Capítulo 15

El periodista, cuyos ojos se movían inquietos, salió de espaldas de la caseta de Samantha mientras mascullaba:

– Está bien, creo que ha valido la pena gastarme el dinero.

Lucas salió inmediatamente de detrás de la cortina, echó un vistazo a Samantha y le dio un pañuelo. Cuando Ellis entró en la caseta con las cejas levantadas, le dijo:

– Ya es suficiente. Diles que se ha acabado por esta noche.

Samantha, cuya nariz seguía sangrando pese a que se la había taponado con el pañuelo, dijo:

– Ese cerdo pega a su mujer.

Ellis sacudió la cabeza.

– Quizá puedas alertar al sheriff.

– No es del pueblo, maldita sea.

Ellis sacudió de nuevo la cabeza y volvió a salir para ofrecer vales a las personas que esperaban para ver a Madame Zarina.

– Sam…

Ella atajó a Lucas.

– Esto sólo ocurre cuando percibo violencia de alguna clase -contestó.

– Puede ser, pero nunca te había pasado, Sam. Es extraño. Y eso lo convierte en una señal de peligro. -No parecía especialmente preocupado. Hablaba con simple pragmatismo.

Samantha se quitó el turbante y lo dejó sobre la mesa, delante de ella, sin apartar la vista de la cara de Lucas.

– Está bien, pues haz algo para que no tenga que seguir haciendo esto. Encuentra a ese tipo.

– Por el amor de dios, ¿no crees que lo estamos intentando? -A pesar de sus palabras, su voz seguía sonando serena y su rostro parecía inexpresivo.

– La policía, sí. Los federales, también. Pero tú… Tú has estado mirando mapas y listas e informes de autopsias y compilando perfiles psicológicos. Hoy hasta has escalado media montaña. Pero no intentabas encontrarlo a él, corrías tras él intentando encontrar a sus víctimas. Como has estado haciendo el último año y medio.

– No sigas por ahí, Sam.

– ¿Por qué no? -Ella volvió a doblar el pañuelo y se limpió lo que quedaba de sangre, apartando por fin la mirada de él para ver lo que hacía-. De todos modos, cuando acabe todo esto me despreciarás, así que, ya que estamos, prefiero decir todo lo que pienso y sacarlo a la luz.

– Éste no es momento ni lugar…

– Es el único lugar que tenemos, Luke, y el tiempo se nos está agotando. ¿O es que no lo has notado? Hoy has ganado una jugada, ¿recuerdas? Has vencido a ese cabrón. Y los dos sabemos que no se va a tomar bien la derrota. Hará otro movimiento, seguramente ya esté haciéndolo. Estará eligiendo a su próxima víctima, si es que no la eligió hace mucho tiempo. Estará preparando una de las máquinas de matar que le quedan.

Lucas exhaló un suspiro y dijo con firmeza:

– Son casi las diez. ¿Por qué no te cambias y te quitas el maquillaje y nos vamos de aquí?

– Puedes encontrarle, ¿sabes?

– Sam, por favor.

– Se nutre del miedo, Luke. Si lo que vi cuando toqué ese colgante es cierto, lleva muchísimo tiempo alimentándose del miedo. Está todo dentro de él. Tú puedes sentir eso. Lo único que tienes que hacer es conectar con él.

– Te esperaré fuera. -Lucas salió de la caseta.

Samantha se quedó mirando un rato el lugar por donde había desaparecido; después se puso en pie y entró en la parte de atrás, protegida por una cortina. Se quitó el traje de Madame Zarina y se embadurnó la cara de crema para quitarse el maquillaje, y mientras estudiaba su rostro en el espejo pensó que últimamente cada vez había menos diferencias entre la cara envejecida de Madame Zarina y la suya.

Se quitó pulcramente el maquillaje y otros accesorios, con ademanes más lentos de lo que era costumbre en ella, acabó de recoger sus cosas y salió de la caseta para reunirse con Luke.

Al ver a su alrededor la feria iluminada y ruidosa dijo distraídamente:

– Me pregunto si estará aquí, observándonos. Me pregunto qué hay aquí que tanto le fascina.

– Estás tú -dijo Lucas.

Antes de que ella pudiera responder apareció Leo.

– Sam, Ellis me ha dicho que te ha sangrado la nariz -dijo, preocupado-. ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien. Sólo un poco cansada.

– Voy a llevarla al motel -dijo Lucas.

– Intenta que duerma hasta tarde, ¿quieres? -dijo Leo-. Y, Sam, nada de trabajar mañana por la noche. De hecho, mañana no hay función. Ya he puesto el cartel de que cerramos.

– Por mí no hacía falta.

Leo sacudió la cabeza.

– Es por todos. Últimamente no pasas mucho tiempo por aquí, así que no te has dado cuenta de que todo el mundo está ansioso y con los nervios a flor de piel. Han pasado demasiadas cosas. Un par de personas hasta me han pedido que recojamos nuestros bártulos y nos larguemos de Golden.

Samantha no miró a Lucas.

– Se supone que sólo vamos a quedarnos hasta el lunes que viene.

– Sí. Y eso haremos… a no ser que cambies de idea.

– Ya veremos -dijo ella.

– Avísame si es así. -Leo suspiró-. Mientras tanto, a todos nos vendrá bien una noche de descanso. De hecho, creo que la mayoría quiere ir al pueblo y quedarse en el motel. No sé si es por los nervios o por la necesidad que todos tenemos de dormir de vez en cuando fuera de una caravana.

Lucas tomó a Samantha de la mano, lo cual la sorprendió, y le dijo a Leo:

– Cuida de tu gente. No creo que el asesino elija como objetivo a uno de los vuestros, pero no puedo estar seguro. Así que cubríos las espaldas.

– Lo haremos, Luke. Gracias.

Mientras Lucas la conducía hacia el aparcamiento y hacia su coche de alquiler, Samantha dijo con calma:

– Leo todavía te está agradecido porque salieras en defensa de la feria hace tres años. Cuando esa basura acerca de gitanos que robaban niños apareció en la prensa, empezaron a ocurrir cosas muy feas. Si no hubieras convencido a las autoridades locales para que nos protegieran y no hubieras insistido en que nadie de la feria estaba involucrado en el caso, sabe dios cómo habría acabado aquello.

– Sólo hacía mi trabajo.

– No hacías sólo tu trabajo y los dos lo sabemos.

Lucas abrió en silencio el coche de alquiler y sostuvo la puerta del acompañante para que ella entrara.

Samantha montó, consciente de nuevo de su cansancio. Y se preguntó, al rodear Lucas el coche para deslizarse tras el volante, si su plan iba a funcionar. Ya no estaba segura. Sí, Luke había sido capaz de encontrar al sheriff a tiempo y contra todo pronóstico, pero Samantha tenía de pronto la impresión de que sus barreras defensivas eran aún más altas y gruesas que antes.

Se había acercado demasiado y él había vuelto a replegarse sobre sí mismo. Tal vez para siempre.

Mientras salían de los terrenos de la feria, él dijo:

– Tengo que pasarme por mi habitación para recoger un par de cosas.

– No tienes que quedarte conmigo esta noche.

– No pienso discutir sobre esto, Sam. Voy a quedarme contigo. Hasta que esto acabe.

– Si es necesario que tenga un guardaespaldas, seguro que a Jaylene no le importaría tener una compañera de cuarto.

– Deja de presionarme, Sam.

– No te estoy presionando, sólo intento ofrecerte una salida.

– No quiero una salida.

– Ya, sólo quieres castigarme aplicándome el tratamiento de silencio.

– Yo no intento… -Él sacudió la cabeza-. Dios mío, me vuelves loco.

– Pues no se nota. La verdad es que casi nunca se te nota nada. Al menos, en la cara. Dentro sí, hay intensidad y fuerza, pero casi siempre las contienes, las mantienes ocultas. ¿Es así cómo te educaron, para no demostrar emociones, ni sentimientos? ¿Es eso en parte?

Lucas no respondió. De hecho, no dijo una sola palabra durante el resto del trayecto hasta su motel y, después, de vuelta al de ella. Samantha también guardó silencio y, una vez en la habitación, dejó que él cerrara la puerta con llave y fue a darse una ducha, como solía.

No se entretuvo, esta vez, bajo el agua caliente, que no logró ni relajarla ni disipar el frío que sentía por dentro. Salió y se secó; se puso un camisón y una bata. Se envolvió el pelo en una toalla y después, helada, usó el secador para acabar de secárselo.

Cuando salió del cuarto de baño y entró en el dormitorio, encontró a Lucas de pie, mirando con gesto circunspecto el televisor y, al seguir su mirada, entendió el porqué.

La fachada del departamento del sheriff… y su llegada con Wyatt Metcalf.

La presentadora estaba introduciendo enérgicamente la crónica del enviado especial; a continuación, éste apareció en pantalla con el edificio del departamento del sheriff al fondo. En su voz resonaba esa excitación apremiante, aunque sofocada, tan propia del periodismo televisivo, mientras ponía rápidamente al corriente de la investigación a los telespectadores y detallaba la búsqueda y el rescate del sheriff del condado de Clayton.

– … y fuentes cercanas a la investigación aseguran que los ayudantes del sheriff y los agentes federales recibieron la ayuda de una presunta vidente en la búsqueda del sheriff. Dicha vidente se llama Samantha Burke, aunque usa el sobrenombre de Madame Zarina cuando adivina la buenaventura en una feria ambulante actualmente instalada en Golden. Mis fuentes afirman que, al parecer, ya se había visto implicada con anterioridad en investigaciones policiales.

Era asombroso, pensó Samantha, lo sospechosa que podía sonar la expresión «verse implicada».

– Tom, ¿ha confirmado la policía o los agentes federales si esa tal señorita Burke les ayudó a localizar al sheriff Metcalf?

– No, Darcell, las autoridades se han negado a hacer comentarios al respecto. Sin embargo, mis fuentes aseguran que desempeñó un papel esencial en el rescate del sheriff, y los vecinos del pueblo apenas hablan de otra cosa. Esta mañana, la propia señorita Burke hizo unas breves declaraciones en la escalinata del departamento del sheriff, afirmando que la persona que secuestró y asesinó a la inspectora Lindsay Graham la semana pasada había dejado un objeto en el apartamento de la víctima, objeto que, según dijo la señorita Burke, le provocó una visión. No entró en detalles acerca de la supuesta visión, pero afirmó estar segura de que esa misma persona había secuestrado al sheriff Metcalf. Parecía dispuesta a seguir hablando, pero uno de los agentes federales involucrados en la investigación cortó su declaración bruscamente y la hizo entrar en el edificio.

Samantha se dejó caer al borde de la cama y murmuró:

– Mierda.

La presentadora dijo con un ligerísimo deje de incredulidad en la voz:

– Secuestros, asesinatos y fenómenos paranormales en Golden. Estaremos a la espera de nuevas noticias, Tom.

Lucas apagó el televisor con el mando a distancia y tiró éste sobre la cama. Se acercó a la ventana y apartó ligeramente las cortinas para mirar fuera.

Samantha, que reconocía una táctica para ganar tiempo cuando la veía, se preguntó si estaría tan enfadado que ni siquiera podía hablarle. Deseaba en parte decir algo que distendiera la situación, pero sabía que no podía hacerlo. En ese momento, no.

Con deliberada brusquedad, dijo:

– No acabo de cogerle el tranquillo a eso de hablar con los periodistas, ¿eh?

– ¿Eso es todo lo que tienes que decir? -Su voz era muy suave.

Ella quiso decirle la verdad, que había confiado en que su pequeña conferencia de prensa sólo alcanzara a los periódicos locales y que su intención había sido, más que cualquier otra cosa, hacerle enfadar, otra de sus tácticas para traspasar sus muros.

Pero estaba demasiado cansada para enredarse en todo aquello, así que se limitó a contestar:

– Bueno… puedo decirte que no esperaba que un reportero de televisión me citara en las noticias de las once, aunque suene ingenuo. No había ninguna cámara de televisión, así que… Incluso puedo decir que cometí un error al hablar con la prensa. Pero ¿de qué serviría, Luke? Ya me había convertido en parte de la historia y no iban a dejar que pasara desapercibida.

– Igual que la otra vez. -Sus palabras cayeron como carámbanos en la habitación en silencio.

– Entonces, ¿es culpa mía lo que pasó la otra vez? ¿Es culpa mía que un periodista mintiera y asegurara que yo sabía quién había secuestrado a esa niña, que lo había visto en una visión, y que el secuestrador se asustara y la matara?

– Yo nunca he dicho eso.

– No hacía falta. Te culpabas por no haberla encontrado a tiempo, pero los dos sabemos que, si yo no hubiera estado de por medio, ese periodista no habría hecho esas declaraciones, ni se habría especulado con que hubiera algo paranormal relacionado con la investigación. Y tal vez, sólo tal vez, esa niña habría vivido el tiempo suficiente para que la encontraras con vida.

Samantha era consciente de que, al presionar y provocar a Luke, quizá se abrieran sus viejas heridas, al igual que las de él, pero no esperaba que el dolor fuera tan intenso.

Lucas se volvió, pero permaneció junto a la ventana. Su semblante era duro, inexpresivo.

– No fue culpa tuya -dijo.

– Dilo una vez más, con sentimiento.

– ¿Qué quieres de mí, Sam? Nunca creí que fuera culpa tuya. Lo que creía, lo que llegué a comprender, era que Bishop tenía razón acerca del asunto de la credibilidad. Porque a cualquier periodista sin escrúpulos le resultaría mucho más fácil y más seguro inventar algo que procediera de la boca de una vidente de feria que de un agente federal.

– No voy a disculparme por ser quien soy, ni lo que soy.

– ¿Te lo he pedido yo?

– A veces lo parece.

El movió la cabeza de un lado a otro.

– Aunque no me hayas dicho nada, sé lo suficiente como para entender que, hace quince años, no tuviste muchas opciones. ¿Vivir en una feria ambulante o vivir en las calles? Es indudable que elegiste el mejor camino.

Samantha aguardó un momento. Después dijo:

– No vas a preguntar, ¿verdad?

– ¿Preguntar qué?

– Qué ocurrió para que a los quince años me encontrara con esas dos alternativas. -Ella mantuvo la voz firme.

Lucas vaciló visiblemente. Luego sacudió la cabeza una sola vez.

– Éste no es momento para meterse en…

– Como te decía, se nos está agotando el tiempo. Sinceramente, no espero mucho más de nuestra relación. Tú no formas parte de mi futuro, ¿recuerdas? Y, si lo único que tenemos es el ahora, preferiría sacar todos los fantasmas del armario cuanto antes, donde los dos podamos verlos. Sólo por si acaso volvemos a encontrarnos. O por si nunca nos volvemos a ver.

– Sam, no tienes por qué hacer esto.

– Tú no quieres que lo haga -repuso ella, consciente, al hablar, de que era la pura verdad-. Porque te será más difícil marcharte si lo hago.

Lucas frunció el ceño levemente, pero no cuestionó aquella afirmación.

Samantha se volvió un poco sobre la cama para mirarlo a la cara del todo y juntó las manos frías sobre el regazo.

– Siéntate. Puede que esto nos lleve un rato.

Lucas se apartó de la ventana y se sentó al otro de la cama, pero dijo:

– Es tarde. Estás cansada, yo también, y mañana nos espera otro día muy largo. Tenemos que cazar a un asesino, Sam.

– Lo sé. ¿Recuerdas lo que te dije el primer día? No puedes derrotarle sin mí.

– ¿Porque tú eres capaz de hacerme perder los estribos? -preguntó él.

Ella respiró hondo, demasiado tensa para apreciar ningún atisbo de humor.

– Porque te obligo a oír cosas que no quieres oír. Te niegas a sentir dolor o miedo hasta que no te queda más remedio. Así que no voy a darte elección.

– Sam…

Ignorando aquel principio de protesta, ella dijo con firmeza:

– Tenía seis años cuando empecé a ver el porvenir. Sucedió la primera vez que él me arrojó contra la pared.


Jaylene vio el mismo informativo y al apagar el televisor de su cuarto hizo una mueca. No se sorprendió cuando, escasos minutos después, recibió una llamada en el móvil.

Comprobó el identificador de llamadas y contestó diciendo:

– Has visto el informativo, ¿eh?

– Sí -dijo Bishop.

– Ya. ¿Y desde cuándo estás por aquí?

– Desde hace tiempo suficiente.

Jaylene exhaló un suspiro.

– Tenía el presentimiento de que aquí pasaba algo más de lo que decías. Sé que a veces mandas a uno o dos escoltas sin avisar a los agentes encargados del caso, que a menudo incluso hay alguien trabajando de incógnito, pero tú no sueles presentarte en persona cuando otro miembro del equipo dirige una investigación.

– Ese asesino tiene más de una docena de muescas en el cinto, Jay, y no parece que tenga intención de aflojar el ritmo. Ni de querer que le cojan, lo cual resultaría muy conveniente. Hay que detenerlo, y tiene que ser aquí.

– Eso no te lo discuto. Pero ¿a qué viene tanto misterio? ¿Por qué no nos has dicho simplemente que ibas a participar en la investigación?

– Porque el objetivo del asesino es Luke… y a mí los medios me conocen demasiado.

Jaylene sabía que esto último, al menos, era cierto; Bishop tenía una cara y una presencia memorables, y sólo muy raramente podía trabajar de incógnito.

– ¿Crees que, si hubieras aparecido públicamente, el asesino habría cambiado de objetivo?

– No. Creo que se marcharía de Golden e intentaría poner en práctica su juego en otra parte. Sabe lo nuestro, Jay. Lo de la Unidad de Crímenes Especiales. Y si cualquier otro miembro del equipo aparece en público, es muy probable que llegue a la conclusión de que hemos afrontado el caso desde cierto punto de vista. Desde un punto de vista parapsicológico.

– Y, sin embargo -dijo Jaylene, pensativa-, atrajo a Sam hasta aquí. ¿Piensas que ese tipo no cree que sea una vidente auténtica?

– Sí, eso es precisamente lo que pienso. La implicación de Samantha en la investigación de hace tres años fue más o menos un fiasco público, al menos desde la perspectiva de los medios que informaron sobre el caso. Cualquiera que leyera esas informaciones probablemente pensó que Samantha era una farsante.

– Entonces, ¿la quería aquí para… distraer a Luke?

– ¿Por qué no? Y aunque eso fallara, era muy probable que los medios vieran en ella una buena historia, una anécdota que añadía tensión al caso. Tensión entre los investigadores y la gente del pueblo.

– Lo cual haría aún más difícil que Luke se concentrara. -Jaylene torció el gesto-. Sí, pero si ese tipo de veras pretende medir su ingenio con el de Luke, ¿para qué iba a esforzarse tanto en manipular el juego para obtener ventaja? Quiero decir que por qué no eligió un terreno de juego igualado.

– Sí, eso es lo que desearía una mente competitiva y sana -dijo Bishop-. Pero ¿un sociópata…? Sólo quiere vencer, el juego limpio le trae sin cuidado. Quiere demostrar, a su modo, que es mejor que Luke. Más listo, más fuerte. Manipular a la gente y los acontecimientos es solamente otra forma de conseguir su propósito.

– Entonces, hemos sido unos ingenuos al intentar siquiera descubrir sus reglas.

– Yo llamaría a eso un ejercicio de futilidad.

– Supongo que tienes razón. Sam comentó algo sobre las mentes rotas que no funcionan como esperamos.

– En eso tiene razón. Lo único que sabemos a ciencia cierta -añadió Bishop- es que ese tipo siente un rencor personal hacia Luke.

– Imagino que ya habrás hecho averiguaciones al respecto.

– Hemos revisado todos los casos de Luke de los últimos cinco años, y no hay ninguna pista que parezca prometedora. Resulta más difícil indagar sobre los casos anteriores a su entrada en la Unidad, pero estamos en ello. -Bishop hizo una pausa y luego añadió-: No sé si Luke se acordará de algo que pueda sernos útil, pero no vendría mal orientarlo en esa dirección.

– Luke no habla de su pasado, ya lo sabes.

– Sí, se empeña en no hablar de ello. Pero confío en que Samantha haya surtido algún efecto sobre él.

– Y así ha sido. Pero no estoy segura de cuál será ese efecto cuando esté todo dicho y hecho. -Fue ahora Jaylene quien hizo una pausa para añadir a continuación-: Dime la verdad, jefe… ¿te pusiste tú en contacto con Samantha o ella contigo?

Bishop suspiró y murmuró:

– Intentar ocultar información a gente con facultades parapsicológicas es realmente un infierno.

– Eso no es una respuesta.

– Se puso ella en contacto conmigo.

– Es por esa visión que tuvo al principio, ¿verdad? La que la impulsó a morder el anzuelo y venir a Golden.

– Sí. Es lo único que puedo decirte, Jaylene. Y más de lo que Luke debe saber en este momento. Tampoco debe saber que Galen os vigila siempre que os quedáis solos o que yo estoy cerca de Golden.

– ¿Más secretos que ocultar a mi compañero? -Ella suspiró.

– No te lo pediría si no creyera que es importante.

– Eso no hace falta que me lo recuerdes.

– Sí -repuso Bishop-, eso me parecía.

Lucas esperaba algo malo. Samantha era demasiado inteligente para haber desertado de una familia normal, incluso a una edad en que las hormonas y la estupidez juvenil tendían a gobernar muchos actos y decisiones.

De modo que esperaba algo malo. Pero no aquello.

Aquellos ojos negrísimos no se apartaban de su cara y su voz era firme, casi indiferente, como si el relato no significara nada para ella. Pero Lucas percibía la tensión en sus manos, anudadas sobre el regazo, y veía el sufrimiento en la palidez de su cara.

Lo veía. Pero no lo sentía, no sentía su dolor.

Sólo sentía el suyo propio.

– Era mi padrastro -dijo ella-. Mi verdadero padre murió en un accidente de tráfico cuando yo era muy pequeña. Mi madre era de esas mujeres que necesitan un hombre a su lado, tenía que sentir que pertenecía a alguien, así que de niña tuve una serie de tíos. Luego le conoció a él. Y se casaron. Supongo que al principio ella no sabía que le gustaba beber, y que la bebida le volvía mezquino. Pero lo descubrió. Lo descubrimos ambas.

– Sam…

– No recuerdo por qué empezó todo ese día. En realidad, ni siquiera recuerdo que me tirara contra la pared. Sólo recuerdo que me desperté en el hospital y que oí que mi madre le contaba angustiada al médico que yo era muy torpe y que me había caído por las escaleras. Entonces me puso la mano en el brazo, me dio unas palmaditas y… y vi lo que me había pasado. A través de sus recuerdos. Me vi volar contra la pared como una muñeca de trapo.

– Una herida en la cabeza -murmuró Lucas.

Samantha asintió.

– Una conmoción cerebral severa. Estuve más de dos semanas en el hospital. Y a veces todavía tengo dolores de cabeza espantosos que me duran horas. Tan fuertes, que literalmente me dejan ciega.

– Debiste contarme eso antes, Sam. Esas hemorragias nasales…

– Parecen estar relacionadas con visiones violentas. Los dolores de cabeza aparecen sin más, de repente, como salidos de la nada. Nunca he podido determinar una causa específica. -Se encogió de hombros-. Al parecer, todo forma parte del mismo paquete psíquico.

Lucas masculló una maldición en voz baja, pero no dijo nada más. No podía decir gran cosa; la Unidad de Crímenes Especiales sabía desde hacía tiempo que los dolores de cabeza entre moderados y severos parecían ser la norma en un alto porcentaje de personas con facultades paranormales.

– Yo, naturalmente -prosiguió Samantha-, no entendía qué significaba aquello. No sabía qué era ser una vidente. Sólo sabía que era distinta. Y llegué a comprender que el serlo me convertía en objeto de su ira.

Hizo una pausa y añadió:

– Aprendí a mantenerme alejada de él todo lo posible, pero, con el paso de los años, las cosas empeoraron. Sus accesos de ira se hicieron más violentos y siempre andaba buscando un desahogo. Pegaba a mi madre de vez en cuando, pero había algo en mí que casi parecía… atraer su cólera.

Lucas dijo con voz ronca:

– Sabes perfectamente que no eras tú, que no era culpa tuya en absoluto. Era un maldito cabrón de mierda enfermo y te hacía daño porque podía.

Samantha movió la cabeza de un lado a otro.

– Creo que, en el fondo, sabía lo distinta que era yo. No lo entendía, aunque entendiera por qué le necesitaba mi madre. Nunca intenté discutir con él, ni desafiarle, pero tampoco le di nunca la satisfacción de oírme llorar, y eso le desconcertaba. Creo que me tenía miedo.

Lucas sintió otra punzada de dolor al imaginársela (menuda, ligera, desafiantemente callada) bajo los golpes brutales de un monstruo doméstico.

– Tal vez. Tal vez te tuviera miedo. Pero eso no hace que fuera culpa tuya.

Samantha se encogió de hombros.

– Era de los que se vuelven violentos cuando algo los asusta y, cuando bebía, se volvía paranoico, además de mezquino. Como te decía, yo hacía cuanto podía por no cruzarme en su camino. Cuando me fui haciendo mayor, me resultó un poco más fácil irme por ahí, aunque sólo fuera a la biblioteca o a un museo. Pero, al final, tenía que volver a casa y él estaba esperándome.

Lucas no preguntó por qué ninguno de sus profesores o de sus vecinos había notado el maltrato e informado a las autoridades. Sabía muy bien que los cortes y los hematomas que no quedaban ocultos bajo mangas largas y pantalones solían pasar desapercibidos. Y que la mayoría de la gente duda en involucrarse.

– Después de la primera vez, cuando acabé en el hospital, tuvo más cuidado, o al menos eso creo. Parecía saber hasta dónde podía llegar, cómo hacerme daño sin llegar al extremo de que acabara en el médico. Normalmente, eran moratones y cortes pequeños, ninguna herida que no curara o pudiera esconderse.

»Supongo que las cosas podrían haber seguido así muchos años más, porque yo estaba empeñada en acabar el colegio, a pesar de él. Incluso soñaba con conseguir una beca para ir a la universidad. Pero entonces, poco antes de que cumpliera catorce años, se pasó de la raya y me rompió un par de costillas.

Lucas masculló otra maldición. Le dolía oír aquello; ni siquiera lograba imaginar cuánto habría sufrido Samantha.

– En aquel momento no me di cuenta. Sólo notaba que me costaba respirar. Pero al día siguiente, en clase, una profesora notó que me movía como con miedo y me mandó a la enfermera del colegio. Intenté decirle que me había caído, no para protegerle a él, sino porque había visto a chicos que pasaban de una familia mala a otra aún peor en el sistema de hogares de acogida, y prefería lo malo conocido. Pero la enfermera no me creyó en cuanto me quitó la camisa y vio los cortes a medio curar y los moratones viejos.

»Así que, después de vendarme las costillas, les llamó a mi madre y a él para que fueran al colegio. Habló con ellos en otra habitación, así que no sé qué dijeron. Pero, cuando él entró en la habitación para recogerme, noté en su cara que estaba más enfadado que nunca. Con uno de esos accesos de furia suyos que podían prolongarse días antes de estallar.

Cuando se quedó callada, Lucas tuvo que preguntar:

– ¿Qué ocurrió?

Samantha contestó:

– Me agarró de la muñeca para levantarme de la camilla en la que estaba sentada y, aunque no me había pasado nunca antes, su contacto disparó una visión.

– ¿Qué viste?

– Vi que me mataba -contestó ella con sencillez.

– Dios mío.

Por primera vez, Samantha parecía mirar más allá de Lucas; tenía una mirada distante, casi desenfocada.

– Yo sabía que lo haría. Sabía que me pegaría hasta matarme. A no ser que huyera. Así que me escapé esa misma noche. Metí en una bolsa todo lo que podía llevar, robé unos cincuenta pavos del bolso de mi madre y me marché.

Parpadeó y de pronto estaba de nuevo allí, con la mirada fija en la cara de Lucas.

– Fue entonces cuando recibí mi primera lección acerca de cómo cambiar el porvenir. Porque no me mató. Lo que vi no llegó a suceder.

Lucas titubeó. Luego dijo:

– Tú sabes que no es tan sencillo. La visión era una advertencia de lo que ocurriría si no te ibas, si no te alejabas de esa situación. Era un futuro posible.

– Lo sé. Y durante los años siguientes aprendí que algunas cosas que veía no podían cambiarse. Incluso aprendí que a veces mi propia intervención parecía desencadenar lo que intentaba impedir, lo que una visión me había mostrado. -Esbozó una sonrisa torcida-. Al futuro no le gusta que lo veamos con demasiada claridad. Eso nos pondría las cosas demasiado fáciles.

– Sí, al universo no le gusta ponerse demasiado complaciente con nosotros.

Samantha exhaló un suspiro.

– A veces era como caminar por la cuerda floja, sobre todo esos primeros años. El único talento que tenía era… predecir el futuro. A veces intentaba cambiar lo que veía, y a veces me sentía casi paralizada, incapaz de actuar en absoluto.

– Eras muy joven -dijo Lucas.

– Ya te dije que yo no era joven ni cuando lo era. -Ella sacudió la cabeza y añadió con más energía-: Me dirigí al sur porque sabía que, si tenía que dormir en la calle, el clima era más suave. Y solía dormir en la calle. Decía la buenaventura por las esquinas a cambio de unos pavos. Un par de veces me detuvieron. Y al final me encontré con Leo y con la feria, y me uní a ellos.

– ¿Cuánto tiempo estuviste en la calle?

– Seis, siete meses. El tiempo suficiente para saber que así no se podía vivir. Como tú has dicho, la feria era una alternativa mucho mejor. -Le miró con fijeza-. Y, por si te lo preguntas, no espero tu compasión. Hay mucha gente con historias tristes a sus espaldas. Por lo menos la mía tuvo un final relativamente feliz.

– Sam…

– Sólo quería recordarte que no eres el único que sabe algo del dolor y del miedo. No lo eres, Luke. Pasó muchísimo tiempo antes de que pudiera dormir toda la noche de un tirón. Mucho tiempo antes de que dejara de esperar que ese hombre apareciera de pronto y volviera a hacerme daño. Mucho tiempo antes de que aprendiera a confiar en los demás.

– En mí confiaste -dijo él.

– Y sigo confiando. -Sin esperar respuesta, se levantó de la cama y empezó a retirar las mantas-. La ducha es toda tuya. Yo me voy a la cama. Parece que no entro en calor.

Lucas quería decir algo, pero no sabía qué. Ignoraba cómo salvar la distancia que los separaba y era consciente de que la culpa era suya. Sabía lo que Samantha quería de él, o al menos eso creía: sus provocaciones lo habían dejado claro.

Quería que le hablara de Bryan.

Pero ésa era una herida que seguía abierta e intocable, y Lucas rehuía pensar siquiera en ella.

Cogió lo que necesitaba de la bolsa que había llevado de su habitación y se dirigió a la ducha con la esperanza de que el agua caliente le ayudara a pensar.

No le cabía duda alguna de que, sin la presión y la insistencia de Samantha, no habría encontrado a Wyatt a tiempo. Ella había descubierto una forma, aunque fuera dolorosa, de obligarlo a traspasar sus muros, a revolverse, furioso, y, al hacerlo, a abrirse al miedo y al dolor que, por naturaleza, estaba diseñado para percibir.

Le perturbaba profundamente que la ira pareciera mejor modo de abrir la puerta a sus facultades que cualquier otra cosa que hubiera ensayado en años de esfuerzo continuado. Había creído, por lo que sabía de las capacidades parapsicológicas y de quienes las poseían, que, supuestamente, las suyas no funcionaban así.

Debería haber sido capaz de canalizar conscientemente, con calma, sus facultades, y de dirigirlas hacia un punto focal mucho antes de estar tan agotado y exhausto que el esfuerzo casi le dejara incapacitado.

Lo sabía.

Lo sabía desde hacía mucho tiempo.

Incluso sabía por qué no había sido capaz de lograrlo, aunque no fuera algo en lo que se detuviera a pensar muy a menudo.

Por más que quisiera encontrar a las víctimas de los crímenes que investigaba, por más que deseara encontrar a los que se hallaban perdidos, llenos de dolor y de pánico, había una parte de él que temía y hasta repudiaba lo que aquello le costaba.

Sentía lo que sentían ellos.

Y su terror, su agonía decretada por el destino, le arrastraba a un suplicio infernal que era al mismo tiempo un recuerdo imposible de soportar.

La habitación estaba en silencio y en penumbra cuando Lucas salió del cuarto de baño. Comprobó de nuevo la puerta, sólo para asegurarse, deslizó luego el arma bajo la almohada, junto a la de Samantha, y se tendió en ese lado de la cama. La lámpara de su lado emitía una luz tenue y la dejó así.

Estuvo tumbado junto a Samantha mucho tiempo, mirando el techo. Luego la sintió estremecerse y, sin vacilar, se volvió hacia ella y la estrechó entre sus brazos.

– Todavía tengo frío -murmuró ella sin resistirse.

Lucas la apretó un poco más, con el ceño fruncido; ella no tenía la piel fría, sino casi febril. Y de pronto se dio cuenta, inquieto, de que el gélido lugar en el que Samantha se adentraba para usar sus facultades, aquel lugar que una bestia había despertado con su violencia, era más atormentador, oscuro y obsesivo que cuanto él había experimentado.

Y, para ella, ineludible.

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