Capítulo 10

Lev abrió la ventana del dormitorio, agradecido de que se deslizara en silencio. Quienquiera que estuviera vigilando a Rikki, y ¿cómo diablos la habían encontrado?, tenía alguna clase de poder psíquico. Había sentido el cambio en la energía. No había sido especialmente poderoso, pero advirtió que las dos mujeres que había decidido que eran las más sensibles a fuerzas psíquicas habían sido las únicas en estar afectadas. Rikki había estado con él toda la semana, metida en casa; así que esto era por ella, tenía que haber un rastro que llevaba a ella. Y si era por él… Bien, nadie iba a hacerle daño a ella o a las otras a causa de su dudoso pasado.

Dio un salto mortal, cayendo sobre una rodilla, permitiéndose un par de segundos para orientarse en el terreno circundante. Los pocos minutos que había logrado levantarse los había pasado estudiando la casa y los acres que la rodeaban. Se había grabado el mapa de la granja en la memoria y estaba casi seguro de poder encontrar el camino, pero era imprescindible explorar los cinco acres de Rikki tan pronto como fuera posible. Necesitaba conocer cada arbusto, cada árbol y cada hueco. Dónde era el césped más alto que podría ocultar a alguien. Todo. Especialmente si iba a hacer de esta su casa.

Eso le devolvió al presente. ¿En qué estaba pensando? ¿En vivir aquí? ¿Con Rikki? Los hombres como él no tenían hogar. No tenían a quien amar. Esas cosas eran un impedimento para los de su clase. Había sido entrenado para moverse, para despojarse de su identidad rápidamente y asumir otra igual de rápido. Eso era su vida. Tratar de ser alguien era un camino seguro a la muerte.

Se movió tan rápidamente como la cabeza palpitante se lo permitió. Cada sacudida le atravesaba el cráneo como si fueran puñaladas. El estómago se le revolvió. Sabía que la herida de la cabeza había sido peor de lo que había imaginado al principio, pero se estaba curando. Apresuraba el proceso como mejor podía y ahora necesitaba estar a plena capacidad. Avanzó por las terrazas de flores y empezó a abrirse camino hacia el lado norte de la propiedad, hacia la línea de árboles.

Sid Kozlov estaba muerto. ¿Significaba eso que Lev Prakenskii también? Una imagen del pequeño ceño de Rikki le llenó la cabeza. Unas pocas veces, cuando no podía dormir y simplemente estaba tumbado a su lado, dolorido, deseando, fantaseaba que era suya. Que ese mundo donde estaba era real. Quizá esta era la única oportunidad. Era un milagro haber sobrevivido al hundimiento del yate. Otro milagro, que aunque se hubiera estrellado contra las piedras a causa de una ola poderosa, hubiera sobrevivido. Y Rikki. Ella era el verdadero milagro, con sus maneras caprichosas y esos ojos que podían ver más allá de su armadura y directamente a algo que pensaba que se había ido hacía mucho tiempo.

Maldición. La deseaba. Quería esta vida. Quería que fuera real. ¿Había segundas oportunidades? Era posible que tuviera que irse, pero antes de hacerlo, Rikki Sitmore iba a estar a salvo. Sabría que ella no provocaba incendios en sueños. Sabría que ella no había matado a sus padres ni a su prometido, ni que había quemado las casas de acogida.

Mientras avanzaba entre los árboles, trató de averiguar que era lo que le atraía tanto de ella. Pasión. Era apasionada en todo lo que hacía. Todo lo que era. Estaba casi seguro de que tenía alguna forma de autismo, pero se había labrado una vida para ella misma a pesar de todas las probabilidades y lo había hecho por si misma. Era como el mar que adoraba tanto, de humor cambiante, alegre, juguetón y a veces tempestuoso y salvaje. Él era frío como el hielo, un témpano desapasionado de los mares árticos, solo y luchando por sobrevivir.

Él había encarado la muerte cada día de su vida y nunca se había estremecido, ni una vez. Había visto cosas que ningún hombre tendría jamás que ver. Había tomado decisiones que ningún hombre debería tomar jamás. Algunos le llamaban valiente, pero comparado con Rikki, se veía a sí mismo como un cobarde. Ella agarraba la vida y la vivía, a pesar de sus limitaciones. Se forzaba a salir fuera de su terreno conocido por esos que amaba, mientras que él permanecía en el suyo, detrás de su pared de blindaje, detrás de sus instintos de supervivencia y su vasta instrucción.

Quería una vida… con ella. Con Rikki. Quería despertarse por la noche y sentirla cerca de él. Quería oírla respirar mientras dormía. Quería saber que ella no podía tolerar a nadie más en la cama, sólo a él. Quería ver su ceño y el destello de sus ojos, oír su cambio de respiración justo antes de besarla. Tenían una conexión que él no comprendía, pero no importaba aunque todo lo demás en su vida tuviera que tener sentido. Ella sólo era. Y eso era suficiente y era todo.

Levantó la vista al cielo, mirando hasta que divisó un halcón en las ramas exteriores de un abeto. Cerró los ojos y convocó el depredador, empujándole a volar. Las garras se clavaron en las ramas durante sólo un momento de resistencia antes de levantar el vuelo y deslizarse por el aire. El halcón empezó la búsqueda con una pauta estrecha, ampliando cada círculo mientras abarcaba un radio más y más grande.

Las imágenes se vertieron en el cerebro de Lev, pero ninguna de ellas era lo que estaba buscando. Liberó al halcón con un pequeño asentimiento de gracias, era consciente antes de que se elevara sobre el lugar donde sabía que el intruso había estado, que el hombre ya se había ido. Aún así, se movió con cuidado, queriendo preservar la evidencia. El observador había sido mucho más ligero que Lev. La tormenta había empapado la tierra y había huellas por todas partes. El césped aplastado y las huellas de botas, no demasiado profundas, indicaban una forma ligera. Aunque el hombre era alto, porque había golpeado varias ramas de árbol que estaban un par de centímetros por debajo de la altura de Lev.

Le gustaba el fuego. Mientras Lev examinaba el suelo, estaba seguro en su mente de que era el hombre que había acechado a Rikki desde que ésta tenía trece años, que había provocado los fuegos que habían destruido a sus seres queridos. Diminutos pedazos de césped habían ardido en pequeños grupos, como si, mientras pasaba el rato, el hombre hubiera provocado fuegos diminutos para divertirse. ¿Cuánto tiempo había estado allí arriba? Había cuatro colillas de cigarrillo y siete lugares donde el césped estaba quemado. Afortunadamente toda el área estaba empapada así que había habido poco riesgo de que el fuego se le escapara de las manos, pero Lev podía ver el potencial para el desastre. El fuego generalmente ardía cuesta arriba, pero eso no significaba que el acechador no contemplara un ataque masivo.

Lev estudió la casa desde esa posición. Rikki solía sentarse en el porche de la cocina cada mañana para beber su café. Había una clara vista del porche. El acechador podía haber estado observándola a menudo, pero Lev lo dudaba. No había evidencias de que las visitas a ese lugar particular hubieran ocurrido en otro momento.

Rastreó las huellas de pisadas a través de los árboles de vuelta a la carretera. El hombre había explorado el risco, pero no se había salido del estrecho sendero de venados. Lev tenía la sensación de que el acechador no tenía experiencia en el bosque. Había evitado el bosque más profundo y no había tratado de atravesar la maleza más espesa. No era un asesino profesional. Esto no era un contrato. ¿Pero cómo puede ser personal cuándo los problemas habían comenzado cuándo Rikki sólo tenía trece años?

Lev echó un vistazo alrededor en busca de más signos, pero por lo que podía decir, quienquiera que la estuvo vigilando sólo había venido esa vez y había estado en la arboleda por encima de la casa, vigilando lo suficiente como para fumarse cuatro cigarrillos. Lev no había captado el olor a humo, pero el viento había estado soplando hacia la casa de Blythe.

– La próxima vez -susurró en voz alta. Supo con absoluta certeza que habría una próxima vez, pero él estaría más preparado.

Rikki había instalado un sistema de seguridad en los alrededores inmediatos de su casa. Había instalado un extenso y sorprendente sistema de rociadores de agua a través del patio y la granja. Pero no tenía vigilancia en la propiedad. Tendría que cambiar eso. Encontró donde el acechador había aparcado el camión, no un coche, y tomó nota de que el neumático de atrás estaba gastado. Debería haber enviado al halcón hacia la carretera primero.

– La próxima vez -repitió y buscó más signos, tratando de conseguir una buena imagen del hombre responsable de varios asesinatos.

Le gustaba el fuego. No le cupo duda, el acechador había estado jugando con él mientras esperaba, casi jugando distraídamente. El fuego le intrigaba. Quizá el hombre necesitaba el crepitar de las llamas brillantes como si fuera alguna adicción, o quizá de la misma manera que Rikki necesitaba el agua. Los elementos se atraían mutuamente. ¿Podría ella haberse topado con otro elemento siendo niña y esto era una extraña guerra en la que ni siquiera sabía que estaba metida?

Le dio vueltas a la idea en su mente. Tenía que encontrar un modo de conseguir que hablara con él acerca de los acontecimientos que llevaron al fuego, los días y las semanas antes del fuego. El acontecimiento fue tan traumatizante que dudaba que ella recordara mucho de antes. Y en este momento, quería acostarse unas buenas diez horas y tratar de evitar que la cabeza se le cayera. Desafortunadamente, tenía mucho trabajo que hacer antes de poder descansar.

Con un pequeño suspiro, regresó a la casa, al hogar que deseaba para si mismo. Encontró que se le llenaba el estómago de nudos, lo cual era un poco sorprendente. Él no era exactamente un hombre tenso, pero nunca había tenido nada tan grande en juego. Quería ver los ojos de Rikki cuando entrara por la puerta. Rikki podía ocultar muchas cosas detrás de su cara estoica, pero no podía ocultar nada de lo que sintiera detrás de esos ojos oscuros y líquidos.

La tensión no iba con él. Era un hombre al que le importaban poco los placeres de la vida. Había sido programado casi desde el nacimiento para hacer un trabajo, para exterminar al enemigo. No había habido ningún otro estilo de vida para él. Sus emociones deberían haber desaparecido, lo habían hecho. Mataba fría y eficientemente, justo como sus adiestradores le habían enseñado. No hay sitio para la emoción. La emoción significaba errores y los errores significaban la muerte. Su vida estaba en manos de Rikki Sitmore y ella ni siquiera se daba cuenta. Porque si esto no funcionaba y él cometía un error, enviarían a todos tras él y nunca pararían hasta que estuviera muerto. Pero ¿quién demonios eran «ellos»?

Se deslizó en el porche de la cocina en silencio antes de volverse para dar un lento barrido a los árboles circundantes. Cerrando los ojos, se expandió, enviando su llamada a los pájaros que se adentraban y hacían sus casas en los árboles. Oídme. Vigilar. Llamadme cuando seamos molestados. Esperó otro momento hasta que sintió la respuesta positiva. La red de espías y centinelas crecería. Una vez que pudiera mostrarles lo que buscaba, un único vehículo al que quería vigilar, o mejor todavía, el verdadero hombre, tendría un sistema de alarma imbatible.

Se paró en la puerta, sus hombros llenaban la entrada a la casa de Rikki, hogar. Inhaló, atrayendo el olor a sus pulmones. Ella estaba sentada en una silla con una vista clara de la pantalla de la puerta, y él notó vagamente, en algún lugar del fondo de su mente, cuán inteligente había sido el diseño de la casa, pero ya estaba completamente dentro, esperando que ella alzara la mirada. Esperando ver su destino en esos ojos.

No era un hombre que rezara, los hombres como él esperaban que no hubiera Dios para juzgarlos, pero no podía evitar que la atracción silenciosa le robara la mente. Deja que ella me escoja. Él la había escogido con sus maneras caprichosas y su ceño adorable. Y que Dios le ayudara, quería verlo en ese momento porque significaría que estaría seria. Quería que estuviera seria con él.

Ella levantó la mirada, fijó los ojos en los de él y a Lev el corazón se le detuvo. Todo en él se calmó. Se asentó. Se ancló en su oscura mirada. Estaba preocupada. Estaba aliviada. Estaba feliz de verle. No hubo sonrisa, ningún signo externo, pero todo lo que necesitaba estaba en las profundidades de esos ojos. Entró y cerró la puerta mosquitera. Demasiadas personas juntas la volvían loca y quizá eso nunca cambiaría. A él no le importaba si nunca lo hacía, siempre que pudiera cerrar las puertas con él dentro y ella tuviera esa mirada en los ojos.

Lev sonrió mientras caminaba la corta distancia hasta ella, a través de la cocina y directo por el vestíbulo al salón. Ignoró a sus hermanas, le tomó de ambas manos y la atrajo hacia sí hasta que pudo envolver los brazos alrededor de ella y sostenerla apretada contra el pecho. Necesitaba su cercanía más que ella en ese momento. No estaba acostumbrado a que sus emociones estuvieran tan cerca de la superficie.

Registró que Judith y Airiana intercambiaban una expresión de sorpresa y bastante placer, así como notó la posición de todas en el cuarto, las rutas de escape y las armas potenciales. La observación era su estilo de vida y eso nunca cambiaría, aunque estuviera decidido a que Sid Kozlov y Lev Prakenskii estuvieron muertos y enterrados para siempre. Nunca iba a ser nadie excepto en lo que esas caras anónimas de su pasado le habían convertido.

– Estaba preocupada -murmuró y estiró la mano para trazar sus afilados rasgos.

– No deberías haberlo estado -contestó. Siempre puedes extenderte y contestaré.

El color le subió por la cara y Rikki miró al círculo de caras interesadas.

– Bien, estaba preocupada -dijo a sus hermanas un poco agresivamente.

Blythe asintió.

– Podemos ver eso.

– Lo tomo como que no había nadie ahí afuera -dijo Lissa. No sonaba como si lo creyera.

– Ha habido alguien -dijo Lev. Necesitaba sentarse antes de que se cayera.

Como si le leyera la mente y quizá lo hacía, Rikki le tomó el brazo y le guió al sillón reclinable, empujándole suavemente en él.

– No te daré un sermón sobre llevar zapatos dentro de casa -dijo Rikki-. Esta vez.

– Lo siento, lyubimaya. -Echó la cabeza atrás porque no podía evitarlo. Se sentía bien el estar sentado. No se había dado cuenta de cuán mareado estaba-. Lo recordaré.

– Dime -insistió Lissa.

– Es un amante del fuego -confirmó Lev-. Y estaba vigilando a Rikki. Fuma Camel. Había varias colillas. No las toqué. Mientras miraba, comenzó siete pequeños fuegos, sólo por jugar, pero el potencial podría ser desastroso. Afortunadamente, todo está empapado por la tormenta.

Rikki contuvo el aliento, el color se le fue de la cara.

– ¿Crees que planea provocar un incendio forestal?

Lev estudió las caras de sus hermanas mientras le tomaba la mano, le deslizó el pulgar sobre el centro de la palma, trazando pequeños círculos.

– No sé lo que planea hacer. Si quiere destruir a todos los que le importan a Rikki, entonces ninguna de vuestras casas está a salvo.

Lissa levantó el mentón.

– Tendrá que luchar contra todas nosotras.

Rikki negó con la cabeza.

– No. De ninguna manera. Si me ha encontrado, entonces me voy. No voy a correr riesgos con ninguna de vuestras vidas. ¿Quién es él? ¿Por qué me hace esto?

– Y si él no sabía dónde estabas, lo cual no podía haber sabido o habría provocado fuegos antes, entonces ¿cómo te ha encontrado? -preguntó Lev.

– No te vas -dijo Blythe-. Estamos en esto juntas.

Las otras mujeres asintieron y a Lev le gustaron más por su apoyo.

Judith chasqueó los dedos.

– Las noticias. Rikki, saliste en las noticias la otra noche. Quise contártelo.

Lev frunció el ceño y apretó los dedos alrededor de su mano. Tiró hasta que estuvo contra la silla.

– ¿Qué demonios hacías en la televisión?

Ella sacudió la cabeza, pareciendo confusa.

– No tengo la menor idea de lo que está hablando. ¿Cómo he podido salir en las noticias, Judith?

– Cuando fuiste al pueblo y yo entré en la tienda de Inez para conseguirte la sopa -le recordó Judith-. Recuerdas que el lugar estaba abarrotado de periodistas de noticias. Te quedaste fuera al lado del camión y luego hubo otra escena de ti, sentada en el risco con el mar detrás de ti, en los promontorios.

– No noté que nadie me filmara.

– Estuvieron filmando al otro lado de la calle. El hombre que poseía el yate era un viejo conocido por todo el mundo. Y fue un acontecimiento tan extraordinario, una burbuja de gas de metano hunde un buque -agregó Lexi-. Muy extraño y algo fantasmal. Por eso tantos científicos están aquí.

– Han disminuido mucho -indicó Lissa.

– Así es cómo encontró a Rikki -dijo Lev.

– Voy a llamar a Jonas, Rikki -anunció Blythe-. Sé que estás incómoda con cualquier oficial, pero él debe saber que alguien te está acechando.

Rikki negó con la cabeza.

– Pensará que soy yo, como todos los demás, Blythe. Ninguno me creyó. Leerá todos los informes y me empezará a vigilar.

– Déjale -dijo Lissa-. Por lo menos mantendrá un ojo en el asunto.

Rikki se quedó silenciosa, pero Lev podía sentir los pensamientos corriendo por su cabeza. Estaba cerca de las lágrimas, pero no las mostraba en la cara. Iba a dejarlos a todos, tratar de atraer el peligro lejos de ellos. De todos ellos, incluido él.

– No vas a irte -dijo Lev quedamente-. Sé lo que estás pensando, Rikki, y ningún incendiario va a robarte tu vida otra vez. Sé que salvaste mi vida. Quizá se supone que debo estar aquí para salvar la tuya. -Lo dijo en voz alta deliberadamente para que ella supiera que hablaba en serio. Lo indicó tranquila pero firmemente delante de su familia, indiferente a lo que pensaran-. ¿Confías en mí lo suficiente como para quedarte y pasar por esto?

– ¿Y arriesgarlas? -Rikki hizo gestos hacia sus hermanas-. Significan todo para mí.

– Incluso si te vas, no hay garantía de que no te golpeará a través de ellas -señaló Lev suavemente-. Has estado dentro de mi cabeza, me conoces. Sabes lo que soy. Sabes que puedo hacer esto.

Ella negó.

– No. No quiero que vayas tras él. Querías esta oportunidad para ser algo, alguien, diferente, y no voy a quitarte eso.

– Un hombre tiene derecho a proteger su casa, Rikki -contestó Lev-. Y a su mujer. -Envolvió el brazo alrededor de su cintura y la atrajo al brazo de la silla-. Eso es lo que los hombres hacen.

Airiana inhaló bruscamente y miró a Judith.

Blythe se levantó.

– Vamos a ir todos más despacio. ¿Qué es, Judith?

– Su aura cambia cuando está cerca de Rikki -cuchicheó Airiana-. ¿Judith, viste eso? Es totalmente diferente cuando está cerca de ella.

– No sé lo que eso significa.

Rikki tembló, pero no se alejó de él. Él sabía que en su mente estaba con él para protegerle, no para comprometerse, pero sus hermanas lo veían de forma diferente y él estaba actuando para hacerla cambiar de opinión del mismo modo que ellas.

– Intenté contártelo antes -dijo Judith-. Airiana y yo vemos las auras, los colores que rodean a las personas. Cada color que tienes alrededor de ti, Rikki, es de agua y compasión. Eres incapaz de provocar un fuego que matara a alguien. Lissa tiene los colores de fuego, brillo y pasión, pero templa esas cosas con sus instintos protectores.

Lev levantó la mano para detenerla.

– Trata de decir que mis colores dicen algo más, Rikki. -Los nudos regresaron, pero mantuvo la cara sin emociones.

– Te rodeas de oscuridad, violencia y muerte -contestó Judith sin estremecerse-. Pero cuando estás con Rikki, otros colores perforan ese manto de oscuridad, casi como si tu verdadero ser emergiera cuando estás cerca de ella.

Él forzó un encogimiento despreocupado de hombros.

– Si uno cree en ese tipo de cosas. -Él no veía auras, pero sabía que existían. Supo desde el momento que Judith y Airiana se acercaron a la casa que eran fuertes videntes. No dudo ni por un momento que veían la muerte y la violencia que le rodeaban, pero le molestaba saber que captaban vistazos de su interior, del hombre que ocultaba del mundo y de sí mismo.

Soltó lentamente a Rikki y se forzó a salir de la silla. La cabeza casi le estalló. Necesitaba un lugar tranquilo para tratar de seguir curándose la conmoción, incluso si sólo era durante unos minutos.

– Si las señoras me dispensan un momento, necesito acostarme.

Era verdad, pero también se estaba retirando. Las hermanas no confiaban en él, pero querían hacerlo por amor a Rikki. Él había hecho su reclamo delante de ellas, y mientras que Rikki no ponía atención, ellas si, y eran un grupo protector.

Blythe le siguió al dormitorio y él se giró con una mirada fría. Ella no se estremeció. De hecho, había acero en esos ojos chocolate oscuro.

– Mejor que no le hagas daño.

Él se hundió en la cama, en su mayor parte para no caerse. Tenía más náuseas y estaba más mareado que preocupado por las apariencias.

– ¿Es autista?

Blythe se encogió de hombros.

– Eso creo. Ciertamente tiene una disfunción sensorial aguda, y si es autista, lo cual todas creemos, tiene un nivel funcional muy alto. Por lo que sabemos, nunca ha sido diagnosticada, pero no habla mucho acerca de su pasado.

Se puso las manos en las caderas y le mantuvo cautivo con lo que él sólo pudo interpretar como una mirada severa de «madre». Fue muy efectiva. La mujer, tan elegante y dulce como aparentaba, podía parecer intimidante.

– No quiero que se aprovechen de ella.

Él colocó la dolorida cabeza en la almohada.

– ¿Realmente crees que eso es posible? Rikki es muy inteligente, y más que eso, es dura.

– Es también muy frágil. Sólo digo que vayas en serio o déjanos solas.

– Ella no comienza esos fuegos, Blythe. Tiene a alguien ahí fuera para destruirla por alguna retorcida razón que él cree que tiene. Y la ha encontrado. He subido al risco y lo he examinado. Estuvo allí. No voy a abandonarla para que se enfrente a él sola. No tengo porque gustarte, a ninguna de vosotras, pero me quedo.

– ¿Eres un hombre de palabra?

Él pensó sobre eso. ¿Lo era? No sabía si Lev Prakenskii lo era o si Sid Kozlov lo había sido, pero Levi Hammond lo sería.

– Sí.

– ¿Y nunca le harás daño?

– No intencionalmente. -Cerró los ojos y se permitió hundirse más profundamente en su propia conciencia-. Ni permitiré que nadie se lo haga.

– Eso es lo bastante bueno para mí.

Él sabía que no lo era. En el momento que se fuera, iba a acudir a alguien a quien conociera parra que le investigara, y no le dejaría mucho tiempo para convertirse en Levi Hammond. Afortunadamente, ya había hecho mucho trabajo sobre su nueva identidad utilizando el portátil de Rikki, y si había una cosa en la que era excepcional, era en crear identidades. Era un fantasma en un ordenador. No había base de datos donde no pudiera encontrar un modo de piratearla. Y su identidad en la red, el Fantasma, era bien conocida por todos los hackers del mundo. Le debían favores y se los devolverían instantáneamente cuando los pidiera.

Levi Hammond ya tenía una historia completa, inclusive unas pocas multas de aparcamiento, la licencia de buzo de erizos en Alaska y por toda la costa de California. Tenía la licencia de tender, número de la seguridad social, permiso de conducir, estudios universitarios y muchos viajes en su pasaporte. También tenía permiso de armas. Había aprendido a bucear en Japón.

El único problema que tenía eran los buzos de erizos de aquí. Era un grupo pequeño y la mayoría se conocían mutuamente, o por lo menos los unos a los otros. Si tenía suerte, nadie les haría preguntas sobre Levi Hammond hasta que tuviera la oportunidad de conocerles y grabarles recuerdos de él, otro talento que le servía bien. A quienquiera que Blythe pidiera que le comprobara sería sin duda un policía, y ellos mirarían su historia criminal.

– Ten cuidado -le dijo a Blythe cuando se giró para salir-. Todas. Recuerda, este hombre mató a los padres de Rikki y a su prometido. Es igualmente probable que vaya detrás de una de vosotras.

Blythe asintió.

– Estaremos alerta. Estábamos preparadas para que esto sucediera. Nos figurábamos que si la había golpeado cuatro veces, la oportunidad de que lo hiciera otra vez sería muy alta. Todas tenemos sistemas de seguridad, sistemas de detectores de humo y aspersores. -Levantó la mirada al techo-. Rikki tiene muchos detectores de humo, pero no pudimos instalar un sistema de aspersores en su casa.

– Tuvo una pesadilla el otro día -concedió-. Vi lo que sucedió.

Blythe levantó una ceja.

– ¿Y eso no te asustó?

– No me asusto fácilmente -dijo-. Rikki tiene dones, dones increíbles. Si la mayoría de la gente quiere mirar la superficie y no ver lo que hay dentro de ella, ellos se lo pierden. Yo soy feliz de guardarla para mí mismo.

– Si estás con Rikki -advirtió Blythe-, entonces estás con nosotras.

Él sonrió y cerró los ojos otra vez.

– Lo he captado, Blythe, y estoy bien con ello.

La oyó salir del cuarto y escuchó el murmullo bajo de voces mientras hablaban con Rikki. No quería dejarla sola con sus hermanas. Habían indicado que estaban dispuestas a darle una oportunidad, pero sabía que no les gustaba. A ninguna de ellas, bien, quizá Lissa resultara ser su aliada. Ella comprendía su naturaleza más que las otras, pero incluso ella querría proteger a Rikki de un hombre como él.

Las respetaba, comprendía su necesidad de cuidar a Rikki, pero él no iba a permitir que le influyeran para que se alejara de él. No la merecía, lo sabía, pero esta era su oportunidad. Nunca había conocido una mujer que pudiera hacerle perder el control, que pudiera endurecerle el cuerpo y suavizarle el corazón. Algo había sucedido allí debajo del mar, y si él escogía verlo como un milagro personal, una segunda oportunidad, entonces nadie tenía el derecho de quitárselo, ni siquiera sus hermanas.

Oyó las suaves pisadas de los pies descalzos de Rikki cuando entró en el cuarto.

– ¿Lev? ¿Necesitas algo para tu dolor de cabeza?

Quiso abrir los ojos y bebérsela, pero esperó.

– ¿Se han ido? -Sabía que sí, le estaba llamando Lev otra vez. No debería permitirlo, pero le gustaba la manera en que el nombre rodaba por su lengua tan íntimamente. Anhelaba el sonido de la voz de Rikki. Esa monotonía suave le calmaba.

Ella se sentó en el borde de la cama y el frescor de su mano se deslizó sobre la frente de él.

– Sí, han regresado a casa. No deberías haber salido corriendo de ese modo sin ayuda. No has estado levantado más que unos minutos cada vez.

Abrió los ojos entonces, necesitando ver la prueba de su preocupación, la suave mirada en sus ojos, el ceño leve en la boca. No recordaba mucho de su madre y ciertamente nunca había tenido a nadie que se preocupara por él. Dudaba si lo habría tolerado o le habría gustado de alguien más aparte de Rikki. De ella, necesitaba esa ansiedad y ese cuidado.

– Tenemos que ir al pueblo, Rikki. Debo ir a un cibercafé, a alguna parte donde pueda utilizar un ordenador -anunció Lev. La herida de la cabeza dolía como un hijo de puta y todo lo que quería era tumbarse, pero echaría la bola a rodar antes de que todo estuviera en funcionamiento. Tenía que terminar de establecer su identidad y tenía que hacerlo rápidamente. Sus hermanas no iban a permitirle entrar en la vida de Rikki sin saber quién era. Eso significaba un apartado de correos y pedir la documentación necesaria. Tenía que confeccionar una historia plausible para perderlo todo también. Necesitaba un plan de fuga, o ambos. En caso de que su pasado viniera a golpearle.

– Puedes utilizar mi portátil. -Le dio una pequeña mirada, la que decía que sabía lo que estaba tramando-. Ya lo has estado utilizando regularmente.

Él le agarró la mano y apretó los dedos contra sus labios.

– No quiero que ningún rastro lleve hasta ti. Mejor utilizamos un ordenador público.

Después, cargaría un virus lento que corrompería el disco duro durante varios días hasta que finalmente tuviera que ser reemplazado. Si su pirateo levantaba banderas rojas en algún sitio, el ordenador ya no estaría, desechado por el café, y nadie recordaría quién lo había utilizado.

Ella le estudió la cara.

– ¿Has recordado algo?

Se había prometido que no le mentiría.

– Nada de ello es bueno, Rikki. Me gustaría poder decirte que soy un buen hombre, pero no creo que lo sea.

La mirada de ella nunca vaciló.

– Siempre que no me mientas, estaremos bien, Lev. Prefiero oír la verdad, sin importar cual sea.

– ¿Y si no puedes aceptarla?

– Te lo diré.

Él buscó su cara. La mujer era valiente, tenía que concederle eso. Quería decir lo que había dicho.

– Quiero ir al pueblo grande más cercano.

– No tenemos grandes pueblos aquí, Lev. Fort Bragg está aproximadamente a trece kilómetros de aquí. Eso es lo más grande que tenemos. Y no, no somos una base militar.

– Vamos entonces. -Había estado en Fort Bragg. Reconoció el nombre. Eso significaba que había establecido una salida y un plan de emergencia para Sid Kozlov.

– ¿Estás seguro de estar preparado?

– Si no lo hago, tus hermanas traerán a la policía para echarme de aquí.

Rikki no discutió con él.

– Necesitarás ropa también.

– Y equipo de buceo.

– Imposible. De ninguna manera. No vas a venir a mi barco.

Él no pudo evitar darle una mirada engreída.

– Incluso Blythe piensa que es una buena idea.

– Sí, bien, Blythe no es el capitán.

Le agarró de la nuca y le atrajo la cabeza hacia la suya, los ojos abiertos de par en par y mirándola fijamente. Se sentía como si hubiera esperado horas, semanas, una vida para sentir la boca sobre la de ella otra vez. Le dio la oportunidad de alejarse de él. No quería empujarla con demasiada fuerza. Sabía que tenía que darle su tiempo para aceptarlo en su vida. Y tocar era duro para ella. Había advertido la manera en que se contenía cuando sus hermanas la habían abrazado o tomado las manos. Nunca se apartaba, pero tampoco se relajaba.

No se relajó ahora tampoco, pero no se resistió. Los ojos se habían vuelto de un hermoso negro líquido y eran invitadores. Luego las pestañas revolotearon y Lev posó la boca sobre la de ella, los labios suaves, cálidos y acogedores. No tuvo que engatusarla esta vez. Ella se abrió para él y Lev encontró su santuario. El mundo se deslizó lejos hasta que sólo estuvo Rikki y el hombre que ella veía, el hombre dentro de esa armadura oscura de violencia y muerte.

Ella sabía a libertad. A vida. Como un jodido milagro. Rikki movió la boca sobre la de él y luego se entregó. Él sintió la tensión en su rendición, esa completa calma. Ella se relajó en él, un suave calor que le hizo sentirse más hombre y menos una maquina de matar. Ella extraía todas las cosas buenas que le habían dejado, rasgos que nunca había sabido que tenía. Ella encontraba al hombre que debería haber sido. Era como si conociera todas sus batallas, todos sus demonios, como si pudiera aceptar los pedazos rotos que eran todo lo que quedaba de él. Ella sabía que él era una sombra, nada más, pero le juntaba, pedazo a pedazo, con su completa aceptación.

Se sentía seguro con ella. Nunca había estado a salvo con otro ser humano, no desde que había sido arrancado de su casa siendo niño. Nunca había sido capaz de confiar. Nunca podía dar ese pequeño último pedazo, todo lo que le quedaba de su humanidad, para que otra persona lo guardase. Y ahora estaba Rikki. Ella le permitía ser lo que fuera que tenía que ser para sobrevivir. No le pedía nada. No había motivos ocultos. Ningún orden del día. Sólo aceptación. Ella era diferente, imperfecta, o eso pensaba ella, y sabía lo que era luchar por labrarse un espacio para ella misma. Estaba dispuesta a que él hiciera eso.

Se dio cuenta de que la había movido y que tenía una mano enredada en su cabello mientras le devoraba la boca. Quería sentir la piel debajo de las puntas de los dedos. Su cuerpo dolía por tocarla, por sentir su calor y suavidad sin la delgada capa de ropa entre ellos, pero se forzó a estar satisfecho con la deliciosa boca. Con el consuelo que ella ofrecía tan libremente. Rikki cubrió su cuerpo con el suyo y no pudo dejar de notar que estaba pesadamente excitado, pero no pareció tener miedo. Parecía tan perdida en sus besos como él en los suyos.

– Tenemos que parar -murmuró él. Ni con el mejor esfuerzo de la imaginación era un santo y en unos pocos minutos perdería todo el buen sentido.

Ella se echó para atrás instantáneamente, sentándose al lado de él, los ojos fijos en su cara. Tenía la boca hinchada de sus besos, el pelo salvaje y los ojos empapados en deseo. Él casi la arrastró de vuelta a sus brazos, pero ella estaba demasiado quieta, como un animal sin domar decidiendo si quedarse o irse. No iba a darle ninguna razón para irse.

– Adoro besarte -susurró él y le tocó la boca-. Podría besarte para siempre.

Ella se entregaba a su beso, dándole todo lo que era. Era fácil querer devolvérselo.

Rikki estuvo silenciosa durante mucho tiempo, sólo mirándole. La sonrisa fue lenta en venir, pero le paró el corazón.

– Es gracioso, en cierto modo me gusta besarte.

Había una nota diminuta de broma en su voz, pero en su mayor parte había sorpresa, más que sorpresa, conmoción, como si no pudiera creerlo.

– Tomaré lo que tengas para el dolor de cabeza y nos vamos.

Rikki no se movió. Continuó sentada en el borde de la cama, los enormes ojos oscuros mirándole fijamente. Por un largo momento estuvo muy quieta y entonces levantó la mano y empezó a trazar su cara con las yemas de los dedos como si memorizara las facciones. El corazón se le aceleró, empezó a palpitar hasta que se emparejó al ritmo de la ingle. Adoraba la manera en que ella traía su cuerpo a la vida, la dura y rápida necesidad que se estrellaba contra él como un puñetazo oportuno. Cada terminación nerviosa saltaba a la vida y su sangre se encendía como combustible de cohete, cuando normalmente había agua helada en sus venas.

– Lev, haré esto contigo.

El estómago se le llenó de nudos. Ella le leía mucho mejor de lo que pensó posible. O quizá era que ella estaba en su cabeza tanto como él estaba en la suya, y eso podía ser peligroso para ambos. Tenía cosas en la cabeza por las que mataría la gente.

No podía abstenerse de tocarla, de acariciar su brazo mientras ella le trazaba la cara.

– ¿Y si las cosas que he hecho son peores que las que el acechador te ha hecho? ¿Entonces, qué, Rikki?

Los ojos nunca vacilaron.

– Entonces decides que eres una persona diferente y comienzas otra vez.

– ¿Así? ¿Podrías aceptarme sabiendo que he hecho daño a otros? -La garganta casi se le cerró, cortando el aire-. ¿Quizá alguien que te gusta?

– Sé lo que es combatir cada día de mi vida para que me acepten, para sobrevivir -dijo suavemente-. Estás a salvo aquí, Lev. Puedes ser quién eres realmente.

– ¿Qué si no sé quién soy?

Ella sonrió, su expresión era tan tierna que se sintió casi paralizado.

– Entonces tienes tiempo de sobra y un lugar seguro para averiguarlo. -Bruscamente dejó caer la mano de la cara-. Encontraré las aspirinas.

Lev le agarró la mano y la mantuvo cautiva. Cuando ella se giró hacia él, Lev sintió la sacudida por todo su cuerpo por el impacto de esos ojos. Ella le veía. Ese era su don. Veía dentro de él y el resto no importaba. Estaba enteramente centrada en él, una intensa conexión que sabía que él nunca tendría con otro ser humano.

– ¿Qué es? -Otra vez su voz fue increíblemente apacible.

– Debo besarte otra vez. -Porque se ahogaba. Había perdido el pie y se había hundido rápidamente y hasta el fondo. Necesitaba desesperadamente un ancla. Ella le daba la vuelta y él no hacía nada para pararlo.

Rikki no hacía preguntas ni vacilaba. Ella deslizó las manos por su pecho y bajó la cabeza hacia la suya. Él vio sus ojos volverse líquido y fuego con la pasión, toda esa fría agua destellaba tan caliente que imaginó que el vapor se alzaba en torno a ellos. Cerró los ojos y permitió que ella le llevara lejos, al paraíso.

No había imaginado un mundo de sensaciones, de pasión. No había sabido que pudiera sentirse de esta manera, tan caliente y dolorido y al borde de la pérdida del control. La excitación se extendía como una ola, subiendo por los muslos, apretando su intestino y el pecho. Los pulmones ardían en busca de aire. Y su polla estaba pesada y llena, una demanda urgente. Todo mientras el corazón palpitaba desenfrenado y el aliento entraba de forma entrecortada. La sensación era maravillosa.

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