Han pasado seis semanas desde que se produjeron los hechos en Mesa, pero todavía permanecen vívidos en mi memoria y en mi imaginación.
Ahora estoy escribiendo. Todos los días. Normalmente por la tarde encuentro algún café atestado en el que abrir mi portátil. He llegado a la conclusión de que no puedo escribir en el silencio que los autores requieren habitualmente: tengo que luchar contra la distracción y el ruido. He de acercarme tanto como me sea posible a la experiencia de escribir en una redacción superpoblada. Parece que necesito el alboroto de las conversaciones de fondo, de los teléfonos que suenan y de los teclados aporreados para sentirme como en casa. Naturalmente, no es más que un sucedáneo artificial de la experiencia real. No hay camaradería en un café. Falta esa sensación de «nosotros contra el mundo». Esas son cosas de una redacción que creo que siempre echaré en falta.
Reservo las mañanas a la investigación. Wesley John Carver sigue siendo en gran parte un enigma, pero me voy acercando a quién y qué es. Mientras yace en el mundo crepuscular del coma en el hospital de la prisión metropolitana de Los Ángeles, yo me acerco a él.
Parte de lo que sé procede del FBI, que continúa investigando el caso en Arizona, Nevada y California. Pero la mayor parte es material recogido por mi cuenta y de diversas fuentes.
Carver era un asesino de gran inteligencia y con un clarividente conocimiento de sí mismo. Era listo y calculador, y capaz de manipular a la gente recurriendo a sus deseos más profundos y oscuros. Acechaba en las webs y en los chats, identificaba a discípulos y víctimas potenciales y luego les seguía la pista a través de los portales laberínticos del mundo digital. Después establecía contacto en el mundo real. Los utilizaba o los mataba, o ambas cosas.
Llevaba años haciéndolo, desde mucho antes de que Western Data y los cadáveres en los maleteros llamaran la atención de nadie. Marc Courier solo había sido el último de una larga lista de acólitos.
Aun así, el relato de los actos horribles que cometió no puede ensombrecer las motivaciones que había detrás. Es lo que mi editor en Nueva York me dice cada vez que hablamos: tengo que ser capaz de ir más allá de lo que ocurrió. Tengo que contar por qué lo hizo. Es de nuevo una cuestión de contenido y de profundidad, el viejo C y P al que estoy acostumbrado.
Lo que he descubierto hasta ahora es lo siguiente: Carver creció como hijo único sin saber quién era su padre. Su madre trabajaba en el circuito de los clubes de strippers, lo cual los hacía vivir durante su niñez siempre de un sitio a otro, de Los Ángeles a San Francisco y a Nueva York y de vuelta. Fue lo que llamaban entre ellos un niño de camerino, que se criaba tras el escenario en los brazos de chicas de alterne, modistas y otras bailarinas mientras su propia madre actuaba bajo los focos. El de ella era un número especial, se presentaba con el nombre de L. A. Woman y bailaba exclusivamente con música del grupo de rock de Los Ángeles de esa época, The Doors.
Existen indicios para suponer que Carver fue víctima de abusos sexuales por parte de más de una persona de las que se encargaban de él en los camerinos, y que muchas noches dormía en la misma habitación de hotel en la que su madre se acostaba con hombres que habían pagado por estar con ella.
Lo más notable de todo es que su madre había desarrollado una enfermedad en los huesos que no tenía nombre, pero que en cualquier caso era degenerativa y amenazaba su medio de vida. Cuando no estaba en el escenario y se alejaba del mundo en el que trabajaba, a menudo llevaba ortesis en las piernas que le habían prescrito como ayuda para unos ligamentos y articulaciones cada vez más débiles. Al joven Wesley le tocaba ayudar a ajustar las correas de cuero alrededor de las piernas de su madre.
Es un retrato oscuro y deprimente, pero no es algo que conduzca al asesinato múltiple. Los ingredientes secretos de este agente cancerígeno todavía no han sido revelados, ni por mí ni por el FBI. Queda por saber por qué metástasis los horrores de la formación de Carver se convirtieron en el cáncer de su vida adulta. Pero Rachel a menudo me recuerda su frase favorita de una de las películas de los hermanos Cohen: nadie conoce a nadie tan bien. Me dice que nadie sabrá nunca qué llevó a Wesley Carver a tomar el camino que tomó.
Hoy estoy en Bakersfield. Por cuarto día consecutivo pasaré la mañana con Karen Carver y ella me contará los recuerdos de su hijo. No lo ha visto ni ha hablado con él desde el día en que se fue al MIT cuando era un joven de dieciocho años, pero el conocimiento de su infancia y la disposición que muestra a compartirla conmigo me acercan más a responder a la pregunta del porqué.
Mañana volveré a casa en coche, porque mis conversaciones con la madre del asesino (ahora condenada a una silla de ruedas) han llegado de momento a su final. Hay otras investigaciones que llevar a cabo y una fecha de entrega inminente para mi libro. Y por encima de todo eso, llevo cinco días sin ver a Rachel, y me cuesta sobrellevar la separación. Me he convertido en un creyente de la teoría de la bala única y necesito volver a casa.
Entre tanto, el pronóstico para Wesley Carver no es bueno. Los médicos que lo atienden creen que nunca recuperará la conciencia, que los daños ocasionados por la bala de Rachel lo han dejado en una oscuridad permanente. Gime y a veces murmura en su cama de la cárcel, pero seguramente no sucederá mucho más.
Algunos han exigido su procesamiento, condena y ejecución pese al estado en el que se encuentra. Otros han calificado tal idea de bárbara, por execrables que fueran los crímenes de los que se le acusa. En una reciente protesta en el exterior del centro penitenciario de Los Ángeles, un grupo marchaba con pancartas en las que se leía DESCONECTAD AL ASESINO, mientras que las pancartas del grupo contrario decían TODA VIDA ES SAGRADA.
Me gustaría saber qué diría Carver de todo esto. ¿Le divertiría? ¿Se sentiría consolado?
Lo único que sé es que no puedo borrar la imagen de Angela Cook deslizándose hacia la oscuridad con los ojos abiertos y asustados. Creo que Wesley Carver ya ha sido condenado en un tribunal superior. Y está cumpliendo cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.