La ola se alzó sobre Rikki como una pared sólida, levantando el barco cuando la cresta la alcanzó. Levantó las manos en el aire como si la desafiara, cantando su canción al mar mientras era lanzada al agua encrespada. Se hundió, rodando con la turbulencia, cayó, las pesas le llevaban abajo. Se agarró a la manga conectada al traje y se metió el regulador a la boca, agradecida de haber estado preparada para una zambullida y haber tomado suficientes precauciones para dar al barco mucho alcance.
Envió una oración silenciosa para no entrar al abismo, ni bajar demasiado rápido ni demasiado profundo, ni cualquiera de los otros cientos de desastres que podían suceder. Se revolcó, dando un salto mortal a las profundidades oscuras. El corazón le latía desenfrenadamente, pero sabía que tenía que permanecer calmada. Cada instinto de su cuerpo le gritaba que saliera rápidamente de ahí, que luchara por volver a la superficie tan rápidamente como pudiera, pero en el mejor de los casos eso significaría un paseo en helicóptero y ser metida en una cámara, algo que alguien como Rikki nunca podría hacer.
A pesar del paseo salvaje, su respiración permaneció tranquila mientras intentaba, en la oscuridad, averiguar dónde estaba. No quería acabar en el abismo. Su cuerpo le gritaba que luchara, que si no lo hacía estaría muerta, pero su experiencia le mantuvo en calma, aceptando el poder del océano. No te asustes. Calma. Había vida bajo el agua. La muerte luchaba. Aguantó el paseo salvaje, dependiendo de su entrenamiento de buzo y sus instintos.
Chocó contra algo grande que la golpeó desde atrás. Vislumbró un cuerpo aplastado con fuerza contra las piedras lisas de la plataforma continental. No llevaba traje de submarinismo, lo vio mucho antes de que desapareciera. Jurando, nadó detrás de él, pateando con fuerza, sabiendo que el agua era demasiado fría para estar sin un traje de neopreno. Él no tenía ni escafandra autónoma, ninguna manera de respirar y estaba siendo lanzado repetidas veces contra las piedras, que por suerte eran lisas después de años de duros oleajes que les habían dado elaboradas y pulidas formas artísticas que muchas personas jamás verían. Ese arte muy probablemente salvaría la vida del hombre.
El quelpo se envolvió alrededor de sus brazos y la mantuvo presa durante un momento, pero permaneció tranquila. Asustarse sólo hacía que a una la mataran más rápido que otra cosa. Finalmente los largos tubos protuberantes la soltaron y nadó hacia la plataforma. Le llevó unos pocos malos momentos encontrarle. El cuerpo yacía contra el estante rocoso, el barrido del quelpo le mantenía preso y luego le soltaba. Era empujado continuamente contra la plataforma y ella notó, en una parte tranquila del cerebro, que tendría que comprobar si tenía espinas si lograba llevarlo a la superficie.
Él no luchaba contra el quelpo ni trataba de estabilizar su cuerpo contra el barrido del océano. Le enganchó del brazo y él se revolvió, los ojos abiertos de par en par la miraron directamente. Se quitó el regulador y lo empujó a su boca. No había pánico en esos ojos, lo cual era bueno y probablemente indicaba que era un buzo, pero no había temor verdadero tampoco y eso la espantó. Él no podía aceptar simplemente la muerte, no si quería sobrevivir a esto. El agua estaba congelada y ella tenía que llevarle a cubierta a salvo tan pronto como fuera posible. No sabía cuán mal herido estaba. Los minutos, los segundos contaban ahora.
Mantuvo los brazos en torno a él, pateando con fuerza hacia la superficie, esperando que aguantara. Mantuvo la mirada fija en la de él, utilizando los ojos, diciéndole que le llevaría a la seguridad. Era un hombre grande. No luchaba contra ella, lo cual la sorprendía. La mayoría de la gente se habría asustado. El frío le estaba atrapando, haciendo sus movimientos letárgicos y pesados, pero cada vez que ella empujaba el regulador en su boca, él no protestaba y sabía lo bastante como para aguantar la respiración cuando ella utilizaba el regulador.
Se miraron fijamente el uno al otro, y ella juró que sentía como si cayera en esos ojos. Él no apartó la mirada, ni una vez, no como los otros siempre hacían. Era como si estuvieran tan conectados que si apartaban la mirada, ninguno llegaría a la superficie. Sintió como si el agua fluyera a través de ella hasta él y de vuelta, atándolos en un ritual extraño que no comprendía. Era difícil respirar, aún con el regulador. Todo su ser era absorbido por el de él como si sus latidos fueran los mismos, sus pulsos un ritmo único, los pulmones al unísono. Ella nunca se había sentido tan cerca de otro ser humano, ni siquiera de Daniel, su novio. Se sentía parte de este hombre, como si compartieran la misma piel, los mismos pulmones. Los ojos miraban fijamente al alma del otro.
A tres metros, ella indicó su calibrador y le sostuvo, le agarró por el cuello de la camisa, anclándolo. Por primera vez él se movió, apretando la mano sobre el corazón y luego en un lado de la cabeza. Ella divisó un rastro de sangre y se dio cuenta de que estaba herido. No estaba sólo frío, había sido golpeado contra las piedras y herido en la cabeza. Eso lo cambiaba todo. Debía llevarle a la superficie mucho más rápidamente de lo que pensaba. Pateó, pero él sacudió la cabeza, indicando que estaba bien y que esperara por lo menos el minuto necesario.
Rikki le miró de cerca, ahora un poco nerviosa porque algún tiburón fuera atraído y se acercara desde debajo de ellos. Tenía el estómago lleno de nudos, un signo siniestro. Tomó el regulador, aceptando aire y entonces señaló. Él no respondió pero no protestó cuando empezaron una vez más el ascenso. Él era pesado y se estaba volviendo más pesado por momentos Sintió el momento exacto en que dejó de respirar, vio los ojos sin vida, pero estaba todavía tranquilo, sin luchar, ningún momento de pánico donde la agarraba y luchaba contra ella. Simplemente se fue y ella se quedó sola, mirando fijamente a los ojos vidriosos.
Pateó con fuerza, llevándolos a la superficie, le puso de espaldas, tratando de mantener el regulador en su boca mientras buscaba el barco. Había sobrevivido al inmenso oleaje gracias a la envergadura extra que había utilizado. Fue difícil luchar contra la distancia hasta el barco con su carga, y ya estaba agotada por el golpe de la ola. Le llevó unos momentos descargar las redes desde el flotador y conectar los ganchos al cinturón de él. No había manera de empujar su peso al barco. Tendría que utilizar el pescante para subirlo a cubierta.
Dejó las redes llenas de erizos en el agua. Siempre dejaba la línea del pescante en el agua para enganchar un flotador y ayudarla con el problema de engancharlo desde la cubierta.
Trepando a bordo, se arrancó los guantes y los tiró a un lado mientras corría al pescante y apretaba el botón para levantarlo del agua. Le agarró del brazo y lo guió sobre la borda. El cuerpo cayó pesadamente sin fuerzas sobre la cubierta. Casi sollozando por el esfuerzo, le hizo rodar y le abrió la camisa para colocar la oreja sobre el corazón. Nada. Frenéticamente puso los dedos sobre el pulso del cuello.
– Maldito seas, no te mueras sobre mí. Respirabas hace un minuto. -Lo puso de lado y le levantó el torso, tratando de vaciarle los pulmones, entonces empezó con la resucitación cardiopulmonar, utilizando el regulador para empujar aire en los pulmones, como había hecho en el agua. Dos veces le golpeó el pecho con fuerza, tratando de poner en marcha el corazón.
– Vamos, regresa -siseó y siguió trabajando con el corazón. Estaba decidida. Él había estado compartiendo su aire, mirándola-. No hagas esto.
Puso la oreja sobre el pecho otra vez. ¡Allí! Débil. Un revoloteo.
– Eso es. Lucha -animó-. Quieres vivir.
Entonces le miró realmente. Era todo músculo. Músculo total. El pecho y las costillas estaban cubiertas de cicatrices. Balazos. Cuchilladas y cortes. Quemaduras. Se hundió sobre los talones jadeando. Tortura. Este hombre había sido torturado metódicamente. Había sido herido repetidas veces. ¿Quién era? ¿De dónde había salido? Echó una mirada alrededor. No había nada a la vista, ningún barco, ningún buque, nada de nada, y ella no había visto nada antes de bajar la primera vez.
– Aguanta -dijo en voz alta-, mandaré un Mayday y te sacaremos de aquí rápidamente.
Le dio la espalda y se apresuró hacia la radio VHF. Cuando la alcanzó, una mano se disparó por delante de la suya y sacó el cable del enchufe, antes de envolverse alrededor del cuello de ella y darle un tirón hacia atrás contra un pecho duro. El antebrazo casi la ahogaba.
Rikki le clavó los dedos en sus puntos de presión y se apoyó en el brazo, aplicando suficiente peso para girar, aunque la agarraba por el pelo y la atrajo de vuelta a él. Ella sujetó ambas manos sobre las del hombre, dejándose caer directamente hacia abajo y girando, retrocediendo y casi rompiéndole la muñeca antes de que él la dejara libre. Su atacante la rodeó rápidamente, demasiado rápido para evitarlo.
Ultrajada, Rikki explotó en una furia de puños, pies y cabezazos. Era ligera pero había afilado sus habilidades en la calle, en casas de acogida, en casas estatales, incluso en gimnasios. Sabía cómo golpear para hacer el mayor daño posible y cuando la atacaban, se defendía con todo lo que tenía. El hombre estaba obviamente malherido, pero era enormemente fuerte. Parecía saber qué punto de presión haría el máximo daño y era un hombre grande, muy musculoso.
Ninguno de sus golpes le desequilibró, pero dos veces le pateó el muslo peligrosamente cerca de la ingle. La rodeó rápidamente, envolviendo los brazos a su alrededor derribándola con fuerza. Ella golpeó la cubierta, boca abajo con la rodilla de él clavada en la parte baja de la espalda, todo su tamaño la sujetaba haciendo que fuera imposible moverse. Le escupió algo en un idioma que sonó como ruso. No pudo comprender las palabras, pero el borde muy afilado del cuchillo contra el cuello se lo dijo todo. Ella se congeló, el aliento salió en una larga exhalación de pura ira.
Él debía saber que Rikki estaba más enojada que asustada. A pesar de sus heridas, el cuchillo nunca vaciló. El hombre habló en un idioma extranjero, obviamente preguntándole algo. Su voz era intimidante, exigente, autoritaria.
Eso sólo agregó combustible a su rabia. Se olvidó del cuchillo por un momento y le pateó.
– Hable inglés o máteme, pero haga algo pronto o le empujaré ese cuchillo por la garganta. -Porque a pesar de todo, estaba un poco claustrofóbica con él encima de ella y la cara apretada contra la cubierta del barco. Tenía el mal hábito de perder el control cuando era empujada tan lejos y no confiaba en sí misma, no con un cuchillo contra la garganta.
Hubo un corto silencio.
– ¿Quién es usted? ¿Qué me ha hecho?
El corazón de Rikki saltó. Hablaba inglés con acento. Ciertos tonos le llamaron la atención y su voz tenía algo de riqueza que se depositó en su interior, que elevó su temperatura.
– Soy la persona que le ha salvado su lamentable culo y créame, siento haberle molestado. Dejé caer dos redes llenas de erizos por salvar su lamentable culo muerto. Soy el capitán, así que puede salir de mi puto barco. Y mientras está en ello, quitase de encima de mí.
No se atrevió a moverse otra vez porque el cuchillo no lo hizo, pero más pronto o más tarde, iba a desmayarse sobre ella otra vez. No podía imaginar que no lo haría y entonces arrojaría su culo desagradecido a los tiburones.
Lev Prakenskii mantuvo su peso sólidamente sobre la pequeña arpía que escupía y gruñía bajo él. Estaba mareado, desorientado y la cabeza le dolía como una hija de puta. No tenía ni idea de donde estaba o que estaba sucediendo, pero tenía que valorar y dar sentido a la situación rápidamente. Estaba en un barco pesquero. Sólo parecía haber una persona a bordo, una mujer con un problema de actitud.
No era fría y tranquila como un operativo. No estaba atemorizada como estaría un objetivo. Estaba furiosa. No podía ver que tuviera ninguna arma, sólo las herramientas de su arte. Nunca había visto un barco pesquero inmaculado, pero si había tal cosa, era este. Todo parecía estar en una condición prístina, aunque gastado por la edad y el tiempo. La podría matar instantáneamente, con el cuchillo o simplemente rompiéndole el cuello y tirando su cuerpo por la borda, coger su buque y escapar, o…
Ella hizo un sonido de pura ira, la rabia la recorría como una marea. Podía sentir como su resistencia le llegaba en ondas, cuando debería haber estado asustada a muerte. Había algo valiente en ella. Y ella realmente le había sacado del mar y revivido, eso era verdad, así que quizá le debía más que una muerte rápida. Ella hablaba inglés con acento norteamericano.
– ¿Quién es usted? -siseó con voz amenazadora. "Empujó" temor en ella, queriendo dominarla rápidamente porque su fuerza se estaba acabando.
– Soy su peor pesadilla -le respondió siseando, de ninguna manera intimidada. Los ojos oscuros no abandonaban su cara, no parpadeaban. Ella tenía una mirada feroz que le intrigaba cuando poco lo hacía ya. No parecía intimidada. De hecho, estaba tan furiosa, que se le ocurrió que podría estar pensando en intentar atacarle.
La risa onduló por su mente. Él no se había reído en años. No podía recordar sentir diversión, pero allí estaba. Estaba agotado, la cabeza parecía estar partiéndosele, no tenía la menor idea de donde estaba o quien trataba de matarlo y quería reír. Esta cosita de mujer pensaba que ella era su peor pesadilla. No tenía la mejor idea de qué había sacado del mar. Había utilizado una elección interesante de palabras para describirse. Estaba bastante seguro que ella era exactamente lo que parecía, un buzo, uno que había arriesgado su vida para salvarle. Él era exactamente lo que ella había dicho que era, la peor pesadilla de cualquiera, la auténtica.
Ella se tensó al oír el sonido que escapó de la garganta del hombre, algo entre un gemido y risa. Su diversión sólo descargó más combustible en su rabia.
– Pagará por esto -siseó.
– Lo siento. -Era sólo que ella era… extraordinaria. Y por primera vez en su vida, no estaba seguro de qué hacer con alguien.
– Mientras se ríe, mejor que no me haga ni un corte en mi traje de neopreno. Ya ha roto la radio. Suélteme. -Pronunció cada sílaba-. Pesa una tonelada.
Había tenido cuidado con el cuchillo. Su cuerpo temblaba por el frío, pero había mantenido las manos quietas. Era un insulto que ella pensara que podría cortarle ligeramente el traje de neopreno. Y debería haber estado preocupada por si le cortaba la garganta. Dejó salir el aliento y supo que su fuerza disminuía. Tenía que tomar una decisión. Vida o muerte. Estaba seguro que podría manipular a una mujer, tenía más armas en su arsenal que pistolas, pero estaba débil y eso le hacía vulnerable.
Un poco de mala gana, le quitó el cuchillo de la garganta y apartó su peso de ella. En el momento que estuvo libre, la mujer se lanzó sobre la espalda y se sentó, empujándose hacia atrás con los talones para poner distancia entre ellos. Reanimada, se arrancó la parte superior del traje de neopreno, indiferente a si exponía la piel suave a la mirada sorprendida del hombre. Arrastró una camiseta gruesa de detrás de ella y se la puso por la cabeza.
Se miraron mutuamente a través de la cubierta. En el momento que sus ojos se encontraron otra vez, el corazón de él se contrajo. La mujer tenía los ojos más oscuros que había visto jamás, turbulentos, tempestuosos, un terciopelo oscuro y feroz que parecía casi tan líquido como el mar mismo. Parecía una cosa salvaje, de humor variable, hermosa y fuera de alcance.
– ¿Quién es usted? -preguntó ella.
Esa era una buena pregunta. ¿Quién era él exactamente? Tenía muchos nombres. Muchas caras. Las personas que le veían raramente sobrevivían. Maldición, estaba cansado. Se frotó la cara y se manchó la mano con sangre. ¿Qué debía contarle? La necesitaba ahora. Necesitaba un aliado, un lugar donde ocultarse, recuperarse. ¿Qué llamaría la atención de una mujer como ella? Y ese era el problema: era difícil de entender.
Leía a las personas fácilmente. Era un regalo de nacimiento, de entrenamiento, de años de experiencia. Pero ella era difícil. Luchaba con la furia del diablo, era obviamente un alma libre aquí en el mar y tenía la mirada más directa que jamás hubiera visto en alguien. Se encorvó para hacerse parecer más pequeño y menos intimidante y se limpió la cara otra vez, manchándose deliberadamente con más sangre.
– Tiene un aspecto infernal -observó ella-. No puedo llamar al servicio de guardacostas porque arrancó mi VHF. Tendré que llevarle a la costa tan rápidamente como sea posible.
Él levantó la mano.
– No. No puedo ser visto. -Forzó una nota temblorosa en su voz-. Creo que alguien está tratando de matarme.
– Sorpresa -dijo, el sarcasmo goteaba de su voz.
No era exactamente la reacción que buscaba. Y la gente pensaba que él era una pesadilla social. ¿Dónde estaban toda la preocupación y la simpatía femenina? Le miraba con ojos oscuros y tempestuosos que todavía decían que quería darle una paliza. Ella no era la mujer más indulgente con quien se hubiera topado jamás. Intentó una sonrisa tentativa.
– No puedo culparla por estar molesta. Estaba desorientado. Creo que estaba en modo supervivencia. -Eso tenía mucho de verdad-. No comprendí realmente que estaba sucediendo. Pensé que usted me había atacado.
Ella respiró y asintió, aceptando su explicación. Lev tuvo la sensación de que se había acercado mucho a la verdad con ella. ¿Y cuál demonios era la verdad? Ya no lo sabía. Se encontró frotándose la sien y respingando cuando tocó los bordes mellados, en carne viva, de una herida.
– No puedo recordar que sucedió. ¿Usted lo sabe? -Eso sonó lo bastante patético para tocar incluso a un escéptico. Y empezaba a gustarle el rostro femenino, esa cara de duendecillo con las facciones increíbles. Ella no había apartado los enormes ojos de él, casi no había parpadeado. Le miraba como si él fuera un tigre agachado en la cubierta de su barco, preparado para atacar en cualquier momento. No se había relajado exactamente.
Los ojos eran demasiado grandes para esa cara y estaban bordeados con espesas pestañas negras. El cabello era espeso y un poco salvaje, con bordes desiguales que le daban más aspecto de duendecillo. El mentón era terco, la boca generosa. Ella le miraba con sospecha, pero él podía ver que tenía un talón de Aquiles, un punto delicado para alguien en problemas.
– Una ola asesina me sacó del barco de golpe. Le encontré en el agua, pero no tengo la menor idea de donde vino. Hay una plataforma a aproximadamente diez metros y usted se estaba estrellando contra ella La línea de la falla corre allí adelante y logré engancharle antes de que cayera. -Vertió agua fría en un trapo limpio y se lo entregó, manteniendo las manos a la vista y los movimientos lentos. Entonces le entregó un vaso-. Beba esto.
Tomó el vaso rozándole los dedos. El corazón le saltó. Se aceleró. Se quedó sin aliento. Frunció el entrecejo mientras se tomaba su tiempo para beberse el contenido. No tenía reacciones ante las mujeres, no reacciones verdaderas. No como esa. No inesperada y sin ninguna razón. El cuerpo se le congeló. Se sintió como si hubiera sido golpeado con un ladrillo una y otra vez. No era como si necesitara alivio sexual. ¿Por qué coño entonces reaccionaría él a su toque? No le gustaban los enigmas. Y seguro como el infierno no le gustaban las cosas que no podía explicar.
– Su nombre. -No era una pregunta esta vez.
Se pasó los dedos por el pelo mojado y mantuvo su expresión tan en blanco como le fue posible. Frunció el entrecejo como si tratara de recordar. ¿Qué utilizar? Necesitaba algo tan cercano a la verdad como fuera posible. Había algo acerca de ella que izaba una bandera roja. Como si quizá fuera una de esas raras personas que presentían las mentiras. Y maldición si no era malditamente bueno mintiendo, no conocía otro modo de vida.
– Lev. Creo que es Lev. No puedo recordar mucho.
– ¿Es usted un criminal? ¿Un contrabandista?
Él frunció el entrecejo y se frotó la sangre con la tela mojada.
– No lo sé.
La expresión de ella no varió mucho. Apretó los labios y parte de la tormenta en sus ojos se disipó. Él había tenido razón al no negar la acusación. Ella estaba más cómoda con su falta de conocimiento que si hubiera negado ser un criminal. Obviamente no era pescador. Estaba armado y parecía peligroso, aún tan golpeado como estaba. Ella no iba a comprar un acto inocente.
– ¿Sabe cómo ha llegado aquí? No he visto ningún otro barco antes ni después de que la ola golpeara.
La miró directamente a los ojos y se permitió un toque de temor en la mirada.
– No lo sé. Mi mente está en blanco. No puedo recordar que me sucedió ni quién soy. Pero cada vez que pienso en ir a las autoridades, tengo un mal presentimiento. -Eso era un riesgo calculado. Ella estaba sola en un barco pesquero en el océano. Una inconformista. Una solitaria. Una que no se asustaba fácilmente. Probablemente tenía aversión a la autoridad, a la policía y a las preguntas. Era una conexión entre ellos, pequeña, pero por fin había encontrado una. Podría encontrar más.
– Necesita un médico. ¿Qué demonios voy a hacer con usted?
El triunfo le atravesó. Los dientes le castañeteaban y podía sentir que los bordes del cerebro se difuminaban. Mantuvo la conciencia denodadamente.
– Gracias por sacarme del agua. -Se tocó el pecho como si doliera-. Me hizo la resucitación cardiopulmonar.
Ella le frunció el ceño.
– Utilicé el regulador.
Parecía importante para ella que él supiera que no le había tocado los labios, por muy tentador que fuera el pensamiento. Y, extrañamente, él lo encontró tentador. Ella tenía una boca muy atractiva y él se pateó mentalmente por notarlo. Nunca permitía que las emociones entraran en carrera. Su vida estaba en juego. Ella era… prescindible. Una extraña. No significaba nada.
Intentó una pequeña sonrisa, aunque su cara pareciera congelada.
– Por la sensación en mi pecho, la resucitación cardiopulmonar fue vigorosa.
– No soy buena en nada médico.
Él permitió que la mirada se deslizara sobre ella. Estaba demasiado delgada. Dudaba que alguien pudiera llamarla hermosa, pero tenía una cierta atracción salvaje, oliendo a mar, a sal y a traje de neopreno.
– Sin embargo lo manejó, gracias.
Ella parecía demasiado frágil para haberlo subido a bordo con pura fuerza, así que era ingeniosa y tenaz. La admiración por ella serpenteó en su interior y se asentó en algún lugar sobre el que no quería pensar.
Ella levantó la mano.
– No intente apuñalarme. Voy a traerle una manta.
Lev advirtió que había utilizado la palabra intentar. Todavía pensaba que ella era la que tenía el control. Él vigiló cada movimiento cuidadosamente con ojos entreabiertos. No importaba que estuviera en mal estado. Estaba alerta y preparado, listo para saltar si ella hacía un movimiento equivocado. Estaba atrapada en la plataforma con un depredador peligroso y se movía como si lo supiera, manteniendo las manos a la vista mientras sacaba una manta del armario para él, pero supo que ella no aceptaba el conocimiento. Obviamente no quería estar demasiado cerca así que le tiró la manta.
Lev no la desengañó de la noción de que estaba a salvo fuera de su alcance. Podría estar sobre ella en un segundo y conocía casi todas las maneras que había de matar a alguien. Suspiró cuando se envolvió la manta alrededor, todavía tiritando incontrolable.
– Gracias -murmuró otra vez. Estaba herido más severamente de lo que había adivinado al principio porque ella definitivamente se le estaba metiendo bajo la piel. Tuvo el sensación de que estaba tan incómodo con ella como ella lo estaba con él.
– Mire. Tiene una conmoción y si ha perdido la memoria, es grave. Ha sido golpeado contra el arrecife antes de que pudiera llegar a usted. Tengo que conseguirle ayuda. No podemos quedarnos aquí fuera.
– No voy a morir -la tranquilizó-. ¿Puede recuperar sus bolsas?
Ella parpadeó. Sorprendida. Él definitivamente la había sorprendido.
– ¿Mis bolsas?
– Con su captura. Dijo que había descargado su recogido para rescatarme.
Ella desechó eso.
– Necesitaba ayuda. Eso viene primero. Regresaré y veré si los puedo recuperar más tarde.
Rikki miró al agua y por primera vez él pudo leer su expresión. Había deseo. Necesidad. No por su cosecha perdida, sino por algo más. Su mente, tan tosca como era, tan oscura y nebulosa, comenzó a formar una idea que le dejó un poco sacudido. ¿Un elemento? ¿Podría ser esta mujer un elemento de unión? Dónde había un lazo a un elemento, existían por lo menos otros tres. Había leído acerca de tal cosa pero nunca se había topado con ello. Era un milagro de la naturaleza. Pero estaba esa mirada en su cara, casi adoración, ciertamente necesidad.
– ¿Ha vivido siempre cerca del mar?
Ella se encogió de hombros.
– No me gusta estar lejos del agua. Y así es cómo vivo.
Parecía imposible tropezar por accidente con algo que tenía el potencial de un tremendo poder. La llave de uno de los elementos. Agua. Sacudió la cabeza e instantáneamente su visión se enturbió, recordándole que probablemente estaba alucinando. La miró directamente a los ojos otra vez.
– No voy a ir a un hospital. No puedo permitirme demasiadas preguntas, no cuando no tengo respuestas. Sólo lléveme a la costa y encontraré mi camino.
Rikki frunció el ceño, dándose la vuelta, tratando de pensar cuando esos ojos intensos la desconcertaban más que un poco. Los ojos eran profundamente azules, como el mar mismo. Era magnífico. Y ella no se acercaba a hombres que fueran magníficos. Juzgó su altura en más de metro ochenta. Hombros anchos, pecho grueso y musculoso, caderas estrecha; era todo músculo. El hombre era una estatua mitológica andante, un chico de póster de las fantasías de mujeres. Todo el rostro era duros ángulos y planos. Parecía duro y ella no tenía ninguna duda que lo era. Tiritaba continuamente.
Maldiciendo para sí, supo que no podría abandonarle.
– Sabe que podría tener un coágulo de sangre. Se golpeó con bastante fuerza.
– Estaré bien. -Se acomodó más profundamente en la manta y las largas pestañas velaron los ojos azules, dándole a Rikki algún alivio-. Vaya a recoger su cosecha. No voy a ir a un hospital, así que no importa dónde estamos o cuánto nos lleve volver al puerto.
Rikki estudió su cara. Él podía tomar el barco mientras ella estaba abajo buscando las redes, pero parecía tonto no matarla simplemente y tirarla por la borda. Estuvo muy tentada de tratar de recuperar su cosecha. No podía permitirse la pérdida de los erizos ni de su equipo. Egoísta o no, era cómo se ganaba la vida y la granja necesitaba dinero.
– Llévese las llaves con usted si está preocupada -dijo él, sin abrir los ojos.
– Puedo amañar un motor -dijo-, así que adivino que usted también.
Él abrió los ojos y la miró directamente a los suyos con esa mirada penetrante que la sacudía. Océano azul, los ojos no tenían ninguna emoción real. Ninguna. Planos y tan fríos como el mar más profundo. Pero eran brillantes, como dos zafiros que la hipnotizaban. Se sacudió. O como una cobra. Él era su cosecha, sin rodeos, por difícil que fuera de manejar. Ella había sido la que le había sacado del mar y eso le convertía en suyo.
– Haga lo que sea que se sienta cómoda haciendo, pero verdaderamente, la necesitaré para sacarme fuera de aquí. No tengo el menor indicio de donde estoy o en qué dirección ir para volver a puerto.
Ella le estudió la cara. No estaba exactamente mintiendo, pero no decía la verdad. Estaba seguro de que encontraría el camino a la costa y ella también. Era un hombre ingenioso.
– Beba algo más de agua. Esto no tomará mucho tiempo -dijo, decidiéndose. Iba a tomarle la palabra. Si el bote arrancaba, ella podría “bailar” el agua por encima de él y devolverlo al mar.
Lev miró como vertía agua caliente del motor dentro de la parte superior del traje de neopreno y luego se quitaba la camiseta gruesa, se puso el traje con la inmodestia de un buzo. Lev no pudo evitar pensar que ella no le veía como un hombre, sino más como la cosecha que había sacado del mar. Una parte de él estuvo un poco descontento sobre eso, mientras que otra parte quería sonreír. Ella se concentraba totalmente una vez que decidía una línea de acción. Se estiró a por su equipo, encogiéndose de hombros apresuradamente para ponerse el tanque de rescate.
La miró prepararse para zambullirse con los ojos entrecerrados. Quería moverse, poner la mano en el agua y sentir la respuesta a ella cuando entrara, pero no podía reunir la energía. En vez de eso, la miró entrar. Miró como el agua se estiraba a por ella. Le daba la bienvenida, como si la envolviera y la sostuviera.
Contuvo la respiración cuando desapareció bajo la superficie brillante. Parecía pacífica, como parte del mar mismo, no torpe como algunos buzos que había observado con el paso de los años. Y el agua se vertió sobre y alrededor de ella, acariciando su cuerpo…
Se levantó un poco. ¿En qué demonios estaba pensando? La estaba perdiendo. El balanceo continuo del barco le hacía sentirse ligeramente mareado, lo cual habría encontrado ligeramente alarmante si su cerebro no estuviera tan borroso. Como fuera, sus náuseas eran sólo otra molestia entre tantas. Principalmente, el frío le molestaba. Incluso su interior estaba frío. El dolor lo podía manejar. Había vivido con dolor siendo niño cada maldito día. Podía caminar sobre cristal y seguir. Pero el frío…
No podía dejar de tiritar. Con ella fuera de barco, podía relajarse, sólo durante unos minutos, e intentar orientarse. Tratar de recordar que demonios le había sucedido y quien le quería muerto esta vez. La supervivencia importaba. Tenía un sentido fuerte de supervivencia, y esta mujer extraordinaria con su estilo de vida solitario podría ser su mejor oportunidad. Necesitaba tener un plan.
El sonido del agua lamiendo el barco era calmante. El Honda ronroneaba levemente en el fondo mientras le alimentaba de aire. De vez en cuando, llegaba el grito de alguna gaviota en lo alto. No levantó la mirada. Era demasiado esfuerzo. Esta mujer iba de la rabia a la calma en segundos. Era controlada. Tenía buenos instintos. Podía ver las mentiras mejor que la mayoría. Tenía unos ojos increíbles. Su cuerpo dio un tirón. ¿De dónde coño había venido eso? Las mujeres eran herramientas. Eso era lo que ésta era. Una herramienta. Para ser usada. Como cualquier cosa a mano.
Reclinó la cabeza para poder descansar un poco más cómodamente. Sólo esta vez, quería desaparecer. Ser otra persona. Cualquiera. Quería ser como todas esas personas que corrían de aquí para allá viviendo sus vidas. ¿Qué demonios era normal? Ni siquiera lo sabía. Él resolvía problemas. Mataba personas. Se movía dentro y fuera de las sombras y nunca surgía a la luz del sol. Esa era su vida y siempre la había vivido sin cuestionarla. ¿Y por qué podía recordar eso cuando no sabía cuál de los nombres ni caras en su mente era realmente la suya? ¿Qué jodida diferencia hacía que ella tuviera ojos increíbles? Y una boca muy generosa.
Se limpió la cara y miró la cantidad de sangre en la mano. Las heridas en la cabeza tendían a sangrar bastante. Debería coserla, pero estaba demasiado cansado. Los brazos se sentían como plomo. Era más fácil descansar debajo de la ligera manta plateada de supervivencia de alta tecnología y pensar en… ella. ¿Qué había en ella que le llamaba? Había dormido con muchas hermosas mujeres. Las había seducido. Usado. Extraído información esencial sobre lo que estaba trabajando y luego en algunos casos se deshizo de ellas si fue necesario.
No era capaz de emociones. La emoción estorbaba; cuando tenía doce años, había aprendido a no permitirse sentir nada por nadie. Hubo momentos de debilidad y este era uno de esos momentos. Pasaría. Estaba cansado, hambriento, tenía frío, y no tenía la menor idea de qué coño le había sucedido. Su mente estaba en blanco cuando trataba de recordar en que había estado trabajando. Detrás de quién había estado. Quién estaba detrás de él.
Su vida era el juego del gato y el ratón. La supervivencia era siempre el premio. Si no sabía qué demonios pasaba, ya estaba muerto. Necesitaba a la mujer. Era una herramienta para la supervivencia. El deseo de querer permanecer con ella no tenía nada que ver con sus ojos o su boca. O su genio llameante. Su absoluta pasión. ¿Cómo sería sentir pasión? ¿Tener a alguien con esos ojos mirándole a él y a nadie más? ¿Mirarle por ninguna otra razón que porque pensara que él era suyo?
Apretó las puntas de los dedos sobre las sienes y ejerció presión. Debía estar realmente débil y enfermo para estar pensando de esta manera. No había pertenencia. Ninguna casa. Nada suyo. No podía haber alguien para él. Era una máquina. No era humano. Había perdido su humanidad casi cuarenta años atrás en una escuela donde a los niños se les enseñaba a matar. A servir. A ser robots, nada más que marionetas. Frunció el entrecejo. ¿Qué cojones le pasaba a su mente? Uno no cuestionaba el servicio, ni quién o qué eran, pero, él había sido programado desde la niñez. No había desprogramador para alguien como él. Sólo una bala en la cabeza al final del día. Extraño que pudiera recordar detalles de su pasado pero no el por qué de ello ni de lo que le había sucedido.
Había rastreado a un predicador una vez, uno al que le gustaban los chicos y visitaba Tailandia a menudo. Sus apetitos eran insaciables. Justo antes de que Lev le disparara, el hombre le había dicho a Lev que él no tenía alma. En aquel momento no pensó en ello. ¿Por qué ahora? ¿Por qué contemplaba de repente la verdad de eso? La mujer le había mirado con sus ojos grandes y de pestañas espesas, oscuros como la medianoche. Misteriosa. Pero le había mirado a él. Dentro de él. Le había visto. Y por un momento, mientras le había mirado, él se había visto.
El corazón hizo un ruido sordo, y por primera vez desde que había sido un niño, el temor le atrapó con fuerza. Ella había visto dentro de él. Nadie le podía ver. Había construido una fortaleza, fuerte y poderosa, rodeando ése pequeño pedazo roto dentro de él que nunca había podido endurecer. Ella lo había visto, estaba seguro. El puño golpeó el costado del barco, con fuerza. Tenía que matarla. No tenía elección. Ella no podía vivir, no si sabía que era vulnerable.
Forzó aire en los pulmones. Sería fácil. Cortar su línea de aire. Dejarla allí abajo. Tomar el barco y hundirlo en algún lugar. Desaparecería en el océano como tantos pescadores lo habían hecho. Era lo inteligente, lo lógico. No se movió. Ni un músculo. Sólo se agachó, esperando que regresara. Esperando para ver esos ojos otra vez. Y eso era la cosa más estúpida que había hecho jamás en su vida.
Pensó que habría estado inconsciente durante algún tiempo. El barco crujía y se mecía, el movimiento habría sido calmante si no hubiera sido por las náuseas y el dolor de cabeza que no se iba. El cráneo se sentía como si estuviera a punto de estallar. Tenía sed, pero era demasiado esfuerzo levantar el agua a la boca.
Se sentó allí y trató de juntar las piezas de su vida. Venían a él en imágenes, imágenes melladas, todas violentas. Pedacitos de recuerdos de la niñez le obsesionaron con sangre y dolor. Las balas se estrellaron contra su cuerpo, perforando carne y hueso, desgarrando su interior. Sintió la hoja de un cuchillo, apuñalándole una y otra vez, cortando profundamente. Algo golpeó las plantas de los pies. El dolor engulló su cuerpo. Lo aceptó. Podía aguantar el dolor. Luchar con dolor. Actuar con dolor. Podía retener información, encerrarla en una parte de su mente aunque no pudiera acceder a ella.
Disciplina. La palabra se repitió una y otra vez en su cabeza. La murmuró como un talismán. Disciplina.
– Sí -una voz estuvo de acuerdo suavemente-. La disciplina es importante.
La voz era suave. Femenina. Demasiado joven. Sacudió la cabeza para aclararla. Tantos habían muerto y él no podía pararlo. Como una inundación.
– Shh -advirtió-. No hagas ni un sonido, por más que duela. Puedes vivir con el dolor. Sólo te harán más daño si haces algún sonido.
– No lo haré. No te preocupes. No haré ruido.
Una mano fresca le tocó la frente y él agarró la muñeca, sujetándola. Abrió los ojos de repente. No quería que nadie le tocara. La cara delante de él onduló, no podía centrarla. Apretó el puño, sin comprender que le estaba sucediendo. Era difícil ver, pero finalmente, entre la neblina, divisó un par de ojos densamente bordeados que le miraban. Su mundo se estrechó a esa mirada intensa. Negra como la noche, tan negra que los ojos eran casi púrpuras. Líquidos, como el mar en una noche tempestuosa. Un hombre podría ahogarse allí si se lo permitía. Siseó el aliento.
– El sexo es una herramienta. Nada más.
– Todo está bien. Todo va a estar bien.
Él sacudió la cabeza.
– No puedo salvarte si no me escuchas.
– Está bien. Te sacaré de esto.
La elección de palabras le desconcertó. Él era el que la sacaría. Pero había fallado. Les había fallado a todos. ¿Cómo podía saber ella lo que había que hacer cuándo él no lo sabía? Ella no trató de luchar contra el agarre, más bien permaneció muy quieta, como si supiera que cualquier movimiento accionaría sus instintos y ninguno de sus instintos era bueno.
La disciplina importaba. Empujando el dolor desgarrador lejos, forzó al cerebro a funcionar. El pulgar acarició de aquí para allá el interior de la palma. Ella se había quitado los guantes y él tocaba la piel desnuda. El centro de la palma atrajo su atención hasta que presionó las puntas de los dedos allí, trazando dos pequeños círculos una y otra vez, como si los pudiera grabar en su piel.
– Están perdidos -murmuró, las cejas se fruncieron en un ceño-. Los símbolos. Deberían estar justo aquí.
– Tienes una conmoción -explicó-. Debes ir a un hospital.
Él cerró los dedos en torno a la mano, apretando.
– Me matarán. Si me llevas allí, me encontrarán y me matarán.
– No te preocupes. No permitiré que nadie te mate.
Lev no tenía modo de decirle que él era su enemigo. No podía formar las palabras. Y eso le dijo que realmente no pensaba claramente. Todos eran o su enemigo o una herramienta. No había amigos en su negocio. Sólo necesitaba un lugar seguro para descansar, averiguar lo que pasaba.
– Te llevaré a algún lugar seguro.
Su voz era suave. Melodiosa. Una fantasía. Conocía una alucinación cuando estaba en una. No había hermosos ojos que le prometieran un santuario, le miraran como si vieran dentro de él y más allá de cada escudo, desnudándole hasta que fuera vulnerable. Si alguien realmente le veía, le matarían y tirarían su cuerpo por la borda, no lucharían por salvarle, y si no se las arreglaban para matarle, él tendría que matarles para proteger esa parte vulnerable de sí mismo.
– Corres peligro. -Trató de advertirle. Si ella era real y le miraba así, entonces por una vez en su vida, tenía que tomarse el trabajo personalmente. Esta vez nada más. Por esos ojos.
¿Qué demonios? ¿Se estaba ella quitando la ropa? ¿Su traje de neopreno? Nadie colgaba su traje de neopreno, ¿no? Utilizó un cubo de agua dulce para aclarar el agua salada y se lo echó por encima sin ninguna vergüenza, como si él no estuviera allí mirando como la toalla se deslizaba sobre su cuerpo antes de que se pusiera los vaqueros y se medio abotonara una camisa. Tenía cicatrices en las piernas y pies; estaba seguro de ello. Había trazado un mapa de su cuerpo en la cabeza. Estaba hipnotizado por la forma de ella, el aspecto de la piel suave. Tan delgada pero aún así completa.
Mientras se vestía, sus movimientos fueron rápidos y eficientes, no había movimientos de coqueteo ni insinuaciones de seducción, casi como si pensara en ella solamente, aunque ésos ojos oscuros y negros le perforaron. Ella no tenía adornos, ni piercings, ni siquiera en las orejas, pero tenía un tatuaje fluyendo por una cadera. ¿Lágrimas? ¿Gotas cayendo? Ella lo había mantenido apartado de él y eso sólo le intrigaba más. Tuvo un deseo loco de lamer esas gotas que brillaban sobre su piel. La plataforma debajo de él vibró. El barco se meció más.
– Aléjese de las redes. Esas espinas dorsales no son tóxicas, pero pueden pincharle y atravesar la piel. Tuve una intervención quirúrgica después de que una me atravesara la mano. Atraviesan neumáticos de coches y causan pinchazos. Cuando cierro los ojos de noche, a veces las veo por todas partes y no puedo huir de ellas, como si me cazaran. Pueden ser malas noticias. Los he alejado de usted, pero no se mueva mucho.
Él quiso reírse de la advertencia. ¿Debía tener miedo de los erizos de mar? Eso era realmente risible. Estaba más allá de una alucinación, estaba loco. ¿Erizos de mar? ¿Espinas? ¿Dónde demonios estaba? ¿Un parque de atracciones temático? Lo sintió en el muslo y encontró la presencia tranquilizadora de su cuchillo. Un profesional lo habría registrado y encontrado múltiples armas. Ella no le había tocado, aparte de golpearle en el pecho y conseguir que el corazón funcionara otra vez.
¿Qué era real? ¿Qué estaba en su mente? El cráneo apretó contra el cerebro y pequeñas explosiones hicieron eso hasta que tuvo que agarrarse la cabeza y sostenerla. El barco lo zarandeó un poco, como si se apresuraran por el agua, pero ella le dejó sólo. Necesitaba ese espacio para reunir sus defensas y pensar un plan de acción. Cada movimiento del barco era una agonía, pero estaba acostumbrado al dolor y le estabilizó. Lo utilizó para concentrarse, para controlar la mente astillada.
Primera cosa, valorar la situación. Básicamente estaba jodido. Tenía múltiples identidades, pero no tenía la menor idea de cuales eran seguras de usar o cual era la verdadera. No podía recordar cómo conseguir acceso al dinero ni a armas. No estaba seguro de que tenía con él. Sabía que corría peligro, pero de quien o de que, no tenía la menor idea. Estaba en territorio enemigo, pero no había indicio de cómo había llegado allí o cual era su misión. No tenía la menor idea de a quien se suponía que tenía que informar. Si la cabeza no doliera tanto, la aplastaría contra la pared de pura frustración.
Sólo podía vislumbrar pedazos de su pasado. Fragmentos de violencia, de huidas, de peligro. No tenía familia. Nada suave en su vida. Nada vulnerable. No tenía amigos. No confiaba en nadie. ¿Qué clase de vida vivía de todos modos?
– Nada tiene sentido -murmuró en voz alta-. Ella no tiene sentido.