Martes, 2 de octubre
Eran cerca de las dos de la madrugada cuando una discreta tormenta comenzó a retumbar en el exterior. Tumbado en la habitación iluminada por la luz de la lámpara, Lucas la escuchaba como antes había escuchado la respiración suave de Samantha.
Ella dormía con la tranquilidad inerme de una niña exhausta, acurrucada a su lado, con la cabeza morena apoyada sobre su hombro. Se amoldaba perfectamente a él: siempre había sido así y, en otra época, ello le había hecho sentir una inquietud inefable.
Se preguntaba ahora a qué obedecía aquel sentimiento. Y por qué ya no existía. ¿Tanto había cambiado él en tres años? ¿O acaso era simplemente, como había dicho la propia Samantha, que su otro encuentro se había dado en el momento menos oportuno?
El momento presente, sin embargo, tampoco era el más conveniente.
No hacía falta que nadie le dijera que tenía un carácter difícil ni que tendía, incluso en las mejores circunstancias, a mantener a los demás a distancia, rasgo este que muchas veces se magnificaba cuando se hallaba en medio de una investigación. Era obstinado, meticuloso y a menudo obsesivo hasta el punto de cerrarse inadvertidamente a cuanto le rodeaba. Pero eso era en el trabajo, no en su vida íntima.
«¿Es que hay alguna diferencia?»
Claro que la había. Él era capaz de separar ambas cosas.
«¿Ah, sí?»
¿Qué le había dicho Sam? ¿Que había elegido la salida más fácil permitiendo que Bishop solucionara la situación mientras él pasaba página, diciéndose que era lo mejor para todos? ¿Era eso lo que había hecho?
¿Podía haber sido tan arrogante? ¿Tan cruel?
– Deberías dormir -murmuró Samantha.
Lucas recordó que ella siempre había tenido esa facilidad, la capacidad de pasar en un instante de un sueño profundo a la perfecta vigilia. Como un gato, era más propensa a dormitar durante breves periodos de tiempo que a dormir a pierna suelta toda la noche, por muy cansada que estuviera.
– Sí, ahora -dijo él.
Samantha se incorporó apoyándose en un costado y lo miró con expresión solemne.
– Tu pistola está debajo de la almohada y tienes una mano encima de ella. No estás precisamente relajado para dormir.
Pasado un momento, Lucas sacó la mano de debajo de la almohada y tocó su mejilla. Con la misma calma que había mostrado Samantha, dijo:
– Dios mío, Sam, ¿es que no ves que estás en peligro? Ese cabrón te está vigilando.
– A ti lleva meses vigilándote. Y no me digas que tú puedes apañártelas solo. Los dos sabemos que yo también puedo.
– No se trata de que sepas apañártelas. Lindsay también sabía y está muerta.
– De acuerdo, tienes razón. Pero ahí fuera hay aparcado un coche patrulla con dos ayudantes del sheriff. La puerta está cerrada con llave y has encajado una silla debajo del picaporte. Además, si ese tipo ya nos estaba vigilando antes y sabe algo sobre ti, sobre nosotros, sabrá que estamos juntos, que vas armado y que lo estás esperando.
– Esta noche.
– Sí, pero después de su mensaje no es probable que haga otro movimiento tan pronto, ¿verdad? Uno de los objetivos del juego parece ser cogernos desprevenidos, así que advertirnos de antemano no sería muy inteligente.
– Sí, lo sé -reconoció él a regañadientes.
Samantha frotó la mejilla contra su mano, algo azorada.
– Entonces, creo que esta noche estamos a salvo.
Lucas notó que su boca se torcía.
– De él, supongo que sí.
– ¿Y el uno del otro?
Lucas tuvo que echarse a reír, aunque con sorna.
– Tienes un modo único de ir al grano, Sam.
– La vida es demasiado corta para andarse con gilipolleces. -La sonrisa de Samantha era también un poco irónica-. Sobre todo, habiendo por ahí un asesino al que le gustan los juegos peligrosos. Luke… no hace falta que me digas que ninguno de los dos ha pensado esto detenidamente.
– Igual que la última vez.
– No, nada de eso.
– ¿Y qué diferencia hay, Sam? Estamos en medio de una investigación, hay un criminal suelto, los medios de comunicación te persiguen a ti y a la feria…
– La diferencia -respondió ella- son las expectativas. Ya no espero un final feliz, Luke. Así que no tienes que preocuparte por eso.
– ¿No?
– No. Cuando acabe la investigación, tú pasarás a tu siguiente caso y yo me marcharé con la feria. Seguiremos con nuestros trabajos y nuestras vidas, cada uno por su lado. Y así es como debe ser.
Lucas se sintió molesto por su sereno fatalismo, pero no se detuvo a preguntarse por qué.
– ¿Quién lo dice?
Ella sonrió sin apartar sus ojos oscuros.
– Lo digo yo. Veo lo que va a ocurrir, ¿recuerdas? El futuro. Y mi futuro no te incluye a ti.
– ¿Estás segura de eso?
– Sí.
– Entonces, debo relajarme y disfrutar del presente, ¿no es eso?
– Bueno, al menos de este presente. De esta noche. Puede que de unas pocas noches más, si encontramos la ocasión. -Sus hombros se encogieron ligeramente-. No será tan difícil, ¿no? Lo pasamos bien en la cama. Eso no ha cambiado.
– Eso no era lo único que había entre nosotros, Sam.
– Es suficiente, por ahora.
Lucas podría haber argumentado en contra, pero entonces Samantha le besó en los labios, cálida y ansiosamente, y su cuerpo guardaba una memoria tan clara del de ella, estaba tan ávido de él, que no le permitió pensar con claridad. O no le permitió, sencillamente, pensar.
Ella tenía razón. Se lo pasaban bien, muy bien, en la cama.
El hostal en el que se hospedaban Jaylene y Lucas estaba al otro lado del pueblo respecto del motel, más cerca del recinto ferial y, a diferencia de lo que sucedía en el motel, su gerente no alquilaba algunas habitaciones por horas, de modo que era un lugar más tranquilo y lo bastante apartado de la carretera y del centro comercial más cercano como para verse libre del tráfico más intenso.
Aunque sólo llevaban allí una semana, Jaylene se sentía más a gusto en su habitación que en su propia casa. Aquél era, en opinión de Bishop, uno de los rasgos más útiles de su carácter: Jaylene era capaz de hacer su nido en cualquier parte. Así que había deshecho por completo las maletas, había colocado su ordenador portátil sobre la mesita escritorio que había junto a la cama y hasta se había pasado por una floristería del pueblo para comprar un jarroncito con flores con el que alegrar su genérica habitación sin vistas.
Ya que tenía que pasar la mayor parte de su vida en la carretera, quería al menos sentirse cómoda.
Era tarde y se había puesto su pijama de franela con gatitos, pero Jaylene era también un ave nocturna y seguía trabajando sentada ante su ordenador cuando se desató la tormenta… y sonó su teléfono móvil.
Miró el identificador de llamadas antes de contestar.
– Es tarde para que estés despierto. ¿O es que sigues en otra zona horaria?
– No, ya terminamos en Santa Fe -respondió Bishop. Hizo una pausa y luego agregó-: He intentado hablar con Luke hace un rato, pero me ha saltado el buzón de voz.
– Se ha pasado casi toda la tarde en la caseta de Samantha. Seguramente apagó el teléfono o conectó el modo vibración después de que yo interrumpiera una sesión de Samantha cuando lo llamé.
– Acabo de recibir el informe de hoy. ¿Ha habido suerte? ¿Habéis conseguido identificar al hombre que os hizo llegar ese mensaje a través de la chica?
– No. La chica no lo vio bien y, además, no es lo que se dice una testigo fiable. Creo que comentó algo así como que era «viejo, como de unos treinta años».
– Uf.
– Aja. De todos modos, no hubo tiempo de retener a toda la gente que había en la feria. Luke llamó a algunos ayudantes del sheriff para que interrogaran a los taquilleros y a la gente que lleva las otras casetas antes de que cerrara la feria, pero había mucho jaleo para ser lunes y nadie recordaba haber visto nada sospechoso.
– ¿Y Caitlin Graham?
– Lo que te decía en el informe. Posiblemente, un mensaje de Lindsay para advertir a Sam de que tuviera cuidado porque «él lo sabe». «Él» es, presumiblemente, el secuestrador. Lo que sabe sigue siendo un misterio, al menos para mí. Y todo esto contando con que el mensaje fuera auténtico, claro.
– ¿Tienes tus dudas?
– Respecto a la sinceridad de Caitlin, no. Está claro que tuvo una experiencia paranormal. Sentí la energía que quedaba en la habitación cuando llegué. Pero Caitlin también reconoce que la conexión telefónica (y ésta es la segunda vez hoy que hago un mal juego de palabras) era dudosa y que quizás oyera mal. No hay modo de saberlo con certeza, a no ser que Lindsay vuelva a contactar. -Hizo una pausa y añadió-: Podríamos recurrir a un médium.
– No tenemos ninguno disponible.
– ¿Y Hollis?
– Está liado con otro caso. -Bishop guardó silencio un momento. Después preguntó-: ¿Qué tal se las apaña Luke?
– Ya lo conoces. Cuanto más se prolongue esto, más se implicará. No le ha hecho mucha gracia descubrir que es el objetivo personal de los tejemanejes de un asesino en serie. Perder a Lindsay fue horrible, y lo sintió a todos los niveles.
– ¿Y Samantha?
– ¿Quieres saber cómo está o cómo afronta Luke el hecho de que esté aquí?
– Las dos cosas.
– Ahora parece más tranquila, más reservada. Puede que incluso un poco hermética. Se está esforzando mucho tanto física como emocionalmente para trabajar cada noche, creo que por alguna razón que de momento no nos ha dicho. Y, que yo sepa, le ha sangrado la nariz por lo menos dos veces, las dos después de tocar algo o a alguien y tener una visión.
– ¿Había violencia en las visiones?
– En la primera sí, un terror violento, según lo que nos contó. En la segunda, no tanto. Había un suicidio, pero no creo que Samantha lo viera directamente.
– ¿Le duele la cabeza? ¿Está especialmente sensible a la luz y el ruido?
– No estoy segura. Ella no dice nada.
– ¿Y tú qué opinas?
Jaylene se quedó pensando un momento.
– Si tuviera que hacer alguna conjetura, diría que tiene jaquecas. Sé perfectamente que está muy cansada y que no piensa tomarse unas vacaciones. Luke está preocupado por ella, eso es evidente.
– ¿Qué tal se llevan?
– Pueden trabajar juntos, más o menos. El se ha puesto de su parte delante del sheriff. Más o menos. Cree que lo que nos ha dicho es cierto, pero también que se está callando algo, y ese asomo de desconfianza es bastante obvio. Si yo lo veo, ella también lo verá. Han estado muy puntillosos el uno con el otro, por lo menos hasta esta noche. No sé, quizás arreglen las cosas ahora que pueden pasar un poco de tiempo a solas.
Bishop se quedó callado un momento. Después dijo:
– ¿Estáis todos convencidos de que ese asesino sigue en Golden?
Jaylene notó que Bishop ni siquiera asumía eufemísticamente la definición de aquel sujeto como un «secuestrador». Para él, un asesino era un asesino, y punto.
– No hay modo de saber con certeza si el mensaje que esa chica le dio a Samantha era del secuestrador o de algún periodista que intentaba hacerle morder el anzuelo. Podría ser esto último. La prensa anda buscando una historia y, desde su punto de vista, Samantha no se ha mostrado muy dispuesta a cooperar. No percibió nada en la entrada que le mandó ese tipo, ni en el billete de veinte dólares que le dio a la chica, ni yo tampoco. Sólo las huellas de la chica, claro.
– Responde a la pregunta, Jay.
Ella no vaciló.
– Sigue aquí. Sea por la razón que sea, la partida se acaba en Golden.
– Entonces, secuestrará a alguien más.
– Pocas veces me encuentro con una certeza, pero yo diría que en este caso así es.
– ¿Quiere poner a prueba a Luke… o hacerle daño?
– Cualquiera de las dos cosas. O ambas.
– Lo cual significa que cada vez se acercará más a él. Cúbrete las espaldas, Jaylene.
– Tengo siempre el arma a mano, te lo aseguro. -Ella se rio suavemente-. Pero, si quieres que te diga la verdad, no me siento indefensa. Esta noche he visto a tu guardián.
– Debe de estar perdiendo facultades -repuso Bishop, algo divertido.
– Bueno, eso dejaré que se lo digas tú. Deduzco que no teníamos que saber que estaba aquí.
– Es una simple precaución. ¿Lo sabe Luke?
– No me ha dicho nada. Yo me di cuenta hace sólo un par de horas.
– Hazme un favor y no se lo digas, a no ser que te pregunte.
– ¿Guardarle secretos a mi compañero? No le gustará cuando se entere.
– Dile que te lo pedí yo y déjame a mí aguantar el chaparrón.
– Por mí encantada. Mientras tanto, como sin duda ya sabrás, la policía local no está muy por la labor de vigilar a Samantha. Y si Luke piensa quedarse cerca de ella de aquí en adelante, tal vez se vea obligado a ponerle las esposas.
– Eso depende de cómo vayan las cosas en esa habitación de motel -murmuró Bishop.
Jaylene contestó con severidad:
– Lo que quería decir es que, si piensa hacerle de guardaespaldas mientras dure el caso, la gente del departamento del sheriff del condado de Clayton sólo aceptará su presencia si Luke la detiene, al menos nominalmente, y la lleva con esposas.
– Luke puede fingir una detención, si es preciso.
– ¿Sabe?, para ostentar un puesto tan importante y con tanta autoridad como el tuyo, a veces te gusta mucho mandar el reglamento a paseo.
– Conocer las reglas es una cosa, y seguirlas ciegamente todo el tiempo, otra bien distinta. -Bishop suspiró; su buen humor se había desvanecido-. Si llegara el caso, seguramente con detener a Samantha sólo conseguiríamos atraer más la atención de los medios sobre la investigación.
– Sí, pero pasará lo mismo si está siempre pegada a Luke. ¿Un agente federal con una vidente de feria como compinche? O como quieran definir su relación. Y conociendo los altos criterios morales de los medios de comunicación, «compinche» será posiblemente la palabra más suave que empleen.
– Me pregunto si Luke lo habrá tenido en cuenta.
– Yo no me lo pregunto: no lo ha tenido en cuenta. Se le pone visión de túnel, ya lo sabes. Por eso es tan bueno.
– Y por eso es tan difícil trabajar con él.
– ¿Me has oído a mí quejarme?
– No, por suerte. -Bishop suspiró-. Tendréis que apañároslas con Samantha lo mejor que podáis. Entre tanto, lo que decía de que te vigilaras las espaldas iba en serio. Si ese asesino quiere poner a Luke a prueba, es probable que fije sus miras en los más cercanos a él. Y eso te incluye a ti.
– Y a Sam.
– Y a Samantha, sí. Lo que me inquieta del mensaje que le dieron es que no hay motivo razonable para que el asesino nos alerte de que la está vigilando. A no ser que…
– ¿A no ser qué?
– A no ser que fuera un juego de manos. Y, si es así, si Sam es el elemento de distracción…
– Entonces, ¿dónde está el truco? -concluyó Jaylene.
Eran más de las cinco y no había clareado aún cuando Samantha se removió y se incorporó ligeramente en la cama. Lucas yacía boca abajo, junto a ella, con un brazo echado sobre su cuerpo y la cara medio hundida en la almohada. Dormía profundamente, relajado por completo, como nunca lo estaba despierto.
Samantha lo observó largo rato a la luz de la lámpara, estudiando su rostro. Su oficio le envejecía: aparentaba más de los treinta y cinco años que tenía. Al mismo tiempo, la suya era una de esas caras a las que el paso de los años trataría con respeto. Siempre, pensó Samantha, sería un hombre guapo.
Y, naturalmente, también sería siempre un incordio.
Aquella idea cargada de ironía le hizo sonreír sin que pudiera evitarlo y, mientras sonreía, la lámpara que había junto a la cama parpadeó varias veces. Ella aguardó y observó la lámpara, que al cabo de un minuto volvió a parpadear.
Se apartó suavemente del brazo de Luke y salió de la cama. No se esforzó en exceso por no hacer ruido; cuando Luke dormía, hacía falta un gran estruendo o la percepción de un peligro para despertarlo.
Y, por más dudas que abrigara cuando estaba despierto, su subconsciente sabía que ella no suponía ningún peligro.
Samantha contaba con ello.
Se vistió rápidamente con ropa abrigada, se acercó a la puerta y apartó la silla que él había encajado bajo el picaporte. Se volvió hacia la ventana que había junto a la puerta y echó un vistazo fuera. El coche patrulla que debía vigilar el motel (o, mejor dicho, a Caitlin Graham) estaba aparcado en un extremo, cerca de la habitación de Caitlin. Samantha apenas distinguía a los agentes sentados en su interior. Mientras miraba, uno de ellos salió del coche, dio una vuelta, bostezó y se desperezó en un esfuerzo evidente por mantenerse despierto. El del lado del copiloto parecía haberse quedado dormido ya.
Samantha esperó hasta que el policía volvió al coche y quedó de nuevo de espaldas a ella; entonces recogió su llave y salió de la habitación sin hacer ruido. Sólo tardó unos segundos en desaparecer más allá de la esquina y perderse de vista.
Esperó allí un minuto más, hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad; luego se orientó y se alejó del hotel en dirección a una bocacalle cercana. Cincuenta metros más allá, cruzó la calle y se detuvo a la sombra de un edificio desvencijado que ahora servía de almacén, pero que en sus inicios había sido algo mejor.
– Buenos días.
Samantha no se sobresaltó, pero su voz sonó algo tensa cuando dijo:
– Tenemos que hablar de estas pequeñas reuniones matutinas. ¿Y si tu sutil señal con la luz alertara a los ayudantes del sheriff o despertara a Luke?
– Los ayudantes del sheriff estaban poco menos que roncando y ni siquiera miraban hacia tu habitación. En cuanto a Luke, los dos sabemos que, cuando se queda dormido, duerme como un muerto. Y contaba contigo para que le hicieras dormir.
– Quentin, te juro que…
– No pretendía ofenderte. ¿Haría yo eso? Sólo quería decir que… En fin, da igual. Supongo que no sospecha nada -añadió rápidamente.
– Sospecha mucho. Sabe perfectamente que hay algo que no le cuento.
– Pues me sorprende, siendo tú tan buena actriz.
Samantha cambió un poco de postura para aprovechar mejor la poca luz que había, y levantó la mirada hacia él.
– ¿Esta mañana te has propuesto que me enfade contigo?
– Cálmate. Santo cielo, eres tan quisquillosa como Luke. Hacéis muy buena pareja. -Quentin sacudió la cabeza.
– Eso -dijo ella- está por ver. No puedo quedarme mucho tiempo. ¿Hay algo que deba saber?
– Sí. El jefe dice que se nos está agotando el tiempo.
– ¿Y le pagan una pasta por confirmar lo obvio?
Los dientes blancos de Quentin brillaron cuando sonrió.
– No vas a dejar que se vaya de rositas, ¿eh?
– No, si puedo evitarlo.
Él contuvo la risa.
– Bueno, no digo yo que en este caso no se merezca que le hagan pasar un mal rato, pero seguramente las cosas mejorarán con el tiempo. Habla en serio, Sam. Estamos en un punto crítico y, si no lo superamos con éxito, ese cabrón se nos escapará.
– ¿Y si se escapa?
– Ya sabes lo que pasará. Tú lo viste. Y lo que viste es… inaceptable. Tenemos que detenerle aquí, en Golden. Cueste lo que cueste.
– Para tu jefe es fácil decirlo. Él no está en el punto de mira.
– Sí lo está -repuso Quentin en voz baja-. Todos lo estamos.
Pasado un momento, Samantha asintió con la cabeza.
– Sí, lo sé. Pero eso no lo hace más fácil.
– No. Nunca.
– Mira… -Ella titubeó; después añadió-: No sé hasta qué punto podré controlar la situación de aquí en adelante. Lo que podré cambiar. La verdad es que las cosas ya se me han ido de las manos.
– ¿Te refieres a lo tuyo con Luke?
– No, eso no pasaba. No pasaba porque yo no estaba aquí. Y no sé de qué forma cambiará las cosas. Puede que cambie lo que no debía. Puede que cambie demasiadas cosas.
Quentin contestó pensativamente:
– Tengo que darle la razón a Bishop. Dijo que a estas alturas ya estarías dudando.
Ella se crispó.
– No estoy dudando.
– No era un insulto -repuso él en tono ausente-. Dijo que te recordara que, cuando decidimos dar el primer paso para intentar cambiar lo que viste, nos comprometimos. Si nos detenemos antes de que nuestra labor acabe, podríamos empeorar las cosas.
– ¿Hay algo peor que perder a Lindsay?
– Respecto a eso tú no podías hacer nada.
– ¿No? -Samantha dejó escapar un breve suspiro-. Ya no estoy tan segura. Lindsay no debería haber muerto, Quentin. No es eso lo que yo vi.
– Cuando todo esto empezó, no estabas segura de lo que habías visto. Al menos, de eso. De la mayoría de las víctimas. Viste los mecanismos, la… eficacia brutal de un asesino en cadena. Y le viste actuar muy lejos de Golden después de acabar lo que se había propuesto hacer aquí. Pase lo que pase, no podemos permitir que eso ocurra.
– Lo sé. No estaría aquí si no compartiera ese objetivo. Pero de algún modo la balanza comenzó a desequilibrarse con Lindsay. Recogí ese pañuelo en la feria y vi a otra víctima asesinada el día que murió Lindsay. Así que, ¿por qué no ocurrió lo que vi? ¿Por qué murió Lindsay?
– Quizá porque tú avisaste a la mujer a la que ese tipo se proponía matar.
Samantha no había considerado aquella posibilidad, pero, al hacerlo, sacudió la cabeza.
– Avisé a Mitchell Callahan y aun así murió. No, no es tan sencillo. Hay algo más. Tengo la impresión de que hay algo más.
– ¿Qué más?
– Si lo supiera… -contestó Samantha, exasperada.
– Está bien, está bien -dijo Quentin-. Mira, lo único que podemos hacer es… lo que podemos hacer. Puede que con el paso del tiempo descubras qué es lo que va mal. O puede que no. En todo caso, eso no cambia el plan de juego.
Samantha planteó una última objeción.
– No me gusta mentir a Luke.
– No le estás mintiendo, sólo estás… omitiendo algunos detalles.
– Y tú estás hilando muy fino.
Quentin suspiró.
– ¿Quieres detener al asesino?
– Claro que sí, maldita sea.
– Entonces juega con las cartas de que dispones, como has hecho desde que llegaste a Golden. No tienes elección, Sam. Ya ninguno de nosotros tiene elección.
Samantha respiró hondo y asintió con la cabeza.
– Sí. Está bien. Si tengo razón, recibiremos otro mensaje del secuestrador, pero esta vez por escrito. Un desafío, seguramente relacionado con otro secuestro. Será la primera oportunidad que tenga Luke de intentar introducirse realmente en su cabeza.
– Una oportunidad que nos hace falta.
– Lo sé.
– ¿Podrás hacer lo que sea necesario ahora que Luke y tú sois amantes? -preguntó Quentin sin rodeos.
– No me queda más remedio, ¿no?
Esta vez fue Quentin quien asintió con una inclinación de cabeza, pero añadió, más serio:
– El jefe también me ha pedido que te diga que te lo tomes con calma y descanses cuando puedas. Las hemorragias nasales no son buena señal para un vidente. Si te quemas ahora, perderemos el rumbo.
– Sí, bueno -contestó ella con sorna-, dile al capitán que agarre con fuerza el timón, ¿de acuerdo? Porque la nave no puede mantener su curso sin él.
– Nos estamos metiendo en honduras metafóricas -contestó Quentin reflexivamente-. Nunca había pensado en Bishop como en un capitán, pero…
– Es demasiado temprano para juegos de palabras -dijo Samantha-. No os alejéis, es lo único que os pido.
– No lo haremos.
Samantha levantó una mano en señal de despedida, cruzó la calle rápidamente y se dirigió al motel. Se deslizó de nuevo en su habitación sin que los ayudantes del sheriff la vieran y, al cerrar la puerta tras ella, vio con alivio que Lucas seguía profundamente dormido.
Volvió a encajar la silla bajo el picaporte y se quitó la chaqueta y los zapatos, pero no se molestó en desvestirse. Eran más de las seis y pronto amanecería. Sabía que no podría volver a dormirse.
Sacó uno de sus libros de la cómoda y se sentó en la butaca, estiró las piernas y apoyó suavemente los pies sobre la cama. Se quedó allí sentada largo rato, mirando el rostro dormido de Luke; después cambió de postura y abrió el libro.
– No estás en mi futuro, Luke -murmuró suavemente-. A menos que yo te ponga en él.
Jaylene estaba todavía bostezando mientras se tomaba el café cuando llegaron Lucas y Samantha, y de una sola ojeada comprendió que habían discutido.
Su conjetura se vio confirmada cuando Samantha dijo con leve irritación:
– ¿Cuánto tiempo crees que tolerará el sheriff mi presencia aquí? Buenos días, Jay.
– Si Wyatt quiere discutir al respecto, discutiremos -respondió Lucas-. Le guste o no, te necesitamos. Hola, Jaylene.
– El café está recién hecho -les informó ella.
– Debería estar en la feria -dijo Samantha-. Tengo cosas que hacer.
– Sam, ¿tenemos que seguir discutiendo sobre esto? -Lucas le dio una taza de café, pero no la soltó hasta que ella lo miró a los ojos-. Quiero que estés aquí. Te necesito.
Ella vaciló. Después asintió con la cabeza.
– De acuerdo, está bien.
No había aceptado de buen grado, pero había aceptado a fin de cuentas, y Lucas pareció visiblemente aliviado.
Jaylene comprendía por qué. Samantha podía ser muy escurridiza cuando no quería estar en alguna parte.
Se sentaron a la mesa de reuniones con sus cafés, pero Lucas apenas había tenido tiempo de preguntar a Jaylene si había noticias de Quantico (y ella apenas había tenido tiempo de contestar negativamente) cuando Champion, el ayudante del sheriff, llamó a la puerta abierta.
– Hola -dijo-. Pensaba que el sheriff estaría aquí.
– No, no lo hemos visto. -Lucas miró al joven con las cejas levantadas-. ¿Se sabe algo nuevo?
Champion suspiró y pareció vacilar. Después dijo en tono de disculpa:
– El sheriff dijo que acudiéramos primero a él, pero… En fin, esto lleva tu nombre.
– ¿Qué es lo que lleva mi nombre?
– Esto. -Champion sacó un sobrecito de papel de estraza que deslizó sobre la mesa, hacia Lucas-. Estaba con el correo normal, así que sabe dios cuánta gente lo habrá tocado. He pensado que, de todos modos, quizá dentro haya algo útil.
Lucas miró fijamente el sobre.
– ¿Qué te ha hecho sospechar? -preguntó.
– No lleva sello, y menos aún matasellos. -Champion se encogió de hombros, titubeó un momento, luego dio media vuelta y salió de la sala de reuniones.
– ¿Luke? -Jaylene se había inclinado hacia él-. ¿Qué es?
– Va dirigido a mí, aquí, a la comisaría. Está pulcramente escrito a máquina. Y Champion tenía razón: no lleva sello. Han tenido que entregarlo en mano. -Se apartó de la mesa el tiempo justo para ponerse unos guantes de látex mientras decía-: Todos sabemos que no habrá huellas, pero de todas formas hay que cumplir con el protocolo.
Jaylene se fijó en algo.
– La solapa está alisada, pero no pegada -dijo-. Y no lleva sello pegado con saliva. No se arriesga a dejar ni rastro de su ADN, ¿mmm?
– Es demasiado listo para eso -dijo Samantha.
Luke le dio la razón con un gesto de asentimiento. Las dos mujeres le observaron mientras abría cuidadosamente el sobre cerrado pero sin sellar y sacaba una hoja de papel doblada una sola vez. Desplegó la hoja sobre la mesa para que todos pudieran verla.
– Maldita sea -masculló-. Ese cabrón se lo está pasando en grande. ¿Por qué usa letras de periódico si tiene una impresora de inyección a la que es prácticamente imposible seguirle el rastro?
– Por el efecto que causa -murmuró Samantha-. Para imaginarse nuestras caras. Y por la habilidad que hace falta para cortar y pegar las letras y las palabras.
Lucas asintió de nuevo distraídamente mientras se inclinaba sobre la nota. Ésta tenía un aspecto tosco (las palabras estaban escritas con letras de prensa de tamaño desigual), pero era breve y concisa.
Sólo hay una regla, Luke.
Adivina cuál es.
Lo TENGO A ÉL.
Si no lo encuentras a tiempo,
él morirá.
Que pases un buen día.
– ¿«Si no lo encuentras»? -Lucas miró a sus compañeras con el ceño fruncido-. ¿Ya ha secuestrado a alguien? ¿A quién?
Hubo un largo silencio. Después, Samantha dijo en voz muy baja:
– Tal vez convendría buscar al sheriff.
Wyatt Metcalf se sentía un poco mareado y se preguntaba qué demonios había bebido antes de irse a la cama. No recordaba gran cosa, sólo la abrumadora necesidad de emborracharse para poder dormir.
Aparentemente había conseguido su propósito, porque tenía la impresión de haber dormido un siglo.
Bostezó e intentó cambiar de postura; sólo entonces se dio cuenta de que no podía moverse. Sentía los párpados como si estuvieran forrados de papel de lija, y le costó tres intentos forzarlos a abrirse, arañando sus ojos sin duda inyectados en sangre.
Al principio, todo estaba borroso. Parpadeó trabajosamente hasta que por fin sus ojos se despegaron un poco y pudo ver.
Lo que vio no tenía sentido al principio. No tenía sentido porque desafiaba la razón. Madera recia. Una soga. No, un cable. Y una cuchilla de acero, pesada y reluciente.
¿Una guillotina?
Pero ¿qué diablos…?
Volvió la cabeza un poco y vio reflejarse la luz en la afiladísima cuchilla. En la cuchilla suspendida para caer.
En realidad, no comprendió lo que ocurría hasta que intentó moverse de nuevo; después, estiró la cabeza para ver todo lo que pudiera. Y lo que vio cobró sentido por fin.
Un sentido aterrador.
– Mierda -murmuró.