Capítulo 1

La noche cayó deprisa en la jungla. Sentado en medio del campo enemigo, rodeado por los rebeldes, Jack Norton mantuvo la cabeza baja, los ojos cerrados, escuchando los sonidos provenientes de la selva tropical mientras examinaba su situación. Con sus sentidos realzados podía oler al enemigo cerca de él, y aun más lejos, escondido en la vegetación densa y lozana. Estaba bastante seguro de que este era un campo satélite, uno de los muchos en lo profundo de la jungla de la República Democrática del Congo, en algún sitio al oeste de Kinshasa.

Abrió dos ranuras estrechas para mirar a su alrededor, planificando detalladamente cada paso de su fuga, pero incluso ese diminuto movimiento mandó un dolor punzante a través de su cráneo. La agonía de la última paliza estuvo cerca de destruirlo, pero no se atrevió a perder la conciencia. La próxima vez lo matarían, y la próxima vez se acercaba más rápido de lo que había anticipado. Si no encontraba una salida pronto, ni todos los realces físicos y psíquicos del mundo lo salvarían.

Los rebeldes tenían toda la razón para estar furiosos con él. El hermano gemelo de Jack, Ken, y su equipo paramilitar de Cazadores Fantasmas había tenido éxito en extraer de los rebeldes a los primeros prisioneros políticos americanos verdaderamente valiosos. Un senador de los Estados Unidos había sido capturado mientras viajaba con un científico y sus ayudantes. Los Caminantes Fantasmas habían entrado con precisión mortal, rescatado al senador, al científico y sus dos ayudantes junto con el piloto, y dejando un caos en el campamento. Ken fue capturado y los rebeldes lo habían tenido un día en el campamento, torturándole. Jack no tenía más elección que ir detrás de su hermano.

Los rebeldes no estaban muy felices con Jack por privarles de su prisionero, hasta entonces habían tenido a Ken. Jack había estado ordenando el fuego de cobertura, mientras los Cazadores Fantasmas sacaron a Ken y habían dado el golpe. La herida no era crítica, había estado probando su pierna y no estaba rota, pero la bala había barrido su pierna y cayó. Despidió a su equipo y se resignó a la misma tortura que su hermano había aguantado, una cosa más que compartían como hacían en sus días de juventud.

La primera paliza no había sido tan mala, antes de que el Mayor Biyoya apareciera. Le patearon y dieron puñetazos, pisando fuerte sobre su pierna herida un par de veces, pero principalmente, se habían abstenido de torturarlo, esperando averiguar lo que el General Ekabela tenía en mente. El general había mandado a Biyoya.

La mayoría de los rebeldes eran militares entrenados, y muchos en cierta época habían tenido altos cargos en el gobierno o el ejército, hasta uno de los muchos golpes, y ahora estaban cultivando marihuana y causando estragos, asaltando las ciudades pequeñas y matando a quien se atreviese a oponerse o tenía granjas o tierra que los rebeldes querían. Nadie se atrevía a cruzar su territorio sin permiso. Eran expertos con las armas y en la guerra de guerrillas, y les gustaba torturar y matar. Ahora tenían gusto por ello, y el poder los llevaba a seguir. Incluso las Naciones Unidas evitaban el área, si trataban de traer medicinas y provisiones a los pueblos, los rebeldes les robaban.

Jack abrió los ojos lo suficiente para mirar su pecho desnudo donde el Mayor Keon Biyoya había tallado su nombre. La sangre goteaba, y las moscas y otros insectos mordedores se congregaron para el festín. No era la peor de las torturas pero significaba mucho o era de lo más ignominiosas. Lo había aguantado estoicamente, extrayéndose del dolor como hizo toda su vida, pero el fuego de la venganza quemaba en su vientre.

La rabia corrió fría y profunda, como un río turbulento bajo la superficie en calma de su cara inexpresiva. Una emoción peligrosa corrió a través de su cuerpo e inundo sus venas, desarrollando la adrenalina y la fuerza. Deliberadamente la alimentó, recordando cada detalle de su último interrogatorio con Biyoya. Las quemaduras de cigarrillo, pequeños círculos que estropeaban el pecho y los hombros. Las marcas del látigo que habían pelado su espalda, Biyoya se había tomado su tiempo tallando su nombre profundamente, y cuando Jack no había hecho ningún sonido, había conectado cables de batería para darle descargas, y eso solo había sido el principio de varias horas en las manos de un loco retorcido. Los precisos cortes de dos pulgadas, casi quirúrgicos que cubrían casi cada pulgada de su cuerpo eran idénticos a los que este hombre había hecho a su hermano, y con cada corte, Jack sentía el dolor de su hermano, cuando podía alejar el suyo.

Jack saboreó la rabia en la boca. Con lentitud infinita, movió con cuidado sus manos a la costura de su pantalón de camuflaje, las yemas buscando el final diminuto del delgado cable cosido allí. Empezó a sacarlo con un movimiento suave y experto, su cerebro trabajando todo el rato con helada precisión, calculando las distancias a las armas, planeando cada paso para llegar al follaje de la jungla. Una vez allí, estaba seguro de sus habilidades para eludir a sus captores, pero primero tenia que cubrir el suelo desnudo y pasar una docena de soldados entrenados. La primera y única cosa, que sabía sin ninguna sombra de duda, era que el Mayor Keon Biyoya era un muerto andante.

Dos soldados marcharon pesadamente a través del campo hacia él. Jack sintió una espiral en su interior enrollándose más y más apretadamente. Era ahora o nunca. Sus manos estaban atadas delante de él pero sus captores habían sido descuidados, dejando sus pies libres después de la última sesión de tortura, creyéndole incapacitado. Biyoya había golpeado violentamente la culata del rifle en la herida de su pierna, varias veces, enfadado de que Jack no hubiera dado ninguna respuesta. Jack había aprendido a una edad temprana a nunca hacer un sonido, ir a algún sitio lejano en su cabeza y separar la cabeza y el cuerpo, pero hombres como Biyoya no podían concebir esa posibilidad. Algunos hombres no lo hacían, no podían romperse, incluso con drogas en su sistema y el dolor sacudiendo sus cuerpos.

Una mano agarró el pelo de Jack y dio un tirón fuerte para levantar su cabeza. Agua helada salpicó su cara, corrió por su pecho sobre las heridas. El segundo soldado frotó una pastilla de sal y hojas abrasadoras en las heridas mientras ambos reían.

– El mayor quiere que su nombre aparezca agradable y bonito -dijo uno burlonamente en su lengua materna. Se inclinó para mirar detenidamente a los ojos de Jack.

Debió haber visto la muerte allí, la fría rabia y la fría determinación. Jadeó, pero fue un pelín demasiado lento tratando de alejarse. Jack se movió deprisa, un borrón veloz de manos mientras pasaba el delgado cable alrededor del cuello del rebelde, usándolo de escudo cuando el otro soldado dio un tirón a su arma y disparó. La bala golpeó al primer rebelde y lanzó a Jack hacia atrás.

El caos estalló en el campamento, los hombres se dispersaron para cubrir y disparar hacia la selva, confusos en cuanto a desde donde venían los disparos. Jack sólo tuvo segundos para abrirse camino y cubrirse. Tirando el cuchillo desde el cinturón del rebelde, apuñaló al soldado agonizante en el pulmón y giró el cuchillo a las cuerdas que le ataban, todavía sujetando al soldado como un escudo. Jack lanzó el cuchillo con precisión mortal, perforando la garganta del soldado con el arma. Dejando caer el cuerpo muerto, Jack corrió.

Zigzagueó su camino a través de tierra abierta, pateando los troncos fuera del hogar, enviándolos dispersos en todas direcciones, corriendo deliberadamente entre los soldados, de modo que si alguno le disparaba tuviera la oportunidad de herir a uno de los suyos. Corrió hacia un soldado, cerrando su puño sobre la garganta del hombre con una mano y le liberó de su arma con la otra. Saltó sobre el cuerpo y siguió corriendo, esquivando a un grupo de cinco hombres peleando con sus pies. Jack pateó a uno en la rodilla, dejándolo caer con fuerza, arrancando el machete de su mano y asestándole un golpe mortal antes de girar por los otros cuatro, cortando con una maestría nacida de una larga experiencia y una total desesperación.

Los gritos y las balas corrían a través de la selva por lo que los pájaros se elevaron de las copas de los árboles, chillando en el aire. Los gritos de los heridos se mezclaban con los sonidos desesperados que los líderes enfadados gritaban para establecer el orden. Un soldado se elevó delante de Jack, barriendo el área con un rifle de asalto. Jack golpeó la tierra y dio una voltereta, dando golpes con su pie, tirándolo al suelo, sacando el rifle de sus manos, y usando su fuerza realzada, dando un golpe mortal con la culata del rifle. Colgó las armas alrededor de su cuello para dejar sus manos libres y enganchó un cuchillo grande y otro rifle mientras corría hacia la cobertura de la selva. El soldado le había provisto sin querer, de fuego de cobertura, disparando a varios de sus colegas rebeldes.

Jack se zambulló en el follaje más espeso cerca de él, dando volteretas en los helechos frondosos, y corrió agachado a lo largo del estrecho rastro hecho por algún animal pequeño. Las balas llovían a su alrededor, una o dos estuvieron demasiado cerca para su comodidad. Se mantuvo moviéndose deprisa en la jungla profunda donde la luz apenas penetraba la gruesa canopia. Era un Caminante Fantasma y las sombras le dieron la bienvenida.

La selva tropical estaba hecha de varias capas. En el nivel emergente, los árboles crecían tan altos como 270 pies. La canopia estaba a unos 69 pies sobre él, donde muchos de los pájaros y la vida salvaje residían. Los musgos, el liquen y las orquídeas cubrían los troncos y las ramas. Vides parecidas a serpientes bajaban como tentáculos. Palmas, filodendros y helechos se extendían con hojas grandes para proveer incluso más cobertura. El sotobosque veía muy poca luz solar y estaba oscuro y húmedo, perfecto para lo que necesitaba.

Una vez en las áreas más oscuras, se mezcló con el follaje, las rayas y el patrón de la selva cubrieron su piel, desde su cara por el cuello, el pecho y los brazos. Los pantalones de camuflaje especialmente diseñados recogieron los colores a su alrededor y los reflejaron, por eso prácticamente desapareció en la vegetación, como si la jungla se lo hubiera tragado.

Jack saltó a los árboles, usando las ramas mas bajas, trepando rápidamente hasta la bifurcación de un gran árbol de hoja perenne que era particularmente pesado en follaje. Desde su posición, podía ver fácilmente el suelo del bosque. Parecía desnudo pero sabía que estaba repleto de insectos, como una alfombra viva sobre un suelo pobre. Esperó, sabiendo que los rebeldes vendrían en tropel a través de la selva. El mayor Biyoya estaría furioso de que Jack hubiera escapado. Biyoya tendría que responder ante el general, y el General Ekabela no era conocido por tratar amablemente a los que les fallaban.

Las maldiciones y las órdenes gritadas, rabia y miedo en sus voces, fueron a la deriva junto con el humo a través de los árboles. Jack deseó que uno de los troncos ardiendo que había pateado fuera del hogar hubiera prendido fuego a la pequeña cabaña cubierta por hojas que al mayor le gustaba usar.

Jack examinó sus armas. Tenía dos rifles de asalto con munición limitada, un machete, y dos cuchillos, y cosidos a sus pantalones había varios garrotes. Más que armas y cuchillos, Jack tenía sus realces físicos y psíquicos, producto de la experimentación permitida por él para convertirse en un miembro del equipo encubierto de los Caminantes Fantasmas.

A su alrededor, el pesado follaje le mantuvo escondido y las parras le permitían moverse rápidamente arriba y abajo en los árboles que necesitase. El sonido de la lluvia era un compañero seguro, pero las pesadas gotas apenas penetraban la gruesa canopia por encima de él. La humedad que le tocaba le ayudó a mitigar el calor opresivo.

Los soldados entraron en la jungla en un modelo estándar de búsqueda, los hombres estaban separados por no más de unos cuatro pies, pero se dispersaron para cubrir una zona más amplia. Esto le dijo que el mayor estaba en escena y dirigiendo a sus hombres en medio del caos. Jack se agachó, el rifle en sus brazos, y vio a los rebeldes saliendo a través de las anchas plantas frondosas y los helechos gigantes. Pensaban que eran silenciosos, pero escuchaba el jadeo estable del aire moviéndose a través de sus pulmones. Incluso sin esto, todavía los habría señalado fácilmente. Con su visión realzada de Caminante Fantasma, las olas de calor rojo y amarillo de sus cuerpos brillaban como neón brillante contra el frío follaje de la jungla. Olió la excitación rezumando de sus poros. Debería haber sido miedo. Sabían que entraban en la selva detrás de un depredador herido y que él los cazaría, no tenían manera de conocer que tipo de hombre era.

Jack se había movido deprisa a través de la tierra desnuda del campamento, pero una vez bajo la cobertura de las sombras, estaba seguro porque había escondido sus rastros. Había sido muy cuidadoso para no perturbar las plantas en los árboles mientras subía, saltando la mayor parte del camino, aterrizando ligeramente en los talones para no estropear el musgo o el liquen y delatar su presencia. Ellos esperaban que corriese hacia Kinshasa, escapando tan rápido como fuera posible. Nadie miró hacia arriba, seguramente no hacia lo más alto de la canopia, y se sentó silenciosamente mientras la primera oleada de cerca de 30 soldados lo dejaba atrás.

Examinó las armas a fondo, familiarizándose con el sentimiento de cada una. Se tomó su tiempo haciendo una vaina para el machete, usando una vid para colgárselo. Todo mientras miraba y escuchaba, buscando en su mente, escogiendo sus rastros desde su posición ventajosa, escuchando los susurros de los hombres mientras pasaban justo por debajo de su árbol. El tercero era un problema, y tan pronto como el último de los rezagados pasó, guardó uno de los rifles en la intersección de la rama del árbol y volvió al borde del campamento en silencio. Usando las vides para pasar a través de las copas de los árboles, cortó unas suculentas uvas rellenas de líquido y las mantuvo en su boca, impidiendo cuidadosamente derramar una gota.

Un chimpancé grito una advertencia a varios cientos de yardas a su izquierda, y se congeló, gradualmente permitió que la vid vacía volviese al enredo con el resto. Invirtiendo su cuerpo con lenta precisión, se movió como un espectro, de cabeza abajo, por la vid hacia el suelo forestal. Colgando a unos pocos pies del suelo, hizo un gracioso giro para poner sus pies cuidadosamente sobre la superficie húmeda, aterrizando en una posición agachada, las armas en alto y listas. Se congeló cuando los dos guardas del perímetro lo miraron directamente pero no lo vieron, su cuerpo mezclándose con los árboles y el follaje a su alrededor. Los dos soldados solitarios miraban alrededor con cautela, e intercambiaban comentarios acalorados que culminaban en uno dándole al otro la razón.

El humo ondeaba en una de las chozas, y Jack captó vistazos de pequeñas llamas que todavía parpadeaban entre los restos. Dos soldados trabajaban apilando los cuerpos de los muertos mientras un tercero y un cuarto ayudaban a los heridos. Jack bordeó alrededor del claro, manteniéndose en el pesado follaje mientras se acercaba a la armería. Sabía que el alijo de armas era enorme.

Las provisiones habían pertenecido al gobierno anterior y venían de los Estados Unidos. Cuando el general y sus soldados abandonaron sus trabajos en el ejército y se dispersaron, habían asaltado un número de las armerías gubernamentales. Como un ejército, estaban bien abastecidos, bien entrenados y completamente móviles, unas buenas cinco mil tropas. El general gobernaba la zona con mano despiadada y sangrienta, manteniendo a la gente a raya con violencia rápida siempre considerándolas lecciones necesarias. El campamento principal estaba al menos a cien millas en el interior, y los pequeños campos satélites se extendían como una telaraña.

Cerca del arsenal, Jack se dejó caer sobre sus rodillas y codos, para avanzar lentamente sobre las capas de vegetación podrida. Hormigas, escarabajos y termitas corrían a través de las hojas y ramas, sobre él y a su alrededor. Las ignoró mientras seguía moviéndose hacia delante a paso de tortuga, permaneciendo en las sombras tanto como era posible. Uno de los guardias caminó hacia otro y gesticuló hacia el hombre herido, hablando animadamente.

Jack se movió hacia delante pulgada a pulgada, hasta que estuvo totalmente fuera de visión, su piel y su ropa reflejaban los colores profundos de la tierra. La noche había caído y los sonidos que emergían del interior del bosque habían cambiado sutilmente. Un guepardo gruñó en la distancia. Los pájaros se llamaban unos a otros mientras se instalaban en la canopia más alta. Los chimpancés se calmaron mientras los grandes depredadores aparecieron. Los insectos se volvieron más ruidosos, un sonido continúo que nunca paraba. La niebla llegó sobre las montañas y vagó por el bosque y a lo largo del suelo.

Jack se mantuvo a ritmo constante a través del suelo, dirigiéndose a donde las guardias eran más potentes, su meta era el círculo de vehículos con la carga dentro. La armería principal estaría en un búnker en el centro del campamento, pero todos los campamentos periféricos tenían que llevarse provisiones con ellos, y mantendrían esas provisiones bajo una fuerte seguridad y tan móviles como fuera posible. Eso significaba en vehículos. Los jeeps y los camiones estaban aparcados a una corta distancia lejos del campamento por seguridad.

Los guardias estaban seis pies aparte. La mayoría estaba fumando o hablando, o mirando alrededor de la jungla. Los dos más cercanos estaban haciendo apuestas sobre que le haría el mayor al prisionero cuando se lo trajesen. Jack se deslizó por la hierba hasta el primero de los jeeps aparcados en un apretado círculo. Rodó bajo él y examinó el área levantando cautelosamente la cabeza. Las armas estaban en cajones en el camión en el centro del círculo, justo donde había considerado que estarían. Se acercó a la parte de atrás del camión cubierto y de nuevo esperó en la hierba mientras los escarabajos avanzaban lentamente sobre su cuerpo. Cuando el guardia más cercano miró a lo lejos, Jack se subió al parachoques y saltó como una araña humana.

Estaban bien abastecidos con armas. Se apropió de varios clips de M16 así como tomó una pistola de nueve milímetros. Las cajas contenían rifles de asalto, cinturones y cajas de munición. Las cajas de granadas estaban en el frente, y las minas antipersonales con los detonadores y los cables estaban al fondo.

Jack se desplazó hacia la puerta trasera, necesitando atesorar provisiones, cuando un barril sangriento captó su mirada. El corazón le saltó en el pecho cuando se agachó para limpiar la suciedad del arma. El rifle de francotirador había sido descuidadamente lanzado en una caja de AK47s. Era un Remington, cubierto con la sangre de su hermano, aun llevando unas pocas huellas manchadas. Lo reconoció de inmediato; nunca había sido tratado más que con sumo respeto. Lo levantó y lo acunó, recorriendo con sus manos el barril como si pudiera limpiar lo que había sido hecho.

Los dedos de Jack se apretaron sobre el rifle cuando los recuerdos se vertieron sobre él. El sudor estalló en su cuerpo y sacudió la cabeza, apartando los sonidos de gritos de niños y el sentimiento de dolor y humillación, la visión de su hermano mirándole, las lágrimas corriendo por su cara. La cara cambió a la de otro hombre, y Ken estaba mirándole con la misma desesperación, ese mismo dolor y humillación. Cuando Jack lo levantó, había estado horrorizado de ver que la piel había sido pelada del trasero de Ken, dejando una masa cruda de músculos y tejido cubierto de moscas e insectos. Escuchó el grito en su propia cabeza y miró a sus manos y vio sangre. No las había lavado y nunca lo haría. Respiró profundamente, forzando a su mente lejos de sus constantes, y muy reales, pesadillas.

El mayor Biyoya tenía mucho de lo que responder, y torturar a Ken era lo primero en la lista. Jack no se alejaba silenciosamente. Nunca se había marchado en su vida. No estaba en él y nunca lo estaría. Biyoya iba a ser llevado ante la justicia, su justicia, de una manera u otra, porque eso era lo que Jack haría.

Colgó el rifle alrededor de su cuello, metiendo la mira y las balas en un cinturón para munición. Tan rápido y eficiente como fue posible, recogió sus armas, usando una mochila de la parte de atrás del camión. La pistola nueve milímetros era un deber. Cogió tantas granadas, bloques de C-4, y minas antipersonales como podía llevar. Cargado bajó, se arrastró hasta la parte trasera del camión y miró fuera. Los guardias estaban mirando la limpieza del lío que había causado en el campamento. Jack salió del camión de cabeza, bajando al suelo y deslizándose bajo el camión para una mayor cobertura.

Fue un desafió mucho más difícil mover sus provisiones desde el círculo de vehículos hasta la jungla. Se movió poco a poco, sintiendo los numerosos mordiscos de los insectos, el calor opresivo, la tierra y la hierba que arañaba su cuerpo, y la fatiga que adormecía su mente. No podría bloquear el dolor ardiente de sus numerosas heridas por mucho más. A pesar de la oscuridad, le tomó más de lo que había previsto cruzar el círculo abierto y pasar a través de los guardias.

Estaba casi lejos de los vehículos cuando uno de los guardias se giró bruscamente y camino derecho hacia él. Jack se congeló, deslizando su alijo de armas bajo la planta de hojas anchas cercana a su mano. No tenía elección solo tumbarse boca a bajo en la oscuridad, confiando en el camuflaje de su cuerpo. El guardia llamó a un segundo y el hombre deambuló, cambiando su rifle a través de su cuerpo. Hablaban en congolés, una lengua con la que Jack estaba familiarizado, pero estaban hablando rápidamente, haciéndole difícil entender todo lo que estaban diciendo.

El Festival de Música de Fespam en Kinshasa era considerado como el más largo y aun mejor con la interpretación que había sido traída desde Europa esta vez, y el guardia quería ir desesperadamente porque el Vuelo 5 estaba funcionando. El general les había prometido que podían ir, pero a menos que encontrasen al prisionero, nadie iría a ninguna parte. Otro guardia estuvo de acuerdo y lanzó un cigarrillo casi en la cabeza de Jack, aplastándolo con la bota antes de añadir sus propias quejas.

Jack respiró silenciosamente. El vuelo 5. ¿Qué clase de coincidencia podría ser esta? O era pura suerte. Jebediah Jenkins era un miembro del Vuelo 5 y había servido con Jack en los SEALs. Si Jack podía llegar hasta Kinshasa y encontrar a Jebediah, podría salir disparado de ese Infierno, ¿o estaría caminando hacia otra trampa?

En el momento en que los guardias se movieron, empezó a moverse poco a poco hasta el bosque otra vez. Una vez en el pesado follaje, subió a los árboles, atesorando sus provisiones y tomándose tiempo para otro trago satisfactorio. Repitió el viaje al círculo de vehículos, volviendo a través de los guardias hasta el camión de provisiones. Esta vez, fue por más minas antipersonal, cables y detonadores. La paciencia y la disciplina iban de la mano con su profesión, y tenía ambos en abundancia. Se tomó su tiempo, concienzudo en su montaje, ni una sola vez permitió a su mente congelarse bajo presión, ni incluso cuando los soldados casi lo pisaron.

Alambró el trillado camino que conducía a la jungla, las tiendas, el retrete y cada vehículo restante. Los minutos se volvieron horas. Era mucho tiempo para estar en el campamento enemigo, y sentía el cansancio. El sudor goteó en sus ojos y escoció. Su pecho y especialmente su espalda estaban ardiendo, y su pierna palpitaba por el dolor. Las infecciones en la jungla eran peligrosas, y había sido despojado de su ropa y todos sus medicamentos.

En algún sitio en la distancia Jack captó el grito de los chimpancés e inmediatamente clasificó los sonidos en la selva hasta que captó el que estaba esperando, el sonido de movimiento a través de la maleza. Biyoya estaba llevando a sus soldados a casa, queriendo esperar hasta que pudieran examinar las pistas de la tierra húmeda. Jack sabía que Biyoya tenía la seguridad de recuperar a su prisionero. Los campamentos rebeldes estaban extendidos por todas partes en la región y pocos aldeanos se arriesgarían a morir y al castigo por esconder a un extranjero. El mayor Biyoya creía en las torturas así como en la limpieza étnica. Su reputación de brutal estaba extendida, y pocos estarían dispuestos a oponérsele.

Jack terminó su última tarea sin prisa, antes de empezar a reptar de vuelta hacia la selva. Anguló su entrada fuera del camino más usado y en el follaje más grueso. El olor de los soldados que regresaban le golpeó fuerte. Sudaban por el calor sofocante del interior. Se forzó a mantener el paso lento, estando seguro de no centrar los ojos de los centinelas en él mientras se deslizaba bajo las vides trepadoras y las plantas de hojas anchas que rodeaban el campamento.

Se tumbó por un momento, su cara en el barro, y tomó aliento antes de empujarse sobre sus pies y correr agachado de vuelta a los árboles más altos. Podía escuchar como la respiración de los soldados salía de sus pulmones mientras se apresuraban hasta su campamento, su líder enfadado reprendiéndoles a cada paso del camino.

Jack se mantuvo por un momento debajo del árbol elegido, respirando a través del dolor, reuniendo su fuerza antes de agacharse y saltar a la rama ancha más cercana. Saltó de rama en rama hasta que estuvo en la más gruesa, sentándose cómodamente, el rifle de su hermano acunado en sus brazos mientras esperaba. La noche era reconfortante, una familiar casa de sombras.

El primer grupo de rebeldes entró en su vista, en una formación floja, los ojos cautelosos mientras trataban de penetrar el velo de oscuridad para cualquier enemigo. Dos jeeps habían salido con el grupo, tomando la embarrada carretera rota que giraba hacia el bosque y entonces giraron unas millas en el interior. Los jeeps venían hacia el campamento, los motores chirriaban y salpicaban barro a su alrededor. El cuerpo principal de soldados venía a través de los árboles, todavía dispersos, las armas listas, nerviosos como el demonio.

Jack instaló la mira en el rifle de su hermano y con calma cargó las balas.

La explosión fue ruidosa en el silencio de la noche, enviando una bola de fuego hacia el cielo. Llovió metal y metralla, mandando escombros que caían de golpe en el campamento e incrustando el metal en los árboles. Los gritos de los hombres muriendo se mezclaron con los gritos de los pájaros y los chimpancés mientras el mundo a su alrededor explotaba en llamas rojo anaranjado. El jeep guía había golpeado el cable justo a la entrada del campamento, tropezando con una mina antipersonal y volando en pedazos todo alrededor. Los soldados chocaron contra el suelo, cubriendo sus cabezas mientras los fragmentos llovían desde el cielo.

Jack mantuvo un ojo en la mira. Biyoya estaba en el segundo jeep, y el conductor giro lejos de la bola de fuego, cerca de tirar a los pasajeros mientras el vehículo escoraba frenéticamente a través de los árboles. Biyoya saltó fuera, sumergiéndose en el follaje, gritándoles a los soldados que se abrieran en abanico y buscaran a Jack.

Usando el caos de las explosiones y los gritos de los hombres mientras se cubrían, Jack apretó el gatillo, matando a uno de los soldados en el borde del bosque. Cambiando los objetivos, rápidamente disparo tres veces más. Cuatro tiros, cuatro muertos. No queriendo que los soldados notasen desde donde estaba disparando, Jack agarró una vid y bajó cabeza abajo, por el lado opuesto del árbol y de los soldados, trepando mano sobre mano, hasta que pudo voltearse hasta el suelo. Aterrizó suavemente sobre los talones, que se decoloraron en los helechos demasiado grandes y se dejó caer sobre el vientre. A través de los arbustos, podría deslizarse a través del rastro animal casi invisible que le llevó detrás del guardia personal de Biyoya.

Jack se levantó, un fantasma silencioso, el cuchillo en la mano, entró rápido y duro, cuidoso para asegurarse de que el guardia no pudiera delatar su presencia con un solo sonido, Jack se deslizó de nuevo en el follaje, su piel y su ropa mezclándose con el entorno.

Biyoya se giró para decirle algo al guardia y gritó sobresaltado, saltó lejos del hombre muerto y se agachó detrás del jeep. Gritó a sus soldados y rociaron la jungla de balas, encendiendo la noche con las bocas destellantes. Las hojas y las ramas cayeron como granizo, lloviendo desde arriba, y varios soldados cayeron, cogidos en el fuego cruzado. Biyoya tuvo que gritar varias veces para establecer el control de nuevo. Ordenó otro barrido por el bosque circundante.

Los soldados se miraron unos a otros, obviamente no felices con el comandante, pero obedecieron con reluctancia, otra vez hombro con hombro, caminaron a través de los árboles. Jack ya estaba de vuelta en su árbol, inclinando su cuerpo cansado contra el grueso tronco.

Se desplomó, pero mantuvo un ojo en la mira en espera de tener un disparo claro de Biyoya. Trató de mantener cualquier pensamiento del hogar y de su hermano fuera de su mente pero fue imposible. El cuerpo de Ken, tan sangriento, tan crudo. No había un lugar en el que no estuviera sangrando. ¿Había llegado Jack demasiado tarde? De ninguna manera. Habría sabido si su hermano estuviera muerto, y si era posible, Ken vendría por él. Incluso ahora, podría estar cerca. Racionalmente Jack lo sabía bien, sabía que las heridas de Ken eran muy severas y estaba a salvo en un hospital a miles de millas lejos, pero no pudo detenerse. Jack se estiró a través de su camino telepático, la forma que no había usado desde que eran soldados, y llamó a su hermano. Ken, estoy en un jodido lío, ¿Estas ahí, hermano?

El silencio saludó a su llamada. Por un terrible momento, su resolución vaciló. Su tripa se revolvió y el miedo le inundó. Miedo por su propia situación y algo muy cercano al terror por su hermano. Extendió la mano, la vio temblar y sacudió la cabeza, forzando su mente lejos de los pensamientos destructivos. Ese camino supondría su propia destrucción. Este trabajo era para escapar, para sobrevivir, para llegar hasta Kinshasa.

Los soldados andaban por el bosque, usando las bayonetas para empujar en los arbustos espesos y los helechos. Apuñalaron la vegetación en el suelo y caminaron a lo largo de los bancos de las corrientes que alimentaban el río, las hojas golpearon los terraplenes húmedos. El jeep lentamente empezó a moverse, solo el conductor y los soldados alrededor eran vulnerables mientras caminaban por delante de los restos del primer vehículo en el campamento.

Jack bajó el rifle. Iba a ser una noche larga para los soldados. Mientras tanto, tenía que planificar su camino hacia la libertad. Estaba al oeste de Kinshasa. Una vez en la ciudad, podría encontrar a Jebediah y esconderse hasta que encontrase la forma de llamar para la extracción. Sonaba lo suficientemente simple, pero tenía que trabajar su camino a través de los campamentos rebeldes entre Kinshasa y su presente situación. No iba a engañarse, estaba en mala forma. Con o sin las heridas abiertas, la infección era más bien una certeza que una posibilidad.

El cansancio cayó sobre él. La soledad. Había escogido esta vida hacia muchos años, la única opción que tenía entonces. La mayor parte del tiempo no lo lamentaba. Pero a veces, cuando se sentaba a 30 pies del suelo en un árbol con un rifle en sus manos y la muerte alrededor, se preguntaba lo que sería tener una casa y una familia. Una mujer. Risas. No podía recordar la risa, ni incluso con Ken, y Ken podía ser divertido en las ocasiones más inoportunas.

Era muy tarde para él. Era áspero, frío y cualquier suavidad con la que pudiera haber nacido, había sido apagado hacía mucho antes de que fuera un adolescente. Miraba a la gente y el mundo a su alrededor despojado de belleza, viendo solo la fealdad. Era matar o ser matado en su mundo, y era un superviviente. Se sentó y cerró los ojos, necesitando dormir por unos minutos.

Le despertó el sonido de gritos. El sonido a menudo le atormentaba en sus pesadillas, gritos y disparos, y la visión de la sangre corriendo en oscuras piscinas. Sus manos se apretaron alrededor del rifle, el dedo acariciando el gatillo incluso antes de que sus ojos se abrieran de golpe. Jack respiró lenta y profundamente. Fuegos intermitentes venían de la dirección del campamento. Varias de sus trampas habían sido detonadas y otra vez el caos reinaba en el campamento rebelde. Las balas chisporrotearon en la jungla, pasando a través de las hojas y rasgando la corteza de los árboles. El fantasma en la selva había golpeado una y otra vez, y el miedo tenía a los rebeldes por las gargantas.

De vez en cuando, durante las siguientes horas, algún desgraciado soldado activaba una trampa, probablemente tratando de deshacerse de ello, y el campamento estallaba en el alboroto, la confusión, y el pánico casi dirigiéndose a la rebelión. Los soldados querían dirigirse al campamento base y Biyoya se negaba, firme en que ellos recuperarían al preso. Era un tributo a su liderazgo, o crueldad, que fuera capaz de reunirlos después de cada ataque. No hubo sueño para nadie, y la niebla se arrastró por el bosque, cubriendo los árboles y mezclándose con el humo de los fuegos continuos.

A través de la niebla, Jack vio al campamento en movimiento, abandonando su posición. Biyoya gritaba a sus hombres y sacudió su puño en el campamento, la primera indicación real de que la larga noche se había tomado su precio. Había perdido más de la mitad de sus soldados, y fueron forzados a agruparse en un nudo apretado alrededor suyo para protegerle. No parecían muy felices, pero marcharon estoicamente a través de la selva por la carretera en mal estado y fangosa.

La lluvia empezó otra vez, una llovizna estable que agitó la vida en la selva. Los chimpancés reanudaron su comida y los pájaros revolotearon de árbol en árbol. Jack captó un jabalí moviéndose a través de los arbustos. Pasó una hora, empapando sus ropas y su piel. Nunca se movió, esperando con la paciencia nacida de una vida de supervivencia. Biyoya tendría a sus mejores rastreadores y a los mejores tiradores ocultos, esperarían que hiciera un movimiento. El mayor Biyoya no quería volver al General Ekabela y admitir que había perdido soldados expertos con su prisionero. Su prisionero fugado. Este tipo de cosas le haría perder al comandante su reputación duramente ganada como interrogador despiadado.

Los ojos de Jack eran diferentes, siempre habían sido diferentes, y después de que Whitney le hubiera realzado genéticamente, su visión se había hecho asombrosa. No entendió el funcionamiento, pero tenía la visión de un águila. No le preocupó de cómo fue hecho, pero podía ver distancias que otros no podían concebir. Por el rabillo del ojo, un movimiento a la izquierda de su posición captó su atención, el color de bandas en amarillo y rojo. El francotirador se movía cautelosamente, manteniéndose en el follaje pesado, por lo que Jack sólo captaba vistazos suyos. Su observador se mantenía a la izquierda, cubriendo cada paso que el tirador daba mientras examinaba el suelo y los árboles circundantes.

Jack empezó a moverse lentamente hacia una posición mejor, pero paro cuando oyó un grito femenino en la distancia seguido estrechamente por el grito asustado de un niño. Jack movió bruscamente la cabeza, su cuerpo se tensó, el sudor rompió en su frente y goteó hacia sus ojos. ¿Conocía Biyoya su disparador? ¿Su única debilidad? Eso era imposible. Su boca estaba seca y el corazón le golpeaba en el pecho, ¿qué sabía Biyoya de él? Ken había sido brutalmente torturado. No había una pulgada cuadrada del cuerpo de su gemelo que no hubiera sido cortada en finas rodajas o despellejada. ¿Podría haber roto el interrogatorio a Ken?

Jack sacudió la cabeza, negando el pensamiento, y se limpió el sudor de la cara, un movimiento lento y cuidadoso. Ken nunca lo traicionaría, torturado o no. El conocimiento era seguro, tan parte de él como su respiración. Sin embargo, había obtenido la información, Biyoya había puesto la trampa perfecta. Jack tenía que responder. Su pasado, enterrado profundamente donde nunca miraba, no le dejaría alejarse. Trampa o no, tenía que reaccionar, tomar contramedidas. Su estómago se anudó y sus pulmones ardían por aire. Juró por lo bajo y puso un ojo en la mira de nuevo, determinado a eliminar la escolta de Biyoya.

La mujer gritó de nuevo, esta vez el sonido doloroso en el temprano amanecer. Las tripas en su vientre se endurecieron en algo horroroso. Sí. Biyoya lo sabía, tenía información de él. Estaba clasificado, y la información de Biyoya poseía estaba en un archivo clasificado con un millón de banderas rojas. ¿Así que quién demonios me vendió? Jack se frotó los ojos para limpiarse el sudor. Alguien cercano a ellos les había tendido una trampa a los hermanos. No había otra explicación.

Los gritos aumentaron en fuerza y duración. El niño sollozaba, suplicando clemencia. Jack maldijo y sacudió bruscamente la cabeza, furioso consigo mismo, con su incapacidad para ignorarlo.

– Vas a morir aquí, Jack -susurró en voz alta-. Porque eres un maldito tonto -no importó. No podía dejarlo ir. El pasado era la bilis en su garganta, la puerta de su mente crujió abierta, los gritos creciendo más fuerte en su cabeza.

Saltó de la seguridad de su árbol a otro, usando la canopia para viajar, confiando en su piel y en la ropa para camuflarlo. Se movió deprisa, siguiendo el rastro de Biyoya en el interior oscurecido. Los jirones de carretera fluían debajo de él, cortando la espesa vegetación, picada, minada y pisoteada. Parecía más una franja de barro que una carretera actual. La siguió, usando los árboles y las vides, moviéndose rápido para coger al cuerpo principal de soldados.

Se deslizó en un árbol alto sobre las cabezas de los soldados, instalándose en el follaje, tumbándose plano a lo largo de la rama. En algún lugar detrás suyo el tirador estaba viniendo, pero Jack no había dejado un rastro sobre la tierra y le sería difícil verlo mezclándose como lo hacia con las hojas y la corteza. Una mujer yacía en el suelo, la ropa rasgada, un soldado se inclinó sobre ella, pateándola mientras lloraba desvalidamente. Un niño pequeño de unos diez años luchaba contra los hombres que lo empujaba una y otra vez entre ellos. Había terror en los ojos del niño.

No había duda en la mente de Jack que Biyoya había preparado una trampa, pero la mujer y el niño eran víctimas inocentes. Nadie podía falsificar esa clase de terror. Juró una y otra vez en su mente, tratando de forzarse a alejarse. Su primera obligación era escapar, pero esto, no podía abandonar a la mujer y al niño en las manos de un maestro torturador. Forzó su mente a ralentizarse para bloquear los gritos y las súplicas.

Biyoya era el objetivo y Jack tenía que encontrar un lugar para ocultarse. Jack inhaló bruscamente, confiando en su sentido realzado del olfato. Si su nariz tenía razón y casi siempre la tenía, el mayor estaba agachado detrás del jeep a la izquierda de la mujer y el niño, detrás de una pared de soldados. Jack los rodeó y levanto el rifle, tomó blanco sobre Biyoya, sabiendo que los soldados serían capaces de señalar su trayectoria.

La bala le dio a Biyoya detrás de cuello. Incluso mientras caía, Jack cambió su objetivo al hombre que daba patadas a la mujer y disparó una segunda vez. Con calma, dejó el rifle de francotirador y levantó el rifle de asalto, estableciendo un fuego de cobertura que les dio a la mujer y al niño la oportunidad de escapar. Los soldados dispararon de vuelta, las balas golpeaban los árboles a su alrededor. Jack sabía que no podían verlo, pero el destello de la boca y el humo eran delatores. La mujer cogió al niño y entró en la selva tropical. Jack les dio una ventaja tan larga como se atrevió antes de moverse deslizándose de vuelta al espeso follaje y saltando de rama en rama para usar la canopia como una carretera.

Ekabela no iba a dejar pasar esto, Jack tendría a cada rebelde en el Congo persiguiéndolo todo el camino hasta Kinshasa.

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