Capítulo 2

Viernes, 12 de enero

El escenario era similar a muchos otros en los que Quentin había trabajado en el transcurso de los años. Las estaciones variaban, así como el lugar, el número de muertos y la cantidad de sangre. Pero no el aura de tragedia ni el olor de la muerte.

Aquel asesinato destacaba sobre los demás únicamente porque se había producido muy cerca de casa.

Un homicidio no era, decididamente, la clase de publicidad que necesitaba el propietario de un bar. Quentin suponía que el asesinato sería noticia de primera plana. Y lo lamentaba por Shannon.

Quentin se apeó del coche. El pavimento estaba húmedo. Corría un aire frío que calaba hasta los huesos, Alzó la mirada hacia el oscuro cielo sin estrellas y se ciñó más la chaqueta.

Tras mostrar su placa al agente uniformado que vigilaba el perímetro, Quentin se agachó para pasar por debajo de la cinta amarilla.

– Sí que hace frío -comentó el agente encogiéndose en el interior de su abrigo.

Quentin no dijo nada. Se dirigió hacia el primer oficial, un novato muy amigo de su hermano Percy.

– Hola Mitch.

– Inspector -el oficial hizo oscilar el peso de su cuerpo de un pie a otro-. Caray, qué noche tan fría.

– Más que la teta de una bruja -Quentin paseó la mirada por la zona-. Soy el primero en llegar.

– Así es.

– ¿Habéis tocado algo?

– No. Sólo le hemos comprobado el pulso y hemos revisado sus documentos de identidad.

– Bien. ¿Qué es lo que tenemos?

– Una mujer. Caucásica. Según su permiso de conducir, se llamaba Nancy Kent. Parece que la violaron antes de matarla.

Quentin miró al novato.

– ¿Está en camino el médico forense?

Mitch hizo un gesto afirmativo.

– ¿Quién la encontró?

– El basurero -Mitch señaló con el pulgar el contenedor de la basura. Dos piernas sobresalían de detrás del contenedor, que tapaba el resto del cadáver. Un pie estaba descalzo y el otro tenía puesto un zapato de tacón alto.

Quentin notó que se le erizaba el vello de la nuca.

– Anoté el nombre del conductor del camión y su número -prosiguió Mitch-. Tenía que acabar su ruta. Afirmó conocer el procedimiento que se sigue en estos casos, porque ya había encontrado otro cadáver con anterioridad. Hace unos diez años.

– Voy a echar una ojeada. Cuando llegue mi compañero, mándamelo.

Quentin se acercó lentamente, inspeccionando el suelo a la izquierda y a la derecha. Finalmente, sabiendo que era inevitable, dirigió su mirada hacia la víctima. Yacía boca arriba en el pavimento, con los ojos abiertos y las piernas separadas. Tenía el vestido corto negro subido hasta las caderas y las braguitas negras rasgadas por la mitad. Su larga melena pelirroja formaba una enredada maraña encima y alrededor de su rostro, cubriéndole parcialmente la boca, abierta como si emitiera un grito silencioso.

La mujer del bar. La que había rechazado a Terry.

– Maldita sea -musitó Quentin al tiempo que exhalaba una bocanada de aliento en forma de nubecilla.

Se giró al oír un ruido de pasos. Terry se acercó, con la cara tan pálida como la del cadáver tendido en el pavimento. Se frotó las manos.

– Ese cerdo no podía haber escogido una noche más jodida para…

– Tenemos que hablar. Ahora.

Terry paseó la mirada desde Quentin hasta la víctima. Una leve exclamación escapó de sus labios, un sonido semejante al que podría emitir un animal atrapado. Volvió a mirar a su compañero.

– Oh, mierda.

– Tú lo has dicho, socio -convino Quentin sombríamente-. Y esta mierda está a punto de estallarnos en la cara.


Dos horas más tarde, Quentin llamó a la puerta abierta de la oficina de su capitana. La capitana O’Shay, castaña y de ojos penetrantes, alzó la mirada. No pareció alegrarse de verlo a una hora tan temprana. Al lado de Quentin, Terry se removía nervioso. Aquella reunión podía tener dos desenlaces: bueno o malo. La capitana O’Shay no aprobaba que sus agentes participaran en pendencias de bar… ni en altercados con mujeres que aparecían muertas a las pocas horas.

– ¿Tiene un momento? -preguntó Quentin dirigiéndole una breve sonrisa. Si con ello había pretendido desarmarla, comprendió enseguida que había malgastado sus esfuerzos. En el Cuerpo no había ningún capitán más duro que Patti O’Shay.

– Puede que tengamos un problema -dijo Quentin.

Ella frunció el ceño y les hizo un gesto para que entraran en la oficina. Miró primero a Terry y luego a Quentin.

– Tienen ustedes un aspecto lamentable.

No era el recibimiento que habían esperado.

– Anoche estuvimos en el bar de Shannon.

– Sorpresa, sorpresa -la capitana cruzó los brazos encima de la mesa-. Ahí es donde encontraron a la chica.

– Correcto. En el callejón situado detrás del bar.

– Pónganme al corriente.

– Se llamaba Nancy Kent -Terry se aclaró la garganta-. Veintiséis años. Divorciada recientemente. Al parecer, había sacado una buena tajada con el acuerdo de divorcio. Anoche estaba alardeando de ello.

Quentin prosiguió.

– El médico forense calcula que murió entre la una y media y las tres de la mañana.

La capitana O’Shay pareció digerir aquella última información..

– Eso significa que Kent fue asesinada mientras el bar aún estaba abierto, o en la hora siguiente a que se cerrara. A esas horas de la noche quedaría poca gente en el local.

– Anoche no, capitana -explicó Terry-. A la una y media la juerga aún estaba en su apogeo. Shannon tuvo que echar a los últimos a las dos. Amenazó con llamar a la policía.

– ¿Y qué hay de Shannon? -inquirió ella.

– Lo he interrogado -contestó Quentin-. Estaba muy alterado. No vio ni oyó nada. Ni tampoco Suki y Paula, las dos camareras que cerraron con él.

– ¿Hay alguna posibilidad de que Shannon sea nuestro hombre?

– En absoluto. Además, tiene una coartada. Antes de cerrar, estuvo en todo momento detrás de la barra. Y después se fue del bar con Suki y Paula.

– Normalmente -terció Terry-, Shannon lleva la basura al contenedor y ellas limpian el bar. Pero anoche cada chica sacó una bolsa y luego se fueron los tres juntos.

– ¿A qué hora fue eso? -inquirió la capitana.

– Entre las tres y las tres y diez de la madrugada.

– ¿Y ninguno de ellos vio nada?

La capitana parecía incrédula y Quentin se apresuró a intervenir.

– El callejón está mal iluminado. Los tres estaban muy cansados y ansiosos por volver a su casa. Además, la víctima quedaba oculta entre las sombras y detrás del contenedor.

La capitana O’Shay pareció dudar, pero luego asintió.

– ¿Cómo se produjo la muerte?

– En espera de una autopsia completa, el médico forense cree que fue por asfixia.

La capitana enarcó una ceja.

– ¿Por asfixia? ¿En un callejón?

– Sí, muy atípico. Está claro que primero la violaron. Tenía pequeños desgarros en y alrededor de la vagina, y cardenales en la parte interior de los muslos.

– ¿Se ha encontrado alguna prueba?

– Algunos pelos, y fibra en las uñas de la víctima.

Terry se removió en la silla. Parecía indispuesto.

– ¿Qué hay de su ex? -la capitana miró directamente a Terry.

– Un viejo -contestó Terry con voz vacilante-. Se derrumbó y lloriqueó como un bebé cuando le dimos la noticia. Aún la amaba, según dijo. Esperaba que volviera con él.

– Parece que tenía un móvil.

– Pero no la capacidad -Quentin meneó la cabeza-. Es un viejo en silla de ruedas, con tanque de oxígeno y una enfermera a jornada completa.

– Viejo pero muy rico -añadió Terry-. Seguro que ella no esperaba palmarla antes que él.

– ¿Tenía algún amiguito?

– Ninguno, que su ex sepa -contestó Terry rápidamente-. Seguiremos indagando.

– ¿Qué querían decir con eso de que pueden tener un problema? -la capitana volvió a mirar a Terry directamente.

Él se removió incómodo al sentirse observado.

– Anoche estuvimos en el bar de Shannon. La víctima estaba dando un espectáculo. Bailando con movimientos provocativos, no sé si me entiende.

La capitana arqueó de nuevo las cejas.

– No, me parece que no.

Quentin miró de reojo a su compañero. La excusa de «ella misma se lo buscó» no resultaría con Patti O’Shay. De hecho, sólo contribuiría a enfurecerla.

Comprendiendo su error, Terry cambió de táctica. Carraspeó para aclararse la garganta.

– Lo que intento decir es que… me acerqué a ella. Más de una vez.

– Y no estaba interesada.

– Exacto -Terry se ruborizó levemente-. Yo había bebido demasiado y… y… -se quedó en blanco, sin saber qué más decir.

– Y no aceptó un «no» por respuesta.

– Ya le digo que había bebido demasiado.

La capitana O’Shay se levantó y rodeó la mesa. Luego se sentó en el borde, mirando con fijeza al agente.

– ¿Y cree que eso justifica su mal comportamiento?

Terry se encogió bajo su fulminante mirada.

– No, capitana.

– Me alegra que esté de acuerdo, inspector. ¿Y qué sucedió después?

– Insistí demasiado. La víctima y yo intercambiamos unas palabras. Luego casi me lié a golpes con su acompañante.

La capitana pareció disgustada.

– ¿Casi?

– Malone me salvó el trasero.

Ella desvió la mirada hacia Quentin. Éste asintió, y la capitana se acercó a la ventana. Sin volverse, dijo:

– Quiero que redacten un informe escrito. Los dos.

– Sí, capitana.

O’Shay se giró.

– Sé que está teniendo problemas en su vida personal, inspector Landry. ¿Desea solicitar la excedencia hasta que todo se resuelva?

Terry se puso en pie.

– ¡Ni hablar, capitana! Si no trabajo, me volveré loco.

Ella dudó un momento y después inclinó la cabeza.

– Está bien. Pero no quiero que lo de anoche se repita. No permitiré que manche la reputación de este departamento con su conducta. ¿Entendido?

– Sí, capitana.

– Bien. Una cosa más. Pondré el caso en manos de Johnson y Walden.

– ¿Esos inútiles?

– Eso es un disparate, capitana.

– Landry -prosiguió ella haciendo caso omiso de sus protestas-, usted está fuera. Malone, usted les ayudará.

– ¿Les ayudaré? -Quentin se levantó de un salto-. Capitana O’Shay, con el debido respeto…

– Conflicto de intereses -dijo ella bruscamente, interrumpiéndolo-. Unas horas antes de que Nancy Kent fuese violada y asesinada, uno de mis inspectores discutió con ella. En público. Eso lo convierte en un sospechoso -miró a ambos hombres-. ¿Creen que sería prudente dejar que ese inspector trabajase en la investigación? Coincidirán conmigo en que no.

– ¿Y cuando Terry quede libre de toda sospecha? -inquirió Quentin.

– Para entonces, con suerte, el caso se habrá resuelto. Si no, ya hablaremos.

– ¿Eso es todo?

– Landry, puede irse. Malone, he de hablar con usted en privado -cuando Terry hubo cerrado la puerta tras de sí, la capitana miró a Quentin a los ojos-. Todo ocurrió tal como ha contado Landry, ¿verdad?

– Absolutamente.

– Y después del incidente con esa mujer, ¿qué pasó?

– Continuamos la juerga. Lo llevé a su casa pasadas las dos de la madrugada.

– ¿No podía conducir?

– Estaba borracho como una cuba.

– ¿Y está usted totalmente convencido de la inocencia de su compañero?

– ¡Sí, maldición! -Quentin desvió la mirada-. Terry no lo hizo. Apenas podía tenerse en pie, y mucho menos someter y asesinar a una mujer.

La capitana guardó silencio un momento, luego asintió.

– Estoy de acuerdo, Malone. Aun así, lo tendré vigilado. No toleraré que uno de mis inspectores se derrumbe mientras hace su trabajo.

– Terry está bien, capitana. Sólo se…

– No está bien -corrigió ella secamente-. Y usted lo sabe. No permita que lo hunda a usted también, Malone.

La capitana O’Shay volvió a la mesa, dando por finalizada la conversación. Quentin se dirigió hacia la puerta, pero, antes de salir, se detuvo y miró a la capitana.

– ¿Tía Patti?

Ella alzó la mirada.

– Saluda a tío Sammy de mi parte.

– Salúdalo tú mismo -una sonrisa suavizó la expresión de la capitana-. Y llama a mi hermana. Me dice John Jr. que la tienes muy abandonada.

Con una risita y un pequeño saludo, Malone asintió.

Загрузка...