Capítulo 5

Las llamas subían por las paredes y se derramaban a través del techo, fuego líquido, corriendo como ríos por la casa, consumiendo todo a la vista. El rugido era fuerte, enojado, y las llamas se avivaron, mirando… buscando. El infierno rojo y naranja giraba en gigantescas bolas, mientras el viento se precipitaba de pared a pared, la conflagración se avivaba. El calor llenó los cuartos y grandes agujeros negros aparecieron en las paredes. Pedazos cayeron del cielo mientras el infierno ardía más caliente.

¡Agua! ¡Ven a mí! Ayúdame. ¡Agua!

Lev despertó, el arma en el puño, el corazón palpitando desenfrenado, la cabeza latiendo, pero sobre todo le dolía la palma izquierda, se sentía como si alguien la hubiera atravesado con un cuchillo. Podía oír el sonido del agua a su alrededor, en el cuarto de baño, la cocina, afuera, incluso en el techo. Se forzó a sentarse, enjuagando las gotas de sudor que le punteaban la frente con el brazo. ¿Qué demonios pasaba? El eco de esa voz de mujer aterrada todavía reverberada por su mente.

Su cerebro no se sentía tan borroso. Tenía un enorme dolor de cabeza, pero podía pensar. Su sueño… No, el de ella. Rikki. Estaba soñando, o más precisamente, teniendo una pesadilla y de algún modo le estaba proyectando la pesadilla a él. Apretó la palma contra la pierna mientras respiraba para alejar los últimos restos de calor y fuego que le rodeaban.

Luchando por ponerse de pie, se tambaleó al cuarto de baño y cerró el grifo de la ducha y el lavabo. El lavabo estaba lleno y el agua se había derramado al suelo, así que dejó caer una toalla sobre el desastre y fue hacia la cocina. El sonido de agua corriendo le empujó otra vez mientras bajaba por el vestíbulo, abrió una puerta para encontrar el cuarto de la ropa sucia. El agua corría en la lavadora. La apagó, divisó su ropa pulcramente doblada en la secadora y sacó los vaqueros, se abotonó apresuradamente un par de botones mientras iba a la cocina.

El suelo estaba inundado y el agua caía en cascada desde el fregadero, el grifo estaba al máximo. Lo cerró y salió fuera. En lo alto, los cielos se habían abierto y el agua se vertía, concentrándose principalmente sobre la casa y el patio. Miró a los árboles circundantes y vio que llovía, pero no con la misma fuerza que alrededor de la casa, alrededor de Rikki.

Estaba profundamente dormida, acurrucada en una hamaca y envuelta en una manta, una expresión de temor le cruzaba la cara mientras lloraba de modo suplicante, con las palmas hacia arriba, hacia el agua. Su pequeña buzo de erizos estaba atada definitivamente a un elemento, y a uno fuerte.

– Ven aquí, lyubimaya moya. -La alcanzó. Era tan ligera que aún en su estado debilitado, no dudó si tendría problemas para llevarla. La apretó contra su pecho desnudo, susurrándole cuando comenzó a luchar-. Voy a meterte dentro. Puedes traer la lluvia contigo si quieres, pero eso no va a hacer muy bueno para tu casa.

Ella levantó las pestañas y allí estaba. Él sintió la sacudida por todo su cuerpo, la sensación de ahogarse en un mar sensual. Le sonrió.

– Te llevo adentro. Si sigues meneándote, ambos acabaremos en el suelo.

– No me gusta que nadie me toque.

– Lo sé. -No hizo ningún movimiento para bajarla. La lluvia ya estaba amainando. La llevó a la casa y pateó la puerta para cerrarla detrás de él, notando que los pies desnudos de Rikki estaban cubiertos de cicatrices de quemaduras que le subían obviamente bajo el dobladillo de los vaqueros-. ¿Estás preocupada porque alguien le prenda fuego a tu casa?

Ella estudió su cara largo rato, él pensó que no iba a contestarle.

– Sí.

La palabra salió de mala gana y por primera vez, ella apartó la mirada. Él la llevó con cuidado por la cocina. El piso estaba mojado y necesitaba que lo fregaran. Ella no lo advirtió. Estaba demasiado ocupada tratando de no tocarle el pecho desnudo o luchando para que la soltara. Él fingió no advertir su dilema, escogiendo en su lugar averiguar lo que ella no le decía. Lo que fuera, era importante.

La puso en la cama y se hundió a su lado, reclinando deliberadamente su peso contra ella. No tenía que fingir debilidad. Sus piernas eran de goma y la palma, maldita fuera, dolía como una hija de puta. Apretó el pulgar en el centro, pero antes de poder utilizar energía curativa, ella se estiró y le tomó la muñeca, atrayendo la mano hacia ella. Tenía ese pequeño ceño que él encontraba tan atractivo en el rostro.

– ¿Te duele la mano? -Frotó la yema del pulgar sobre la palma, trazando círculos imaginarios-. Soñé que te dolía la mano.

El dolor se fue en el instante que el pulgar le acarició la piel. Estaba acostumbrado a sucesos extraños, tenía muchos dones psíquicos, pero nunca había tenido una conexión con otro ser humano, por lo menos creía que no. Se había golpeado la cabeza con mucha fuerza y no recordaba gran cosa de su vida. Sólo imágenes de violencia, un instinto visceral que le decía que alguien le quería muerto, pero estaba bastante seguro que habría recordado algo como esto.

Sus extrañas reacciones a ella se sentían completamente extrañas, pero correctas. Sabía que no tenía sentido, pero en este momento, nada lo tenía. Necesitaba estar con ella. Necesitaba quitarle ese temor de los ojos. Él… necesitaba.

– Soñabas que la casa estaba ardiendo. Esta casa. -Entraría en el asunto del agua más tarde. Ahora podía darle paz. Cerró los ojos y se concentró, permitiendo que su mente se expandiera, se estirara, buscara la energía de otros. No pudo encontrar a nadie cerca de su casa. Si había habido alguien cerca, no habían dejado huellas de sí mismos atrás, lo cual era difícil de hacer-. Estamos solos, Rikki. No puedo decirte cómo lo sé, pero lo sé. Como el modo en que tú manipulas el agua, yo sé si alguien está cerca.

Su revelación debería haberla hecho sentir más segura, pero en vez de eso pareció acorralada. Sólo por un momento. Él captó un destello de terror en sus ojos y luego la expresión quedó en blanco, lejana, como si hubiera limpiado su mente como si fuera una pizarra. Oyó como cambió su respiración, sólo por un momento, una rápida inhalación y luego exhaló, un aliento lento que reveló su agitación.

– ¿Qué hora es? -preguntó-. Tengo que limpiar.

– Casi las cuatro. Lo que necesitas es acostarte y descansar.

Ella murmuró entre dientes algo incoherente y salió del cuarto. Él la pudo oír fregando el piso de la cocina. Se le ocurrió que esta no era la primera, ni la última vez que hacía esto. Entonces los fuegos eran una pesadilla recurrente. Y temía que alguien comenzara uno. Estaba descalza y había visto las cicatrices de quemaduras en los pies cuando la llevó, su mente ya catalogaba cada espiral y arista.

Suspiró y se pasó la mano por la cara, luego se sentó en el borde de la cama, frotándose la palma con el pulgar pensativamente mientras la lluvia golpeaba el techo y ella restregaba el suelo de la cocina. Esas quemaduras no eran accidentes entonces. No era de extrañar que trabajara bajo el agua. Era donde se sentía segura. Las piernas y los pies probablemente dolían cuando caminaba sobre tierra, pero en el agua era más fluida. Él sabía que las cicatrices harían que la piel se sintiera tensa y estirada, así que andar podía ser doloroso.

Trazando las cicatrices en su mente, trazó la pauta en el aire y empujó una cálida energía curativa hacia los dibujos aéreos. Generalmente, la curación tenía que ser hecha cuando una herida ocurría, no meses ni años después. Pero a veces, si uno trabajaba en ello, podía aliviar las cicatrices. Apretó las puntas de los dedos sobre las sienes. Si podía recordar eso, ¿por qué no podía recordar por qué coño todos los recuerdos parecían estar rodeados de violencia?

Sabía que podía desarmar y armar sus armas en segundos porque ya lo había intentado, cuando ella salió fuera. Había necesitado limpiar las armas. Sabía qué munición necesitaba para cada arma. Sabía que podía sacar un cuchillo, girarlo y lanzarlo, y acertar a su objetivo con puntería exacta. Cuando veía a alguien, veía objetivos y sabía inmediatamente donde golpear para matarlos si era necesario. Su mente era como una computadora, analizando todo el tiempo, escogiendo lugares donde matar. ¿Vivía el resto de la gente así?

– ¿Lev? -Estaba en el vestíbulo mirándole con un ceño preocupado en la cara-. ¿Necesitas más aspirina? No tengo nada más en la casa.

– No. Estoy bien. Trataba de recordar algo, cualquier cosa, que pudiera decirme que soy un hombre mucho mejor de lo que pienso que soy.

Ella le envió una pequeña sonrisa retorcida. Fue casi reacia, como si no supiera realmente cómo sonreír.

– Creo que eso dice que eres un mejor hombre de lo que crees. -Miró a la cocina y luego hacia el cuarto de baño-. Siento este lío. Sucede a veces cuando tengo pesadillas. Mi cuarto de baño de huéspedes estaba realmente inundado.

– Porque sueñas con fuegos.

Asintió lentamente, frunciendo las cejas oscuras. Le gustaba la forma de sus cejas, la manera en que acentuaban los ojos y esas pestañas increíblemente largas.

– ¿Tienes miedo de que seas tú quien comienza los fuegos mientras duermes?

El jadeo fue audible. Los ojos se abrieron con alarma. Dio un paso atrás y casi dejó caer la fregona.

– No es tan difícil de averiguar, Rikki. Tienes miedo de dormir en la casa conmigo en ella. Llamas al agua cuando duermes. Tienes quemaduras en los pies. Y la casa en llamas de tu sueño era esta casa. Estás asustada de que ser la que causa los fuegos.

Ella tragó con fuerza, pero su mirada no vaciló.

– Es posible. Quizá incluso probable. Mis padres murieron en un incendio Dos casas de acogida en las que viví se quemaron y luego viví en un complejo estatal hasta que cumplí dieciocho. Pensé que había acabado hasta… que conocí a alguien. Hace unos años, mi prometido murió en un fuego. Eso son cuatro fuegos, dos han matado a personas.

Él vio, más allá de la agresividad, el terror que impregnaba toda su vida.

– Rikki. Sería imposible que comenzaras los fuegos, despierta o dormida. No lo podrías hacer.

El ceño de Rikki se profundizó.

– Eso es exactamente lo que dijo Lissa. Exactamente. Con la misma convicción absoluta. ¿Cómo podríais cualquiera de los dos saber eso cuando ni siquiera lo sé yo? -se frotó la palma en el muslo con agitación, justo a lo largo del tatuaje de las gotas brillantes que bajaban por la pierna, atrayendo su atención aunque estaba oculto-. No puedo correr ese riesgo con tu vida y tú no deberías quererlo tampoco.

– Es obvio que eres el elemento agua. Estás ligada al agua. No puedes provocar fuegos. No puedes encenderlos.

– No sé de qué estás hablando. Me gusta el agua pero no estoy atada a ella. Sólo me siento más segura en ella y cuando estoy en el mar y la presión del agua me rodea, me siento diferente, más normal.

– ¿Qué demonios es normal? Tú no. Yo no. Dudo si existe tal cosa.

Ella le miró como si tuviera dos cabezas.

– Por supuesto que existe la normalidad. Hay personas normales.

Él balanceó las piernas sobre la cama y se estiró, uniendo las manos detrás de la cabeza.

– Ven, acuéstate. No hay nadie cerca de la casa. Estamos encerrados y a salvo, necesitas dormir. -Dio golpecitos a la cama a su lado.

Ella pareció totalmente conmocionada.

– No podemos dormir en la misma cama.

– ¿Por qué no?

– Bien… porque no.

Ahí estaba esa risa brotando otra vez. Él se encontró sonriendo ante la idea.

– Sabes, no creo que haya dormido jamás en la misma cama con alguien tampoco. Si lo he hecho, no lo recuerdo y no se siente como si confiara mucho en alguien.

– ¿Entonces por qué confías en mí? ¿O por qué confiaría yo en ti?

Él mantuvo los ojos fijos en los de ella. Podía mirar a sus ojos durante una eternidad.

– ¿Qué jodida diferencia hay en este momento, Rikki? No creo que podamos ocultarnos el uno del otro ¿no? Lo que sea que nos conectó en esa agua se nos ha metido hasta el hueso. No voy a irme pronto. Así que acuéstate y descansa el resto de la noche.

– No voy a tener sexo contigo.

La sonrisa de Lev se amplió.

– Gracias por el cumplido. Nunca se me hubiera ocurrido que me creyeras capaz.

– Tienes habilidades inesperadas.

– No te tocaré. La cama es grande. Me imagino que te perderás aquí

Bruscamente volvió a la cocina. La oyó zumbar unos minutos más. Más manos lavadas. La mujer adoraba el agua. Apagó la luz de la cocina y entró un poco de mala gana en el dormitorio, observándole cautelosamente.

– Realmente no me importa dormir en el balancín.

– A mí sí. Está lloviendo ahí fuera, aunque eso puede ser por tu culpa. Simplemente túmbate y duerme. Si alguien se acerca a la casa, lo sabré.

Ella se estiró en la cama, manteniendo varios centímetros entre ellos. Le tomó varios minutos antes de empezar a respirar normalmente. Él le sonrió al techo, allí en la oscuridad, mientras el olor de ella le envolvía.

– Gracias, Rikki. Sé que esto fue difícil, dejarme entrar. No creo o confío en mi mismo y seguro que no sé por qué demonios salvaste mi vida y me ayudaste, pero estoy agradecido.

Su voz fue más brusca de lo que pretendía. No estaba acostumbrado a permitirse sentir emoción, y sólo por un momento, allí estaba, atascando su garganta y cambiando el tono.

Ella se encogió de hombros.

– No puedo imaginarme no pudiendo recordar mi pasado, aunque quizás sería una buena cosa. Quizá no tendría miedo de dormir.

– No quiero recordar mi pasado.

– Quizás tengas una familia que te espera en algún lugar, Lev. No querrás abandonarles preguntándose. Créeme, hasta que Blythe y las otras llegaron, había olvidado que existía esa cosa como la familia. No quieres estar sin una.

El corazón de él se contrajo dolorosamente.

– No tengo a nadie. Nadie me conoce, Rikki. Ellos no me ven como se supone que debe ser. Soy la clase de hombre que vive en las sombras.

– ¿Cómo puedes saber eso?

Su voz era suave y se le metió dentro a pesar de la determinación de no permitirle ir más allá. Ya se sentía demasiado dependiente de ella.

– Porque todo lo que sé es cómo matar.

– Sabes cómo bucear. Tienes experiencia en el agua.

– ¿Por qué dices eso? -Preguntó curiosamente. Ella hablaba con convicción.

– Por la manera que actuaste bajo el agua. El agua estaba fría, demasiado fría. Estabas sufriendo hipotermia. No tenías aire, ningún traje de neopreno y no te asustaste, ni siquiera cuando fuiste herido. Requiere mucha experiencia comportarse así cuando todas las probabilidades se amontonan contra ti.

– Pero te tenía a ti para salvarme.

Ella se puso de costado y apoyando el codo en la cama, sostuvo la cabeza en la mano para mirarlo.

– Cualquier otro habría luchado contra mí. Esperaba que trataras de luchar por el aire, pero estuviste tranquilo, respiraste conmigo y permitiste que subiéramos a la superficie, descomprimiendo por el camino. Eso no es sólo excepcional, es categóricamente raro. Incluso los buzos experimentados pueden asustarse. Requirió mucho valor.

– Y entonces arranqué tu radio. La arreglaré para ti.

– Puedo arreglar mi propia radio. No estoy segura de que supieras que estabas haciendo en ese momento.

Ese era el problema. Había sabido exactamente que hacía, había sopesado las ventajas y las desventajas de matar a la mujer que le había salvado la vida. ¿Qué clase de hombre hacía eso? No uno bueno.

– Sé que no te gusta que la gente te toque, Rikki, pero…

Los dedos ya estaban en su cara, trazando cada ángulo, acariciando la suavidad de la piel, memorizando los detalles.

Ella contuvo la respiración, pero no se apartó, como si presintiera la profunda necesidad dentro de él. Lev no comprendía su conexión con ella y dudaba que ella lo hiciera. En este momento, declararon una tregua y aceptaron que estaba allí. Él tenía que conocer su cara íntimamente, tan íntimamente como pensaba conocer su cuerpo, pero en este momento, esto era suficiente. Trazar su cara e imprimirla para siempre en su cerebro.

Ella sonrió de repente. Lo sintió a través de los dedos antes de distinguir su expresión. El cuerpo se le agitó en respuesta.

– Ni siquiera sabes si puedes arreglar mi radio.

– No -contestó-, no lo sé. Pero puedo desarmar un arma y montarla de nuevo en segundos.

– Puedo ver que serás de gran ayuda en la granja.

Tan pronto como las palabras escaparon, él pudo decir por la manera que se tensó que la esperanza de que él se quedara con ella había sido enteramente subconsciente. Ahora que había dicho el pensamiento en voz alta, dándole vida a la idea, se retiró de vuelta a su mundo, lamentando probablemente haber expresado la sugerencia.

La satisfacción se deslizó en su interior, una callada felicidad que raramente, si acaso alguna vez, había experimentado. Sólo estar en su presencia le hacía sentirse diferente, más vivo, más sensual, más hombre y menos asesino. Yacer a su lado debería haber accionado cada alarma en su cuerpo. Había tenido sexo, generalmente gran sexo, pero era una herramienta, y nunca estaba cómodo después. Ciertamente nunca se tumbaba en una cama en una posición medio vulnerable y pensaba en dormir con otro ser humano vivo y respirando a su lado. Sabía que era completamente extraño para todos los instintos de supervivencia que tenía, pero la deseaba allí. El pensamiento de ella durmiendo fuera, lejos de él, le molestaba a un nivel primitivo que no podía explicar, no a ella y ciertamente no a sí mismo.

Mantuvo los ojos fijos en los de ella.

– Estaba pensando en ayudarte en el barco más bien.

Él vio la sorpresa, el rechazo instantáneo. Ella sacudió la cabeza. Y ese ceño adorable regresó, así que él no pudo evitar alisar con los dedos las pequeñas líneas entre sus ojos. Se rió suavemente.

– Puedo ver que estás completamente en contra de la idea.

Nadie, y quiero decir nadie, sube a mi barco.

– Puedo comprender eso. Pero… -le puso el dedo sobre los labios fruncidos, imaginándose que le besaba los dedos. El pensamiento fue fugaz, pero lo bastante vívido para hacer que el calor inundara su cuerpo. No parecía tener control alrededor de ella-. Por razonable que eso fuera, yo ya he estado en tu barco.

– Arrancaste mi radio.

– Que pienso arreglar -indicó-. ¿Qué es un tender?

Sintió su sorpresa.

– ¿Un qué? -repitió, pero lo había oído la primera vez.

Él esperó en silencio, pero ella se había puesto terca. Suspiró y aunque iba a correr un riesgo, le frotó el mentón en la oscuridad con la yema del pulgar. Luego le acarició los labios. Ella estaba definitivamente frunciendo el entrecejo y eso le hizo sonreír.

– ¿No es ningún gran secreto, verdad? Dijiste que tu hermana Blythe te había pedido que no te zambulleras sola. Dijo que necesitabas un tender. ¿Qué es eso?

– Alguien que me volvería loca. Se ocupan del barco y el equipo, una especie de vigilancia mientras un buzo está bajo agua. Necesitan un permiso y tienen que saber lo que están haciendo. Entrené a una pareja pero les eché después de un par de zambullidas. Eran molestos. No enrollaban mis mangas de la manera correcta. Y hay una manera correcta. Hazlo mal y se enredan.

Ahora que había declarado su opinión sobre el tema, él podría ver que era muy hostil respecto a la idea. No se lo había revelado a Blythe, pero ella no tenía intención de bucear con alguien vigilándola. Tuvo la vaga idea de que él podría cambiar eso.

– Blythe piensa que es necesario.

– Escuchaste mi conversación con Blythe.

– Por supuesto. ¿Esperarías menos?

Abrió la boca y entonces bruscamente la cerró.

– No quiero a nadie en mi barco y eso te incluye. Tocarías mis cosas.

– Aprenderé a no hacerlo.

El ceño se profundizó y entrecerró los ojos.

– No lo harás. Harás lo que te dé la gana. Eres uno de esos hombres.

– Si yo no sé qué clase de hombre soy, ¿cómo podrías saberlo tú?

– Porque hasta ahora, has estado en mi barco, en mi casa, has tocado mis cosas, dormido en mi cama y probablemente desearás comida. Eres exigente.

La risa se derramó, asustándole. Una risa verdadera. En voz alta. Sonó oxidada pero no importaba. Él se sorprendió del sonido, la sensación, la libertad que sentía con ella para reír.

– Supongo que tienes razón acerca de eso.

Ella le miró fijamente, los ojos tan negros, allí en la noche con la luna oculta detrás de las nubes, parecía misteriosa y evasiva, como la tormenta en lo alto.

– Eres malditamente hermosa -dijo, antes de poder detenerse-. Nunca he conocido a una mujer como tú.

Una sonrisa lenta curvó la boca de Rikki. Lev se dio cuenta de que, como él, no sonreía a menudo.

– ¿Cómo lo sabrías? No puedes recordar a quién has conocido y a quién no. Pero en todo caso, gracias. Nadie jamás me dice esas cosas.

Una sombra le cruzó el rostro y él recordó al prometido, el hombre que había muerto en un fuego.

– Cuéntame algo sobre él. Su nombre. Que hacía. Cómo le conociste. -Cómo había muerto y por qué temes tanto haber comenzado los fuegos.

Ella parpadeó, pareció asustada.

– He oído eso. Lo que estabas pensando. Eres telepático. Y me has convertido en rara, como tú. Bien… quizá ya era un poco rara, pero ahora soy peor de lo que ya era. ¿Voy a oír los pensamientos de todos? ¿Puedes oír mis pensamientos?

– Tú no me los proyectas. Y eso fue un accidente. No tenía intención de que oyeras eso, pero honestamente estoy interesado.

Rikki recostó la cabeza en la almohada y miró fijamente al techo, su boca era un conjunto de líneas tercas. El sonido de la lluvia, que golpeaba el techo y las ventanas, pareció drenar la tensión en ella. Él podía decir que ella lo estaba escuchando y mientras lo hacía, sus dedos comenzaron a reaccionar, golpeando contra la pierna. Ella no pareció notarlo, atrapada en el hechizo de la lluvia que caía.

Lev permaneció silencioso, dándose cuenta de que esto era parte de la naturaleza de Rikki. Ciertas cosas, especialmente las que tenían que ver con agua, supuso, la sacaban de sí misma y se concentraba completamente en lo que captaba su atención, desconectando de todo lo demás a su alrededor, incluido él. Su primer pensamiento fue volver a atraer la atención, pero antes de poder hablar, ella levantó la mano y empezó a tejer pautas en el aire, justo como él había hecho cuando dirigió la energía sanadora, aunque sus diseños eran más como los de un director de orquesta.

Inmediatamente detectó una diferencia en el patrón de la lluvia. El ritmo cambió y luego la resonancia, el sonido, dependiendo de donde aterrizara cada gota y con qué velocidad o fuerza. Se encontró conteniendo la respiración. El control y poder de ella eran extraordinarios, y no parecía advertir que dirigía la lluvia. Su cerebro computó los patrones, lo reconoció y escupió los datos. Ella estaba dibujando la disposición de la granja en el aire y dirigía las partes más pesadas de la tormenta donde la deseaba.

La lluvia sobre las vides fue suave y apacible como los sonidos de flautas y clarinetes. La lluvia en los árboles y junto a las orillas del riachuelo, donde los helechos crecían, fue mucho más dramática. Golpeó para saturar el área y alimentar a las secoyas voraces, los otros árboles de hoja perenne y la flora que crecía en el bosque por toda la granja. El jardín fue tratado con una melodía de pautas que se derramaron sobre las variadas verduras y hierbas, en una sinfonía de violines y otros instrumentos.

Rikki estaba tan profundamente concentrada y enfocada, obviamente completamente olvidada de él, de sus alrededores y todo lo demás, que Lev comenzó a recoger imágenes de su mente. Secciones enteras del jardín estaban dedicadas a plantas farmacéuticas, a plantas para hacer varios tintes, a todo tipo de flores, a verduras de todas clases y había otra sección para hierbas. Había un olivar y un huerto con manzanas. Asombraba cuán claras eran las imágenes en su cabeza, con coordenadas exactas, como un mapa. Justo como su mapa en la cabeza estaba ordenado en cuadrículas, también el de ella.

Cerró los ojos y permitió que la música de la lluvia le calmara. La podía sentir respirar, oír las variaciones suaves en su respiración cuando cambió cada acorde, cuando tocaba un área de forma distinta que otra. Comenzó a clasificar los variados sonidos y los ritmos. Era una orquesta de gotas, una actuación milagrosa. Apostaría su último dólar, y estaba bastante seguro que tenía mucho dinero, que la granja iba muy bien gracias a la capacidad de Rikki para llamar al agua y modificar la fuerza o suavidad con que caía.

Giró la cabeza otra vez para mirarla a la cara. Ella estaba tan atrapada en los aspectos musicales de su orquesta, en los sonidos de las gotas, que dudaba que fuera enteramente consciente de lo que hacía. Y dudaba, incluso si alguien más la observara, que reconocieran lo que estaba haciendo, la enormidad o el significado de ello. ¿Quién sospecharía jamás que manipulaba la lluvia?

Le dio vueltas a la idea una y otra vez en su mente. Ella “llamaba” al agua. No podía fabricar el agua, tenía que estar disponible, pero la podía controlar. Rikki estaba tan perdida en la maravilla de la actuación que no advirtió cuando él se levantó y fue a la ventana, abriéndola para poder ver las hojas plateadas de lluvia cayendo del cielo. La vista quitaba el aliento. Se volvió a mirarla. Ella quitaba el aliento, extraordinario. Era un fenómeno tan raro que apenas podía creer haberla descubierto.

Una ráfaga de viento condujo la lluvia al interior de la casa y le punteó el pecho, el hombro y el brazo. Sabía que había sentido la lluvia miles de veces, pero se sintió como la primera vez. La maravilla que Rikki experimentaba cuando tocaba el agua se derramó sobre él a través de su extraña conexión. Las gotas de agua fueron sensuales contra la piel, lenguas de terciopelo que lamían. El líquido estaba frío, su cuerpo caliente. Podía sentir cada gota individual.

Pero más que la sensación sobre la piel fue la manera en que sintió el líquido, como si se filtrara a lo más profundo. Primero hubo una sensación de hormigueo en las terminaciones nerviosas, y luego una ráfaga, como si una presa se hubiera abierto en su interior. Se quedó muy quieto y permitió que el fenómeno le tragara, que se esparciera como una marea dentro de él. Se sintió renovado, feliz, limpio y equilibrado.

Lev volvió a la cama, dejando la ventana abierta. Adoraba el sonido de la lluvia y supo que siempre asociaría ese sonido con Rikki. Su cara mostraba signos de agotamiento. Había trabajado duramente debajo del agua, sacándole fuera del mar, haciéndole la reanimación cardiopulmonar y estando levantada la mayor parte de la noche. Incluso jugando como lo hacía, manipular el agua tomaba una energía tremenda. Él sabía que ella no había comido nada desde que le había traído a la granja. No era de extrañar que estuviera tan delgada.

Se estiró otra vez, moldeando su cuerpo alrededor del de ella, con cuidado de no tocarla ni perturbarla, pero envió un "empujón" para que durmiera. Utilizó un toque muy delicado y suave, uno diseñado para permitir que se quedara dormida lentamente, sin saberlo. Mientras esperaba que su sugerencia funcionara, consideró las tragedias en su vida.

¿Si alguien había provocado deliberadamente esos fuegos y era demasiada coincidencia pensar que no fueron intencionados, era su habilidad para controlar el agua la razón? ¿Se había dado cuenta alguien de que Rikki era un elemento con un poder tremendo, aún cuándo era sólo una niña? Ella no había dicho qué edad tenía cuando ocurrió el primer incendio, pero había estado en dos casas de acogida y luego en un complejo estatal. Alguien había matado a su novio utilizando el fuego, lo contrario del agua. ¿Quién la quería muerta? Estaba convencido que alguien lo quería. Y si ese era el caso, ¿por qué los largos vacíos entre los ataques y por qué el fuego?

Rikki dejó caer las manos a los costados y sus pestañas revolotearon. Él le sonrió.

– Has vuelto.

Ella miró alrededor.

– Estás todavía aquí.

Su voz era soñolienta, los ojos dormidos. Se había arrastrado definitivamente dentro de él y se había envuelto apretadamente alrededor de lo que quedaba de su alma. Él quería mirarla toda la noche, el resto de su vida. Encontraba la paz en ella.

– Sí. Estoy aquí. No pienso irme a ningún sitio pronto. -Jamás.

Debería irse. Lo que él fuera, era violento y mortal y definitivamente problemas para ella, pero… echó una mirada alrededor del cuarto. Tenía una cama, un tocador y una mesita de noche. Lo indispensable. Era así en cada cuarto.

– ¿Cuánto tiempo has vivido aquí?

Ella pensó.

– Cerramos el trato de la granja poco antes del decimonoveno cumpleaños de Lexi y acaba de cumplir veintitrés, así que unos cinco años. Los huertos ya estaban y parte de los principales jardines de vegetales. Las casas estaban en la propiedad, pero en malas condiciones. Las remodelamos nosotras mismas y ampliamos el jardín. El año pasado pusimos dos invernaderos, uno bastante grande para verduras y otro mucho más pequeño para flores. La granja ha ido realmente bien y produce para nosotras.

Era lo más duradero que había tenido en su vida y él oyó el orgullo en su voz. Amaba la granja.

– ¿Quién hizo el trabajo en las casas?

– Nosotras. Todas nosotras. Comenzamos con la casa de Lexi. Necesitaba sentirse segura. Era importante que tuviera una casa, un lugar que fuera suyo. Judith, es nuestra artista, es asombrosa con un martillo. Entre Judith, Lissa y Airiana, pudimos hacer casi todo nosotras mismas. Y Judith nos ayudó a todas a decorar.

Él echó una mirada a la casa de Rikki. Su primer pensamiento fue que no había mucha decoración, pero entonces se dio cuenta que estaba equivocado. Judith, quienquiera que fuera, conocía la necesidad de Rikki de sencillez. Las paredes estaban pintadas con tonos acuáticos frescos, produciendo una atmósfera calmante. Y su cuarto de baño había sido una obra de arte. Las pocas imágenes en la casa eran acuarelas, representando lluvia sobre el césped o lluvia en los árboles. Judith "veía" a Rikki y había diseñado el interior para que encajara con sus necesidades. Estaba seguro que vería a través de él y decidió evitarla.

– ¿Cómo os conocisteis?

Los dedos de Rikki continuaron dando golpecitos en el muslo. Él podía oír que la lluvia respondía a través de la ventana abierta, golpeteando en el techo, siguiendo el ritmo de los dedos.

– Nos conocimos a través de una terapia para el dolor. Fue una especie de mi último esfuerzo desesperado por salvarme. Estaba bastante segura de que era una sociópata o algo así, al menos en sueños. Realmente no quería seguir viviendo. Pero entonces oí la historia de Lexi y la de Judith, así como la de las otras y me hicieron no sentirme tan sola. Ellas creyeron en mí cuando yo no podía creer en mí misma.

Él estaba callado, digiriendo lo que le decía.

– Rikki. ¿Por eso me has traído? No soy como tú, cariño. Tú no comenzaste esos fuegos. Yo he matado hombres. Veo las imágenes en mi cabeza. No sé por qué, pero no soy el hombre agradable que tienes en la cabeza.

– No creo que seas un hombre agradable -protestó.

Su vehemencia le hizo sonreír de nuevo.

– Bien. No quiero que te decepciones cuando averigüemos quien soy.

– ¿Realmente no lo sabes?

– No me compadezcas, Rikki -advirtió-. Me alegro de no saberlo. Pasar tiempo contigo ha sido como si me limpiara. Me siento libre. Sé que eso probablemente suena loco, pero no quiero mirar a quién fui, no con las cosas que veo. ¿Cómo podría tener diez nombres? No sé lo que es verdadero y lo que es inventado. Pero sé que cada recuerdo contiene violencia. Al permanecer aquí contigo, tumbado aquí escuchando la lluvia, siento paz. No debería, pero lo hago y voy a disfrutarlo mientras tenga la oportunidad. ¿Quién sabe? Mañana quizás aparezca en tu puerta un policía o alguien que me quiere muerto.

– No lo harán, lo sabes -ofreció, girando su cuerpo ligeramente hacia el suyo.

Debería haber girado lejos de él. Si tuviera algún sentido, su honradez le debería haber sacudido, pero Rikki no reaccionaba como la mayoría de las personas. Los ojos estaban fijos en los suyos.

– Si alguien te está buscando, Lev, pensarán que no sobrevivisteis al océano. Todos se habían ido por la mañana. El puerto estaba desierto cuando salí. Sólo Ralph estaba allí cuando regresé. Ralph te divisó, pero nunca te vio la cara.

Ante la mención de que Ralph le había visto, la mente de Lev tomó la superdirecta, calculando rápidamente los beneficios de encontrar a Ralph y deshacerse de él antes de que pudiera revelar que Rikki no había estado sola. Fue una reacción automática más que una consciente y eso le dijo mucho acerca de él mismo. Matar era un estilo de vida. Matar era una opción para quitar obstáculos de su camino. ¿Qué clase de hombre pensaba así? Rikki había pensado que ella misma era una sociópata porque no sabía si provocaba fuegos o no, pero jugaba bajo la lluvia, hacía que el agua bailara y componía sinfonías con ella. Él consideraba matar.

Para evitar sus ojos, se cubrió los propios con el brazo. Ella veía en él y la última cosa que deseaba era que le viera como era realmente.

– ¿Qué está mal?

Él sacudió la cabeza.

– Duérmete, Rikki. Sabré si alguien trata de acercarse a la casa.

Los dedos de ella le rozaron la boca. Sintió la sacudida de su toque como si un relámpago le golpeara. No hubo conmoción suave de su cuerpo. Su erección fue inmediata y dolorosa, una necesidad arrolladora que abarcó cuerpo y mente. Se permitió disfrutar de la sensación. Había pensado que era incapaz de una erección natural, una no planeada, una donde no hubiera establecido la seducción y controlado cada aspecto de la escena. Rikki le hacía sentirse vivo. Real. Un ser humano.

– Primero dime que está mal.

– Maldita sea, ¿no puedes simplemente dormirte? No quiero contártelo.

– Yo no te quiero en mi cama ni en mi casa. No te quiero cerca de mi barco. Eso no ha evitado que sucediera.

– ¿Qué quieres que diga? ¿Que en el momento que me dijiste que Ralph me había visto, pensé en matarle?

Apartó el brazo para que su mirada se fijara en la de ella, para poder ver su reacción, la repulsión, el horror. Esperaba que le ordenara que se fuera.

Los ojos de Rikki se suavizaron y que Dios le ayudara, le miraba con compasión.

– Lev, crees que alguien trata de matarte. No has ido corriendo a hacerle algo a Ralph. -Le sonrió, los ojos tan suaves y tan líquidos como siempre-. He pensado en matarte numerosas veces, pero no lo he hecho. El jurado todavía está deliberando si lo haré o no.

Había un ligero borde de broma en su tono. Su voz y la yema del dedo frotándole de aquí para allá sobre sus labios en un esfuerzo por borrarle el ceño no hacía mucho para su tranquilidad ni su pesada erección. Ella le ponía un nudo en la garganta del tamaño de una pelota de golf y se sintió como si estuviera estrangulándose. No podía encontrar un modo de creer en sí mismo, pero ella sí, esta extraña mujer que le había sacado del mar.

– Hazme un favor, cariño -dijo suavemente-. Duérmete y déjame cuidarte con la lluvia. Has hecho mucho por mí, permite que haga esto por ti.

Ella le estudió la cara durante mucho tiempo antes de asentir y ponerse de costado, dándole la espalda. Cuando quitó el dedo, se encontró con que podía respirar otra vez, pero su cuerpo no se relajó hasta mucho tiempo después de que su respiración se volviera uniforme. Esperó aún más, hasta que estuvo seguro que estaba lo suficientemente dormida, antes de envolver el brazo alrededor de su cintura y colocar la cabeza cerca de su hombro, así podría respirarla junto con el olor a lluvia.

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