Capítulo 15

Miércoles, 31 de enero

– ¿Minnie? -susurró Jaye, girándose hacia el suave ruido procedente del otro lado de la puerta. No había tenido noticias de su amiga desde que su secuestrador las sorprendió charlando. Jaye temía que la hubiese castigado. También tenía miedo por Anna. ¿Habría recibido ya la carta? ¿Habría reconocido la huella de sus labios?

La incertidumbre era una tortura. Apenas había pegado ojo en los anteriores cinco días. Dedicaba el tiempo a pasear nerviosa por el cuarto, rezando y planeando.

Tenía que escapar de allí. Debía salvar a Minnie y avisar a Anna. Era preciso.

– ¿Minnie? ¿Eres tú?

– Sí, soy yo.

Con un suspiro de alivio, Jaye avanzó de puntillas hasta la puerta y se arrodilló delante de la gatera.

– Estaba muy preocupada por ti. ¿Te hizo algo?

– Estaba muy furioso -Tabitha empezó a maullar y Minnie la acalló-. Estuve… estuve a punto de no venir esta noche. Tengo mucho miedo, Jaye. Si él me descubre…

Jaye apretó los puños, llena de ira.

– Lo odio -masculló con rabia-. Lo odio por lo que nos ha hecho. Y juro que, cuando salgamos de aquí, haré que lo pague. Lo prometo.

– No hables así, Jaye. Él podría oírte -Minnie parecía aterrada-. Y se enfadará todavía más. Te hará daño.

– Minnie, ¿sabes si Anna…? ¿Si él le ha…? -Jaye fue incapaz de concluir la pregunta.

– Creo que ella está bien -Minnie hizo una pausa. Luego prosiguió con voz amortiguada, como si hubiese pegado la boca a la puerta-. La otra noche él regresó muy… disgustado. Algo le había salido mal. Algo relacionado con Anna. Musitaba para sí. Decía cosas horribles…

– ¿Qué, Minnie? ¿Qué decía?

La pequeña tardó unos segundos en responder, y lo hizo con voz temblorosa.

– Va a llevarnos a otro sitio, Jaye. No sé adónde ni cuándo, pero tiene que ver con Anna. Pretende hacerle daño.


– Eh, compañero, ¿tienes un momento?

Quentin alzó la mirada y vio a Terry en la puerta del vestuario. Sin inmutarse, cerró su taquilla y se sentó en uno de los bancos, de espaldas a su amigo.

– Ahora estoy ocupado.

Terry entró y se situó delante de él.

– No te reprocho que estés enfadado.

Quentin se inclinó para atarse los cordones deportivas y luego se levantó.

– Voy a correr un rato, Terry. Disculpa.

– Me comporté como un imbécil. No debí decirte esas cosas.

– Ni Penny ni yo nos merecemos las barbaridades que dijiste.

– Lo sé, yo… -Terry apartó la mirada-. No sé lo que me está pasando, Malone. Me siento como si… todo se derrumbara a mi alrededor. Mi vida, mi trabajo. Yo. Y tampoco sé cómo evitarlo.

La ira de Quentin se desvaneció.

– Necesitas ayuda, Terry. No puedes superar el problema tú sólo.

– Un psiquiatra, quieres decir.

– Sí. En el Departamento hay…

– Ah, no, ni hablar -Terry se sentó en el banco-. Se correría la voz. No quiero que todo el mundo se entere.

– ¿Crees que no lo saben ya? -Quentin se acercó a su amigo-. Vamos, Terry, tú eres una persona inteligente.

– Está bien -Terry lo miró a los ojos-. Pero, si lo hago, ¿me ayudarás a recuperar a Penny y a mis hijos?

– Sí, te ayudaré -respondió Quentin, aunque tenía sus dudas.

– Gracias -Terry se quitó las gafas y se frotó los ojos.

Quentin frunció el ceño, reparando en que su compañero llevaba gafas.

– ¿Y esas gafas?

– He pillado una infección en los ojos, por no cambiarme las lentillas a menudo. Mi oculista me ha dicho que nada de lentillas en un mes, como mínimo.

«Le vi los ojos, Malone. Eran de color naranja».

Lentillas de color. Pues claro.

Quentin maldijo entre dientes. Se acercó a la taquilla y volvió a abrirla.

– ¿Tienes algo que hacer ahora mismo?

Terry meneó la cabeza.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa?

– Tengo que hacer ciertas averiguaciones, aunque no puedo decirte nada más. ¿Quieres venir?

– Claro que sí, compañero.


Veinte minutos más tarde, Quentin y Terry entraron en una de las ópticas más conocidas de Nueva Orleans. Quentin mostró su placa al joven que atendía el mostrador y pidió ver al encargado.

– ¿De qué va todo esto? -inquirió Terry mientras el joven iba en busca de su jefe.

– Se trata de una corazonada -respondió Quentin-. Ya lo verás.

Momentos después, una elegante mujer de mediana edad salió al mostrador y sonrió, presentándose como Pamela Bell.

– ¿En qué puedo ayudarles, inspectores…?

– Malone y Landry -dijo Malone mostrando la placa-. Esperaba que pudiese usted ayudarnos en la investigación de un caso.

– Será un placer intentarlo.

– Quisiera preguntarle acerca de las lentillas de color. ¿Sólo las hay de colores tradicionales, como el verde o el azul, o también se fabrican en colores como el rojo o el naranja?

– Las tenemos de todos los colores -la encargada se agachó y sacó un muestrario, donde figuraban lentes de contacto de varios colores, desde el violeta al rojo intenso, pasando por el amarillo.

– Asombroso -murmuró Quentin-. Algunas resultan espeluznantes.

– Los colores más raros se venden sobre todo en carnavales. El amarillo, el rojo y el naranja.

– ¿Cualquiera puede llevarlas?

– Desde luego.

– ¿Y sabe si se pueden adquirir con facilidad en esta zona?

– Sí. Son muy populares, sobre todo desde que se venden a precios tan razonables.

Malone le dio las gracias y, a continuación, salió con Terry del establecimiento.

– Estás muy callado -dijo Quentin mientras regresaban al coche.

– ¿Qué quieres que diga? No sé de qué va el asunto -Terry lo miró de soslayo-. Dado que no quieres decir nada, supongo que estará relacionado con los homicidios de Kent, Parker y Jackson.

– Tal vez.

– ¿Tienes algún sospechoso?

– Sin comentarios.

– He oído decir que tu amiga le vio los ojos, al tipo. Los tenía de un color raro.

Malone miró a su compañero de reojo mientras abría la portezuela del vehículo.

– Es increíble cómo se propagan las noticias en la comisaria. Muy bien, ¿y qué opinas al respecto?

– Creo que llevas la investigación por buen camino -respondió Terry mientras se ponía el cinturón-. Si la víctima no estaba confundida, claro.

– No lo estaba -Malone dio marcha atrás para salir de los aparcamientos-. ¿Por qué crees que el sospechoso cambiaría así el color de sus ojos? ¿Con qué intención?

– Para dar más miedo. Para intimidar a la víctima -Terry se encogió de hombros-. ¿Quién sabe?

– O quizá para sentirse más poderoso. Como si fuera un ser de otro mundo.

Condujeron de vuelta a la comisaría en silencio.

Súbitamente, Malone había recordado otro detalle. El año anterior, en la fiesta de Nochevieja, Terry se había disfrazado de diablo, pero en versión futurista, con un traje de motorista, el pelo teñido y los ojos de color rojo intenso.

Lentes de contacto.

Maldición, ¿por qué su compañero no había dicho nada? Era imposible que lo hubiese olvidado.

Quentin carraspeó, odiándose a sí mismo por sus sospechas. Y por lo que se disponía a hacer.

– ¿Qué planes tienes para esta noche? ¿Irás al bar de Shannon?

Terry arrugó la frente.

– Me encantaría, pero estoy rendido. Creo que me acostaré temprano.

– ¿Y por qué estás tan rendido? ¿Has ido de juerga estas últimas noches?

Terry se quedó mirándolo un momento, con el ceño fruncido.

– ¿Qué es lo que insinúas?

– Sólo me preguntaba si me habría perdido alguna buena fiesta -Malone enarcó las cejas-. ¿Por qué estás tan susceptible?

– Anoche estuve con los críos -Terry hizo una mueca-. Fuimos a tomar una pizza. Y antes de anoche de salí a tomar unas copas con DiMarco y Tarantino, del distrito cinco -se pasó una mano por el cabello, con expresión inocente-. No te imaginas cómo le dan a la botella. Apenas pude seguir su ritmo.

Malone se echó a reír, aliviado.

– Quizá aún haya esperanza para ti. Anda, vete a dormir -añadió mientras se separaban-. Pareces hecho mierda.

Tras despedirse, Terry se alejó y desapareció tras la esquina. Quentin se obligó a contar hasta cien y luego se puso en marcha. Si se daba prisa, aún podría hablar con DiMarco y Tarantino antes de que estos acabasen su turno. Y, en efecto, encontró a los dos agentes saliendo de la comisaría del distrito cinco.

– Eh, Malone, ¿qué te trae por nuestro territorio?

– Se me ocurrió llegarme a ver a mi hermanito. Para asegurarme de que no anda metido en líos y darle algo de consejo, ya sabéis.

Los dos agentes se echaron a reír.

– Pues buena suerte. Ese chico tiene aún más malas pulgas que tú.

– Se lo diré de vuestra parte -antes de alejarse, Malone se giró y añadió-: Me ha dicho Terry que la otra noche estuvisteis tomando unas copas juntos.

– Y lo tumbamos -dijo Tarantino con una risotada-. Un cajún auténtico como él, no pude creerlo. Es un peso pluma.

– Tuvimos que sacarlo en brazos -agregó DiMarco.

– ¿En qué bar estuvisteis? -inquirió Malone en tono fingidamente casual.

– En el Fast Freddies, en Bourbon.

Bourbon. En el Barrio Francés.

– Debe de ser nuevo. Aun no lo conozco.

– Estaba lleno a rebosar. Buena música y chicas a montones.

– Vente con nosotros la próxima vez -sugirió Tarantino-. Te tumbaremos también.

Quentin esbozó una sonrisa forzada.

– Seguro que no.

– Ha sido un placer hablar contigo, Malone -los dos agentes empezaron a alejarse, pero DiMarco se detuvo de repente y añadió-: Pregúntale a tu compañero cómo pudo emborracharse tanto, cuando ni siquiera le vimos tomarse una sola copa.

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