Rikki se despertó canturreando. Lev siguió tumbado durante un momento, escuchando la alegría en su voz. La noche anterior ella había estudiado minuciosamente su libro de mareas y había comprobado el tiempo dos veces. Rodando, se dio la vuelta y lo miró. Él se quedó sin aliento en los pulmones. Le pasó la mano por la cabeza, acariciando ese cabello espeso, salvaje y suave como la seda, permitiendo que una oleada de amor le recorriera.
Ella sonrió. El corazón de él dio un brinco.
– Hoy va a ser un día perfecto. Un día para bucear.
La alegría de su voz le calentó la sangre. Lo besó y salió de la cama de un salto.
– Vamos a tener que preparar un almuerzo alto en calorías. Y un desayuno sustancioso.
Ya estaba en el baño. Un relámpago de piel desnuda, toda curvas. Pudo ver las marcas de su posesión sobre ella y le dio una extraña y primitiva satisfacción. Ella llevaba puesto únicamente las parpadeantes gotas de lluvia cayendo por su torneada pierna y su anillo, una sencilla alianza de oro. Se habían casado en una tranquila ceremonia con sólo sus hermanas como asistentes. Blythe y Judith habían sido sus testigos. El día había sido frío y ventoso, pero se abrigaron bien e hicieron la boda en el jardín, donde Rikki se sentía más segura. A él no le importaba para nada el dónde, sólo que se hiciera y que Rikki fuera suya de manera permanente.
Se tumbó en la cama, con los dedos entrelazados detrás de la cabeza, mirando el techo, recordando la noche antes de la boda, cuando él finalmente había reunido el valor para decirle lo que Lev Prakenskii había estado haciendo en aquel yate y quién era Stavros. Le explicó que creía que Ilya Prakenskii era su hermano y que Ilya estaba casado con una Drake. Le había confesado que había estado presente cuando Elle Drake había sido secuestrada y violada brutalmente por Stavros, y que él no la había liberado por seguir sus órdenes. Había estado trabajando de incógnito, trabajándose la confianza de Stavros, ganándose su confianza lentamente, de manera que pudiera conducirle hasta su socio, y al final, hasta la filtración del gobierno.
Le había contado todo lo que había podido, allí en la oscuridad, deseando que el sonido de la lluvia los calmara a los dos. Ella había estado callada, su respiración tranquila y suave sobre su hombro. Una vez, ella había deslizado su mano hasta la de él, cerrando sus dedos sobre los suyos, como para darle valor. Y había necesitado valor, hasta el último gramo que tenía, para arriesgarse a perderla al contarle la verdad, al dejarle saber qué clase de hombre había sido, y que si se quedaba con él, si se casaba con él, ella bien podría convertirse en una paria en Sea Haven cuando Elle Drake regresara.
La reacción de Rikki había sido típica de Rikki. Sencillamente le había rodeado con los brazos y lo había abrazado. Jamás olvidaría su respuesta. Lo decía en serio cuando le dijo que su principal compromiso era para con él. Él podía desmontarse en piezas, vomitar cada uno de sus sucios secretos, y ella recogería las piezas y las pondría de nuevo en su sitio. Le había besado en la boca, murmurado que lo amaba, y le había abrazado, sujetándolo hasta que se quedó dormida. Él no tenía ni idea de cuánto se había estado conteniendo hasta que no escuchó la calmada respiración de ella y entonces se había echado a llorar por primera vez que él recordara, desde que era un niño. Se quedó ahí, en la oscuridad, abrazándola, enterrando su cabeza en el oscuro cabello de ella, tan rebosante de amor que tenía miedo de hacerse añicos realmente.
Ella sacó la cabeza por la puerta, rompiendo su meditación.
– Muévete. Queremos salir temprano. Y la mantequilla de cacahuete está, definitivamente, en el menú.
Lev se restregó la cara con las manos, tembloroso por el recuerdo, sabiendo que siempre se sentiría así. Tembloroso porque alguien pudiera amarle tanto.
– Vas a hacer que te echen del trabajo antes de ni siquiera haber empezado -le advirtió ella.
Él se rió y se sentó, oyendo correr el agua. Llevaba un tiempo sin oír la alegría en su voz. Lo que siguió al descubrimiento de que Geral Pratt había marcado a su familia para que murieran por causa de un accidente de coche sobre el que ninguno de ellos había tenido ningún control, la había entristecido. En cierto modo, suponía él, habría sido más fácil para ella pensar que había ofendido a alguien de algún modo con una de sus rabietas de pequeña. Al menos eso habría tenido más sentido para ella.
En los días que siguieron, había perdido demasiado peso y parecía frágil. Una serie de tormentas le habían impedido bucear. Ni siquiera su boda había apartado las sombras de sus ojos. Él había permanecido cerca de ella, saliendo sólo para hacer pequeñas compras. Siguió implantando el vago recuerdo de Levi Hammond en las pocas personas con las que se había encontrado por casualidad, construyéndose una historia sólida para su vida.
– ¡Lev! -su tono imperativo le hizo reír de nuevo. ¿Quién habría pensado que una mujercita tan pequeña podría mangonearle y que a él le gustaría?
– Estoy en ello -le contestó, fracasando al evitar que la risa se le notara en la voz. Había pedido ser el cocinero y el tender, y ahora le tocaba hacer el dichoso trabajo, preparar el festín del día mientras ella se encargaba de su material de inmersión por enésima vez.
Trabajó rápido y tuvo listo el desayuno y el almuerzo empaquetado para cuando ella entró corriendo en la habitación. En vez de vaqueros azules, llevaba puesto un top color coral y una falda larga que se le arremolinaba en los tobillos. Él se dio la vuelta desde el fregadero y le costó inspirar aire, su mirada bebiéndosela. Ella nunca dejaba de sorprenderlo. La falda era suelta y se movía amorosamente en torno a sus delgadas piernas mientras caminaba, los remolinos de acuarelas cayendo desde sus caderas hasta sus tobillos en una cascada de pura tentación.
– ¿Llevas algo debajo de esa falda? -le preguntó.
Así de fácil lo ponía a cien. Había pasado de tener un control total a no tener ninguno. Volvía sonreír otra vez. Eran las cosas sencillas, decidió, lo que hacían feliz a un hombre, como su esposa recordando un pequeño detalle que él le había mencionado.
– Probablemente no -le contestó ella, con una ceja levantada-. Voy a bucear. No puedes llevar demasiadas cosas cuando buceas.
Él por poco gimió, pero no le iba a dar la satisfacción. Le alargó su desayuno habitual, su amado sándwich de mantequilla de cacahuete y plátano y una taza de café.
– Tendrás que beberte dos de esas.
– Conduzco -dijo ella-. No tengo tiempo.
– El barco -le refutó él.
– Tú no conduces un barco -dijo ella desdeñosa-. Me refería a mi camioneta.
– Oh no, laskovaya moya, me he estado leyendo las leyes de este maravilloso estado y creo que ahora tu camioneta es mitad mía. Yo voy a conducir nuestra camioneta.
Los ojos de ella se oscurecieron. Pequeñas chispas calentaron sus frías profundidades.
– ¿En serio? No creo que tengas opciones porque yo tengo las llaves. -Riéndose, las hizo tintinear ante sus ojos y, agarrando sus aparejos, corrió hacia la camioneta.
Lev la siguió a un paso más tranquilo, cerrando con llave la casa, comprobando dos veces que tuvieran todo, especialmente agua. En cuanto acabaron de meterlo todo en la camioneta y ella se giró hacia el lado del conductor, él se interpuso, atrapando su esbelto cuerpo con el suyo mucho más grande, sus brazos encerrándola allí, contra el maletero.
– Yo tengo una cosa que tú no tienes -le murmuró él en su cuello, girando la cabeza y mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
– ¿Qué?
Su lengua jugueteaba con la oreja de ella.
– Fuerza bruta -le susurró él y le quitó las llaves de la mano mientras capturaba su boca con la de él. No la dejó hasta que ella le devolvió el beso totalmente, hasta que sus brazos le rodearon el cuello y se deshizo en él.
Él condujo la camioneta con gran satisfacción, sonriéndole burlonamente.
– Hombre machote, mujer.
Ella soltó un bufido nada delicado.
– Hasta que te subas a ese barco. Entonces serás un humilde tender.
– Creo que tengo una licencia para bucear contigo.
– Tienes una licencia, que no creo ni por un momento que sea real -dijo ella-, y puedes irte a bucear con el barco de Mike.
Él le echó un vistazo, distrayéndose por el ceñido top coral que amorosamente abrazaba sus pechos, y meneó la cabeza.
– Me gustan las ventajas de ir en tu barco.
Ella se rió y se comió su segundo sándwich de mantequilla de cacahuete. Mientras giraban hacia el camino bordeado de eucaliptos que conducía al puerto, ella sacó la cabeza por la ventanilla y gritó:
– ¡Hoy es día de buceo, yujuuuu! -era imposible contener su felicidad.
Pensó que nunca la había visto más hermosa mientras soltaban las amarras y ella tomaba su posición al timón, guiándolos por el río, deslizándose bajo el puente, a través del puerto hacia el mar. Ella era increíble. El sol besaba su oscuro cabello, el viento ponía color a sus mejillas y la alegría hacía brillar sus ojos. Supo que jamás querría estar en ningún otro lugar. Lo dejaba sin aliento, y su amor por ella era tan abrumador que por unos instantes tan sólo pudo mirarla.
Lev la observó, sabiendo que nunca olvidaría cómo se veía allí al timón, el cabello al viento, completa confianza en sus ojos. Ella alzó su rostro al cielo y rió, el sonido llevado por el viento. el top ceñía sus pequeños y firmes pechos de tal modo que sus pezones sobresalían sobre la fina tela, como haciéndole señas para que se acercara. Con el viento, la larga falda volaba alrededor de sus tobillos, arremolinándose, a veces revelando sus desnudas y torneadas piernas y luego dejando caer un colorido velo sobre la tentadora vista.
La deseaba. Allí, a la luz temprana de la mañana, con las gaviotas volando sobre sus cabezas y el agua bajo ellos. ¿Y cómo no podría? Ella era su mundo. Sin duda alguna, cuando era la capitana de su barco, era cuando estaba más sexy. Su cuerpo reaccionaba por propia voluntad. Él no mandaba sobre la sangre que fluía hasta su pene, a pesar de su entrenamiento y experiencia en las artes sexuales; esto era algo natural, una reacción a amar a su mujer. Encontraba alegría en ese simple placer: su cuerpo reaccionando sin habérselo ordenado.
Se colocó detrás de ella, cerca, sabiendo con absoluta certeza que ella le daría la bienvenida. Ella echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla en su hombro y rió de nuevo. El sonido era un afrodisíaco, explotando por sus venas como burbujitas de champán. Él le rodeó la cintura con los brazos y atrajo su cuerpo al suyo. Su pene estaba duro como una piedra, grueso y largo y latiendo con energía. Sabía que ella podía sentir su necesidad por el modo en que se apretujó contra él.
Uno de sus brazos le rodeó la cabeza, atrayéndolo a la de ella y girando su rostro lo suficiente como para besarlo.
– Le he estado dedicando algunos pensamientos. -Le susurró ella a la boca.
– ¿Qué pensamientos?
– Que tal vez había algunas ventajas en tenerte buceando conmigo, después de todo.
Sus dedos encontraron su pezón, lo pellizcaron y lo frotaron, y luego volvieron a masajearle el suave seno. Sintió que a ella se le ponían tensos los músculos del estómago donde la tenía agarrada firmemente a él. Le mordisqueó la parte donde se le unían el cuello y el hombro.
– Estoy muy seguro de que puedo darte tantas ventajas como desees -murmuró, lamiéndola desde el pulso hasta el lóbulo de la oreja-. Tanto encima como debajo del agua.
Ella frotó su trasero contra él, un claro incentivo.
– Cuando estaba poniendo tu traje de buceo en la camioneta, encontré esa pequeña abertura en la entrepierna muy intrigante y cargada de toda clase de posibilidades bajo el agua -giró más la cabeza hasta que sus ojos se encontraron-. Puedo aguantar la respiración durante un tiempo realmente largo.
Su polla reaccionó dando un brusco tirón. La presión de una erección tan pesada era casi dolorosa con los vaqueros puestos. Con una mano se desabotonó el frontal de los vaqueros para tener algo de alivio. El aire frío golpeó el abrasador calor de su pene, y se apretó más contra ella, usando la calidez de su cuerpo, enterrándose en la deliciosa separación de sus nalgas. Le deslizó los dedos por la cadera, bajando por la pierna hasta el muslo. Muy despacito empezó a replegar la tela en su puño, subiéndola milímetro a milímetro.
– Tengo que admitir, laskovaya moya, que he observado que tienes excelentes habilidades bajo el agua.
El viento tiraba de la falda y él continuó subiéndola milímetro a milímetro hacia arriba hasta que su pierna desnuda y luego la parte izquierda de sus firmes y redondeadas nalgas y caderas aparecieron a la vista, revelando todas esas brillantes gotas de lluvia diseminadas por su desnuda piel, que él adoraba saborear.
– Habilidades subacuáticas superiores -le corrigió ella-. Habilidades que estoy más que dispuesta a mejorar. No me importa practicar. De hecho, disfruto practicando.
Él sabía que estaba diciendo la verdad. Cada vez que sus labios rodeaban su pene, era idea de ella, y había algo tan increíble en sus ojos que a veces se preguntaba si eso era ya la mitad del placer, el modo en que ella lo amaba, el modo en que disfrutaba dándole placer a él. Ella le devolvía tanto como él le daba.
Su mano le acarició la piel desnuda. Bordeó su trasero, lo frotó y masajeó.
– ¿Eres buena conduciendo este barco? -en su voz se percibía un pequeño desafío para ella.
– Experta -ahí no había dudas.
– ¿En serio? -él agarró un montón de su pelo y le echó la cabeza hacia atrás para tomar su boca. Hambre oscura se extendió como el sol sobre las aguas. Deliberadamente se tomó su tiempo, explorando su dulzura, tomando lo que deseaba, besándola profundamente una y otra vez.
El barco continuó sobre el agua hacia su destino sin mucho más que un balanceo. Cuando liberó su boca, él le agarró el labio con sus dientes y mordisqueó. Su lengua le lamió las marcas.
– Tendrás que hacerlo mejor que eso -le susurró ella, una ronca invitación.
Sus manos agarraron un montón de tela a cada lado de su larga falda, llevando la tela hacia arriba cada vez más despacio para poder acariciarle su piel desnuda. No le importaba enfrentarse a desafíos, pero había algo increíble en deslizarse sobre el agua temprano por la mañana, con el sol sobre ellos, y sentir la suave y cálida piel en sus palmas. Creía que podía ser el hombre más afortunado del mundo.
Saboreó el momento, descansando su barbilla sobre su hombro, sosteniendo su cuerpo apretado al de ella y masajeándole las piernas y las nalgas, sintiendo la vibración del motor y el subir y bajar de las olas debajo de ellos. Se tomó su tiempo, deslizando su mano entre las piernas de ella para apretar contra la parte interior de sus muslos, insistiendo en que ella ampliara su postura. Ella tomó la dirección, sus caderas moviéndose hacia atrás contra él.
Él se inclinó sobre ella.
– Se supone que tú no te tienes que mover. Sólo estar ahí de pié. -Deliberadamente le mordió de nuevo el cuello, encontrando su suave piel demasiado caliente y tentadora para hacer nada más que quedarse ahí, así que añadió su marca, todo el tiempo ahuecando la palma de su mano sobre su montículo.
Él la sintió respirar con dificultad. Un húmedo y acogedor calor fue al encuentro de su palma. Se tomó su tiempo, usando una mano lenta y dulce, dedos rodeando y frotando, deslizándose en ella para poner a prueba esos tensos y sedosos músculos y atormentar su sensible capullo, sólo para apararse cuando sus caderas corcovearon contra su mano. No sabía quién tenía más control: si Rikki o él.
Su suave quejido, Lev, fue directo al corazón. Se puso de rodillas, quedando detrás de ella, inclinándose para tomar un mordisco de la deliciosa hendidura de su cadera, justo donde las gotas de lluvia empezaban, esas brillantes, tentadoras gotas cuyo rastro amaba seguir, ya fuera arriba o abajo, por su pierna. Empezó por abajo y encontró cada una, moviendo la lengua a lo largo del sendero ya conocido. Siguió las intrigantes gotas hacia arriba por su muslo, hasta su cadera.
– Creo que necesitas añadir esto a este tatuaje -murmuró él mientras la iba besando en su recorrido por la parte frontal de su muslo-. Necesitas una gota aquí -le mordisqueó el interior del muslo-. Y aquí -volvió a mordisquear, más alto, cerca del llameante calor-. Y aquí -su lengua se enterró profundamente y una de las manos de ella se cerró en un puño sobre los cabellos de él. Era lo suficientemente largo, lo suficientemente enmarañado, como para que le proporcionara un buen agarre, pero él la hizo volar de todos modos.
Ella gritó, un suave sonido de pájaros pescando le respondió mientras se hundían profundamente en el agua. Por favor.
Tengo la intención de hacerte siempre muchos favores.
Se puso de pie detrás de ella, su falda ondeando al viento, un brazo la rodeaba por la cintura, apresándola, y entró en ella, fusionándolos con su calor abrasador. Las vibraciones del motor subían por sus piernas hasta llegar a sus cuerpos unidos. El bote flotaba sobre el agua, su mano firme en el timón. Estaban unidos, una piel, corazones latiendo al ritmo del mar y nada, nada, podría ser mejor que eso.
Se encontraba precisamente donde quería estar. Dónde se suponía que pertenecía. Este era su mundo, Rikki, y lo tenía todo.