Capítulo 4

Sus hermanas tenían que volver pronto a casa. Rikki caminaba de un lado a otro en el porche delantero. ¿Cuánto tiempo duraba una recepción de todos modos? ¿Iban a estar bailando toda la noche? Se frotó la palma que picaba en el muslo y luego la apretó con fuerza contra la tripa. ¿Qué demonios la había poseído para traer a alguien a casa y meterle dentro? Debía haber estado loca. Nadie permanecía en su casa. No podía quedarse aquí dentro con él. Tenía que sentarse fuera y deseaba tener un café. No iba a entrar a hacerse uno tampoco.

Se metió el pulgar en la boca y lo mordisqueó. ¿Y qué si él necesitaba algo? ¿Qué si gruñía? En su cama. Ajjjj. Las repercusiones de su tonta decisión eran abrumadoras. Era un completo extraño y más probablemente un maniaco homicida, a juzgar por sus armas y sus reflejos. Caminó de un lado para otro, resoplando de furia y murmurando entre dientes maldiciones y amenazas contra él.

No era ni siquiera seguro tenerlo en casa. Si Blythe y las otras tenían razón y ella no era una sociópata, entonces alguien trataba de matarla y a cualquiera que viviera con ella. O, ella odiaba tanto a la gente cercana que trataba de matarlos quemándolos vivos y luego no lo recordaba. De cualquier manera, no era un buen escenario.

Se dio la vuelta y fulminó la puerta. No podía entrar en su propia casa. Un hombre. Un hombre con una muy grande… Enterró la cara en las manos. ¿Por qué tenía ella que pensar en esa parte de su anatomía? Debería estar pensando en lo loco que estaba, en sus cicatrices y cómo las había conseguido, o en sus armas y lo que eso significaba.

Había pensado en él desnudo mientras se duchaba y se lavaba la cabeza. Su cuerpo había reaccionado ante su recuerdo. Había sentido como comenzaba el rubor en la tripa y le subía por el cuello. Unos dedos de conocimiento se arrastraron por su espina dorsal y sintió un hormigueo sobre los muslos. Su matriz latió con necesidad. Su amada agua, en vez de envolverla como una manta y consolarla, se había sentido sensual en la piel.

Había enjuagado meticulosamente su traje de neopreno y lo había colgado, fregando el cuarto de baño y la ducha después de usarla, y luego puso la ropa en la secadora. Había caminado por el salón de un lado a otro mientras las paredes se acercaban cada vez más y sus pulmones no podían conseguir suficiente aire. Para escapar al conocimiento de él desnudo en su cama, había huido de su propia casa desesperada.

Se apretó la palma de la mano contra la frente. ¿En qué demonios había estado pensando al traerle a su casa? Nadie entraba en su casa, eso no pasaba. Bien, Blythe lo hacía, para conseguir su café, pero siempre, siempre lo bebía en el porche. Nunca corría riesgos. No con las mujeres que habían creído en ella, que le habían ofrecido una familia, que la querían a pesar de todos sus defectos.

Se mordió el pulgar. ¿Dónde estaban? ¿Por qué no estaban en casa? Blythe tenía que volver a casa y salvarla de su propia estupidez. Quería a Lev fuera de su casa ahora. El ir y venir duró horas. Finalmente se dio cuenta de que tenía que ir a comprobarlo. No había nada más en ello. Si tenía suerte, estaría muerto ya y entonces no tendría más que resolver cómo sacarle. Quizá le tirara de vuelta al mar.

Sintiéndose un poco regocijada con ese pensamiento, cuadró los hombros, echó un largo vistazo alrededor y se armó de valor para volver adentro. En el momento que entró en la casa, sintió su presencia. Parecía llenar cada cuarto. La casa olía al aceite de Lexi, un débil olor a almendras y limón. Rikki se frotó el puente de la nariz y después de un momento de indecisión desechó las gafas de sol. La casa estaba a oscuras y él probablemente estaba dormido. Sabía que llevaba las gafas como una armadura y para evitar que los demás se sintieran incómodos con su mirada directa. La manera en que él la miraba a los ojos…

Resopló con furia y se movió tan en silencio como fue posible hacia la puerta del dormitorio. Él ocupaba toda la cama. Su respiración era uniforme, pero de algún modo, supo que fue instantáneamente consciente de su presencia. Como un depredador. La intranquilidad que crecía dentro de ella estalló en una pelota inmensa de bilis. Iba a tener que quedarse con él. Aquí. En su casa. Esa era la consecuencia de su estupidez.

No se atrevía a entregárselo a una de sus hermanas, ni siquiera a Blythe. Era demasiado peligroso. Apretó las puntas de los dedos sobre las sienes. ¿Qué estaba mal en ella? Realmente no tenía instintos de supervivencia como las otras personas. Aunque sus "hermanas" le tomaran el pelo con que era paranoica, actuaba sin pensar en las cosas. Este hombre nunca podría ir a la casa de Blythe con sus armas y sus reflejos. Rikki era responsable de él, no las otras. Tenía que proteger a las otras.

– El temor huele.

El corazón de Rikki saltó.

– Si piensas que tengo miedo de ti, te equivocas -contestó ella-. No tengo gente en mi casa y pensé que podía pedirle a una de las otras que tratara contigo pero me di cuenta de que no puedo hacerles eso.

– Así que estás pegada a mí.

– Algo así.

Supo que sonaba malhumorada y menos que amable, pero él había irrumpido en su mundo. Su hogar era su santuario y él lo había invadido.

– ¿Cuándo dices que no tienes personas en tu casa, significa eso literalmente, verdad?

– Sí. -Ahora sonaba triste-. Ni siquiera me gusta hablar con la gente.

Él podría muy bien saber que no iba a ser ninguna clase de enfermera tranquilizadora.

– ¿Puedes encontrar alguna clase de aspirina?

Ella se encogió de hombros y atravesó el dormitorio hacia el baño principal. Todas las medicinas estaban guardadas en su cuarto de baño personal. Tenía un cuarto de baño de huéspedes, siempre meticulosamente limpio, pero nadie jamás lo había utilizado. Aún así, no guardaría sus medicinas personales en el cuarto de baño de huéspedes. Encontró el bote y sacó dos píldoras. Nunca bebía agua en el cuarto de baño tampoco, así que tuvo que entrar a la cocina para conseguir el agua. Se lo pasó sin decir una palabra, o darle cualquier explicación de qué o por qué hacía algo. Su opinión sobre ella no importaba. Tenía sus maneras de hacer las cosas y encajaban bien con ella.

Como siempre cuando abría el grifo, el agua pareció ser una corriente plateada de brillante belleza. Podía ver la perfección en cada gota cristalina individual. No podía resistirse a tocar, a permitir que el agua cayera en cascada sobre sus manos, su piel y se fundiera con ella de esa manera consoladora, como guantes vivientes. Giró las manos con las palmas arriba y permitió que el agua golpeara el centro exacto de la palma izquierda, donde la débil y perturbadora marca había desparecido, pero la sensación parecía permanecer, como si hubiera sido marcada de alguna manera bajo la piel.

El agua no sólo apaciguaba la palma, sino que era sensual, fluyendo sobre la piel como seda. Sintió una conmoción entre las piernas, un latido de calor, una ráfaga de fuego por las venas. Los senos le dolieron. Unas pequeñas sensaciones de excitación, ligeras como plumas, como dedos vagando por los muslos.

¿Qué demonios estás haciendo?

Oyó la voz claramente en su cabeza. La voz de él, espesa con deseo, con la misma necesidad que corría por todo su cuerpo.

Jadeando, sacó las manos del agua que corría. Escuchó el eco de su jadeo desde el otro cuarto. Por un momento su cuerpo latió con un deseo tan agudo que no pudo pensar claramente. El sentir lo era todo. Sensaciones de necesidad, de lujuria, de deseo desesperado inundaron su mente. Captó una imagen de él lamiéndole el muslo hasta la cadera, la lengua saboreando las gotitas de agua que le bajaban por la pierna. ¿El deseo de él? ¿El suyo? No podía estar segura. Sólo sabía que nunca había experimentado tal necesidad y estaba relacionada con un completo extraño.

Todavía podía sentir los músculos dentro de su cuerpo, duros y definidos, él se había sentido como terciopelo sobre acero. De algún modo las yemas de los dedos le habían absorbido dentro de ella, para que viviera y respirara en ella. Miró alocadamente por la cocina y por primera vez desde que había entrado, su hogar ya no era su refugio. Apretó el pulgar con fuerza en la palma y salió corriendo bruscamente al porche donde podía respirar. Puso la cabeza entre las rodillas, sintiéndose un poco débil.

– ¿Rikki?

Giró la cabeza sin levantarla, todavía agachada y con los ojos cerrados. Inmediatamente sintió como si cayera en él, como si se convirtiera en parte de él. Lev estaba envuelto en una manta y estaba balanceándose en la puerta. Gotas de sudor le punteaban la frente y su piel parecía gris.

Carraspeó.

– ¿Estás bien?

Él parecía jodido, pero le estaba preguntando si estaba bien. Se enderezó lentamente, sin romper el contacto visual. Dudaba que pudiera haberlo hecho aunque lo hubiera intentado. Era una prisionera ahora, conectada a él, una parte de él, y no tenía ni la menor idea de qué hacer con ello.

– No lo sé. ¿Y tú?

Él sonrió inesperadamente, un destello breve de dientes blancos, aunque los ojos azules no cambiaron de expresión.

– Me duele le cabeza. -Sus ojos se calentaron entonces-. Y también el cuerpo. Lo que sea que estabas haciendo, se sentía como si me tocaras… íntimamente.

Ella apretó el pulgar con más fuerza en el centro de la palma.

– Debes volver adentro antes de que te caigas.

– Ven conmigo.

Ella suspiró.

– Es difícil.

– Porque no permites a nadie en tu hogar.

La manta resbaló y ella vislumbró la larga y firme columna del muslo antes de que la subiera. Él había dicho hogar, no casa. Su descripción le llegó adentro.

– Vamos. -Ella dio un paso acercándose y le deslizó el brazo alrededor de la espalda, permitiendo que se reclinara sobre ella-. Vuelve a la cama. Te daré alguna aspirina. ¿Puedes comer algo?

– No. Todavía me siento mareado. Creo que me llevé un golpe bastante feo en la cabeza.

Cerró la puerta detrás de ellos y la atrancó.

– Buena cosa que tengas la cabeza dura. -Miró la puerta y luego a él-. ¿Estás preocupado por los visitantes? No es como si tuviera muchos.

– Tu familia.

Asintió.

– Sí, mis hermanas vienen pero, generalmente, no entran en la casa. Blythe viene a veces por la mañana a por café y se sienta en el porche conmigo. Sólo abren la puerta y me llaman.

– No querría disparar a nadie por accidente.

Ella le frunció el ceño mientras le bajaba a la cama.

– Sigue con esas amenazas y tiraré tus armas al pozo.

– ¿Creíste que eso era una amenaza? -Su voz era dulce-. Te daba una advertencia. No tengo ninguna pista de qué demonios me ha pasado. Sólo una sensación de peligro y un instinto muy grande de supervivencia. Realmente no desearía herir a nadie que te importe.

Ella pudo ver la sinceridad en sus ojos, pero no se fiaba de sus motivos. Era más probable que estuviera emitiendo una advertencia, así que mantendría a todos lejos de él y así podría ocultarse sin preocuparse. En su casa. Su ceño se profundizó cuando le ayudó a sostenerse en una posición sentada. Remetió las sabanas en torno a él con la misma atención meticulosa a los detalles con que hacía todo lo demás.

Esperó hasta que se tomó la aspirina y bebió el agua antes de hablar otra vez.

– Puse tu munición extra debajo de la cama. Tienes bastante para comenzar una pequeña guerra.

Lev estudió su cara. Tenía un pequeño mentón terco. Decidió empujarla un poco más. Ella no le había echado todavía.

– No permitas que sepan que estoy aquí.

– ¿Mis hermanas? -Le dio ese pequeño ceño que él ya había empezado a buscar-. Yo no miento a mis hermanas.

– No te pido que mientas. ¿Preguntarán si tienes un hombre en tu casa?

Tocó con la punta del pie una mota imaginaria en el piso de madera.

– No.

– Entonces no tenemos ningún problema, ¿verdad? Debería estar fuera de aquí pronto.

– Ni siquiera puedes andar por ti mismo. -Levantó la mano para que no hablara-. Pensaré en ello. -Continuó mirándole a través del velo grueso de sus pestañas-. ¿Vas a explicarlo?

– ¿Explicar qué? No puedo recordar mi propio nombre.

– Por qué oí tu voz en mi cabeza. Y no me digas que no sucedió. Puedo ser extraña, pero no oigo voces.

Sus ojos eran tan negros y brillantes como la obsidiana. Estaba fascinado. Advertencias de tormenta.

– Era tu voz. Dijiste, “¿qué demonios estás haciendo?” No lo dijiste en voz alta. Estaba en mi cabeza.

Él no podía apartar la vista de su mirada. Quería despertarse con esos ojos cada mañana. Que fueran la última cosa que viera antes de dormir. Llevárselos con él a sus sueños. Nadie debería tener ojos como esos.

– Quizás sea telepático. -Se encogió de hombros-. No tengo una explicación.

Debería haberle acusado de estar loco pero no lo hizo.

– Sé que algunas personas tienen dones extraordinarios. Hay una familia en el pueblo…

Se calló como si le estuviera dando información confidencial. Algo se revolvió en la memoria de él, pero no pudo sujetarlo. El vistazo le eludió antes de que pudiera atraparlo y sostenerlo. Frustrado, le estudió la cara. Le gustaba mirarla. Tenía ángulos.

– No sé nada de dones extraordinarios, trataba de proponer una explicación plausible. ¿Eres telepática?

– ¡No! Absolutamente no.

Se frotó la palma como si le doliera.

Él le tendió la mano.

– Déjame ver.

Ella acunó la mano en actitud protectora.

– Creo que no. -Se retiró el pelo-. Mira, es realmente tarde. Por qué no vuelves a dormir. No deberías estar incorporado de todos modos. Podemos resolver todo esto más tarde.

Mantuvo la mano tendida.

– Déjame mirar.

– ¿Te ha dicho alguien que eres insistente?

Sintió que la diversión brotaba otra vez. La herida de la cabeza dolía como un hijo de puta, pero estaba preparado para sonreír.

– No puedo recordar mucho, así que diré que no.

– Dada tu personalidad, eso es probablemente mentira -indicó y dio un paso más cerca de la cama, la desgana se mostró en la oferta lenta de la mano.

Cerró los dedos en torno a su muñeca y la atrajo hacia él con una presión constante y firme. Cada vez que las yemas de los dedos le tocaban la piel, él se sentía absorbido, conectado a ella, como si se hundiera más profundamente en ella. Estaba casi desesperado por unir sus cuerpos. La sensación que ella le daba al tocarse, piel con piel, era exquisita. Ella le deleitaba. Le intrigaba. Hacía que su cuerpo doliera de maneras maravillosas. Era una experiencia nueva y una, que al principio, no deseaba, pero ahora que comenzaba a razonar otra vez, podía disfrutar de cada momento, de cada sensación conmovedora.

Frotó la yema del pulgar sobre el centro de la palma, trazando los dos círculos unidos, aunque no los podía ver. Su cerebro trazó las posiciones y las grabó. Cada instinto, cada recuerdo de ella era exacto. Sabía con exactitud donde se habían hundido esos círculos bajo la piel de la palma. Empujó un calor sanador en ella. Había aprendido a curar heridas secundarias en su propio cuerpo cuando era niño, utilizando la energía en torno a él. Le rodeó la mano con la energía que extrajo y la empujó a su palma.

– ¿Se siente mejor?

Hubo silencio. Levantó la vista y se encontró con su mirada. Ella no miraba la palma; en vez de eso, tenía los ojos pegados a su cara. Sintió la sacudida ahora familiar en la vecindad del corazón cuando fijó la mirada en la de ella.

– Puedes hacer cosas que otra gente no -susurró, sonando ligeramente atemorizada-. Mi mano dolía y ahora no.

– Me alegro. Después de todo lo que has hecho por mí, no he mostrado mucha apreciación.

Retuvo la posesión de la mano, acariciándola con el pulgar, tratando de hipnotizarla descaradamente. No quería que le dejara, no con su corazón palpitando y la cabeza tan malditamente confundida. A veces, como ahora, pensaba que ella le pertenecía.

– Lexi puede curar cosas, pero con las cosas que crecen. Puede mezclar varias plantas y ponerte bien en horas. Es asombrosa. Y puede hacer que cualquier cosa crezca. Ella se encarga de todo el jardín, aunque todas nosotras ayudamos. Pero no puede tocar a nadie.

Él le envió una pequeña sonrisa, tirando un poco para que se hundiera en la cama a su lado. Ella alisó automáticamente la manta cuando se hundió más abajo, pero no apartó la otra mano de la de él cuando Lev la levantó para inspeccionarla.

– No creo que sea justo decir que he curado nada. No tenías ni un corte.

Él levantó la mano a su cabeza que palpitaba, rozando los dedos sobre las tiritas.

Rikki tiró hasta que él, de mala gana, la soltó.

– Duerme. Es muy tarde y yo me levanto temprano. No saldré en el barco mañana, pero veré si puedo recoger alguna noticia en el pueblo de lo que puede haberte sucedido.

Cuando se puso de pie y medio se giró, él sintió la primera insinuación de malestar que lo puso en alerta inmediatamente. Golpeó rápido y con fuerza, le agarró de la muñeca y la arrastró abajo a su lado.

– Alguien viene por el camino.

– Veríamos los faros.

– Acaban de girar, pero definitivamente están en el camino que lleva a tu casa, no en uno de los otros. -Aún en su estado debilitado, había captado vistazos de la disposición de la granja. Había elaborado varias rutas de escape en la cabeza. Ella se meneó, tratando de soltarse, pero obviamente estaba más preocupada por herirle a él-. Para y escucha -siseó-. Te cubriré desde el salón. Si suben a la casa, abre la puerta y déjala abierta pero da un paso a un lado. Podré verte, así que permanece dentro de la vista al lado izquierdo del cuarto.

– Es mi hermana. Sabe que he salido a bucear y está comprobando que estoy a salvo en casa. Vendrá a la puerta de la cocina, no por la puerta principal. Y tú necesitas madurar. Ajjj, cualquiera pensaría que quieres disparar a alguien.

– ¿Crees que no puedo decir que estás preocupada porque alguien te está cazando? Tienes alarma en las ventanas y las comprobaste todas para asegurarte que no las habían tocado. Rodeaste la casa buscando huellas y cualquier alboroto en tus plantas. Incluso la disposición de las plantas es más para atrapar a un intruso que para verlas.

Los faros derramaron luz de repente a través de la pared del salón, demostrando que él tenía razón.

– Todas las puertas están cerradas, no con cerraduras estándar sino con cerraduras de seguridad, y cuando cerré la puerta, no protestaste. Estabas más preocupada por lo que había ahí fuera que por lo que está dentro de esta casa contigo. No discutas conmigo. Ayúdame a llegar a la cocina y te cubriré desde allí, sólo para estar en el lado seguro.

Ella le miró con sospecha y él no podía culparla. Todavía no había decidido que hacer si ella le contaba a alguien que estaba allí. Estaba confundido y supo que eso le hacía doblemente peligroso, un animal salvaje atrapado y luchando por la supervivencia. Los trozos y pedazos que tenía en el cerebro no eran buenos. Ninguno de ellos. Lo único bueno era esta mujer que le miraba fijamente con enormes ojos de bruja, oscuros por la desconfianza.

Otra vez, notó, no había temor. Ninguno. Se preguntó que sería ver confianza en esos ojos. Ella dio un pequeño asentimiento.

– Es Blythe -aseguró-, pero si te sientes más seguro “cubriéndome”, entonces estoy bien con eso.

No agregó su advertencia habitual, pero su boca era una línea terca. Él tuvo el impulso repentino de inclinarse hacia delante y besarla. La cabeza casi le estalló antes de que se diera cuenta de que había hecho realmente un movimiento hacia ella. Rikki no se había movido y sus labios estaban a centímetros. Se miraron fijamente el uno al otro. Ella hizo una mueca pequeña con los labios y se deslizó fuera de la cama.

Lev la soltó inmediatamente y, tratando una cantidad mínima de modestia, envolvió la manta más apretadamente a su alrededor, incluso cuando agarró su arma favorita.

Rikki permaneció silenciosa cuando envolvió el brazo alrededor de su cintura y le ayudó a levantarse. No sabía porque le daba el gusto. Debería haber cogido el arma y golpearle en la cabeza con esa cosa tonta. Era sólo un poco molesto que él hubiera captado sus medidas de seguridad, tan herido como estaba. Ni una vez lo había notado alguien de su familia, y le gustaba así.

Le puso en una silla y salió al porche de la cocina, dejando la puerta abierta como le había dicho. Miró a Blythe salir del coche.

– ¿Te has divertido?

Gritó lo bastante fuerte para que Lev no pudiera fallar en darse cuenta de que era, de hecho, su hermana y de que podía apartar el arma.

– Estaba preocupada por ti. Traté de llamarte al móvil varias veces. Te dejé cuatro mensajes en el contestador.

Blythe cerró la puerta y subió la escalera. Alcanzó a Rikki y la abrazó.

Rikki trató de devolverle el abrazo. No le importaba que Blythe la tocara, pero siempre se sentía incómoda, insegura de que hacer, así que generalmente se quedaba de pie y esperaba que acabara, sintiéndose ridícula. Reconoció que Blythe estaba afligida.

– Lo siento. Nunca pienso en verificar mis mensajes y no tengo ni idea de donde está el móvil.

Echó una mirada alrededor como si lo fuera a encontrar en un parterre.

Blythe subió al porche y se dejó caer en su silla predilecta.

– Hubo una ola inmensa, Rikki, salió de ningún lugar. Las Drake la pararon, pero tuve miedo de que te hubiera atrapado en alta mar cuando vino.

– Me atrapó. Golpeó mi barco -admitió Rikki.

Mantenía su cuerpo entre Blythe y la puerta, permaneciendo recta y asegurándose que Lev no tuviera un disparo si se sentía tan inclinado a disparar. No iba a colocar a Blythe en peligro.

Blythe palideció, los suaves ojos castaños se abrieron de par en par mientras miraba a Rikki en busca de daños. Rikki no pudo impedir que la mano vagara al cuello para cubrir los moratones que tenía allí.

– Estaba a punto de bajar para otra carga cuando golpeó, así que tenía el equipo puesto. No fue nada.

– Por supuesto que lo fue. Dime que sucedió.

Rikki se encogió de hombros.

– Me tiró del barco y bajé aproximadamente diez metros. Me empujé el regulador en la boca y estuve bien.

Blythe sacudió la cabeza.

– Cariño, no puedes seguir zambulléndote sola. Necesitas un tender.

– Si hubiera tenido un tender en el barco, no habría tenido el traje ni el tanque, y habría estado en el agua conmigo. En vez de mi propia supervivencia, habría tenido que pensar en alguien más. No tengo que preocuparme por nadie cuando estoy allí. Si algo sucede, dependo de mí misma. Cuéntame sobre la boda -agregó para cambiar de tema.

Blythe sonrió inmediatamente.

– Ha sido tan hermoso. Todos acabaron por casarse. Jonas y Hannah tuvieron que acompañar a todos. Elle y Jackson despegaron con rumbo a su luna de miel. Creo que van a viajar por Europa. Creo que todos salieron para su luna de miel a excepción de Jonas y Hannah porque ellos ya han tenido la suya.

Rikki frunció el entrecejo un poco ante la mención de Jonas y Hannah. Jonas Harrington era el sheriff local y siempre la ponía inquieta. Le había atrapado mirándola unas pocas veces y había tenido la sensación de que había excavado en su pasado y la vigilaba en caso de que hubiera algún fuego. Quizá sólo estaba paranoica, pero permanecía tan lejos de él y sus ayudantes como podía.

– ¿Alguna otra noticia? -incitó.

– Creo que Joley quizás esté embarazada -dijo Blythe-, pero es sólo una suposición.

Esas no eran exactamente las noticias que Rikki buscaba.

– ¿Os habéis divertido?

Blythe asintió.

– Todos preguntaron dónde estabas. Lexi bailó a rabiar. Esa chica es asombrosa en la pista de baile. Ojala pudiera aprender sus movimientos. -Se rió suavemente, los ojos brillantes con orgullo-. Ella y Lissa han sido muy populares esta noche. Todos querían bailar con ellas.

Rikki sonrió. Lissa y Lexi tendían a ser el centro de atención dondequiera que estuvieran. Nadie podía evitar mirarlas. Estaba tan orgullosa de ellas como Blythe.

– Pareces cansada, Rikki -dijo Blythe-. Deberías estar en la cama.

Rikki se encogió de hombros.

– Siempre me preocupo hasta que todas estáis a salvo en casa.

Era una concesión mezquina admitirlo, pero con Blythe estaba a menudo más comunicativa que con cualquier otra. Había algo maternal en Blythe y Rikki había olvidado lo que eso era. Blythe podía arrancarle emociones cuando nadie más podía.

Blythe le dio una sonrisa que provocó un débil resplandor dentro de Rikki.

– Sé que lo haces. Las otras han compartido el coche. Están ya en sus casas y a salvo. Vete a dormir.

Rikki no tenía la menor idea de cómo iba a hacer eso, pero se las arregló para encogerse de hombros despreocupadamente y saludó cuando Blythe se dirigió de vuelta al coche. Rikki esperó hasta que el coche se alejó sin peligro antes de volver adentro. Las luces estaban apagadas, pero cuando miró a la silla donde había colocado a Lev, pudo ver que estaba vacía. Asustada, echó una mirada alrededor del cuarto, el corazón palpitando.

Estaba boca abajo en el piso, en un ángulo desde donde habría podido disparar a Blythe mientras estaba sentada en la silla. Rechinando los dientes cerró la puerta y echó el cerrojo antes de atravesar a zancadas el cuarto para pincharle en las costillas con el pie.

– Eres realmente molesto. Hablo en serio.

– Te dije exactamente qué hacer y no escuchaste -dijo con brusquedad, su tono impaciente-. Ha dolido una barbaridad gracias a tu incapacidad para poner atención.

Ella siseó mientras el enojo se mezclaba con la adrenalina.

– Atendí, cretino. No acepto órdenes de ti ni de nadie más. No se me ocurrió que estarías tan decidido a dispararle a alguien que correrías el riesgo de hacerte más daño. Juro, que si haces una cosa más para fastidiarme esta noche, pondré tu lamentable culo de vuelta a mi camión, te llevaré a los precipicios y te tiraré. Ahora levanta.

Él la miró durante mucho rato. Los ojos de ella estaban ardiando, los suyos helados. Se miraron el uno al otro una eternidad, Rikki trataba de seguir airada, lo cual generalmente era bastante fácil de hacer. Estaba o feliz o triste o enojada, nunca había un intermedio para ella. En este momento estaba confundida. Él era un hombre tan fuerte, duro como los clavos. Obviamente tenía dolor al estar extendido en la manta, desnudo, con el arma en la mano. No había girado el arma hacia ella, aunque le amenazara. Y había tirado la manta sobre el piso en vez de envolverse para permanecer caliente.

El corazón le saltó. Aún en su estado debilitado, él la había visto. Había visto su necesidad de tener todo en su casa de cierta manera. Estar tumbado desnudo en el suelo no estaba bien. Bien… quizá podría hacer una excepción en su caso. Estudió su cuerpo. Perfectamente simétrico. Cada músculo definido. Cincelado. Como una escultura. La piel fluía sobre la armazón de los huesos y músculos. Huesos grandes, densos y fuertes. Parecía una de esas imágenes que había visto de los antiguos habitantes de Olimpia, guerreros todos ellos, luchadores en un tiempo cuando era necesario. Miró el modo en que los músculos se movían bajo la piel cuando cambió de posición, el arte del movimiento y la fluida gracia la fascinaban.

– Rikki.

Su voz la asustó. Había estado tan atrapada en el flujo de músculos bajo la piel, que había olvidado que estaba haciendo. ¿Qué había estado haciendo? Parpadeó, enfocándole de nuevo.

– Aunque aprecio el hecho de que te guste mi cuerpo, podría utilizar un poco de ayuda para levantarme.

– ¿Qué? -Aún a sus propios oídos sonaba confusa.

La voz de él se suavizó. Se volvió suave, casi seductora.

– Ven aquí.

Ella sintió la respuesta instantánea de su cuerpo a su tono, casi como si la hipnotizara. Realmente había dado un paso adelante sin pensar, sin consentimiento, una respuesta enteramente natural a su citación. Le frunció el entrecejo.

– ¿Quién eres?

– Ojala pudiera decírtelo. Lo que soy, Rikki, quienquiera que sea, no es una buena cosa.

Ella deslizó el brazo alrededor de su espalda y utilizó los músculos de las piernas, perfilados por luchar contra las corrientes submarinas del océano para empujarse y ayudarle a ponerse de pie.

– Quizá. Y quizá me habrías disparado en este momento si fueras todo malo. Date un respiro y vete a la cama a dormir. Podemos resolver todo esto por la mañana.

Él parecía más pesado esta vez y una pequeña cantidad de sangre se deslizaba por el costado de la cabeza. Ella se mordió el labio. No debería haberle escuchado. Debería haber vencido su propia aversión a los hospitales y haberlo llevado allí.

– El cuarto de baño. Toda esa agua que me has estado metiendo empieza a sentirse.

Ella vaciló, casi asustándose. Su cuarto de baño estaba a sólo a unos pocos pasos, mientras que el cuarto de baño de huéspedes estaba al otro lado de la casa. Sus cosas. Por un momento no pudo respirar. Él le estaba invadiendo, por todas partes.

– Rikki, está bien si deseas que utilice el otro cuarto de baño. Puedo hacerlo.

Otra vez su voz la acarició con gentileza. La hizo sentirse pequeña y tonta por tener que tenerlo todo a su manera. No era como si tuviera una obsesión con los microbios, era que todo tenía que estar de cierta manera.

– Eso es ridículo, estamos aquí. -Se forzó a ayudarle a pasar por la puerta.

Una vez fuera del cuarto de baño, se inclinó contra la pared con el corazón palpitando y cada músculo tenso y protestando. Por un momento hubo caos en su cerebro. ¿Qué si tocaba sus cosas? ¿Desordenaba sus toallas? ¿Movía su dosificador de jabón? Podía sentir como el pulso le latía. Las cosas pequeñas podían hacerla estallar de ira. Había trabajado en ello, hecho ejercicios de respiración, pero aún así, cuando la gente interfería con sus cosas…

¿Y qué si eso era el tipo de cosas que hacía que su mente provocara fuegos en sueños? Estaba molesta, agotada y con alguien en su casa. Puso la cabeza entre las rodillas, sintiéndose enferma. Sabía que no debía fiarse de sí misma. Si un maniaco estaba allí fuera, destruyendo casas porque ella estaba en ellas, había colocado la vida de Lev en peligro.

¿Qué está mal? Puedo sentir tu malestar. Se vierte en oleadas.

Ella se tensó, enderezándose lentamente, echando una mirada alrededor. Era su voz otra vez, claramente su voz. Y sabía que ella estaba trastornada.

No hables conmigo en mi cabeza. Deliberadamente pensó las palabras en vez de decirlas en voz alta, insegura de qué esperar. ¿Realmente podían hablar entre ellos telepáticamente? Se sospechaba hacía mucho tiempo en Sea Haven que las Drake podían hablar una con otra, pero ella nunca había tenido una experiencia telepática, hasta que se había encontrado con Lev.

La puerta se abrió y él se apoyó en ella, los ojos azules vagaron sobre ella, buscando su expresión, sus ojos.

– ¿Estás bien? Sé que esto es difícil para ti.

Él era el que estaba herido. Ella frunció el ceño otra vez y deslizó el brazo a su alrededor.

– ¿Te lavaste las manos, verdad?

Su sonrisa la fascinaba.

– Sí, señora. Estoy a favor de la limpieza.

Él le gastaba bromas. Ella nunca había sido buena con ese concepto, aunque vivir junto a las otras mujeres durante los pasados cuatro años la había ayudado. Lexi era una bromista terrible, y tan joven como era, con el horrible pasado que tenía, todas la habían protegido tanto como pudieron. Si tomar el pelo era lo que necesitaba para enfrentarse al estrés, entonces incluso Rikki estaba dispuesta a aprender a tratar con aquello por ella. Rikki no se atrevió a levantar la mirada a esa cara mientras le llevaba al dormitorio. Se estaba acostumbrando a esa cara, a los ángulos y planos, las sombras y las cicatrices. Su cara le llamaba de la misma manera que hacía su cuerpo. Tenía miedo de que una vez se concentrara en ello, la capturara y le revelara lo extraño de su mente a él.

Remetió las mantas en torno a él.

– Debes dormir, Lev. Es muy tarde.

– No puedo.

Ella se encontró con sus ojos y el estómago le dio un salto, como si ella se hubiera dejado caer en un mar azul profundo. Él la estaba mirando. Era un hombre duro, marcado, un guerrero con un millón de armas. Sus ojos eran fríos, pero podía ver su confusión, su vulnerabilidad. Se dio cuenta exactamente de por qué le había traído a casa, por qué había corrido tal riesgo, que había visto en él. A ella misma. Estaba mirando a un hombre que estaba total, absolutamente solo. Estaba confundido y no tenía la menor idea de qué o quién era. Algo cambió dentro de ella. Se suavizó.

Blythe había encontrado a Rikki cuando estaba exactamente de la misma manera. Había estado completamente sola y tan confusa acerca de ella misma. Todavía no sabía si provocaba fuegos o si había sido responsable de las muertes de sus padres y la pérdida de tres casas. No tenía la menor idea de si había matado al único hombre que había amado nunca. Por todo lo que sabía era una asesina. Estaba aterrorizada de confiar en ella misma, mucho menos en alguien más. Justo como este hombre.

Se sintió realmente conectada a él de alguna manera que no podía romper. No podía abandonarle. Quizá era el pago por lo que Blythe y las otras habían hecho por ella. Todo lo que sabía era que no había manera de alejarse de él. Reconoció el peligro. Él muy probablemente podría ser lo que aparentaba, un asesino de alguna clase, pero de algún modo, eso no le parecía correcto.

Él había hecho dos cosas que resaltaban en su mente que eran un poco contrarias a su ser completamente malvado. No la había matado cuando obviamente había tenido la oportunidad y se había arrastrado de una silla de la cocina al suelo, causándose mucho dolor, para protegerla de una amenaza desconocida. Había observado que estaba preocupada por los intrusos y se había arriesgado a más daños y ciertamente a mucho más dolor para protegerla. Se podría haber protegido desde la cama. Nadie, nadie, jamás había hecho eso por ella antes.

– No tienes que preocuparte -le tranquilizó, mirándole directamente a los ojos-. Te vigilaré. Si algo sospechoso sucede, te despertaré. Duérmete.

– Me pides que confíe en ti.

Ella no pudo evitarlo. Había un mechón revoltoso de pelo que caía en medio de su frente. Se lo apartó con dedos suaves.

– He confiado en ti al traerte a casa, bajando al mar y dejándote solo en mi barco. Te dejé las llaves en mi camión. Sé que lo notaste. Te he devuelto todas tus armas.

– No confiaste en mi cuando vino la mujer.

– Blythe. Su nombre es Blythe y se lo debo todo. Puedo correr el riesgo con mi vida, pero no con la suya. Todo lo que digo es que has venido a casa conmigo. Déjame vigilarte esta noche y mañana puedes volver a ser quienquiera que seas.

Los ojos azules se movieron por su cara como si memorizara cada detalle y miraran más profundamente, bajo la piel, detrás de los ojos, más profundo todavía, como si juzgara la verdad de lo que decía.

– ¿Cómo dormirás?

Los dedos de Rikki abandonaron de mala gana su cara.

– Estás en mi casa. En mi cama. Es más seguro que esté fuera de la casa y permanezca despierta y no te puedo explicar por qué.

Le tocó a él fruncir el entrecejo.

– Pero mañana hablarás de esto conmigo.

Ella se encogió de hombros, sin comprometerse a nada y no dispuesta a mentir. ¿Qué diría? ¿Quizás soy una psicópata? Pero él pensaba que él lo era también.

– Buenas noches, Lev. Si me necesitas, tendré la puerta de la cocina abierta.

Rikki apagó la luz del dormitorio y le dejó. O se quedaba dormido o no, pero al menos podría descansar. Arrastró una manta sobrante del armario para la ropa blanca e hizo una cafetera antes de salir al porche y sentarse en el balancín. Era la silla más confortable y planeaba pasar la noche allí.

Siempre hacía frío por la tarde y la niebla ya cubría los árboles y los jardines, serpenteando en el patio hasta que apenas pudo distinguir las flores y matorrales durmientes. Adoraba la sensación de la niebla sobre la piel, esas gotas de niebla que envolvían la noche en un velo mojado de plata. Se acurrucó debajo de la manta, recogiendo los pies, un poco inquieta.

Sofocó la aprensión de tener un extraño en su casa, pero aún así, no podía calmarse. Dos veces caminó alrededor de la casa, deseando poder decidir si conseguir o no un perro. Airiana adoraba los animales y siempre fastidiaba a Rikki, y a todas las otras, acerca de conseguir perros para protección. Un perro era una cosa más por la que preocuparse si un fuego comenzaba de noche.

Sorbió café y miró a todos los lugares que había estudiado miles de veces. Las atalayas desde donde alguien podría ocultarse y espiar la casa y a su familia. ¿Cuán paranoico la hacía parecer el explorar todas las áreas y visitarlas regularmente para comprobar y buscar signos de si alguien la había estado vigilando? Suspiró y pateó la baranda con el pie desnudo. Muy paranoica, pero no iba a parar jamás. Era la única manera de que pudiera dormir de noche.

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