Rikki se tomaba muy en serio sus responsabilidades y Lev era una enorme. No era como tener un gato o un pececito naranja. Realmente tenía que cuidar de él. Paso una gran cantidad de su tiempo hablando consigo misma durante una semana y media. Él era incapaz de estar levantado durante más de quince minutos seguidos. Sus dolores de cabeza eran terribles y había sentido más dolores desde el vapuleo contra las rocas.
Reanudó la rutina habitual de dar vueltas alrededor de la casa día y noche buscando señales de un intruso. Para alimentar al hombre, usaba cada lata de caldo y sopa que Blythe había comprado para ella. Los primeros días comió poco y durmió la mayoría del tiempo. La preocupaba que necesitara que le llevasen a un hospital, pero cada vez que sacaba el tema a colación, él se mostraba en contra firmemente, asegurándole que se pondría bien.
Hacía un día con un tiempo estupendo, y pensó en ir a trabajar en vez de malgastar el día contemplándole. Parecía inconsciente. Dos días de gran oleaje se soportaban fácilmente, pero para el duodécimo ella no podía dejar de pasear de un lado a otro. Se sentía inquieta y abatida. Decidió que tenía que dejarle el tiempo suficiente para sentarse en los acantilados durante un rato y respirar. Al menos Lev no quería hablar. A menudo se levantaba con un arma en las manos y los ojos fríos como el hielo mientras revisaba la habitación. Ella tenía cuidado de no asustarle nunca.
No parecía importarle que le ayudase a ir al baño, ni que le diera un masaje dos veces al día. Rara vez hablaba incluso entonces y podía decir que el ruido le lastimaba. A ella no le importaba el silencio, ya que los ruidos también lastimaban su cabeza. Sabía que tendría que encontrar un modo de conseguirle ropa (algo que significaba acudir a una tienda) pero no estaba lista aún para ese tipo de obligación. Simplemente quería conseguir ponerle en pie y fuera de su casa.
No había dormido muy bien después de esa primera noche. La mayoría de las veces se quedaba en el balancín fuera de la cocina, o si hacía demasiado frío, en su diván. A menudo se paseaba de un lado a otro preocupada por si Lev no se despertaba y luego con miedo de que lo hiciera. Estaba tan acostumbrada a estar sola que era muy consciente de la respiración de él, del modo en que ocupaba su aire y su espacio. Mantenía las persianas de la casa bajas, y cada una de sus hermanas llamó dos veces pero no hicieron preguntas.
La gran noticia era que un yate se había hundido lejos de la costa en un extraño accidente. El yate era propiedad de un hombre de negocios griego, un billonario, y todos los del barco estaban desaparecidos. Naturalmente las hermanas de Rikki no querían que ella se adentrara en el océano hasta que fuera declarado seguro, lo cual la hacía querer reír. ¿Cómo podía considerarse alguna vez seguro salir al mar?
Sabía que ellas suponían que no estaba trabajando debido al hundimiento del yate. No lo consideraba mentir ya que no les había dado hechos que no habían preguntado. Pero ya no podía respirar, tenía que salir de la casa e ir donde pudiera ver el océano y simplemente empaparse de él. Eso significaba dejar a Lev solo y desprotegido. Su principal preocupación era siempre el fuego.
Se sentó en el borde de la cama y empujó el pelo de él hacia atrás. Las sombras sobre su mandíbula se habían convertido en los inicios de una verdadera barba.
– He de dejarte un ratito.
Sabía que estaba consciente. Nunca se le acercaba mientras estaba dormido, pero sus ojos estaban cerrados.
No los abrió, pero le cogió la muñeca, los dedos un grillete, impidiendo el movimiento. La asombraba como podía hacer eso, saber exactamente donde estaba su brazo aún cuando tenía los ojos cerrados. Y ella siempre le miraba a la cara, sin siquiera pestañear. Él ni siquiera le había echado una pequeña mirada, pero no la había echado en falta.
– No.
– Tengo que ir, sólo por poco tiempo. He de comprobar las afueras y que no haya nadie alrededor. Creo que es seguro. Cerraré la puerta cuando salga.
Pudo decir que fue una lucha para él el abrir los ojos lo suficiente para mirarla. El impacto de esa mirada azul provocó una sacudida en los alrededores de su estómago.
– ¿Volverás?
– Vivo aquí. -Se avergonzó instantáneamente. Él parecía necesitar que le confortaran. ¿Por qué era tan difícil para ella?-. Pronto. No dispares a nadie mientras estoy fuera.
– Coge una de mis pistolas.
Pudo ver la preocupación en sus ojos y eso causó algún tipo de debacle en su corazón. Las reacciones físicas la asustaban, especialmente las reacciones físicas a los hombres. Daniel había sido un excelente submarinista que la había ayudado a perfeccionar sus habilidades de buceo. Habían pasado tanto tiempo juntos que parecía una progresión natural involucrarse. Pero no había pasado tiempo con él fuera del bote. Habían hablado sobre el futuro, buceado juntos, pero la única vez que habían ido a la pequeña casa flotante alquilada de ella para pasar la noche, un fuego se lo había llevado.
– ¿En qué estás pensando?
Ella examinó su cara, sus ojos, sin estar segura de qué estaba buscando exactamente. No quería que él muriera, no en un fuego y no debido a ella.
– Rikki, necesito saberlo.
– ¿Por qué?
– Pareces triste. Disgustada. ¿Puse yo esa mirada allí?
No se pudo controlar. Con la mano libre, alisó el ceño de su rostro.
– No. Sólo estoy preocupada por dejarte.
Los dedos de él se movieron sobre su muñeca y resbalaron hacia abajo hasta la palma de su mano para allí trazar círculos.
– Soy un superviviente, Rikki. Estaré aquí. La casa estará aquí también. Ve a hacer lo que tengas que hacer, pero vuelve a mí. No podré dormir hasta que estés de nuevo conmigo.
La asfixiante sensación fue profunda esta vez, y se levantó rápidamente, apartándose de él. Mientras los dedos resbalaban por su piel, el estómago dio una lenta voltereta. Retrocedió alejándose. Nadie nunca la había hecho sentir cómo Lev lo hacía, parecido a la reacción física como si te desgarraran las tripas. A veces, apenas podía respirar y era por eso por lo que tenía que salir de su propia casa. Él estaba forzando su salida con… con… esto.
Le miró enfurecida. El ceño fruncido. Su ceño más oscuro y aterrador de aléjate-de-mí-ahora. Debería de haberle intimidado. Esa mirada ensayada funcionaba siempre. Él sonrió. Sonrió. No sólo con diversión, sino con una mirada sensible y loca del tipo eres-tan-mona. Atravesó la habitación hasta la puerta.
– Olvidas la pistola.
– Yo no disparo a la gente -le recordó ella con un pequeño bufido y salió andando majestuosamente. Le oyó reírse, pero no se dio la vuelta.
El sonido de su risa era demasiado intrigante. Le provocaba pequeñas explosiones en las inmediaciones de su matriz. Realmente necesitaba salir de allí e ir a sentarse cerca del mar, respirar el aire fresco y escuchar a las gaviotas. Casi podía creer que era un hechicero que había lanzado algún tipo de hechizo sobre ella. En privado, podía admitir que le gustaba tocarle. Nunca tocaba a nadie. Y ciertamente no quería que nadie la tocase. Pero la sensación de las manos de Lev sobre su piel, el modo en que le rozaba con los dedos, era cautivador. La reacción de su cuerpo era aterradora a la vez que estimulante.
Se encontró casi reluctante a irse de la propiedad y dejarle. Salió y caminó alrededor de los árboles de la casa, dividiendo el área cuidadosamente en cuadrantes, buscando evidencias de una visita. Debería haber tenido un perro después de todo. Lo había considerado, pero tendría que cuidar de él y podría marearse en el mar ya que no le dejaría nunca solo en casa. Suspiró. Estaba dejando solo a Lev.
– Pero él tiene pistolas, Rikki -se recordó en voz alta-. Un perro no tendría una pistola.
Maldiciendo en voz baja, avanzó con decisión hacia su camioneta y condujo directamente hacia la carretera principal. Esta… esta indecisión… era la principal razón por la que no se había involucrado con nadie. Su vida era mucho más sencilla viviendo sola. Furiosa, preparó su mente para echarle en el momento… en el mismo momento… en que fuera capaz de irse.
Una sirena atrapó su atención, miró hacia atrás y soltó un fuerte juramento. Maldito hombre. Había hecho que acelerara. Y ahora iba a tener que hablar con un poli. Se estremeció mientras se apartaba a un lado de la carretera y esperaba sentada con los dientes apretados y su carné de conducir, los papeles del coche y el seguro a mano.
Reconoció a Jonas Harrington cuando éste se acercó a la camioneta. El corazón le palpitó y un gusto un tanto metálico invadió su boca. Le acercó silenciosamente los tres documentos.
– Rikki. ¿Estás bien?
Le había visto alrededor del pueblo cientos de veces en los últimos cinco años. Todo el mundo le conocía. Sabía que estaba casado con Hannah Drake. Tenía la boca tan seca que no podía asegurar que pudiera hablar. Asintió esperando que eso fuera suficiente, agarrando el volante tan fuerte que sus nudillos se volvieron blancos.
– Estabas acelerando más de lo normal en ti. ¿Pasa algo? ¿Están todas tus hermanas bien?
Ella tragó y asintió.
Le devolvió todos los papeles.
– Con nuestro pueblo siendo invadido por tantos periodistas, científicos e investigadores, tenemos que ser un poco cuidadosos. Vigila tu velocidad.
¿Periodistas? ¿Científicos? ¿Investigadores? Sus hermanas habían comentado que el yate que se había hundido pertenecía a un magnate naviero griego, pero sólo había prestado atención a la parte sobre que el dueño tenía un guardaespaldas. Estaba segura que Lev era el guardaespaldas. Eso explicaría su presencia en el mar, así como sus armas. Miró fijamente al frente manteniendo el fuerte apretón sobre el volante. Estaba agradecida de que Harrington no le hubiese puesto una multa, aún así envió una silenciosa oración para que se marchase.
– No he tenido la oportunidad de hablar con Judith pero quizás tú le entregarías un paquete. Ha estado trabajando en un caleidoscopio especial para Hannah. Es una sorpresa. -Apartó sus manos de la puerta y se esforzó en verla, los ojos ocultos por unas gafas oscuras pero con expresión amigable.
Tragó y asintió de nuevo, mirando al frente.
Él rió con suavidad.
– Hablas demasiado, ¿sabías eso?
Giró la cabeza y después le miró frunciendo el ceño. Quizás debería intentar su ceño cáete-muerto. Pero en realidad, estaba siendo amistoso y amable. Simplemente tenía que respirar. Tomó aire profundamente e hizo un intento:
– Se lo llevaré.
Sonrió por el esfuerzo de ella. El viento apareció y le sopló en la camisa. Miró hacia donde la casa Drake se asentaba sobre el acantilado por encima del océano.
– Hannah está arriba en el paseo del capitán. Todas sus hermanas están en sus respectivas lunas de miel por lo que ella está hoy de visita con sus padres. No he tenido un minuto libre para llevarle el paquete a Judith. Está en mi coche. ¿Puedes esperar un segundo?
Rikki sintió que sería más prudente no señalar que si no la hubiera detenido, podría haber tenido tiempo de dejar el misterioso paquete a Judith él mismo. Ya que no quería que cambiase de idea en lo de ponerle una multa de velocidad y como no le importaba hablar con Judith, mantuvo su boca firmemente cerrada.
Jonas regresó con un paquete muy pequeño y le dirigió una amplia sonrisa.
– Estas son todas esas pequeñas cosas que las mujeres guardan como recuerdos. Judith tuvo esta gran idea para un calidoscopio. Yo quería algo extraordinario para que Hannah se centre cuando dé a luz.
Rikki asintió. Tenía que decir algo. Ser difícil socialmente no significaba que fuera completamente inepta, y después de todo, ella representaba a Judith, no a sí misma. Mirando fijamente adelante, trató una pequeña sonrisa, esperando que él no pudiera decir que fuera forzada.
– Todo lo que Judith hace es extraordinario. Hará que sea especial.
La miró agradecido mientras palmeaba la puerta y luego la despidió con la mano. La mano de Rikki temblaba mientras giraba la llave. Había tenido suerte de que hubiera sido Jonas quien la había parado y reconocido. Y tenía que preguntar a Judith sobre los periodistas y sobre lo que Jonas le había contado. Realmente, debería leer más el periódico o al menos poner las noticias. Guardaba el diario durante una semana, sólo por si quería leerlo. Pero siempre era tan deprimente…
Abandonó la carretera principal para entrar al pueblo. Por regla general, los turistas venían de todas partes para ver la pequeña y pseudoartística población situada al borde del mar. Hoy estaba llena. Plagada. Su pulso inició un atronador latido que sentía dentro de la cabeza. Normalmente habría conducido directamente hacia los promontorios para sentarse y contemplar el océano desde lo alto, pero había prometido a Jonas entregar el paquete. Posiblemente ni había sobrepasado el límite de velocidad. Lo más probable era que él había echado un vistazo a la aglomeración de personas y salió corriendo con el rabo entre las piernas, esperando a un inocente desprevenido para que le hiciera el trabajo sucio.
Soltó un bufido de disgusto mientras encontraba la única plaza de parking disponible en el pueblo… a una buena distancia de la tienda de su hermana. Incluso el aparcamiento de la tienda de comestibles estaba lleno. Rikki miró calle abajo y cada uno de los espacios de aparcamiento estaba ocupado. La gente abarrotaba las aceras de madera. Intentar entrar en la cafetería local era imposible. Había una multitud de diez niveles de profundidad. Había estado pensando en una buena taza de café. Maldito Jonas Harrington. Posiblemente estaba en algún lado sonriendo satisfecho en este momento.
Se quedó sentada en la camioneta unos pocos minutos, reuniendo el coraje para abrirse paso a través de las atestadas aceras hacia la tienda de su hermana. A lo lejos, podía ver el azul del océano, y todo su ser añoró estar allí donde las olas crecían y coronaban, revolviéndose en exhibiciones bonitas y poderosas. Ella entendía el mar y las reglas de allí, desde la vida y la supervivencia a la muerte. Pero aquí… Miró alrededor suyo. Aquí era definitivamente el proverbial pez fuera del agua.
Bueno, tenía algo que hacer. Con resolución, Rikki empujó para abrir la puerta de la camioneta y puso los pies en la calle. Afuera en el mar, en la cubierta del Sea Gipsy, podía mantenerse sobre sus piernas, cabalgando las marejadas con un equilibrio perfecto, pero aquí, en tierra, el terreno irregular siempre la hacía sentirse patosa y torpe. Quizás fuese toda esa gente. Apenas podía respirar. No había forma de amortiguar el ruido. Se las había arreglado con mecanismos que había desarrollado a lo largo de los años. Contar sus pasos a veces ayudaba, pero nunca había visto Sea Haven tan lleno.
Siguió por la calle, caminando cerca de los parachoques de los autos aparcados para evitar las masas de la acera. Su temperatura subió y tuvo que enjugarse gotas de sudor de la cara. Continuó respirando, las gafas de sol firmemente en su sitio, deseando estar en su barca donde podía ver lo que fuera que estuviera viniendo hacia ella.
Tuvo que empujar a través de la gente para entrar en la tienda de Judith y fue difícil evitar el tocar a alguien. Dos veces recibió empujones y estuvo cerca de caer contra la acera. En una ocasión el codo de un hombre alto le dio en la cabeza y le torció las gafas de sol. Para su tranquilidad, él rápidamente apartó el codo disculpándose profusamente. Ella asintió y corrió a refugiarse al interior de la tienda, dando un portazo tras ella, esperando mantener a todos los demás fuera para poder respirar. Se paró, el cuerpo entero estremeciéndose. El almacén estaba abarrotado.
Judith levanto la mirada y vio a su hermana. Judith. Su cuerda de seguridad. Alta, delgada, el pelo largo y suelto como una cascada de seda negra (una herencia de su madre japonesa). Fue inmediatamente hacia Rikki, abriéndose camino a través del atiborrado pasillo con una expresión de preocupación. Rikki nunca habría entrado en su tienda con gente alrededor, no si no fuera importante. Rikki sintió alivio, sabiendo que Judith entendía.
– ¿Qué ocurre, pequeña? ¿Algo anda mal? -Miró atrás hacia el mostrador y alzó la voz-. Airiana, será un minuto.
Airiana, otra de sus hermanas, miró hacia arriba con un pequeño fruncimiento de disgusto hasta que vio a Rikki. Hubo un instante de desconcierto.
– Por supuesto. Puedo manejarlo. Hola, cariño. ¿Está todo bien?
Rikki levantó una mano para tranquilizarla, pero inmediatamente se giró y empujó para abrir la puerta, cayendo prácticamente en la acera. Necesitaba estar fuera donde pudiera dar una bocanada de aire. Todavía había mucha gente, por lo que se abrió camino a empujones a través de ellos hacia la calle.
Boqueó varias respiraciones profundas, conservando la cabeza baja para despejar su mareada mente.
Judith puso una reconfortante mano en su espalda.
– Lo siento Rikki. No tenía ni idea de que ibas a venir al pueblo o te habría detenido. Este lugar se ha vuelto loco desde que el yate se hundió. Desafortunadamente, han sido encontrados un par de cuerpos, por lo que el frenesí ha empezado por todas partes otra vez.
– Todas hablabais del hundimiento de un yate. -Rikki se enderezó y mantuvo la mirada fija en el lejano mar-. Pero realmente no estuve escuchando más allá del hecho de que se hundió. ¿Qué ocurrió?
– Fue algún raro accidente que tiene a todos los científicos del mundo allá afuera. Aparentemente el gas metano de la plataforma continental se liberó en una burbuja enorme, y fue mala suerte que el yate estuviera allí en el preciso momento en que la burbuja golpeó la superficie. Sombras del Triangulo de las Bermudas. El gas cambió la densidad del agua y el barco simplemente se hundió. El propietario era un conocido hombre de negocios, de hecho bastante famoso. Él, su guardaespaldas y toda la tripulación están desaparecidos en el mar. Hay periodistas y equipos televisivos provenientes de todo el mundo por aquí. Junto con ellos, cada persona curiosa en el mundo también ha venido. Bueno para los negocios, pero difícil a la vez.
– No podría salir allí a bucear aunque el día fuera perfecto -refunfuñó Rikki-. Hay barcos por todos lados.
– ¿Qué estás haciendo en el pueblo?
– Necesitaba ver el océano -admitió-. Me paró ese sheriff idiota, Jonas Harrington, y me pidió que te diera un paquete.
La boca de Judith se apretó.
– ¿Se portó mal contigo?
– No, realmente fue muy amable. Ni siquiera me puso una multa, pero me pidió que te entregara este paquete y sabía cómo estaba el pueblo.
Judith sonrió.
– Eso es cierto, pero él no te conoce, Rikki. Probablemente asumió que irías a la tienda de todos modos.
Rikki se encogió de hombros enviando a Judith su primera pequeña sonrisa.
– Sí, estoy bastante segura de que tienes razón, pero me ha dado un buen motivo para estar enfadada.
Judith rió.
– ¿Necesitas algo de la tienda? -Miró calle abajo hacia la cafetería-. ¿Quizás un café?
Rikki frunció el ceño.
– Sopa. Caldo. Blythe me compró un montón de latas y ya las he gastado. No se qué es bueno, así que cualquier cosa. Y el café de Inez estaría bien si puedes arreglártelas para afrontar la turba y conseguirme una taza. Si no, no te preocupes. Tu tienda está sobresaturada y la pobre Airiana parece un poco abrumada.
– No te lo creerás, Rikki, pero los periodistas están tan desesperados por información que están filmándolo todo y haciendo entrevistas. Tengo la esperanza de que sea bueno para el negocio. Tres equipos diferentes han filmado mi establecimiento. -Señaló un equipo al otro lado de la calle-. Esa gente está por todos lados con sus cámaras.
Judith era asombrosa con su cuerpo alto y delgado y su cascada de pelo, así como su chispeante personalidad. Veía a las personas en colores y tendía a brillar en el momento en que entraba en una habitación. Llamaría la atención de la audiencia con su animación y personalidad.
– Esto es una locura -murmuró Rikki agradecida de todos modos-. ¿Qué podéis decirles cualquiera de vosotros sobre un raro accidente? Hace algunos años leí sobre la teoría de que fugas de metano causaron los hundimientos de los barcos en el Triangulo de las Bermudas, pero seriamente, ¿quién creería alguna vez que eso pasaría especialmente aquí? Estoy allí afuera todo el tiempo -señaló Rikki mirando al equipo de noticias, deseando silenciosamente que todos se hubieran ido a casa para que ella pudiera tener su pequeño y ordenado mundo de vuelta.
– Dicen que eso ocurrió verdaderamente y que el yate definitivamente se hundió.
– ¿Durante cuánto tiempo continuará todo esto? -quería decir antes de que pudiera tener su océano de vuelta.
Judith sonrió a su cara enfurruñada.
– No lo sé pequeña, pero piensa simplemente en todos los negocios que estamos consiguiendo.
– Pienso en todos los negocios que me estoy perdiendo -murmuró Rikki, y se avergonzó instantáneamente. En un excepcional gesto de cariño, lanzó los brazos alrededor de Judith. El abrazo fue breve pero intenso-. Espero que filmen el interior de tu tienda y vean lo extraordinaria que eres. Yo nunca podría tener bastante de tus caleidoscopios o pinturas.
Judith miró hacia el mar y por un horrible momento, Rikki creyó que había lágrimas en los ojos de su hermana, pero cuando volvió la mirada estaba radiante.
– Me has alegrado el día, hermanita. Espera aquí y te traeré la sopa. Me llevará sólo un minuto.
– Airiana va a matarnos a las dos si tardas más que eso -señaló Rikki, pero no hizo ningún movimiento para acompañar a Judith en la tarea-. Mientras estás allí, ¿puedes recoger además pasta de dientes y un buen cepillo de dientes?
Judith rompió a reír repentinamente.
– Estoy en ello.
Tenían una sala de suministros para la granja y se mantenía bien surtida con los artículos diarios, pero cuando Rikki la había revisado, no había habido ningún cepillo ni pasta de dientes en los estantes. Encontró una cuchilla y crema de afeitar. La crema olía como a lavanda, pero si Lev quería afeitarse podría arreglárselas. Además, podría reducir el ultra masculino impacto que ejercía sobre ella.
Golpeó la calle con la puntera de su zapato, contando, todo el tiempo manteniendo la mirada pegada en el mar. Las olas de cresta blanca hacían espuma y se encrespaban, el agua pulverizándose en el aire cuando golpeaba los acantilados. Se encontró sonriendo, sintiendo que cada vaivén empezaba a asentarse perfectamente en su interior. Se envolvió a sí misma con los brazos y se abrazó fuertemente, necesitando la presión para ayudarla a mantenerse unida hasta que Judith volviese.
Judith salió apresurándose, los dientes rectos y blancos destellando, los ojos oscuros brillantes. Rikki se tomó un momento simplemente para disfrutar de la vista de ella, la felicidad emanando de ella. Vio a Judith como un estallido de color sobre un fondo monótono. Brillaba, y en otro mundo, habría sido un hada de algún tipo, ondeando su varita mágica y dejando felicidad a su estela.
– ¿Qué? -preguntó Judith cuando le alcanzó la bolsa de provisiones.
– Simplemente se te ve especialmente hermosa hoy -dijo Rikki, jugueteando ociosamente con el alto cuello de su jersey acercándoselo a los alrededores de la boca.
La expresión de Judith cambió. Alargó la mano y tocó la cara de Rikki, empujando hacia abajo el suéter.
– ¿Está todo bien, Rikki? Puedo cerrar la tienda e ir a casa si me necesitas.
Rikki miró a las masas de gente. Hoy sería un potencial día mortal para las ventas. Judith había revolucionado el mundo de los caleidoscopios, ganando todo tipo de premios internacionales, y su nombre era sinónimo de calidad. Había ganado dinero con la restauración de arte, pero su primer amor era hacer caleidoscopios personalizados. Estudiaba a la persona (Rikki sabía que podía leer su aura) y hacía el que mejor encajaba con cada cliente. Rikki tenía uno que sólo tenía que cogerlo para conseguir un mayor control; incluso la sensación de él en sus manos era suficiente. Cuando lo giraba para mirar en su interior el remolineante océano, inmediatamente se sentía serena y en calma.
– Estoy bien. Voy a salir a los promontorios a sentarme un rato. Ya me conoces, a veces simplemente tengo que estar fuera en el océano, y ha pasado mucho tiempo.
– Ven a cenar esta noche. Serviré ensalada con un aliño de mantequilla de cacahuete.
Rikki estalló en carcajadas.
– Creo que me lo saltaré. Y deberías de estar contenta de que lo haga.
Judith rió con ella.
– Está bien. Ve a sentarte cerca de tu precioso océano y yo iré a ver qué puedo vender hoy.
– Bien, una de nosotras tiene que ser la que gane el pan, ya que seguro que no seré yo durante un tiempo -gruñó Rikki mientras cerraba de un portazo la puerta de la camioneta y se despedía con la mano de su hermana.
La observó volver al interior de la tienda antes de arrancar el vehículo. Judith era una verdadera hermana de corazón, no nacida de la misma sangre pero sin lugar a dudas elegida y muy amada. Las cinco mujeres habían enseñado a Rikki confianza. Era frágil, pero había aprendido a contar con las otras cuando las necesitaba… al menos aquí en la tierra.
Se sentó durante largo tiempo al borde del risco, las rodillas dobladas hacia arriba, respirando simplemente el olor del mar. Casi inmediatamente el alivio inundó su cuerpo, prácticamente una ráfaga eufórica. Las olas la cautivaron, transportándola lejos de un mundo donde no encajaba, donde no estaba en sintonía con los demás. No había ritmo para ella en tierra. Ningún orden. Se meció ligeramente, acompasándose al batir de las olas, permitiendo que la canción del mar le susurrase, ahogando los ruidos del mundo a su alrededor.
Se dejó ir a la deriva, visualizando el fondo marino, las pulidas rocas, los bosques de algas, el coral y las cavidades. Se encontró a sí misma riendo mientras recordaba la vez que había tenido un encuentro con un pulpo justo al sur de Casper donde una gran roca a unos cinco metros del promontorio sobresalía fuera del agua. Era relativamente novata en el área y ancló su barca allí. El fondo estaba a unos nueve metros, pero encontró erizos de mar en las rocas sobre los cinco metros y comenzó a recogerlos rápidamente dentro de su red, eufórica ante el fácil hallazgo.
Sin aviso, un pulpo se puso repentinamente en su línea de visión, oscilando de arriba abajo en el agua. Usualmente los que encontraba eran relativamente pequeños, pero éste era mayor que ella. Sus tentáculos estaban abajo, pero la estaba mirando. Pensando que sería prudente dar al pulpo un poco de espacio, se movió en sentido contrario a las agujas del reloj alrededor de la roca y comenzó a trabajar de nuevo. El pulpo nadó en sentido horario y se encontró con ella en el otro lado. Su corazón saltó cuando vio a la criatura viniendo hacia ella, haciéndose más y más grande según se acercaba.
Cambió su dirección de nuevo. En el momento que comenzó a cosechar, el pulpo la siguió a un metro y medio, simplemente oscilando, los tentáculos hacia abajo. En ese punto, Rikki decidió que el pulpo quería los erizos de mar más de lo que los quería ella, era eso o estaba protegiendo su guarida. Fuera lo que fuera… la criatura había hecho un comunicado bastante claro que ella estaba ignorando.
Riéndose ante el recuerdo, se levantó, los brazos extendidos, abrazando el mar. La felicidad la envolvió en la niebla y el viento azotó su pelo en un frenesí salvaje. Inhaló y cerró los ojos, necesitando sentir… absorber el agua en el interior de la piel, en la sangre. Podía sentir las corrientes corriendo a través de ella, colmando su necesidad de libertad, de ser capaz de ser salvaje y de mostrar cada emoción, profunda y fuerte. La fuerza de sus pasiones a menudo la conmocionaba. Rara vez mostraba sentimientos, pero las emociones estaban allí, escondidas bajo su cuidadosamente construida falsa calma. Justamente como el mar, era turbulenta y salvaje, fiera y cariñosa. Sentía cada sensación, pero sólo era aquí, con el agua a su alrededor, que se atrevía a permitirse sentir tan fuertemente, tan apasionadamente.
Abrió los ojos para dar una última mirada al mar antes de volver a la granja. Las olas eran enormes, el mar rompiendo contra los riscos.
– Oh, mierda -susurró ella, dejando caer los brazos y contemplando las turbulentas y agitadas aguas-. ¿Hice eso? -Había barcas fuera en un muy embravecido mar.
Maldiciendo por lo bajo, alzó los brazos de nuevo para contener el litoral e hizo todo lo posible por calmar su mente, para acallar los miedos que tenía acerca de dejar a Lev en su casa y la culpa por no contar a sus hermanas nada sobre él. Respirando pausadamente, dentro y fuera, creó la imagen de un mar en calma, de cielos despejados, gaviotas volando en lo alto y aguas rompiendo suavemente contra las rocas por debajo de los acantilados.
Sintió al viento tirando de sus ropas y alborotándole el cabello. La niebla se enroscaba a su alrededor, el agua vaporizada le salpicaba la cara. Su cuerpo, sediento de humedad, absorbía instantáneamente las gotitas. En sus venas el fuerte ritmo de su pulso empezó lentamente a calmarse y su corazón disminuyó a un moderado latido. Las aguas se arremolinaron por un momento justo bajo el farallón, ascendiendo como un ciclón en una delgada columna, saltando hacia ella, como si la alcanzara para besarla o abrazarla y luego estirándose, derrumbándose de vuelta a un mar en calma.
Lentamente dejó caer sus brazos mientras orientaba a las aguas hacia un suave balanceo. Júbilo. Orgullo. Satisfacción. Una naciente esperanza. Las emociones la inundaban y su mente empezó a trabajar a millones de kilómetros por hora intentando asimilar lo qué había pasado. No había abierto accidentalmente unos pocos grifos. No había hecho saltar agua en mar abierto. Realmente había manipulado una gran cantidad de agua. Tenía un don que no tenía precio. Lev había estado tan convencido de su habilidad, tan seguro de que podía hacerlo, pero esto… controlar una gran cantidad de agua no le había ocurrido nunca.
Rikki no estaba segura de creer a sus propios ojos. Apartándose del agua, caminó de vuelta a la camioneta, queriendo practicar todo el rato. Necesitaba ir a un lugar donde nadie pudiera observarla y resultar herido. La granja tenía un estanque que era utilizado para la irrigación. Podía sentarse al lado de la masa de agua todo lo que quisiera y ver si realmente podía hacer esta cosa asombrosa.
Tuvo que mantener la presencia de ánimo para conducir despacio y no ser detenida de nuevo. Con su habitual y decidida determinación, condujo directa hacia la laguna y salió de un salto, casi corriendo hasta el estanque. El agua descansaba lisa aparentemente indiferente a ella, pero mientras bajaba hacia el estanque, imaginó que podía ver ondas formándose, moviéndose hacia ella, como si fuese un imán.
Rikki se agachó en el mismo margen de la orilla. El borde era estrecho y supo que en el mejor de los casos era una pose precaria, pero estaba ansiosa por probar su habilidad. Durante el paseo en coche, había empezado a dudar, pensando que era mucho más probable que fuera una coincidencia, pero había sentido el agua en ese momento, la sentía moviéndose a través de ella, dentro de ella, justo como lo hacía cuando estaba bajo el agua. Se había sentido como si fuera parte del mar, conectada a él de un modo como nunca había estado con nada más. El descubrimiento era a la vez terrorífico y excitante.
Alargó los brazos y cerró los ojos, absorbiendo deliberadamente la sensación del agua. Inmediatamente pudo sentir el habitual centrado de su mente que siempre sentía cuando estaba cerca del agua, pero más allá de eso, podía decir que había una diferencia. El mar era poderoso y temperamental. El estanque era sereno y relajado, una suave y tranquila presencia, más pacífica que esa que golpeaba y palpitaba como hacía el océano. Esta masa de agua no pulsaba sus emociones como hacía el mar. No había ninguna emisión de furia, de miedo, de la dorada felicidad que esta granja y sus hermanas representaban, o de la salvaje energía sexual que estaba desesperada por reprimir desde que sacó a Lev del mar.
Absorbió la calma, la tomó en su interior y entonces intentó su baile, cantando en voz baja y utilizando las palmas de las manos para “sentir” el agua. Cuando abrió los ojos, pequeñas columnas saltaban y jugaban bajo su dirección, de la misma manera que en mar abierto. Los pequeñas chorros de agua giraban y saltaban, haciendo carreras unas con las otras a través de la superficie. Maravillada, se levantó, aumentando la energía, y vio la respuesta instantánea… las columnas se hicieron más altas, giraron más rápido y muchas se rompieron en múltiples géiseres.
La alegría desbordó a través de ella. Este… este don… era suyo. No podía caminar a lo largo de una calle abarrotada o entrar en una tienda con luces fluorescentes, pero podía unirse con el agua, hacerla susurrar o rugir, ser parte de ella. Alargó la mano sobre la pequeña franja de tierra en la que estaba situada hacia las columnas de danzante agua, las puntas de los dedos cosquilleándole mientras manipulaba las numerosas columnas de agua a través de la laguna.
Dio un paso al frente y sintió el estrecho margen desmenuzándose. Desesperadamente, intentó lanzar su peso hacia atrás. El corazón martilleó, la palma ardió y el dolor le subió rápidamente por el brazo. Las columnas se colapsaron, enviando agua vaporizada al aire mientras la tierra continuaba erosionándose bajo ella. Alargó la mano para agarrar una raíz expuesta. Sin aviso, sintió una sacudida, como si una mano la izara y la lanzara de nuevo sobre suelo firme. La fuerza fue tan grande que aterrizó lo bastante fuerte como para que se le cortara la respiración. Permaneció allí, tendida, intentando recuperar el aliento, los pulmones quemando y su mente a toda velocidad. Debería haberse caído al estanque.
Rikki giró sobre sí misma y contempló el cielo, acunando todo el rato su brazo derecho y presionando la palma de la mano contra el alocado latido de su corazón. ¿Qué la había salvado de un frío remojón? Habría sido difícil la escalada, pero no tenía duda de que podía haberlo hecho. Hubiese estado sucia, fría y muy abochornada, pero aún así… Miró el estrecho saliente donde había estado. Se había desmoronado completamente en una mini avalancha.
¿Rikki? Rikki, contéstame. Necesito saber que estás bien.
La voz de Lev le llenó la mente. Se dio cuenta inmediatamente de que él había hecho algo para ayudarla desde la distancia. Tragando con fuerza, se frotó la mano sobre la cara, intentando pensar. Él debía tener un tremendo poder para poder hacer algo como eso. Ella vivía en Sea Haven y todo el mundo allí conocía a la familia Drake. Se rumoreaba que esas siete hermanas habían nacido todas de una séptima hija y cada una de ellas cargaba con tremendos dones, pero nunca había oído que nadie más tuviera ese tipo de poderes, y las Drake eran… pues bien… las Drake. Todo el mundo aceptaba ese hecho.
Contéstame ahora.
La voz era un suave gruñido de mandato. No pudo detener la respuesta instantánea.
Estoy bien. No te preocupes.
Rikki se tapó las orejas con las manos. No tenía intención de participar en una comunicación telepática con él. Si podía meterse dentro de su cabeza, podría ser capaz de leer sus pensamientos…
Tú también puedes leer los míos.
Había alivio en su voz. Inundó su mente y la intimidad de ese tono aterciopelado la conmocionó. Su cuerpo entero reaccionó, volviendo a la vida, cada terminación nerviosa en alerta. La electricidad chispeó a través de su piel y en lo más profundo de si se sintió vacía y necesitada.
Sal de mi cabeza.
Temblando, logró ponerse de pie.
Me diste un susto de muerte. Y mi cabeza duele como una hija de puta. Podrías considerar eso antes de meterte en problemas.
Sintió que para él esa cólera era chocante, que estaba horrorizado de su propio miedo por su seguridad. Por alguna razón, eso era raro… su preocupación por otro ser humano. Él no entendía su conexión más de lo que ella lo hacía y saber eso, lo hacía más fácil para ella.
Bien, gracias por salvarme del chapuzón.
Estuvo en silencio un momento pero todavía podía sentirle allí en su mente. Era un poco como estar bajo el agua, todo en ella se tranquilizaba y calmaba como si él la anclase del mismo modo que lo hacía el mar.
Si has terminado de jugar, vuelve a mí.
Pudo oír el dolor en su voz, en la mente de él. El corazón le tartamudeó en el pecho y presionó la palma de la mano fuertemente contra él.
Lev, ¿has intentado levantarte?
No iba a dejarte en peligro.
Por ella, lo había intentado por ella. Apenas podía permanecer de pie por más de un par de minutos, lo justo para llegar al baño y volver e incluso eso le mareaba. Cada día había sido un descubrimiento de nuevos moretones por los golpes que había recibido, pero había intentado llegar a ella.
No eres ni mucho menos el mal hombre que piensas que eres.
Ven a casa y averígualo.
Se lo gruñó, queriendo darle el significado de una amenaza.
Se encontró sonriendo mientras caminaba de vuelta a la camioneta. Quizás tenía su lado bueno esta tontería de la telepatía después de todo. Cuando él hablaba en voz alta, ella básicamente quería golpearle en la cabeza, pero cuando le hablaba en la mente, podía sentir sus sentimientos. No captaba matices de voces o leía expresiones faciales como las demás personas, pero no tenía que hacerlo cuando él proyectaba la voz en su mente. Estaba allí dentro de ella y reconocía los sentimientos tras las palabras.
Ya vuelvo. Espero que estés de vuelta en la cama. Empiezo a estar un poco cansada de recogerte del suelo.
Si dejases de limpiarlo tanto, no estaría tan escurridizo.
La diversión que se deslizaba en su voz la hizo feliz. Sabía que la risa era incluso más extraña para él de lo que lo era para ella, no obstante por alguna razón que no podía comprender del todo, él la encontraba divertida. La gran mayoría de la gente pensaba que era rara, pero su rareza no sólo no le molestaba sino que él parecía disfrutar de su compañía.
Me das masajes.
Se puso en marcha, entró en la camioneta y dio un portazo frunciendo el ceño.
¡Lo sabía! ¡Sabía que en el momento en que te permitiera entrar en mi cabeza intentarías ir a donde no perteneces! Mis pensamientos no son para que tú vayas escuchando a hurtadillas.
Estabas pensando en mí.
La satisfacción ronroneó en su voz.
Bien, piensa en mí enfadándome mucho contigo.
Prefiero pensar en ti dándome un masaje.
Ella sofocó una carcajada.
¿No te de dolor de cabeza este modo de hablar?
Ella tenía los inicios de uno.
Ya tengo un dolor de cabeza. No se decir si lo está empeorando o no. Todo lo que sé con seguridad es que te quiero de vuelta aquí a salvo en esta casa conmigo.
Trató de bloquear la prisa que percibió de sus palabras y el modo en que las dijo. Era imposible no sentir el calor extendiéndose o el modo en que su cuerpo respondía al de él, estirándose de la misma manera que hacía cuando estaba cerca del agua.
Estoy de camino.