Empezaba a hacer frío. Wyatt no sabía si era porque el espacio que le rodeaba iba enfriándose o si ello se debía a un puro y gélido terror.
Ese terror existía, sin duda. Había superado hacía mucho tiempo el punto en que se había sentido capaz de sofocarlo o desoírlo.
Tenía las muñecas desolladas y el cuerpo dolorido de intentar liberarse de la guillotina, y seguía tan bien atado a ella como horas antes.
Como tantas horas antes.
Sólo quedaba media hora. Veintinueve minutos y treinta y tantos segundos por pasar.
Dios.
No era tiempo suficiente. Tiempo suficiente para reconciliarse con la muerte. Tiempo suficiente para hacer las paces consigo mismo, para pensar en sus culpas y sus arrepentimientos. Tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que podría haber sido y no fue y en las posibilidades perdidas. Todo había acabado.
Todo había, sencillamente, acabado.
Y no había una sola cosa que él pudiera hacer al respecto.
Con esa convicción, con esa certeza, Wyatt aceptó lo que iba a sucederle. Por primera vez se relajó, su cuerpo se aflojó y su mente quedó curiosamente en calma, casi en paz. Oyó su propia voz hablando en voz alta y le hizo cierta gracia su tono relajado.
– Siempre me he preguntado cómo afrontaría la muerte. Ahora lo sé. No con un puñetazo o un gemido, sino con simple… resignación. -Suspiró-. Lo siento, Lindsay. Seguramente te habría defraudado, ¿verdad? Apuesto a que tú no te resignaste en ningún momento. Apuesto a que luchaste hasta tu último aliento, ¿no es verdad, nena? Sé que no querías morir. Sé que no querías dejarme.
«Ya vienen.»
Wyatt parpadeó y miró la cuchilla suspendida sobre él. Habría jurado oír su voz, aunque no estaba seguro de si había sido dentro de su cabeza o fuera.
– Supongo que un hombre a punto de morir oye lo que quiere oír.
«Idiota. Ya vienen. Sólo unos minutos más.»
Él frunció el ceño ligeramente y dijo:
– No creo que mi propia imaginación me llamara idiota. Aunque…
«Aguanta.»
– ¿Lindsay? ¿Eres tú?
Silencio.
– Ya me parecía que no. Yo no creo en fantasmas. Me parece que ni siquiera creo en el cielo, aunque sería bonito creer que me estás esperando en alguna parte, más allá de esta vida.
«No seas cursi.»
Wyatt se descubrió sonriendo.
– Ésa sí que parece mi Lindsay. ¿Has venido a hacerme compañía en mis últimos momentos, nena?
«Tú no vas a morir. Ahora, no.»
Wyatt dedujo que posiblemente sufría una forma apaciguada de histeria, en lugar de la calma que creía, y dijo:
– Quedan veinte minutos en el reloj, nena. Y no oigo a la caballería.
Tampoco volvió a oír la voz de Lindsay, aunque intentó aguzar el oído. Y tenía esperanzas de volver a oírla. Porque había, pensó, cosas mucho peores que llevarse a la tumba que la voz de la mujer a la que uno amaba.
Lucas sorprendió a Caitlin al detenerse bruscamente. Ella se apoyó en un roble, procuró recuperar el control sobre su aliento entrecortado y miró a la pareja que se había detenido un par de metros por delante de ella. Sentía las piernas como si fueran de goma, notaba una punzada en el costado y no recordaba haber estado nunca tan cansada.
Habían llegado por fin a lo alto del risco que habían tardado más de dos horas en escalar y, desde aquella posición, podían ver un claro casi llano más allá del cual la montaña comenzaba a subir abruptamente de nuevo.
– ¿Luke? ¿Qué ocurre? -Samantha parecía extrañamente serena y en absoluto fatigada.
– Ya no tiene miedo.
Samantha lo miró arrugando el ceño.
– Pero ¿todavía puedes sentirlo?
– Sí. Pero está tranquilo. Ya no tiene miedo.
Glen miró su reloj y dijo con desesperación:
– Nos quedan menos de quince minutos. ¿Dónde está?
Lucas volvió la cabeza y miró un momento al ayudante del sheriff con el ceño fruncido; después echó a andar más aprisa.
– Por allí. La mina.
– ¿Hay una mina ahí arriba? -Glen parecía sorprendido, pero acompañó su pregunta diciendo con fastidio-: Dios mío, me había olvidado por completo de la vieja mina del arroyo de Six Point. La cerraron cuando mi abuelo era un niño.
Caitlin, que de algún modo logró reunir fuerzas para seguirles el paso, estaba a punto de preguntar dónde estaba el arroyo cuando casi se cayó en él. Mascullando en voz baja, siguió a los otros, que cruzaron el riachuelo poco profundo, de unos seis metros de ancho, saltando de piedra en piedra.
La entrada a la mina estaba casi oculta tras lo que parecía una espesa mata de madreselvas, y Caitlin sólo pudo pensar en que allí dentro todo tenía que estar muy, muy oscuro.
Glen se detuvo el tiempo justo para quitarse la mochila que había sacado del todoterreno y repartirles rápidamente grandes linternas policiales. Hizo ademán de sacar su arma, pero Lucas dijo con firmeza:
– Ahí dentro sólo está Wyatt. Por lo menos…
Glen titubeó con una mano en el arma:
– ¿Por lo menos qué? ¿Hay trampas? -preguntó.
Lucas pareció aguzar el oído y, al cabo de un momento, encendió su linterna y apartó la maraña de enredaderas para entrar en la mina.
– No. No hay trampas. Vamos.
El pozo estaba casi por completo despejado de escombros y ascendía ligeramente hacia el interior de la montaña. Había sitio de sobra para que todos se movieran con libertad. Avanzaron veinte o treinta metros en línea recta; después, el pozo viraba bruscamente hacia la derecha y se ensanchaba considerablemente para formar una suerte de caverna.
Vieron entonces la luz brillante y desabrida, enfocada hacia la guillotina mortífera y fantasmal y su cautivo.
Impulsados por su instinto policial, Glen y Lucas echaron a correr. Caitlin apoyó una mano en la pared húmeda. Se sentía desfallecida de alegría porque aquella hoja brillante siguiera aún suspendida sobre Wyatt. Aun así, le pareció que no respiraba con normalidad hasta que se aseguró de que Glen había agarrado el cable, de modo que la cuchilla siguiera alzada mientras Lucas deshacía las ataduras que mantenían prisionero al sheriff.
Miró entonces a un lado y vio que Samantha también se había detenido un momento. Había luz suficiente para que viera que se llevaba un instante la mano temblorosa a la cara. Después, Samantha se adelantó y dijo con calma:
– ¿Puedo ayudar?
Lucas estaba aflojando el bloque de madera que sujetaba el cuello de Wyatt a la mesa.
– Creo que ya lo tengo -dijo-. Wyatt…
El sheriff se incorporó sin perder un instante, apartándose del peligro. Se deslizó hasta el borde de la mesa y se sentó. Estaba pálido y macilento, pero su rostro reflejaba también una extraña paz.
– Ha llegado la caballería -dijo con sólo un ligero temblor en la voz-. ¿Qué os parece?
Volvió entonces la cabeza y todos siguieron su mirada en dirección al reloj digital que proseguía implacablemente su cuenta atrás. Nadie dijo una palabra mientras pasaban los dos últimos minutos… y Glen se descubrió de pronto sujetando el peso de la gruesa cuchilla de acero cuando un suave chasquido anunció que el cable se había soltado. Hizo descender cuidadosamente la cuchilla, hasta que ésta descansó sobre la hendidura manchada de sangre de la mesa.
– Joder -dijo Wyatt con voz llena de asombro-. Creía que era hombre muerto.
– Y casi lo eras -dijo Lucas. Se acercó a observar el reloj, que estaba sujeto a una barra metálica que colgaba de la lámpara-. Y ese cabrón quería que lo supieras, ¿no?
– Jamás volveré a mirar un reloj con los mismos ojos. -Wyatt frunció ligeramente el ceño cuando Samantha y Caitlin entraron en el círculo de luz brillante-. Hola. ¿Dónde demonios estamos, por cierto?
– En la mina del arroyo de Six Point -le dijo Glen, que parecía considerablemente aliviado-. Y, si me perdonáis, tengo que salir de aquí para avisar por radio a los otros equipos. Si es que ahí fuera hay señal, claro. -Se alejó rápidamente.
Wyatt, que seguía mirando a las dos mujeres, dijo:
– ¿Qué hacéis vosotras aquí?
Lucas respondió inmediatamente:
– Si no hubiera sido por ellas, no te habríamos encontrado a tiempo.
– ¿Sí? ¿Os ha hablado Lindsay a alguna de las dos?
Todos le miraron con sorpresa, pero fue Caitlin quien dijo con cierta vacilación:
– Me habló a mí. O algo parecido. Me dejó una nota.
– Que nos indicó en esta dirección -añadió Samantha-. Después, ha sido Luke quien nos ha traído hasta aquí, al conectar con usted.
Wyatt dio un ligero respingo y le dijo a Lucas con cierta sorna:
– Yo no diré nada si tú haces lo mismo.
– Trato hecho -contestó Lucas inmediatamente.
– ¿Le ha hablado Lindsay, sheriff? -preguntó Samantha.
– ¿Sabéis?, creo que sí -contestó el sheriff, sorprendiéndolos a todos-. Puede que fuera mi imaginación, claro, pero estoy casi seguro de que no. Me dijo que estabais a punto de llegar.
Samantha quiso preguntarle si por eso había dejado de sentir miedo, pero no lo hizo. Lo que Wyatt Metcalf hubiera sentido allí, en aquella mina oscura y solitaria, con un reloj que marcaba el tiempo que restaba y una hoja de acero dispuesta para acabar con su vida, sólo era asunto suyo.
– Será de noche cuando lleguemos al coche -dijo-. Luke, sé que querrás inspeccionar esto…
– Eso puede esperar -respondió él-. Mandaremos a un par de ayudantes para que vigilen la mina esta noche y volveremos a primera hora de la mañana con un equipo forense. Aunque no espero que encuentren nada útil. Supongo que no viste a ese canalla, Wyatt.
– Ni siquiera le oí. Que yo sepa, cuando me desperté este sitio estaba desierto. Sólo estaba yo.
– Ha sido muy cuidadoso -comentó Samantha-. Con Lindsay habló. Y también con la mayoría de las otras víctimas, ¿verdad?
– No lo sabemos con certeza -contestó Lucas-. Sólo la primera sobrevivió para contarlo.
– No puedes estar seguro oficialmente, pero lo sabes, ¿no?
Él la miró un momento y por fin dijo:
– Sí, estoy casi seguro de que habló con todos ellos, al menos hasta cierto punto.
– Y luego les dejó para que murieran solos.
Lucas asintió con la cabeza.
Samantha miró al sheriff y dijo lentamente:
– Me pregunto por qué en su caso ha sido distinto. Puede que sea porque… ¿porque le habría reconocido? ¿Incluso por la voz?
– Es una posibilidad, desde luego -dijo Lucas-. Un cambio de modus operandi a estas alturas tiene que significar algo.
– ¿No podemos hablar de eso cuando hayamos salido de esta montaña? -preguntó Wyatt-. Necesito aire fresco… y quizá también una ducha caliente. Y una taza de café. Y un buen filete.
Nadie estaba dispuesto a discutir con él. Dejaron la caverna tal y como estaba, iluminada por aquella luz deslumbrante, y usaron las linternas para alumbrar el camino de vuelta a la boca de la mina. Al llegar a ella, encontraron a Glen a punto de entrar. Había conseguido contactar con uno de los equipos de rastreo, de modo que ya había empezado a correrse la voz de que el sheriff Metcalf había sido encontrado vivo y se hallaba a salvo.
– Nos encontraremos con los demás en jefatura -dijo.
– Muy bien -contestó Wyatt-. Voto porque nos vayamos de aquí pitando. Estoy harto de este sitio.
Desde su observatorio, próximo al departamento del sheriff, vio que los equipos de búsqueda comenzaban a regresar y comprendió al instante que algo había salido mal. Algunos policías sonreían y todos ellos parecían mucho menos preocupados de lo que habrían estado si la búsqueda hubiera resultado infructuosa o hubieran hallado el cadáver del sheriff.
Comprobó su reloj y masculló una maldición en voz baja. Después, se dispuso a esperar.
Había transcurrido casi una hora cuando llegó el último equipo de búsqueda. A la luz inclemente del aparcamiento de la jefatura, les vio salir de un voluminoso todoterreno mientras los periodistas les gritaban preguntas y los flashes brillaban. Y vio también al sheriff, que obviamente se había tomado el tiempo necesario para ducharse y cambiarse de ropa después de su calvario.
Wyatt Metcalf estaba vivo.
Vivo.
El equipo de rastreo que había encontrado al sheriff desapareció rápidamente en el interior del edificio sin detenerse a contestar preguntas, al igual que Metcalf, después de hacer un mal chiste acerca de que las noticias acerca de su muerte eran tremendamente exageradas.
Mientras observaba, con los dientes apretados sin darse cuenta, supo todo lo que tenía que saber. Aquella jugada, al menos, la habían ganado los otros.
Luke.
Caitlin Graham.
Y Samantha Burke.
Descontó automáticamente al ayudante del sheriff, consciente de que no suponía ninguna amenaza. Pero los demás…
¿Qué papel había desempeñado Caitlin Graham en todo aquello? Le molestaba no saberlo, no haber previsto su aparición en Golden. No haber sabido siquiera que Lindsay Graham tenía una hermana.
Eso pasaba por cambiar de planes, era consciente de ello, aunque en su momento no había visto otra alternativa.
No tenía planeado llevarse a Lindsay Graham y, casi desde el momento en que la había secuestrado, había tenido la sensación de que las cosas iban… mal. Tenía la idea inquietante de que, desde el instante en que había decidido no secuestrar a Carrie Vaughn (principalmente porque le había irritado y sorprendido que la vidente de feria no sólo hubiera descubierto cuál era su objetivo y hubiera avisado a la mujer, sino que además se las hubiera ingeniado, tras aquella sorpresa, para convencer de algún modo al sheriff de que vigilara a Vaughn), su control sobre los acontecimientos se había difuminado, aunque fuera solamente un poco.
No esperaba, ciertamente, que el sheriff prestara oídos a Samantha, fuera lo que fuese lo que ésta le dijera. Metcalf era un policía tenaz que no tenía paciencia para videntes de feria; todo en su pasado y en su trayectoria profesional así lo indicaba, del mismo modo que los tratos anteriores de Samantha Burke con la policía indicaban tanto su falta de credibilidad a ojos de los agentes de las fuerzas del orden, como su reticencia a involucrarse en todo lo que escapara a su vida cotidiana en la feria.
Sólo una vez había tomado parte activa en una investigación, tres años antes, y el desastroso final (tanto de la investigación como de su efímera y turbulenta relación con Luke Jordan) la había hecho huir y buscar refugio de nuevo en la feria «Después del anochecer».
Samantha le había parecido una herramienta práctica, no porque creyera que podía ver el futuro, sino por el torbellino de sentimientos que sin duda provocaría en Luke, y por la tormenta mediática que atraería sobre la investigación. Por eso la había conducido hasta allí, dispuesto a utilizarla con esos fines. Para desequilibrar a Luke y distraerle del caso.
Era, había pensado, un paso necesario, una vez establecido el juego allí, en Golden. No disponía ya de la ventaja de moverse constantemente, forzando a Luke a seguirlo. Así que necesitaba la presencia de Samantha para mantener a su oponente algo distraído y descentrado.
Para aumentar las probabilidades a su favor.
El comportamiento de Samantha, sin embargo, le había sorprendido desde el principio. En lugar de distraer a Luke o de desconcertarle con su inesperada presencia de amante abandonada, aquella mujer parecía haberse introducido sutilmente tanto en la investigación como en la cama de Luke.
Aquello escapaba a su comprensión. Entendía cómo el dolor y el miedo podían (a falta de una expresión mejor) hacer oír su voz a cualquiera con el talante adecuado para escucharla: la simple energía electromagnética de las emociones y los pensamientos que habitaba en el aire, a su alrededor, tenía perfecto sentido para él. Era una facultad que comprendía, no tanto paranormal como resultado de la afinación de unos sentidos por lo demás corrientes.
Incluso comprendía, porque se había empeñado en ello, cómo y por qué a Luke le resultaba difícil controlar, y más aún dominar, sus facultades. Y por qué éstas le agotaban físicamente, hasta dejarlo exhausto.
Aquello era lo que él había querido: un hombre impulsado más allá de sus límites y vaciado de todo, salvo del recuerdo del dolor y del sufrimiento de las víctimas a las que no había podido encontrar a tiempo, y de la insoportable convicción de que había fracasado.
Un hombre roto.
Un hombre que comprendiera, al fin, por qué había sido juzgado y estaba recibiendo un castigo.
Pero el hombre al que había visto entrar en el departamento del sheriff tras una búsqueda coronada triunfalmente por el rescate de Wyatt Metcalf no parecía en absoluto exhausto, ni mucho menos roto.
Mucho tiempo después de que el reducido equipo de rescate desapareciera de su vista, él seguía aún en su puesto. Hasta los periodistas se habían dispersado cuando metió la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y sacó una bolsa de plástico que contenía un sobre. Dentro del sobre estaba la nota que le había escrito a Luke diciéndole dónde podía encontrar el cadáver del sheriff.
Sacó el sobre de la bolsa y lo rompió metódicamente, saña, en pedacitos.
– ¿Crees haber ganado, Luke? -masculló-. Pues espera. Espera y verás.
– He pedido que un agente vaya a hablar con la primera víctima del secuestrador -dijo Lucas-. Pero no espero conseguir gran cosa, aparte de su declaración original. Nos dijo lo que sabía y luego nos pidió que la dejáramos en paz. Lógicamente, en el último año y medio ha intentado pasar desapercibida, y dudo mucho que esté dispuesta a venir aquí para hablar con nosotros.
– No, estando él aquí -murmuró Samantha-. Y quién puede reprochárselo.
Lucas asintió con la cabeza, pero no la miró, y Caitlin se preguntó por el significado de la sonrisa torcida de Samantha. Llegó a la conclusión de que aquellos dos tenían una relación extraña. Habían formado un equipo extremadamente sólido durante la búsqueda de Wyatt, y ahora, pensó, parecían separados por una distancia mucho mayor que la de la mesa de reuniones.
– No sé si podrá decirnos algo que no sepamos ya -prosiguió Lucas-, pero es la única a la que dejó ir ilesa.
– Y yo soy el único al que ha perdido… de momento -dijo Wyatt. Arrugó el ceño y miró a Samantha-. ¿De veras cree que el hecho de que no me hablara podría significar algo? -Estaba haciendo un esfuerzo decidido por fingir, al menos, que había salido indemne de aquel suplicio, y todo el mundo le seguía la corriente… cosa que él agradecía.
Samantha se encogió de hombros.
– Me sorprendió, eso es todo. Al parecer ha elegido Golden como su última parada, y está claro que conoce la zona. Eso significa que ha tenido que pasar mucho tiempo por aquí. Si no le habló, puede que fuera porque temía que reconociera su voz.
– Pero me daba por muerto.
– Sí, pero a pesar de su confianza en sí mismo, sin duda sabía que cabía al menos la posibilidad de que le encontráramos a tiempo. Y si algo sabemos de él, es que es muy precavido.
– Llevo aquí toda la vida -le dijo Wyatt- y he conocido a mucha gente. Hablo con muchas personas. Vecinos, turistas, gente que está de paso. Si no podemos estrechar un poco el margen, es imposible que descubra quién es.
– Es algo que debemos tener en cuenta -dijo Lucas-, pero, como tú dices, no hay modo de estrechar el margen, así que de momento esa posibilidad no resulta muy útil. Lo que me sorprende es cómo consigue entrar y salir de esos sitios tan apartados, llevando la maquinaria o las piezas para construirla, sin dejar ningún rastro.
– Puede que tenga alas -gruñó Wyatt, medio en serio.
Jaylene intervino para decir:
– O un todoterreno impresionante. Y un coche tan grande y potente llamaría la atención incluso en estas montañas.
– No vi ninguna huella junto a la boca de la mina -le dijo Lucas-. Puede que mañana por la mañana encontremos algo, pero si pasa lo mismo que en los demás lugares del crimen… -Sacudió la cabeza y añadió-: ¿Y por qué no estaban las minas en nuestra lista de búsqueda? Sobre todo, después de que encontráramos a Lindsay en una de ellas.
Wyatt se encogió de hombros.
– Seguramente porque no están marcadas en nuestros mapas. Hace décadas que no aparecen. Prácticamente todas las minas abandonadas del condado llevan cerradas tanto tiempo que la mayoría de la gente se ha olvidado de ellas.
»El caso es que la gente ha excavado estas montañas durante generaciones. Oro, esmeraldas, todo lo que haya o lo que hubiera. Allá arriba hay montones de minas que las compañías cerraron cuando se agotaron las vetas. Y eso sin contar las que abrieron los aficionados, ni las cavernas naturales. Además de sótanos abandonados y otros refugios excavados en el granito durante los últimos dos siglos y que luego fueron abandonados. Gran parte de este condado es ahora territorio federal, pero no siempre lo fue.
– En otras palabras -dijo Lucas con severidad-, tenemos una montaña llena de incontables lugares donde retener a un rehén.
Wyatt levantó ligeramente las cejas.
– Deduzco que esperas que haya otro secuestro.
– Hay que darlo por descontado, hasta que le echemos el guante a ese tipo.
El sheriff suspiró.
– Estupendo. En fin, lo que has dicho lo resume muy bien. Mucho terreno y pocas formas de limitar la lista de sitios donde buscar. Quizá pudiéramos averiguar a quién pertenecen varías fincas muy apartadas, pero no hay nada que indique que ese tipo esté relacionado con ellas legalmente. Por lo que hemos visto hasta ahora, parece que está aprovechando lugares que nadie usa desde hace tantos años que casi todos hemos olvidado que estaban ahí y que servían para algo.
– Lo cual -dijo Caitlin- es otro punto a favor de lo que ha dicho Sam. Que lleva aquí tiempo suficiente para conocer muy bien la zona.
Wyatt arrugó muy ligeramente el ceño mientras la miraba.
– No es que me queje, pero ¿estás segura de que quieres seguir implicada en esto?
Algo avergonzada, ella se encogió de hombros.
– Lo preferiría. Quiero decir, si no te importa. No sé si puedo ayudar en algo, pero prefiero esto a pasarme las horas muertas sola en la habitación del motel.
Jaylene tomó la palabra de nuevo para decir:
– En mi opinión, nos viene bien toda la ayuda que podamos reunir. Pero voto porque empecemos desde cero mañana por la mañana. Ha sido un día muy largo.
– Estoy de acuerdo -dijo Wyatt-. No es que piense irme a casa esta noche, pero el sofá de mi despacho es muy cómodo, y no será la primera vez que duerma en él.
Ninguno de los demás cuestionó sus motivos. Sencillamente, aceptaron que un hombre que unas pocas horas antes se había enfrentado a su propia muerte no quisiera regresar a un apartamento vacío para dormir solo. Mejor allí, con gente alrededor y con el pulso de la vida fluyendo toda la noche.
Tras lanzar una rápida mirada a su compañero, Jaylene le dijo a Caitlin:
– Te llevo al motel. Quizá podamos parar por el camino y cenar en alguna parte.
Caitlin asintió con la cabeza y le dijo a Lucas:
– ¿Todavía he de seguir con vigilancia?
Él asintió inmediatamente.
– Creo que así debe ser, Caitlin. Si ese tipo está alerta, ahora sabe que estás implicada en la investigación.
Ella dijo sin inmutarse:
– ¿Crees que nos ha estado vigilando? ¿Hoy?
– Me sorprendería que no estuviera por aquí cerca cuando regresaron los equipos de rescate. Habrá querido cerciorarse por sí mismo del éxito de su jugada.
– Pero, aun así, ¿por qué iba a interesarse por mí? -preguntó ella.
Samantha dijo:
– Apuesto a que para él eres un factor desconocido, y eso tiene que ponerle nervioso. Esperaba que la policía y los federales se hicieran cargo de la búsqueda, y a mí ya me conocía, pero a ti… No sólo eres una civil, sino la hermana de una víctima anterior, así que ¿qué hacías con un equipo de búsqueda?
– Tiene que preguntárselo -convino Lucas-. Y con una mente tan retorcida como la suya, las dudas podrían hacerle aún más peligroso. Así que creo que es mejor prevenir que lamentarse, ¿tú no?
Caitlin suspiró.
– Sí. Sí, gracias.
– Si prefieres alojarte en otro sitio…
Ella sacudió la cabeza y se levantó al mismo tiempo que Jaylene.
– No, el motel está bien. Y puede que Lindsay vuelva a ponerse en contacto conmigo. -Miró a Wyatt y sonrió-. O puede que haya invertido todo su ectoplasma o lo que sea para ayudar a salvarte el pellejo.
– Haré cuanto pueda para que no haya sido en vano -contestó Wyatt, muy serio.
– Era una broma. Lindsay era demasiado lista y terca como para perder el tiempo, créeme. -Sin aguardar respuesta, levantó una mano en señal de despedida y salió de la sala acompañada por Jaylene.
– ¿De veras crees que podría estar en peligro? -le preguntó Wyatt a Lucas.
– Sí, de veras. El hecho de haberte sacado con vida de una de sus máquinas de matar acaba de subir las apuestas. No creo que el secuestrador espere mucho tiempo para hacer su siguiente movimiento. Si mantenemos vigilada a Caitlin, al menos le haremos notar que sabemos que sigue ahí fuera, y que sigue siendo un peligro.
Wyatt no cuestionó la respuesta de Lucas. Se limitó a asentir con la cabeza y dijo:
– Voy a reasignar agentes para su vigilancia. Y a mandar a uno de mis hombres a por algo de comer. Ese filete que mencioné antes. ¿Vosotros queréis algo?
– Yo tengo que volver a la feria -dijo Samantha.
Lucas la miró un momento; luego le dijo al sheriff:
– Tomaremos algo por el camino. Pero gracias.
– Está bien. Nos vemos por la mañana. -Wyatt se detuvo en la puerta y los miró con el ceño fruncido-. ¿Os he dado las gracias, por cierto?
– A su modo -murmuró Samantha.
Él le sonrió por primera vez y dijo con firmeza:
– Gracias por llegar a tiempo. A los dos.
– No hay de qué -repuso Lucas.
Cuando estuvieron solos en la sala, Samantha no esperó a que el silencio se prolongara, como sospechaba que ocurriría.
– ¿Hablamos de esto o piensas retirarme la palabra para siempre?
– No hay nada de que hablar, Sam.
– Perdona, pero no me basta con eso. Esta vez, no.
Él se volvió en la silla para mirarla. La longitud de la mesa era entre ellos algo más que un espacio simbólico.
– Ha sido un día muy largo y los dos estamos cansados. Espero que no pienses trabajar esta noche en la feria.
Ella dijo con deliberación:
– Si tengo que elegir entre leerle el futuro a extraños o pasar en esa habitación de motel las próximas doce horas con tu enfado interponiéndose entre nosotros, me quedo con la feria.
– No estoy enfadado.
– No, estás furioso. Volví a acercarme demasiado, esta vez emocionalmente. Háblame de Bryan, Luke.
El se levantó con expresión hermética.
– Deberíamos parar por el camino para comer algo. Hace horas que no tomas nada.
– Tú tampoco. -Samantha se levantó, consciente de un cansancio y un dolor difuso que no quería reconocer. Salió tras Lucas de la habitación y ni siquiera los torpes intentos de algunos agentes por darle las gracias al atravesar el edificio lograron arrancarle más que una sonrisa fugaz.
Sabía desde el principio que tendría que pagar un alto precio por aquello. Bishop había intentado avisarla.
«Lleva demasiado tiempo obsesionado, Samantha, y no te dará las gracias por intentar desenterrar eso.»
Aquello era quedarse corto, pensaba ahora. Cuando todo aquello acabara, tal vez Luke hubiera llegado a odiarla.
A pesar de su determinación, no sabía cómo enfrentarse a esa posibilidad. No podía dejar de presionarle mucho tiempo; ése era el plan desde el principio. Pese a lo que le ocurriera a ella, a su relación con él, estaba convencida de que era la única forma de acceder al sufrimiento íntimo que impulsaba a Luke.
Y de que ése era el único modo de salvarle.
El teléfono móvil que llevaba en el bolsillo del chaleco vibró y Galen contestó sin apartarse los prismáticos de los ojos.
– Sí.
– ¿Qué está pasando? -preguntó Bishop.
– No mucho, de momento. Se pararon en un asador a cenar y ahora están en la feria. En la caseta de Sam. Ella debe de estar preparándose aún. Se está formando una cola, pero Ellis no ha dejado pasar a nadie todavía.
– Acabo de llamar a Quentin pero no he podido hablar con él. ¿Dónde está?
– Jugando a los exploradores. Consiguió echar un vistazo a la mina antes de que llegaran los ayudantes del sheriff a los que Luke encargó que la vigilaran. Está intentando encontrar pistas y averiguar cómo metió allí ese bastardo su juguete. -Galen cambió de postura ligeramente y añadió-: No me extraña que no hayas podido contactar con él por el móvil. El terreno es muy agreste.
– Y estará muy oscuro, con sólo un cuarto de luna. ¿Qué cree Quentin que puede encontrar?
– Tendrías que preguntárselo a él. Lo único que me dijo fue que notaba un cosquilleo en su sentido de arácnido. -En otra época, Galen habría empleado sardónicamente aquella frase, pero formaba parte del equipo desde hacía demasiado tiempo como para no haber aprendido que, pese a la terminología propia de un cómic, los agudos sentidos de algunos miembros de la Unidad de Crímenes Especiales eran precisos y a menudo sorprendentemente premonitorios.
– Si tienes noticias suyas, avísame. Y más aún si no las tienes. No quiero que paséis mucho tiempo solos o fuera de contacto.
– Entendido. Llamará para informar en cualquier momento.
– ¿Qué tal está Luke?
– A juzgar por lo que vi, Sam se las arregló para hacer que se enfadara y encontrara al sheriff Metcalf. Pero parecen los dos un poco cansados. Es difícil decir si su plan está funcionando tan bien como ella esperaba, pero, sea lo que sea lo que esté consiguiendo, es evidente que supone un gran esfuerzo para ambos.
– ¿Y va a trabajar esta noche?
– Eso parece. No sé qué está pasando entre Luke y ella, pero creo que Samantha está convencida de que el asesino visita con frecuencia la feria. Y puede que tenga razón. A ese tipo le gustan los juegos.
Bishop se quedó callado un momento. Luego dijo:
– ¿Sigues vigilando a Jaylene cuando se queda sola?
– Claro. Ahora mismo está con Caitlin Graham, así que los ayudantes del sheriff las están vigilando a ambas. En cuanto vuelva Quentin, se quedará en mi puesto y yo me aseguraré de que Jay esté cubierta. -Hizo una pausa mientras sus prismáticos barrían lentamente los terrenos de la feria; después volvieron a fijarse en la caseta de Madame Zarina.
– Te vio, ¿sabes?
– ¿Quién? ¿Jay? -Galen se echó a reír-. Debo de estar perdiendo facultades.
– Eso le dije yo.
– No se habrá enfadado porque la estemos vigilando, ¿verdad?
– No. Sabe que cualquier persona cercana a Luke es un objetivo potencial. El asesino ha secuestrado ya a dos policías. Dudo que vacilara en secuestrar a un agente federal.
– No, en mi opinión ese tipo tiene huevos suficientes para hacer casi cualquier cosa. Y apuesto a que ahora mismo está muy cabreado.
– Me uno a la apuesta -dijo Bishop-. La pregunta es cuál será su siguiente movimiento.