Capítulo 14

Desde donde Joe Leaphorn estaba sentado se veía el raro perfil del monte Ute Durmiente por una ventana y, por otra, a unos mil quinientos metros colina abajo, el casino ute. Mirando al frente, veía a Louisa y a Conrad Becenti, el intérprete. Estaban sentados a una mesa pequeña cambiando la cinta de la grabadora. Detrás de ellos, en un sofá azul intenso de plástico, colocado contra la pared, se encontraban una mujer ute muy anciana y de aspecto frágil que se llamaba Bashe Lady, su nieta, rechoncha y de mediana edad, y una niña de unos doce años que sería su biznieta, supuso Leaphorn. Él ocupaba una silla de respaldo recto, llevaba mucho tiempo ya allí sentado, pero todavía no se intuía el final de la sesión.

Sólo Bashe Lady y Louisa parecían disfrutar: la anciana, encantada por la atención de que era objeto, y Louisa, en el papel de buscadora de mitos, satisfecha de la información que estaba recogiendo. Leaphorn se esforzaba por ahuyentar la modorra, y las ocupantes del sofá tenían aspecto de haber oído todo aquello antes y con mucha frecuencia.

Habían escuchado la historia de Bashe Lady: que había nacido en la tribu mogche de los utes del sur pero se había casado con un kapot. Una vez cubierta esa parte, había empleado la hora siguiente en contar a Louisa con entusiasmo la historia del origen de ambas tribus. Leaphorn atendió unos treinta minutos, más o menos, interesado sobre todo en el dominio técnico de la profesora Bourebonette, en las preguntas que escogía para dirigir la entrevista y en la forma en que se aseguraba de haber entendido correctamente lo que Becenti le decía. Becenti era ute y navajo y, seguramente, tendría algún antecedente más. Él había estudiado mitología con Louisa en el norte de Arizona y parecía mantener todavía la actitud respetuosa del estudiante respecto al maestro.

Leaphorn adoptó una posición un poco menos incómoda. Vio un camión que arrastraba un remolque grande de caballos aparcando en el aparcamiento del casino ute; los ocupantes humanos se apearon del vehículo y se dirigieron a las mesas de juego; hacia el sur por la U.S. 666, vio una larga caravana de coches, que apenas se movía, producida por un camión de plataforma sobrecargado que transportaba lo que parecía un equipo de perforar pozos. Entonces se preguntó si la campaña de los fundamentalistas bíblicos para cambiar el número de la carretera, que era «el número de la bestia», por otro menos apocalíptico (habían propuesto invertir los dígitos para que fuera la 999) habría afectado de alguna manera a la clientela del casino. Seguramente no. Después se planteó la cuestión de qué pensaría hacer la directiva del casino respecto a las fichas que, sin duda, habrían robado de las ruletas aprovechando el apagón producido por los atracadores. Seguramente habrían pedido prestado otro juego a otro casino. Sin embargo, la incomodidad de la silla le hizo olvidar esos pensamientos. Se levantó a coger su vaso, que estaba vacío, con la intención de escabullirse hacia la cocina so pretexto de llenarlo, para que no pareciera una grosería.

Pero no hubo suerte. La biznieta lo observaba, esperando, al parecer, una excusa válida para escapar. Se levantó de un brinco y se plantó delante de él.

– Ahora le traigo más té con hielo -dijo, le quitó el vaso y desapareció.

Leaphorn volvió a su posición y, en ese momento, la entrevista entró en terreno interesante.

– … y entonces, ella dijo que en aquellos días, cuando los Cuchillos Sangrientos no paraban de venir a robarlo todo y a matar gente, había un joven mogche llamado Ouraynad, aunque la gente lo llamaba Ironhand o, a veces Tejón, muy diestro en matar a los Cuchillos Sangrientos. Se llevaba a nuestros jóvenes al otro lado del San Juan y allí robaban tanto ganado como los Cuchillos Sangrientos nos habían robado.

– De acuerdo, Conrad -dijo Louisa-. Pregúntale si Ouraynad tenía algo que ver con Ouray.

Becenti preguntó, Bashe Lady respondió con un discurso del que Leaphorn no entendió más que algunas alusiones a los Cuchillos Sangrientos, que era el sobrenombre con que los ute se referían a los odiados navajos. Al principio, a Leaphorn no le importó. Al fin y al cabo, la ceremonia curativa de los navajos utilizaba a los utes como símbolo del enemigo del pueblo, mientras que el epíteto que los hopis aplicaban a los navajos venía a significar «rompedores de cabezas», refiriéndose al hecho de que sus antecesores mataban a la gente con piedras. Sin embargo, después de dos horas de oír al intérprete repetir una y otra vez comentarios desagradables sobre los dine, aquello empezó a sentarle mal.

Bashe Lady dejó de hablar, dedicó una mirada inescrutable a Leaphorn e hizo un ademán expresivo con las manos.

– Muchos argumentos sobre el heroísmo y la valentía del gran jefe Ouray -dijo Becenti-, pero nada que no esté publicado ya. En resumidas cuentas, ella cree que Ironhand tenía algo que ver con Ouray, pero no está segura.

Leaphorn se inclinó hacia adelante y le interrumpió.

– Pregúntale si Ironhand tuvo descendientes que llevaran el mismo nombre.

Becenti miró a Louisa. Louisa miró a Leaphorn con el ceño fruncido.

– Después -dijo-. No quiero interrumpir el hilo de pensamiento. -Y a Becenti le dijo-: Pregúntale si ese héroe Ironhand tenía poderes mágicos, si era brujo o un ser místico,

Becenti preguntó y Bashe Lady le sonrió. La sonrisa se convirtió en una carcajada socarrona que dio paso a un discurso marcado por más carcajadas y muchos gestos con las manos.

– Dice que se rumoreaba que Ironhand engañó tantas veces a los navajos -Becenti dejó de traducir el nombre por Cuchillos Sangrientos por deferencia hacia Leaphorn, que estaba sentado detrás de él- que empezaron a creer que era como sus brujos, como un Skinwalker, que podía convertirse en buho y volar, o en perro y correr bajo los matorrales. Dice que les llegaban las historias que contaban los navajos, según las cuales, Ironhand podía saltar desde el fondo del cañón hasta la cima y volver a bajar. Pero dice que el pueblo mogche sabía que no era más que un hombre, aunque mucho más listo que los navajos que lo perseguían. Entonces empezaron a llamarlo Tejón por la facilidad con que se escabullía de los navajos.

Leaphorn se inclinó hacia adelante durante el silencio que siguió y dijo:

– Pregúntale si tuvo un hijo.

Louisa lo miró por encima del hombro y dijo:

– Paciencia, ya llegaremos ahí. -Pero, con un encogimiento de hombros, se dirigió a Becenti-: Pregúntale si Ironhand tuvo hijos.

Tuvo varios, tanto varones como hembras, según dijo Bashe Lady. Tuvo dos esposas, una ute kapot y otra paiute. Mientras Becenti lo traducía, la anciana volvió a enzarzarse con entusiasmo en un discurso salpicado de risas y gestos. Becenti escuchó y luego tradujo.

– Dice que tomó a la mujer paiute, hija de un paiute al que llamaban Dobby, cuando ya era viejo, después de la muerte de su primera esposa. Dobby era igual que el propio Ironhand, mató a muchos navajos y era tan escurridizo como él. Ironhand, a pesar de ser muy, muy anciano, tuvo un hijo con la mujer paiute, y ese hijo también se convirtió en un héroe.

Louisa dirigió una mirada a Leaphorn, luego se dirigió a Becenti y dijo:

– Pregúntale qué hizo para convertirse en héroe.

Bashe Lady habló. Becenti escuchó, le hizo una breve pregunta y volvió a escuchar.

– Fue a la guerra, era un soldado de los que llevaban sombrero verde. Dice que mató a muchos hombres y que lo hirieron dos veces, y que le condecoraron con medallas y galones -tradujo Becenti-. Le pregunté en qué guerra había estado y me dijo que no lo sabía, pero que regresó a casa más o menos en la época en que perforaban los nuevos pozos de petróleo en el campo de Aneth. Así que tuvo que ser la guerra del Vietnam.

Entre tanto, la biznieta había salido de la cocina y había dado a Leaphorn su vaso de té con hielo, aunque el hielo ya se había derretido. Las palabras de Bashe Lady habían sacado a la nieta de su letargo y ahora escuchaba atentamente la traducción de Becenti inclinada hacia adelante.

– Estuvo en el ejército -dijo la nieta-, en los servicios especiales, y le destinaron a la frontera de Camboya con las tribus de las montañas, los montegnard. Luego lo mandaron a Camboya. -Se rió-. Pero dijo que se suponía que no debía hablar de ello.

Hizo una pausa, como cohibida por haber interrumpido.

Leaphorn aprovechó el momento de silencio. Era evidente que la biznieta sabía mucho más sobre el joven Ironhand, de modo que dejó a un lado los buenos modales e intervino.

– ¿Qué hizo en el ejército? ¿Era un especialista o algo así?

– Era francotirador -le contó a Leaphorn-. Le condecoraron con la estrella de plata por matar a cincuenta y tres soldados enemigos, luego lo hirieron a él y entonces también le dieron el corazón púrpura.

– Cincuenta y tres -dijo Leaphorn, pensando que el autor de los disparos en el atraco al casino sólo podía ser George Ironhand, y que odiaría tener que vagar por los cañones buscándolo.

– ¿Sabes dónde vive?

La expresión de la nieta parecía indicar que no le gustó la pregunta. Miró fijamente a Leaphorn y meneó la cabeza.

Becenti volvió la cabeza para mirarlo también y le dijo algo a Bashe Lady, a lo que ella respondió con unas pocas palabras y un par de gestos de la mano. En resumen, dijo que Ironhand criaba ganado en un lugar al norte del río Montezuma, aproximadamente la misma zona que Potts le había indicado a Leaphorn y que aparecía en la nota de suicidio de Jorie.

Leaphorn volvió a intervenir.

– Louisa, ¿podrías preguntarle si alguien sabe cómo logró escapar de los navajos el primer Ironhand?

Becenti se empezaba a interesar también por el tema, así que no esperó a que la profesora diera su conformidad y preguntó a la anciana. Bashe Lady se rió, contestó y volvió a reírse. Becenti se encogió de hombros.

– Dice que los navajos creían que escapaba como un pájaro, pero en realidad escapaba como un tejón.

Entonces, la nieta le dijo algo rápidamente a Bashe Lady en ute; la anciana la miró enfadada y entonces, avergonzada, decidió que no sabía absolutamente nada más sobre Ironhand.

En el camino hacia Shiprock, una vez terminada la entrevista, Louisa quería hablar de Ironhand hijo, como había empezado a llamarlo. Dijo que la sesión había sido positiva. Muchas cosas sobre la mitología, la religión y las costumbres de los utes ya estaban recogidas en libros, pero otras, tal como dijo ella, «arrojaban alguna luz sobre la evolución de los mitos de la cultura anterior a la alfabetización en relación con los cambios generacionales». La información sobre Ironhand era interesante.

Después de decirlo, miró a Leaphorn y le sorprendió sonriendo.

– ¿Qué pasa?-le preguntó, recelosa. La sonrisa llegó a ser una risa.

– Sin ánimo de ofender, pero es que cuando hablas así, me trasladas directamente a Tempe, en Arizona, a las tardes soporíferas de las aulas con débil aire acondicionado del estado de Arizona, y a las voces de mis profesores de antropología.

– Bueno -dijo ella-, eso es lo que soy. -Pero también se rió-. Supongo que es deformación profesional, y cada vez más aguda. Ahora, lo que se lleva es el minimalismo, con su propia jerga. De todos modos, Bashe Lady es una buena fuente. Cuando menos, deja traslucir la hostilidad que todavía conservan hacia los Cuchillos Sangrientos, como los serbios hacia los croatas.

– Sólo que, actualmente, nos hemos civilizado tanto que ya no nos matamos unos a otros, sino que nos casamos unos con otros, nos compramos coches usados unos a otros y sólo los invadimos para reventar sus máquinas tragaperras.

– Está bien, me rindo.

Pero Leaphorn todavía estaba algo irritado, después de un largo día escuchando tratar a su pueblo de brutal invasor.

– Y, como muy bien sabes, profesora, los agresores fueron los utes, que eran chochonis, guerreros de las grandes llanuras; ellos nos atacaban a nosotros, que somos atapascos pacíficos, agricultores y pastores.

– Y ¿a quién robaban las ovejas esos pastores pacíficos? -dijo Louisa-. Bueno, da lo mismo; estoy tratando de calcular la cronología de nuestro segundo Ironhand. ¿No crees que ahora sería muy viejo para ser el bandido al que todos buscan?

– Quizá no -dijo Leaphorn-. El primer Ironhand todavía estaba activo en 1910, cuando aquí empezó a imponerse de verdad el orden público. Dijo que el Ironhand de ahora fue un hijo tardío del primero. Pongamos que el hijo naciera a principios de los cuarenta. Biológicamente, es posible y, además, tendría la edad apropiada para haber ido al Vietnam.

– Eso creo. Por lo que dijo de él, si yo fuera uno de los que andan por ahí buscándolo, desearía que no se tratara del mismo.

Leaphorn asintió. Se preguntó cuánto sabría el FBI sobre Ironhand y, en caso de que supieran algo, cuántos datos habrían compartido con las autoridades locales. Pensó en lo que había dicho Bashe Lady sobre la facilidad con que Ironhand se escabullía de los navajos que lo perseguían; no como un pájaro, sino como un tejón. Los tejones, cuando no se enfrentaban a su enemigo, huían internándose en sus madrigueras. Las madrigueras de los tejones tenían una salida y una entrada. Una idea interesante, teniendo en cuenta que el terreno de caza era tierra de cañones y minas de carbón.

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