Capítulo 8

Hogar, dulce hogar

El sábado por la mañana yo estaba en mi habitación del Kyoto, leyendo un artículo de primera página de Larry Bernard sobre la puesta en libertad de Alonzo Winslow, cuando me llamó una de los detectives de la División de Hollywood. Su nombre era Bynum. Me dijo que el análisis de la escena del crimen había concluido en mi casa y que recuperaba su custodia.

– ¿Puedo volver sin más?

– Eso es. Puede irse a casa ahora mismo.

– ¿Eso significa que la investigación está completa? Quiero decir, a la espera de la detención del tipo, por supuesto.

– No, todavía tenemos algunos cabos sueltos que estamos tratando de atar.

– ¿Cabos sueltos?

– No puedo discutir el caso con usted.

– Bueno, ¿puedo preguntarle por Angela?

– ¿Qué pasa con ella?

– Me preguntaba si había sido…, eh, torturada o algo.

Hubo una pausa mientras la detective decidía hasta dónde contarme.

– Lo siento, pero la respuesta es sí. Había indicios de violación con un objeto extraño y el mismo patrón de asfixia lenta que en los demás casos. Múltiples marcas de ligaduras en el cuello. Fue asfixiada y reanimada de manera repetida. Si se trataba de una manera de hacerle hablar del artículo en el que ustedes dos estaban trabajando, o simplemente era la manera de excitarse del asesino, es algo que no está claro en este momento. Supongo que tendremos que preguntárselo a él cuando lo detengamos. -Yo me quedé en silencio mientras pensaba en el horror al que Angela se había enfrentado-. ¿Alguna cosa más, Jack? Es sábado. Espero pasar al menos medio día con mi hija.

– No, no. Lo siento.

– Bueno, ya puede ir a casa ahora. Que pase un buen día.

Bynum colgó y yo me quedé allí sentado, pensando. No estaba seguro de querer la casa de nuevo, porque no estaba seguro de que pudiera seguir siendo mi hogar. Mi sueño -lo poco que había dormido- había sido invadido en las últimas dos noches por las imágenes de la cara de Angela Cook en la oscuridad de debajo de la cama y el sonido sordo de la tos tan expertamente implantado en mi mente por su asesino. Pero en mi sueño, todo ocurría bajo el agua. Angela tenía las muñecas atadas y se estiraba hacia mí al hundirse. Su último grito de socorro salió en una burbuja y me desperté cuando esta explotó con el sonido que el Sudes había reproducido.

Vivir y tratar de dormir en ese mismo lugar se me antojaba imposible. Abrí las cortinas y miré por la única ventana de mi pequeña habitación de hotel. Tenía una panorámica del centro cívico. El hermoso y eterno edificio del ayuntamiento se alzaba ante mí. Junto a él se hallaba el edificio de los tribunales penales, tan feo como la prisión a la que la mayoría de sus visitantes se dirigirían. Las aceras y los parterres estaban vacíos. Era sábado y nadie iba al centro los fines de semana. Cerré las cortinas.

Decidí quedarme en la habitación mientras el periódico la pagara. Iría a casa, pero solo para coger ropa limpia y otras cosas que necesitaba. Por la tarde, llamaría a un agente inmobiliario y trataría de deshacerme de ella. Si podía. En venta: bungaló de Hollywood muy bien conservado y restaurado donde actuó un asesino en serie. Negociable.

El sonido de mi teléfono móvil me sacó de la ensoñación. Mi móvil de siempre; había conseguido recuperarlo por fin a pleno funcionamiento el día anterior. El identificador de llamadas decía NÚMERO PRIVADO y había aprendido a no dejar esas llamadas sin respuesta.

Era Rachel.

– Hola -dije.

– Pareces deprimido. ¿Qué pasa?

Menuda profiler. Me había interpretado con una sola palabra. Decidí no sacar a colación lo que la detective Bynum había dicho sobre el aterrador final de Angela.

– Nada. Solo estaba… nada. ¿Y tú qué tal? ¿Estás trabajando?

– Sí.

– ¿Quieres pillarte un descanso y tomar un café o algo? Yo estoy en el centro.

– No, no puedo.

No la había vuelto a ver desde que los detectives nos habían separado después de que encontráramos el cadáver de Angela y llamáramos a la policía. Como con todo lo demás, no llevaba nada bien la separación, aunque solo fueran cuarenta y ocho horas. Me levanté y empecé a pasearme por los confines de la pequeña habitación.

– Bueno, ¿cuándo te veré? -le pregunté.

– No lo sé, Jack. Ten un poco de paciencia conmigo. Estoy en el punto de mira aquí.

Me sentí avergonzado y cambié de tema.

– Hablando de punto de mira, no me vendría mal un escolta armado.

– ¿Por qué?

– La policía de Los Ángeles dice que tengo acceso a mi casa. Me han dicho que podía volver, pero no creo que pueda quedarme allí. Solo quiero coger algo de ropa, pero va a ser un poco aterrador estar allí yo solo.

– Lo siento, Jack, no puedo llevarte. Si estás realmente preocupado, puedo hacer una llamada.

Estaba empezando a entender el cuadro. Ya me había sucedido con ella una vez antes. Tenía que resignarme al hecho de que Rachel era como un gato salvaje. Le intrigaba cómo podía ser el contacto y permanecía cerca del otro, pero en última instancia, siempre saltaba hacia atrás y se alejaba. Si insistías, sacaba las garras.

– No importa, Rachel, solo trataba de conseguir que salieras.

– Lo siento mucho, Jack, pero no puedo hacerlo.

– ¿Por qué has llamado?

Se hizo un silencio antes de que ella contestara.

– Para ver cómo estabas y para ponerte al día de algunas cosas. Si quieres oírlas.

– Claro, adelante. Al grano.

Me senté en la cama y abrí un cuaderno para tomar notas.

– Ayer se confirmó que el sitio web asesinodelmaletero. com que visitó Angela era de hecho la mina que pisó -dijo Rachel-, pero hasta ahora es un callejón sin salida.

– ¿Un callejón sin salida? Pensaba que podía rastrearse todo a través de Internet.

– La ubicación física del sitio corresponde a un servicio de hosting, alojamiento web, llamado Western Data Consultants y ubicado en Mesa, Arizona. Fueron allí unos agentes con una orden y obtuvieron los detalles sobre la configuración y el funcionamiento del sitio. Se registró a través de una compañía de Seattle llamada See Jane Run, que registra, diseña y mantiene numerosos sitios a través de Western Data. Es una especie de empresa intermediaria. No dispone de un lugar físico donde los sitios web estén alojados en los servidores, para eso paga a Western Data. See Jane Run construye y mantiene sitios web para clientes y Western Data los aloja. Como un intermediario.

– ¿Así que fueron a Seattle?

– Se están ocupando agentes de la oficina de campo de Seattle.

– ¿Y?

– El sitio asesinodelmaletero.com fue creado y pagado por completo a través de Internet. Nadie en See Jane Run vio nunca al hombre que pagó por ello. La dirección física dada hace dos años cuando se crearon los sitios era un apartado de correos cerca del SeaTac que ya no es válido. Estamos tratando de rastrear eso, pero será otro callejón sin salida. Este tipo es bueno.

– Acabas de decir sitios, en plural. ¿Había más de uno?

– Te has dado cuenta de eso. Sí, dos sitios: asesinodelmaletero.com y el segundo Denslow Data. Ese fue el nombre que utilizó para configurarlos: Bill Denslow. Los dos sitios están en un plan de cinco años que pagó por adelantado. Utilizó un giro postal que no se podía rastrear más que hasta el punto de compra. Otro callejón sin salida.

Tardé unos segundos en escribir algunas notas.

– Está bien -dije finalmente-. ¿Entonces Denslow es el Sudes?

– El hombre que se hace pasar por Denslow es el Sudes, pero no somos tan estúpidos como para pensar que pondría su nombre real en un sitio web.

– Entonces, ¿qué significa? ¿D-E-N pueden ser unas siglas?

– Puede ser. Lo estamos investigando. Hasta ahora no hemos encontrado la conexión. Estamos investigando esa posibilidad y el nombre en sí. Pero no hemos encontrado a ningún Bill Denslow con ningún tipo de antecedentes penales que encaje en esto.

– Tal vez sea un chico al que el Sudes odiaba de niño. Algún vecino o un maestro.

– Puede ser.

– Entonces, ¿por qué los dos sitios web?

– Uno de ellos era el sitio de captura y el otro era el punto de observación.

– Me estoy perdiendo.

– Bueno, el sitio asesinodelmaletero se creó para recoger la IP (la dirección del ordenador) de cualquier persona que visitara el lugar. Eso es lo que pasó con Angela, ¿entiendes?

– Sí. Ella hizo una búsqueda y esta la llevó al sitio.

– Exacto. El sitio recogía las IP, pero estaba construido de manera que las direcciones se enviaban automáticamente a otra página web llamada Denslow Data. Es una práctica común. Vas a un sitio, capturan tu identificación y la envían a otro sitio cuyo fin es el marketing. Básicamente se trata del origen del spam.

– Entiendo. Así que Denslow Data tiene la identificación de Angela. ¿Qué pasó allí?

– Nada. Allí se quedó.

– Entonces, ¿cómo…?

– Este es el truco. Denslow Data fue construido con una función completamente contraria al sitio de asesinodelmaletero. No captura datos de los visitantes. ¿Ves adónde quiero llegar?

– No.

– Bueno, míralo desde el punto de vista del Sudes. Ha puesto en marcha asesinodelmaletero.com para capturar la identidad del ordenador de alguien que pudiera ir tras él. El único problema con esto es que, a continuación, al ir al sitio para comprobarlo, su propia IP sería capturada. Claro que él podría utilizar algún otro equipo para llevar a cabo el control, pero aun así ayudaría a fijar su posición. Podría ser seguido en gran medida a través de su propio sitio.

Asentí con la cabeza cuando por fin entendí la configuración.

– Ya veo -dije-. Así que envía la dirección IP capturada a otra página donde no existe un mecanismo de captura y que puede comprobar sin temor a ser rastreado.

– Exactamente.

– Así que después de que Angela llegara a asesinodelmaletero.com, él fue a la página de Denslow y obtuvo su IP. Esta lo llevó al Times y supuso que podía tratarse de algo más que una curiosidad morbosa sobre víctimas de asesinato encontradas en maleteros. Pincha el sistema del Times y eso lo lleva a Angela y a mí, y a nuestros artículos. Él lee mi correo electrónico y sabe que nos estamos acercando. Que he descubierto algo y me dirijo a Las Vegas.

– Eso es. Y trama una forma de eliminaros a los dos en un asesinato-suicidio.

Me quedé en silencio un momento mientras reflexionaba una vez más. Cuadraba, aunque no me gustara el resultado.

– Fue mi mensaje de correo electrónico lo que la mató.

– No, Jack. No lo puedes ver de esa manera. En todo caso, su destino estaba sellado cuando miró asesinodelmaletero.com. No puedes culparte por un correo electrónico que mandaste a un redactor.

No respondí. Traté de aparcar la cuestión de la culpabilidad durante un tiempo y concentrarme en el Sudes.

– Jack, ¿estás ahí?

– Solo estoy pensando. ¿Así que todo esto es completamente imposible de rastrear?

– Desde ese punto de vista, sí. Una vez que tengamos a este tipo y nos apoderemos de su equipo, podremos rastrear sus visitas a Denslow. Será una prueba sólida.

– Eso si utilizó su propio ordenador.

– Sí.

– Parece poco probable, dada la habilidad que ya ha demostrado.

– Tal vez. Esto dependerá de la frecuencia con que comprobara su trampa. Parece que estaba en la pista de Angela menos de veinticuatro horas después de su visita a la página de asesinodelmaletero. Eso indicaría una rutina, una comprobación diaria de la trampa, y podría señalar que estaba usando su propio ordenador o uno que tuviera cerca.

Pensé en todo ello por un momento y me recosté en la almohada con los ojos cerrados. Lo que sabía sobre el mundo era deprimente.

– Hay algo más que quiero contarte -dijo Rachel.

– ¿Qué?

Abrí los ojos.

– Hemos descubierto cómo atrajo a Angela a tu casa.

– ¿Cómo?

– Tú lo hiciste.

– ¿De qué estás hablando? Yo…

– Lo sé, lo sé. Solo estoy diciendo que quería que lo pareciera. Encontramos el portátil de Angela en su apartamento. En su cuenta de correo electrónico había un mensaje tuyo, enviado la noche del martes. Decías que habías encontrado datos interesantes sobre el caso Winslow. El Sudes, haciéndose pasar por ti, dijo que se trataba de algo muy importante y que la invitabas a ir a tu casa para enseñárselo.

– ¡Joder!

– Ella contestó al mail diciendo que salía para allí. Llegó a tu casa y él la estaba esperando. Fue después de que tú te hubieras ido a Las Vegas.

– Estaría vigilando mi casa. Me vio salir.

– Tú te fuiste, él entró y utilizó tu ordenador para mandar el mensaje. Luego la esperó. Y una vez terminó con ella, te siguió a Las Vegas para completar la trampa matándote y haciendo que pareciera un suicidio.

– Pero ¿qué pasa con mi pistola? Entró en la casa y la encontró con bastante facilidad. Luego pudo ir a buscarme a Las Vegas para seguirme. Pero todavía no se explica cómo llegó allí el arma. Volé y no facturé maleta. Eso es un gran agujero, ¿no?

– Creemos que también lo hemos entendido.

Cerré los ojos de nuevo.

– Dime.

– Después de echarle el cebo a Angela imprimió un formulario de envío de Go! desde tu ordenador.

– ¿GO? Nunca he oído hablar de GO.

– Es una empresa de transportes, una pequeña competidora de FedEx y el resto. G-O con un signo de exclamación: Guaranteed Overnight! Hacen envíos de aeropuerto a aeropuerto, un negocio en expansión ahora que las compañías aéreas limitan el equipaje y cobran por ello. Puedes descargar los formularios de envío desde Internet, y alguien hizo exactamente eso en tu equipo, para enviarte un paquete durante la noche para ti mismo. Tenía que recogerse en las instalaciones de carga del Internacional Mc Carran y no se requería firma: solo mostrar tu copia del formulario de envío. Puedes dejar paquetes en el LAX hasta las once en punto.

No podía hacer otra cosa que negar con la cabeza.

– Así es como creemos que lo hizo -dijo Rachel-. Atrajo a Angela y luego se encargó del envío. Angela se presentó y él la redujo. La dejó, aunque no sabemos si estaba muerta o no en ese momento. Fue al aeropuerto y mandó el paquete con la pistola; los paquetes nacionales en GO! no pasan rayos X. Luego o bien fue en coche hasta Las Vegas o en avión, muy posiblemente incluso en el mismo que tú. En cualquier caso, una vez estuvo allí, recogió el paquete con la pistola. Después te siguió a Ely para completar el plan.

– Parece muy ajustado. ¿Estás seguro de que tuvo tiempo?

– Es apretado y no estamos seguros, pero cuadra.

– ¿Qué pasa con Schifino?

– Le han informado, pero no se siente en peligro ahora, si es que lo ha estado. Ha rechazado la protección, pero lo estamos vigilando de todos modos.

Me pregunté si el abogado de Las Vegas se había dado cuenta de lo cerca que había estado de convertirse en la peor clase de víctima. Rachel continuó.

– Supongo que me habrías llamado si hubiera habido algún otro contacto por parte del Sudes.

– No, no ha habido contacto. Además, tú tienes el teléfono. ¿Ha intentado volver a llamar?

– No.

– ¿Qué ocurrió con la identificación de la llamada?

– La hemos rastreado a una antena de telefonía móvil de Mc Carran, en la terminal de US Airways. En un periodo de dos horas desde que te llamó había vuelos desde esa terminal a veinticuatro ciudades diferentes de Estados Unidos. Podría haber ido a cualquier parte con conexiones desde esas veinticuatro ciudades.

– ¿Qué hay de Seattle?

– No hay vuelo directo, pero podría haber volado a una ciudad de conexión y haber salido de allí. Estamos ejecutando una orden de registro que hoy nos dará los listados de pasajeros de todos los vuelos. Meteremos los nombres en el ordenador y a ver qué conseguimos. Este es el primer error de nuestro hombre y, con suerte, le haremos pagar por ello.

– ¿Un error? ¿Cómo es eso?

– No tendría que haberte llamado. No debería haber establecido contacto. Nos ha dado información y una ubicación, algo muy diferente de lo que teníamos de él antes.

– Pero tú ibas a apostar a que contactaría. ¿Por qué es tan chocante? Tenías razón.

– Sí, pero eso lo dije antes de saber todo lo que sé ahora. En base a todo lo que tenemos en el perfil de este hombre, creo que estaba fuera de lugar que te llamara.

Pensé en todo ello un momento antes de plantear la siguiente pregunta.

– ¿Qué más está haciendo el FBI?

– Estamos haciendo perfiles de Babbit y Oglevy. Sabemos que encajan en su programa y tenemos que averiguar dónde se cruzan y donde se encontró con ellas. También estamos todavía en busca de su firma.

Me senté, escribí «firma» en el bloc de notas y lo subrayé.

– La firma es diferente de su programa.

– Sí, Jack. El programa es lo que hace con la víctima. La firma es algo que deja tras de sí para marcar su territorio. Es la diferencia entre una pintura y la firma del artista en el lienzo. Puedes saber que es un Van Gogh con solo mirarlo, pero también firmaba su obra. Con estos asesinos la firma no es tan obvia; la mayoría de las veces no la vemos hasta después. Pero si conseguimos descifrarla ahora, podría ayudarnos a llegar a él.

– ¿Es lo que te han encargado? ¿Estás trabajando en eso?

– Sí.

Rachel había dudado antes de responder.

– ¿Usando las notas de mis archivos?

– Exacto.

Ahora dudé yo, pero no demasiado rato.

– Eso es mentira, Rachel. ¿Qué pasa?

– ¿De qué estás hablando?

– Tengo tus notas aquí delante, Rachel. Cuando por fin me soltaron el jueves, exigí que me devolvieran todos mis archivos y notas. Me dieron también las tuyas, pensando que eran mías. Es tu bloc. Las tengo yo, Rachel, ¿por qué estás mintiendo?

– Jack, no te miento. ¿Y qué si tienes mis notas, crees que no puedo…?

– ¿Dónde estás ahora mismo? ¿Dónde estás exactamente? Dime la verdad.

Ella dudó.

– Estoy en Washington.

– Mierda, estás apuntando a See Jane Run, ¿verdad? Voy para allá.

– No me refiero al estado de Washington, Jack.

Eso me desconcertó totalmente y luego mi ordenador interno escupió un nuevo escenario: Rachel se había valido del descubrimiento del Sudes para volver al trabajo que quería y para el que estaba mejor preparada.

– ¿Estás trabajando para Comportamiento?

– Ojalá. Estoy en la sede de Washington D. C. para una vista de ORP mañana lunes.

Yo sabía que ORP era la Oficina de Responsabilidad Profesional, la versión del FBI de Asuntos Internos.

– ¿Les has hablado de nosotros? ¿Van a ir a por ti por eso?

– No, Jack, no les he dicho nada de eso. Se trata del jet que tomé a Nellis el miércoles. Después de que me llamaras.

Salté de la cama y empecé a pasear de nuevo.

– Tienes que estar bromeando. ¿Qué van a hacer?

– No lo sé.

– ¿No cuenta que hayas salvado al menos una vida (la mía) y de paso hayas dado a conocer a este asesino a los cuerpos policiales? ¿Saben que gracias a ti ayer soltaron a un chico de dieciséis años de edad falsamente acusado de asesinato y encarcelado? ¿Saben que un hombre inocente que ha pasado un año en una cárcel de Nevada va a salir pronto? Deberían darte una medalla, no juzgarte.

Se hizo un silencio y luego Rachel habló.

– Y a ti deberían darte un ascenso en lugar de echarte, Jack. Mira, te agradezco lo que estás diciendo, pero la realidad es que he tomado algunas malas decisiones y parecen más preocupados por eso y por el dinero que ha costado que por ninguna otra cosa.

– ¡Cielo santo! Si te hacen algo, Rachel, va a salir en primera página. Voy a quemar…

– Jack, sé cuidarme sola. Ahora has de preocuparte por ti, ¿de acuerdo?

– No, no estoy de acuerdo. ¿A qué hora es la vista del lunes?

– Es a las nueve.

Iba a alertar a Keisha, mi exesposa. Sabía que no la dejarían entrar en una vista a puerta cerrada, pero si sabían que había una periodista del Times fuera a la espera de los resultados, se pensarían dos veces lo que hacían en el interior.

– Jack, mira, sé lo que estás pensando. Pero quiero que te calmes y dejes que me ocupe de esto. Es mi trabajo y mi vista. ¿De acuerdo?

– No lo sé. Es difícil quedarme de brazos cruzados cuando están jugando con alguien… alguien que quiero.

– Gracias, Jack, pero si es eso lo que sientes, necesito que te retires en este caso. Te contaré lo que pase en cuanto lo sepa.

– ¿Lo prometes?

– Te lo prometo.

Abrí la cortina de nuevo y la luz del sol inundó la habitación.

– Muy bien.

– Gracias. ¿Vas a ir a tu casa? Si de verdad lo necesitas, puedo conseguir que alguien se reúna contigo allí.

– No, no me pasará nada. Solo quería una excusa. Quiero verte. Pero si ni siquiera estás en la ciudad… ¿Cuando llegaste a Washington, por cierto?

– Esta mañana, en un vuelo nocturno. Traté de demorarlo para poder mantenerme en el caso. Pero el FBI no funciona así.

– Ya.

– Estoy aquí y voy a reunirme con mi representante legal para estudiarlo todo. De hecho, él llegará en cualquier momento y tengo que recopilar algunas cosas.

– Muy bien. Ya te dejo. ¿Dónde te vas a quedar?

– En el hotel Mónaco, en la calle F.

Después de colgar me quedé al lado de la ventana, mirando pero sin ver nada. Estaba pensando en Rachel luchando por su trabajo, por lo único que parecía mantenerla aferrada al mundo.

Me di cuenta de que no era muy diferente de mí.

Загрузка...