Boo, nuestros perros. Justo cuando abrí la puerta del apartamento para soltarlos oí los gritos de Anna.

Malone desvió la mirada hacia Bill.

– ¿Y usted dónde estaba?

– Viendo la televisión -Bill hizo una pausa-. Dentro.

– ¿Siempre se queda en casa mientras Dalton saca a los perros?

– Normalmente no. Pero estaban emitiendo Misterios y escándalos, y…

– Es un programa del canal Estilo, ¿verdad?

– Sí, exacto -Bill parecía inquieto, y Anna se removió en su asiento-. Uno de los mejores.

Malone miró a Anna.

– ¿No es ese el canal donde se emitió la entrevista de tu madre?

Anna notó que el corazón le latía con fuerza. Comprendía la intención de Malone y no le gustaba en absoluto.

– ¿Estás sugiriendo que Bill…?

– No estoy sugiriendo nada -murmuró Malone sin cambiar de expresión-. Sólo intento hacerme una imagen exacta de lo que ha ocurrido aquí esta noche. ¿Alguna objeción?

– Ninguna, desde luego -dijo Bill-. Quiero mucho a Anna. Haré lo que sea para ayudarla.

– Lo mismo digo -añadió Dalton remilgadamente.

– Gracias -Malone miró a Anna-. Me gustaría hablar contigo en privado. ¿Puedo?

Ella titubeó.

– Dalton y Bill son mis mejores amigos. No hay nada que no pueda decir delante de ellos.

– Naturalmente. Pero debo insistir -Malone se giró hacia los dos hombres-. Lo comprenden, ¿verdad, amigos?

Ella frunció el ceño.

– Malone…

– No pasa nada -dijo Dalton apretándole la mano antes de levantarse-. El inspector debe hacer su trabajo. Llámanos, ¿de acuerdo?

Bill se inclinó para darle un beso en la frente.

– Estaremos ahí al lado. Yo puedo dormir en tu sofá, si quieres. No será ningún problema.

– O tú puedes dormir en el nuestro -sugirió Dalton-. Sabes que puedes contar con nosotros, cariño.

Anna les dio las gracias y observó cómo se marchaban, sintiéndose súbitamente desamparada. Cómo si le leyera el pensamiento, Malone murmuró:

– Puedes pedirles que vuelvan más tarde. Sólo quiero que respondas a mis próximas preguntas en privado.

– ¿Por qué? -inquirió ella con tono desafiante-. No creerás que Bill y Dalton serían capaces de hacerme daño, ¿verdad? Porque te garantizo que no es así.

– ¿Estás segura? ¿Pondrías la mano en el fuego?

– Sí. Y quiero que los dejes en paz.

Malone clavó la mirada en su libreta.

– ¿Cómo reaccionaron al enterarse de que eras Harlow Grail?

– Se sorprendieron mucho. Y me apoyaron -Anna lo miró a los ojos-. Aún les estoy agradecida por su apoyo.

– Comprendo -el inspector tomó una última nota, cerró la libreta y se la guardó en el bolsillo-. Debes tener mucho cuidado, Anna. Cierra bien todas las puertas y ventanas. No salgas sola de noche. Nunca te distraigas. Debes estar siempre bien despierta y pendiente de lo que te rodea.

Anna irguió la cabeza para mirarlo.

– Estoy asustada.

– Lo sé -la expresión de Malone se suavizó-. Todo irá bien.

Anna entrelazó los dedos en el regazo.

– Esas dos mujeres asesinadas… -respiró hondo-. Ambas eran pelirrojas.

– Sí.

– ¿Crees que las asesinó el mismo individuo que…?

– ¿Que entró aquí esta noche? Su modus operandi parece distinto, pero no descarto la posibilidad.

– Por mi color de pelo.

– Exacto -se hizo el silencio entre ambos, y Malone carraspeó-. Bueno, creo que eso es todo. Si prefieres llamar a alguien para que pase aquí la noche, puedo quedarme mientras…

– Estoy bien -Anna se miró las manos, fuertemente entrelazadas en su regazo-. No puedo pedirles a mis amigos que hagan de canguros.

Malone se arrodilló frente a ella una vez más y buscó su mirada con expresión comprensiva.

– No tienes por qué ser fuerte aún, Anna. Concédete un poco de tiempo.

– ¿Cuánto tiempo? -los ojos de Anna se empañaron-. ¿Veintitrés años?

Él le posó la mano en la mejilla.

– Lo siento, Anna. De verdad.

En vez de hablar, ella enmarcó el rostro de Malone entre sus palmas y lo besó. Suavemente, al principios y después con mayor pasión y profundidad.

– Anna… -él rompió el contacto de sus bocas-. Has sufrido un shock. No sabes lo que estás haciendo…

– Sí, lo sé -Anna lo silenció colocándole un dedo en los húmedos labios-. Quédate conmigo esta noche, Malone.

– Mañana lamentarás haber…

– Tal vez -ella hizo una pausa-. Pero es lo que deseo -volvió a acercar su boca a la de él para acariciarla suavemente con la punta de la lengua-. Te necesito, Malone. Lo que siento no tiene nada que ver con lo sucedido esta noche. No es porque tema estar sola -hundió los dedos en su negro cabello-. Te deseo, Malone.

Él cedió con un jadeo. Levantó a Anna del sofá para sentarla encima de sí. Ella se movió sobre su erección, imitando los movimientos del coito, notando que su respiración se aceleraba conforme la invadía el placer.

Malone reclamó su boca. Le quitó el jersey mientras ella le desabrochaba la camisa. Cada uno exploró la piel desnuda del otro, con las manos, los labios y la lengua, suspirando.

La pasión estalló entre ambos. Cayeron en el suelo, forcejeando con la ropa, reacios a parar para desvestirse del todo.

Hacer el amor con Malone fue tal como Anna había imaginado. Una experiencia excitante, increíble, plena. Olvidó quién era, dejó de pensar en el pasado o en el futuro… En aquellos momentos, sólo existía Malone, su cuerpo moviéndose dentro del de ella, su respiración, el sonido de su nombre en sus labios mientras llegaba al orgasmo.

El momento pasó, pero el corazón de Anna siguió latiendo desbocado. Descansó la mejilla sobre el hombro de Malone, maravillada ante la intensidad de lo que acababan de compartir. Había estado con otros hombres, pero con ninguno había sentido nada igual. Se preguntó si él sentiría lo mismo.

– ¿Te sientes bien? -preguntó Malone suavemente.

– Sí -murmuró ella sin alzar la cabeza-. Maravillosamente bien.

Él le recorrió con los dedos el vello de la nuca, con increíble ternura.

– ¿Ya te arrepientes?

Anna cambió de postura para poder mirarlo a la cara.

– No.

Malone le acarició los labios con la yema de los dedos.

– Te debo una disculpa.

– No -ella meneó la cabeza-. Fui yo la que empezó…

– No lo has entendido -una sonrisa arqueó los labios de Malone, y luego desapareció-. Ha sido tan… Me sentí tan… Me abrumaste, sencillamente.

Anna se ruborizó, pero no de vergüenza, sino de placer. Había abrumado a Malone. Le había hecho perder el control. No podía haberle hecho un halago mayor.

– Gracias -susurró-. Lo necesitaba.

Él pareció desconcertado.

– No te comprendo.

Anna se apretó contra él.

– No importa.

Malone la rodeó con el brazo, atrayéndola hacia sí.

– ¿Anna?

– ¿Mmm?

– Me gustaría tener la oportunidad de compensarte. Ya sabes, por… por haber perdido el control tan pronto.

Ella se irguió para mirarlo.

– ¿Ah, sí? ¿Y cuándo piensas compensármelo? ¿Ahora?

– Ajá -con una sonrisita sexy, Malone se levantó y la tomó en brazos-. Durante toda la noche.


Quentin se despertó al oír el zumbido del busca. Buscó a tientas el molesto aparato en la mesita de noche y comprobó el visor. Como había supuesto, el deber le llamaba.

Salió de la cama con sumo cuidado, para no despertar a Anna. Quentin se detuvo a contemplarla, con la boca reseca y el corazón súbitamente acelerado. Era la mujer más hermosa que había visto jamás. Demasiado inteligente, culta y refinada para un vulgar policía como él, conocido sobre todo por sus proezas sexuales con las mujeres. En ese aspecto, al menos, podría satisfacerla. Y también podía protegerla. No permitiría que aquel demente volviera a ponerle las manos encima.

Apartando la mirada de ella, Quentin se dirigió a la cocina y llamó por teléfono.

– Buenos días, Malone -dijo la agente de guardia con evidente buen humor-. Hora de levantarse.

– Vete a la porra, Violet. ¿De qué se trata? -mientras la pregunta brotaba de sus labios, Quentin notó que el estómago le daba un vuelco, presintiendo lo que iba a oír.

Otra mujer había sido violada y asesinada. Otra pelirroja.

La habían encontrado frente a Esplanade Avenue y Decatur Street, cerca del río. Al igual que Kent y Parker, había salido a divertirse con sus amigos la noche anterior.

– Parece que la asfixiaron, como a las otras -concluyó la agente-. Walden y Johnson ya van hacia el lugar del crimen.

Quentin consultó el reloj.

– ¿Eso es todo?

– Sí… No, casi se me olvida. El asesino le cortó el meñique derecho.

Aquellas palabras golpearon a Malone como un puño. Tuvo que apoyarse en la encimera.

– ¿Cómo has dicho?

– El muy hijo de puta le cortó el dedo meñique. ¿Puedes creértelo?

Momentos después, Quentin colgó el teléfono con manos temblorosas. ¿Cómo iba a decírselo a Anna?

– Hay un hombre desnudo en mi cocina. Deprisa, llama a la policía.

Quentin se giró y la vio en la puerta, con una bata rosa de seda. Parecía frágil, somnolienta y vulnerable.

Y le estaba sonriendo. Con aquella sonrisa que lo llenaba de euforia y de pánico al mismo tiempo.

Quentin esbozó una sonrisa forzada.

– El hombre desnudo es policía.

– Qué oportuno. -Anna se acercó a él, desabrochándose la bata. Luego le deslizó las manos por los hombros y el pecho.

– No, Anna -Quentin recuperó por fin la voz y le agarró las manos-. No.

Una expresión de dolor se dibujó en la cara de ella. Hizo ademán de retirarse, pero él la sujetó con fuerza.

– No es por ti. Es por… -incapaz de encontrar las palabras adecuadas, Quentin maldijo.

– ¿Qué ha pasado? -inquirió Anna poniéndose pálida.

– Será mejor que te sientes.

– No -ella empezó a temblar-. Dímelo.

Él así lo hizo. Con calma, sin alharacas ni melodramas. Cuando hubo terminado, retiró una silla de la mesa y Anna se sentó, temblando.

– Esa mujer debí ser yo -susurró-. Anoche… vino a mi casa. Pretendía…

– Eso no lo sabemos. Aún no se sabe nada.

– ¿Por qué tiene que pasarme esto? -gritó Anna-. Había pasado tanto tiempo… ¿Por qué no me deja en paz?

– No es Kurt, Anna -Quentin le retiró el cabello de la cara con suavidad-. No es él.

– Te equivocas -ella lo miró con ojos llorosos y llenos de pavor.

– No, Anna. El hombre que escapó por el balcón es ágil y se halla en una forma física excelente. No creo que ese individuo de tu infancia, que ahora tendrá unos cincuenta o sesenta años, pudiera hacerlo.

– Hay una cosa que no te he dicho. Ese hombre sabía algo que sólo podía saber Kurt. El FBI y la policía no revelaron al público un detalle acerca de la… noche en que Timmy murió -Anna intentó mantener la calma mientras recordaba-. Esa noche, cuando mató a Timmy, me… me obligó a mirar.

– Continúa.

– Después se giró hacia mí y… sonrió -Anna respiró profunda y temblorosamente-. Sonrió y dijo «Lista o no, allá voy». Y utilizó el cortaalambres.

Malone detestaba que Anna hubiese experimentado semejante dolor. Deseó abrazarla, protegerla del pasado y de los recuerdos que la atormentaban.

– No sé cómo lograste sobrevivir. Tu huida fue casi milagrosa. Tenías sólo trece años, por amor de Dios.

– Pensé en Timmy -dijo ella interrumpiéndolo-. ¿Cómo iba a rendirme, cuando Timmy había soportado mucho más sufrimiento que yo?

– Eres una mujer valiente, Anna. Y fuerte -Quentin enmarcó el rostro de ella con sus manos-. Más fuerte de lo que crees.

Anna se echó a reír.

– Soy una debilucha. ¿Por qué crees que me he… escondido durante todos estos años? -su voz se espesó-. Pero me ha encontrado, de todos modos.

– De haber querido encontrarte, lo habría hecho hace mucho tiempo.

– Pero me cambié de nombre…

– Sí, te pusiste el apellido de soltera de tu madre -la interrumpió Malone son delicadeza-. Cualquier detective medio competente te habría localizado en menos de una hora. No es él, Anna.

– Entonces, ¿cómo…?

– ¿Cómo sabía lo que Kurt te dijo aquella noche? Muchas personas pueden tener acceso a esa información. Al fin y al cabo, el crimen se cometió hace más de veinte años. Ya no es información clasificada, Anna.

– ¿De veras… lo crees así?

– Sí. Te diré lo que yo creo, Anna. Alguien está obsesionado contigo. Por tus novelas, por tu pasado o por ambas cosas. Ha estudiado bien tu trayectoria. Y, hasta ayer, se contentó simplemente con aterrorizarte.

– Pero ya no se conforma con eso.

– No, ya no. Pero voy a cazar a ese monstruo, Anna. No permitiré que te haga daño -el busca, situado en la encimera, empezó a sonar, y Malone profirió una maldición-. Tengo que irme, Anna. Odio hacerlo, pero…

– Adelante -Anna se apartó de él-. Tienes trabajo que hacer.

– Pero no te quedarás sola. Antes de irme, llamaré a la comisaría para que envíen a un agente.

Ella meneó la cabeza.

– No. No quiero desconocidos en mi casa. Llamaré a Dalton y Bill.

– Bien, llámalos ahora mismo. Voy a vestirme, pero no me iré mientras no…

– ¿Mientras no lleguen mis canguros? Gracias.

Malone se dirigió al cuarto en busca de su ropa. Una vez vestido, se aseó rápidamente y regresó a la cocina. Anna ya estaba vestida con un pantalón caqui y un jersey blanco de cuello de cisne.

En ese preciso momento se oyeron unos golpecitos en la puerta, seguidos de la voz de Dalton.

– Te llamaré cuando se sepa algo más -dijo Malone mientras acudía a abrir.

Dalton y Bill se quedaron boquiabiertos al ver a Quentin.

– Buenos días, amigos -murmuró el inspector. A continuación, girándose hacia Anna, añadió-: Te llamaré -se inclinó para besarla. Mientras los labios de ambos se tocaban, el busca sonó de nuevo-. Ten mucho cuidado. Si necesitas algo…

– Vete ya -dijo Anna retirándose de él. Le temblaban los labios, así que los apretó-. Encuentra a ese tipo. Detenlo. Hazlo por mí.


Quentin llegó al escenario del crimen el último. Saludó a los demás agentes inclinando la cabeza mientras se acercaba a la víctima. Se detuvo a su lado para examinarla, con el corazón en la garganta.

– Sí que has tardado en llegar -dijo Johnson con sorna conforme se aproximaba.

– ¿Qué es lo que tenemos?

– Se llamaba Jessica Jackson. Veintiún años, guapa y lista. Cursaba el último año de carrera en Tulane.

– Demasiado joven -musitó Malone-. Demasiado joven para morir, mierda.

– Y que lo digas. Ese tipo está empezando a tocarme los cojones -Johnson se pasó una mano por la cara-. Walden está investigando la zona e interrogando a los vecinos. Puede que alguien haya visto u oído algo.

Quentin miró al normalmente lacónico inspector. Parecía cansado. Frustrado.

– ¿Has oído lo de la agresión de anoche?

– ¿A Anna North? Sí, lo he oído -Johnson miró a Quentin-. Pero el modus operandi no coincide. A North la agredieron en su casa. No había salido a divertirse.

– También es pelirroja. Hace una semana estuvo en Tipitina’s y alguien la siguió hasta su casa. Pero algo ahuyentó al tipo.

– Vale la pena investigarlo. Quizá se…

– Hay más, Johnson. Creo que nuestro hombre ha cambiado su modus operandi por ella, precisamente.

– ¿Qué te hace suponerlo?

– A Anna North le falta el dedo meñique de la mano derecha.

Johnson emitió un leve silbido.

– Y a este cadáver también. Se lo cortaron.

Quentin se agachó junto a la víctima. Luego inspeccionó el cadáver y notó algunas diferencias con respecto a los dos asesinatos anteriores.

La más evidente era la mano derecha ensangrentada.

– A juzgar por la herida, y por la cantidad y el color de la sangre, parece que se lo cortó después de haberla matado -explicó Johnson acuclillándose a su lado.

Quentin asintió. Luego estudió el rostro de la víctima. Había sido guapa. Muy guapa. Pelirroja, de ojos azules y facciones atractivas.

– No fue tan pulcro como con las otras -murmuró-. Fíjate en los cardenales de la cara y el cuello -señaló el enmarañado cabello y la sangre reseca en la sien-. No vimos nada parecido en las otras víctimas.

– ¿Crees que estamos ante el mismo tipo que se cargó a Kent y a Parker?

– Yo diría que sí -afirmó Quentin-. Pero es sólo eso, una conjetura.

– Parece que la violó.

– Si fue el mismo tipo, creo que estaba disgustado por algo. Furioso. No pudo proceder con el mismo cuidado. Tuvo que cambiar de planes en el último momento.

– Crees que pretendía matar a Anna North. Al serle imposible, buscó rápidamente una sustituta.

– Y le cortó el dedo para que simbolizase a Anna North.

Quizá todas simbolizaban a Anna.

– Sí.

– ¿Y cómo lograría encontrar a otra pelirroja tan deprisa?

Quentin frunció el ceño, ponderando la pregunta.

– Quizá frecuenta con asiduidad los bares. Se fija en las mujeres que salen mucho. Confecciona una lista. Estudia sus hábitos. Cuándo suelen salir, qué lugares frecuentan, dónde aparcan el coche, qué recorridos siguen para volver a casa.

– Al fallarle North, buscó a otra de las mujeres de la lista.

Anna. Volvería a por Anna.

Quentin se sintió enfermo.

– Irá tras Anna North. Seguro que no está contento de haberla dejado escapar.

– Pues asignémosle protección. Cuando vaya a por ella, lo atraparemos.

Quentin hizo una señal de asentimiento. Después miró a Johnson y musitó:

– Esta vez, no quiero correr riesgos.

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