Ya casi amanecía. Carver ya distinguía la línea dentada de luz que comenzaba a grabar la silueta de la cordillera. Era hermoso. Se sentó en una gran roca y observó el espectáculo de luz mientras Stone trabajaba delante de él. Su joven acólito se afanaba con la pala y picaba en la tierra fría y dura que había debajo de la fina capa de suelo suelto y arena.
– Freddy -dijo Carver con calma-. Quiero que me lo vuelvas a decir.
– ¡Ya te lo he dicho!
– Pues dímelo otra vez. Necesito saber exactamente lo que se dijo, porque necesito saber con exactitud el alcance de los estragos.
– No hay estragos. ¡Nada!
– Dímelo otra vez
– ¡Joder!
Clavó con rabia el borde de la pala en el agujero y el impacto en roca y arena produjo un sonido agudo que resonó en todo el paisaje vacío. Carver miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos. En la distancia, hacia el oeste, las luces de Mesa y Scottsdale parecían una quema de malas hierbas descontrolada. Se llevó la mano a la espalda y cogió la pistola. Se lo pensó, pero decidió esperar. Freddy aún podría ser útil. Esta vez, Carver solo le enseñaría una lección.
– Dímelo otra vez -repitió Carver.
– Solo le dije que tuviera suerte, ¿de acuerdo? -dijo Stone-. Nada más. Y traté de averiguar quién era la perra que lo estaba esperando en su habitación. La que lo jodió todo.
– ¿Qué más?
– Nada más. Le dije que algún día le devolvería el arma, que se la entregaría personalmente.
Carver asintió con la cabeza. Hasta el momento, Stone había dicho lo mismo cada vez que había recontado la conversación con Mc Evoy.
– Muy bien, ¿y qué te dijo?
– Casi nada, ya te lo he dicho. Creo que estaba cagado de miedo.
– No te creo, Freddy.
– Bueno, ese es… Sí, dijo algo más.
Carver trató de mantener la calma.
– ¿Qué?
– Sabe de lo nuestro.
– ¿Qué?
– Lo de las correas. Eso.
Carver trató de que su voz no trasluciera urgencia.
– ¿Cómo lo sabe? ¿Tú se lo dijiste?
– No, yo no le dije nada. Lo sabía. No sé cómo, pero lo sabía.
– ¿Qué sabía?
– Dijo que el nombre que iba a darnos era la…
– ¿A darnos? ¿Sabe que somos dos?
– No, no, no me refiero a eso. No dijo eso, eso no lo sabe. Dijo que el nombre que iba a ponerme en el periódico, porque pensaba que era solo para mí, era la Doncella de Hierro. Eso era lo que nos iba a llamar, o sea, a llamarme. Creo que trataba de provocarme.
Carver reflexionó un momento. Mc Evoy sabía más de lo que debería saber. Tenía que haber contado con ayuda. Era algo más que acceso a la información, se trataba de visión y conocimiento, y eso hizo que Carver pensara en la mujer que estaba en la habitación, esperando. La que salvó la vida a Mc Evoy. Carver pensó que tal vez ya sabía quién era.
– ¿Es bastante profundo o no? -dijo Stone.
Carver dejó de lado sus pensamientos y se levantó. Se acercó a la tumba y enfocó con la linterna hacia abajo.
– Sí, Freddy, ya está bien. Pon primero al perro.
Carver le dio la espalda, mientras Stone se estiraba para recoger el cuerpo sin vida del pequeño animal.
– Con cuidado, Freddy.
Odiaba haber tenido que matar a la perra. El animal no había hecho nada malo. Era una baja colateral.
– Muy bien.
Carver se volvió. La perra ya estaba en el agujero.
– Ahora él.
El cadáver de Mc Ginnis se hallaba al borde de la tumba. Stone se estiró para agarrarlo por los tobillos y comenzó a retroceder en la tumba para echar el cuerpo al hoyo. La pala estaba apoyada contra la pared del otro extremo. Carver cogió el mango y la sacó mientras Stone retrocedía.
Stone metió el cadáver dentro. Los hombros y la cabeza de Mc Ginnis cayeron un metro con un ruido sordo. Mientras Stone estaba inclinado sosteniendo los tobillos del cadáver, Carver le dio un palazo al joven entre los omóplatos.
Stone se quedó sin aire en los pulmones y cayó de bruces en la tumba, cara a cara con Mc Ginnis. Carver rápidamente avanzó sobre el hoyo poniendo un pie a cada lado de este y apoyó la punta de la herramienta en la nuca de Stone.
– Fíjate bien, Freddy -dijo-. Te he hecho cavar más profundo esta vez para poder ponerte encima de él.
– Por favor…
– Rompiste las reglas. Yo no te dije que llamaras a Mc Evoy. No te dije que te pusieras a charlar con él. Te dije que siguieras mis instrucciones.
– Lo sé, lo sé, lo siento. No volverá a suceder. Por favor.
– Podría asegurarme ahora mismo de que no vuelva a suceder.
– No, por favor. Lo arreglaré. No…
– Cállate.
– Está bien, pero…
– ¡He dicho que calles y escuches!
– Muy bien.
– ¿Estás escuchando?
Stone asintió con la cabeza, con el rostro a escasos centímetros de los ojos sin vida de Declan Mc Ginnis.
– ¿Recuerdas dónde estabas cuando te encontré?
Stone asintió, sumiso.
– Ibas a ese lugar oscuro para enfrentarte a interminables días de tormento. Pero yo te salvé. Yo te puse un nombre nuevo, te di una vida nueva. Te ofrecí la oportunidad de escapar y unirte a mí para abrazar los deseos que compartimos. Te enseñé el camino y solo te pedí una cosa a cambio. ¿Te acuerdas de lo que era?
– Dijiste que era una sociedad, pero no una sociedad entre iguales. Yo era el discípulo y tú eras el maestro. He de hacer lo que tú dices.
Carver hundió aún más la punta de acero en el cuello de Stone.
– Y sin embargo aquí estamos. Y me has fallado.
– No volverá a suceder. Por favor.
Carver levantó la cabeza y miró a la cordillera. Las líneas irregulares se recortaban más claramente ahora que el cielo proyectaba una luz anaranjada. Tenían que terminar enseguida.
– Freddy, te equivocas. Soy yo el que no va a dejar que suceda de nuevo.
– Déjame hacer algo. Deja que lo arregle.
– Te daré esa oportunidad. -Apartó la pala hacia atrás y se alejó de la tumba-. Ahora entiérralos.
Stone se volvió y miró cautelosamente hacia arriba, con el miedo todavía grabado en su mirada. Carver le pasó la pala. Stone se levantó y la cogió.
Carver se llevó la mano a la espalda y sacó la pistola. Con gran regocijo vio que las pupilas de Stone se ensanchaban. Pero entonces sacó el pañuelo del bolsillo y comenzó a limpiar el arma para eliminar las huellas dactilares. Cuando terminó, la dejó caer en la tumba a los pies de Mc Ginnis. No le preocupaba que Stone intentara cogerla. Freddy estaba totalmente bajo su mando y control.
– Lo siento, Freddy, pero hagamos lo que hagamos respecto a Mc Evoy, no vamos a devolverle la pistola. Es demasiado arriesgado guardarla.
– Lo que tú digas.
«Exactamente», pensó Carver.
– Y ahora date prisa -dijo-. Ya empieza a clarear.
Stone rápidamente comenzó a echar paladas de tierra y arena en el agujero.