Los tres agentes que formaban el equipo de Recuperación de Pruebas Electrónicas del FBI ocupaban las tres estaciones de trabajo en la sala de control. Carver se quedó paseando por detrás y ocasionalmente miraba por encima de sus espaldas a las pantallas. No estaba preocupado, porque sabía que solamente iban a encontrar lo que él quería que encontraran. Pero tenía que actuar como si estuviera preocupado. Después de todo, lo que allí ocurría era una amenaza para la reputación de Western Data y sus negocios en todo el país.
– Señor Carver, tiene que tranquilizarse -dijo el agente Torres-. Va a ser una noche muy larga, y si sigue paseando arriba y abajo lo será todavía más, tanto para usted como para nosotros.
– Lo siento -dijo Carver-, pero es que estoy nervioso pensando en lo que va a suponer todo esto.
– Claro, señor, lo entendemos -dijo Torres-. ¿Qué tal si…?
El agente se vio interrumpido por la tonada de Riders on the Storm procedente del bolsillo de la bata de laboratorio de Carver.
– Disculpe -dijo Carver.
Se sacó el móvil del bolsillo y contestó.
– Soy yo -dijo Freddy Stone.
– ¡Hombre, qué tal! -contestó Carver con alborozo en atención a los agentes.
– ¿Lo han encontrado ya?
– Pues todavía no. Sigo aquí y me parece que estaré un buen rato.
– Entonces, ¿sigo adelante con el plan?
– Tendrás que jugar sin mí.
– Es mi prueba, ¿verdad? Tengo que demostrártelo -dijo con un ligero tono de indignación.
– Después de lo que pasó la semana pasada, me alegro de saltarme esta.
Hubo una pausa y Stone cambió de tema.
– ¿Los agentes ya saben quién soy?
– No lo sé, pero ahora mismo no puedo hacer nada. El trabajo es lo primero. Seguro que la semana que viene podré ir, y para entonces ya podrás volver a llevarte mi dinero.
Carver confiaba en que esas frases estuvieran dentro de los límites de la charla del póquer para los agentes que le escuchaban.
– ¿Nos vemos luego allí? -preguntó Stone.
– Sí, en mi casa. Tú traes las patatas y la cerveza. Nos vemos luego. He de colgar.
Cortó la llamada y volvió a guardarse el móvil en el bolsillo. Las evasivas y la indignación de Stone empezaban a preocuparle. Unos días atrás rogaba por su vida; ahora no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Carver empezó a juzgar sus propias acciones. Probablemente tendría que haber acabado con eso en el desierto y haber metido a Stone en el hoyo con Mc Ginnis y el perro. Fin de la historia. Fin de la amenaza.
Todavía podía hacerlo. Quizás esa misma noche. Otra oportunidad dos por uno. Sería el final para Stone y para un montón de otras cosas. Western Data no resistiría el escándalo. Tendrían que cerrar y Carver cambiaría y seguiría adelante. Solo, como antes. Aprovecharía las lecciones que había aprendido y volvería a empezar en algún otro lugar. Sabía que podía hacerlo.
I’m a changeling, see me change.
I’m a changeling, see me change.
Torres apartó la mirada de su pantalla y miró a Carver. Se preguntó si tal vez habría canturreado sin darse cuenta.
– ¿Noche de póquer? -preguntó Torres.
– Ah, sí. Perdón por la intromisión.
– Y yo siento que se pierda la partida.
– No pasa nada. Lo más probable es que me estén ahorrando cincuenta dólares.
– El FBI siempre está contento de ayudar.
Torres sonrió y su compañera, la agente que se llamaba Mowry, también sonrió.
Carver intentó sonreír, pero le hacía sentir falso y lo dejó. La verdad era que no tenía ningún motivo para sonreír.