Dornick se lanzó a por la bolsa, pero uno de los uniformados le puso la mano en el hombro. Otro agente cogió la bolsa y se la entregó a Bobby.
– Quede constancia de que entrego estos negativos, que estaban en la Biblia de Claudia Ardenne y que llegaron a mi poder anoche, al capitán Robert Mallory. Se trata de dos docenas de negativos, en dos carretes de doce, de las fotografías que sacó Lamont Gadsden en Marquette Park el 6 de agosto de 1966.
Nada en mi voz traicionó el alivio abrumador y la sorpresa que me habían invadido al ver que Petra había salvado aquella prueba.
Bobby mandó llamar al técnico en pruebas e indicios y, mientras esperábamos, guardó la bolsa de los negativos cerca de él. Alrededor del plástico se extendió un charco de agua de olor nauseabundo. Dornick no podía apartar la mirada del agua y de la bolsa.
Cuando llegó el técnico, Bobby le dijo que dentro de la bolsa había una valiosa prueba de un delito y que quería ver los negativos, una vez hubieran pasado por el registro. El técnico puso la bolsa dentro de otra mayor, saludó y se fue.
Casi en el mismo instante, se produjo un revuelo en el pasillo y entró en la sala Harvey Krumas, seguido de sus abogados como un pavo real con las plumas desplegadas. Freeman llegó a la vez, impecable con su corbata negra y el pelo rubio, casi blanco, cortado a su mínima expresión. Al lado de Harvey se encontraba Les Strangwell.
Freeman colocó una silla al lado de la mía.
– Vic, ¿por qué cada vez que estás en una situación extrema apestas a luchadora en el barro? ¿Por qué no me llamas nunca cuando acabas de ducharte y llevas esa cosa roja?
– Quiero asegurarme de que me quieres por mí misma, no por los adornos externos de una feminidad frívola. Mira, sentadas a esta mesa hay un par de personas sin hogar que necesitan ayuda… Elton Grainger -señalé a Elton, que se había recluido en sí mismo mientras hablábamos- y mi prima, Petra Warshawski.
– ¡Petra no necesita tu ayuda! -dijo Peter-. Me tiene a mí.
– Tú eres sospechoso en un caso de asesinato, Peter. Y tus embustes han puesto en peligro su vida, por lo que creo que será mejor que dejes que la represente Freeman, por ahora.
– Peter, George, Bobby -intervino Harvey-, todo esto es espantoso. A ver si terminamos de una vez y podemos volver a casa y acostarnos -añadió el gran hombre, empleando un tono de gran autoridad.
– Dentro de un momento, señor Krumas -asintió Bobby-. Antes, acabemos con estas fotos. Creo que usted las reconocerá.
Hizo una indicación con la cabeza a un agente uniformado, que levantó el álbum de la mesa y lo abrió por la página en que se veía a un joven Harvey haciendo el signo de la victoria mientras Peter lo señalaba con el dedo.
– Señor Krumas, ése es usted en Marquette Park, en 1966 -dije yo en tono servicial-, segundos después de lanzar la pelota de béisbol erizada de clavos que mató a Harmony Newsome.
Krumas estudió la foto. Uno de sus abogados lo agarró del hombro con mano firme.
– Muy poco antes de que llegara usted, el capitán Mallory estaba explicando que Larry Alito recogió la pelota -añadí-. ¿Por qué lo hizo?
– George… -dijo Peter con voz ronca-. Se lo dijo George.
– Maldita sea, Peter, si dices una palabra más, te pondré una demanda por difamación -lo amenazó Dornick.
– Tú amenazaste a mi hija, amenazaste a mi mujer y a las niñas, ¿y ahora quieres que te proteja? -replicó Peter-. ¡Dios santo! Era una algarada, éramos jóvenes e impetuosos. Harvey y yo nos acercamos por el parque para ver qué sucedía. Queríamos ver al famoso doctor King que provocaba todo aquel jaleo. Harvey llevó su pelota de Nellie Fox. Me la enseñó y estaba llena de clavos. «Si se presenta la ocasión, se la tiro a la cabeza a ese negro.» Eso fue lo que dijo.
– Warshawski, que te vuelvas contra mí de esta manera, después de lo que todos hicimos por ti… -murmuró Harvey, más dolido que colérico.
– Sí, tu padre me dio un empleo, me dio el gran empujón al inicio de mi vida. ¿Pero eso te da derecho a intentar matar a mi hija?
– No te pongas tan melodramático, Peter -dijo Dornick-. Nadie quería matar a tu hija. Sólo hacíamos que nos ayudara en la campaña del chico de Harvey al Senado.
Lo miré estupefacta, como se queda siempre una ante mentiras tan monumentales. Freeman movió la cabeza en un gesto que me prevenía: «No lo ataques aquí. Déjame eso a mí.»
– De modo que Harvey tuvo su oportunidad -continué la narración principal- y arrojó la pelota contra el doctor King. Sólo que Johnny Merton, que estaba al lado de King, logró empujarlo hacia el suelo para que no le diera.
Me puse delante del álbum y pasé las páginas para enseñar la foto en la que se veía el brazo del Martillo apartando la cabeza de Luther King de la trayectoria de la pelota letal.
– Su pelota alcanzó a Harmony Newsome y la mató, señor Krumas. Y George lo ayudó a salir bien librado del asunto… porque todos ustedes crecieron juntos en Fifty-sixth Place.
– George tuvo que ponerse su equipo antidisturbios y ser el probo policía, tuvo que volverse contra los suyos, pero sabía muy bien a quién debía ser leal -dijo Peter-. A nosotros, al barrio que luchábamos por conservar. ¿Has estado allí? ¿Has visto lo que ha hecho esa gente con nuestra casa? Mamá cuidó tanto ese lugar…
– Es muy duro, señor Warshawski -intervino el detective Finchley sin exaltarse-. Muy duro para todos los que vivieron esa época.
Peter ni siquiera había reparado en que había agentes negros en la sala; no sólo Terry Finchley, sino tres policías uniformados más. La cara de mi tío se tiñó de caoba apagado de turbación y la tez pálida de Petra se encendió de rubor bajo la capa de suciedad. Incluso yo me sentí bastante avergonzada.
– Y George también sabía a quién debía lealtad -proseguí-. No a la ciudad a la que había jurado servir y proteger, sino a sus amigos: a Harvey, cuyo padre era el dueño de Cárnicas Ashland, y a ti, Peter. Sus colegas del instituto. George no andaba lejos cuando Harvey arrojó la pelota. Él vio lo que sucedía.
Bobby seguía mirando a algún punto por encima de mi cabeza, pero me dirigió un gesto de asentimiento, de modo que continué:
– George envió a Larry Alito a meterse entre los manifestantes para recuperar la pelota. Alito se volvió loco de contento, un novato metido en el juego de los mayores. Hizo lo que le decían y George se ocupó de ascenderlo enseguida. De novato a detective, sin preguntas. Alito se desempeñó en el trabajo como un pez en el agua.
»Cuando llegaron las presiones de la alcaldía para que se detuviera a alguien por la muerte de la señora Newsome y George decidió que alguno de los Anacondas podía servir de cabeza de turco por Harvey, Larry fue el voluntario bien dispuesto que aplicó los electrodos a los testículos del sospechoso y le administró corrientes hasta que el tipo se derrumbó y confesó todo lo que los detectives querían que dijera.
Petra soltó una exclamación de espanto y se volvió hacia su padre. Peter clavó la mirada en la mesa. El detective Finchley hacía esfuerzos por dominarse. Observé cómo le latía una vena en la sien izquierda.
– Te lo estás inventando. -Dornick rompió el silencio-. No hay ninguna prueba, nada, excepto la condena en un tribunal de una escoria humana que ya era culpable de otros tres asesinatos que no le habíamos podido probar. Era el recadero del Martillo, y éste era demasiado escurridizo para nosotros. Pero detuvimos a ese cabrón por el asesinato de la Newsome.
Bobby miró a Finchley, quien abrió el abultado expediente delante de él.
– El agente Warshawski presentó una protesta después del interrogatorio, señor Dornick. Adjuntó una declaración por escrito en el expediente del caso, en la que decía que había presenciado cómo el sospechoso era sometido a medidas de interrogatorio extremas y que, en su opinión, la sentencia estaba contaminada.
– Y Tony fue trasladado a Lawndale y Larry tuvo otro ascenso -añadí sin alzar la voz-. Y Peter consiguió un puesto importante en Cárnicas Ashland. Y entonces, un mes antes de la gran nevada, Larry Alito trajo la pelota de béisbol a nuestra casa. No entiendo por qué no se la quedó él, pero el caso es que se la dio a mi padre. Le dijo que debía guardarla porque él, Larry, se había ocupado de que Peter no fuese a la cárcel.
– Se produjo otro silencio en torno a la mesa, hasta que Bobby preguntó:
– ¿Dónde está la pelota, Vicki?
– En el portaequipajes de mi coche. Creo. Si no es que George lo ha abierto por la fuerza y se la ha quedado.
Dornick hizo el gesto de quien no da crédito a que dejara escapar su gran oportunidad, pero no dijo nada.
– Pero, ¿qué fue de Lamont? -pregunté-. Lamont Gadsden. Él tenía las fotos y desapareció.
– Debió de cargárselo Merton -dijo Dornick-. Otro pandillero inútil cuya madre proclama que el chico no hizo nada malo en su vida. Ah, no, es su tía, ¿no?
– Lamont Gadsden se presentó en la comisaría de Racine Avenue la mañana del veintiséis de enero -leyó el detective Finchley del abultado expediente que tenía ante sí-. El sargento de recepción tomó nota de su nombre, con una anotación respecto a que Gadsden tenía pruebas sobre el caso Newsome. El sargento asignó a los detectives Dornick y Alito, que se lo llevaron adentro. No hay registro de que abandonara la comisaría.
La noche continuó, inacabable. Peter, Harvey y George parecían estar peleándose sobre quién había hecho qué y advertí, con cierta despreocupación, que era estupendo que lo hicieran porque así, muy pronto, alguno de ellos se vería obligado a admitir algo. Me pregunté en qué pequeño mundo habitaría Elton en aquel momento y si me sería posible unirme a él, en lugar de continuar a la mesa con aquellos hombres.
Hacia las dos de la madrugada, Freeman dijo que no creía que yo pudiera ser de más ayuda. Daba por sentado que Bobby ya había descartado la idea de que tuviera algo que ver con la muerte de Alito.
– Karen Lennon… -apunté-. Antes de irme, necesito saber que se encuentra bien. Me dejó en el centro hace un montón de horas, cuando vio que el grupo de George nos pisaba los talones.
Finchley me dedicó una de sus infrecuentes sonrisas.
– ¿Es una reverenda? ¿Pequeña como un guisante? Se encuentra bien. Ha tenido al capitán al teléfono toda la noche.
Me descubrí sonriendo de alivio y, mientras me ponía en pie, me volví hacia Dornick.
– No se puede matar a todo el mundo, Georgie. Siempre queda alguien que deja que se filtre la verdad.
Petra se incorporó para acompañarme. A pesar de su estatura, parecía pequeña y frágil. Entre las dos espabilamos a Elton, que seguía murmurando palabras que sólo él podía entender. Freeman nos llevó entonces a mi casa, donde despertamos al señor Contreras y a los perros.
El señor Contreras se lo pasó en grande haciéndonos fiestas. Incluso permitió a Elton utilizar su ducha y su maquinilla de afeitar mientras Petra y yo nos aseábamos en mi apartamento.
Cuando volvimos a bajar, descubrimos que Elton se había escabullido.
– Me ha dado las gracias por el afeitado y la ropa limpia, pero me ha pedido que os dijera que necesitaba estar un rato a solas, que lo entenderíais. Vamos, entrad, estoy friendo unos huevos con tocino. Ahora mismo, la chiquita está en los puros huesos. Y tú, V.I. Warshawski, no tienes mucho mejor aspecto.
Ayudé al señor Contreras a preparar su cama de huéspedes para mi prima.
A los pocos segundos de acostarse, Petra ya dormía, con Mitch enroscado a su lado. Me llevé a Peppy arriba y ni siquiera me acordé de cerrar la puerta con llave.