Lev sacó las cacerolas con cuidado, mirando fijamente por la ventana mientras consideraba la mejor línea de acción. Cuanto más tiempo pasaba en compañía de Rikki más se encontraba deseando estar con ella. Ella le intrigaba. Estaba seguro que otros encontrarían sus maneras desagradables pero él las encontraba atrayentes. Obviamente el sistema sensorial de Rikki no funcionaba apropiadamente. Para un hombre que siempre había creído que no sentía otro instinto que el de la supervivencia, encontraba que tenía un lado protector. Ella parecía sacárselo.
Él era un lobo solitario. Ella también. Ninguno se sentía cómodo en compañía de otros. A ninguno le gustaba que le tocaran, pero encontraba que quería sus manos sobre él y ella no parecía tan opuesta a su toque tampoco. Nunca habían confiado en nadie lo suficiente para dormir con ellos, pero lo había hecho con ella y Rikki también. Él creía en el destino y el mar los había atraído juntos por una razón.
Los recuerdos de su pasado estaban volviendo en pequeñas piezas, aunque verdaderamente no recordaba nada acerca de un yate ni sobre de lo que podría haber estado haciendo allí. Lo bueno era que quizá no importaba. Estaba muerto para el mundo. Rikki era la única que sabía de su existencia. Podría construirse una nueva vida. Comenzar de nuevo otra vez. Ser otra persona.
Primero, antes que nada, tenía que conseguir tiempo con ella. Eso era imprescindible. Su mirada barrió el terreno fuera de la ventana de la cocina. La cobertura era buena siempre que nadie estuviera en camino hacia su casa, o tratando de moverse furtivamente entre los árboles. Le había dicho la verdad cuando confesó tener dones propios. Mientras cocinaba unas pocas lonchas de tocino, estudió los terrenos a través de la ventana de la cocina.
Rikki había establecido obviamente su casa con vistas a protegerla del fuego. Los árboles estaban a distancia. Las flores y los arbustos que rodeaban la casa eran plantas que contenían agua y arderían lentamente. Ella no pensaba en términos de armas. ¿Creía él que esos fuegos apuntaban a ella? Por supuesto que sí. Los investigadores habían tenido una cabeza de turco en una joven adolescente que obviamente era una inadaptada social a sus ojos.
Rikki había sido el objetivo no una vez, sino cuatro. Nadie la había molestado en los últimos cuatro años y eso significaba una cosa para Lev, quienquiera que trataba de matarla no sabía dónde estaba. Pero la estaría buscando y cuando la encontrara… encontraría a Lev. No estaría desprotegida. Se decidió por tortitas para el desayuno, pensando que la textura de los huevos quizás la molestaría más que las tortitas.
La oyó venir y se giró para mirarla entrar en el cuarto. Fluía, como el agua, pero podía ver que estaba incómoda.
– Estaba leyendo el artículo del periódico otra vez -saludó-. El guardaespaldas ha sido identificado como Sid Kozlov. ¿Te suena familiar?
Él quiso sonreír cuando ella evitó cuidadosamente mirar el tocino y las tortitas. En vez de eso, fue directamente a la puerta y la abrió y entonces empezó a caminar alrededor de la mesa como si su energía nerviosa fuera tan abrumadora que no pudiera mantenerse quieta. Maldición, la encontraba adorable. ¿Cómo no podría cualquiera ver su lucha por vencer los problemas sensoriales que tenía? Él no podía evitar el admirarla por la vida que se había creado para ella misma.
– Sí. -Se había prometido que le diría la verdad tanto como pudiera-. Es uno de los aproximadamente diez nombres que reconozco.
Ella le envió su pequeño ceño y se frotó el puente de la nariz mientras continuaba rodeando la mesa.
– ¿Me estás diciendo que tienes diez nombres?
Asintió.
– Que puedo recordar. -Se encogió de hombros de forma casual-. Quien sabe cuántos más tengo.
– ¿Es Lev uno de esos diez nombres?
– Sí. -Su voz fue brusca y seca.
Ella no había apartado la mirada de él, pero todavía no podía decir si le molestaba. No recogía indicaciones sociales tan fácilmente como otras personas.
– No me gusta cuando la gente me interroga, así que en cualquier momento que pienses que estoy haciendo eso, está bien que no me respondas.
– ¿Es eso lo que haces cuándo no te gusta una pregunta? ¿Simplemente no contestas?
Ella se encogió de hombros.
– ¿Así que si te hago una pregunta directa, me contestarás? -Porque tenía todo tipo de preguntas que quería hacerle. Especialmente acerca de los hombres en su vida. No había evidencia de citas y había mirado. Sólo podía estar levantado veinte minutos cada vez, pero esos veinte minutos habían sido utilizados sabiamente. Sabía bastante acerca de su evasiva pequeña buzo de erizos marinos. Y ya estaba construyéndose una nueva identidad para él mismo.
Una sonrisa lenta curvó esa boca suave e increíble. Él se encontró capturado. Embelesado. Y pensó en su ceño adorable, pero ahora contenía la respiración, esperando ese efecto completo. Los ojos oscuros, tan negros que le recordaban la obsidiana brillante, chispeando como gemas. Los pequeños dientes blancos destellaron demasiado brevemente, y su cuerpo entró instantáneamente en modo depredador. Sintió el golpe profunda y dolorosamente en su ingle. Se puso duro y lleno instantáneamente. Fuera de control.
El control era su vida. La disciplina lo era todo para él. Estaba en la cocina, incapaz de moverse o respirar apropiadamente con sus tortitas quemándose y el corazón palpitándole sin control. Había vuelto a vivir, su cuerpo, su alma, allí en el agua. No, allí en sus ojos. Esos oscuros, oscuros ojos.
– Esto, Lev.
La miró fijamente a los ojos sabiendo que su reacción a ella no iba a desaparecer jamás. No podía descartarla como si fuera una atracción física, pero a través de toda su vida, él había controlado la atracción física.
Ella le empujó, acercándose. Normalmente él nunca permitiría a nadie en su espacio personal, pero su espacio parecía ser el de ella. Sintió que le quitaba la espátula de la mano, pero no se movió, captó la sorpresa y la maravilla de ese momento perfecto. Él era real. Era humano. Sentía. Miró a la parte superior de la cabeza de ella. Rikki le había dado algo que nunca pensó que tendría jamás.
– Lev, siéntate.
Sintió su mano en el brazo y ella le dirigió a una silla. Se hundió en ella lentamente. Rikki mojó una tela y le tocó suavemente la frente. Él apenas sintió que le enjugaba el sudor. La inhaló, ese perfume que era mujer y únicamente suyo.
– Te has pasado de la raya. No puedes estar levantado tanto tiempo. Averiguaré cómo hacer esto y te llevaré el desayuno. ¿Puedes volver a la cama?
Él amaba el sonido de su voz. Hablaba un poco distinto, con una pequeña inflexión. Su tono era bajo, casi ronco. A veces cuando se concentraba en las notas y no en las palabras, sonaba como música para él.
Se agachó delante de él, con preocupación en los ojos.
– ¿Lev, debo llamar a un médico?
Él le enmarcó la cara entre las manos y se permitió caer en esos ojos. Quería vivir allí. Ella se estiró y le tocó la cara. Él se dio cuenta de que estaba húmeda. ¿Qué demonios? La sensación fue chocante. Maravillosa. Terrible. Se inclinó y tomó posesión de esa perfecta boca. Caliente. Suave. Increíblemente generosa.
La sintió sobresaltarse, quedarse inmóvil y movió la mano al cabello espeso y salvaje, enterrando los dedos profundamente en esa seda para sostenerla, para anclarse allí. Los labios temblaron debajo de los suyos y deslizó la lengua por esa entrada suave exigiendo paso. Durante varios latidos del corazón pensó que ella no obedecería, pero tenía paciencia, la engatusó con su beso. Ella abrió la boca y él tomó posesión sin vacilar, barriendo en interior para reclamar lo que era suyo.
Era un experto en el arte del sexo. Cada movimiento calculado. El cerebro siempre trabajaba mientras lo realizaba, su cuerpo seducía a la presa con facilidad, notando cada respuesta del objetivo. Pero en un momento, todo había cambiado. Ella le barrió con una ola de pura sensación y de buena gana dejó que le llevara con ella. La electricidad crepitó por su sangre, chasqueando y crujiendo, las chispas volaron por todas partes.
La ráfaga era caliente, esparciéndose por su cuerpo como un fuego. Ella era el elemento agua y él esperaba frío, pero no había nada frío en el calor que abarcaba cada parte de él. Más que eso, había sentimientos No sabía otra manera de describirlo. Para él, siempre sería “la sensación”. El corazón casi le estalló en el pecho. El vientre se le tensó y su cerebro se disolvió. Encontró un milagro en esa boca suave y no quiso abandonar nunca ese refugio secreto.
Saboreó pasión. Saboreó emoción. Probó un mundo que nunca había imaginado, uno en el que nunca podría entrar. Estaba allí mismo delante de él, abierto de repente a él. Inesperado. Emocionante. Aterrador. Supo que nunca podría irse, no cuando perdería este sueño antes de que hubiera tenido la oportunidad de florecer. Se estiró a por él, corrió a por él, abrazó su única oportunidad con todo lo que tenía.
Lev se perdió allí, al besarla una y otra vez, intercambiando aliento, ahogándose, sabiendo que se estaba ahogando pero sin importarle. Ella le había salvado antes y le estaba salvando ahora. Él nunca sería el mismo y no quería serlo. Las manos de Rikki le encontraron el pecho y revolotearon allí. Ella se sentía ligera, frágil, cálida y suave, y tan femenina, pero él sabía que un centro de acero la recorría.
Lev levantó la cabeza, respirando hondo, atrayendo aire a sus pulmones ardientes y descansó la frente contra la de ella. ¿Cómo le decía un hombre a una mujer que le había transformado? ¿Cambiado? ¿Qué se había llevado lo malo y convertido en bueno? ¿Cómo le decía que era un milagro? Él no. Simplemente la sostuvo, con la fuerza de los dedos. Su cuerpo temblaba, le permitía sentir como arrasaba su interior y le daba apoyo.
– Lev, estará bien -susurró, consolándole.
Ella pensaba que algo estaba mal, no que el estar con ella fuera la cosa más correcta del mundo. Un regalo increíble que él no rechazaba. No podía levantar la cabeza todavía, la emoción era demasiado fuerte, demasiado abrumadora. Así que apretó la frente contra la de ella y contuvo sus pensamientos no fuera que ella conectara por accidente con él y decidiera huir. Iba a tener que ser cuidadoso, muy cuidadoso. Su mujer, y había satisfacción al pensar en esos términos, era muy nerviosa.
Ella representaba esperanza. Fé. Confianza. Y él había perdido esas cosas antes de haber tenido jamás la oportunidad de conocerlas.
– Vamos, te ayudaré a volver a la cama. -Deslizó el brazo en torno a él.
Él sacudió la cabeza y se enderezó, sabiendo que ella no hablaría del beso. Simplemente ignoraba las cosas de las que no quería hablar, pero él podía ver la excitación en sus ojos, oírla en su respiración. Conocía los signos y ella estaba igualmente afectada físicamente como lo estaba él, pero sus emociones… las ocultaba bien y no se encontraba con su mirada.
– Mírame.
Ella retrocedió, estremeciéndose, dejando caer los brazos.
– No me digas eso.
Trató de levantarse, pero él le agarró los brazos y la retuvo. Podía ver que estaba molesta por su fuerza, pero se mantuvo quieta bajo los grilletes de los dedos y giró los ojos oscuros hacia él, estaban llenos de furia.
– Gracias -dijo él calladamente-. A veces necesito mirarte a los ojos.
Ella apretó los dientes y él pudo decir que todavía estaba furiosa.
– ¿Por qué no puedo pedirte que me mires?
Sintió la ola de ira violenta que manó y se precipitó a través de ella. El negro de sus ojos chispeó.
– ¿Qué piensas que escuché un millón veces mientras crecía? Estuve en casas de acogida y un complejo estatal. No miro a la gente. No puedo decirte por qué, pero no lo hago. No puedo decirte cuántas veces me abofetearon la cara por no hacer algo que no podía o no entendía cómo hacerlo. Me entrené para mirar a la nariz de una persona, así parecía que les estaba mirando a los ojos y entonces, aparentemente, miraba de manera impropia. -Dio un tirón para alejarse y se puso de pie-. Esta es mi casa. Puedo mirar dondequiera que me de la gana.
Él se puso de pie también, su velocidad la cogió desprevenida. Tiró de ella para desequilibrarla y cayó contra él, sus ojos escupían fuego. Mataba con frialdad, profesionalmente; siempre era un trabajo para él y nada más, exterminando simplemente donde había una necesidad. Pero ese suave siseo de su recuerdo, me abofetearon la cara, construyó una rabia instantánea tan profunda, tan extraordinaria, que fue sacudido hasta lo más profundo de su capacidad para sentir.
– No comprendes, lyubimaya, adoro la manera que me miras. Lo necesito del modo en que otros necesitan respirar.
Su mirada era tan intensa. Ella se las había arreglado para derribar con su mirada directa los muros que sus entrenadores habían erigido en su cerebro. Había penetrado profundamente con su intensidad, encontrándole debajo de las capas y capas de blindaje. Nunca había pensado que sería capaz de sentir tal intimidad con alguien y supo que no lo haría con nadie más.
Le gruñó la declaración, permitiendo que el deseo violento se mostrara en sus ojos cuando inclinó la cabeza hacia ella. Ella no se alejó, se quedó inmóvil como solía hacer, como si estuviera decidiendo si luchar o huir, pero se quedó bajo sus manos, la cara levantaba, esos ojos magníficos le miraron atentamente cuando bajó la cabeza lentamente a la de ella. Sintió el pequeño temblor que le recorrió el cuerpo antes de que su boca reclamara la suya.
Ella abrió la boca e inmediatamente él fue arrastrado a su mundo secreto de sensaciones. Ella besaba del modo en que se zambullía, con completa concentración, con absoluta pasión, se entregó a él y tomó todo lo que él ofrecía. El mundo desapareció. Cada recuerdo perturbador de su mente desapareció, dejando sólo a Rikki con su dulce boca de fantasía y su cuerpo suave. Desapareció en ella, en el calor asombroso y el fuego que su frío cuerpo podía producir. Olas de sensaciones rompieron sobre él hasta que se sintió sacudido por la necesidad creciente de ella.
Levantó la cabeza, rozándole la parte superior del pelo sedoso con varios besos.
– No quería provocar malos recuerdos, Rikki. Dios sabe que tengo bastante de ésos para ambos.
La mirada de ella vagó por su cara y él tuvo que resistir la necesidad de leer sus pensamientos. Una pequeña y breve sonrisa le curvó la boca y se encogió de hombros.
– No creo que seas mejor cocinero que yo. Has quemado el desayuno.
Lev giró para mirar la cocina. Ella había apartado las cacerolas, salvando lo que quedaba de las achicharradas tortitas y tocino. Le llevó unos minutos orientarse otra vez, poner el alimento en los platos y ponerlos en medio de la mesa. Ella se hundió en la silla, obviamente inquieta.
Rikki carraspeó.
– Nunca he utilizado realmente estos platos antes. Mis hermanas me los dieron cuando terminamos de construir la casa. -Tocó la orilla de uno de los platos casi reverentemente.
La comprensión golpeó. Nadie jamás le había hecho regalos antes. Estos platos representaban la familia y el amor. Él tocó el mismo plato, igual de reverentemente.
– Entonces esta es una gran ocasión. Nuestra primera vez comiendo juntos en estos hermosos platos. Nunca olvidaré este recuerdo, aunque me de otro golpe en la cabeza.
Vertió un poco de zumo de naranja para ambos y puso una tortita en su plato y un montón en el suyo. Levantó el vaso, esperando hasta que sus dedos lentamente, casi de mala gana, se curvaron alrededor del vaso.
– Aquí hay muchos más primeros y muchos más grandes recuerdos.
Rikki tintineó el vaso contra el de él y tomó un sorbo cauteloso de zumo, mirándole todo el tiempo. Su expresión cambió cuando lo probó.
– Esto no es para nada como lo recuerdo.
– ¿Diferente bueno o malo? -Animó, mirándole a la cara.
Adoraba mirarla. No había astucia allí. Ella no le miraba a él, sino al vaso, como si estudiar cada gota diminuta fuera fascinante e increíble. Agitó el vaso y abrió los ojos de par en par mientras miraba cómo se movía el zumo antes de tomar otro sorbo.
Él encontró el modo en que sus labios tocaron el vaso tan fascinante como ella encontraba el zumo de naranja. Tuvo el impulso irrazonable de estirarse y apartar el jersey para poder ver el movimiento de su garganta al tragar.
– Diferente bueno -dijo y giró la cabeza para sonreírle.
La sonrisa le golpeó como un puñetazo. El vientre se le tensó en apretados nudos. Le indicó la tortita.
– Dado que has ayudado, si no está buena, te culparé a ti.
La sonrisa se amplió y sus ojos se iluminaron, chispeando.
– Veo cómo eres. -Estudió la tortita sin tocarla, mirándola desde todos los ángulos.
Él no podía apartar los ojos de ella, aún tan hambriento como estaba. El alimento no era lo que necesitaba. La necesitaba a ella. Estaba roto. Quebrado. Estaba abierto de par en par, y de algún modo, ella lo había hecho con su mirada penetrante. Lo había desnudado de su pasado y del monstruo que había llegado a ser, le había dado vida y un propósito más allá del uso como arma. Había logrado pasar su guardia y revelarle y ahora, cuando estaba más vulnerable y debería haber estado aterrorizado y luchando por su supervivencia, se sentía más seguro, aquí, con ella.
Era como si se hubiera fundido en su espacio de algún modo y llegado a ser parte de esto. Echó una mirada a la cocina ordenada, las alacenas de cerezo obviamente hechas a mano por un carpintero. Ella había hecho esto, tallado un refugio para ella misma en un mundo que no comprendía. Allí, bajo el agua donde esperaba el consuelo, él se había encontrado atrapado en esos ojos. Ella nunca, ni una vez, había mirado a su pasado como si importara. Y para ella, lo que él hubiera hecho antes de ese momento no existía.
Ella estiró la mano por encima de la mesa, cortó las tortitas de Lev y levantó un trozo a su boca. Él la abrió automáticamente, pensando que era la cosa más íntima que jamás había hecho en su vida. Su mirada no abandonó la de ella mientras masticaba y tragaba. Una lenta sonrisa brotó. Felicidad. Entonces esto era lo que se sentía. Nunca había conocido la bondad ni los cuidados. Nunca había conocido el amor. Quizá el amor era una mujer que le alimentaba con tortitas. Quizá era alguien sentando frente a él bebiendo zumo de naranja sólo para complacerlo.
– Parece que soy un buen cocinero después de todo.
Ella le sonrió y un revoloteo curioso en la vecindad del vientre le asustó. Tomó el tenedor de manos de ella, rozándole los dedos. El contacto le dio una intensa satisfacción. Por primera vez en su existencia, sabía que se estaba ahogando y no pensaba en la supervivencia. La cabeza, el corazón, infiernos, todo lo que era, se precipitaba para dar el paso decisivo. Después de todo, ¿qué tenía que perder?
– ¿Piensas que es seguro arriesgarse?
Las suaves palabras le sobresaltaron y por un momento, entendió mal, seguro de que ella estaba leyendo sus pensamientos. Sus ojos contenían diversión y unos pocos de destellos traviesos. Su cara quizás no fuera expresiva, pero él podía leerlo todo allí, en sus ojos.
– Pienso que deberías -concordó y se recostó en su silla para mirarla tomar su primer bocado de tortitas. ¿Quién habría pensado que algo tan sencillo podría traer tal placer? Había hecho cada tortita lo bastante fina con esperanza de que la textura la molestaría menos.
Ella puso una extensión delgada de mantequilla de cacahuete sobre una. El cuchillo hizo pequeños remolinos perezosos que no fueron exactamente tan perezosos como pensó al principio. Cada onda circular era exacta, creando una pauta. La parte superior de la tortita comenzó a parecerse a la superficie del océano. Toda la atención de ella estaba en la mantequilla de cacahuete mientras dibujaba ondas que se hinchaban, rompían y daban la vuelta. Cada roce era deliberado y parecía absorberla completamente. Se encontró casi tan hipnotizado como ella.
– Ese es un hermoso dibujo, Rikki. -Mantuvo su voz baja-. ¿Pintas?
Ella se asustó, levantó las pestañas y parpadeó varias veces antes de centrarse en él.
– ¿Qué? -Frunció el entrecejo, procesando su pregunta-. ¿Por qué pensarías que pinto?
Indicó la parte superior de la tortita.
– Esa es una hermosa imagen del mar y está en la mantequilla de cacahuete. Si puedes hacer eso con un cuchillo, debes ser buena con un pincel.
El ceño se agudizó y giró el plato una y otra vez, estudiando la parte superior decorada desde todos los ángulos.
– Nunca lo advertí. No es arte.
– Fue muy preciso -comentó y pinchó otro bocado de tortita.
– Supongo que lo es. Cuento. -Le miró, esperando obviamente encontrar que su revelación le molestara-. En mi cabeza, cuento.
Lo murmuró para sí misma, medio en voz alta, pero él no se lo señaló. Le gustaban las pequeñas conversaciones que parecía tener consigo misma, especialmente cuando estaba molesta con él.
– Es el océano. -Comió más. Su cuerpo necesitaba combustible y devoró un trozo de bacón.
– Lo es, ¿verdad? -Ella sonrió ante el diseño-. No puedo dibujar. Esto, aparentemente, es una habilidad secreta. -Los ojos cambiaron y el pequeño ceño regresó-. Cuando viví en casas de acogida o en la casa estatal, siempre que me forzaban a comer algo, sopesaba el castigo por no comer y si no quería pagar el precio, contaba para enfocar mi atención en lo que pensaba y no en cómo el alimento se sentía en la boca.
Un dolor le apuñaló el pecho en la vecindad del corazón. Se estiró a través de la mesa para sujetarle la mano mientras levantaba el tenedor.
– No tienes que comer la tortita, Rikki.
Esta se encogió de hombros.
– Lo sé. -Echó una mirada alrededor de su casa con satisfacción-. No aquí y no en mi barco, pero Blythe dice que siempre debo tratar de expandir mi zona de confort. Es difícil hacerlo cuando estoy sola. Caigo en la rutina. Cuando estoy con una de mis hermanas, comiendo en sus casas o yendo a algún lugar con ellas, es más fácil hacerme intentar cosas nuevas.
Había sólo una insinuación, una nota, de la voz de Blythe en su tono. Él sabía que era involuntaria, que había tomado un poco de la mujer a la que admiraba tanto.
Le envió una sonrisa cuando ella se puso la tortita en la boca y la miró a la cara. Era tonto, realmente, pero se sintió privilegiado de que le incluyera con sus hermanas, intentando algo nuevo por él.
– ¿Cómo es que nunca has comido tortitas antes?
Ella masticó pensativamente, hizo muecas y escupió delicadamente la tortita en una servilleta.
– Probablemente lo hice cuando era niña -admitió-. Me volví terca mientras crecía. No me gustaba que nadie me dijera que hacer y después de un rato me negaba a hacer algo. Conseguí que me gustara poner a la gente incómoda antes de que me echaran. Me figuré que si iba a suceder de todos modos, ¿por qué no? Especialmente la policía. Traté con ellos bastante cuando era más joven.
– ¿No se dio cuenta nadie que quizá necesitabas ayuda?
Ella parpadeó. Dibujó remolinos en su mantequilla de cacahuete. Su mirada se fijó en la suya.
– Nadie jamás me ha hecho esas preguntas.
– Estoy interesado.
Ella suspiró.
– Lev, todos creyeron que asesinaba personas incendiando casas. Era una extraña y eso se añadía a su convicción de que era la culpable. Quizá incluso actuaba como culpable. Se me ocurrió que provocaba los fuegos dormida.
Lev la miró empujar lejos el plato y cruzar a la panera. Ella le miró por encima del hombro mientras extraía un pedazo de pan.
– ¿Por qué demonios alguien comería esas cosas cuando podrían poner mantequilla de cacahuete en el pan?
Él esperó hasta que se hundió otra vez en la silla, levantó las rodillas y metió los pies donde nadie pudiera verlos mientras untaba mantequilla de cacahuete en la rebanada de pan. Él no iba a involucrarse en otra discusión sobre los méritos de la mantequilla de cacahuete, no cuando ella le estaba dando retazos de su niñez.
– ¿Tenías trece cuándo el primer fuego estalló? -Incitó-. ¿Recuerdas mucho de esa noche?
Ella saltó y caminó por el suelo con un movimiento rápido e inquieto. Se sirvió una taza de café antes de girarse y mirarle desde lo que debía haber considerado una distancia segura. Había sombras en sus ojos y la boca le tembló.
– Recuerdo todo acerca de esa noche. -Tomó un pequeño sorbo de café y se giró para mirar fijamente por la ventana-. Mi madre me dijo que podía leer en la cama. No podía dormir mucho y ella o mi padre se quedaban levantados conmigo generalmente, pero si habían conseguido un libro que deseaba ese día, a menudo me permitían leerlo. Adoraba leer. -Se dio la vuelta y se recostó contra el fregadero-. Me habían dado las obras completas de Sherlock Holmes la semana antes y estaba ansiosa por comenzarlas. Lo había deseado durante tanto tiempo. Cuando fuimos a la librería para conseguirlas, había un terrible accidente en la autopista. Uno múltiple. Mis padres salieron heridos y los llevaron al hospital. Estaba tan asustada, atemorizada de perderlos. No leí ni una palabra. Hice una especie de pacto con Dios, ya sabes, permite que mis padres vivan y seré buena. Esa clase de cosas que los niños hacen.
La miró beber el café para tranquilizarse. Sus manos temblaban ligeramente. Dudaba que alguien más hubiera advertido ese pequeño signo. Quiso poner sus brazos en torno a ella y sostenerla pero supo que ella no se lo permitiría. Se estaba sosteniendo a si misma por un hilo y un toque la rompería.
Ella le envió una pequeña sonrisa sin sentido de humor por encima de la taza de café.
– Ya era extraña, sabes. No podía hacer cosas como los otros niños. Era torpe y nunca tuve sus habilidades sociales así que el colegio fue muy difícil. Mis padres eran mi zona de seguridad así que puedes imaginarte cuan asustada estaba. Mi padre pudo salir esa noche pero mi madre no. Entonces mi idea fue que no leería mi libro hasta que estuviera en casa.
– ¿Mereció Sherlock Holmes la espera? -Mantuvo la mirada fija en ella, observando, absorbiendo su reacción. Sabía que había sido entrenado para el interrogatorio, para reunir información y había caído automáticamente en el modo de examen. En el fondo de su mente, reconoció, como hacía generalmente, que esta información era importante y debía archivarla con cuidado para futuras referencias.
Ella se giró bruscamente y vació el resto del café en el fregadero, puso la taza en el mostrador y salió sin más por la puerta trasera. Él captó el brillo de lágrimas en sus ojos cuando giró la cabeza. Lev se quedó sentado terminado su desayuno tranquilamente, mientras su mente daba vueltas a lo que había dicho y continuaba ahondando en los hechos para llegar a las razones por las que cualquiera la escogería como objetivo para matarla de esa manera especialmente fea.
Se recostó y consideró qué hacer. La cabeza no estaba completamente mejor, a pesar de toda la energía que había gastado tratando de curarse. La fuerza de las olas había sido tremenda, azotando su cuerpo contra las piedras. Aún con sus dones especiales, no había podido combatir el poder del océano. Estaba mareado gran parte del tiempo y la cabeza todavía palpitaba con alarmante vigor, amenazando con estallar si se movía demasiado.
De repente, sintió una sensación de urgencia, y para un hombre que vivía en las sombras sin ningún nombre verdadero y con sólo un propósito, no era una buena idea ignorar sus presentimientos. Había recuperado suficientes recuerdos para saber que no quería que el hombre que había sido regresara de entre los muertos. Por lo que a Lev se refería, Sid Kozlov iba a permanecer en el mar, su cuerpo perdido para siempre. Ya se había identificado ante Rikki como Lev así que propondría una variación de ese nombre, haciéndolo más norteamericano. Era hora de poner los toques finales a su nueva identidad, una que podría utilizar aquí con ella, porque iba a quedarse y eso significaba que tenía que utilizar la cabeza y forzar sus recuerdos a cooperar.
Necesitaba un ordenador imposible de rastrear para terminar el proceso y necesitaba entrar en el pequeño pueblo cercano. Había dejado unos pocos paquetes de emergencia dispersos en caso de que tuviera que marcharse urgentemente si la necesidad aparecía, un requisito fundamental en su profesión. Sólo tenía que recordar donde estaban sus escondrijos de seguridad. Llevó los platos al fregadero y los lavó meticulosamente mientras trataba de forzar a su memoria a cooperar.
Sabía cómo construirse una nueva identidad que pasaría la inspección de cualquier oficial, lo había estado haciendo durante años. Estaba seguro que tenía mucho dinero y había ocultado más armas y munición, pero no podía recordar exactamente donde estaba todo. Ese pequeño hecho importante continuaba eludiéndole. De todas formas, la identidad era lo primero. Tenía que recuperar suficiente fuerza para salir de la casa y estudiar el terreno circundante para establecer sistemas de aviso. Y tenía que subir en su barco. El barco era mucho más vulnerable que su casa. Había sido consciente del puerto, una pequeña comunidad abierta con un parking donde la gente podía ir y venir fácilmente. El barco estaba atado en la dársena y cualquiera podría aparejarlo para salir, o amañar su compresor de aire para que muriera envenenada por monóxido de carbono mientras estaba bajo el agua.
Echó una mirada a la cocina para cerciorarse de que todo estaba en su lugar antes de salir al porche. Rikki estaba acurrucada en una silla, los pies desnudos metidos debajo de ella, las gafas oscuras colocadas sobre la nariz, cubriéndole los ojos. Se hundió en la silla a su lado y tomó posesión de su mano izquierda, trazando círculos con la yema del pulgar.
– No quería molestarte, Rikki.
– No lo has hecho. -Suspiró e indicó los árboles con el mentón-. Adoro esa arboleda de secoyas de allí. Tantas secoyas indican agua, mucha agua. Adoro que quizás esté viviendo con agua fluyendo por debajo de mí.
– Puedo ver por qué te atraería. -La paz de la granja le atraía. Los árboles rodeaban la casa, altos y majestuosos, como si protegieran la propiedad. Ella mantenía todo pulcro y ordenado. No había césped, pero tenía terrazas de plantas, flores brillantes y coloridas y arbustos en cada sombra de verde. El trabajo rocoso en las terrazas era hermoso y obviamente hecho con cuidado por alguien que había seleccionado cada piedra.
– Cuéntame sobre esa noche. ¿Oíste algún ruido? ¿Viste a alguien? ¿Actuaron tus padres de forma diferente? ¿Preocupados quizá?
Ella permaneció silenciosa mucho tiempo. Él esperó pacientemente, dándole espacio, dejando que averiguara si confiaba en él lo bastante para darle algo personal. El viento susurró entre las hojas de los árboles en lo alto y los pájaros revolotearon de rama en rama. Una ardilla parloteó y otra contestó. Él lo notó todo más bien distraídamente mientras miraba a la distancia en busca del polvo revelador que indicaría un coche en la carretera en dirección a la casa al levantarse.
Rikki estaba totalmente inmóvil, sin retorcerse, sin hacer ningún sonido, simplemente miraba fijamente al espacio, la cara apartada, los ojos ocultos detrás de las gafas oscuras. No había apartado la mano y Lev presionó el pulgar en el centro de la palma y cerró los ojos, sintiendo a su manera. Inmediatamente "vio" números en la cabeza. Ella estaba contando e iba por el setenta y ocho.
Se quitó las gafas oscuras y giró la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. La sacudida fue como un poderoso puñetazo directo a sus tripas. Duro. Abarcándolo todo. Ella hacía algo con su interior, donde él era tan duro como el acero, fuerte e impenetrable. Ella se deslizaba por sus escudos y lograba penetrar profundamente. Su reacción a ella lindaba con lo primitivo.
– Piensas que toda mi familia era un objetivo y quienquiera que mató a mis padres falló conmigo y todavía me caza.
Quiso atraerla a sus brazos y sostenerla cerca, pero todo su comportamiento chillaba "manos lejos", así que continuó acariciándole la palma abierta, satisfecho de que no se alejara completamente.
– Si fue un asesinato por contrato, no pararían, no hasta que estuvieran muertos, e incluso entonces, el contrato podría ser entregado a otro asesino a sueldo.
– ¿Eres un asesino a sueldo?
Un día antes no habría estado tan seguro.
– No. -Mantuvo la mirada en la de ella-. No sé exactamente que hacía, y seguramente he matado, pero no estoy seguro de por qué. Mi memoria regresa a trozos, pero está volviendo definitivamente. -Y no estaba del todo feliz por ello.
Se humedeció los labios, se colocó las gafas de vuelta a la nariz y se giró para mirar a sus árboles otra vez.
– ¿Si alguien trata de matarme por cualquier razón, por qué los vacíos entre los incendios? ¿Y por qué fuego? ¿No sería eso una elección rara para un asesino a sueldo?
– Sí, muy rara. Mi memoria regresa lentamente, así que quizá finalmente recordaré a alguien que utilice ese método. No es de ninguna manera familiar, pero eso no significa que no pudiera suceder. ¿Eran tus padres diferentes? ¿Estaban disgustados? ¿Hubo algo excepcional que puedas recordar en los días o semanas anteriores a esa noche? -La presionó porque estaba seguro de estar en el camino correcto.
– Tienes los instintos de un guardaespaldas -indicó.
Él no permitió que la sonrisa surgiera. Ella no tenía la menor idea de qué instintos tenía y no iba a aclarárselo y arriesgarse a que le echara a patadas, pero seguro como el infierno que no era un guardaespaldas. Se quedó silencioso, esperando.
Ella se mordisqueó el labio inferior unos momentos.
– Mi madre era mi estabilidad. Sin ella estuve perdida y todo lo que recuerdo realmente es estar sola con mi padre. Trató de comprenderme, pero estaba decepcionado de que fuera tan diferente. No me entiendas mal. Me amaba e intentó hacer todas las cosas que mamá hacía, pero estaba tenso y molesto la mayor parte del tiempo. Trataba de ocultarlo, y cuando Mamá estuvo en el hospital, fuimos tan miserables que habría sido imposible advertir otra cosa.
– El accidente de tráfico cuando fue herida. ¿Podría haber sido deliberado?
Sacudió la cabeza.
– Fue una de esas cosas de accidente múltiple, donde todos chocan contra otros. Un par de coches quedaron atrapados en el fuego y los rescatadores sacaron a todos rápidamente, nos hicieron quedarnos tan lejos como fue posible, aún los heridos. Había tal caos que si alguien nos deseó muertos, nos podrían haber matado allí mismo y nadie lo habría notado. Varias personas murieron en ese accidente. Fue horrible.
– ¿Qué le sucedió a tu madre?
– Su pierna estaba aplastada. Estuvo en el hospital una semana y recuerdo a mi padre llorando, atemorizado de que fuera a perder la pierna. Estuvo allí la primera noche, con costillas rotas y una conmoción, pero luego le permitieron volver a casa conmigo.
Lev frunció el entrecejo mientras atraía las puntas de los dedos a su boca y distraídamente raspó los dientes de aquí para allá sobre las yemas sensibles y trataba de encajar las piezas del puzle. Tenía el presentimiento, más que un presentimiento; estaba seguro que ella era el objetivo, y eso significaba que si había un contrato, ella estaba en verdadero peligro.
– ¿Esa noche, cómo escapaste?
– Estaba leyendo y la casa estaba muy silenciosa. Escuchaba música clásica mientras leía y tenía auriculares, pero supe que mis padres se habían acostado. Lo comprobé un par de veces porque me gustaba el sonido de ellos moviéndose por la casa apagando luces y preparándose para la cama. Siempre me confortaba. -Hablaba de manera muy práctica y no había expresión en su rostro.
Lev mantuvo el pulgar contra el centro de la palma y permitió que su mente se expandiera para abarcar la de ella. Ella reproducía el sonido de sus padres moviéndose por la casa a menudo. Atrajo la mano a la boca y presionó un beso allí.
Ella saltó y giró para encararlo, los ojos muy abiertos y asustados detrás de las gafas de sol, pero no se apartó.
– Leí durante mucho tiempo después de que se acostaran y de repente estaba tosiendo. Advertí que era difícil ver las palabras en las páginas y parpadeaba. Dentro de mí, había ese llamamiento extraño, tiré de los auriculares para quitármelos y miré alrededor. El cuarto estaba lleno de humo y podía oír un sonido rugiente. Me dejé caer al piso y me arrastré a la puerta. Quería llegar a mis padres. Lo intenté, pero todas las habitaciones estaban ardiendo. Teníamos una alfombra en el pasillo y se fundió en mi piel mientras me arrastraba. Recuerdo los sonidos y el calor vívidamente.
– ¿Recuerdas llamar al agua?
Asintió.
– Los tubos estallando en la casa, por lo menos eso es lo que los bomberos me dijeron más tarde. No me di cuenta de lo que había hecho, por supuesto, no hasta mucho más tarde, y todavía no era enteramente consciente de que todo no fuera una enorme coincidencia. -Se pasó la mano libre por el pelo en agitación-. Mi madre no podía andar. Parece que mi padre trató de llevarla fuera y un trozo de techo cayó sobre ellos. El fuego ardió con fuerza y rápidamente. Habían vertido un acelerante dentro de las paredes al igual que por fuera.
– ¿Por qué no en tu cuarto?
– En aquel momento, los investigadores dijeron que mi luz estaba encendida y probablemente quienquiera que lo hizo no quiso arriesgarse a ser interrumpido. Más tarde, por supuesto, se figuraron que fue para permitirme escapar, aunque no pudieron averiguar por qué no atravesé la ventana.
Él giró la cabeza hacia el camino, su radar interno sonaba en voz alta.
– Estás a punto de tener compañía.
– Probablemente una de mis hermanas.
– Iré adentro y esperaré.
– No dispares a nadie.
Le sonrió, se inclinó y le rozó la sedosa coronilla con un beso. Ella sentía soledad en él. Lev sabía exactamente qué era eso y no lo deseaba para ella.
– Estaré cerca si me necesitas.
Ella levantó la mirada, pero no contestó.