Capítulo 2

Briony Jenkins se acuclilló en la esquina más oscura de la habitación, las manos sobre los oídos, los ojos cerrados con fuerza, desesperada por dejar fuera el asalto de miles de personas y su sufrimiento. Había sido un error coger el trabajo. Le había intentado decir a Jebediah que no podía hacerlo, pero significaba mucho dinero tanto para la familia como para el circo, el cual necesitaba ser solvente. ¿Cómo iba alguna vez en la vida llevarlo a cabo? Apenas podía ver, con el dolor haciéndole pedazos la cabeza y con las manchas bailando delante de los ojos. No había ninguna medicina que pudiera tomar, ningún alivio para el sufrimiento y la violencia en este lugar.

– ¿Briony? -se agachó Jebediah a su lado.

Ella negó con la cabeza, presionando más sus manos sobre los oídos, como si esto pudiera impedir que pensamientos y emociones inundaran su mente.

– Te dije que no podía venir a un lugar como este. Voy a enfermar otra vez -no podía mirarlo, no se atrevía a abrir los ojos y ver la luz. Su cuerpo se sacudía de un modo incontrolable y diminutas gotas de sudor se deslizaban por la cara-. Tengo otra hemorragia nasal.

Jebediah mojó un paño en agua fría y se lo entregó a su hermana más joven.

– No tenía ni idea de que sería tan malo. Pensaba que hacías todos aquellos ejercicios para ayudar a protegerte de lo que ocasiona esto.

Briony se mordió una réplica, sujetando fuertemente con abrazaderas su carácter. Tenía una sobrecarga psíquica y no la ayudaría enfadarse con Jebediah. Claro, sus hermanos y los otros miembros del circo la habían presionado para que viniera, pero podía haberlo rechazado. Debería haberlo rechazado. Y les había dicho que sería malo. Jebediah y los demás simplemente habían decidido no escuchar, porque esto no cuadraba con sus intereses. Apretó los labios juntándolos e intentó respirar para apartar el dolor. Jebediah también podría haber estado golpeando con piquetas en su cabeza, pero esto no era culpa suya. No tenía ni idea de lo que en realidad era la sobrecarga psíquica o como se sentía.

Recordó que muchas veces sus padres habían intentado en vano consolarla cuando se acuclillaba como una pelota en la esquina de una habitación oscura y se mecía hacia delante y atrás, intentando aliviar el dolor de cabeza. De vez en cuando podía oírlos discutir si realmente tenía alguna forma de autismo. Ella tenía que estar sola. No le gustaba el contacto físico. Estaban muy dolidos por su conducta. Trastornados. Todavía se despertaba con los sollozos de su madre resonando en los oídos y su voz preguntándole ¿por qué Briony no los amaba? Briony los adoraba, solo que no podía acercarse demasiado sin terribles repercusiones y no había manera de hacerles entender que el dolor era de verdad, no psicológico.

Sabía exactamente como acabaría esa escena. La había atravesado un millón de veces.

– Esto es África, Jeb -le recordó-, un país donde prolifera el sufrimiento. Hay SIDA, muerte, violación y pérdidas y esto me hunde.

Apretó la boca. No le gustaba llegar hasta la insinuación de la sobrecarga psíquica. Él no creía en ello y como sus padres, pensaba que esto era una forma de autismo. Él quería que luchara por ello y tuviera éxito siendo “normal”.

– ¿Puedes parar la hemorragia nasal? – él echó un vistazo al reloj-. Necesito que puedas ser capaz de llevarlo a cabo, Briony.

Ella quiso lazarle algo.

– Lo dices antes de cada representación y yo siempre logro hacerlo. Márchate, Jebediah. Necesito estar sola.

Sus otros hermanos se acercaron más. Tyrel, como siempre, la miraba con compasión, Seth enfadado y Ruben indignado. Ruben siempre la intimidaba, pensando que de algún modo la haría reaccionar. Seth le gritaba y Tyrel eventualmente se molestaría con ambos y los enviaría lejos. El ritual sucedía desde que podía recordar y ni una sola vez, ninguno de ellos pensó que no podían ayudarla con lo que le pasaba y que su presencia, con sus emociones tan intensas, solo lo empeoraban.

– Hay el rumor de que por los alrededores las tropas del líder rebelde han fluido por la ciudad buscando a alguien -dijo Tyrel-. No es un buen signo, Jeb. Sabes que van a mirar a todos los extranjeros.

Jebediah juró.

– Si las tropas rebeldes entran en la ciudad, los soldados estarán muy nerviosos y con el dedo en el gatillo. ¿Por qué iban a entrar en la ciudad, armados y listos para disturbios?

– Infiernos, no entiendo nada la política de aquí -contestó Seth-. Cada uno odia al otro y quieren a todos los demás muertos.

Nadie tenía que decírselo a Briony. La tensión aumentaba en las calles aumentando su incapacidad para funcionar. Había pobreza, enfermedad y tantas tragedias que quería avanzar lentamente por un agujero y amortiguar toda emoción, sonido y pensamiento.

– Tú piel cambia de color otra vez, Briony -dijo Ruben con impaciencia-. Te dije que le gustaba tener alrededor gente mirando.

– No somos gente: somos su familia -indicó Tyrel-. Déjala sola.

Ruben insistió.

– ¿Bien, como puede hacer esto? Parece un lagarto o algo así.

Briony suspiró, presionando la palpitación de la cabeza con la mano. Perecía como si le estuvieran martilleando clavos en el cráneo, pero no había ninguna indicación de que fuera nadie. El espectáculo tenía que continuar y Briony siempre, siempre, llegaba. Era un asunto de orgullo para ella. Era una Jenkins y todo lo que hacían, ella podía hacerlo y lo haría.

– Alguien podría entrar aquí -se defendió Ruben.

– Cerré la puerta -dijo Seth-. Obstrúyelo, Bri. No estoy de broma contigo. Eres demasiado mayor para ataques de pánico.

Briony había tenido bastante. Tenían diez minutos hasta que tuvieran que estar delante y si sus hermanos no se iban, no sería capaz de moverse.

– Váyanse -mordió ella la palabra entre dientes, mirándolos airadamente.

Los cuatro hermanos la miraron asustados. Era la primera ocasión que había interrumpido el ritual. Eran hombres grandes, musculosos y bien constituidos, con el pelo negro y penetrantes ojos azules. Ella tenía el pelo dorado platino, oscuro, ojos marrones como el chocolate y medía aproximadamente cinco pies y medio. No se parecía a ellos y con seguridad no tenía sus personalidades aventureras, aunque sentía como si las tuviera. Nunca realmente les había replicado, aunque considerara que ellos la presionaban un poco. Inmediatamente todos los rostros decayeron.

Ruben se agachó a su lado.

– No pensaba en trastornarte, Briony. Podemos trabajar sin ti, si no puedes hacerlo esta vez. No será fácil, y sabes que a la gente no va a gustarle eso, pero si no puedes recobrar la compostura esta vez…

Seth tomó aliento.

– Sí, tal vez podría tomar tu lugar, dulce. ¿Por qué no intentas acostarte? Tal vez te sentirás mejor por la mañana.

– Podemos pedir un doctor -ofreció Tyrel-. Tu doctor siempre llega en su vuelo a una hora de llamarlo.

Briony se habría reído si la cabeza no se dividiera en partes.

– Nunca he perdido una función. Sólo denme un poco de tiempo y estaré bien.

Jebediah echó a los demás fuera de la habitación y se hundió a su lado, extendiendo la mano para retirar la gruesa mata de pelo rubio.

– Te necesitamos, dulce, no te mentiré, pero llamaré al doctor si piensas que vas a necesitarlo. Tenemos varias funciones que hacer y si realmente los rebeldes se mueven por la ciudad, las emociones solo empeorarán.

Era una gran concesión para Jebediah el admitir que algo empeoraría su situación.

– No me gusta el doctor -Briony se restregó la mano sobre la cara-. Me mira fijamente como si fuera un insecto bajo el microscopio. Hay algo que no está bien en él.

Jebediah suspiró y se hundió de regreso sobre los talones.

– Estás paranoica otra vez.

– ¿Lo estoy? ¿Por qué el resto puede ir a cualquier doctor que escojan, pero yo tengo que tener un doctor específico, que vuela atravesando medio mundo para tratarme?

– Por que eres especial y se lo prometí a mamá y papá. Mantengo mis promesas y tú también.

– He crecido -cuando él no respondió, ella soltó el aliento despacio-. En serio, Jeb, solo me doy algo de espacio. Puedo vencerlo -no se sentía segura en esta ocasión. Este era uno de los peores ataques que había tenido, el otro fue cuando era una niña, incapaz de enfrentarse o entender lo que le pasaba. Sintiéndose desesperada, Briony cerró los ojos y comenzó a respirar despacio y uniformemente, buscando la calma y la tranquilidad en su interior.

Apenas fue consciente de la salida de su hermano mayor, concentrándose en rechazar las emociones de la gente de la ciudad, de los soldados, sus armas y los hechos oscuros, del odio y el miedo que le golpeaba la mente. Una vez que estuvo lo bastante tranquila, trató con su miedo omnipresente a las alturas. Si había una persona en el mundo que no debería estar actuando en el trapecio o sobre la cuerda floja, esta era Briony.

– Vamos a hacerlo -la llamó Steh desde el otro lado de la puerta.

Briony se levantó, mirándose en el espejo para cerciorarse de que no había sangre sobre la cara y que podía manejar una sonrisa de alto voltaje y luego salir corriendo para unirse a sus hermanos. La audiencia había aumentado en inmensas proporciones. No los miró, concentrándose en los golpes de la música. Usaron una mezcla de música africana y cubana para hacer la función, un peligroso acto de trapecio.

Briony completó un cuádruple salto mortal; Jebediah la cogió y la envió volando hacia el tenso cable alto, donde fue agarrada por Tyrel y balanceada sobre el cable. Seth y Ruben siguieron volando mientras ella cruzaba el cable sin poste, y mientras Ruben volaba de regreso hacia Seth, ella lo cruzó sobre el aire, buceando hacia Jebediah a través de un anillo de fuego que sostenía Tyrel. Era salvaje, un acto espantoso, hecho con una precisión exacta y cronometrada y al menos dos de ellos volaban sobre el aire todo el tiempo.

Nadie sabía porque Briony tenía tal increíble equilibrio o fuerza, pero para el acto, esto era una bendición enorme, atrayendo miles a sus actuaciones. Ayudaba que sus hermanos fueran hermosos e increíbles atletas. Nadie tenía una función como la suya, tan atrevida, complicada y llamativa. Briony pensaba que los golpes de hip-hop y los tambores solo acrecentaban el entusiasmo de los espectadores. La adrenalina le atravesaba el cuerpo mientras volaba por el cielo, concentrada en la señal, escuchando la orden de su hermano. Él la cogió y la devolvió girando sobre el aire. Se dobló y curvó, cambiando de dirección mientras salía de ello, para levantar las manos y unirse a Tyrel.

Los aplausos fueron acompañados con un rugido de aprobación. La audiencia pisoteó muy fuerte con los pies y pidió más. Briony hizo gestos con las manos y sonrió cuando Tyrel le apretó el brazo, y ella se zambulló en el cable, los brazos extendidos como si realmente pudiera volar, haciendo un movimiento lento, un salto mortal lleno de gracia, llegando hasta Ruben. Él hacía la misma secuencia exacta por encima de ella mientras cambiaban de lugar. Briony y Ruben animaron otra vez el rugido de la muchedumbre y cogieron la cuerda para deslizarse hacia abajo, llegando juntos, de la mano, para inclinarse. Esperaron a que se les unieran sus hermanos, todos ellos haciendo un arco final juntos.

La música salvaje y la rápida adrenalina habían ayudado a mantener bajo control sus aplastantes emociones, pero como estaba de pie bajo las luces, sentía el impacto como un golpe físico. Ella tropezó, obligando a su sonrisa a permanecer en su lugar mientras el dolor le aplastaba la cabeza como un tornillo y el estómago se le retorcía con duros nudos. Miles de personas estaban a su alrededor, todas emitiendo ondas de emociones. Todo, desde la alegría a la desesperación más profunda. Ella podía sentir la tensión, ver a los hombres moverse entre la muchedumbre con armas, de vez en cuando empujando a algún individuo desgraciado, caras severas, sin preocupación en los ojos. Su vista siempre había sido fenomenal. Tenía la capacidad de ver a un ratón moviéndose por el suelo de un bosque y fácilmente podía ver y sentir el miedo de las mujeres cuando se le acercaban, intentando no ser notadas por los soldados.

En cuanto abandonó la pista central, Briony corrió al cuarto de baño y vomitó lo poco que había logrado retener antes. Se cambió rápidamente el escaso y brillante disfraz, por un par de vaqueros oscuros y un top. Podía oír a sus hermanos, risas, excitación, dirigiéndose hacia los clubs para experimentar la vida nocturna de la ciudad. Kinshasa tenía reputación de tener numerosos clubs nocturnos y mucha gente, a pesar de los turbulentos problemas en las zonas periféricas, decidían viajar allí por los clubs.

– ¿Estás bien, Bri? -le gritó Tyrel-. ¿Quieres que me quede contigo?

– No, desde luego que no, estoy bien -le gritó ella-. Pásenlo bien, pero tengan cuidado.

– Cierra las puertas cuando nos vayamos -la instruyó Jebediah.

– Lo haré -no iba a quedarse en la habitación y asfixiarse. Sabía que el río Congo estaba cerca. La selva tropical estaría tranquila, al menos se distanciaría de la gente. Podría respirar otra vez, pero tenía mejor criterio que dejar que sus hermanos supieran a dónde se dirigía. Se volverían locos.

Briony tenía completa fe en su capacidad de mezclarse con la noche. Podía hacer cosas extraordinarias, cosas que sus hermanos no sabían. Había tenido un riguroso entrenamiento, sólo sus padres, y tal vez Jebediah estaban enterados. Solo tenía que pasar por la ciudad sin ser descubierta y entrar en el santuario de la selva tropical.

Se ató un pañuelo alrededor del cuello y añadió un sombrero para cubrir su mata de pelo rubio. Podía cambiar el color de la piel, algo que sus hermanos encontraban repulsivo. Había empezado un día cerca de su decimosexto cumpleaños, inmediatamente después de que fuera hospitalizada por algún extraño mal que los doctores dijeron que tenía. Le había costado un tiempo aprender a controlarlo. El cambio de tonalidad algunas veces ocurría cuando estaba alterada o enfadada, pero podía hacerlo a voluntad, haciendo juego con el entorno, entonces parecía que desaparecía.

Vaciló justo en la puerta. Tenía miedo de enfrentarse al ataque de las crudas emociones. Pasear por las calles, sabiendo que estaría sujeta a las intensas emociones de la gente, era una pesadilla, pero si no iba y encontraba un refugio, no lo podría hacer en los próximos días y sus hermanos la necesitaban para la representación.

Briony cuadró los hombros y dio un paso hacia fuera. Había estudiado el mapa de las calles y sabía exactamente a dónde iba. Estaba también segura de que podría rechazar o dejar atrás a cualquier atacante, así que caminó a zancadas con un objetivo, todos los sentidos en alerta por los problemas, pero caminando vigorosamente por las calles hacia el río Congo y la selva tropical.

¿Por qué era diferente? ¿Por qué era capaz de leer los pensamientos y las emociones si tocaba a alguien y los sentía si estaba cerca? Sus padres habían insistido en una rigurosa educación, casi militar, muy física, ya que desde podía recordar, aún cuando su madre la sostenía, ella sentía el miedo mezclado con el amor. ¿Tenía su madre sus extrañas capacidades? Y si era así, ¿por qué había insistido en que Briony los desarrollara, aún cuando los mantenía en secreto? Los secretos la mantuvieron apartada de sus hermanos y otros artistas de su alrededor. Secretos y extraordinarias diferencias. Detestaba aquellas diferencias.

Las calles estaban atestadas, la gente por todas partes, muchos cazaban a los habitantes nocturnos, presas fáciles con demasiadas bebidas y drogas. El olor de la marihuana la golpeaba duramente. Era muy sensible a los olores, siempre era capaz de identificar a la gente y los animales que había en las proximidades antes que nadie y ahora la mezcla de la suciedad con el exceso de perfume hacía que se mareara.

Pasó por las calles sin incidentes y siguió el río hasta la selva tropical, donde cogió su ritmo, haciendo footing fácilmente a lo largo de un tortuoso camino que conducía a una corriente profunda que alimentaba el río. Siguió a lo largo de la corriente, buscando un refugio, un lugar donde pudiera enroscarse y solo aspirar paz.

Hacía calor y había humedad en el bosque. Dejó de vadear el agua y se paró para escuchar los sonidos de los insectos, el batir de las alas y el movimiento de las criaturas por los árboles. Por primera vez en días, sintió que la tensión disminuía.

Briony mojó el pañuelo en el agua fría y lo presionó sobre la nuca de su cuello. Desesperada por el alivio, vadeo más profundamente la pequeña corriente. Sus hermanos iban a matarla por desaparecer, pero no iba a sobrevivir los próximos días si no encontraba algún sitio para alejarse del sufrimiento. Todo lo que había aprendido sobre escudos no funcionaba en África. Había demasiadas personas cerca y demasiado sufrimiento.

¿Cuántas funciones habían acordado? ¿Y qué sentido tenía? ¿Por qué el festival les pagaría tanto dinero por hacer una función acrobática con música africana? El acto era espectacular, pero la oferta les llegó antes de que hubieran llegado con la idea. ¿Por qué esto no molestaba a nadie en el circo? ¿Dónde conseguiría el festival aquella clase de dinero? Y si ellos tenían tanto dinero, cuando el festival era todo sobre música ¿por qué querían un acto de circo? Briony echó un vistazo a su alrededor, otra vez sintiendo ojos invisibles sobre ella. ¿Era la única qué se preguntaba por qué su familia estaba en Kinshasa? ¿Y por qué siempre se sentía como si alguien la observara?

El festival de música era un tributo a artistas africanos y sus expresiones musicales. No tenía sentido invitar el acto de circo. Jebediah, Tyrel, Ruben y Seth solo se encogieron los hombros y decidieron no mirar los dientes a un caballo regalado, pero Briony sentía que algo no funcionaba. Sentía que todo tenía algo de desquiciado. Su extraña educación, el hecho de tener un doctor especial, volando por el mundo en el momento en que se sorbía un moco, y hasta era extraño el hecho de que raras veces sufriera de enfermedades virales. Por lo general ella se ponía enferma por el bombardeo constante de emociones que la golpeaban diariamente. Sus hermanos le decían que estaba paranoica, pero, como ahora, estaba a menudo inquieta, segura de que alguien la observaba. Miró a su alrededor, observando con su visión realzada, buscando imágenes de calor, algo que le contara que estaba en peligro, pero no había nada, ni un cambio en el constante zumbido de los insectos.

Briony se frotó las palpitantes sienes y vadeó río abajo, alejándose del empujón y el alboroto de la ciudad. Soldados en cada esquina con armas, el vientre le hormigueaba con violencia oculta, la vida nocturna parecía una cubierta deslumbrante para los desesperados y criminales que realizaban actos abominables. Quería irse a casa.

Por un momento fue más allá. Casa. ¿Qué significaba eso? Le gustaba su familia. Le gustaba el circo, pero la mataba quedarse con ellos. No conocía ningún otro modo de vida y no había ninguna parte a dónde ir. Al menos sus hermanos sabían que era diferente y aunque no la entendieran, hacían todo lo posible para ocultar sus diferencias a otros.

Briony olió a hombres sucios, escuchó las voces, e inmediatamente se encogió más cerca de la orilla, cambiando el color de la piel, confiando en que la ropa oscura la ayudara a mezclarse. Cuando tres soldados armados se acercaron, miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola, se agachó y saltó sin esfuerzo a las ramas de un árbol, aproximadamente a treinta pies. Se quedó muy quieta cuando pasaron por debajo de ella, buscando pistas a lo largo del suelo del bosque. Definitivamente cazaban a alguien y comprendió en ese momento que era estúpido estar separada de la protección de sus hermanos. Debían ser los rebeldes a los que todos tenían tanto miedo. Los miró mientras hacían su camino muy furtivamente por entre los árboles hacia la ciudad.

Briony esperó hasta que no pudo oírlos, antes de saltar para regresar al suelo. Con un pequeño suspiro de arrepentimiento, vadeó el agua otra vez. Incluso aquí, al borde de la tierra virgen, no estaba realmente sola. Una vez más se inclinó para empapar el pañuelo en la fría corriente. No quería volver, tenía la boca seca solo de pensarlo. Cuando comenzó a girar, el agua a su alrededor se onduló, una única advertencia. Un brazo, como una cinta de hierro, montado alrededor de su garganta y la punta de un cuchillo presionando contra su costado.

– No grites -la voz era baja, pero sostenía tal amenaza que se puso tensa. El cuerpo de su captor parecía un roble y el modo en que la sostenía no le daba ninguna posibilidad real para fugarse sin sufrir una herida mayor.

Ella contó los latidos del corazón para reducir el ritmo de su respiración.

– No lo planeaba.

Él habló en ingles con acento americano.

– Eres un Caminante Fantasma ¿Qué diablos haces aquí?

La voz fue más un susurro en su mente que en su oído. Sabía que era una fuerte telépata, pero esto era algo más. Y no sentía sus emociones. Comprenderlo la atontó. En toda su vida, hasta con su propia familia, había cargado con los aplastantes sentimientos de los otros. Por un momento, se sobresaltó tanto que su cerebro se negó a tratar la información. Se quedó quieta, intentando solucionarlo, sin hacer caso al persistente susurro en su oído.

La punta del cuchillo tocó su piel y Briony saltó.

– Haces eso otra vez y no seré tan agradable -silbó ella. ¿Podría atacarlo? Era más fuerte que cualquier hombre con el que alguna vez se hubiera entrenado. Sintió rápidamente el poder que lo acompañaba, sintiendo la diferencia en él, la misma diferencia que siempre había sabido que había en ella. Otra vez se obligó a relajarse. Nadie se parecía a ella, ni siquiera su familia. ¿Cómo sabía que él lo era?

– ¿Quién eres? -le preguntó ella, sabiendo que no iba a contestarle. Militar ciertamente. Tal vez un mercenario.

– ¿Qué diablos hace un Caminante Fantasma aquí? Si no me contestas en cinco segundos, voy a comenzar a cortar partes de tu cuerpo.

– No sé qué es un Caminante Fantasma. Trabajo en el festival de música. Hago acrobacias aéreas con mis hermanos, los Flying Five. Soy una de los cinco.

Hubo un pequeño silencio.

– ¿Por qué demonios una artista de circo estaría en un festival de música?

– Dímelo tú -dijo Briony-. No lo he entendido aún, pero ellos nos pagaron, a mis hermanos y a mí muchos dólares para venir aquí -él no relajó la guardia ni un momento.

Su captor juró palabras brutalmente feas.

– Te vi subir a aquel árbol y cambiar el color de la piel para mezclarte con el entorno. No me mientas otra vez. Nadie puede hacer esto ni un Caminante Fantasma. Nadie.

Briony quería saber todo lo que él sabía sobre los Caminantes Fantasmas. ¿Si podían hacer las cosas que ella podía hacer, estaban relacionados de algún modo? Sintió como él se ponía rígido, apretando los brazos. Sus labios presionando contra su oído.

– No hagas ni un sonido.

Ella inhaló e inmediatamente supo que los soldados volvían sobre sus pasos. El miedo creció en ella. Sabía lo que les pasaba a las mujeres que pillaban cometiendo solo una falta.

– ¿Puedes aguantar la respiración?¿Estás entrenada?

Ella sabía lo que quería decir y asintió con la cabeza.

– ¿Cuánto tiempo? -le exigió concisamente.

– Veinte minutos si soy muy cuidadosa -no le mentía y quiso ver si se había escandalizado. Cuando era una niña la habían obligado a quedarse periodos más largos de tiempo. Ella pensaba que todos lo hacían, hasta que una vez, en la mesa, cuando se jactaba ante sus hermanos y ellos se reían por que mentía, vio la boca de su madre apretarse con desaprobación y nunca lo volvió a mencionar a nadie.

– Húndete conmigo.

No era una pregunta, él ya ejercía presión sobre ella, llevándola hacia el agua, no haciendo ni un sonido mientras se sumergían despacio, como si diera por hecho que alguien podía quedarse debajo mucho tiempo sin respirar sin equipo. El cuchillo nunca dudó y tampoco lo hizo el brazo cerrado alrededor del cuello. Le dio mucho tiempo para respirar y ella lo hizo, haciendo entrar aire en los pulmones mientras se agachaban en una pequeña sección de la corriente cubierta de cañas.

Briony le clavó los dedos en el brazo, agarrándose, intentando conquistar el miedo. A veces sentía que había pasado la mayor parte de su vida intentando ocultar que estaba asustada. Siempre tenía miedo y al cabo de un tiempo, esto fue simplemente un modo de vivir. Tenía miedo de todo y a veces le repugnaba el nunca poder vencer lo suficiente aquellas sombras que moraban tan profundamente dentro de ella. Se obligó a quedarse quieta, no queriendo que su captor fuese consciente de cómo de asustada estaba realmente.

Un parte de ella estaba excitada, preguntándose, a pesar del peligro, si él podría hacer las cosas que podía hacer ella. Y si podía ¿qué significaba?

Jack podía sentir el pequeño temblor que atravesaba rápida y continuamente el cuerpo de la joven que sostenía tan apretado contra él. Era pequeña, apenas una muchacha, pero se sentía como una mujer, olía como una mujer, toda ella suaves curvas y olor fresco. Estaba aterrorizada, pero lo escondía bien y eso no tenía sentido si era un Caminante Fantasma. Sería sumamente experta en artes marciales, en el combate cuerpo a cuerpo, en todo tipo de armas. Debería tener la confianza completa en sus capacidades. Estaba, sin duda alguna, físicamente realzada y sospechaba que psíquicamente también. Respiraba bajo el agua de la manera que todos habían sido enseñados, una pequeña liberación de aire a la vez.

Jack se encontró excesivamente consciente de la mujer en sus brazos. Lo había sido en el momento en que la tocó. Cada detalle parecía impreso en su mente. Sobre su cuerpo. La forma y la textura de ella. La caricia de su sedoso pelo contra la cara cuando primero le cerró el brazo alrededor de la garganta. Las yemas de los dedos presionando profundamente sobre el brazo cuando se hundieron juntos bajo el agua. Nunca le había importado si se le oponía un hombre o una mujer, esto era trabajo. Hacía cualquier cosa para completar el trabajo. Ella no era ningún objeto; era una mujer. No podía obtener la percepción o el olor en su mente, hasta ahora, bajo el agua, como si de algún modo el cuerpo se le hubiera derretido sobre la piel e impreso sobre los huesos.

Los soldados pasaron el tiempo debajo del árbol, hablando en susurros. Jack sabía que lo estaban cazando. Un minuto. Dos. Tres convertidos en cinco. Cinco en diez. Los soldados permanecieron, en cuclillas cerca de la corriente, dibujando un mapa sobre la tierra húmeda. Ya eran quince minutos. Jack redujo la marcha de su aliento aun más.

Los dedos de la mujer se clavaron más profundamente en el brazo. La tensión aumentó perceptiblemente, sintió su creciente terror a ahogarse. Los minutos continuaron y esperó el pánico, estaba preparado para ello, pero ella mantuvo la razón, obligándose a liberar lentamente el aire que le permitiría quedarse bajo el agua. Había sido bien entrenada, de acuerdo, pero perdía aire y lo necesitaría para emerger. El terror estaba en su mente abrumándolo, amargándole la boca.

Jack intentó ignorar sus miedos, pero la empatía entre ellos era demasiado fuerte y no le dio ninguna opción. Le cogió la cabeza con la mano y le giró la cara, apoyándose hacia delante hasta que sus labios acariciaron los suyos. Fue un error. Sintió que la ligera caricia encendía todo su cuerpo, el golpe salvaje de su corazón, la tensión en la ingle, algo más profundo cambiando y moviéndose en su interior. Respiró en su boca, para que él fuera literalmente el aire que ella respiraba, para que lo tomara profundamente en su cuerpo dónde él pertenecía.

¿De dónde infiernos había venido ese pensamiento?

Juraría que no solo había sentido una corriente eléctrica que chisporroteaba por las venas, se sentía posesivo y él era un hombre que nunca tenía reacciones fuertes sexuales o emocionales en relación con una mujer, nunca lo había permitido. Evitaba anexos, incluso cada célula de su cuerpo en su cerebro lo impulsaban a acercarla más, tomar posesión de ella. La miró fijamente a los ojos, enormes por el miedo, pero determinado a no dar signos de ello. ¿Cómo alguien podía tener tanto miedo y permanecer tan quieta, tan consciente del peligro que los rodeaba? Esto era coraje y disciplina, poder respirar bajo el agua cuando el instinto de conservación te impulsaba a emerger.

Él dobló el brazo alrededor de su cintura, anclándola, intentando darle seguridad de que no se ahogarían o serían atacados. Está bien, nena. Le susurró las palabras en su mente, intentado pensar en algo que hacer que le indicara que no la obligaría a quedarse debajo si se quedaban sin aire. Podría luchar si tuviera que hacerlo, aunque estuviera en baja forma y no quería arriesgarse con armas de fuego. El sonido sería llevado por la noche. No quería echar al ejército rival sobre ellos. No voy a dejar que mueras aquí. ¿Qué decían los hombres para aliviar los miedos de las mujeres? Infiernos, él no lo sabía. Estaba muy lejos de su experto campo.

Jack se dio cuenta de su completa calma. Los ojos se habían ensanchado y lo miraba fijamente como si le hubieran crecido dos cabezas. No había ninguna falsedad en el shock en su cara. Lo que fuera que esta mujer era, no era un miembro de los equipos psíquicos con los que él se había entrenado. Ella lo había oído. Era igual de fuerte telépata como lo era él. Puedes oírme. Él le declaró.

Uno de los soldados vadeó la corriente, girando la atención de Jack de regreso al peligro. La situación era crítica. Respirando por ambos, él se quedaba sin aire y el soldado estaba casi encima de la mujer. No te muevas. Él puso tanta fuerza en su voz como pudo, una orden absoluta. Esta vez le enmarcó la cara con las manos y se inclinó hacia abajo para tomarle la boca, empujando aire en sus pulmones. ¿Me entiendes?

Maldición. No podía controlar el latido acelerado de su corazón o la extraña agitación en el vientre, pero esto no tenía nada que ver con el miedo a los soldados y todo con la peculiar mujer. Ella asintió ligeramente.

Mantén los ojos cerrados hasta que vuelva por ti.

Su miedo casi la llevó al pánico, él podía verlo en los ojos, pero su boca se endureció y asintió otra vez, las largas pestañas bajadas, los ojos cerrados con fuerza. Jack no esperó, no podía esperar. El segundo soldado estaba en el agua y el primero estaba a punto de caer sobre la pierna de la mujer. Le cogió ambos tobillos y dio un tirón con fuerza, arrastrando al hombre hacia abajo, enterrándole el cuchillo en la garganta y levantándose casi a los pies del segundo soldado, cortándole los muslos, el vientre, la yugular y la garganta para que finalmente se rindiera, dejando que Jack se enfrentara al tercer hombre. Invirtió el cuchillo y lo lanzó con fuerza, enterrando la lámina hasta la empuñadura en la garganta del rebelde.

Sólo le tomó unos segundos recuperar el cuchillo y dejar la lámina limpia. Dejó las armas de los soldados exactamente donde habían caído y regresó por la mujer. No podían dejar nada que el rastreador del general pudiera encontrar.

Sube pero mantén los ojos cerrados. Te sacaré de aquí. ¿Cómo te llamas? Yo me llamo Jack.

Hubo una breve vacilación, pero ella estaba desesperada por respirar aire. Se elevó, visiblemente sacudida. Jack la cogió alrededor de la cintura, una mano cubriéndole los ojos.

– Vámonos, pero con paso ligero, no queremos evidencias tuyas aquí.

– Mi pañuelo -dijo ella-, lo dejé caer. Y mi nombre es Briony Jenkins.

Conocía ese nombre. Y conocía a los Flying-Five y esto era más de una coincidencia que pudiera tragar. Miró alrededor rápidamente. El pañuelo flotaba a poca distancia de ellos. Lo había llevado con ellos debajo del agua, pero lo había soltado cuando él la había llamado. El hecho de que lo recordara en condiciones traumáticas aumentaba su respeto por ella. Mantén los ojos cerrados. Él la dejó y se giró para recuperar el pañuelo.

Briony salió corriendo. Todo lo que tenía que hacer era entrar en la zona más espesa y podría desaparecer. Los soldados definitivamente buscaban a su captor y ella no iba a conducirlos hasta sus hermanos. Escuchó como su corazón golpeaba desesperadamente y el sonido de su aliento precipitándose a través de sus pulmones. Los ojos permanecieron sobre su objetivo; ella no se atrevía a darse la vuelta para ver si él estaba detrás de ella. Cada paso contaba.

Él la golpeó por detrás, un duro golpe que la tiró al suelo, boca abajo, atrapándola con los brazos antes de que tuviera la posibilidad de salir de debajo. El aire salió de ella y la rodilla se condujo con fuerza sobre el pequeño trasero de ella, el puño con fuerza sobre su pelo y la otra apretando la punta del cuchillo contra la yugular.

– No hagas un jodido movimiento -silbó él-. ¿Estás tratando de morir?

– Hazlo entonces -le escupió ella, la boca llena de suciedad y hojas-. No te conduciré a mi familia, así que termínalo.

– ¿Piensas que esto es una especie de juego?

– No me preocupa si lo es -no se molestó en intentar controlar el violento temblor. ¿Qué diablos le importaba que él supiera que tenía miedo? Permitirle matarla. No iba a conseguir lo que quería. ¿Y por qué su presencia la molestaba tanto?

– Levántate -la levantó arrastrándola del pelo, el cuchillo sin abandonar el cuello.

Ella no podía luchar, comprendió abatida. Tenía cuatro hermanos fuertes y a pesar de su diminuto tamaño, era más fuerte y rápida que cualquiera de los cuatro. Estaba entrenada para el combate cuerpo a cuerpo y varias formas de artes marciales, pero él no le dio ninguna abertura. Ni una.

– Me haces daño.

– Entonces deja de luchar.

Ella no se había dado cuenta de que lo había hecho. Forzó a su cuerpo a recuperar el control.

– ¿Qué quieres?

– Yo estuve en los SEAL con Jebediah Jenkins. Lo último que oí, era que se entrenaba para actuar con su familia en el circo. Él tenía una hermana, Briony y tres hermanos.

– Déjame irme -no sentía nada. Esto no tenía sentido. Había matado a los tres soldados, estaba segura de ello. La violencia en particular la dañaba; de hecho, la mayor parte del tiempo, tenía hemorragias nasales, migrañas, vómitos y una vez, cuando encontró a sus padres muertos, hasta había convulsionado. Ya no tenía su antiguo dolor de cabeza, ni aun estando tan asustada y él tirándole del pelo.

– ¿Vas a echar a correr?

– Particularmente no quiero ser echada de golpe al suelo otra vez, gracias -contestó Briony.

De acuerdo. No era verdad que no sintiera nada. Todo su cuerpo estaba en una especie de extraña fusión que nunca le había pasado antes. Primero lo notó en el agua, sentada tan cerca de él, mirándolo a los ojos. Cuando sus labios tocaron los suyos. Sacudió con fuerza sus pensamientos distanciándose de lo fuerte que era su cuerpo, como de fuerte era él. Tenía que estar enferma para tener una reacción cuando él brutalmente le dio un tirón hacia atrás a su cabeza.

– Y suéltame el pelo, me haces daño.

Jack al instante relajó la sujeción sobre los mechones mojados y luego frunció el ceño, impresionado por lo que había hecho. ¿Qué infiernos estaba mal con él? Ella era un enemigo potencial. En su mente no había dudas de que alguien lo había señalado y esto tenía que ser una conspiración entre varias personas para colocarlo en un nido de avispas y eso significaba que ellos habían usado sus sentimientos por su hermano en su contra. Ken había sido atraído, capturado y torturado con un objetivo y ese era atraer a Jack a África. Alguien conocía los desencadenantes de Jack y los usaba sin piedad en su contra. Briony Jenkins era definitivamente un Caminante Fantasma, no importaba lo que ella dijera. ¿Y qué gran coincidencia era que un amigo compañeros de los SEAL estuviera en Kinshasa al mismo tiempo?

– Maldita sea, no creo en las coincidencias.

Briony giró la cabeza para mirarlo, asustada de que él pensara exactamente lo mismo que ella. ¿Alguien había maniobrado para que su hermano estuviera en Kinshasa para algún otro objetivo que actuar en el festival de música?

– Yo tampoco -estudió su devastado cuerpo, horror y compasión progresivos a pesar de su resolución de no ser influida por él.

Jack había sido torturado. Profundos cortes y quemaduras estropeaban su pecho, hombros y vientre. Sus ojos eran planos, fríos y duros como una piedra, nadie podía haber sufrido tales abusos y no padecer terribles dolores. Y ella no lo sentía. Siempre sentía a los humanos y hasta el sufrimiento de los animales si estaba lo bastante cerca. Era casi un alivio estar cerca de él. Parecía proporcionarle los filtros necesarios que ella no tenía para que pudiera funcionar con gente a su alrededor.

– Mi Dios. ¿Cómo puedes estar caminando? ¿Los rebeldes te han hecho esto? -su voz salió como un ronco susurro. Antes de poder pararse, dio un paso hacia delante y tendido la mano para tocarle el músculo justo por encima de donde la piel estaba a tiras-. Necesitas un médico. Está infectado.

Un pequeño temblor le atravesó el cuerpo cuando lo tocó. Tan ligero. El mero flujo de la yema de los dedos, pero él lo sintió por todo su cuerpo.

– Tenemos que seguir moviéndonos. Molesté mucho a su general -le miró la cara para ver una reacción, pero ella miraba fijamente con horror sus heridas.

– No puedo sentir tu dolor -su oscura mirada se elevó para encontrarse con la suya-. ¿Por qué? Lo sabes, ¿verdad? Sabes por qué soy diferente, por que no puedo funcionar como todos los demás. Nadie más sabía que podía quedarme bajo el agua así, ni siquiera mis hermanos. ¿Por qué? ¿Qué soy? ¿Qué eres tú?

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