Capítulo XIX

La duirthech, la capilla de madera de la abadía de El Salmón de los Tres Pozos, fue el lugar elegido por Beccan para celebrar la vista. Se había situado la silla de roble trabajado de la abadesa delante del altar, justo enfrente de la alta cruz de oro. Allí se sentó Beccan. Su escriba personal se sentó en un taburete a su derecha para anotar la declaración que Fidelma iba a presentar. Fidelma se sentó en uno de los primeros bancos, a la derecha de la nave central de la capilla, con Eadulf a su lado. Ross estaba sentado de espectador detrás de ellos, junto con el hermano Cullín de Mullach. Detrás de ellos se sentaba Adnár y el hermano Febal. Junto a ellos se sentaba el viejo granjero, Barr, a quien Fidelma había citado. Luego, detrás, sentado entre dos guerreros de los Loígde, estaba el abatido joven Olcán.

En los bancos del lado opuesto de la nave, se sentaba la abadesa Draigen, segura de sí misma, con sor Lerben y, junto a ésta, sor Comnat. Detrás de ellas estaba sor Brónach y la insegura sor Berrach. Los bancos posteriores de la capilla estaban llenos con todos los miembros de la comunidad que se habían podido apretujar en el edificio. En la puerta estaba Máil y dos guerreros más.

Se habían encendido unas linternas en la duirthech; su luz vacilante se reflejaba en el oro de la cruz del altar y los muchos iconos y adornos sobre la pared. No sólo desprendían luz sino también calor, por lo que no había sido necesario encender el brasero a pesar del frío que hacía fuera.

Beccan abrió el proceso anunciando que presidía el tribunal para oír las pruebas reunidas por Fidelma, como dálaigh de los tribunales, respecto a las causas de la muerte de las dos hermanas de la comunidad. Él podía, basándose en las pruebas que presentara Fidelma, considerar si los que ella declaraba culpables tenían que defenderse. Si así era, se les llevaría a Cashel para ser juzgados posteriormente.

Después de acabadas las formalidades, Beccan indicó a Fidelma que podía comenzar.

Fidelma se levantó y pronunció el ritual Pace tua, que significaba «con vuestro permiso» pero luego se quedó un rato en silencio, con las manos juntas delante de ella, la cabeza ligeramente bajada como si observara algo en el suelo, mientras meditaba.

– Pocas veces he encontrado tanta tristeza alojada en un lugar como en esta abadía -fueron las palabras con las que empezó Fidelma y que resonaron con severidad en los extremos de los edificios e hicieron que la comunidad se agitara en la parte posterior de la capilla-. Hay mucho odio en este lugar, y eso no es compatible con una casa dedicada a la fe. He encontrado en esta comunidad prueba viviente de las palabras del salmo «que sus bocas eran tan suaves como mantequilla pero sus corazones eran guerra, sus palabras eran más suaves que el aceite, sin embargo eran espadas desenvainadas».

La abadesa Draigen iba a hablar, pero el brehon Beccan la hizo callar con un gesto rápido.

– Esto es un tribunal, no una capilla, y en este lugar seré yo quien diga quién puede intervenir -advirtió-. La dálaigh está presentando sus comentarios preliminares. Sus palabras se podrán recusar a su debido tiempo, tal como os indicaré.

Fidelma continuó como si la interrupción no se hubiera producido.

– La abadesa Draigen pidió al abad Brocc de Ros Ailithir que le enviara a un dálaigh. Se había descubierto un cadáver decapitado en el pozo principal de la abadía. Había algunas cosas en relación con este cadáver decapitado que poseían un significado especial. En la mano derecha tenía un crucifijo y atada en la izquierda una varilla de álamo con unas inscripciones en ogham, es decir un , una varilla para medir las tumbas. La inscripción en ogham se refería a la diosa pagana de la muerte y las batallas, la Mórrígú. El simbolismo de esto, tal como me informó sor Brónach, consistía en que se acusaba a alguien de asesino o suicida.

– Unos días después, la administradora de la abadía, sor Síomha, fue encontrada igualmente decapitada, con el mismo simbolismo. Desde el principio, se me informó de que la única persona que tenía un motivo era la abadesa Draigen. Me dijeron que tenía reputación de que le atraían las jóvenes novicias…

Esta vez Draigen se levantó y empezó a protestar en voz alta pero Beccan, con tono firme, la acalló.

– He dicho que tendréis la oportunidad de responder luego. No volváis a interrumpir; si no, tengo poder para poneros una multa por no hacer caso de las reglas de este tribunal.

Cuando la abadesa Draigen se sentó con brusquedad, Fidelma continuó con un movimiento cortante de su mano.

– Pero había muchas historias, la mayoría nacidas de la malicia o, como he averiguado, de otros siniestros propósitos. Si Draigen hubiera sido culpable de tan mala conducta no hubiera recurrido al abad Brocc para que le enviara un dálaigh a investigar los crímenes. Sin embargo la abadesa prefiere la regla de los Penitenciales a nuestras leyes seculares. Este misterio me intrigó hasta que me di cuenta de que la solución era simple y ella la admitió. La abadesa recurrió a Brocc pidiendo un dálaigh simplemente porque no quería que su hermano, Adnár, que era el magistrado local, tuviera poder alguno sobre esta abadía.

La abadesa la miró con el ceño fruncido pero no respondió. Fidelma continuó.

– Mi primera tarea fue identificar el primer cadáver decapitado. Era el de una joven cuyos dedos pulgar, índice y meñique estaban manchados de azul. Eso es propio de alguien que se dedica a la escritura. Cuando me enteré de que dos hermanas de la comunidad, sor Comnat, la bibliotecaria, y sor Almu, su joven ayudante, faltaban de la abadía, sospeché que el cuerpo pertenecería a la segunda. Habían marchado hacía tres semanas hacia el monasterio de Ard Fhearta y no habían regresado. Resumiendo, mi sospecha resultó ser cierta. Era el cuerpo de Almu.

«Después de descubrir la identidad del cadáver, la siguiente pregunta tenía que ser el motivo del asesinato. ¿Por qué y cómo había regresado sor Almu a esta abadía? ¿Por qué la habían decapitado después de asesinarla? ¿Y qué significado tenía aquel simbolismo pagano? Del examen de su cuerpo, se desprendían otras tres cosas. La habían azotado antes de morir y había señales de malos tratos. Y había barro rojizo en los pies y en las uñas de las manos. Sor Brónach me informó de que ese barro era propio de la tierra rica en cobre de la vecindad. ¿No es así, sor Brónach?

La hermana de rostro triste se empezó a levantar de su asiento. Luego inclinó la cabeza en silencio admitiendo lo dicho y volvió a sentarse.

– La muerte de sor Síomha fue todavía más intrigante y asombrosa. Su cadáver se encontró en la torre, también decapitado y con los mismos símbolos en sus manos. Esta vez el cuerpo no estaba desnudo. El asesino sabía que adivinaríamos quién era o quizás el asesino quería que lo supiéramos. ¿Por qué el simbolismo? ¿Por qué decapitada? Pero lo que más me intrigó fue el hecho de que tenía el mismo barro rojizo en las uñas. No lo tenía la última vez que había visto a sor Síomha, tan sólo unas horas antes.

«Había manchas de sangre en la escalera que va de la torre al subterraneus. Era sangre de Síomha. Su asesino había cortado la cabeza en la torre y la había bajado a la cueva. ¿Por qué?»

«¿Era una persona loca la que hacía aquello? ¿El motivo era un odio hacia las hermanas, odio hacia la abadía, odio hacia la abadesa? Sin duda el hermano Febal sentía odio por todo eso, en particular hacia la abadesa Draigen, que había sido su esposa. Fue él quien intentó convencerme de que Draigen tenía relaciones antinaturales con las jóvenes novicias. El hermano Febal sentía suficiente odio como para cometer tales crímenes.»

Echó una mirada por encima del hombro. El hermano Febal estaba sentado mirándola con expresión maligna.

– Las acusaciones de Febal contra la abadesa Draigen no eran ciertas.

Por primera vez la abadesa parecía algo satisfecha.

– Pero- continuó Fidelma tras una pausa- ¿había alguna trama más sutil que la sugerida por Febal?

Beccan carraspeó.

– ¿Habéis llegado a alguna conclusión?

Fidelma levantó la cabeza y respondió.

– Sí. Confío en que soportaréis la historia que os contaré, pues es necesario comprenderla para poder llegar a la verdad de este asunto. Todo lo que sostengo, ahora lo puedo probar.

– Entonces proceded, hermana.

– Hace cuatrocientos años los anales recogen que se fabricó un fabuloso ternero de oro y que fue adorado. Pero el Rey Supremo Cormac Mac Art se negó a consentir esa práctica y la condenó. La historia dice que el sacerdote del ternero de oro se enfadó tanto que mató a Cormac haciendo que tres espinas de salmón se le clavaran en la garganta y se ahogara. Esto es de nuevo un simbolismo. Tres espinas de salmón. Era simplemente una forma de identificación.

Poco antes de que sor Comnat y sor Almu partieran hacia Ard Fhearta vino un hombre a la abadía con una copia de la obra de Cormac, las Teagasg Rí, Instrucciones del Rey. Este hombre pasaba apuros y quería cambiar el libro por comida. El hombre probablemente no conocía el contenido de ese libro. Se lo llevó a la abadesa y ésta hizo llamar a sor Comnat. La bibliotecaria admitió que era un cambio valioso, en particular porque se había dado cuenta de que había una corta biografía de Cormac al final del libro. Luego pidió a sor Almu, su ayudante, que revisara el libro y lo catalogara.

Sor Almu así lo hizo. Imaginad su excitación cuando encontró además la historia del ternero de oro. La bestia fabulosa, hecha de oro, existió, según el texto. Además, el sacerdote del culto del ternero de oro era de esta misma zona. ¿Acaso el símbolo de la diosa conocida como la Anciana de Beara no es una vaca? ¿No se llama la fortaleza de Adnár Dún Boí la fortaleza de la diosa vaca? El ternero es la cría de la vaca.

– ¡Ya conocemos esa historia popular! -gritó la abadesa Draigen, interrumpiéndola con impaciencia-. ¿Pero cuándo vamos a llegar al final de este cuento?

Beccan estaba exasperado por sus continuas interrupciones.

– Ya os he advertido una vez, madre abadesa. No podéis interrumpir. Una multa de un sét por vuestra intromisión. Sin embargo, empiezo a creer que esta historia se está haciendo tediosa, sor Fidelma. ¿Qué tiene esto que ver con los acontecimientos actuales?

– ¡El simbolismo de los tres salmones! -respondió Fidelma-. Sabemos que el emplazamiento de esta abadía era antiguamente un centro pagano. Y sabemos que ahora se llama la abadía de El Salmón de los Tres Pozos. Eso no es sólo un eufemismo para denominar a Cristo sino que enlaza con el pasado pagano. El fabuloso ternero de oro estaba escondido en las cuevas, debajo de esta abadía. Muchos han visto los toscos trazos de un ternero en el muro de la cueva utilizada como almacén. Hay unos grabados similares en la cueva de al lado.

Se oyó un murmullo de excitación entre los miembros de la comunidad.

– Sor Almu, al leer el texto, fue la primera en darse cuenta. Según la historia, los sacerdotes del ternero de oro tomaron el nombre de Dedelchú, «sabueso del ternero», y moraron aquí, aislados. Luego Necht la Pura vino a convertir esta tierra a la nueva fe. Pudo echar a los sacerdotes paganos. Según el texto, bajo la abadía, durante más de cien años, desde que Necht la Pura echó a los paganos y fundó esta comunidad, ha estado oculto el ternero de oro y probablemente se olvidó su existencia, salvo por la referencia en este libro local.

Imaginad la excitación de Almu, mejor dicho, imaginad la fortuna que tan fabulosa estatua supondría. Literalmente, valía su peso en oro pues, de acuerdo con la historia, era de oro macizo.

– ¿Podéis probar eso? -preguntó Beccan.

Fidelma se giró hacia Eadulf, que le entregó dos páginas de pergamino manchadas.

– Estas dos páginas se cortaron hace poco del libro y en ellas está la historia. Se encontraron en el cuerpo de Torcán.

– Proceded -gruñó Beccan mientras observaba las hojas de pergamino.

– Descubrí que sor Almu era amiga íntima de sor Síomha. Muy amiga. Así que, naturalmente, la primera persona a la que fue a explicar lo que había encontrado fue a Síomha. Y de esa conversación surgió el deseo de encontrar y hacerse con el ternero de oro. El único motivo constante en todos los acontecimientos de esta historia es la codicia. ¿No fue Lucano quien dijo que la avaricia es un vicio maldito y si se ofrece a una persona suficiente oro ésta, aunque se esté muriendo de hambre, se desprendería de una parte de comida para poseerlo? En esta historia la que estaba hambrienta era sor Síomha, pero la suya era un hambre de naturaleza moral y espiritual.

Sor Síomha estaba tan poseída por la avaricia que incluso traicionó a su amiga Almu. Convenció a sor Almu para que no dijera nada de la historia, tal vez alegando que discutirían el asunto al regresar de Ard Fhearta. Tan pronto como sor Almu se hubo ido, Síomha hizo entrar inmediatamente a una tercera persona en el secreto. Síomha le explicó todo a esta tercera persona. Utilizando las páginas del libro como guía, Síomha y su compañero encontraron el lugar donde creían que estaba oculta la fabulosa bestia, pero la entrada, en el subterraneus de la abadía, estaba bloqueada con rocas y tierra.

Para ganar el tiempo y el espacio necesarios para que su compañero excavara la entrada de lo que pensaban que era la cueva del tesoro, Síomha se presentó voluntaria para hacer todas las guardias nocturnas que pudiera en la torre. Sólo una persona oía los golpes que se daban al excavar el pasadizo, y ésta era sor Berrach. Sor Berrach, una joven inteligente que a causa de los prejuicios tenía que hacerse pasar casi por tonta, tenía la costumbre de ir la biblioteca cada mañana mucho antes del amanecer para leer; no quería que sus compañeras supieran lo inteligente que era. Pero incluso sor Berrach pensó que los golpes eran una extensión de los sonidos que a menudo se oían procedentes de la cueva oculta bajo la capilla. Esos golpes, por cierto, se deben a dos viejos toneles de madera que están flotando en un estanque subterráneo y que chocan de vez en cuando a causa de las subidas y bajadas del agua de la bahía. En eso no se equivocaba la abadesa Draigen.

Fidelma hizo una pausa al ver que el escriba de Beccan tenía dificultades para seguirla.

– El compañero de Síomha acababa de llegar a la segunda cueva cuando surgió una complicación. Sor Almu regresó inesperadamente a la abadía. Cosas del destino: sor Comnat y sor Almu habían sido capturadas y hechas prisioneras porque habían descubierto la conspiración de Gulban, el jefe de los Beara para ayudar a los Uí Fidgenti en una insurrección contra Cashel. Eran unos acontecimientos no relacionados.

Sor Almu intentó escapar. Había un joven príncipe Fidgenti en el lugar donde estaban confinadas las hermanas. Almu, a quien habían azotado después de haberlo intentado una primera vez, sabía que tenía pocas posibilidades de escapar de los límites de las minas de cobre, donde estaba prisionera, a menos que consiguiera ayuda. Empezó a congraciarse con este joven. Almu, aunque yo no la conocía, debía de ser astuta. Le explicó la historia del ternero de oro y le prometió compartir el secreto, sin saber que su amiga ya la había traicionado.

– Supongo que ese príncipe es Torcán -intervino Beccan.

– Así es -admitió Fidelma-. Torcán, por avaricia, llevó a Almu a la abadía. Acordó con ella encontrarse más tarde en la granja de Barr. Inocentemente, Almu regresó. ¿Qué iban a hacer Síomha y su compañero? Sabemos lo que le pasó. Torcán estaba esperando en la granja. Podéis imaginar su preocupación cuando ella no apareció. Probablemente pensó que lo había traicionado. Esperó allí toda la noche.

No supo nada al día siguiente y se fue. Pero luego volvió. Se enteró de que se había descubierto un cadáver en la abadía. Torcán le pagó al granjero para que fuera allí y dijera que su hija había desaparecido, y pidiera ver el cuerpo por si era ella. El granjero no tenía ninguna hija, ni desaparecida ni nada. El granjero regresó y dio una descripción del cadáver. A pesar de que estaba decapitado, Torcán supo quién era. Barr confirmará todo esto, por cierto.

Las miradas se posaron en el granjero, que estaba inquieto y bajaba la mirada.

– ¿Torcán reconoció la descripción del cadáver y nosotras no? -espetó la abadesa Draigen con cinismo-. Eso es mucho creer.

– Pero es la verdad. Todas estaban engañadas por la negación de sor Síomha, que era su amiga. Almu sin duda había dicho a Torcán que su amiga Síomha conocía el secreto. Cuando éste supo que Síomha no había sido capaz de identificar a Almu empezó a sospechar que Síomha quería quedarse con el tesoro.

– ¿Queréis decir que sor Síomha mató a Almu? -De nuevo la abadesa Draigen estaba de pie, preguntando con tono asombrado, olvidándose de las reprobaciones del brehon.

– Si no realizó el acto, al menos fue cómplice. Empecé a sospechar de la implicación de Síomha por estos hechos: primero, era una buena amiga de Almu, pero dijo que definitivamente aquél no era el cuerpo de su amiga. Es posible que no reconociera el cadáver, pero también es improbable que lo descartara. Segundo, sin duda Síomha mintió cuando dijo a sor Brónach que había sacado agua del pozo poco antes de que se encontrara el cadáver. El cuerpo de Almu tuvo que bajarse al pozo antes de que se hiciera de día; si no, los riesgos hubieran sido muchos. Una tercera cuestión me hizo pensar que Síomha estaba implicada, y fueron los errores de cálculo de aquella noche en el reloj de agua.

– ¿Errores? -inquirió Draigen duramente.

– Se decía que Síomha era muy meticulosa. La noche de la muerte de Almu, cometió varios errores que sor Brónach me comentó de pasada. Dicho de otro modo, en algún punto, Síomha tuvo que abandonar el reloj de agua para ir a ayudar a su compañero a deshacerse de Almu. Veréis, Almu fue o fue atraída abajo, hasta la cueva excavada, pues tenía barro rojizo en las uñas. Según me dijeron, el mismo barro que tenía en el cuerpo antes de que la lavaran para enterrarla. Sor Síomha había descuidado las principales secuencias de tiempo y luego tuvo que amañarlas. Unos errores que vio sor Brónach cuando hizo la guardia siguiente por la mañana.

– ¿Por qué no vino Torcán inmediatamente a la abadía a buscar el ternero de oro? -preguntó Beccan.

– Torcán tenía que ir unos días a las minas de cobre, debido a que estaba implicado en la conspiración. Cuando regresó a la fortaleza de Adnár y contactó con sor Síomha, pensó que sólo estaba tratando con ella y le exigió que le llevara una copia del libro donde estaban las referencias que necesitaba. No sabía qué libro era. Síomha, aprovechando esto, le envió una copia de los anales de Clonmacnoise. Además, sospechando que Torcán probablemente la traicionaría, decidió enviar el libro a través de sor Lerben. Tomó una precaución más: Síomha cortó las dos páginas esenciales del libro Teagasg Rí, que todavía estaba en la biblioteca, y se las dio a su compañero.

Por casualidad, resulta que me dirigía a la fortaleza de Adnár pocos momentos antes de que Torcán esperara a Síomha por aquel camino del bosque con la copia del libro. Me tomaron por Síomha y me dispararon. Casi no escapo de la flecha lanzada a Síomha. Cuando Torcán y sus hombres se dieron cuenta del error intentaron ocultarlo diciendo que estaban cazando y me habían tomado por un ciervo. Era una historia poco creíble. Y mi sospecha se vio confirmada cuando poco después apareció sor Lerben por el camino del bosque con un libro que debía entregar a Torcán.

Sor Lerben estaba sentada con el rostro casi del color de la nieve.

– ¡Me podían haber matado! -espetó.

Fidelma no le hizo caso y continuó.

– Torcán no tardó mucho en darse cuenta de que lo habían engañado. Fue en busca de Síomha.

– ¿Y la mató? -preguntó Beccan.

– No. El compañero de Síomha en esta intriga se había dado cuenta de que Síomha era un problema.

– Ah, el compañero -dijo Beccan-. Me olvidaba de este misterioso compañero.

– Síomha era el enlace abierto con este compañero. Así que había que matar a Síomha para evitar que Torcán descubriera la verdad.

– ¿Y quién era este compañero? -preguntó Draigen-. Habéis hablado mucho de esa persona, pero no la habéis identificado.

– El compañero era el amante de Síomha. El responsable de los asesinatos de Almu y Siomha.

La capilla estaba tensa y expectante.

– En ambos crímenes esta persona había tenido la idea de presentar los cadáveres de manera que consiguiera un doble propósito. Colocaría algún simbolismo en los cuerpos para despistar al investigador y, al mismo tiempo, sembraría el miedo en la comunidad de la abadía, tal vez incluso con la esperanza de que ese miedo hiciera que muchos miembros se marcharan de aquí, creyendo que estaba bajo una maldición pagana. Así que decapitó a las víctimas, les ató un en un brazo y les puso un crucifijo en una mano.

»Por aquel entonces, por supuesto, Torcán no tenía mucho que ver con la insurrección de su padre contra Cashel. Tal vez nunca lo supo. Le preocupaba obtener una fortuna personal que lo hubiera hecho rico y le hubiera permitido obtener poder. Su avaricia venció su sentido común. Sabía que yo estaba sobre la pista de este misterio y utilizó al joven Olcán como señuelo; lo envió a la abadía y al barco galo a hacer algunas preguntas que lo harían sospechoso.

»Torcán me vigilaba de cerca. Confieso que no sabía cuan de cerca. Nos siguió a Eadulf y a mí al interior de la cueva cuando descubrimos la entrada de la llamada cueva del tesoro. Nos siguió y dejó inconsciente a Eadulf de un golpe. Sospecho que pensaba que ya habíamos descubierto el ternero de oro y quería atemorizarme para que le revelara lo que él creía que yo sabía.

– Adnár dice que Torcán estaba a punto de mataros cuando él intervino para salvaros la vida -indicó Beccan.

– Adnár se equivoca. No se puede cargar ninguna muerte a Torcán. Sólo un intento cuando pensó que yo era Síomha. Torcán no me hubiera matado en la cueva hasta que hubiera conseguido la información que yo pudiera darle sobre el ternero de oro.

– Habéis dicho que el misterioso compañero de Síomha era su amante. Parece que estáis señalando hacia Adnár.

– ¡El amante de Síomha! -La abadesa Draigen se había dado media vuelta para mirar a su hermano con asco-. Tenía que haberlo sospechado.

– ¡No es así! -gritó Adnár-. Nunca fui el amante de Síomha.

– Sin embargo, Síomha pasaba mucho tiempo en vuestra fortaleza, especialmente durante las tres últimas semanas -replicó sor Lerben-. Así se lo dije a sor Fidelma.

Un murmullo inquieto se apoderó de la sala.

– Estáis equivocados -dijo Fidelma-. Adnár no era el amante de Siomha.

Se hizo un silencio tenso.

– Me desconcertáis, sor Fidelma -dijo Beccan-. ¿De quién estáis hablando entonces?

– Por pura casualidad, en realidad fue sor Berrach quien lo vio justo después de que matara a Siomha. De hecho, estaba precisamente bajando la cabeza mutilada de Siomha al subterraneus. Berrach vio una figura encapuchada. Pensad. Sólo una persona alimentó a Adnár con mentiras acerca de Draigen; sólo una persona intentó influenciarme con las mismas mentiras; sólo una persona que ha sido la serpiente sutil que ha ido susurrando aquí y allí y guiando a la gente en esta tragedia; sólo una persona que no es de esta comunidad y sin embargo puede llevar capucha.

El hermano Febal se levantó de un salto y se abrió paso a empujones hasta la ventana de la duirthech.

El guerrero Máil y sus hombres estaban junto a ella, y lo retuvieron cuando intentaba treparla.

Se oyeron gritos de asombro y horror.

Adnár se quedó pálido y tembloroso al ver que ataban a Febal.

– El hermano Febal os dijo que era Torcán el que estaba detrás de todo, ¿no es así? -preguntó Fidelma a Adnár-. Febal es muy bueno difundiendo historias. Os dio las dos páginas que había sacado del Teagasg Rí…

– Pensaba que habíais dicho que encontrasteis las dos páginas en el cuerpo de Torcán -intervino entonces Beccan.

– Eso he dicho. ¿Cómo llegaron allí? El hermano Febal se las dio a Adnár.

– Dijo que las había encontrado en las alforjas de Torcán -admitió Adnár.

– ¿Acaso os sugirió que las colocarais en el cuerpo de Torcán?

Adnár inclinó la cabeza.

– Yo realmente creía que os iba a matar. Yo creí en todo lo que me dijo Febal. Pero fue idea mía dejar las hojas en el cuerpo de Torcán. Cuando entramos en la gran cueva, pensé que tal vez no tuvierais todas las pruebas que necesitabais para culpar a Torcán. Febal dijo que había encontrado las páginas en las alforjas de Torcán y entonces yo decidí colocarlas en su cuerpo para que vos las encontrarais.

– Ya lo sé. Pusisteis una excusa para acercaros de nuevo al cadáver, mientras yo curaba al hermano Eadulf, y colocar las páginas en su cuerpo.

Adnár estaba sorprendido.

– ¿Cómo lo sabéis?

– No es ningún misterio. Recordáis que me incliné para examinar a Torcán antes de sacar al hermano Eadulf a la otra cueva. Cuando regresé con Eadulf, después de que vos hubierais vuelto, vi un bulto; eran las páginas bajo la camisa de Torcán. Sabía que no estaban ahí cuando comprobé que estaba muerto. Era obvio que las habíais colocado vos allí.

– Así pues -interrumpió Beccan con un suspiro-, ¿queréis decir que Adnár no es culpable de estar involucrado en este asunto? ¿Que lo ha manipulado y engañado el hermano Febal?

– Adnár no es culpable de estar involucrado en los asesinatos de Almu y Síomha; tampoco sabía realmente el asunto del ternero de oro. Sin embargo, es culpable de complicidad en la conspiración contra Cashel.

Adnár se levantó mirando desesperado a su alrededor.

– ¡Pero yo os advertí al respecto! -protestó-. Yo os advertí de la insurrección antes de que se supiera.

– Así es -susurró el hermano Eadulf-. Nos advirtió de ello.

Fidelma no le hizo caso.

– Sí, Adnár -dijo Fidelma-. Me advertisteis cuando ya casi había fracasado. Llegaron unos mensajeros a vuestra fortaleza a primera hora de aquella mañana, la mañana en que decidisteis arrestar a Olcán y seguir a Torcán hasta la cueva. Fueron a informaros a vos y a Torcán de que Gulban había muerto y de que los mercenarios francos y sus armas habían sido destruidos. En realidad yo los vi llegar cuando me dirigía a encontrarme con el hermano Eadulf. Tal vez eso fue lo que impulsó a Torcán a salir a escena y venir a la abadía en una última búsqueda desesperada del ternero de oro.

Por la expresión de Adnár, estaba claro que Fidelma había dado en el clavo.

– Sabíais que pronto tendríais que defenderos de la acusación de conspiración. Para mostrar vuestra lealtad, primero apresasteis al hijo de Gulban, Olcán, quien de hecho es inocente de cualquier complicidad en la insurrección. Luego seguisteis a Torcán hasta aquí y pudisteis advertirme de la insurrección sabiendo que Gulban había fracasado.

Beccan susurró algo a su escriba y luego se giró hacia Fidelma.

– Permitidme que resuma esto, hermana. Adnár no es culpable de matar a las hermanas Almu y Síomha. ¿Pero lo que insinuáis es que mató a Torcán creyendo que era justificable?

– Resulta confuso -admitió Fidelma-, pero el hecho es que, mientras creía que Torcán era culpable del asesinato de Almu y Síomha, también lo mató con premeditación para evitar que revelara que él, Adnár, formaba parte de la insurrección. Por lo tanto, es culpable de asesinato.

Se hizo un momento de silencio y luego Adnár empezó a protestar.

– No podéis probar que yo estaba enterado del complot y de lo que estaba sucediendo en las minas de cobre.

– Creo que sí puedo -le aseguró Fidelma-. Veréis, cuando entrasteis en la cueva y matasteis a Torcán, fuisteis capaz de reconocer al hermano Eadulf por su nombre. ¿Cómo ibais a saber quién era si no supierais lo que estaba sucediendo en las minas de cobre y que acababa de escapar de allí?

Adnár hizo ademán de hablar pero dudó, con la culpabilidad escrita en la cara. Se sentó bruscamente como si las fuerzas lo hubieran abandonado.

Beccan miró satisfecho a Fidelma.

– ¿Esto deja al hermano Febal como el asesino de Almu y Síomha?

– Así es. Mató a Almu y colocó pistas falsas. Cuando Torcán se acercó a él, sacrificó a Síomha. Y Síomha era su amante. -Miró a sor Lerben-. Síomha no visitaba a Adnár en Dún Boí, como pensabais, sino a Febal.

El hermano Febal estaba con las manos atadas entre los dos guerreros. Empezó a reír, con un cierto tono de histeria.

– ¡Muy lista, dálaigh! ¿No os dije yo que todas las mujeres estabais unidas? Bien, dálaigh, decidme una cosa; ¿dónde está el ternero de oro ahora? Si he hecho tanto para encontrarlo, ¿dónde está ahora?

El brehon Beccan dirigió su mirada a Fidelma.

– Como parece que ya tenemos bastantes pruebas y confesiones, Febal ha planteado algo interesante. ¿Dónde está ese fabuloso ternero de oro que ha costado tantas vidas?

Fidelma se encogió de hombros.

– Desgraciadamente, eso es un misterio que no se resolverá nunca.

Todos se mostraron sorprendidos.

– ¿Queréis decir que mi sacrificio ha sido en vano? -preguntó Febal en tono muy alto.

– ¿Vuestro sacrificio? -retumbó Beccan-. Habéis matado a dos miembros de esta comunidad y vuestras intrigas han causado la muerte de Torcán. -Hizo un gesto a los guerreros-. Lleváoslo de este lugar y conducidlo a bordo de mi barco. A Adnár también. Los llevaremos a Cashel.

Máil y sus guerreros sacaron a Adnár y a Febal de la duirthech.

Beccan miró con curiosidad a Fidelma.

– ¿Queréis decir que ese ternero de oro no ha existido realmente? -preguntó.

Fidelma hizo una mueca.

– Yo creo que probablemente sí. ¿Quiénes somos nosotros para dudar de las palabras de las antiguas crónicas? Pero sin duda ya no está en la cueva. Tal vez lo sacaran de allí hace muchos años. Y tal vez ésa sea la razón por la cual la entrada está bloqueada. Quizá, hace años, existió un acceso a esas cuevas desde la bahía y es por allí por donde la gente entraba y salía.

– ¿Qué os hace pensar eso?

– Los toneles. Los dos toneles de madera flotando en el estanque subterráneo, que chocan entre sí.

– No lo entiendo.

– Es bien simple. ¿Cómo han entrado en la cueva? ¿Cómo se podía haber colocado la estatua en la cueva o sacarla? La entrada por la cual penetraron Febal y Síomha tiene, tal como Eadulf y yo sabemos, tan sólo dos pies de ancho. Lo lógico es que los toneles entraran por otro sitio, y por ese mismo lugar se metiera y sacara la estatua. Una cosa más; los toneles no tenían un siglo de antigüedad, pues no estaban podridos. El interior todavía estaba bastante seco y sólido como para producir un sonido hueco al chocar. Me atrevo a conjeturar que cuando esos toneles se metieron en la cueva se sacó el ternero de oro.

– ¿Así que nunca sabremos quién sacó el ternero de oro ni su paradero ahora?

Fidelma apretó los labios. Antes de contestar dejó que su mirada recorriera lentamente la gran cruz de oro del altar y los otros iconos de oro que colgaban de las paredes de la duirthech. Luego posó sus ojos azules en el brehon.

– Yo creo que quizá cuando Necht la Pura sacó al pagano Dedelchú y a su gente de aquí y purificó este lugar, el ternero de oro desapareció con ellos.

Hizo una pausa y luego el brehon se levantó.

– Esta vista ha terminado. Hemos oído mucha sabiduría saliendo de vuestros labios, Fidelma de Kildare -aprobó Beccan.

Fidelma se encogió de hombros con humildad.

Vitam regit fortuna non sapientia -respondió entonces Fidelma.

– Si la fortuna, y no la sabiduría, gobierna la vida humana -afirmó el brehon-, entonces realmente tenéis mucha suerte.

Загрузка...