Capítulo 18

Pero no quiero pasar la noche en el hospital -dijo Samantha.

– Porque, naturalmente -repuso Lucas-, unos cuantos huesos de las manos rotos no son nada, ¿verdad?

Ella se miró con el ceño fruncido las manos, que, cubiertas con gruesos vendajes, descansaban sobre su regazo.

– Ya has oído al médico. En los humanos, los huesos de la mano pueden ser muy frágiles y romperse fácilmente. Pero acaban soldándose. Y voy a recuperarme. Así que no tengo por qué pasar la noche aquí.

Bishop dijo:

– Tómate la libertad de detenerla, Luke.

– No va a ir a ninguna parte -dijo Lucas-. Voy a quedarme aquí toda la noche para asegurarme de ello.

Samantha suspiró y abandonó sus protestas.

– Bueno, si no queda más remedio, al menos es una suerte que me hayan dado una habitación grande. Si Wyatt y Caitlin no se hubieran ido a llevar a Leo a la feria, habríais cabido todos. -Miró a la gente que rodeaba su cama y se dirigió a Bishop al decir-: Me preguntaba cuándo ibas a asomar la cara.

– Me pareció que ya era hora -respondió él con calma-. Tu secuestro no formaba precisamente parte del plan.

Galen, que estaba al otro lado de la cama, dijo:

– Y quizás así aprendas a no ser tan críptico la próxima vez. «Esperad una señal. Y no dejéis que os distraiga.» Santo cielo.

– La verdad -dijo Bishop- es que lo de la feria tampoco estaba previsto. La señal que os dijimos que esperarais no llegó a darse. Se suponía que sería una exhibición de fuegos artificiales en toda regla: un par de cajas de munición quemadas, suponíamos, para distraeros a todos mientras Gilbert escapaba.

Galen parpadeó y le dijo a Quentin:

– Podría habérnoslo dicho antes.

– Nunca lo hace -contestó Quentin.

– Si eso es lo que visteis Miranda y tú -dijo Samantha-, ¿por qué no sucedió?

– Lo vimos al principio. -Bishop sonrió y la sonrisa suavizó su bello rostro, pero intimidatorio-. Antes de que tú empezaras a cambiar el futuro que habías visto. Cuando eso sucedió, todo lo que nosotros habíamos visto ya no sirvió de nada.

– Eso también podrías habérnoslo dicho -refunfuñó Galen.

Lucas, que había escuchado en silencio, intervino para decir:

– ¿Y cuál era el plan, si no os importa que os lo pregunte?

– Bishop rompió una de sus normas -respondió Quentin-. Esa de que algunas cosas tienen que suceder como suceden. A mí me dejó perplejo.

Lucas miró a Samantha.

– Tu visión -dijo.

Ella asintió con la cabeza.

– Todo lo que te dije era cierto, pero no te lo conté todo -dijo-. Cuando Leo recibió el chantaje, los dos decidimos olvidar el asunto, no venir a Golden. No sabíamos qué estaba pasando, pero fuera lo que fuese nos daba mala espina. Luego, esa noche, cuando ya habíamos tomado la decisión de seguir adelante, tuve un sueño. Sólo que no era un sueño normal, era una visión. Y supe sin sombra de duda que había visto lo que sucedería si no iba a Golden.

– Fue entonces cuando me llamó -murmuró Bishop.

Lucas le lanzó una mirada y volvió a fijar los ojos en el rostro de Samantha.

– ¿Por qué? ¿Qué es lo que viste?

– Asesinatos. -Ella intentó refrenar un escalofrío-. Asesinatos que se sucedían durante años, cada vez más crueles. Hombres, mujeres… niños. Todos morían en esas horribles máquinas que él construía, y no sólo ellos, sino también otros.

– ¿Por qué no…? -Lucas se interrumpió y desdeñó lo que iba a decir con un gesto, añadiendo-: Da igual. Continúa.

– No sé qué hizo tomar a Gilbert ese camino, pero los asesinatos acabaron por destruir la poca humanidad que le quedaba. Había empezado, o empezaría, a matar por puro placer. Eso fue lo que me mostró la visión. -Suspiró-. Cuando me desperté, comprendí que solamente había… una pequeña oportunidad de detenerlo. Lo supe sin lugar a dudas. Había que detenerlo aquí, en Golden. Si salía de aquí libre, los asesinatos se sucederían durante años.

– ¿Qué más? -preguntó Lucas con firmeza.

– Díselo -dijo Bishop al ver que Samantha vacilaba-. No puede haber muchos secretos entre un grupo de videntes.

– Excepto los tuyos -masculló Galen en voz baja.

Ella suspiró de nuevo y le dijo a Lucas:

– En el sueño, en la visión, también le veía matarte. Ganaba su pequeño juego. Y el hecho de ganar no le detenía.

– Samantha no estaba dispuesta a permitir que nada de eso ocurriera -dijo Bishop-. Y nosotros tampoco. Así que decidimos intervenir, intentar cambiar lo que había visto.

– ¿Y me lo ocultasteis para minimizar interferencias? -preguntó Lucas, inexpresivo.

– A ti y a Jay. Estábamos razonablemente seguros de que cuanta menos gente supiera lo que intentábamos hacer, y menos gente intentara activamente cambiar lo que había visto Sam, tanto mejor. Más control tendríamos. Pero…

– Pero -prosiguió Samantha-, con el primer cambio, cuando la feria y yo llegamos a Golden, el futuro que yo había visto comenzó a transformarse. Y, excepto por un par de constantes, como mi convicción de que el único modo de salvarte era obligarte a utilizar tus capacidades de otro modo, y el juego demente de Gilbert, todo estaba en el aire. Lo único que podía hacer era seguir el plan y confiar en que estuviéramos haciendo lo correcto y no empeorando las cosas.

– Y lo único que podíamos hacer nosotros -añadió Bishop- era vigilaros a todos con la mayor discreción posible. Era evidente que Gilbert había hecho sus deberes y conocía bien la Unidad; lo último que queríamos era que supiera que Jay y tú no erais los únicos miembros del equipo que estaban aquí.

– Pero lo sabía -dijo Jaylene con sorna. Miró a Samantha-. Eso es lo que significaba la advertencia de Lindsay. «Él lo sabe.» Sabía lo de nuestros escoltas. Sabía que tendría que distraerlos para llegar hasta ti. Y para entonces estaba deseando ponerte las manos encima.

– ¿Por eso fue lo de las atracciones de la feria? -preguntó Quentin-. ¿Para alejarnos del pueblo?

– Bueno, funcionó -le recordó Jaylene-. Si os hubierais quedado en la casita que teníais alquilada, habríais visto claramente la parte de atrás del departamento del sheriff. Y a Brady le habría resultado mucho más difícil sacar a Sam del edificio sin que le vierais.

– Además, no tenía nada que perder intentando distraernos -continuó Bishop-. Dado que Sam estaba aparentemente a salvo en comisaría, era probable que estuvierais dispuestos a alejaros, aunque sólo fuera una hora. El tiempo que necesitaba Brady.

– Lo que no entiendo -dijo Samantha- es por qué Gilbert estaba matando el tiempo en su casa mientras su hijo me acechaba.

Bishop respondió:

– Creo que es porque no sabían cuándo se les presentaría la oportunidad de secuestrarte. La tumba estaba preparada y Brady Gilbert tenía órdenes: vigilar aquí y aprovechar la primera ocasión que viera.

– ¿No avisó a su padre en cuanto nos fuimos todos a la montaña? -preguntó Jaylene.

– Seguramente no se dio cuenta de lo que había pasado -contestó Bishop-. Le habían asignado una misión rutinaria, acompañar un entierro, y cuando regresó a comisaría, después de pasarse rápidamente por la feria para encender todas las atracciones y trucar los interruptores, se había ido casi todo el mundo. El sargento de guardia se limitó a decirle que otra partida de rastreo estaba buscando al asesino. Sin duda le alegró que su maniobra de distracción hubiera funcionado y que se le hubiera presentado la ocasión de llevarse a Samantha.

– Sólo cuando la llevaba abajo, a su coche patrulla, en el garaje, y pasó por la armería, se dio cuenta de que estaba prácticamente vacía. Eso debió hacer saltar sus alarmas.

– ¿Se sabe algo de él? -preguntó Lucas.

– No. Hemos difundido la orden de busca y captura, pero no me sorprendería que se quedara en las montañas, al menos una temporada. Pero le cogeremos. Tarde o temprano. Por si os sirve de algo, tengo el presentimiento de que puso la bombona de oxígeno en el ataúd en contra de la voluntad de su padre.

– Porque -dijo Samantha lentamente- matarme despacio no era lo que perseguían esta vez. Su propósito era asesinarme y torturar a Luke. Eso era lo que quería Gilbert.

Bishop asintió con la cabeza.

– También tengo el presentimiento de que, cuando hayamos revisado las pruebas que encontramos en casa de Gilbert y cojamos a Brady, descubriremos que su padre le utilizaba para reunir información y para ayudar a transportar la maquinaria, pero que el chico nunca mató a nadie, ni ayudó siquiera a transportar o a secuestrar a ninguna de las víctimas. Menos a Samantha.

– ¿Por qué no sospechaste de Gilbert? -le preguntó Lucas-. Supongo que habrás investigado mis casos anteriores desde que Sam se puso en contacto contigo, así que…

– Andrew Gilbert estaba presuntamente muerto -contestó Bishop-. Simuló su propia muerte con mucha destreza, hace casi cuatro años. Un incendio en uno de sus almacenes, un cuerpo de la estatura y el sexo adecuados encontrado con su reloj y su anillo de casado. Tendremos que contactar con las autoridades de allí y hacer exhumar el cuerpo para intentar identificarlo. Seguramente tendrá alguna relación con Andrew Gilbert. Si necesitaba un cuerpo, es probable que buscara cerca de casa. Posiblemente fue su primer asesinato.

– Ya entonces estaba poniendo su plan en marcha -dijo Quentin, sacudiendo la cabeza-. Las cosas que se propone la gente.

– Por cierto -dijo Jaylene-, yo tengo el propósito de cenar. Ahora que se ha acabado la bronca y que todos habéis salido a la luz, ¿quién quiere invitarme a un filete?

Era un intento evidente de sacarlos de la habitación de Samantha, y ésta agradeció el esfuerzo y le sonrió.

Jaylene dio el brazo a Quentin y Galen y dijo:

– ¿Vienes, jefe?

– Nos vemos en el ascensor.

– De acuerdo. Hasta mañana, Sam.

– Buenas noches.

Cuando se fueron, Bishop le dijo a Samantha:

– Lo que dije antes iba en serio.

– ¿Con turbante y todo?

El sonrió.

– Puede que algún día ese turbante nos sea útil como tapadera.

– ¿Y qué hay de la cuestión de la credibilidad?

– Creo que la Unidad tiene ya una reputación bastante sólida. Eres bienvenida, Samantha. Nos vendría muy bien otro vidente, sobre todo uno tan poderoso como tú. Piénsalo en serio.

– Lo haré.

– Además, podríamos ayudarte con los dolores de cabeza y las hemorragias. Técnicas de meditación, de biorretroalimentación… Esos métodos funcionan con nuestros agentes.

– También lo tendré en cuenta. Gracias, Bishop.

– Buenas noches a los dos. -Salió de la habitación.

Lucas se quedó mirándolo un momento mientras se alejaba; después se sentó al borde de la cama de Samantha y la miró.

– Formamos un buen equipo -dijo.

– Sólo porque te saco de quicio -repuso ella, pero sonrió.

– Únete al grupo, Sam. Te necesito.

– Pero no quieres necesitarme. Ésa es la cuestión.

– Hoy te encontré porque te necesitaba. Porque no podía concebir mi vida sin ti. Y te encontré porque tenías razón sobre mis facultades. Lo que la Unidad de Crímenes Especiales no ha podido poner al descubierto en cinco años, tú lo has desenterrado en menos de dos semanas.

– Es sólo un comienzo -dijo ella.

– Lo sé. Esto llevará tiempo. El que yo afronte el dolor que he llevado conmigo todos estos años, y lo nuestro. Tenemos muchas cosas que resolver, creo, muchas cosas que aclarar.

Samantha respiró hondo.

– Yo estoy dispuesta, si tú lo estás.

Lucas tomó suavemente sus manos vendadas y dijo con voz firme:

– Entonces quiero hablarte de mi hermano gemelo, Bryan, y del hombre que lo secuestró, lo torturó y lo asesinó cuando teníamos doce años.

De modo que Samantha se quedó allí sentada, en su cama del hospital, y escuchó el relato de la tragedia que había dado origen a la obsesión de Lucas por encontrar a las almas perdidas… y a sus facultades psíquicas para hacerlo. Y, mientras él hablaba despacio, dolorosamente, ella intuyó que empezaba a sanar.

Y comprendió que lo demás llegaría a su debido tiempo.

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