Capítulo 13

Las mariposas acudieron en grandes cantidades, levantando el vuelo en la boca del estómago de Rikki. Alzó la mirada hacia el rostro de Lev. Tan dominante. Tan maravillosamente masculino. ¿Por qué él? ¿Por qué ponía Lev cada terminación nerviosa de su cuerpo en máxima alerta? ¿Por qué esperaba el roce de sus dedos sobre su piel cuando apenas toleraba el toque de otra gente? El centro de su palma izquierda pulsó y cerró los dedos sobre la calidez hormigueante.

Sus ojos eran increíbles. Un azul de aguas profundas en el que ella se perdió inmediatamente. Si hubiera tenido un pensamiento de auto conservación, éste desapareció en el instante que miró en sus ojos. Allí había deseo ardiendo a fuego lento, una intensidad abrasadora que directamente quemó a través de ella. Sus ojos no mentían, de hecho la deseaba mucho, ¿y cómo podía ella resistirse?

Rikki le tocó el rostro con vacilación. La mano masculina puesta sobre su estómago desnudo, los dedos bien extendidos abarcando tanto territorio como fuera posible. Ella era sumamente consciente del contacto piel con piel; parecía marcarla a fuego a través de la superficie y profundizar en el interior de su cuerpo. Nunca se había sentido así con nadie. Su toque era tan real y tan vívido como el mundo marino o la lluvia.

Se dio cuenta que la música en la lluvia cambiaba, no a través de ella, si no a través de él, como si ahora él dirigiera. Etéreo, sensual, un exótico y erótico tempo siguiendo el ritmo con el movimiento de sus dedos. Cada caricia enviando pequeños temblores a través de su cuerpo. Estaba hipnotizada por él, por su visión y su tacto, por la manera en que la miraba, como si fuera la única mujer en el mundo. Estaba allí, en su cabeza, la convicción de que no habría otra para él. Fue casi un afrodisíaco embriagador cuando había pasado tanto tiempo sola, cuando nadie jamás había visto en realidad quién era ella y lo que quería.

Sintió la verdad en todo lo que él había dicho. La conexión entre ellos era tan fuerte que dudaba si de hecho podría engañarla. Por alguna razón desconocida, y estaba agradecida por esa razón, Lev la había elegido como la única. En realidad ella nunca había sido la única de nadie.

Daniel la había amado a su manera. Fue una buena compañera para él, una buceadora que entendía su mundo. Ella le exigió poco. Él sentía cariño y le gustaba el sexo con ella, pero nunca pensó en sacar tiempo para intentar complacerla. Le había costado tanto el contacto que Daniel había creído en terminar las cosas tan rápido como fue posible, sin intentar encontrar una solución.

¿Había utilizado a Daniel? Frunció el ceño, dando vueltas y más vueltas a la pregunta en su mente. Habían sido convenientes el uno para el otro, pero había sentido afecto por él… lo amó. No había tenido el mismo nivel de atracción física por él que el que tenía por Lev, pero había sido un buen hombre y lo amó por la manera en que la trataba, nunca como una paria. Como su igual. Como una compañera. Jamás la habían tratado así antes y siempre tendría un lugar especial en su corazón para él.

Lev bajó la cabeza y dejó una ristra de besos subiendo por su pierna, probando cada gota de lluvia.

– Guarda tus pensamientos para este hombre, lyubimaya moya. -Posándole un beso en la barriga.

– Suenas un poquito celoso -observó.

Su boca cálida siguió moviéndose sobre el estómago y los dientes le dieron un pequeño mordisco de reprimenda. La picadura pegó una sacudida a través de su cuerpo, directamente a su núcleo, extendiendo una ráfaga de calor por su cuerpo. La lengua hacía espirales sobre su piel, un roce aterciopelado de placer.

Rikki apenas podía respirar, le ardían los pulmones mientras su corazón martilleaba fuera de control. Respiró profundamente y le rozó con los pechos el torso desnudo. Al instante los pezones se pusieron de punta, sentía los pechos hinchados y le dolían, tan sensibles que cuando él alzó la mirada, diminutas chispas de electricidad corrieron desde sus pezones directamente a su matriz. Se tocó los labios con la lengua, temblando por las sensaciones desconocidas.

¿Cómo lo hacía para que su cuerpo tomara vida de esta manera? Una mirada. Un toque. Alargó la mano hacia arriba para tocar el pecho considerablemente musculoso. Absorbiendo la textura y el tacto con la yema de sus dedos, ese exquisito calor fluyendo de él hacia ella. Sus ojos buscaron los de él, tratando de encontrar consuelo. Estaba tan nerviosa. Anteriormente, practicar el sexo había sido una función corporal; ahora era una necesidad, sabía por instinto que una vez lo experimentara, siempre tendría ansias de aquello.

Lev podía ver lo nerviosa que estaba, había una pizca de temor en esos ojos misteriosos, sin embargo también había hambre… y confianza. Dejó caer la cabeza para girar la lengua alrededor del ombligo.

– No haremos nada con lo que no estés cómoda, Rikki, y si algo duele o no te gusta, me lo dices.

Ella le apretó el puño en el pelo.

– Esto contigo está yendo rápido. Demasiado rápido. Si lo hacemos y cambias de opinión, no sé, Lev. Tengo una buena vida. Soy feliz tal y como es. No quiero que me dejen hecha un desastre.

Deseándote. Muriéndome por ti. Necesitándote.

Él captó sus pensamientos. Estaba asustada. Su valiente Rikki asustada de hacer el amor con él. Le había entregado su cuerpo a Daniel porque eso era lo que hacían las parejas cuando se comprometían el uno al otro. No tenía duda que habría permanecido fiel al hombre, pero estaba comprometiendo más que su cuerpo con Lev, y eso era aterrador para una mujer que necesitaba un equilibrio absoluto en su vida.

– Está bien -susurró contra la suavidad de su piel-. Estás a salvo conmigo.

Lo decía en serio. Ella era tan inocente. Tan inteligente. Tenía una núcleo de acero, aunque era frágil y vulnerable… demasiado. Los que la amaban lo reconocían. Él no se acordaba de la inocencia, el resplandor o la vulnerabilidad, pero ella de alguna manera se lo devolvía. Había leído su archivo y sabía que era capaz de ser violenta, sabía de otros que habían interpretado mal su incapacidad de arreglárselas con los sonidos y su entorno. Había necesitado ayuda y nadie se la ofreció hasta que Blythe y las otras intervinieron. Por esa razón, siempre… siempre… las protegería y vigilaría. Por esta mujer.

Ascendió a besos por la estrecha caja torácica hasta la parte inferior de los pechos, subiendo el fino top mientras lo hacía de manera que quedó remangado sobre los pezones. Sintió el temblor que la recorría y su corazón respondió con una extraña sensación emotiva. Su cuerpo estaba duro y lleno, más de lo que había estado jamás. Sentía una urgente necesidad de alivio, pero sabía que era su alma haciéndole el amor a ella. Su alma necesitaba su resplandor e inocencia. Sabía que estaba tan atado a ella como Rikki lo estaba al agua.

El centro de su palma izquierda latía y dolía, enviando una reacción en cadena a través de su cuerpo de manera que su erección aumentó aún más. Estaba agradecido de no llevar ropa, porque la manta ya le molestaba sobre la piel. La quitó, levantándola para sacarla de debajo de ella, así podría apartarla de él y tan sólo quedarían las sábanas frescas y la lluvia en el exterior.

Deslizó el muslo sobre los de ella, inmovilizándola mientras subía la mano desde el brazo hasta el hombro, simplemente para memorizar su tacto. Cerró los ojos para saborear su suavidad. La mano siguió subiendo hacia el cuello, el rostro, y se quedó quieta, agarrando con la mano el espeso y salvaje cabello. Capturó el suspiro entrecortado cuando sus labios la tomaron. Había practicado el sexo, pero ésta era la primera vez que haría el amor y quería experimentar cada sensación.

La deseaba tanto que sus pulmones ardían por falta de aire y sentía el pecho oprimido. Tenía miedo de que le explotara el corazón, y si no el corazón, definitivamente el pene. Sus besos eran como una droga enviando fuego a través de sus venas. Nunca tendría bastante de esa suave y perfecta boca. La besó una y otra vez hasta que estuvo fundida con él, los débiles jadeos se convirtieron en pequeños ruegos.

Sólo entonces la besó en el cuello, ese cuello vulnerable con el que había fantaseado más de una vez. Su piel tenía ese aroma de lluvia recién caída que había llegado a relacionar con ella y se alimentó de ello, utilizando la lengua y los dientes, mordisqueando y atormentando, dándose el gusto mientras ella se movía contra él incansablemente, sus pechos subiendo y bajando contra su torso.

La necesidad era un monstruo rabioso en él, clavando las garras en su vientre e ingle, mientras el amor mantenía su toque suave. ¿Los otros hombres se sentían así? Nunca había creído en el amor hasta Rikki. Ella borró cada mal lugar en el que había estado… cada cosa mala que había hecho. Ella tomó todas las piezas rotas y de alguna manera las encajó juntas. Pensaba de sí misma que estaba dañada, pero en realidad, él era el único perdido.

La besó hasta la parte superior del top, descansando posesivamente una mano sobre su estómago. Sintió los músculos contraerse, y se tensó mientras él descendía la boca hacia el pezón a través de la delgada tela. Movió las caderas bruscamente y se estremeció, envolviendo los brazos alrededor de su cabeza.

– Lev. -Tenía la voz rota, una mezcla de placer, temor y hambre.

Él succionó durante un instante, y luego retrocedió, mordisqueando con los dientes, sintiendo la contestación a la pregunta en los temblores que recorrían el cuerpo de ella.

– Nunca soñé tener una mujer como tú, Rikki. Nunca. Jamás imaginé que pudiera querer o tener una mujer propia y mucho menos que se sentiría así.

Le susurró las palabras. Ella le había dado un regalo que no tenía precio y todo lo que él tenía para devolverle era su fidelidad, su amor y sus palabras. Ni siquiera podía darle su nombre de verdad, no sin ponerla en peligro a ella y a sus hermanos. Tendrían que vivir con Hammond, no Prakenskii, y si Dios existía, Lev esperaba que Él lo entendiera. Lev le quitó el top por la cabeza y lo arrojó a un lado, bajando la cabeza inmediatamente hacia el pecho tentador. El placer lo estremeció cuando ella se arqueó hacia él, empujando el pecho más dentro de la calidez de su boca. Empezó a succionar el pezón sensible, utilizando el filo de los dientes con delicadeza mientras ella ondulaba las caderas contra él.

Con mucho cuidado le bajó los pantaloncitos cortos de chico por las largas piernas. Ella cooperó, levantando las caderas, casi sollozando, haciéndolos a un lado, y su cuerpo se puso más caliente bajo la deambulante mano y la pericia de su boca. Ella era increíblemente suave, su cuerpo terso como la seda y cada vez que gritaba su nombre, se hundía más profundamente en su hechizo.

Le atormentó el pezón con la lengua, un roce aterciopelado que la hizo gritar y agarrarle el pelo con ambas manos. Abrió los ojos para mirar en el interior de los de ella. Esos enormes ojos eran negros como el mar más profundo, donde había estado tan perdido. Todavía andaba perdido, pero estaba a salvo con ella. Parecía un poco aturdida, como si él la pudiera drogar con su toque. Inclinó la cabeza, todavía observándola, y le lamió el pezón como a un helado de cucurucho. El cuerpo entero de Rikki se estremeció y alzó las caderas para empujar fuertemente contra él.

Deslizó la mano arriba y abajo por el muslo de ella con cortas pinceladas, acariciando esa piel sedosa, alrededor de la cadera subiendo hacia la parte inferior de sus nalgas. Ella abrió los ojos de par en par y la respiración se le atascó en la garganta. Él tomó un pezón entre los dientes y lo mordió muy suavemente, todo el tiempo mirando las negras e inconmensurables profundidades de sus ojos.

Le encantaba observar su reacción. Se estaba entregando a él, poniéndose en sus manos y ofreciéndole una respuesta genuina que valía todo el dinero del mundo. Deslizó la mano alrededor del calor húmedo entre sus piernas, cubriendo el sedoso triángulo de su montículo con la palma de la mano. El color le subió lentamente por el cuerpo, ruborizando sus pechos, su cuello y el rostro. La respiración se le volvió irregular y entrecortada.

¡Lev!

Ahí estaba otra vez, su nombre susurrado dentro de su cabeza. Un gemido de necesidad, un sonido embriagador que le hizo vibrar la polla y sacudirse de necesidad.

Te tengo, luybimaya moya, estás a salvo conmigo. Le respondió con la intimidad de la telepatía. Necesitaba estar en su cabeza con la misma necesidad desesperada que sentía por su cuerpo.

Ella tragó con fuerza y asintió, su mirada nunca abandonó la de él. Deslizó un dedo dentro del calor resbaladizo y acogedor. Ella agitó las caderas y las pestañas le temblaron, abrió los labios con un jadeo sobresaltado. Se quedó inmóvil, los ojos tragándose su rostro.

– No voy a hacerte daño. -Declaró. Ella parecía asustada, pero su cuerpo respondió con un aluvión de miel líquida.

Ella frunció el ceño y él no pudo evitarlo, se inclinó para besarla de nuevo, despojándola del aliento que le quedaba. Empezó a trazar círculos con el dedo en el sensible nudo, suavemente, logrando que se acostumbrara a la sensación. Rikki gritó en su boca, un jadeo estrangulado de placer. Él sonrió mientras levantaba la cabeza para mirarla una vez más a los ojos.

– Dime.

– Más. Quiero más.

Le mordisqueó la barbilla con los dientes.

Tengo la intención de disfrutar mientras consigo conocer cada centímetro de tu cuerpo. He estado esperando para ver si sabes tan bien como creo.

Estaba ardiendo, la necesidad le clavó las garras con hambre ansiosa. Su pene yacía presionado contra su muslo, protestando furiosamente ante él con un feroz y casi brutal deseo.

Sus manos se aflojaron del pelo y fueron hacia los hombros, una prueba tal vez, para ver si a él le gustaba su toque. Él se moría por sus manos -y boca- sobre él y se lo dejó ver con imágenes en su cabeza, con el placer en sus ojos.

Más. Esa simple palabra fue todo lo que Lev pudo pronunciar, incluso en su cabeza. Su control desaparecía rápidamente, la intensidad de su necesidad hacía jirones su disciplina. Deseaba que desapareciera, deseaba esto, un amor feroz que los consumiera a los dos, que ardiera caliente durante mucho tiempo y los fundiera juntos.

Rikki delineó los músculos de la espalda masculina, tocando las cicatrices de aquí y de allá, permaneciendo un momento para averiguar qué causó cada una de ellas. El rostro de Lev era una máscara de sensualidad, los ojos de un azul intenso y llenos de una oscura lujuria que la emocionaba.

Se movió contra él, una lenta y sensual ondulación, su cuerpo deslizándose tentadoramente contra el suyo. La sorpresa llameó en los ojos de Lev y dejó caer la cabeza, lamiendo a lo largo de los pechos y bajando por las costillas, explorando con los dientes, la lengua y los labios. Los dedos rastreadores femeninos acariciaron cerca de la dura longitud de su pesada erección mientras ésta yacía contra su muslo. Rikki sintió el aliento de él saliendo de golpe de su cuerpo, notó el temblor que lo recorrió.

Cada lugar único que sus dientes mordisqueaban o su lengua rozaba enviaba calientes lametones de excitación a través de su piel hacia su esencia femenina. La temperatura se elevó y no pudo impedir sacudires de un lado a otro en la cama o retorcerse bajo su asalto. Se sentía tan bien que rayaba el dolor, pero de manera positiva. Era escandaloso y excitante.

Él extendió las manos en sus muslos e inclinó la cabeza, hundiendo los dientes en la parte interior del muslo. Ella gritó, un ruego en voz baja pidiendo más mientras el calor le corría por el cuerpo.

El cálido aliento pulsó encima de la unión de sus piernas, casi volviéndola salvaje por la necesidad.

– Me acuesto a tu lado noche tras noche pensando en esto, soñando con esto. -El amor oscuro en su mirada azul la estremeció casi tanto como lo que le estaba haciendo.

Le levantó las caderas con las manos mientras bajaba la cabeza y bebía. Rikki oyó su propio grito, el placer la anegó, sacudiéndola dentro de una locura enfebrecida. Lo agarró firmemente de los hombros, desesperada por anclarse a algo sólido. Agitó la cabeza de un lado a otro en la almohada, incapaz de evitarlo mientras ola tras ola de sensaciones se precipitaban sobre ella. Ávido de su sabor, la lamió y la chupó, sin excusas, tomándose su tiempo, utilizando la lengua para penetrar primero superficialmente y luego profundo. Ella tenía lágrimas ardientes en sus ojos y poco aire en los pulmones, pero no quería que se detuviera.

El temor clavó sus garras en ella cuando reconoció que estaba consumiéndola con su lujuria, atándolos de tal manera que ninguno jamás sería libre. No importaba. El temor no importaba, sólo importaba la espiral enroscándose más y más fuerte y profundo dentro de ella, amenazando su misma cordura. Oyó otro sollozo, supo que era suyo, y se presionó fuerte contra él mientras la penetraba con la lengua, llevándola hasta el mismo borde, pero sin tirarla por él.

¡Lev!

Era la tercera vez que gritaba su nombre, y esta vez estaba suplicando.

La espiral siguió su viaje, contrayéndole los músculos del estómago, tensando sus muslos, envolviéndola en una excitación enfebrecida hasta que estuvo dando sacudiéndose bajo él, aterrorizada de perderse, aterrorizada de que parara y no saber nunca dónde la estaba llevando.

Paciencia, lubov moya, tenemos toda la noche y quiero saborearte.

Ella cerró los ojos mientras la lamía, chupaba y la llevaba más y más alto, llevándola al mismísimo borde de la cordura antes de aflojar cada vez.

Te quiero preparada para mí.

Estoy preparada para ti. Un minuto más e iba a empezar a suplicar, ni siquiera le importaba. Sus dedos encontraron el pelo de él y tiró, tratando de llevarle hacia arriba para ponerlo encima de ella. Dentro de mí, ahora.

Su risa era baja y divertida, un ronroneo de satisfacción masculina. Eres una cosita exigente, ¿no?

– No tienes ni idea -murmuró en voz alta.

No podía parar de retorcerse, de mover la cabeza o sacudir las caderas. Sus dedos se movieron dentro de ella y gritó de nuevo, su cuerpo estaba al borde de un gran descubrimiento pero incapaz de alcanzarlo. Oyó su propio gemido, la sacudió, el sonido suplicante y desesperado. El pulgar rozó y acarició el nudo más sensible y ella se arqueó contra él, temblando de placer.

– Por favor -susurró, con voz forzada-. Por favor, Lev.

Lev levantó la cabeza para mirarla, a su expresión aturdida. Sus ojos estaban vidriosos, estupefactos, llenos de anticipación y turbación. No hubo forma de aferrarse a su frágil control. Una mirada al rostro de ella y estuvo perdido.

Se arrodilló entre sus piernas y arrastró el menudo cuerpo hacia él, le abrió las piernas alrededor de él mientras le levantaba las caderas y empujaba la vibrante punta de su dura erección en la entrada. Cada terminación nerviosa que tenía parecía estar presionando con pasión ardiente. Ella estaba apretada, una envoltura aterciopelada y abrasadora que mientras entraba, centímetro a lento centímetro, apenas le permitía la invasión. Jadeó, una ráfaga de fuego en su vientre bajándole por los muslos.

Era un experto en el sexo, pero no estaba preparado para el asalto a sus sentidos. Nunca había pasado antes. Era demasiado disciplinado para perderse en el cuerpo de una mujer. Su vida iba de supervivencia, no de placer y ciertamente no de amar a una mujer. Y, que Dios lo ayudara, la amaba con cada aliento de su cuerpo.

Sintió el fuego verterse sobre su piel mientras penetraba hondo dentro del cuerpo de ella, uniéndolos. Él estaba grueso, ella apretada y la sensación era exquisita. La oyó soltar un siseo en una larga e irregular ráfaga, y sus músculos se tensaron más fuertes alrededor de él. El leve movimiento casi le costó su último hilo de control.

– No te muevas, laskovaya moya -la avisó, sujetándola quieta, esperando que su cuerpo se ajustara y así poder enterrarse más hondo-. No te muevas todavía.

Ella ya no escuchaba, sacudiendo la cabeza en la almohada, el cuerpo saltando a pesar de sus manos controlándole las caderas. Se estaba empujando hacia él, de modo que se sentía como si se estuviera moviendo entre pétalos que se abrían para él. Estaba tan apretada y sus músculos seguían aferrándose a él con cada pequeño movimiento de su cuerpo, enviando rayos de fuego directamente al centro de su ingle.

No pudo controlarse. Retrocediendo, se sumergió dentro de ella una y otra vez, arrastrando la gruesa polla por el nudo de más sensibles nervios femeninos. No estaba seguro de sobrevivir al placer que lo recorría. Fue más hondo, topándose con el fuego ardiente del cuello del útero. Gimió cuando ella se tensó alrededor de la longitud de su gruesa erección, apretando y acariciando con músculos de suave terciopelo. Tal vez no tenía una tremenda experiencia, pero era sensual por naturaleza y cada movimiento de su cuerpo lo enviaba tambaleante más y más cerca del borde. Para un hombre que creía que la disciplina lo era todo, fue una conmoción estar tan fuera de control.

Ella canturreó su nombre repetidas veces, y para él fue pura música, como la lluvia lo era para ella. Sus gemidos y los tímidos y estrangulados ruiditos lo llenaron de un feroz sentido de protección, una pura satisfacción masculina que se añadió a su dicha. Se deleitó con su habilidad de aumentar el placer de ella con la manera en que se movía. Ella agitaba la cabeza en la almohada, su rostro ruborizado y los ojos aturdidos. Ella gimió, un largo y débil sonido que resonó en su miembro.

Cambió de posición, empujándola más cerca, arrojando las piernas de ella hacia arriba y sobre sus brazos, queriendo un mejor efecto mientras establecía un ritmo rápido y duro, pendiente todo el tiempo de signos de incomodidad en su rostro. No pudo evitar su propio gemido al penetrar una y otra vez, la fricción ardiente era increíble. Su canal femenino era un calor abrasador, rodeándolo como seda viva, aferrándolo y estrechándolo, arrastrándose sobre él tan apretada que el sofocante fuego en él ardió más y más fuerte. Se le tensaron las pelotas, el placer exquisito era casi doloroso. Sintió el poder de la espiral dando más y más vueltas y supo que estaba cerca del orgasmo.

Ya tebya lyublyu. -Tomó aliento-. Mírame, lubov moya, necesito ver tus ojos. -Deseaba volar alto con ella, ahogarse en ella, fusionarse tan fuerte, mente y cuerpo, que su conexión no se pudiera romper jamás.

Rikki sintió la presión, aumentado y aumentado, esa misma opresión que sentía en el océano cuando una ola enorme estaba llegando. Fue a alcanzarlo, abrazando el sentimiento, comparando la sensación con su querido mar. Empezó en los dedos de sus pies, una serie tremenda de olas girando sobre y a través de ella, creciendo más y más hasta que la fuerza fue como aguas revueltas precipitándose por ella, aumentando en fuerza. Pero no se detenía. Nunca se detenía.

Pudo sentirlo, la longitud y la circunferencia, estirándola, yendo más profundo. Su propio cuerpo estaba resbaladizo y húmedo, y la tensión erótica se alargó hasta que tuvo miedo de ahogarse en ella. Ni siquiera podía respirar y no podía encontrar alivio para esa presión en aumento constante. Era demasiado poderosa. Demasiado fuera de control para alguien como ella, las olas aumentaban en fuerza, amenazando con engullirla. El temor se deslizó en su mente, dejándose llevar por la oleada de pasión, de manera que cada terminación nerviosa sintió cada profunda sensación por separado y luego junto, anegándola.

Oyó la voz de Lev, remota, en su cabeza, llamándola en su propio idioma, su voz era un ancla. Desesperada, giró la cabeza para mirarlo, sus miradas colisionaron. Era como la caída libre en el mar, todo ese azul maravilloso. No había suficiente aire para respirar, igual que debajo del agua, pero la belleza de su rostro de facciones duras, su fuerza y su calma perdurable eran como el siempre constante océano, y se las arregló para aferrarse a su cordura pegándose a él.

Quédate conmigo. Le rogó ella. Quédate conmigo.

Estás a salvo, lubov moya, siempre a salvo conmigo, le aseguró. Déjate ir.

Mantuvo la mirada clavada en la de él y se dejó hundir dentro del éxtasis. Su cuerpo se cerró contra él como un torno, y la presión se incrementó hasta que temió que explosionaría. Pudo sentirlo aumentando de tamaño, latiendo de calor y fuego, oyó su gemido ronco y luego empezó la oleada final, un tsunami fuera de control.

Con los ojos sobre él se rindió por completo, entregándose a él, dejando que la arrastrara con él de manera que sólo quedó el sonido de la lluvia y el rítmico sonido de sus cuerpos llegando juntos. La ola gigante se movió deprisa por su cuerpo, subió por sus piernas y centro, en su estómago y pechos, engulló su cerebro, ola tras ola de tal placer que no estaba segura de estar del todo cuerda. Se le derritieron los huesos, el cuerpo se le volvió líquido y flotó en el éxtasis.

Él no apartó la mirada, ni parpadeó, sujetándola a él a través de su intensa liberación. Tenía la respiración entrecortada, el rostro tenso, pero su expresión era tierna mientras las olas en el cuerpo de ella se calmaban en ondas de dulce placer.

– Por primera vez en mi vida, Rikki, me siento como en casa.

Ella yació bajo él con el corazón palpitando irregularmente, un poco aturdida por el mismo esplendor impresionante de su orgasmo. Así que esto era el gran alboroto. Se había preguntado por qué todo el mundo hablaba del sexo y parecía tan desesperado por él.

Todavía tenía las piernas en sus brazos y él suavemente le permitió dejarlas caer en el colchón. No podía moverse, su energía había sido totalmente consumida por las olas asfixiantes, y justo ese pequeño movimiento le envió otra ristra de ondas recorriéndole el cuerpo.

– ¿Estás bien?

Ella asintió y alargó la mano para reseguirle los labios con el dedo. Se sorprendió de tener fuerza para incluso levantar el brazo. Se apartó lentamente de ella.

– No. -La protesta estalló y lo cogió por los hombros, abrazándolo.

– Estoy aquí, Rikki, no voy a ir a ninguna parte.

Se le atoró la respiración en la garganta. Él no iba a ir a ninguna parte y esta era su casa. Ella no podía ir a ninguna parte. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿Debería ofrecerle algo para comer o beber? ¿Debería levantarse y ducharse? Iba a estar dolorida; tal vez un baño. ¿O debería escaparse de la casa desnuda? Podría sentarse en el balancín, si pudiera encontrar la energía para levantarse.

Temblando, dejó caer la mano y agarró la sábana, frunciendo el ceño. Iba a fastidiarla. Había sido tan perfecto. Absolutamente perfecto y no tenía ni idea de cómo se manejaba la gente después de hacer el amor. Reconocía la diferencia. Se había volcado en ella, cuerpo y mente, dándole un regalo invalorable, y ella era responsable sin querer de arrojárselo a la cara por la falta de experiencia o conocimiento.

La cabeza le daba vueltas y más vueltas, llenándola de temor. Iba a arruinarlo todo. Estaba en un territorio nuevo y era aterrador. Su cerebro quería retirarse a lugares familiares. La lluvia tal vez, simplemente para permitirse ser absorbida por ella, pero no quería hacerle eso a Lev. Era difícil, tratar de combatir la tendencia de su cabeza a ir a la deriva y no ser capaz de retenerla.

Lev frunció el ceño a Rikki, de repente preocupado. Posó la mano sobre su corazón para descubrir que latía tan fuerte que tuvo miedo de que tuviera un ataque al corazón.

– ¿Qué pasa, Rikki? -le preguntó, con voz dulce, casi tierna.

Ella tembló y alargó la mano debajo de la cama a por su manta de consuelo, eludiendo su mirada.

Lubov moya, estás gimiendo. ¿Tienes dolor?

Buscó a tientas con los dedos la manta, él extendió la mano por encima y la encontró para ella, arropándola con cuidado.

– Lo siento -logró decir.

– No lo sientas, Rikki, háblame. Déjame saber qué está pasando. -No esperó a que ella hablara, si no que presionó su palma izquierda contra la palma izquierda de ella y empujó dentro de su mente.

Utiliza tus palabras, Rikki. Aconsejó la voz de una mujer.

Su madre, y esto era un recuerdo que a menudo la consolaba. Meció su cuerpo un poco, mientras el recuerdo de su madre sujetándola con fuerza, poniendo presión en su pecho cuando ella sentía el cuerpo flotando, salió a la superficie.

– No sé qué se supone que debo hacer.

Sonó tan desesperada, que el corazón de él dio un vuelco, pero permaneció en silencio. Ella abrió los ojos para mirarlo. En el momento que su mirada conectó con la de él, éste oyó sus pensamientos. Ese rostro, de facciones duras, fuertes y tan hermosas. Sus ojos. Tan azules como su querido mar. Su tierna expresión. Se sintió aliviado que ella se consolara con su presencia y no deseara que se fuera.

Le envolvió el brazo alrededor de la cintura y movió su cuerpo con su tranquila fuerza, poniéndola cerca de él.

– Aquí no hay reglas, Rikki.

Abrió los ojos de par en par y un pequeño jadeó escapó.

– No. No, tiene que haber reglas. Siempre hay reglas. ¿Qué hago? No lo sé.

– Antes, ¿qué hacías con Daniel? -No quería traer el recuerdo del hombre a su mente, no después de lo que habían compartido, pero tenía que encontrar la manera de calmarla.

– Me iba. Me levantaba y me iba, rápido, volvía a mi casa. -Miró alrededor-. Pero esta es mi casa, tú también vives aquí y no sé qué hacer.

Sonaba tan confundida y vulnerable que le dolía el corazón.

– ¿Recuerdas lo que nos prometimos? -le preguntó, arreglándole los mechones de pelo alrededor de la cara-. Que haremos nuestras propias reglas. Digo que nos abracemos y hablemos hasta que estemos demasiado cansados para permanecer despiertos, o lo suficientemente recuperados para hacer el amor de nuevo.

Ella parecía genuinamente conmocionada pero también más que un poco interesada.

– ¿Otra vez?

– ¿No te atrae la idea? -Deslizó la mano bajo la manta y le acunó el pecho, deslizando el pulgar sobre el pezón, atormentándolo hasta ponerlo de punta.

Le ofreció un oscuro ceño.

– Por supuesto que me atrae la idea, pero nunca me leí las reglas del sexo. ¿Hay un número determinado de veces al día o a la semana?

Le sonrió y tomó posesión de su boca. La besó larga y profundamente y con suficiente maestría para mantener la lengua de ella bailando con la suya. Adoraba el modo en que se entregaba a él. Sin vacilaciones cuando la tocaba. Le mordisqueó los labios y le pellizcó la barbilla antes de responder:

– Dos individuos al compartir sus vidas juntas tienen sexo cuando lo eligen. Puede ser lento y tierno o salvaje y loco. Pero debería ser una expresión de amor. Y en esto confía en mí, Rikki. Te quiero. Cuando te estoy tocando, te estoy amando.

Descendió a besos por su garganta hacia el lateral del cuello. Su pulso revoloteó como las alas de un pájaro y luego empezó a palpitar con alarma bajo sus labios. Él le acarició el pelo suavemente, el temor se deslizó en su mente ante el pensamiento de lo que ella significaba para él. Sabía que se estaba comprometiendo del todo con ella, a una nueva vida, pero todavía estaba captando vistazos fugaces del mundo de ella, del interior de su mente.

Ella era frágil y vulnerable de maneras en que los otros no eran, y aún así sorprendentemente valiente y fuerte. Él sabía que nunca querría estar sin ella. Y no quería dar un traspié, disgustarla sin saber lo que estaba haciendo.

– ¿Así que simplemente nos quedamos en la cama? -Su mirada buscó la de él.

– Está bien, laskovaya moya, nos quedaremos juntos en la cama. ¿Te importa si me doy el gusto?

Ella le ofreció ese adorable pequeño ceño de concentración de nuevo.

– ¿No sé qué significa eso?

– Quiero explorar lo que es mío. Me gusta tocarte.

– No creí que me gustara -le reconoció-, pero hazlo.

– ¿Te gusta tocarme?

Una pequeña sonrisa tironeó de las comisuras de la boca de ella.

– Te doy un masaje casi cada noche.

– Me has tocado por todas partes excepto en el pene, Rikki. ¿Tienes miedo de tocarme allí?

Se tocó con la lengua el labio inferior.

– Tal vez. Un poco. No quiero hacerte daño. Sabes, podría hacerlo mal.

– Soy tuyo, Rikki. Mi cuerpo es tuyo. Quiero sentirte tocándome. Quiero tus manos y tu boca sobre mí. Dándome el mismo placer que te he dado.

Ella se impulsó hacia arriba sobre un codo, la manta se deslizó bajo el pecho.

– Quieres decir que si te toco…

– O me chupas -la interrumpió.

– ¿Puedo hacerte sentir fuera de control por el placer?

Él asintió con solemnidad. La idea de su boca de ensueño sobre él ya lo estaba haciendo sentir un poco fuera de control y su cuerpo ya estaba despertándose a la vida ante el pensamiento.

– ¿Cómo es que no sabes eso? -Su prometido no se tomó nada de tiempo con ella.

Ella se encogió de hombros.

– Nunca me interesó el sexo. No aprendo cosas que no me interesan. Pero ahora estoy interesada. -Se giró hacia él.

Lev todavía estaba tendido encima de las sábanas arrugadas. Las otras mantas habían caído al suelo hacía mucho rato. Ella dejó que su manta de consuelo hiciera lo mismo, arrodillándose sobre él, estudiando su cuerpo. Conocía íntimamente cada centímetro, ya que le había dado masajes cada noche, pero nunca había explorado su virilidad. Era larga, fuerte y gruesa, y ella se había visto atraída por la visión de él desnudo y henchido muchas veces. Nunca intentó ocultarle una erección, y ella se había acostumbrado a verlo duro y empalmado.

Rikki pasó una caricia experimental sobre la amplia y henchida punta de su polla y el cuerpo de Lev se agitó. Él jadeó. Ella sonrió. Intentó estar tendido inmóvil para ella. Sus manos acunaron el peso de sus pelotas. Ella fue con mucho cuidado, rodándolas, acostumbrándose a sentir la textura. Él apenas podía respirar esperando lo siguiente que vendría. Rikki estaba muy concentrada en lo que estaba haciendo, igual que hacía a menudo cuando estaba fascinada con algo. A Lev le gustaba que su cuerpo la fascinara.

Al principio, era Rikki, completamente cautivada y envuelta en su exploración así que, durante un rato, estuvo enteramente concentrada en sentir y en el mecanismo de su experimentación. Él apretó los dientes e intentó simplemente dejarle tener el control. Tenía una sensualidad natural que lo conmocionaba, y cuando empezó a utilizar la boca y la lengua, la respiración abandonó su cuerpo en una ráfaga explosiva.

Todo su entrenamiento no parecía funcionar con ella. No importaba que no tuviera experiencia; lo compensaba con su fruición, en la manera que disfrutaba del gusto y textura, en la manera que se sumía en hacerle pulsar y agitarse bajo sus servicios. Al final cedió con un gemido y le guió la cabeza con las manos, los ojos completamente abiertos, observándola. Sin duda alguna la encontraba la mujer más sexy que jamás había conocido. No pasó mucho rato antes de que pudiera decir que no iba a durar mucho más.

Con mucha delicadeza la detuvo, necesitando sentir la seda caliente y apretada de su calor abrasador.

– Móntame a horcajadas -le ordenó.

Rikki le obedeció, y respiró profundamente, Lev empujó hacia arriba cuando ella bajaba sobre él. Notó desplegarse su entrada, un fuego exquisito lo rodeó. Empujó y ella tembló, brindándole ese suave y sexy gemido que él tanto adoraba. Necesidad. Estaba viva. Respirando en él, clavándole las garras, robándole el corazón y la mente. Necesitaba a esta preciosa mujer entregada. Era tan malditamente sexy, entregada y generosa.

Él levantó las caderas incluso mientras alargaba la mano hacia arriba cubriéndole los pechos, reclamándola. Reclamando su cuerpo. Queriendo sentir su corazón latiendo en la palma de la mano.

– Cabálgame, lubov moya -le susurró y tironeó de sus pezones, sintiendo el torrente de calor que bañó su polla en respuesta.

Ella tenía el pelo despeinado y salvaje, de la manera en que a él le gustaba, las mechas besadas por el sol más oscuras por la humedad. Había un brillo sobre su piel ruborizada, y sus ojos estaban brillantes y vidriosos. Le encantaba poderle hacer aquello a ella, traerle ese cambio, el color intenso, la áspera respiración entrecortada y los suaves gemidos musicales.

Mantuvo el ritmo cambiante, sólo para oír su jadeo, oír esos pequeños susurros asombrados mientras la penetraba. Tenía las manos en sus caderas, conduciéndola hacia abajo para sentarla sobre él más y más profundo cada vez. Sintió el caliente apretón de su cuerpo mientras lo rodeaban los músculos sedosos, agarrándole como un torno. Ella se estremeció y la primera fuerte ola se movió sobre ella, tomándola. Él incrementó los empujes, yendo hacia arriba dentro de ella, sujetándola a él, queriendo explotar con ella. El éxtasis abrasador y ardiente lo cubrió, dejándolo sin sentido durante unos pocos y dulces instantes.

Rikki se llevó su pasado, tomando cada cosa mala y simplemente borrándola. Flotaba en ese mar de vacío. En algún lugar, en algún momento, cuando su mente empezó a funcionar de nuevo se dio cuenta que no era de vacío… era de amor y él lo tenía. Y lo estaba guardando.

Se estiró hacia arriba y le atrapó la cabeza con ambas manos, bajándola sobre él y así poder besarla larga y profundamente. Con mucha delicadeza la ayudó a salir de encima de él y la convenció de acostarse a su lado. Estaba exhausta, y ahora venía la parte en que ella se sentía incómoda e insegura. Arrastró su manta sobre ella y la envolvió.

– Me quedo, Rikki. Sólo para que lo sepas. -Podía decir que ella estaba a la deriva un poco por el peso de la manta y el sonido de la lluvia a través de la ventana abierta.

Ella sonrió con los ojos cerrados.

– Quiero que te quedes.

– Rikki -susurró, abrazándola cerca, con la boca en su oído-. Cuando mejore el tiempo, vamos a salir juntos en barca. Puedes bucear y yo descansaré y disfrutaré de las vistas.

Ella se agitó, sus pestañas revoloteando.

– No puedes salir en mi barco.

Él la besó desde la boca hasta el pecho, la lengua dando golpecitos en la apretada y pequeña protuberancia. Ella gimió y le puso una mano en el pecho como si protestara, pero giró el cuerpo hacia él, dándole un mejor acceso. Él chupó durante un minuto o dos, con la mano libre masajeándole las nalgas.

– Estaré tranquilamente sentado. No tocaré nada -le prometió.

Ella hizo un ruido gruñón, pero no lo miró y sus pestañas se calmaron. Le besó el pecho, atormentándolo con los dientes.

– Lev, puedes despertarme en una hora. -Su voz era tan somnolienta que su pene hizo un leve intento de despertarse a la vida de nuevo.

– Quiero verte trabajar. Tienes un aspecto caliente con tu equipo de buzo.

Ella suspiró.

– Si me despiertas en una hora, te dejaré ir en mi barco. Pero no toques nada mientras estés en él.

– ¿Ni siquiera a ti? -la provocó.

Ella sonrió sin abrir los ojos.

– Tal vez te deje tocarme.

Él la beso en el pecho y curvó el cuerpo alrededor de ella antes de poner el despertador. Pasó una hora.

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