– ¿Sabías que sería Metcalf? -preguntó Lucas casi dos horas después, cuando se hallaban reunidos de nuevo en la sala.
Samantha negó con la cabeza.
– Si lo hubiera sabido, te lo habría dicho.
– ¿Qué sabías? -La voz de Lucas era plana, dura.
– Sabía que habría otro secuestro. Pero eso también lo sabías tú; no tenía que decírtelo.
– ¿Qué más?
– Repito que lo mismo que tú. Que el objeto de este juego tan retorcido es que los buenos encuentren a la víctima antes de que se le agote el tiempo. -Pensativa de pronto, añadió-: Aunque, en este caso, no ha marcado un plazo, ¿no? No ha pedido rescate.
– Entonces, ¿cuánto tiempo tenemos?
Ella lo miró levantando las cejas.
– ¿Se supone que debo saberlo?
– ¿Lo sabes?
Samantha miró a Jaylene, que guardaba silencio; volvió luego a fijar la mirada en Lucas y dijo con premeditación:
– ¿Eres así con todas, Luke, o sólo conmigo? Porque, como ésta es nuestra segunda vez, tengo mis dudas.
Él arrugó aún más el ceño.
– ¿De qué estás hablando?
– Ya me acerqué una vez. Demasiado, por lo visto. Y, lo mismo que ahora, te pasaste la mañana acribillándome a preguntas sobre lo que sabía y lo que no. -Hizo una pausa y añadió con frialdad-: La última vez me dolió mucho. Esta vez, sólo me fastidia.
– Sam…
– No tengo por qué estar aquí, Luke. No tengo por qué involucrarme en esta investigación. De hecho, sé que estaría mucho más segura y que desde luego tendría menos problemas si volviera a la feria, hiciera las maletas y le pidiera a Leo que nos marcháramos de aquí unos días antes; si volviera a ocuparme de mis asuntos. Estoy aquí porque tenía la impresión de que podía echar una mano. Así que, ¿por qué demonios iba a mentirte?
– Por lo que pasó la última vez -replicó él.
Jaylene, que escuchaba y observaba con calma, era muy consciente de que unos minutos preciosos iban pasando. Pero aún más consciente era de la necesidad vital de que Samantha y Lucas alcanzaran una suerte de entendimiento. Enfrentados el uno al otro (pensó), ambos estaban, en el mejor de los casos, incompletos. De modo que siguió observando, y escuchó, y no dijo nada.
– Ah, ya veo. -Samantha sacudió la cabeza con una sonrisa leve y amarga-. Es venganza lo que busco. ¿No es eso? ¿De veras crees que me quedaría de brazos cruzados y permitiría que muriera gente inocente sólo porque hace tres años me dejaste? Porque, si es así, Luke, es que nunca me has conocido.
– Yo no… -Él se detuvo y dijo luego con voz firme-: No, no es eso lo que creo. Lo que creo es que nos estás ocultando algo, Sam. La visión que te trajo aquí…
– No te ayudaría a encontrar a Metcalf ni al asesino aunque te la contara con todo detalle. Y ya he dicho que no pienso contarte nada más de esa visión. Tengo mis motivos. Tendrás que creer, o confiar en que esos motivos son buenos. -Le sostuvo fijamente la mirada-. Antes no confiabas en mí. Quizá por eso se fue todo al infierno, o puede que no tuviera nada que ver. En todo caso, esta vez es un poco distinto. Así que tienes que decidir, Luke. Enseguida. O confías en mí o no confías. Si confías, estoy dispuesta a hacer lo que pueda para ayudarte en la investigación. Si no, me marcho. Inmediatamente.
– No me gustan los ultimátums, Sam.
– Llámalo como quieras. Pero decídete. Porque no voy a volver a bailar al son que tú me marques.
Antes de que Lucas pudiera responder, el ayudante Champion entró en la sala. Su semblante juvenil tenía una expresión atormentada.
– Nada -informó sin esperar a que le preguntaran-. No hay rastro del sheriff por ninguna parte. Vosotros habéis estado en su apartamento. ¿Habéis…?
Fue Jaylene quien dijo:
– No hay indicios de violencia, ni de que hayan forzado la entrada, aunque vuestra unidad forense sigue allí. Su coche estaba en el sitio de siempre. Y parece que durmió en su cama.
Lucas se apartó de Samantha con cierta brusquedad.
– Puede que no -dijo-. Por lo que me dijo, estaba durmiendo en el sofá.
Jaylene frunció los labios pensativamente.
– Su arma estaba encima de la mesa baja, así que eso encaja. Y había un montón de botellas de cerveza en el cubo de la basura de la cocina. Yo diría que anoche bebió mucho.
– Bebe todas las noches -dijo Lucas lacónicamente.
Samantha se fue al otro lado de la habitación, lejos de él, y se sentó.
– No me parecía de los que beben hasta perder el sentido -opinó con templanza-. Así que quizá lo ayudaron.
Champion dijo con cierta vehemencia:
– Nadie ha podido llevarse al sheriff si no estaba fuera de combate. Si no, se habría defendido. Y le habría pateado el culo a ese tipo. Aunque no tuviera su arma, era cinturón negro, por el amor de dios.
Lucas y Jaylene se miraron.
– Lo cual hace aún más probable que el secuestrador utilizara algún tipo de droga -dijo él-. Wyatt no es ningún enclenque, y acarrear un peso muerto no es fácil… pero es mucho más sencillo que enfrentarse a un hombretón que sabe cómo usar sus músculos.
– Puede que el secuestrador tuviera una pistola -sugirió Samantha.
– Puede -convino Lucas-. Es probable. La pregunta es ¿la usó para reducir a Wyatt?
El joven ayudante parecía impaciente.
– La unidad forense analizará todas las botellas que encuentren en casa del sheriff -dijo-. Pero, aunque descubramos que le drogaron, ¿qué importa eso? No nos ayudará a encontrarlo. ¿Por qué no estamos buscándolo?
Jaylene contestó con calma:
– El ayudante jefe está convocando a todo el mundo en este preciso momento, Glen. Todos los coches patrulla saldrán a buscar al sheriff, al igual que todos los agentes y los inspectores. Pero…
– Pero -concluyó Lucas- aún no sabemos cómo reducir la zona de búsqueda. Este condado es muy grande, ¿recuerdas? Y tiene demasiados sitios inaccesibles o remotos.
– Entonces, ¿por qué no hacen lo que saben hacer? -preguntó Champion con aspereza.
– Hemos mandado el original de la nota a Quantico…
– No me refiero al trabajo del FBI -repuso Champion, cada vez más impaciente-, sino a lo otro. A lo suyo. ¿Por qué no sienten dónde está el sheriff?
– No es tan sencillo -contestó Lucas al cabo de un momento.
– ¿Por qué no?
Con el mismo tono premeditado que había empleado poco antes en una conversación mucho más íntima, Samantha respondió:
– Porque para hacerlo, tiene que abrirse. Y ahora mismo está tenso como un tambor.
Lucas volvió la cabeza para mirarla y una expresión casi de estupor se apoderó por un momento de sus rasgos. Sin decir palabra, salió de la habitación.
Champion parecía confuso.
– ¿Se ha enfadado? ¿Adonde va?
– Seguramente a hablar con el ayudante jefe -dijo Jaylene en tono tranquilizador-. No te preocupes, Glen. Haremos todo lo que esté en nuestro poder por encontrar al sheriff.
– Pues será mejor que le encontremos antes de que sea demasiado tarde, ¿no? -De pronto la voz de Champion parecía un tanto desigual; estaba claro que recordaba vivamente la imagen de Lindsay Graham flotando sin vida en su tumba de agua.
– Haremos todo lo que esté en nuestra mano -le dijo Jaylene-. Y tú puedes sernos de gran ayuda. Tendremos que revisar los sitios más inaccesibles de la lista e inspeccionar especialmente aquéllos a los que no llegamos cuando estábamos buscando a Lindsay. Organiza equipos de rastreo armados, como la otra vez, cada uno con al menos una persona que conozca de verdad el terreno.
El ayudante del sheriff asintió con la cabeza y salió apresuradamente de la sala para cumplir la tarea que se le había encomendado.
Cuando se hubo ido, Jaylene miró a Samantha con las cejas levantadas.
– ¿Sabes lo que estás haciendo?
Samantha masculló a medias para sí misma:
– Dios mío, espero que sí.
Jaylene asintió con la cabeza. Acababa de ver confirmada una corazonada.
– Entonces estás provocando a Luke deliberadamente. Y todo esto tiene poco o nada que ver con la última vez que os liasteis, imagino. Tiene más bien que ver con la visión que te trajo aquí, a Golden.
Samantha miró la mesa con el ceño fruncido y guardó silencio. Su vacilación resultaba obvia; tan obvia como la conclusión a la que llegó y como su prolongado mutismo.
– Presionarle es una táctica peligrosa, Sam -añadió Jaylene sin inmutarse.
– Lo sé.
– Tiene que hacerlo a su modo.
– No. Esta vez, no. Esta vez tiene que hacerlo a mi modo.
Wyatt Metcalf no había conocido el miedo hasta ese momento. El miedo por su vida, al menos. No había sentido nada que se aproximara verdaderamente al terror hasta el secuestro de Lindsay. Ahora, por más que le pusiera furioso y le avergonzara, era consciente de estar aterrorizado por sí mismo. Y tenía razones para ello.
Había una puta guillotina suspendida sobre su cabeza.
Y él estaba casi completamente inmóvil, atado a una mesa de tal modo que apenas podía levantar la cabeza. Aquel leve movimiento bastaba para que viera lo bien que estaba amarrado. Y bastaba asimismo para demostrarle que aquella guillotina estaba diseñada de manera algo distinta a las que había visto en ilustraciones.
La mesa sobre la que yacía soportaba su cuerpo en toda su longitud. No había ningún cesto debajo para recoger su cabeza cercenada. La mesa tenía, en cambio, una rendija bastante profunda justo debajo de su cuello, donde acabaría descansando la pesada cuchilla de acero, entre su cuerpo y su cabeza limpiamente segada.
Seguramente la cabeza ni siquiera se movería, salvo quizá para deslizarse suavemente hacia un lado.
Cielo santo.
Intentó con todas sus fuerzas no pensar en eso. Ni en las manchas ocres que cubrían la rendija a lo largo y que le parecían sangre seca. Lo cual hacía evidente que el secuestrador no había probado su pequeño invento usando repollos a modo de cabezas.
Seguramente había empleado la guillotina para matar a Mitchell Callahan.
En lugar de detenerse a pensar en aquello, Wyatt, como buen policía, procuró hacerse una idea del lugar donde se encontraba. Lo poco que veía desde su posición estaba en su mayoría a oscuras. Dos fluorescentes (o dos focos) apuntaban hacia él y hacia la mortífera máquina, lo cual hacía muy difícil ver más allá del resplandor que le rodeaba.
– ¡Eh! -gritó de pronto-. ¿Dónde estás, cabrón?
No hubo respuesta, y el eco tenue de su propia voz le convenció de que la habitación tenía tan sólo superficies duras, sin apenas muebles ni alfombras que amortiguaran el sonido. Así que estaba posiblemente en un sótano o en un desván o, qué demonios, incluso en un almacén, en alguna parte. Tenía la sensación de que un vasto espacio vacío se extendía a su alrededor.
Pero suponía que podían ser imaginaciones suyas. O simplemente la oscuridad.
Se sentía muy solo.
Y repentinamente se preguntaba si Lindsay habría pasado por aquello mismo. ¿Se había liberado de sus ataduras de cinta aislante (que habían descubierto parcialmente cortadas, acaso para que ella pudiera desatarse en un tiempo dado) sólo para descubrir lentamente que la jaula de cristal y acero en la que se hallaba prisionera acabaría causándole la muerte?
¿Lo había sabido desde el principio o aquel malnacido había jugado con ella, la había dejado creer que podría escapar del tanque? ¿Había permanecido en la oscuridad o bajo un potente foco de luz, como él? ¿Había empezado a manar el agua poco a poco de la tubería, o había brotado a borbotones?
Con tremendo esfuerzo, Wyatt alejó de sí aquellas preguntas inútiles y atormentadoras.
Lindsay había muerto. Él no podía hacerla volver.
Y se reuniría con ella en la muerte a menos que lograra salir de allí. O… a menos que Luke fuera realmente capaz de hacer lo que aseguraba.
«Encuentro a gente desaparecida. Siento su miedo.»
Wyatt pensó en aquello con la cabeza vuelta y la mirada fija en la oscuridad de más allá del foco; aquello era mejor que mirar la maldita cuchilla que pendía sobre él.
¿Podía realmente aquel agente federal taciturno, intenso, de ojos acerados, percibir las emociones de los demás, su temor?
Su primera reacción fue una honda vergüenza porque otro hombre pudiera sentir el terror enfermizo que iba apoderándose de él, que supiera aquello de él.
No quería creer que Luke, ni nadie, fuera capaz de aquello. Todo en él rechazaba aquella simple posibilidad. Pero… tenía que reconocer que Samantha Burke había acertado al decirles que Lindsay se ahogaba. Había avisado a Glen Champion de que su secadora fallaba, lo cual muy bien podría haber provocado un incendio. Y, por más que lo había intentado, él no había podido relacionar de ningún modo eficaz a la vidente de feria con el secuestrador y sus planes.
Champion, por otro lado, le había descrito con estupor y voz entrecortada lo que había hecho Luke. Cómo había encontrado a Lindsay y lo asombroso y espeluznante que le había resultado su aparente conexión psíquica o emocional con ella en los últimos aterradores momentos de su vida.
Si Luke no era un farsante… Si Samantha no mentía…
Si era posible poseer facultades parapsicológicas, si aquello era real…
Con la vista clavada en la oscuridad, Wyatt afrontó su muerte probable y deseó tener más tiempo. Porque, si de veras cabía tal posibilidad en el mundo, aquello resultaba mucho más interesante de lo que había creído.
De pronto vio parpadear y encenderse una luz, una luz que iluminaba la esfera de un reloj digital. El reloj estaba colocado de tal modo que no sólo fuera visible para él, sino que casi le fuera imposible escapar a su visión. Wyatt comprendió inmediatamente que no marcaba la hora.
Contaba hacia atrás.
Le quedaban menos de ocho horas de vida.
Volvió la cabeza de forma que quedó mirando la reluciente cuchilla. Se concentró en ella. Y comenzó a mover las manos con ahínco, en un esfuerzo por liberarse de sus ataduras.
– ¿Por qué tiene que hacerlo a tu modo?
Samantha miró a Jaylene desde el otro lado de la mesa.
– Las dos sabemos que el peor defecto de Luke en momentos como éste es su tendencia a cerrarse a todo el mundo. A todo el mundo. Su concentración es tan absoluta, tan hermética, que apenas puede establecer contacto con nada ni con nadie, excepto con la víctima a la que intenta encontrar.
– Contigo sí.
Samantha contestó con una sonrisa irónica:
– En realidad no, salvo en un sentido muy elemental. Si éste fuera uno de sus casos típicos, al final me vería únicamente como un cuerpo cálido en la cama.
– Quieres decir que la última vez…
– Sí, en gran medida. Estaba tan encerrado en sí mismo, tan reconcentrado en el trabajo de esos últimos días, que apenas me hablaba. Tú te acordarás.
Jaylene asintió con la cabeza, reticente.
– Sí, me acuerdo. Pero todos estábamos concentrados en el trabajo, en encontrar a esa niña.
– Claro. Pero Luke… Es como si su capacidad de concentración lo consumiera por completo. Sé que entonces tú llamaste a eso «visión en túnel», supongo que intentando advertirme.
– Para lo que sirvió…
– Sí, imagino que podría haber sido más comprensiva. Pero no es fácil descubrir que te has enamorado de un hombre que la mitad del tiempo ni siquiera te ve. Casi todo el tiempo, al final.
– Sam, su concentración… ese defecto… es también su fuerza.
– ¿Lo es? -Samantha sacudió la cabeza-. Yo no soy psicóloga, pero me parece que una capacidad de concentración mental tan intensa es excelente para mantener las emociones a raya, o incluso para sofocarlas por completo. La misma emoción que Luke necesita sentir.
– Puede ser -contestó Jaylene lentamente.
– Jay, ¿nunca te has preguntado por qué casi siempre tiene problemas para sentir a una víctima hasta que ha trabajado hasta el punto del agotamiento? -preguntó Samantha-. ¿Hasta que se ha saltado tantas comidas, ha dormido tan poco y ha gastado tantas reservas que casi no le quedan fuerzas? Es sólo cuando está literalmente demasiado cansado para pensar cuando finalmente se permite sentir. Sus emociones… y las de ellos.
– Cuando sus barreras se derrumban -murmuró Jaylene, pensativa.
– Exacto.
– Pero, cuando esas barreras bajan y siente lo que sienten ellos, la fuerza de su terror prácticamente lo incapacita. Apenas puede moverse o articular palabra.
– Y puede que por eso se resista a sentir una emoción así durante tanto tiempo. Pero si pudiera abrirse antes, antes de que el miedo de la víctima se haga tan intenso y de que su propio agotamiento le derrote, quizá pudiera ponerse en marcha. Quizás incluso pudiera actuar con cierta apariencia de normalidad.
– Tal vez.
Samantha miró hacia la puerta abierta como si esperara que apareciera alguien, pero añadió:
– No es algo consciente… No puede serlo. Por más que le cueste, desea tanto encontrar a esas víctimas que haría todo lo que estuviera en su mano. De manera consciente. Incluso quedar incapacitado, si hace falta. Así que tiene que ser algo enterrado muy adentro, algún tipo de barrera. Un muro creado en algún momento de su vida, cuando era necesario proteger una parte de su ser.
– Te refieres a una herida o a un trauma de alguna clase.
– Seguramente. Gran parte de nuestra fuerza procede del dolor. -Samantha frunció el ceño de nuevo-. ¿Tú no sabes qué es? ¿Qué pudo ocurrirle?
– No -contestó Jaylene- y hace casi cuatro años que somos compañeros. Seguramente lo conozco tan bien como el que más, y no sé casi nada de su pasado. Sé cosas desde el momento en que Bishop le encontró trabajando como consultor privado en casos de secuestros hace cinco años hasta ahora. Antes de eso, nada. Ni siquiera sé dónde nació o dónde fue a la escuela. Qué demonios, ni siquiera sé si nació con facultades parapsicológicas. ¿Y tú?
– No. La otra vez todo ocurrió muy deprisa. Fue muy intenso. La investigación, el acoso de los medios, lo nuestro… Y, además, la tensión de saber que su mente estaba en otra parte cuando su cuerpo estaba a mi lado en la cama. Entonces no pudimos hablar.
»Y luego todo acabó de pronto, como suele pasar con esos periodos extrañamente vividos y aberrantes de nuestras vidas. La investigación terminó. Y lo nuestro también. Me… me desperté en una cama vacía. Y Bishop me estaba esperando fuera del motel para decirme por qué no podía formar parte de la Unidad de Crímenes Especiales. Ese turbante morado… La credibilidad…
Jaylene vaciló sólo un instante.
– No sabía que hubiera acabado tan bruscamente.
Samantha dejó caer los hombros, más que encogerlos.
– Bishop dijo que os había enviado a investigar otro caso, que era vital que os fuerais inmediatamente y que no os había dado elección. Imagino que era cierto. Pero también es cierto que creía que asignar a Luke un nuevo caso lo antes posible era lo mejor para él, teniendo en cuenta lo mucho que se culpaba por la muerte de esa niña. Y… supongo que marcharse tan bruscamente dio a Luke una buena excusa para no despertarme ni el tiempo justo para decirme adiós.
Jaylene hizo una mueca.
– Casi preferiría que no me lo hubieras contado -dijo.
Samantha respondió, muy seria:
– No permitas que lo que pasó entre nosotros afecte al respeto que sientes por él. Pensándolo bien, no creo que tuviera mucho control sobre cómo reaccionaba ante mí… ni sobre cómo me dejó. Creo que todo está relacionado de una manera enrevesada con esa barrera que lleva dentro, con esa resistencia a dejarse sentir hasta que no le queda más remedio.
– Esa clase de barreras psicológicas -dijo Jaylene- tienden a ser auténticos monstruos, Sam. De los que te desgarran por dentro.
– Sí, lo sé.
– Pero es lo que estás buscando en Luke. Lo que intentas desenterrar.
La mandíbula de Samantha se tensó.
– Lo que tengo que desenterrar. Lo que debo encontrar.
Jaylene la estudió un momento en silencio. Después dijo:
– Ojalá pudieras contarme de qué va todo esto. Tengo la sensación de que ahora mismo te encuentras muy sola.
– Tú al menos te das cuenta. Para Luke, es pura cabezonería en el mejor de los casos y, en el peor, ganas de poner impedimentos.
– Pero tú entiendes por qué reacciona así. ¿No lo entendías hace tres años?
– No.
– Entonces, cuando empezó a hacerte el tercer grado al día siguiente de que os acostarais por primera vez…
Samantha contestó con franqueza:
– Ya he dicho que fue doloroso.
– Me parece que ahora también lo es un poco. Aunque esta vez sepas a qué se debe.
– Saber algo de manera racional es una cosa. -La sonrisa de Samantha se torció-. Y los sentimientos son otra bien distinta. De todos modos, no le estoy pidiendo que me quiera, sólo necesito que confíe en mí.
– ¿Confías tú en él?
– Sí -respondió Samantha al instante.
– ¿A pesar de que te dejó la otra vez? ¿Cómo es posible?
Samantha contestó lentamente:
– He confiado en él desde el momento en que nos conocimos. Confío en que no me mentirá y en que estará ahí si lo necesito.
Jaylene sacudió la cabeza.
– Entonces eres mejor persona que yo. La última vez que me dejaron plantada, no fue de manera tan pública como a ti… y aun así estuve a punto de pedirle a un amigo que trabaja en Hacienda que le hiciera una inspección de los últimos diez años al tipo en cuestión.
Samantha sonrió.
– Tú no habrías hecho eso -dijo.
– Puede que no. Aunque quizá sí, si hubiera salido herido algo más que mi orgullo.
Samantha, que se resistía a hablar de sus sentimientos, se limitó a decir:
– Como tanto le gusta decir a Bishop, algunas cosas tienen que suceder como suceden.
– ¿Como tanto le gusta decir?
Samantha levantó las cejas inquisitivamente.
– ¿Es que ha dejado de decirlo?
– No -contestó Jaylene pasado un momento.
– Ya me parecía. Me dio la impresión de que era prácticamente su mantra.
Jaylene la miraba con fijeza.
– Mmmm. Oye, volviendo al tema de cómo estás provocando a Luke, deduzco que tu intención es obligarle a superar esa barrera, sea cual sea, y averiguar qué hay del otro lado.
– Algo así.
– Ya, pues te aconsejo que tengas cuidado. Las murallas se construyen por alguna razón, y esa razón suele ser dolorosa. Si obligas a alguien a enfrentarse a ese dolor sin estar listo, te arriesgas a provocar un derrumbe psíquico. Si fuerzas a alguien con facultades parapsicológicas a enfrentarse a traumas enterrados, con toda la energía electromagnética extra que hay en nuestros cerebros, te arriesgas a provocar literalmente un cortocircuito que haga a esa persona, a él, inaccesible a todos los demás. Y para siempre.
– Lo sé -repuso Samantha.
Se lo había dicho Bishop.
Encontró a Lucas en el almacén del garaje del departamento del sheriff donde se guardaba el tanque de acero y cristal. Estaba solo y en una mano sostenía una copia de la nota desafiante que el secuestrador le había enviado esa misma mañana. Su mirada se deslizaba de la nota al tanque y de éste a la nota.
Samantha se adentró sólo un paso en la habitación y preguntó con calma:
– ¿Qué te dicen? ¿La nota, el tanque?
– Que ese cabrón está enfermo -contestó Lucas sin volverse a mirarla.
– Aparte de eso.
Él fijó la mirada de nuevo en el tanque y dijo en tono distante:
– Encontramos varios pelos dentro del tanque. Algunos de ellos, al menos, no eran de Lindsay. Acabo de hablar con Quantico y los análisis de ADN han confirmado que pertenecían a una víctima a la que asesinó en esta parte del país hace unos meses. Una mujer de ascendencia asiática. Ahogada.
– Dudo que esos pelos estuvieran allí por casualidad.
– Yo también. Quería que los encontráramos… o que los encontrara yo.
Samantha miró el tanque y volvió luego a fijar la mirada en el perfil de Lucas.
– ¿Qué deduces de ello?
– Que ya usó antes este tanque. Quizás aquí, o quizá tenga algún medio de transporte. No había, desde luego, ninguna evidencia de que fuera construido en esa mina abandonada. Sea donde sea donde lo usó, cuando murió su víctima la sacó de él y la dejó donde fue encontrada, en el lecho de un arroyo, a más de cien kilómetros de aquí.
– Entonces… cabe la posibilidad de que Metcalf no corra peligro de morir ahogado.
– Sí. No lo he comprobado para estar seguro, pero si la memoria no me falla, al menos tres de las víctimas anteriores, contando esa mujer, murieron ahogadas. Lindsay es la cuarta. No sé si el secuestrador ha tenido este tanque desde el principio o si lo construyó en algún momento para controlar mejor a sus víctimas.
– Y aterrorizarlas.
– Sí, eso también.
– Pero ahora lo tienes tú. Así que puede que haya perdido, o abandonado, una de sus máquinas de matar. ¿Qué otras le quedan?
Lucas tensó la mandíbula.
– Mitchell Callahan no fue la única víctima decapitada -dijo-. Otras dos también lo fueron.
– Entonces, tiene una guillotina.
– Eso parece.
– ¿Qué más?
– Tres murieron desangradas. Con un cuchillo muy fino, aplicado a una o a ambas venas yugulares.
– Supongo que también podría construirse una máquina para eso.
– Sí, posiblemente.
– Según mis cuentas, hemos hablado de nueve o diez de las víctimas. ¿Qué hay de las otras?
– Tres fueron asfixiadas. Pero no manualmente.
Samantha había pasado mucho tiempo pensando en aquello como para no tener una sugerencia que hacer.
– El modo más sencillo de asfixiar a alguien lentamente, durante cierto tiempo, e infligirle el mayor terror posible sería… sería enterrarle vivo.
– Lo sé.
– Así que debe de tener una caja en alguna parte, un ataúd, enterrado. Y reutilizable.
– Seguramente más de uno -dijo Lucas con aire todavía distante-. Es el modo más fácil de recrearse. Sólo una caja de madera y un agujero en el suelo, nada sofisticado. Y no hace falta temporizador. Sólo cubrir la caja con tierra, enterrarla. Dejar que se agote el aire. Meter dentro una bombona de oxígeno, si se quiere prolongar un poco el suministro de aire.
– Eso deja dos o tres víctimas. ¿Cómo murieron?
– No lo sé. En esos casos, los restos estuvieron a la intemperie tanto tiempo que casi no quedó nada de ellos. No pudimos determinar con certeza la causa de la muerte. Pudieron morir asfixiadas, desangradas o ahogadas. No lo sabemos.
Samantha frunció ligeramente el ceño al oír de nuevo aquel tono distante, pero se limitó a decir:
– Entonces, sabemos que todavía tiene al menos tres máquinas, o métodos, de matar a distancia. Eso suponiendo, claro, que no recurra a métodos más rápidos y personales, como una pistola o un cuchillo.
Lucas asintió con la cabeza.
– Lo cual, si estamos en lo cierto, significa que ahora mismo Wyatt Metcalf está mirando una guillotina, o intentando salir con las uñas de un ataúd enterrado, o intentando que no le corten el cuello.
– ¿Dónde está, Luke?
– No lo sé.
– Porque no lo sientes.
Él se quedó callado.
– ¿Qué hay del secuestrador, del asesino? ¿A él tampoco lo sientes? Porque parece habérsete metido en la cabeza en el último año y medio.
Lucas se volvió para mirarla con el rostro crispado.
– No hace falta que me digas que he fallado a cada paso -dijo, ya mucho menos distante.
– No es eso lo que intento decirte.
– Ah, ya. Lo que intentas decir es que estoy encerrado en mí mismo. Tenso como un tambor, creo que dijiste.
– Sí, eso dije. ¿Vas a negarlo?
– Samantha, estoy investigando un secuestro. Una serie de secuestros. Estoy cumpliendo con mi trabajo. Así que o me ayudas o quítate de en medio.
Samantha dejó pasar un momento. Después dijo con sencillez:
– Está bien, Luke. -Dio media vuelta y salió del almacén y del garaje.
Él no la siguió.
A Samantha no le apetecía cruzar sola el departamento del sheriff. Ningún policía se había dirigido a ella con abierta hostilidad, pero sentía sus miradas crispadas y el bullir de su rabia. Los pocos que creían que podía tener facultades paranormales estaban enfadados porque no pudiera decirles al instante dónde estaba el sheriff, y la mayoría estaban convencidos de que, en cierto modo, tenía la culpa de todo aquello. No sabían de qué modo, pero la tenían a mano y era un blanco perfecto.
En realidad, Samantha no les culpaba por reaccionar así. Había visto aquello antes, una y otra vez; era una persona a la que siempre podía clasificarse bajo la etiqueta de «diferente», y había aprendido, mediante experiencias amargas, que la gente rara vez se comportaba de forma racional cuando empezaban a ocurrirle cosas malas.
Pero comprender aquello no le hacía más fácil atravesar el edificio sabiendo que dejaba a su paso miradas hoscas y comentarios en voz baja. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que la hostilidad se manifestara abiertamente. A menos, claro, que lograra redimirse. A menos que ayudara a encontrar al sheriff.
Pensó en aquello mientras cruzaba el edificio y volvía al piso de arriba. No creía que en la visión que la había llevado allí sucediera aquello, que el sheriff fuera secuestrado. Así que la pregunta era por qué había sucedido estando ella en el… juego.
Y qué podía hacer al respecto.
Se detuvo en la puerta de la sala de reuniones el tiempo justo para hablar con Jaylene.
– Me voy a la feria.
– ¿Sola? -preguntó Jaylene, sorprendida.
– Eso parece. Me quedaría si creyera que puedo ayudar, pero parece que lo único que hago aquí es poner aún más nerviosos a los policías.
– Casi todos se irán pronto -repuso Jaylene-. Los equipos de búsqueda. Todavía tenemos que comprobar y volver a comprobar esa lista de sitios apartados.
– Aun así.
– Los periodistas han acampado ahí fuera. Hay incluso más que antes, ahora que se ha hecho público el secuestro del sheriff.
– Lo sé. -Samantha titubeó; luego dijo-: Puede que me pare a hablar con ellos. Quizá me vieran llegar con Luke esta mañana, aunque era temprano. Y quizás alguien viera a Luke anoche en la feria, rondando por mi caseta.
– ¿Y crees que puedes detener las especulaciones? -Jaylene parecía escéptica-. Lo dudo mucho, Sam.
– Sólo tengo un poco de curiosidad por saber qué les ronda por esas cabecitas tan llenas de sospechas… antes de que salga la próxima edición de la prensa o den el telediario de las seis.
– Vas a echar más leña al fuego.
– Puede que sí. O puede que eche agua.
– A Luke no le gustará.
– Ahora mismo está tan enfadado conmigo que ni siquiera se dará cuenta. A no ser que alguien se lo haga notar.
Las dos mujeres se miraron un momento. Después, Samantha sonrió y se marchó.
Jaylene, que se había quedado mirándola, murmuró:
– Así que yo también tengo que confiar en ti, ¿eh, Sam? Me pregunto si es así. Me pregunto si estoy de acuerdo siquiera en que provocar a Luke quizá sea lo mejor para él y para el caso. -Se levantó y añadió en voz baja-: Si se agita la nitroglicerina, te estalla en la cara. Conviene recordarlo.
Luego fue en busca de Luke.