Carver había estado ocupado todo el día, conectando y abriendo las pasarelas finales que permitirían un test de transmisión de datos desde Mercer & Gissal, en San Luis. El trabajo había consumido su tiempo y no había cumplido con sus citas programadas hasta última hora del día. Miró sus trampas y sintió una descarga en el pecho cuando pilló algo en una de sus jaulas. La pantalla lo mostró como una gran rata gris que corría en una rueda dentro de la jaula que ponía MALETERO.
Usando su ratón, Carver abrió la jaula y sacó la rata. Tenía los ojos de color rubí y los dientes brillaban con saliva azul hielo. El animal llevaba un collar con su placa plateada de identificación. Hizo clic en la placa y cogió la información de la rata. La fecha y hora de la visita correspondía a la noche anterior, justo después de la última vez que había mirado sus trampas. Había capturado una dirección de protocolo de Internet de diez dígitos. La visita a su página asesinodelmaletero.com había durado solo doce segundos. Pero era suficiente. Significaba que alguien había introducido las palabras «asesinato» y «maletero» en un buscador. Ahora trataría de descubrir quién y por qué.
Dos minutos más tarde, a Carver se le hizo un nudo en la garganta al identificar la IP -una dirección de ordenador básica- con un servicio proveedor de Internet. Tenía una noticia buena y una mala. La buena: no se trataba de un proveedor grande como Yahoo, que contaba con pasarelas de tráfico por todo el mundo y por tanto localizar una IP requería mucho tiempo. La mala noticia: era un pequeño proveedor con el dominio LATimes.com
Es Los Angeles Times, pensó, y sintió una opresión en el pecho. Un periodista de Los Ángeles había entrado en su página web asesinodelmaletero.com. Carver se recostó en su silla y pensó en cómo debía abordarlo. Tenía la dirección IP, pero no un nombre que la acompañara. Ni siquiera podía estar seguro de si era un periodista el que había hecho la visita. En los periódicos trabajaba un montón de gente que no era periodista.
Rodó en su silla hasta la siguiente estación de trabajo. Se conectó como Mc Ginnis, porque había averiguado sus códigos hacía tiempo. Fue a la página web del Los Angeles Times y en la ventana de búsqueda del archivo en línea escribió «asesinato maletero».
Obtuvo una lista de tres artículos que contenían esas dos palabras en las últimas tres semanas, incluido uno publicado en la página web esa misma noche y que saldría en el periódico de la mañana siguiente. Cargó en pantalla el último de los artículos y lo leyó.
REDADA ANTIDROGA DE LA POLICÍA
CAUSA INDIGNACIÓN EN LA COMUNIDAD
por Angela Cook y Jack Mc Evoy
de la redacción del Times
Una redada antidroga en un complejo de viviendas de Watts ha suscitado la ira de los activistas locales, que se quejaron el martes de que el Departamento de Policía de Los Ángeles solo prestó atención a los problemas de un barrio habitado por una minoría cuando una mujer blanca fue presuntamente asesinada allí.
La policía anunció la detención de 16 residentes de Rodia Gardens por acusaciones relacionadas con las drogas, así como la incautación de una pequeña cantidad de narcóticos tras una investigación de una semana. Portavoces de la policía afirmaron que la operación de «vigilancia y barrido» fue en respuesta al asesinato de Denise Babbit, de 23 años, residente en Hollywood.
Un pandillero de 16 años residente en Rodia Gardens fue detenido por el asesinato. El cadáver de Babbit fue hallado hace dos semanas en el maletero de su propio coche en un aparcamiento de la playa de Santa Mónica. La investigación del crimen condujo a Rodia Gardens, donde la policía de Santa Mónica cree que Babbit, bailarina exótica, fue a comprar drogas. Allí fue raptada, retenida durante varias horas y agredida sexualmente de manera repetida antes de ser estrangulada.
Varios activistas de la comunidad se preguntaron por qué los esfuerzos para contener la marea de venta de drogas y crimen relacionado en el barrio no tuvieron lugar antes del asesinato. No tardaron en señalar que la víctima en el maletero era blanca mientras que los miembros de la comunidad eran casi en su totalidad afroamericanos.
«Afrontémoslo -dijo el reverendo William Treacher, cabeza visible de un grupo llamado South Los Angeles Ministers, también conocido como SLAM-: esto es solo otra forma de racismo policial. Olvidan Rodia Gardens y permiten que se convierta en caldo de cultivo de drogas y bandas de delincuentes. Pero matan a esta mujer blanca que se droga y se gana la vida quitándose la ropa y, ¿qué pasa? Organizan un operativo. ¿Dónde estaba la policía antes de esto? ¿Por qué hace falta un crimen contra una persona blanca para atraer la atención hacia los problemas en la comunidad negra?»
Un portavoz de la policía negó que la raza tenga nada que ver con la operación antidroga y aseguró que se habían producido numerosas operaciones similares en Rodia Gardens antes.
«¿Quién se va a quejar de que quiten a los traficantes y pandilleros de las calles?», preguntó el capitán Art Grossman, que dirigió la operación.
Carver dejó de leer el artículo. No percibió ninguna amenaza. Aun así, no explicaba por qué alguien del Times, presumiblemente Cook o Mc Evoy, habían buscado las palabras «asesinato» y «maletero». Solo estaban siendo concienzudos, cubriendo todas las posibilidades. ¿O había algo más? Miró los dos artículos anteriores de los archivos que mencionaban asesinato y maletero y vio que los había escrito Mc Evoy. Se limitaban a las noticias sobre el caso Denise Babbit: el primero trataba del hallazgo del cadáver y el segundo, al día siguiente, de la detención del joven pandillero por el homicidio.
Carver no pudo evitar sonreír para sus adentros al leer que habían acusado al chico del asesinato. Pero su humor no le impidió mantener la precaución. Buscó a Mc Evoy en la hemeroteca y enseguida encontró cientos de artículos, todos ellos relacionados con el crimen en Los Ángeles. Era el periodista de sucesos policiales. Al pie de todos sus artículos estaba su dirección de correo electrónico: JackMc Evoy@LATimes.com.
Carver buscó luego el nombre de Angela Cook y encontró muchos menos artículos. Llevaba menos de seis meses escribiendo para el Times y solo en la última semana había firmado artículos de crímenes. Antes había escrito sobre distintos temas que iban desde una huelga de basureros a uno de esos concursos para ver quién es capaz de comer más. Parecía no tener asignación específica hasta esa semana, cuando había compartido firma con Mc Evoy.
– Le está enseñando el oficio -dijo Carver en voz alta.
Supuso que Cook era joven y Mc Evoy mayor. Eso la convertía a ella en un objetivo más fácil. Se arriesgó y entró en Facebook con una identidad falsa que había preparado hacía tiempo y, efectivamente, Angela Cook tenía página. El contenido no era para consumo público, pero su foto estaba allí. Era una belleza con el pelo rubio hasta los hombros, ojos verdes y un mohín en los labios. Ese mohín, pensó Carver. Él podría cambiarlo.
La foto era solo de la cara. Le decepcionó no poder verla de cuerpo entero. Sobre todo la longitud y forma de sus piernas.
Empezó a tararear. Eso siempre lo calmaba. Canciones que recordaba de los años sesenta y setenta, de cuando era niño; rock duro con el que una mujer podía bailar y exhibir su cuerpo.
Continuó buscando, descubriendo que Angela Cook había abandonado una página de MySpace unos años antes, pero no la había borrado. También encontró un perfil profesional en LinkedIn, y eso le condujo al filón de oro: un blog llamado www.CityofAngela.com en el cual mantenía un diario actualizado de su vida y trabajo en Los Ángeles.
En la última entrada del blog, Cook rebosaba entusiasmo: la habían asignado a los sucesos policiales y criminales y el veterano Jack Mc Evoy iba a formarla para el puesto.
A Carver siempre le fascinaba lo confiada e ingenua que era la gente joven. No creían que nadie pudiera conectar los puntos; pensaban que podían desnudar sus almas en Internet, colgar fotos e información a voluntad y no temían consecuencias. En el blog de Angela Cook encontró toda la información que necesitaba sobre ella. Su pueblo, su hermandad de la facultad, hasta el nombre de su perro. Sabía que su grupo favorito era Death Cab for Cutie y su comida favorita la pizza de un lugar llamado Mozza. Entre datos no significativos, averiguó la fecha de su cumpleaños y que solo tenía que caminar dos manzanas hasta su pizzería favorita. La estaba cercando y ella ni siquiera lo sabía. Pero cada vez se acercaba más.
Hizo una pausa cuando encontró una entrada del blog de nueve meses antes con el titular «Mi Top Ten de Asesinos en Serie». Debajo había una lista de diez asesinos cuyos nombres se habían hecho famosos por haber dejado un reguero de muertes en todo el país. El número uno de la lista era Ted Bundy, «porque yo soy de Florida y allí es donde terminó».
Carver torció el labio. Le gustaba esa chica.
Sonó la alerta de la puerta de seguridad y Carver inmediatamente se desconectó de Internet. Cambió de pantallas y vio a través de la cámara que estaba entrando Mc Ginnis. Carver giró en la silla y estaba de frente a Mc Ginnis cuando este abrió la puerta de acceso a la sala de control. Tenía su tarjeta llave en una cuerda extensible fijada a su cinturón, lo cual le daba un aspecto de zumbado.
– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó.
Carver se levantó y volvió a hacer rodar su silla hasta la estación de trabajo vacía.
– Estoy ejecutando un programa en mi oficina y quería comprobar una cosa de Mercer & Gissal.
A Mc Ginnis no pareció importarle. Miró a través de la ventana principal a la sala de servidores, el corazón y el alma del negocio.
– ¿Cómo va? -preguntó.
– Unos pocos problemas de router -informó Carver-. Pero lo arreglaremos y estaremos en marcha antes de la fecha prevista. Puede que tenga que ir otra vez allí, pero será un viaje rápido.
– Vale. ¿Dónde se ha metido todo el mundo? ¿Estás solo?
– Stone y Early están en la parte de atrás, construyendo una torre. Estoy vigilando las cosas aquí hasta que empiece el turno de noche.
Mc Ginnis asintió de manera aprobatoria. Construir otra torre significaba más negocio.
– ¿Ha pasado alguna otra cosa?
– Tenemos un incidente en la torre treinta y siete. He sacado los datos de allí hasta que pueda solucionarlo. Es temporal.
– ¿Hemos perdido algo?
– No que yo sepa.
– ¿De quién es?
– Pertenece a un centro privado en Stockton, California. No es de los grandes.
Mc Ginnis asintió. No era de un cliente de quien tuviera que preocuparse.
– ¿Qué hay de la intrusión de la semana pasada? -preguntó.
– Todo controlado. El objetivo era Guthrie, Jones. Están en un litigio de tabaco con una firma llamada Biggs, Barlow & Cowdry, en Raleigh-Durham. Alguien en Biggs pensó que Guthrie se estaba reservando información probatoria y trató de echar un vistazo por sí mismo.
– ¿Y?
– El FBI ha abierto una investigación sobre porno infantil y el genio es el principal sospechoso. No creo que esté mucho tiempo más por aquí para molestarnos.
Mc Ginnis asintió en señal de aprobación y sonrió.
– Ese es mi espantapájaros -dijo-. Eres el mejor.
Carver no necesitaba que se lo dijera Mc Ginnis para saberlo. Pero era mayor que él y era el jefe. Y Carver estaba en deuda con él porque le había dado la oportunidad de crear su propio laboratorio y centro de datos. Mc Ginnis lo había puesto en el mapa. No pasaba un mes sin que Carver fuera tentado por un competidor.
– Gracias.
Mc Ginnis volvió hacia la puerta de seguridad.
– Luego iré al aeropuerto. Tenemos a una gente que viene de San Diego y harán la visita mañana.
– ¿Adónde vas a llevarlos?
– ¿Esta noche? Probablemente a una barbacoa en Rosie’s.
– Lo normal. ¿Y luego al Highlighter?
– Si hace falta. ¿Quieres salir? Puedes impresionar a esa gente y así me echas una mano.
– La única cosa que los impresiona son las mujeres desnudas. No me interesa.
– Sí, bueno, es un trabajo duro pero alguien ha de hacerlo. En fin, te dejo a lo tuyo.
Mc Ginnis salió del centro de control. Su oficina estaba arriba, en la parte delantera de la planta baja del edificio. Era un despacho privado y se quedaba allí la mayor parte del tiempo para recibir a potenciales clientes y probablemente para mantenerse a salvo de Carver. Sus conversaciones en el búnker siempre le resultaban un poco tensas. Mc Ginnis daba la impresión de que sabía reducir al mínimo esos momentos.
El búnker pertenecía a Carver. La empresa estaba montada con Mc Ginnis y el personal administrativo encima, en el lugar de entrada. El centro de hosting con todos los diseñadores y operadores estaba también en la superficie. Sin embargo, la granja con los servidores de alta seguridad se hallaba bajo la superficie, en el llamado búnker. Pocos empleados tenían acceso al subterráneo y a Carver le gustaba que así fuera.
Carver se sentó otra vez en la estación de trabajo y volvió a conectarse. Sacó de nuevo la foto de Angela Cook y la estudió unos minutos antes de entrar en Google. Era el momento de ponerse con Jack Mc Evoy y ver si había sido más listo que Angela Cook en protegerse.
Puso su nombre en el buscador y enseguida sintió una nueva excitación. Jack Mc Evoy no tenía blog ni perfil en Facebook ni en ningún otro sitio que Carver pudiera encontrar, pero su nombre aparecía numerosas veces en Google. Pensó que le sonaba el nombre y ahora supo la razón: una docena de años antes, Mc Evoy había escrito el libro de mayor autoridad sobre un asesino llamado «el Poeta», y Carver había leído ese libro, repetidamente. Para ser exactos, Mc Evoy había hecho algo más que simplemente escribir un libro sobre el asesino: había sido el periodista que había revelado el Poeta al mundo. Se había acercado lo suficiente para respirar su último aliento. Jack Mc Evoy era el asesino de un gigante.
Carver asintió lentamente al tiempo que estudiaba la foto de Mc Evoy en la solapa de una vieja página de Amazon.
– Bueno, Jack -dijo en voz alta-. Me siento honrado.
El perro de la periodista la delató. El nombre del animal era Arfy, según una entrada del blog de cinco meses antes. A partir de ese dato, Carver solo necesitó dos variaciones para hacerlo encajar en la contraseña requerida de seis caracteres. Pensó en Arphie y logró acceder a la cuenta de LATimes.com de Angela Cook.
Siempre había algo extrañamente excitante en el hecho de estar dentro del ordenador de alguien. La invasión resultaba adictiva; notó un tirón en las entrañas. Era como estar dentro de la mente y el cuerpo de otra persona. Como ser otro.
Su primera parada fue en el correo electrónico. Lo abrió y descubrió que Angela Cook era una chica ordenada. Solo había dos mensajes sin leer y unos pocos que había leído y guardado. No vio ninguno de Jack Mc Evoy. Los nuevos mensajes eran de «cómo te va en los Ángeles» de una amiga de Florida -lo sabía porque el servidor era Road Runner de Tampa Bay- y un mensaje interno del Times que parecía un lacónico toma y daca con un supervisor o un redactor.
De: Alan Prendergast «AlanPrendergast@LATimes.com·
Asunto: Re: choque
Fecha: 12 de mayo 2009, 2.11 PM PDT
A: AngelaCook@LATimes.com
Calma. Pueden pasar muchas cosas en dos semanas.
De: Angela Cook AngelaCook@LATimes.com
Asunto: choque
Fecha: 12 de mayo 2009, 1.59 PM PDT
A: Alan Prendergast «AlanPrendergast@LATimes.com·
Me dijiste que lo escribiría YO
Al parecer, Angela estaba enfadada. Pero Carver no sabía lo suficiente de la situación para entenderlo, así que siguió adelante y abrió el buzón de correo antiguo. Allí tuvo suerte. No había borrado la lista de mensajes desde hacía mucho. Carver pasó cientos de mensajes y vio varios de su colega y coautor Jack Mc Evoy. Empezó con el más antiguo y fue avanzando hacia los mensajes más recientes.
Enseguida se dio cuenta de que era todo inocuo, solo comunicaciones básicas entre colegas sobre artículos y reuniones en la cafetería para tomar café. Nada lascivo. Carver supuso por lo que leía que Cook y Mc Evoy no se habían conocido hasta hacía poco. Había rigidez o formalidad en los mensajes de correo; ninguno de los dos empleaba abreviaturas ni jerga. Daba la impresión de que Jack no conocía a Angela hasta que la destinaron a Sucesos y le encargaron a él su formación.
En el último mensaje, enviado hacía solo unas horas, Jack le había mandado a Angela un borrador de resumen de una historia en la que estaban trabajando juntos. Carver lo leyó con ansiedad y sintió que sus temores de ser detectado se atenuaban con cada palabra.
De: Jack Mc Evoy «JackMc Evoy@LATimes.com·
Asunto: bala de choque
Fecha: 12 de mayo 2009 2.23 PM PDT
A: AngelaCook@LATimes.com
Angela, esto es lo que le he mandado a Prendo para la previsión de futuros. Dime si quieres hacer cambios.
Jack
COLISIÓN. El 25 de abril el cadáver de Denise Babbit fue hallado en el maletero de su propio coche en un aparcamiento situado junto a la playa de Santa Mónica. Había sido agredida sexualmente y asfixiada con una bolsa de plástico atada al cuello con una cuerda y que le cubría la cabeza. La bailarina exótica, con antecedentes derivados de problemas con las drogas, murió con los ojos abiertos. La policía no tardó en dar con un traficante de dieciséis años gracias a una huella dactilar que el pandillero del sur de Los Ángeles había dejado en el retrovisor del coche de la víctima. Alonzo Winslow -que apenas tuvo infancia en el barrio, no conocía a su padre y casi no veía a su madre- fue detenido por el crimen. Confesó su papel a la policía y ahora espera para saber si el estado lo juzga como adulto. Hablamos con el sospechoso y su familia, así como con los de la víctima, y trazamos su colisión fatal hasta sus orígenes. 2.500 palabras. Mc Evoy y Cook, c/fotos de Lester.
Carver volvió a leerlo y sintió que los músculos de su cuello empezaban a relajarse. Mc Evoy y Cook no sabían nada. Jack, el asesino de gigantes, estaba subiendo por la mata de habichuelas equivocada. Justo como él lo había planeado. Carver pensó en que tendría que leer el artículo cuando se publicara. Él sería una de las únicas tres personas en el planeta que sabía lo equivocado que estaba, contando a ese pobre diablo de Alonzo Winslow.
Cerró la lista y abrió la bandeja de enviados de Cook. No había nada más que el intercambio de mensajes con Mc Evoy y el mail a Prendergast. Resultaba todo bastante aburrido e inútil para Carver.
Cerró el correo y fue al navegador. Fue mirando todas las webs que Cook había visitado en días recientes. Vio asesinodelmaletero.com, así como varias visitas a Google y a las páginas web de otros periódicos. Entonces vio una página web que le intrigó. Abrió DanikasDungeon.com y fue invitado a visitar una página holandesa de bondage y dominación repleto de fotos de mujeres que controlaban, seducían y torturaban a hombres. Carver sonrió. Dudaba que existiera una razón periodística para la visita de Cook. Supuso que estaba atisbando los intereses privados de Angela Cook. Su lado oscuro.
Carver no se entretuvo. Dejó la información de lado, sabiendo que podría ser útil posteriormente. A continuación, lo intentó con Prendergast, porque parecía que su contraseña era obvia. Probó con Prendo y entró a la primera. En ocasiones la gente era muy estúpida y obvia. Fue al buzón de correo, y allí, en lo más alto de la lista, había un mensaje de Mc Evoy que había sido enviado solo un par de minutos antes.
– ¿En qué estás metido, Jack? -susurró.
Carver abrió el mensaje.
De: Jack Mc Evoy «JackMc Evoy@LATimes.com·
Asunto: colisión
Fecha: 12 de mayo 2009, 4.33 PM PDT
A: AlanPrendergast@LATimes.com
CC: AngelaCook@LATimes.com
Prendo, te he estado buscando pero habías ido a comer. La historia está cambiando. Alonzo no confesó el crimen y no creo que lo cometiera. Me voy a Las Vegas esta noche para seguir unas pistas mañana. Te informaré entonces. Angela puede encargarse del puesto. Tengo monedas.
Jack
Carver sintió que se le subía el corazón a la garganta. Se le tensaron los músculos del cuello y se apartó de la mesa por si tenía que vomitar. Sacó la papelera de debajo para utilizarla en caso de necesidad. Su visión se oscureció momentáneamente en los bordes, pero luego la oscuridad pasó y Carver se despejó.
Volvió a colocar la papelera en su sitio empujándola con el pie y se inclinó hacia delante para estudiar otra vez el mensaje.
Mc Evoy había hecho la conexión con Las Vegas. Carver supo que solo podía culparse a sí mismo. Había repetido su modus operandi demasiado pronto. Se había puesto al descubierto y ahora Jack el Matagigantes iba tras su pista. Un error crítico. Mc Evoy llegaría a Las Vegas y, con un mínimo de suerte, lo comprendería todo.
Carver tenía que impedirlo. Un error crítico no tenía que ser un error fatal, se dijo. Cerró otra vez los ojos y reflexionó un momento. Eso le devolvió la seguridad, o parte de ella. Sabía que estaba preparado para todas las eventualidades. Las primeras semillas de un plan estaban empezando a germinar y lo primero que tenía que hacer era borrar el mensaje que tenía delante de él en la pantalla y volver después a la cuenta de correo de Angela Cook y borrar también su copia. Prendergast y Cook nunca los verían y, con suerte, nunca sabrían lo que sabía Jack Mc Evoy.
Carver borró el mensaje, pero antes de desconectarse subió un programa de spyware que le permitiría seguir todas las actividades de Prendergast en Internet en tiempo real. Sabría a quién escribía, quién contactaba con él y qué páginas web visitaba. Carver volvió luego a la cuenta de Cook y repitió los mismos pasos.
El siguiente era Mc Evoy, pero Carver decidió que eso podía esperar hasta que Jack llegara a Las Vegas y estuviera trabajando allí solo. Lo primero era lo primero. Se levantó y puso la mano en el lector situado junto a la puerta de cristal que daba a la sala de servidores. Una vez completado y aprobado el escáner, la puerta se abrió. Hacía frío en esa estancia, que siempre se mantenía a 16 grados. Los pasos de Carver resonaron en el suelo de metal cuando recorrió el tercer pasillo hasta la sexta torre. Abrió la parte delantera del servidor del tamaño de una nevera con una llave, se inclinó y sacó dos de las placas medio centímetro. Luego volvió a cerrar la puerta con llave y se dirigió a su estación de trabajo.
Al cabo de unos segundos sonó una alarma en las estaciones de trabajo. Escribió unas órdenes para poner en marcha el protocolo de respuesta. Aguardó unos segundos más y se estiró hacia el teléfono. Marcó el botón del intercomunicador y tecleó la extensión de Mc Ginnis.
– Eh, jefe, ¿sigues ahí?
– ¿Qué pasa, Wesley? Estoy a punto de salir.
– Tenemos un problema de código tres. Será mejor que vengas a echar un vistazo.
Código 3 significaba déjalo todo y corre.
– Ahora voy.
Carver trató de contener una sonrisa. No quería que Mc Ginnis la viera. Al cabo de tres minutos Mc Ginnis entró con su tarjeta llave tintineando en el cinturón. Estaba sin aliento de bajar corriendo por la escalera.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– Dewey y Bach en Los Ángeles acaban de recibir un bombardeo de datos. Toda la ruta se ha derrumbado.
– Dios mío, ¿cómo?
– No lo sé.
– ¿Quién lo ha hecho?
Carver se encogió de hombros.
– Desde aquí no lo sé. Podría ser interno.
– ¿Ya los has llamado?
– No, quería decírtelo antes.
Mc Ginnis estaba de pie detrás de Carver, pasando el peso del cuerpo de un pie al otro y mirando los servidores que estaban al otro lado del cristal, como si la respuesta estuviera allí.
– ¿Qué opinas? -preguntó.
– El problema no está aquí; lo he comprobado todo. Está en su lado. He de enviar a alguien para que lo arregle y reabra el tráfico. Creo que Stone está listo, lo enviaré. Luego averiguaremos de dónde proviene y nos aseguraremos de que no vuelva a pasar. Si es un hacker, quemaremos al cabrón en su cama.
– ¿Cuánto tardará?
– Hay vuelos a Los Ángeles casi cada hora. Pondré a Stone en un avión y llegará a primera hora de la mañana.
– ¿Por qué no vas tú? Quiero que esto se solucione.
Carver vaciló. Quería que Mc Ginnis pensara que había sido idea suya.
– Creo que Freddy Stone puede ocuparse.
– Pero tú eres el mejor. Quiero que Dewey y Bach vean que no nos andamos con chiquitas, que hacemos lo que hay que hacer. Si tienen un problema, enviamos a nuestro mejor hombre, no a un jovencito. Llévate a Stone o a quien necesites, pero quiero que vayas tú.
– Iré ahora mismo.
– Mantenme informado.
– Lo haré.
– Yo también he de ir al aeropuerto a recibir a las visitas.
– Sí, a ti te toca el trabajo duro.
– No hurgues en la herida.
Le dio una palmadita a Carver en el hombro y volvió a salir. Este se quedó un momento sentado, quieto, sintiendo el residuo de la compresión en el hombro. Odiaba que lo tocaran.
Por fin se movió. Se inclinó hacia su pantalla y tecleó el código de desactivación de alarma. Confirmó el protocolo y lo borró.
Carver sacó su móvil y pulsó una tecla de marcado rápido.
– ¿Qué pasa? -dijo Stone.
– ¿Sigues con Early?
– Sí, estamos construyendo la torre.
– Vuelve a la sala de control. Tenemos un problema. En realidad, dos. Y hemos de ocuparnos de ellos. Estoy trabajando en un plan.
– Voy para allá.
Carver cerró el teléfono con un clic.